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01 - El Origen
Etxalar (N)
03 - Tipología y motivos decorativos
Disco, pie, cuello, canto, anverso, reverso, diámetro, altura, espesor, material etc., son los
parámetros que definen la tipología de las estelas discoidales y que sirven a los expertos para
establecer su descripción y catalogación bajo unos patrones comunes, fácilmente comparativos.
La estela discoidal “prototipo” es una piedra plana de caras paralelas en forma de disco, con un pie o
vástago que sirve para ser hincada en la tierra. La zona del disco está tallada por ambos lados, a
veces también el pie y el canto, con grabados incisos o en relieve.
Por lo general, el diámetro medio de las estelas vascas se sitúa en torno a los 40 o 50 cm. y sus
variantes oscilan entre 20 y 90 cm. La forma y dimensiones del pie varían considerablemente, según
la tipología de la estela. Las estelas antiguas utilizaban el pie, normalmente recto y terminado en
punta, como parte para hincar en el suelo, dejando sobresalir únicamente el disco o en algunos
casos, como en las estelas llamadas antropomórficas, también la parte del cuello y los hombros.
Algunas estelas presentan la parte escondida bajo tierra de tamaño considerable. Al ir ampliándose
el campo de decoración de la estela, especialmente con la incorporación de fechas, monogramas y
otras inscripciones en el pie, éste fue abriéndose en forma trapezoidal y adquiriendo más altura
sobre el nivel del suelo. Esta evolución dotó a la estela discoidal de la forma clásica con que se
describe en las enciclopedias, como un disco con el pie trapezoidal de su misma altura aproximada.
El espesor puede variar de 8 a 25 cm. El material utilizado es siempre del tipo de piedra que se
localiza en las cercanías de su emplazamiento, por lo que se encuentran toda clase de formaciones
rocosas, aunque las más abundantes son la arenisca, por la facilidad de su tallado y la piedra caliza,
por su abundancia y dureza.
Siglos de intemperie y condiciones adversas, entre las que se encuentran las continuas agresiones
que han sufrido a lo largo de los años, han llevado a que la mayoría de las estelas hoy localizadas
sufran importantes desgastes y roturas, siendo sorprendente la cantidad de estelas de las que sólo
se conserva el disco, lo que muestra una clara intención de destrucción, al buscarse la rotura de la
estela por la zona del cuello, su parte más débil, golpeando en la parte superior, estando el resto
firmemente empotrado en el suelo.
La orientación clásica de los monumentos funerarios, mirando hacia el Este, como al parecer
correspondía a los ritos de origen astral, es prácticamente imposible de comprobar en las estelas
vascas, tal como se encuentran localizadas hoy en día, debido al continuo movimiento al que han
sido sometidas. Lo más probable es que lo hayan estado así en el pasado, como se puede
comprobar en algún remoto cementerio de la zona norte del país. El traslado de los antiguos
cementerios a nuevos emplazamientos (lo que supuso, por otro lado, la desaparición de la mayoría
de las “viejas” estelas), la reestructuración de los cementerios actuales, agrupando las estelas
antiguas en distribuciones ornamentales y la disposición con carácter expositivo de las estelas en los
museos, monasterios e iglesias, han convertido aquella disposición ritual y mágica de un pasado
quizá no muy remoto en una hipótesis de estudios etnológicos.
Aunque no tan numerosas, existe un número importante de estelas que se han localizado fuera de
los cementerios. En los caminos, en encrucijadas o en pleno monte, las estelas han servido, también,
para rememorar una muerte violenta o señalar puntos importantes del terreno, como lindes o
mojones de separación, en este caso posiblemente reutilizadas. Muchas han quedado desplazadas y
aparecen en lugares dispares como las paredes de la iglesia, escalones y suelos de los alrededores
o muros y firmes de los caminos.
Los grabados que decoran las estelas discoidales constituyen un amplio universo de dibujos, signos
e inscripciones dignas de estudios en profundidad y multidisciplinares, dado que se producen a lo
largo de dos milenios y bajo la influencia de muy diversas civilizaciones y culturas. Las principales
líneas de inspiración que han guiado la labor de los artesanos de estos monumentos son tres: los
motivos astrales, los símbolos cristianos y las inscripciones de nombres y fechas, todos ellos
combinados con motivos decorativos que pueden ser originales o derivados de los anteriores.
El resultado es una muestra amplia y compleja, una crónica de múltiples facetas de la evolución de
un pueblo a lo largo de un extenso período, que trasciende la mera consideración de sus ritos
funerarios y nos aporta una serie inagotable de datos de tipo etnológico, sociológico y artístico de
sumo interés para su estudio y comprensión.
04 - Símbolos astrales
De las múltiples formas a las que la tradición y los estudios etnográficos atribuyen una simbología
astral desde tiempos del Neolítico, una extensa muestra de ellas está representada en las estelas
vascas: cruces, círculos, ruedas de radios rectos y curvos, orlas de dientes de sierra y cenefas de
triángulos, espirales y triskeles, trazos repetidos y lazos, lunas en creciente y estrellas, flores de
múltiples pétalos y polígonos estrellados. Entre ellas, hay algunas especialmente preferidas por los
creadores de las estelas discoidales del país, o que se identifican más plenamente con la
idiosincrasia de los vascos, dada la innumerable cantidad de ejemplares con estos motivos que se
repiten a lo largo de más de veinte siglos, como son los círculos de dientes y de triángulos, las flores
hexapétalas y los polígonos estrellados. Estos últimos los presentamos en un capítulo aparte “Estelas
y estrellas”, dada su especial importancia y teniendo en cuenta que, aunque en su origen tuvieron un
simbolismo astrológico, posteriormente evolucionaron hacia composiciones principalmente
decorativas y artísticas.
Los primitivos artesanos de las estelas discoidales adaptaron muchos de estos signos universales
primitivos, incorporándolos a un soporte considerado como la figura perfecta por antonomasia: el
círculo, enigmática fijación durante siglos, asociada desde el principio a los ritos funerarios de origen
astrológico. Al mismo tiempo incorporaron determinados signos, símbolos y figuras derivados de los
ritos y creencias autóctonas.
