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1. La locura
2. El laberinto
La lección del laberinto indica la necesidad de perderse para salir, de modo análogo
podemos suponer que no es el laberinto lo que pierde al hombre, sino la falta de hilo.
El logos será ese hilo que restablecerá la continuidad, una posibilidad para el hombre
de “hilar” lo que está destejido, la discontinuidad entre hombre y dioses. El logos, la
palabra de “verdad”, el discurso como amo de la verdad, será ocasión de encuentro.
Orfeo es la manifestación musical de Dionisios, suavización de su figura hostil. Los
misterios de Eleusis se consideran como una variación de los cultos dionisíacos, una
intelectualización, quizás, de aquellos arcaicos cultos de la tierra. Las tablillas más
antiguas que nos hablan de los misterios órficos muestran momentos de diálogo entre
iniciador e iniciado. Hay un aspecto teatral en los misterios que se vincula a los
orígenes de la tragedia. En el proceso de suavización de los rasgos crueles de
Dionisios, el dios aparece con un nuevo aire juvenil, Dionisios muchacho, juguetón y
jugador, entreteniéndose con los nuevos símbolos lúdicos, la pala, el peón, los dados y
el espejo. Cuando el joven Dionisios se mira al espejo ve el mundo, los hombres y los
elementos. El mundo es el reflejo de la cara de Dionisios. Los juguetes de Apolo son
las palabras y los signos, sus jugadas se especializarán en los azares de los torneos
verbales.
3. Adivinación
Colli se apoya en Heráclito para criticar a Nietzsche, el sabio griego nos habla de un
Apolo sin ungüentos ni ornamentos. No es la apariencia ni la proliferación de formas lo
que caracteriza a Apolo sino su ambigüedad. Apolo es el dios del arco y de la lira.
Construidos ambos con el mismo material, los cuernos del chivo, pero colocados en
una disposición diferente, la caza y la música nos ofrecen los aspectos ambivalentes
del dios de Delfos. Aspectos antitéticos y complementarios, el arco y la lira se oponen
para el mundo de la superficie, el de la opinión. Los pensamientos del dios son flechas
que el intérprete debe atrapar. La composición extraña de las palabras del dios,
expresan la existencia de un mundo oculto, es decir hostil.
La fractura metafísica, este mundo, otro mundo, tiene variadas consecuencias, pero no
hay que perder de vista que, quizás, antes que cualquier otro atributo, implica
hostilidad de parte del dios, y temor de los hombres. El más allá es amenaza. El más
allá nos señala un poder y un ojo de cualidades extraordinarias. El dios es dueño del
tiempo, convierte nuestro futuro en destino.
4. Enigma
“Las cosas manifiestas que hemos atrapado, las dejamos, las cosas ocultas que no
hemos visto ni atrapado, las traemos”; la naturaleza última de las cosas aparece
oculta, lo oculto no lo vemos ni atrapamos, pero lo llevamos dentro, del Piojo al Ser.
“El sol tiene la extensión de un pie humano”, “muerte es todo lo que vemos estando
despiertos”, “a la naturaleza primordial le gusta ocultarse”, “los confines del alma no
podremos encontrarlos caminando, aunque recorramos todos los caminos: así de
profunda es su expresión”, “el dios es día noche, invierno verano, guerra paz, saciedad
hambre”; el mundo que nos rodea es un tejido ilusorio de contrarios, un enigma cuya
solución es la unidad, el fuego que todo quema y todo genera.
6. Misticismo y dialéctica
Heráclito nos mantiene en el mundo religioso en el que lo “oculto” es ley. Sigue vigente
lo que Colli llama “el fondo escabroso del enigma”. El pasaje del pensamiento
religioso, de la palabra mágico-religiosa a la palabra secular, palabra racional, es el
tema de este capítulo. El puente es la dialéctica. Término clásico y siempre actual de
la tradición filosófica, es comúnmente sinónimo de contradicción. Se llama dialéctica al
pensamiento heraclíteo, porque afirma la vigencia de la contradicción en el devenir del
ser, se llama dialéctica al arte del diálogo que se desarrolla en los libretos filosóficos
de Platón, y se llama dialéctica, quizás la más conocida, a la que inventó Hegel, como
proceso de contrarios que se van sintetizando en nuevas y más pletóricas unidades.
Agreguemos que Marx sumó materialismo filosófico a dialéctica hegeliana y nos da
como resultado el conocido materialismo dialéctico. Generalmente la dialéctica tiene la
doble acepción de implicar la acción de los contrarios por un lado, y la prédica que
todo tiene que ver con todo en un proceso universal de acciones y reacciones. Todo lo
que va, vuelve, etc. Aquí, en este texto, dialéctica es una práctica discursiva oral que
Colli destaca en los orígenes del pensamiento racional. Se sitúa más acá de la
escritura y pertenece a los arcanos de la antigua tradición cultural de los griegos.
