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Espartaco.
Historia de Miau
Un samurái, feroz guerrero, pescaba apaciblemente a la orilla de un río. Pescó un pez y se disponía a
cocinarlo cuando el gato, oculto bajo una mata, dio un salto y le robó su presa. Al darse cuenta, el samurái
se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió el gato en dos. Este guerrero era un budista ferviente y el
remordimiento de haber matado a un ser vivo no le dejaba luego vivir en paz.
Al entrar en casa, el susurro del viento en los árboles murmuraba miau. Las personas con la que se
cruzaba parecían decirle miau. La mirada de los niños reflejaba maullidos. Cuando se acercaba, sus
amigos maullaban sin cesar. Todos los lugares y las circunstancias proferían miaus lastimeros. De noche
no soñaba más que miaus. De día, cada sonido, pensamiento o acto de su vida se transformaba en miau.
El mismo se había convertido en un maullido... Su estado no hacía más que empeorar. La obsesión le
perseguía, le torturaba sin tregua ni descanso.
No pudiendo acabar con los maullidos, fue al templo a pedir consejo a un viejo maestro Zen.
El Maestro le respondió:
-Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces
la muerte. No tienes otra solución que hacerte el haraquiri. Aquí y ahora.
-Y añadió-: Sin embargo, soy monje y tengo piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te
cortaré la cabeza con mi sable para abreviar tus sufrimientos.
El samurái accedió y, a pesar de su miedo a la muerte, se preparó para la ceremonia. Cuando todo estuvo
dispuesto, se sentó sobre sus rodillas, tomó su puñal con ambas manos y lo orientó hacia el vientre. Detrás
de él, de pie, el Maestro blandía su sable.
-Ha llegado el momento -le dijo-, empieza. Lentamente, el samurái apoyó la punta del cuchillo sobre su
abdomen.
En realidad, todos somos muy parecidos a ese samurái. Ansiosos y atormentados, miedosos y quejicas, la
menor cosa nos espanta. Los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos.
Son parecidos al miau de la historia. Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?
La muerte
ARREPENTIMIENTOS
Una enfermera ha grabado los arrepentimientos más comunes de gente que estaba a punto de morir, y
entre los más comunes está "Desearía no haber trabajado tan duro". ¿Cuál sería tu arrepentimiento más
grande si fuese hoy tu último día de vida?
Bronnie Ware es una enfermera australiana que ha dedicado varios años trabajado en cuidados paliativos,
cuidando a pacientes en sus 12 últimas semanas de vida. Ha escrito las epifanías de estos moribundos en
un blog llamado Inspiration and Chai, el cual ha llamado la atención tanto que ha escrito sus
observaciones en el libro llamado The Top Five Regrets of the Dying ( Los cinco arrepentimientos más
comunes de los moribundos ).
Ware escribe acerca de la fenomenal claridad de visión que la gente adquiere al final de sus vidas, y cómo
debemos aprender de esa sabiduría. "Cuando les preguntaba acerca de cualquier arrepentimiento que
tuviesen o acerca de cualquier cosa que hubiesen hecho de forma diferente," dice, "unos pocos temas
aparecían una y otra vez".
Estos son los cinco arrepentimientos más comunes antes de morir, atestiguado por Ware:
1. Desearía haber tenido el coraje de haber vivido una vida de verdad, pensando en mi, no la vida que los
otros esperaban que yo viviese.
"Este es el arrepentimiento más común de todos. Cuando la gente se da cuenta de que su vida está a punto
de acabar y mira hacia atrás con claridad, es fácil ver cuántos sueños se han ido sin ser cumplidos. La
mayoría de gente no hace honor ni siquiera a la mitad de sus sueños y han muerto sabiendo que eso es
debido a las elecciones que hicieron, o que no hicieron. La salud nos brinda un grado de libertad del que
muy pocos son conscientes, hasta que ya no la tienen."
"Este arrepentimiento apareció en cada paciente hombre que atendí. Se habían perdido la juventud de sus
hijos y la compañía de sus parejas. En las mujeres también apareció este arrepentimiento, pero como la
mayoría eran de una generación antigua, muchas de ellas no habían tenido que ganarse el pan. Todos los
hombres a los que cuidé se arrepentían profundamente de haber utilizando demasiado tiempo de sus vidas
en una existencia dedicada al trabajo."
"A menudo no se daban cuenta de verdad de los beneficios de las viejas amistades hasta semanas antes de
su muerte, y no siempre era posible encontrarlas a tiempo. Muchos estaban tan atrapados en sus propias
vidas que dejaron que sus amistades de oro se perdiesen con el paso de los años. Hay profundo
arrepentimiento de no haber dedicado el tiempo y el esfuerzo que se merecían. Todo el mundo echa de
menos a sus amigos cuando está a punto de morir."
"Sorprendentemente este está entre los más comunes. Muchos no se dan cuenta hasta el final que la
felicidad es una elección. Se quedaron atrapados en antiguos patrones y hábitos. La familiaridad del
llamado "confort" desbordó sus emociones así como sus vivencias. El miedo al cambio les hizo aparentar
de cara a los otros, y de cara a sí mismos, que estaban contentos, cuando en lo más profundo, anhelaban
poder haber reído de forma sincera y que sus vidas hubiesen sido un poco más despreocupadas de nuevo."
Este artículo me llamó la atención no sólo por su contenido y porque nos hace reflexionar en lo que de
verdad nos importa y queremos en la vida, si no porque leí algo muy parecido en el libro Los 7 hábitos de
la gente altamente efectiva, de Stephen Covey. En un capítulo del libro decía que para saber lo que
quieres hacer en la vida debes imaginar que quieres que diga la gente el día de tu funeral. De nuevo,
aparece la muerte como recurso para potenciar nuestra calidad de vida.
RIMA LXI
«Melodía. Es muy triste morir joven y no contar con una sola lágrima de mujer»
Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración, al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
quién se acordará?
Gustavo Adolfo Bécquer