La propia forma de la estela discoidal es, según la opinión más generalizada, un símbolo solar o
lunar y la orientación de su emplazamiento, que suele mirar hacia el este, así lo confirma, aunque
muchos expertos no dudan en relacionarla con la figura humana, sobre todo cuando se trata de
ejemplares con cuello y hombros. Pero, con independencia del origen y significado de su forma, lo
que verdaderamente interesa, y en eso están todos los estudiosos de acuerdo, es el hecho de que
constituyen un soporte ideal para grabar de forma perdurable una serie de signos y dibujos, bien
sean de carácter protector mágico o religioso, bien sean identificadores, o bien simplemente
decorativos, creados para acompañar al espíritu de los muertos en el más allá y ofrecer a los vivos
un motivo para su recuerdo y oración. De todos esos signos y dibujos los que más se han utilizado y
repetido a lo largo de los siglos han sido los símbolos astrales, en un principio de forma muy
esquemática, mediante incisiones de líneas geométricas simples para después ir evolucionando
hacia formas más figurativas en bajorrelieves elaborados.
Desde la aparición de las primeras estelas discoidales en los siglos previos a nuestra Era, el principal
motivo decorativo de las mismas ha sido el dibujo geométrico de simbología astral, que los
arqueólogos y etnólogos han asociado con las creencias primitivas relacionadas con los ritos
funerarios y el culto al sol. En un proceso mental muy esquemático y representativo, con una
capacidad de abstracción sorprendente, nuestros antepasados identificaban la forma y el movimiento
del sol, la luna y los astros con círculos, arcos, ruedas, lazos y espirales sin principio ni fin; la luz
solar, con flores de seis o más pétalos y estrellas de múltiples puntas; los ciclos y ritmos del día y la
noche, de las estaciones y los períodos lunares, con líneas onduladas o en zigzag, con trazos
repetidos y con cenefas de pequeños triángulos alternados.
Todo un mundo de alegorías nunca escritas, transmitidas de generación en generación a través de
los siglos y que la estela funeraria vasca ha contribuido de forma notable a conservar a lo largo de la
historia, como una crónica grabada en piedra de la tradición popular.
El Sol
El culto al sol está en el principio de todas las religiones. Su poder para la mente del hombre primitivo
es absoluto. Con el fin de conseguir la intervención benefactora de esas fuerzas sobrenaturales y
dar expresión a su culto, creó una serie de monumentos de piedra y de signos inscritos en ellos, que
han llegado hasta nuestros días envueltos en enigmas. La representación gráfica del sol está tan
arraigada en el subconsciente de la Humanidad desde los tiempos más primitivos, que se ha
convertido en el símbolo más utilizado por todas las religiones y culturas a través de la historia,
desde la más estilizada cruz de dos trazos a la más sofisticada filigrana de un polígono estrellado.
A partir de la Edad Media la simbología solar no sólo se mantiene como elemento característico de la
decoración de las estelas discoidales vascas, como la ha hecho a lo largo de los siglos, sino que
incluso se multiplica y se hace más ostensible, como exaltación de los signos cristianos. Soles,
estrellas y rayos solares rodean a la cruz y se identifican con la gracia, la luz y la gloria divinas. La
custodia, depositaria del cuerpo de Cristo, se convierte en la sublimación del símbolo solar. El diseño
de la ornamentación se hace más complejo y se prolonga a lo largo del pie; el trabajo de la piedra se
enriquece y perfecciona.
La flor de seis pétalos o hexapétala es uno de los signos gráficos más universalmente conocidos,
más incluso que la cruz y la media luna con su carácter de símbolos religiosos. Desde tiempos tan
antiguos como la Edad del Bronce hasta nuestros días, ha venido siendo utilizado por todas las
civilizaciones, primeramente como símbolo protector asociado a las creencias astrológicas y ritos
funerarios y posteriormente como elemento decorativo del arte arquitectónico o de la artesanía
popular. Como motivo funerario, es de destacar su utilización en Euskal Herria en las lápidas
tabulares de influencia romana y en las estelas discoidales, donde se repite incansablemente en
cientos de ejemplares.
En muchas de las estelas los dibujos de hexapétalas ocupan por completo uno de sus dos caras, lo
que da una idea de la importancia que se les concedía frente a los símbolos puramente cristianos,
dotándolas de un gran nivel artístico, tanto por la calidad de su diseño como por su ejecución. Se
puede llegar a pensar que el arte y la belleza logrados en estas estelas tenían una intención más
estética y decorativa que religiosa o funeraria. Para reafirmar su significado de sepultura cristiana, y
seguramente por imposición eclesial, el otro lado de estas estelas está siempre grabado con una
cruz sencilla.
De acuerdo con los tiempos, los artífices de las estelas discoidales del país supieron encajar el
antiguo símbolo de la hexapétala en las filigranas de los estilos arquitectónicos del momento. Para
ello buscaron inspiración en los rosetones y las claves de las bóvedas de las iglesias de su entorno,
rivalizando con ellas en bellas y originales composiciones, difícil labor, sobre todo teniendo en cuenta
que los canteros eran con toda probabilidad artesanos locales.
Es de admirar el partido que los artesanos vascos de la piedra supieron sacar del motivo de la flor de
seis pétalos y por extensión de la de cuatro, ocho y más pétalos, con su infinidad de variaciones y
combinaciones con otros signos. Es especialmente significativa, por la abundancia de estelas así
decoradas, la asociación de la hexapétala con el hexágono estrellado o sello de Salomón, con el
resultado de un dibujo complejo pleno de simbolismos y belleza. Es muy probable que una
divulgación tan extendida del uso de la flor de seis pétalos por todas las latitudes, se deba a las tres
cualidades que la adornan: la facilidad de su trazado con un compás o una simple cuerda, lo
agradecido de su dibujo como decoración estética y su representación simbólica como la imagen del
sol por excelencia. La gran habilidad de los artesanos para encajar y armonizar los dos signos más
universales –la cruz y la hexapétala- en una misma composición, facilitó la permisividad del uso de
este símbolo de origen pagano.
