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Guía de lectura para el Nacimiento de la Filosofía de Giorgio Colli

por Tomás Abraham

El milagro de la filosofía germina, para Colli, por cuatro momentos igualmente


“milagrosos”. La locura, el laberinto, el enigma, la dialéctica, nos darán un doble fruto:
la retórica y, finalmente, la filosofía. A través de estos momentos, de estas figuras del
lenguaje, se destejen los tiempos fundamentales del nacimiento de la filosofía, así
como los paisajes más salientes de la historia griega.

Pensar a la filosofía como la etapa culminante de un proceso teórico-social, insistir en


este aspecto y no tanto en su tradicional rol fundador, ya sea de la Razón occidental, o
de la sabiduría de occidente, de la ciencia, de la educación, de la moral o del
humanismo, o, para los pesimistas, de la decadencia y de la degeneración, de
cualesquiera de los epítetos fabricados por los ansiosos de grandes mayúsculas y de
orígenes definitivos, implica mezclarla con lo que se diferencia de ella, desde la locura
hasta la literatura. El itinerario de Colli es un camino poético. Comienza por
enfrentarse a Nietzsche y termina uniéndose a él desde una nueva diferencia. Recorre
una espiral heterogénea al filósofo y retoma contacto desde una zona original. Una vez
que revierte la tradicional bipolaridad Diónisios-Apolo, y sus máscaras, sin fondo-
forma, profundidad-superficie, música-artes visuales, embriaguez-mesura, caos-
cosmos, éxtasis-conocimiento, vuelve a juntarse a Nietzsche en el cráter del Volcán.
La filosofía aparece para ambos como un género decadente en relación a la época de
los antiguos sabios, pero ya no por una sustitución de Diónisios por Apolo, sino por la
incapacidad de un nuevo tipo de saber escritural en relación a la vitalidad y misterio
del agonismo arcaico. Colli es a Nietzsche, lo que Zenón fue a Parménides, el mejor
discípulo por ser el más desobediente.

1. La locura

El conocimiento, lo que los hombres llaman conocimiento humano, aquello que


Nietzsche signó como maldición cayendo sobre la humanidad desde que a Sócrates
se le ocurrió inventar la moral, tiene, para Colli, la densidad y la gloria de los partos. El
conocimiento empuja a través de los arcanos de la antigua adivinación, y, enfrentando
a Nietzsche, dice que no son los impulsos salvajes los que se retuercen sufrientes bajo
el imperio de la razón, sino el saber humano el que desespera por nacer ante la
mirada del Déspota Juguetón. El hombre es Prometeo gimiendo su rabia, encadenado
por Zeus, sabiéndose derrotado pero negándose al silencio, aullando el profundo
desprecio y la arbitrariedad del monarca celestial. Prometeo, el anti-animal y el anti-
dios, el que con su hígado creó la zona de la sabiduría humana. El hombre será un ser
hepático.

Si la sabiduría homérica era destreza, habilidad y astucia, la sabiduría de Delfos es


iluminación, manifestación, precisión. El saber oracular conjuga con el abajo-arriba, el
pasado y el futuro. El porvenir de los hombres es el presente de los dioses, dueños de
la mirada del águila, visión inhumana lanzada a lo humano como si fueran flechas, es
decir pensamientos, enigmas. Heráclito decía: Apolo no afirma ni oculta, indica. La
manifestación de lo divino se presenta como nudo, laberinto, señuelo, adivinanza, es
un regalo cuyo contenido estará determinado por el agasajado, la sabiduría o la
muerte. La esfinge tebana devoraba a sus pacientes.

El pasaje de lo divino a lo humano estará marcado por una deformación, un lenguaje


extra-ordinario, indescifrable, y la voluntad de saber obligará a una nueva deformación,
a un acto sobrehumano: desanudar el nudo de la manía. Los cuatro delirios
constituyen zonas híbridas en las que se encuentran la palabra mágico-religiosa y la
palabra humana. La locura profética, la mistérica, la poética y la erótica, son potencias
divinas y humanas, mezclas extrañas que requieren una iniciación para ser
descifradas. Voz de los dioses a través de lo humano, voz humana inspirada en los
dioses, la sabiduría es manía, hybris, un exceso que tiende un puente entre dos
mundos alejados y enfrentados.

2. El laberinto

De la locura al laberinto, obra humano-divina, construcción de liberación y perdición,


simiente del saber. La sabiduría se sitúa en un terreno peligroso, ambiguo, un arma de
salida y un cepo aterno, un filo de mínimo espesor sobre un abismo, atravesarlo,
conjurarlo, desanudarlo o desandarlo constituye el desafío que ungirá al sabio.

Dédalo es el arquitecto del laberinto. Dédalo, es el sobrenombre que usa Georges


Bataille, Daedalus es uno de los protagonistas de James Joyce en el Ulyces. Es un
personaje apolíneo que condensa la posibilidad de inventiva y la sabiduría técnica.
Juego, belleza, artificio, encarnados en laberintos, vacas de madera. Ovillos,
construcciones artificiales metidas en medio de un desafío, es el espacio en el que se
combinan belleza y violencia. La historia mítica del laberinto a través de sus diferentes
versiones, nos muestran un relato variado en el que la lucha pasa de las manos del
dios, Dionisios, a manos humanas o heroicas, Teseo. El laberinto es el camino
tortuoso que llevará a Teseo hasta el Minotauro, para darle muerte y liberar a Ariadna,
o será trampa urdida por Dionisios para reducir al presunto liberador.

