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R. Sí, hay escapatoria. La historia no está escrita, no es fatídica, cambia. Justamente nos ha
tocado vivir una época en que hemos visto las transformaciones históricas más
extraordinarias e inesperadas. Si alguien me hubiera dicho cuando yo era joven que iba a
ver la desaparición de la Unión Soviética, la transformación de China en un país capitalista;
si alguien me hubiera dicho que América Latina iba a estar en pleno proceso de
crecimiento, mientras Europa vivía su peor crisis financiera en un siglo, no me lo hubiera
creído y, sin embargo, todas esas cosas han pasado. Desde luego que se puede esperar una
renovación de la vida cultural, de las artes, de las humanidades, y que abandone ese sesgo
cada vez más frívolo, superficial, que yo creo que es una de sus características principales
hoy en día; no la única, porque hay excepciones a la regla, afortunadamente. Pero esa
banalización tiene consecuencias no solamente en el campo de la cultura, sino en todos los
otros. Por eso en el libro me refiero a la política, incluso a la vida sexual, a la relación
humana. Todo eso se puede ver muy afectado si la cultura vive en la banalización, la
frivolización permanente.
R. Es un proceso, no llega de una vez, pero sí recuerdo, por ejemplo, el shock que supuso
para mí hace algunos años visitar la Bienal de Venecia, que era una vitrina del prestigio y la
modernidad, de la novedad, del experimento, y de pronto, después de un recorrido de un
par de horas, llegar a la conclusión de que allí había mucho más fraude, embuste, que
seriedad, que profundidad. Fue para mí una experiencia bastante importante, que me llevó a
reflexionar sobre este tema. Al final del libro, en un texto que es bastante personal, cuento
cómo enriqueció mi vida leer buenos libros, conocer la gran tradición pictórica, el mundo
de la música, cómo eso dio un sentido, un orden, una organización al mundo que lo hizo
para mí muchísimo más interesante, más rico, más estimulante. Yo creo que sería una
tragedia que justamente en una época en que hay un progreso tecnológico, científico,
material extraordinario, al mismo tiempo, la cultura vaya a convertirse en un puro
entretenimiento, en algo superficial, dejando un vacío que nada puede llenar, porque nada
puede reemplazar a la cultura en dar un sentido más profundo, trascendente, espiritual a la
vida.
P. Hay un momento, cuando habla usted de la añoranza, en el que dice: “Lo peor es
que probablemente este fenómeno [la banalización de la cultura] no tenga arreglo y lo
que yo añoro sea polvo y cenizas sin reconstitución posible”.
R. Espero equivocarme.
R. …nostalgia de viejo. A ratos siento, sí, cierta angustia porque… Mire, yo viví en
Inglaterra y me acuerdo el deslumbramiento que me produjo ver la televisión; la que había
conocido antes era muy pobre, muy mediocre, y de pronto descubrí que sí había
posibilidades de utilizar la televisión en un sentido creativo y no solo porque los mejores
escritores y dramaturgos escribían para la televisión… Había un programa que veía con
pasión, se llamaba Panorama, periodismo de investigación. Me acuerdo, por ejemplo, de
una entrega de dos horas sobre los disidentes en la Unión Soviética filmado en Moscú
clandestinamente. Y de pronto, al cabo de los años, vi que la televisión de Inglaterra había
caído también en la frivolidad total. Los mejores países, los que uno supondría que están
más defendidos contra eso, han ido también sucumbiendo a esa especie de mandato
generacional hacia el facilismo, la superficialidad, la frivolidad. Hay excepciones, desde
luego…
R. Sí, pero es siempre preocupante que el mayor vigor, la mayor riqueza, esté ahora en el
pasado más que en el presente; que no sea algo de actualidad, sino que hay que volver la
vista atrás… Y hay otro aspecto. Junto a la frivolización, hay un oscurantismo embustero
que identifica la profundidad con la oscuridad y que ha llevado, por ejemplo, a la crítica a
unos extremos de especialización que la pone totalmente al margen del ciudadano común y
corriente, del hombre medianamente culto al que antes la crítica servía para orientarse en la
oferta tan enorme.
P. Pero lo que plantea es volver a los patrones culturales. ¿Es eso posible? ¿Existe
legitimidad para hacerlo? ¿No hay un cierto aristocratismo en todo ello?