La Luna
La luna forma parte desde tiempos remotos de la mitología del pueblo vasco, donde hasta su propio
nombre -hilargia, luz de los muertos- tiene una significación asociada a los ritos funerarios. Su
imagen ha estado incorporada en la decoración de las estelas desde siglos antes del cristianismo y
su representación es abundante en la nueva época del florecimiento de las estelas discoidales. La
intención de dar sentido cristiano a los antiguos motivos paganos, como se hizo con la figura del sol
que pasó a representar la idea de Dios, la luz del Espíritu Santo y el triunfo sobre las tinieblas,
incluyó, también, la presencia de la luna y las estrellas, completando los símbolos del Universo bajo
el reinado de Jesucristo.
Por otro lado, la evolución de los dibujos abstractos de las estelas medievales hacia decoraciones
más figurativas como la flor de lis, la figura humana, los animales, los oficios, etc., tuvo como
consecuencia que la decoración con motivos astrales adoptara formas más realistas como el sol
radiante, la luna en fase creciente, las estrellas o la bola del mundo, aunque ocuparan un segundo
plano respecto al signo de la cruz. De todas formas, en algunas estelas no parece quedar muy claro
ese sentido cristiano, ya que la imagen de la diosa de la noche parece recordar más bien antiguas
creencias de los antepasados o tal vez otro tipo de códigos misteriosos relacionados con las ciencias
ocultas.
Dejando aparte los signos cruciformes y esvásticas que desde tiempos remotos han adornado las
estelas más primitivas de nuestro entorno, podemos aceptar que las estelas discoidales han llegado
hasta nuestros días gracias a su condición de soporte funerario del signo de la cruz cristiana,
desafiando el dictado de las diferentes modas y costumbres. Su incorporación a las estelas de la
Edad Media, tras el asentamiento definitivo del cristianismo en Euskal Herria, las rescató del olvido o
la prohibición del período visigótico, promoviendo su renacimiento y extensa proliferación,
primeramente, en el reino de Navarra y con posterioridad en los territorios de Iparralde.
Una vez aceptada como obligatoria la presencia del signo de la cruz en los enterramientos como
símbolo de protección y de identidad de la población cristiana, la posibilidad de utilizar las dos caras
de la estela facilitó a los artesanos medievales la introducción del nuevo símbolo, sin renunciar al
mantenimiento de los símbolos tradicionales de inspiración pagana, dando origen a una organización
decorativa de la estela discoidal que se ha mantenido a lo largo de su historia. Esto es, por un lado,
un motivo principal, elaborado, artístico y cargado de simbología e información, tanto de inspiración
astrológica como cristiana, y que se considera por parte de los expertos como el anverso, y por el
otro, una cruz sencilla o el monograma IHS, constantemente repetidos, al estilo de las monedas que
los reyes de Navarra empezaron a acuñar en esa época. La cruz más simple de brazos iguales o cruz
griega se adaptó perfectamente al formato circular de la estela, permitiendo el complemento
equilibrado de todo tipo de símbolos en cada uno de los sectores.
Dentro de la infinita variación de formas que ha adoptado la cruz en la simbología universal, la estela
discoidal presenta un muestrario prácticamente inigualable, que ha hecho las delicias de los expertos
interesados en las clasificaciones, inventarios y terminologías, que muchas veces confunden al
profano, asignando nombres, épocas y procedencias diversas a las mismas o parecidas formas de
cruces, de la mano de definiciones históricas procedentes de la arqueología, la heráldica o la
numismática. En una época en que las Ordenes religiosas, las Ordenes militares y las Cruzadas se
extendieron por Europa bajo diferentes formas de la cruz, no es de extrañar su aparición en las
estelas discoidales de Euskal Herria. Cruces de los Templarios, de los caballeros del Santo Sepulcro,
de San Juan de Jerusalén, de los cátaros, de Calatrava, de Malta, de Santiago, etc., se mezclan en
las decoraciones, en versiones muchas veces borrosas e imprecisas, que dificultan su interpretación.
Es de destacar que no aparecen nunca en la decoración de las estelas vascas las cruces laureadas
visigóticas ni las universalmente conocidas cruces celtas.
Con el fin de que se aprecien mejor las diferencias y variaciones de los distintos modelos, y sin más
rigor que el divulgativo, hemos distribuido las estelas en varios apartados, atendiendo a la frecuencia
e importancia del uso de cada tipo de cruz en las distintas zonas de Euskal Herria. Hemos utilizado el
apelativo más común con que se les conoce, aunque no correspondan exactamente con las
denominaciones catalogadas de uso habitual en el mundo de las estelas discoidales y que proceden
principalmente de las propuestas de los investigadores franceses Leo Barbé y Pierre Ucla, conocidas
a través de los Congresos Internacionales de Estelas Funerarias. Consideramos los siguientes tipos
de cruces:
¨ Griegas ¨ Latinas ¨ Recruzadas ¨ Flordelisadas ¨ De Malta ¨ Especiales
En cada apartado se han incluido las cruces asociadas o derivadas del prototipo principal y cuando
ocupan la posición protagonista en la decoración del anverso de la estela. Así, por ejemplo, dentro
del grupo de “Cruces de Malta”, están incluidas las formadas con brazos divergentes o abocinados,
ya sean rectos o curvos y con diferentes bases, y que en el argot de las estelas discoidales han
recibido diversos nombres (recordemos las cruces de Jerusalén de Luis Colas, que J. M. de
Barandiarán llama cruces de Malta) y que representan uno de los símbolos más repetidos en las
estelas de Euskal Herria, muy a menudo en el reverso.