Desde los misterios órficos, y antes aún, desde las prácticas oraculares, los griegos
eran protagonistas de duelos verbales y elogiaban al diestro en este arte. La dialéctica
aparece cuando se va fundiendo el “fondo escabroso del enigma”, cuando el desafío
se da entre hombres en un decorado en que los dioses callan. Interrogador e
interrogado se sitúan frente a frente. El interrogador toma la iniciativa, y lo que antes
era planteo de enigma, será aquí problema, escollo u obstáculo según asimilaban los
griegos. Problema era el obstáculo que lanzaba el maestro dialéctico como el escollo
que encontraba el marino al acercarse a la costa. Problema o peñasco. De esta
práctica que tenía sus sorpresas la lógica emerge en un primer intento de establecer
las normas para una discusión correcta, y una teoría general de la deducción o de la
demostración. El interrogador plantea el problema bajo una forma, como ya era
tradicional, contradictoria. El interrogado si acepta el desafío, elige una de las dos
proposiciones presentadas. Esta será la tesis. El interrogador mediante una cadena de
preguntas con sus correspondientes respuestas, tendrá por objetivo hacerle confesar
al interrogado lo erróneo de su elección, refutará su tesis. Esta operación no implicará
ningún procedimiento forzoso o violento, será la misma necesidad del encadenamiento
de razonamientos que hará que el interrogado se declare vencido, es decir,
convencido.
7. La razón destructiva
Con los procedimientos dialécticos sujetos al azar, al accidente de las miradas, a las
entonaciones personales, a la rapidez o lentitud de las respuestas, al desorden al que
podían llevar las preguntas accesorias, no permitían construir un edificio racional que
supone un mínimo dogmatismo, principios básicos. La tarea del dialéctico es destruir
la argumentación del adversario, elija la proposición que elija. El héroe de este capítulo
es Zenón, pero el aspecto más interesante es Parménides. La escuela de Velia es una
de las piedras basales de la fundación filosófica, reacciona contra el pitagorismo y,
según Colli, también contra las consecuencias extremas de la puja dialéctica. Si es
posible dialectizar cualquier verdad, enfrentarla con otra, refutarla a la medida de la
maestría del dialéctico, todo puede ser verdadero y falso a la vez. El “Ser” de
Parménides, es un camino elegido que no incluye opciones alternativas. Es la primera
llamada de atención al modo de pensamiento antitético-complementario, la vía legítima
es una sola, el camino de la verdad, el camino del ser. Lo extraño es que para Colli, la
filosofía de Parménides es la exposición de su benevolencia, de su compasión hacia
los hombres. A pesar de la irremediable distancia que media entre las palabras y el
fondo oculto del mundo, Parménides da algo así como un voto de confianza al
lenguaje humano y lo hace merecedor de la palabra-verdad. Para esto será necesario
la aniquilación de la dialéctica, o al menos, de sus excesos. Es cierto que esta palabra
verdad no se manifiesta en la superficie, sigue perteneciendo al fondo oculto de las
cosas, requiere desviarse del camino que Parménides llamaba el de la opinión, y
escuchar la voz del ser, como decía Heidegger. El “ser” cópula de aquello “otro” que
está sucediendo. El Ser no es nada ni algo, no ocupa lugar, es lugar, es el lugar en el
que todo acontece, es el camino de lo Uno, de la continuidad, frente a la
discontinuidad pitagórica. Camino de la unión política, según Capizzi, de la conciliación
humano-divina, según Colli.
8. Agorismo y retórica
Colli está llegando al fin de su cometido. Nos lanza una frase enigmática que me
cuesta desentrañar. Colli dice que la “razón” de los sabios de la Grecia arcaica era
índice de otra cosa. Estaba prendida a un fondo religioso, tenía una función alusiva. Si
recordamos que, según Heráclito, Apolo no mostraba ni ocultaba, sino indicaba, y que
en el lugar del lenguaje oracular había una mezcla de lo divino con lo humano, el
enigma puesto en discurso sólo tenía sentido si era voz que provenía de las fuerzas
ocultas. En una palabra la razón comenzó a operar en un terreno religioso sin el cual
será imposible entenderla. La sabiduría se juega en un terreno de polémica y desafío
que no olvida el distanciamiento metafísico. Con los juegos dialécticos, la fractura de
mundos comienza a desdibujarse, los torneos verbales tienen vencedores y vencidos
de acuerdo con reglas humanas, y la maestría en este arte parece no requerir la
inspiración de musas ni el privilegio de la posesión. La sabiduría ya es objeto de
transmisión y enseñanza, de competencia y destreza. Se inicia así un proceso de
autonomización, la función alusiva del discurso se pierde y el hombre se queda con el
lenguaje como el escultor con la masa de arcilla o la piedra, una materia prima para
transformar.