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Por tanto, y después de este largo rodeo, lo que quiero decir en esta tarde es
básicamente lo siguiente: celebrar que nazca una carrera de Literatura en este
caso independientemente de que sea virtual, esas virtudes ya han sido
exaltadas suficientemente. Celebrar que una carrera de literatura nazca es al
mismo tiempo celebrar que otros sean capaces de entender la dureza de la
vida, la rudeza con la que nos trata a todos. Muchas veces la experiencia
subjetiva es una experiencia íntima y muchas veces inefable, imposible de
comunicar. Si por algunos caminos secretos y a través de la grandeza y la
flexibilidad del lenguaje es posible lograrlo, tenemos que celebrarlo.
El buen lector es esencialmente un sujeto que se deja conmover por lo que lee.
No importa si lee mucho o poco si se conmueve, si se preocupa. Si su vida
cambia a partir de lo que lee, él es un buen lector. La lectura no es una
cuestión de número de palabras ni de número de páginas, la lectura es una
cuestión del alma y tiene que ver con la calidad del alma y la mejora del alma y
por supuesto decimos que un alma se está curando, que un alma es mejor y
más elevada si vive de un modo más sobrio, más puro, más alto, más elevado,
si es capaz de una mayor lucidez. Por tanto, la relación que hay entre literatura
y filosofía es honda, es íntima. La literatura es filosofía y es susceptible de ser
interpretada a la luz de la filosofía. Es cierto que la filosofía, ejercida como
profesión, supone un esfuerzo más sistemático, supone un rigor mayor, pero no
por eso el que aprende literatura –el que conoce la literatura del mundo, el que
lee, relee y finalmente comprende tras largo esfuerzo– es menos filósofo. Un
filósofo no es quien llega a las últimas conclusiones de las escuelas más
sofisticadas. Un filósofo es un sujeto que explora su propia vida y la de los
demás, la que tiene aquí y ahora, durante estos pocos años en que transitamos
por la tierra.
Gracias