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El gasto público, por ejemplo, aumentó un 50% entre 1999 y 2007, mucho más
que en otros países de la eurozona.
Pronto, sin embargo, se hizo evidente que ese monto no sería suficiente, por lo
que un segundo rescate elevó la cifra total a 240.000 millones de euros.
Y, en ambos casos, como condición para facilitar el dinero se identificaron una
serie de medidas de austeridad.
Estas han incluido drásticos recortes del gasto público, mayores impuestos
y reformas al sistema de pensiones y el mercado laboral.
Pero el actual gobierno griego, que llegó al poder a inicios de año con una
plataforma anti-austeridad, ha estado intentado renegociar algunas de esas
condiciones de cara a un nuevo paquete de rescate estimado en 29.100
millones de euros adicionales.
Esta situación fue, de hecho, lo que llevó al poder a Syriza, el partido que
mejor supo recoger el descontento generado por las medidas de
austeridad.
Y los intentos del actual gobierno de izquierda por renegociar las condiciones
son los que han llevado la crisis a lo que parece ser –con el perdón de la
redundancia– su momento más crítico.
O, al menos, a un momento de definición que podría tener importantes
consecuencias para el futuro de la moneda común.
El primer ministro griego, sin embargo, dejó claro que para él la posibilidad de
una negociación –y por consiguiente de un acuerdo de última hora– se
mantiene abierta.
Pero hasta antes del referendo sus contrapropuestas habían sido consideradas
insuficientes.
Y el canciller alemán, Ángela Merkel, dijo que había que esperar el resultado
del referendo -un abrumador no- antes de pensar en reabrir una
negociación con el gobierno de Atenas.
Por su parte, los líderes europeos, empezando por Merkel, insistían en que la
pregunta era otra, aunque igualmente sencilla.
Afirmaban que lo que los griegos debían decidir el domingo era si quieren que
su país siga siendo parte del euro o no.
¿Es inevitable una salida del euro ahora que ganó el "No"?