Las cruces que forman parte de monogramas o están acompañadas de inscripciones y otros motivos
más destacados, están incluidas en los capítulos correspondientes a esas decoraciones. También
ocupan un capítulo especial las estelas que presentan las tres cruces del Calvario, por su
singularidad y su utilización repetida en zonas muy concretas del país.
Sarrikota-pia (NB)
Por todo el verde paisaje de Zuberoa abundan las iglesias de diferentes épocas y estilos,
desde el románico al neoclásico, la mayoría de porte modesto, pero perfectamente integradas en los
pequeños núcleos urbanos, donde dibujan, junto al frontón abierto, la plaza y las casonas de tejados
de pizarra, las viejas estampas del corazón de Euskal Herria. Por lo general, permanecen abiertas
todo el día, lo mismo que el viejo cementerio junto a sus muros, donde se mantienen entre flores las
antiguas estelas de los antepasados.
Pero hay una característica en muchas de estas pequeñas iglesias que las hace inconfundibles. Sus
tres pináculos de la fachada principal, rematados con cruces diminutas, y que en algunos casos
acogen a las campanas y al reloj de la iglesia, nos confirman que nos hallamos en el país suletino.
Son las iglesias trinitarias. Ignoramos el origen del nombre y también la razón de tales remates,
aunque se les atribuyen dos posibles explicaciones. Una, como consagración a la Santísima Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, de donde vendría el apelativo, y la otra, como representación del
calvario de la Crucifixión. Más lógica parece la segunda propuesta si tenemos en cuenta que en
muchos de los casos la pieza central es algo superior a las dos laterales. En Francia se las conoce
con ambos nombres: iglesias trinitarias o iglesias con calvario. Es curioso comprobar que el alto muro
que soporta los tres pináculos está construido con esa principal función, como torre para que se
vean los pequeños triángulos de lejos, más que como espadañas, sin ninguna otra decoración y sin
sitio de acceso para las campanas, que muchas veces necesitan de casetas adosadas al muro para
su manejo y en algún caso ni siquiera funcionan como campanarios.
La mayoría de estas iglesias se encuentran localizadas en Zuberoa y algunas en las zona limítrofes
de Nafarroa Beherea.
Estelas de calvario
Esta singularidad de la representación del calvario en las iglesias se repite en el mundo de las
estelas discoidales, donde las tres cruces que aparecen en la decoración de un buen número de
ellas, especialmente en Zuberoa, nos hace suponer que existe una relación con las iglesias
trinitarias, como podría ser el resultado de una norma especial de la Iglesia o de una Misión de
penitencia y oración, como las que se celebraban periódicamente por diversas zonas del país. Avala
esta suposición la proximidad en el tiempo, ambas son creaciones de los siglos XVI y XVII; en el
espacio, ubicadas prácticamente unas al lado de las otras en la misma zona geográfica; y en el
concepto, participando de la misma imagen de la crucifixión de Cristo en el Gólgota.
Zuberoa
Las estelas de calvario de Zuberoa representan una imagen figurada de la escena de la muerte de
Jesucristo con las tres cruces de la crucifixión. La cruz principal es griega y ocupa todo el disco,
apoyada en una base escalonada. En la mayor parte de los casos son cruces recruzadas o
trilobuladas; dos de ellas tienen cruces flordelisadas, al estilo de Nafarroa Beherea, y en un solo
ejemplar aparece una “cruz de Malta”. Las dos cruces pequeñas son siempre latinas y están
dispuestas a ambos lados de la cruz central, bajo sus brazos y apoyadas en la misma base.
Pequeños círculos, estrellas y flores de lis completan la decoración.
Entre las estelas de calvario suletinas destacan tres de ellas por su singularidad: la de Iruri, con tres
cruces latinas y una rama de olivo, en una versión “romántica” del calvario; la de Etxebarre, con la
cruz principal de brazos abocinados curvos, en una aceptación expresa como tal de este símbolo,
que normalmente ocupa el reverso de numerosas estelas; y la de Altzai, con tres cruces latinas sobre
el mismo plano y única con inscripciones, junto con otra muy parecida en Aribe, Nafarroa.
Nafarroa beherea
En Nafarroa Beherea las estelas de calvario de las zonas limítrofes con Zuberoa el estilo es similar al
de las estelas suletinas, pero en el valle de Behorlegi a Garazi se da una variante más ilustrada, con
la cruz principal flordelisada y las cruces pequeñas apoyadas en el brazo horizontal. La decoración
aporta también un dato importante, la fecha, aprovechando para ello el pie de la estela. Destaca
entre ellas la estela de Hozta, actualmente en el museo de Baiona.
Nafarroa
La estelas de calvario navarras se encuentran concentradas en el valle de Aezkoa, en plenos
Pirineos, a pocos kilómetros de las estelas de Iparralde, con las que presentan un claro parentesco,
especialmente la de Aribe con un evidente parecido con la de Altzai en Zuberoa. Algunas
características que las distinguen son las cruces pequeñas separadas de la base y con sus propias
peanas y los brazos de la cruz principal terminando en bisel.
Estelas de Etxalar (N) 2008. Pedro Zarrabeitia
08 – Monogramas IHS y MA
Durante los primeros tiempos del Cristianismo, las continuas persecuciones por parte de los
emperadores romanos obligaron a los cristianos a utilizar símbolos y códigos secretos para
protegerse e identificarse entre ellos. Utilizado ya en los epitafios de las primeras catacumbas de
Roma, el que más ha perdurado es el Crismón, abreviatura del nombre de Cristo en griego, formada
por las dos primeras letras X y P superpuestas. Su gran divulgación y aceptación como símbolo
cristiano se produjo en el siglo IV a raíz de su adopción como estandarte por el emperador
Constantino I, primer emperador romano convertido al Cristianismo, que lo impuso en todo el Imperio.
Su versión medieval, encerrado en un círculo y con la incorporación de las letras A (Alfa), W
(Omega) y S (Sigma), igualmente asociadas a Jesucristo, tuvo innumerables representaciones en las
iglesias y monasterios de la época.
