❝Aʙsᴇɴᴄᴇ ɪs ᴀ ʜᴏᴜsᴇ sᴏ ᴠᴀsᴛ ᴛʜᴀᴛ ɪɴsɪᴅᴇ ʏᴏᴜ ᴡɪʟʟ ᴘᴀss ᴛʜʀᴏᴜɢʜ ɪᴛs ᴡᴀʟʟs

ᴀɴᴅ ʜᴀɴɢ ᴘɪᴄᴛᴜʀᴇs ᴏɴ ᴛʜᴇ ᴀɪʀ.❞

Una brisa agradable mecía las hojas de los árboles, generando un susurro
solemne y constante. El ambiente se tornaba agradable en la primavera, y
Hyde Park florecía y brillaba en distintos tonos verdes vibrantes.
Era un sábado a la tarde, uno que daba la completa sensación de serlo. Era
esa clase de días que lo convencían a uno, o al menos a Andy, de que en
efecto estaban en ese punto de la semana. Según él, los martes debían ser
lluviosos, los miércoles soleados y los viernes tormentosos por la noche.
¿Por qué? No tenía ni la menor idea, así como la gente tampoco podía
justificar aquel sentimiento de ver a una persona y decir "oh, tiene rostro de
llamarse John".

Había salido del trabajo temprano, ya que los fines de semana eran sus
días libres. Aquello lo había llevado a querer disfrutar del agradable clima y
salir de su pequeño departamento en Candem Town, cuyas calles, por
cierto, estaban anegadas de gente en la zona del mercado. Había tomado el
Northern en la estación de la ciudad y, haciendo unas cuantas
combinaciones, en una hora había llegado al corazón verde de la capital
inglesa.
Había metido, por supuesto, un libro en la mochila (A Tale of a Lonely
Parish, creía importante el conocer en profundidad aunque sea una obra de
F. Marion Crawford, más si aquella había sido precisamente una edición y
proyecto de la British Library) pero a penas había sido capaz de leer unas
cinco o seis páginas, ya que se encontraba perdido en sus pensamientos.

Al parecer, esos pensamientos, o el aire apesadumbrado en que lo

sumergían, habían terminado llamando la atención de su acompañante.
Porque, por supuesto, no había ido solo. Últimamente compartía gran parte
de los días con una persona en especial, la cual siempre terminaba
enroscada en su camino lo deseara o no. Era su nueva compañera de
aventura, y la verdad no podría haber deseado a alguien mejor.
—Los pájaros parecen no querer mis migas —comentó Catherine, con
cierta desilusión—. Pequeños ingratos. ¡Las compré para ellos! ¿No quieres
venir y...? —se interrumpió al verlo sentado con las piernas contra el pecho,
los brazos cruzados sobre las rodillas, el mentón apoyado allí y el libro a un
lado, reposando sobre el césped—. Andy, ¿está todo bien?
—Oh, sí —se apresuró a decir, sonriendo. Pero el gesto cayó rápidamente.
—No sonó muy convincente —insistió ella, acercándose y sentándose a su
lado.
—Bueno, yo... han sido unas semanas bastante locas, ¿no crees?

No la miró. Había momentos, especialmente en los que hablaba a corazón

abierto, en los que le era absolutamente imposible mirar a la gente a la cara.
Era entonces cuando fijaba los ojos en algún punto perdido, tratando de
hablar sin demasiadas pausas, empujándose a no cerrarse ante la
aterradora idea de ser completamente sincero. Existía un pensamiento
inconsciente que lo arrimaba a pensar que podrían juzgarlo. Lo último que
quería era darle una impresión pobre a Cate, después de todo, parecía ser
una de las pocas personas que no tenía una imagen torpe, ridícula o
chistosa de él. No podía darse el lujo de arruinarlo.

—Todo lo de la librería... me ha puesto a pensar bastante. No recuerdo

mucho de mi abuelo —empezó a decir, pasando saliva por la garganta. De
repente la sentía seca, y el precioso lugar en el que estaba resplandecía
menos, como si el sol si hubiera ocultado tras gruesos nubarrones grises—.
Pero sí algunas cosas... como que siempre intentó que creyera en la magia.
Solía decir que se encontraba en los libros, aunque nunca pensé que
estaría literalmente en lo correcto —diciendo lo último, no pudo evitar una
suave, fugaz y triste sonrisa—. Me lleva a preguntarme qué ocurrió,
¿sabes? Por muchos años traté de no pensar en ello, pero... esto es como
un constante recordatorio. ¿Por qué se fue? ¿Porque nos dejaría... por qué
𝘮𝘦 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘳𝘪́𝘢? Lo sé, no debería darle vueltas al asunto ahora. Pero es algo
complicado no hacerlo.
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