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DEL
CIELO La provisión de Dios para
una victoria espiritual personal
MARK I. BUBECK
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. A MENOS QUE SE INDIQUE LO CONTRARIO EL TEXTO BÍBLICO
SE TOMÓ DE LA SANTA BIBLIA NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL. © 1999 POR LA SOCIEDAD
BÍBLICA INTERNACIONAL
ISBN: 978-0-8297-5541-1
09 10 11 12 ❖ 7 6 5 4 3 2 1
1 Reyes 18:36-38
E sta tiene que ser una de las imágenes más poderosas de la inter-
vención de Dios en todo el Antiguo Testamento. Ciertamente
para muchos de nosotros esta imagen ha llegado a quemarse en nues-
tra imaginación desde bastante tiempo atrás como en nuestros días
de Escuela Dominical y el tablero de franela. El gran profeta, gritan-
do insolentemente a su Dios, ante todos los sacerdotes paganos y los
inconstantes israelitas: y Dios envía el fuego desde el cielo, para consu-
mir el holocausto e incluso para lamer toda el agua que debería haber
sido una resistencia para cualquier fuego normal. ¡Increíble!
El fuego bajó del cielo, y el pueblo creyó. ¡Iba a haber un aviva-
miento en la tierra! Y todavía... en su talento natural y humano, el
profeta Elías en realidad no era un hombre muy valiente.
En el drama de estos reveladores eventos, las palabras amena-
zantes de Jezabel provocaron su huida: «Que los dioses me casti-
guen sin piedad si mañana a esta hora no te he quitado la vida como
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Como un primer contacto con el rey, Dios envió a Elías para que
se encontrara con Abdías. Él estaba a cargo del palacio del rey Acab
y era un creyente temeroso de Dios que amaba y respetaba a Elías.
Dios en su soberanía había puesto a Abdías en esa posición estra-
tégica. Aprendimos que Abdías había escondido y alimentado a
cien profetas de Dios de los planes asesinos de la reina Jezabel para
matarlos. Ella había usado su alta posición para promover la malva-
da adoración de Baal a través de Israel. Abdías era un hombre sabio
y valeroso. Él podía arreglar una confrontación apropiada entre
Elías y el enfurecido Acab.
El día de la tensa reunión llegó. Acab fue a encontrarse con Elías.
Mientras permanecieron enfrentándose el uno al otro, Acab pro-
nunció palabras amenazantes y controvertidas: «¿Eres tú el que le
está causando problemas a Israel?» (1 Reyes 18:17). Él y su reino
hacía poco tiempo habían experimentado tres años y medio sin la
caída de lluvia alguna por causa de la palabra de Elías. Su ira estaba
allí, pero reprimida por su respeto hacia el profeta de Dios. Él sabía
que estaba tratando con el Dios de Israel y no solamente con un
hombre. Dios tiene formas de obtener la atención respetuosa inclu-
so de los más profanos.
«No soy yo quien le está causando problemas a Israel —respon-
dió Elías—. Quienes se los causan son tú y tu familia, porque han
abandonado los mandamientos del Señor y se han ido tras los baa-
les. Ahora convoca de todas partes al pueblo de Israel, para que se
reúna conmigo en el monte Carmelo con los cuatrocientos cincuenta
profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Aserá que se
sientan a la mesa de Jezabel» (1 Reyes 18:18-19). Esas palabras llama-
ron la atención de Acab hasta el punto que siguió las instrucciones
de Elías. Ordenó a esos falsos profetas e invitó a los líderes de Israel
y a las demás personas a encontrarse con Elías en el monte Carmelo.
Las desastrosas consecuencias de tres años y medio sin que cayera
una gota de lluvia habían captado toda la atención de estas personas.
Esta era una hora desesperada. La nación entera estaba impactada.
Este era un asunto de vida o muerte. Si Elías tenía alguna respuesta,
ellos querían escuchar lo que él tenía que decir.
El drama del momento fue electrizante. Feroces tensiones esta-
ban fluyendo. Una pugna de fuerzas religiosas y políticas de gran
magnitud estaba ocurriendo. El poder del Espíritu Santo de Dios
estaba sobre Elías cuando él dijo: «¿Hasta cuándo van a seguir inde-
cisos? Si el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo; pero si es
Baal, síganlo a él» (1 Reyes 18:21).
Todo el mundo permaneció en silencio. Nadie se atrevió a
hablar. El poder de búsqueda de Dios los estaba influenciando a tra-
vés de las palabras de Elías. La mayor parte de las personas todavía
mantenían una pasiva lealtad al Señor, al Dios histórico de Israel,
pero también continuaron con su corrupta implicación en la ado-
ración de Baal. Las inmoralidades religiosas asociadas con las prác-
ticas de Asera también fueron parte de la mezcla. A pesar de que
Dios más tarde asegura a Elías que él había reservado para sí mismo
siete mil personas en Israel, incluso estas personas permanecieron
en silencio. No se habían inclinado ante Baal ni lo habían «besado»
para expresarle amor ni devoción a Baal, pero el clima político y el
pecado de los tiempos las habían intimidado en un silencio tempo-
ral. Elías enfrentó este reto por sí solo.