No obstante, su presencia en las estelas discoidales de Euskal Herria fue muy escasa, si nos
atenemos a la reducida cantidad de ejemplares encontrados. Este hecho no deja de ser extraño,
considerando su extensión por toda la cristiandad, especialmente en las iglesias medievales, y
teniendo en cuenta la forma propia del crismón, tan fácilmente adaptable a la tipología de las estelas.
Podría interpretarse que este jeroglífico de letras griegas, se hacía más difícil de entender para los
primeros cristianos de estas tierras que la simple cruz de la crucifixión o el monograma de Jesús IHS,
también obtenido a partir de las letras griegas de su nombre, pero fácilmente latinizadas y traducidas
por el “Jesús Hombre Salvador”.
De hecho el signo cristiano que prevaleció durante la Edad Media en las estelas vascas, período casi
exclusivamente circunscrito al reino de Navarra, fue la cruz con sus múltiples variaciones, como
hemos visto en los capítulos anteriores. Más tarde, en el siglo XVI, llegaría la difusión extraordinaria
del uso de la estela en los cementerios de Iparralde y el monograma de Jesús pasaría a ser uno de
los signos más empleados en las decoraciones funerarias, impulsado por dos grandes santos
amantes del nombre de Jesús como San Bernardino de Siena, predicador franciscano del siglo XV,
que lo mostraba en su báculo en los sermones y, especialmente, San Ignacio de Loyola que lo utilizó
como sello personal y emblema de la Compañía de Jesús.
Las primeras versiones del monograma IHS aparecen en las estelas vascas durante el siglo XVI, al
principio en su forma más simple, las tres letras en minúscula en un cuadrante de la estela, para
después pasar a ocupar el centro del disco y adquirir el protagonismo definitivo de su decoración a lo
largo del siglo XVII, en lo que se podría considerar como una de las más curiosas e interesantes
muestras de la evolución de un símbolo gráfico en la historia del arte.
Con sus mil variaciones, adornos y deformaciones, los canteros vascos demostraron su gran
habilidad para no repetirse y su cualidad, bien demostrada en el mundo de las estelas, para obtener
expresiones artísticas de los motivos más comunes. En estas estelas del monograma podemos ver
influencias de todos los estilos que se manifiestan a través de múltiples combinaciones, oscilando
entre las ornamentaciones más recargadas hasta el esquematismo casi abstracto de muchos de los
dibujos.
A esta riqueza de las expresiones gráficas del monograma IHS contribuyó, también, la inclusión de
complementos iconográficos como los tres clavos de la Crucifixión, el corazón de Jesús, la corona
radiante, las letras alfa y omega y sobre todo el monograma MA del nombre de María, con los que se
consiguieron combinaciones de una gran originalidad y belleza.
El nombre de Jesús
Los primeros monogramas de Jesús y María en las estelas vascas fueron en letras minúsculas y
subordinadas a la cruz central. Posteriormente la tilde de abreviatura se incorporó a la h del IHS,
formando la cruz y pasó a constituir la decoración principal del disco. A partir de ahí, las variaciones
en todos los estilos fueron incontables, enriqueciendo el diseño original con todo tipo de elementos
astrales, vegetales y filigranas, e incluyendo motivos inusuales, como el crucificado de la estela de
Arrangoitze o abstracciones como las de Izize y Maule.
Conviene señalar que los canteros del lado sur de los Pirineos, en los valles del norte de Navarra,
que quizá trabajaban a ambos lados de la “muga”, formaron parte de este despliegue ornamental del
monograma IHS, incorporándolo en las losas de las tumbas y en las portadas de las casas, cuando
ya las estelas habían desaparecido de los cementerios.
Con la implantación del monograma de Jesús como motivo innovador en la decoración de las estelas
de Iparralde del siglo XVI, se produjo un gran avance en el nivel artístico y técnico de los artesanos
de la época, que, sujetos a un tema común, tuvieron que esmerarse para lograr efectos originales y
no repetitivos, haciendo hincapié en la variación y calidad de los adornos acompañantes.
Especialmente importantes fueron las variaciones labortanas de este monograma (se dieron casi
exclusivamente en Lapurdi), que combinando una rica ornamentación de la cenefa de la estela con el
estilizado, la deformación e incluso la eliminación de alguna de las letras, consiguieron unos
resultados artísticos notables. Las coronas de dientes y arcos glorifican el nombre de Jesús, así
como la combinación con pequeños símbolos florales y solares. Quedan en el misterio los posibles
mensajes, hoy desconocidos, de la manipulación de las letras del monograma, como la creación del
símbolo geométrico parecido a un dólar, donde la letra S cobra un gran protagonismo,
representando a veces a una serpiente y consiguiendo resultados plenos de equilibrio y modernidad.
La incorporación del monograma del nombre de María MA y de las letras alfa y omega añadió más
complejidad a las combinaciones.
Alfa y omega
La inclusión de las letras alfa y omega del Apocalipsis en la iconografía cristiana se dio desde los
primeros tiempos del Cristianismo, tanto solas como añadidas al monograma de Cristo en el crismón,
o colgadas de los brazos de la cruz al estilo visigótico, como vemos en uno de los sarcófagos de
Argiñeta, en este caso en orden invertido por su carácter de epitafio funerario. En las estelas vascas
de Iparralde su presencia fue muy escasa pero de singular originalidad y belleza, como puede
apreciarse en el ejemplar de Arhantsusi, con las dos letras superpuestas, ejemplar único entre
nuestras estelas, así como en las cuatro estelas incluidas en el libro, donde las letras alfa y
omega envuelven al monograma IHS estilizado que hemos visto en las páginas anteriores, en un
ejercicio de síntesis y equilibrio que viene a ser la quintaesencia de la estela discoidal vasca de ese
período.