R. Aristocratismo es una palabra que provoca mucho rechazo, pero por otra parte el rechazo
de la élite en bloque es una gran ingenuidad. No todos pueden ser cultos de la misma
manera, no todos quieren ser cultos de la misma manera y no todos tendrían que ser cultos
de la misma manera, ni muchísimo menos. Hay niveles de especialización que son
perfectamente explicables, a condición de que la especialización no termine por dar la
espalda al resto de la sociedad, porque entonces la cultura deja ya de impregnar al conjunto
de la sociedad, desaparecen esos consensos, esos denominadores comunes que te permiten
discriminar entre lo que es auténtico y lo que es postizo, entre lo que es bueno y lo que es
malo, entre lo que es bello y lo que es feo. Parece mentira que se haya llegado a un mundo
donde ya no se pueden hacer este tipo de discriminaciones. Porque eso sí, si desaparecen
esas categorías es el reino del embuste, de la picardía… La publicidad reemplaza al talento,
lo fabrica, lo inventa.
P. Usted extiende su crítica a la cocina o la moda que están pasando a formar parte de
la alta cultura.
P. Pero no encierra esa perspectiva una excesiva idealización del pasado, como esa
edad dorada platónica que tanto criticaba Popper, y que tiene como consecuencia
fosilizar la sociedad, cerrarla al cambio…
R. No, yo no estoy por la fosilización. No soy un conservador en ese sentido, desde luego
que no, y sé que en el pasado, al mismo tiempo que Cervantes y que Shakespeare, existía la
esclavitud, el racismo más espantoso, el dogmatismo religioso, la Inquisición, las hogueras
para el disidente… Yo sé muy bien que el pasado venía con todo eso, pero al mismo tiempo
no se puede negar que en ese pasado había cosas muy admirables, que han marcado
profundamente el presente, que enriquecieron la vida de las gentes, la sensibilidad, la
imaginación. Y esa era una función que tenía la alta cultura, y hoy día no se puede ni
siquiera hablar de alta cultura porque eso es incorrecto, políticamente incorrecto.
P. Hay una defensa muy interesante del erotismo en el libro, como obra de arte frente
al “sexo descarnado”.
R. Por eso el sexo significa tan poco para las nuevas generaciones. Significa un
entretenimiento que es casi una gimnasia. Es como segar una fuente riquísima no solo de
placer sino de enriquecimiento de la sensibilidad.
P. ¿Qué pensaría el Vargas Llosa de 25 años del libro que ha escrito el Vargas Llosa
de ahora?
P. Habla del pesimismo, del catastrofismo, incluso como un peligro mayor que la
corrupción y cita una juventud apática, recluida en la hostilidad sistemática,
aburrida. Fenómenos como el del 15-M, el de Occupy Wall Street, ¿no le generan
cierta esperanza?
P. Una decadencia en la que incluye la corrupción política. Para ilustrarla cita usted
una anécdota vivida por el escritor Jorge Eduardo Benavides, en Lima, cuando un
taxista le dijo que votaba a Fujimori porque “solo robó lo justo”.
R. A mí me pareció maravillosa la historia. Hay una mentalidad ahí detrás ¿no? Un político
puede robar; es más, no puede no robar, pero lo importante es que robe no más de lo
debido.
R. Frente a las cuales te puedes defender muy mal. A mí me pasó una experiencia hace un
tiempo en Argentina. Una señora me felicitó por un texto que me dijo le había conmovido
mucho de homenaje a la mujer. Y yo le dije que muchas gracias, pero que no había escrito
ningún homenaje a la mujer. Pensé que era una cosa que se había inventado ella o que se
había confundido. Un tiempo después me mandan mi elogio a la mujer, que había aparecido
en Internet. Un texto de una cursilería que da vergüenza ajena, firmado por mí y lanzado al
espacio con motivo de no sé qué. ¿Cómo te defiendes contra eso? Es absolutamente
terrible. De pronto pierdes tu identidad, porque hoy en día hay esos mecanismos que
permiten falsificaciones de esa índole. A mí me parece bastante aterrador. Tampoco puedes
dedicar tu vida a rectificar. Al final dejas de escribir, dejas de leer, para tratar de rectificar
todas las falsedades, invenciones que te atribuyen. Eso es uno de los aspectos justamente de
la irresponsabilidad que ha traído la gran revolución audiovisual.
P. Pero también hay que reconocer que el universo de Internet y las redes sociales
permiten la exposición universal de un artista o de un pensador al instante.
R. Y burlar todos los sistemas de censura; eso es un progreso. Pero al mismo tiempo
también es otra forma de confusión que tiene efectos muy negativos en la cultura, en la
información. El exceso de información en última instancia también significa la desaparición
de la discriminación, de las jerarquías, de las prioridades. Todo alcanza un mismo nivel de
importancia por el simple hecho de estar en la pantalla. (…)