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Uno de los hechos más inquietantes que se manifestaron en el proceso de Eichmann fue que un
psiquiatra lo examinó y le declaró perfectamente cuerdo. No lo dudo en absoluto, y eso
precisamente es lo que encuentro inquietante.
Si todos los nazis hubieran sido psicópatas, como probablemente eran algunos de sus jefes, su
horrenda crueldad hubiera sido más fácil de comprender en algún sentido. Mucho peor es
considerar a ese tranquilo funcionario, “equilibrado”, impertérrito, despachando su trabajo
burocrático, su empleo administrativo que daba la casualidad de que era la supervisión del crimen
en masa. Era meditativo, ordenado, sin imaginación. Sentía un profundo respeto hacia el
sistema, la ley y el orden. Era obediente, leal: un fiel funcionario de un gran estado. Un
funcionario que servía muy bien a su gobierno.
Los cuerdo, los bien adaptados, son los que pueden, sin espasmos ni náusea, apuntar los
proyectiles y apretar el botón que inicie el gran festival de destrucción que han preparado ellos,
los cuerdos. ¿Qué nos da la seguridad, después de todo, de que el peligro consista en que un
psicópata llegue a tener ocasión de disparar el primer disparo en una guerra nuclear? Los
psicópatas son sospechosos. Los cuerdos les mantendrán lejos del botón. Nadie sospecha de los
cuerdos, y los cuerdos tendrán razones perfectamente buenas, lógicas, adecuadas para disparar.
Obedecerán cuerdas órdenes que han llegado cuerdamente por el conducto jerárquico. Y, por su
cordura, no sentirán remordimientos cuando salgan los proyectiles, pues, no será ningún error.
(Tomado de: Thomas Merton: Incursiones en lo indecible, Barcelona, Editorial Pomaire, 1966,
págs., 37-41).