09 – Nombres y fechas
A partir del siglo XVI la decoración de las estelas discoidales en Euskal Herria experimentó un
profundo cambio, con la incorporación de los nombres y las fechas, a medida que el pueblo llano se
fue alfabetizando. Hasta entonces la inscripción de textos, tan común en las estelas de influencia
romana de los primeros siglos de nuestra Era, no se había continuado en las estelas autóctonas en
los siglos posteriores, salvo en algunos ejemplares aislados de la época visigótica con inscripciones
también en latín.
Esta evolución se produjo en los territorios de Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa, contribuyendo
al gran desarrollo de las estelas discoidales en esa zona, durante los siglos XVI, XVII y XVIII. En los
demás territorios, especialmente en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, las sepulturas con estelas habían
desaparecido siglos antes y en Nafarroa coincidió en el tiempo con el cambio de costumbres
funerarias y los enterramientos en el interior de las iglesias, lo que supuso perder el notable impulso
que significó para las estelas la introducción de textos, que por otro lado se utilizó en las losas
sepulcrales y en los dinteles de las casas y que más tarde se recuperó, aunque con poca fuerza, en
algunas estelas tardías del siglo XIX.
La incorporación de letras y fechas en las estelas facilitó en gran medida la intencionalidad y el
mensaje a trasmitir en la cabecera de las tumbas. Por un lado, la protección contra el demonio o los
malos espíritus, que hasta entonces se había buscado con la presencia de la cruz y los ancestrales
signos astrológicos, quedó reforzada con la incorporación de los nombres y monogramas de Jesús y
María.
Por otro lado, la identificación de la estela con el nombre del difunto o de su casa, permitió organizar
mejor los cementerios y dio más valor y perdurabilidad a los monumentos, en su cometido de
recuerdo y lugar de oración. Finalmente, la dificultad de incluir nombres y fechas en el espacio
limitado del disco obligó a los artesanos a distribuir los motivos en nuevas combinaciones. Así, los
pies fueron agrandándose en forma trapezoidal y las orlas se llenaron de inscripciones al estilo de
las monedas de la época.
Las representaciones de instrumentos de los oficios no eran ya necesarias para la identificación del
difunto y pasaron a significar un complemento de su personalidad o referencia del gremio, a la
manera de un sello decorativo. Todo ello condujo a elevar el nivel artístico de los diseñadores y la
calidad técnica de los canteros. Las estelas ganaron en complejidad, información, armonía y belleza.
El proceso se inició probablemente con los monogramas de Jesús y María acompañando a la cruz,
de acuerdo con las directrices del Concilio de Trento y la poderosa influencia de la Compañía de
Jesús. Posteriormente se fueron incorporando las fechas, solas o junto a los monogramas, y
finalmente llegó la aceptación definitiva de los textos, con la inclusión de los nombres de los difuntos
o de sus casas. La múltiples combinaciones de los tres elementos a inscribir, monogramas, fechas y
nombres, solos o acompañados, hacen difícil su selección y presentación. Por eso en este libro se
dedica un capítulo exclusivamente a los monogramas, dada su abundancia y fuerza creativa, y el
presente a las estelas con nombres y fechas, dispuestas en orden cronológico desde 1507 hasta
1874.
Mirando desde hoy, y aún cuando la cantidad de ejemplares con inscripciones no supera el 20% del
total, podemos afirmar que la introducción del lenguaje escrito en las estelas, ha facilitado la labor de
los etnólogos al situar en el tiempo estos monumentos funerarios, tan difíciles de datar para los
investigadores. Ha permitido, también, constatar el uso y evolución de muchos nombres y apellidos y
la convivencia de los tres idiomas utilizados en aquellos tiempos: el francés y en algún caso el
castellano, como idiomas oficiales; el latín, como lenguaje culto y de la Iglesia y el euskara como
idioma popular.
Finalmente, es importante destacar que la disposición y tipología de las palabras y los números, de
acuerdo a unos patrones probablemente derivados de las antiguas inscripciones romanas, dio lugar
a un estilo de letra de características propias, que también se utilizó a partir de entonces en las losas
funerarias de la Navarra peninsular y en los dinteles de las casas. Pasó luego a las cubiertas de los
libros y ha perdurado hasta nuestros días, popularizándose con el nombre de letra vasca, como una
seña más de identidad del país.
10 – Los oficios
Añadir leyenda
Durante la Edad Media en Navarra y en siglos posteriores en Iparralde, especialmente en medios
rurales, se ha dado la decoración de las estelas funerarias con útiles y herramientas de trabajo,
como arados, tijeras, martillos, hachas, incluso armas, que desde siempre los etnólogos han
asociado con los oficios de las personas allí enterradas. Como todo lo relacionado con las estelas
discoidales, también esa identificación de los difuntos con los instrumentos que aparecen en las
ellas, plantea múltiples preguntas. El instrumento dibujado, ¿representa a la persona, al gremio al
que pertenece o es un símbolo más genérico cuyo significado se nos escapa? ¿Con qué fin se
distingue a un difunto por una herramienta tan popular, por ejemplo, como una azada, si ese útil es
empleado por el 90% del pueblo, incluso por las mujeres? Podía ser explicable tal identificación en el
caso de un personaje destacado en el oficio, como un cantero famoso o un soldado distinguido, o
bien por tratarse de oficios únicos como el herrero o el molinero del pueblo. Algunos estudiosos del
tema han sugerido que la representación en las estelas funerarias de las herramientas que ha usado
el difunto a lo largo de su vida, viene a ser una especie de recuerdo atávico de las ofrendas y
utensilios que se incluían en los enterramientos en la antigüedad, para acompañar al difunto en su
viaje al otro mundo.
La mayoría de las herramientas representadas corresponden a trabajos del campo, algo natural
tratándose de pequeñas poblaciones dedicadas a la agricultura y la ganadería. Sin embargo de las
decenas de oficios que se pueden dar en ese entorno sólo unos pocos tienen su representación en
la iconografía funeraria.