Sin embargo, Elías sí obtuvo atención. Estas personas estaban
dependiendo de cada una de sus palabras. En ese momento estra-
tégico, Elías presentó un desaf ío lógico y poderoso: «Entonces Elías
añadió: —Yo soy el único que ha quedado de los profetas del Señor;
en cambio, Baal cuenta con cuatrocientos cincuenta profetas. Trái-
gannos dos bueyes. Que escojan ellos uno, y lo descuarticen y pon-
gan los pedazos sobre la leña, pero sin prenderle fuego. Yo prepara-
ré el otro buey y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé
fuego. Entonces invocarán ellos el nombre de su dios, y yo invocaré
el nombre del Señor. ¡El que responda con fuego, ese es el Dios ver-
dadero!» (1 Reyes 18:22-24). Ese desaf ío generó una respuesta inme-
diata de la gente. Ver caer el fuego sobre el sacrificio preparado sería
una evidencia obligatoria: «Lo que usted dice es bueno», exclamaron
las personas con entusiasmo. Ellas vieron una oportunidad para que
sus confusiones y sus dudas fueran resueltas. La aclaración estaba a
punto de emerger. ¿Jehová es el Dios todopoderoso de Israel o Baal
es el Dios verdadero? ¿Elías es un profeta del Dios verdadero y vivo
o los profetas de Baal serán capaces de demostrar su legitimidad?
La maldad siempre trae su propio equipaje de decepción, de
culpa y de incertidumbre. Como el contexto lo demuestra, parece
que los profetas de Baal estaban confiados del desaf ío. Al igual que
aquellos sabios hombres egipcios, los brujos y los magos que habían
1 Reyes 18:30-35
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del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Asimismo,
nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios.
Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu
que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él
nos ha concedido» (1 Corintios 2:10-12). Para Jesús era muy impor-
tante que sus discípulos esperaran en Jerusalén hasta que el Espí-
ritu Santo hubiera sido derramado sobre ellos (Hechos 1:8; Lucas
24:49). El Espíritu Santo suministró la fuerza que necesitaron para
llevar a cabo la solicitud de su Señor y para suministrar la ilumina-
ción de la Palabra de Dios a fin de que ellos pudieran ver la verdad
espiritual y entender la voluntad y planes de Dios.
Jesucristo ofreció la esencia del avivamiento a estos creyentes
que conformaron la iglesia en Laodicea. Sin embargo, así como lo
había afirmado, ellos cayeron en un estado de decepción y decli-
nación espiritual grave. Jesucristo les dio esperanza para la restau-
ración completa y algunos premios espirituales fenomenales. Aquí
hay un significado profético. Este es uno de varios pasajes enérgicos
que brindan la esperanza de que Dios nos conceda un avivamiento
espiritual grandioso en estos últimos días.
Si Cristo ofreció a Laodicea dicha promesa de avivamiento, tiene
la misma proposición para nosotros. Laodicea era la última iglesia
a la que él dirigió la palabra en Apocalipsis 2 y 3, y como tal, pare-
cería tener significado especial para los tiempos finales. Para el
entendimiento de muchos, esta iglesia representa la condición pre-
dominante que caracterizará a las iglesias evangélicas en los tiem-
pos finales.
Necesitamos escuchar a nuestro «Consejero admirable» y empe-
zar a «comprar» de él.
el tema que había sido mencionado por su profeta del Antiguo Tes-
tamento en Isaías 55.
A mi entender, cuando armonicemos el consejo de nuestro Señor
para Laodicea con el mensaje de Isaías 55, seremos traídos al aviva-
miento prometido. El pueblo de Dios que en obediencia escuche el
consejo de nuestro Señor en Apocalipsis 3:18 y fielmente «compre»
de él, experimentará este avivamiento. Una conclusión tal, armo-
niza con lo que Jesucristo transmite en sus continuas palabras a la
iglesia de Laodicea. Después de exhortarles que «compren» de él
lo que se necesitan y que respondan a su disciplina con arrepenti-
miento fervoroso, él se vuelve muy personal y transmite cuánto es
capaz y de qué forma está preparado para satisfacer las necesida-
des de ellos: «Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo» (Apo-
calipsis 3:20).
Estas palabras con frecuencia han sido aplicadas a lo que le ocu-
rre a una persona cuando se convierte en un creyente cristiano.
Aunque podría ser apropiado usar este texto para ilustrar lo que
acontece en nuestras vidas cuando estamos salvos, la apreciación
apropiada del contexto no se enfoca en la salvación. Jesús ofrece
su sanación para el tibio desastre espiritual de ellos. Él deseaba que
estas personas experimentaran el avivamiento. Les ofrece la esen-
cia del mismo.
Los aspectos personales del avivamiento permanecen en el enfo-
que. A medida que uno ofrece ayuda, Cristo enérgicamente excla-
ma: «Mira que estoy a la puerta y llamo». Sabe que él es la respuesta
a lo que su pueblo necesita. En la confusión de una condición tibia,
materialista y espiritual, el pueblo de Dios puede caer en la falsedad
de pensar que nuestro Señor es renuente a traerlos al avivamiento.
Este texto refuta dichos pensamientos. En esencia, Jesucristo dice:
«Aquí estoy. ¡Estoy listo para traer mi sanación a ti!».
La intimidad de su oferta sigue indagando: «Mira que estoy a la
puerta y llamo». No pierda la ternura y el amor cuidadoso de estas
palabras. La puerta representa la esencia personal e íntima de cada
persona. Es lo que comúnmente llamamos nuestro corazón. Jesús
aparece en esa puerta y dice: «¡Aquí estoy!» Conocer la cercanía per-
sonal del señor Jesucristo es un momento tierno en la vida de cual-
quiera, pero él no se detiene allí; toca y sigue diciendo su nombre:
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