Ospitale-pia (Z) 2007. P. Zarrabeitia
Arados, podaderas, martillos, hachas y azadas, parecen acaparar el trabajo de los canteros
a la hora de decorar las sepulturas. Todos los demás, o bien se consideraban incluidos en éstos,
como si fuesen distintivos de unos códigos determinados, o bien los primeros, debido a su mayor
abundancia, son los que estadísticamente han ido apareciendo al paso de los siglos. ¿Dónde están
representados los músicos, que tan a menudo aparecen en al imaginería de las iglesias, y los
caldereros, mercaderes, escribanos, plateros, pastores, arrieros, alfareros, alguaciles, panaderos,
etc. etc.? Algo similar ocurre con los oficios de mujeres, pues sólo encontramos en las estelas llaves
y útiles de coser o hilar. ¿No había más oficios que los de hilandera o cuidadora de la iglesia, o
estamos ante una representación simbólica del personaje femenino, del ama de casa? ¿Por qué en
Navarra no se representa ningún útil específico de mujer? ¿Por qué no se generalizó esta costumbre
a la mayoría de las estelas de la época, limitándose a un pequeño tanto por ciento? ¿Cómo es que
no se extendió por el resto de Euskal Herria, estando, en cambio, presente en Portugal, donde
abundan las estelas con decoraciones muy similares?
Dejando estas preguntas para los investigadores, lo que es interesante destacar es que la
incorporación de esta iconografía de diversos oficios en la decoración de las estelas, enriqueció sus
dibujos y junto a las simplificaciones y variaciones de los monogramas de Jesús y María y al estilizado
de algunas figuras humanas y de animales, contribuyó al desarrollo de un lenguaje esquemático de
transmisión gráfica de conceptos, que con el paso de los años, y salvando las distancias, puede
verse reflejado en los logotipos y mensajes publicitarios de hoy en día.
11 - La figura humana
La reproducción de la figura humana en la estela discoidal vasca es escasa (menos del 2% del
total) y casi siempre enigmática o cuando menos de difícil interpretación. Las representaciones
humanas, frecuentes en las lápidas de influencia romana de principios de nuestra Era, no se
trasladaron a la iconografía de las estelas autóctonas con la llegada del cristianismo, como así lo
hicieron otras decoraciones astrales, debido probablemente al aniconismo del Antiguo Testamento,
adoptado por los primeros cristianos, que rechazaba cualquier representación de Dios u otros
personajes por su posible aproximación a la adoración de falsos ídolos.
Este rechazo de las imágenes, sustituidas por los signos, se prolongó durante los primeros siglos del
cristianismo y se ratificó con el ”Deus adsconditus, invisibilis” del Concilio de Elvira de principios del
siglo IV: “No debe haber imágenes en la iglesia y menos que sean adoradas e idolatradas en las
paredes”. Posteriormente, en el II Concilio de Nicea del siglo VIII, la Iglesia reconsideró dicha postura,
al condenar a los iconoclastas bizantinos y definió que ”a semejanza de la representación de la cruz
preciosa y vivificante, del mismo modo las venerables y santas imágenes, tanto pintadas como
realizadas en mosaico o en cualquier otro material apto, sean expuestas y honradas”.
No tuvo mucho efecto este canon conciliar en los simbolismos o motivos decorativos de las estelas
vascas, que hasta entrada la Edad Media se limitaron a reproducir cruces y otros temas geométricos
astrales o florales esquemáticos, tomados del románico imperante o de las estelas primitivas, sin
adoptar la revolución que supuso la incorporación de la imaginería cristiana plena de personajes
divinos y humanos.
Llama la atención el hecho de que no aparezcan escenas clásicas del cristianismo como la Virgen
con el Niño u otros santos, a los que se consideraba intercesores ante Dios para la salvación de los
difuntos, algo adecuado para un monumento funerario. Al parecer la estela no era un soporte
pensado para transmitir a los fieles el mensaje evangélico, como así lo fueron los relieves de
portadas y capiteles de las iglesias medievales. Por lo general era suficiente la presencia de la cruz
junto a otros signos protectores para pedir una oración y ahuyentar al demonio, que era lo más
importante.
Las pocas figuras que aparecen son muy simples y esquemáticas, como anuncios de un cartel. Más
que descripciones de personas son representaciones de prototipos: el cazador, el ama de llaves, el
caballero, el pelotari. Es decir, lo mismo que se quería transmitir en otras estelas con los
instrumentos de los diferentes oficios. La finalidad de la estela no era, en la mayoría de estos casos,
descriptiva, sino informativa y conmemorativa. De todas formas, dada la dificultad de esculpir figuras
especialmente difíciles, como las humanas, su inclusión en el grabado de la piedra se hacía costosa
y complicada y no fue por ello muy abundante, desapareciendo casi definitivamente cuando en el
siglo XVI se incorporó la escritura a la decoración de las estelas y las personas fallecidas se
identificaron para la posteridad con su nombre y apellido o el de la casa a la que pertenecían.
La cantidad de estelas discoidales vascas con figuras humanas es reducida (del orden de
cincuenta), pero su interés y atractivo son indudables. Todas ellas son singulares y algunas de difícil
interpretación. Así el personaje de Arriano con las manos en la cabeza, las mujeres danzantes de las
estelas de Lexantzu y Ligi‑Atherei, que recuerdan a la misteriosa dama con el sol en la mano de la
cruz de Aiñarbe; el “hombre universal” de Lakarri; el "extraterrestre" de Natxitua; el caballero de la
cruz al pecho de Leintz-Gatzaga; las figuras de la Virgen y San Juan de la estela de Orotz‑Betelu; los
“retratos” de personajes singulares de Sangotza, Abaurregaina, Irantzu, Goñi, Orotz-Betelu, Itzaltzu y
Aurizberri; los increíbles, casi grotescos, Cristos de las cruces de Aintzille y de la estela de Erango...
12 - Los animales
Hace más de 10.000 años, el simbolismo mágico o protector que atribuían nuestros antepasados a
las representaciones de determinados animales de su entorno, quedó admirablemente plasmado en
las pinturas rupestres de las cuevas de Santimamiñe, Ekain, Isturits, etc.
Estos dibujos sobre piedra en los lugares más profundos de las cavernas donde habitaban,
formaban, al parecer, parte de sus ritos funerarios y de las plegarias a sus dioses, pidiendo ayuda
para asegurarse los medios de subsistencia y protección para el espíritu de sus muertos, en su viaje
por la otra vida.
Pasaron los siglos, mejoraron las condiciones climáticas y el hombre abandonó las cuevas como
lugares de vivienda y de enterramiento. Quizá siguieron pintando sus animales de rito y cacería
sobre el suelo o en los árboles, en las piedras o en los huesos, pero no han quedado restos de tales
manifestaciones.
En algún momento de la II Edad de Hierro –siglos V al I a. C.– aparece por estas tierras una nueva
representación animal con las mismas apariencias de símbolo protector, mágico o funerario. Es el
ídolo de Mikeldi, encontrado en Iurreta, a no más de 20 Km. de uno de aquellos primitivos
santuarios.
Única en su estilo en Euskal Herria, esta escultura está emparentada con las más de 300 con forma
de toros o verracos repartidas por la Península Ibérica, especialmente en Ávila y Salamanca. Se
distingue de todas ellas por una especial singularidad: tiene un disco de piedra entre las patas.
¿Podría ser un precedente de la estela discoidal, como símbolo representativo de las creencias
astrales de nuestros antepasados?. Lo cierto es que a partir de esa época empiezan a aparecer por
estas tierras las primeras estelas funerarias con forma de disco.
Las estelas discoidales de comienzos de nuestra Era presentan decoraciones muy esquemáticas de
simbología astral, normalmente con formas geométricas sencillas, que perdurarán durante toda la
vida de las estelas. La representación de animales, aparecerá con frecuencia en las estelas
tabulares de inspiración romana de la misma época, pero no se dará en las discoidales hasta
muchos siglos después, cuando la religión cristiana se extienda por Euskal Herria, incorporando la
iconografía propia de las nuevas creencias a los ritos funerarios.
La representación de animales es muy rica en la simbología cristiana. El cordero, el león, el toro, el
pez, la serpiente y un buen número de aves, están presentes en su imaginería desde los primeros
tiempos del cristianismo, cuando la transmisión del mensaje por medio de imágenes simbólicas era
más eficaz, universal e incluso menos peligrosa que el uso de la palabra escrita. Los animales de
todo tipo, utilizados en la decoración de las iglesias medievales, pudieron ser muchas veces
inspiración para la ornamentación de las estelas, aunque también se podría decir que en algunas de
ellas no está muy clara su relación con la simbología cristiana, atribuyéndose quizá su empleo a
antiguas costumbres o supersticiones populares. Vamos a ver en las páginas siguientes tres
apartados con una muestra de las representaciones que más se repiten: las aves, el cordero místico
y otros animales.
Agnus Dei
El cordero es uno de los símbolos más antiguos de representación de Jesucristo en los primeros
tiempos del cristianismo, como animal puro e inocente sacrificado por la salvación de los hombres.
Anunciado desde la antigüedad por los profetas de Israel, se manifiesta expresamente como tal
imagen en los textos evangélicos y en el Apocalipsis.
“Al día siguiente, vio venir a Jesús y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
(Juan 1,29).
”La ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la
iluminaba y su lumbrera era el Cordero” (Apocalipsis 21,2-23).
Llama la atención la inclusión del cordero en la decoración de estas estelas discoidales en épocas -
siglo XVI o XVII- en que la representación de Cristo sobre la cruz estaba plenamente extendida en la
iconografía cristiana y la utilización de sus imágenes simbólicas ya no era necesaria. Sorprende
también el hecho de que la aparición de estas estelas se dé en una zona tan puntual de Zuberoa (v.
Mapa del Cap. 10), exceptuando la estela de Itzaltzu en Nafarroa, a la que por su parecido incluimos
entre los corderos místicos, pero que figura sin cruz. Son imágenes algo diferentes del agnus dei que
podemos ver en los abundantes testimonios de la iconografía medieval, como los medallones de las
bóvedas del monasterio de Irantzu, en los que el cordero sostiene con una de sus patas un banderín
con el signo de la cruz.
Las aves
Las aves son los animales que más se representan en el mundo de las estelas vascas. Su capacidad
para volar, velocidad y ligereza, sus diferentes colores, su canto, las hacen fácilmente asociables a
actitudes y cualidades humanas como la libertad, rapidez, astucia, vista, belleza, etc., y por ello son
utilizadas como símbolos en la mitología de todas las religiones. También se hallan muy presentes en
la mente popular a través de viejas costumbres y creencias, así como en las historias de fábulas,
leyendas y cuentos infantiles: el cuervo, la lechuza, el búho, el cuco, la urraca, el ruiseñor, el cisne, la
golondrina, etc.
En las casas antiguas de Iparralde se pueden ver diversos animales en los dinteles decorados de las
entradas, donde abundan los pájaros picoteando las uvas de las parras, como imagen de
prosperidad.
En la simbología cristiana, y directamente relacionadas con los ritos funerarios, varias aves son
especialmente significativas:
La paloma, como símbolo de paz y de inocencia, que trajo al Arca de Noé la rama de olivo al terminar
el diluvio. Representa al Espíritu Santo.
El águila, representa a Cristo como fuente de salvación. Es símbolo del Bautismo y también el
emblema de San Juan Evangelista.
El pavo real es en el arte cristiano símbolo de la resurrección de Cristo.
El gallo, símbolo de la vigilia, anunciador del nuevo día, de la nueva vida.
Otros animales
La decoración de estelas con otro tipo de animales se aleja del canon tradicional de las estelas
de Euskal Herria. No hay signos cristianos, ni dibujos astrales, ni geometría, ni simetría, con una
aparente distribución errática de los elementos decorativos dentro del círculo y con un significado
más descriptivo que simbólico. Es el caso de las estelas de Irulegi y de Suhuskune donde se
describen actividades de labranza o de caza.