La lección del laberinto indica la necesidad de perderse para salir, de modo análogo
podemos suponer que no es el laberinto lo que pierde al hombre, sino la falta de hilo.
El logos será ese hilo que restablecerá la continuidad, una posibilidad para el hombre
de “hilar” lo que está destejido, la discontinuidad entre hombre y dioses. El logos, la
palabra de “verdad”, el discurso como amo de la verdad, será ocasión de encuentro.
Orfeo es la manifestación musical de Dionisios, suavización de su figura hostil. Los
misterios de Eleusis se consideran como una variación de los cultos dionisíacos, una
intelectualización, quizás, de aquellos arcaicos cultos de la tierra. Las tablillas más
antiguas que nos hablan de los misterios órficos muestran momentos de diálogo entre
iniciador e iniciado. Hay un aspecto teatral en los misterios que se vincula a los
orígenes de la tragedia. En el proceso de suavización de los rasgos crueles de
Dionisios, el dios aparece con un nuevo aire juvenil, Dionisios muchacho, juguetón y
jugador, entreteniéndose con los nuevos símbolos lúdicos, la pala, el peón, los dados y
el espejo. Cuando el joven Dionisios se mira al espejo ve el mundo, los hombres y los
elementos. El mundo es el reflejo de la cara de Dionisios. Los juguetes de Apolo son
las palabras y los signos, sus jugadas se especializarán en los azares de los torneos
verbales.

3. Adivinación

Encontrar el hilo de la razón es lección laberíntica, el arte de la adivinación, la mántica.

Colli se apoya en Heráclito para criticar a Nietzsche, el sabio griego nos habla de un
Apolo sin ungüentos ni ornamentos. No es la apariencia ni la proliferación de formas lo
que caracteriza a Apolo sino su ambigüedad. Apolo es el dios del arco y de la lira.
Construidos ambos con el mismo material, los cuernos del chivo, pero colocados en
una disposición diferente, la caza y la música nos ofrecen los aspectos ambivalentes
del dios de Delfos. Aspectos antitéticos y complementarios, el arco y la lira se oponen
para el mundo de la superficie, el de la opinión. Los pensamientos del dios son flechas
que el intérprete debe atrapar. La composición extraña de las palabras del dios,
expresan la existencia de un mundo oculto, es decir hostil.

La fractura metafísica, este mundo, otro mundo, tiene variadas consecuencias, pero no
hay que perder de vista que, quizás, antes que cualquier otro atributo, implica
hostilidad de parte del dios, y temor de los hombres. El más allá es amenaza. El más
allá nos señala un poder y un ojo de cualidades extraordinarias. El dios es dueño del
tiempo, convierte nuestro futuro en destino.

Arbitrariedad de los dioses, absoluta libertad de juego, sus designios son


insospechables porque las potencias divinas son caprichosas, se permiten a sí
mismas lo que no permiten a los hombres, son arrogantes y exigen moderación.

4. Enigma

El enigma se separa de la adivinación desde el momento en que el desafío entre


hombre y dios, se convierte en lucha entre humanos. La investidura del amo o maestro
de la verdad garantizaba el poder de la palabra mágico religiosa, en este caso el
maestro de la verdad o sabio, será el que resulte proclamado vencedor en una
contienda que enfrenta fuerzas semejantes. El título de sofos o maestro deberá ser
conquistado y no descuidado, la autoridad ganada podrá ser perdida en cualquier
momento, desde el mismo instante en que otro candidato dispute o desafíe al amo del
saber. La historia de Calcante y Mopso ilustra los vaivenes por los que atraviesan los
maestros de la verdad, una vez que el saber tiene una función pública y ya no
descansa sobre una supuesta y definitiva delegación de los dioses. Si el Rey era el
delegado de las potencias divinas, y sus representantes, profetas o poetas, los
voceros del orden celestial, desde el momento en que se quiebra el orden monárquico,
y cae paulatinamente su sucedáneo, la nobleza aristocrática, el saber será prenda a
conquistar, a pelear, sin otra garantía de verdad que la que los contendientes aceptan
respetar.
5. El pathos de lo oculto

“¡Oh! Mi Señor, mi Dios, cantaré para ti un himno fúnebre, un canto de entierro.


Porque por tu entierro me has abierto las puestas de la vida, y por tu muerte has dado
muerte a la Muerte.” Heráclito.

Heráclito es el héroe de este capítulo que comienza con Homero. La anécdota es la


del sabio-poeta Homero que no adivina el enigma de los pescadores, y muere de
aflicción. Se cumple la profecía. El enigma se expone con sus pares de elementos
contradictorios: lo que hemos atrapado —lo que no hemos atrapado, lo que hemos
dejado— lo que traemos, estos elementos bipolares referidos a los piojos, colocados
de modo diferente “a como era de esperar”, producen el desconcierto, las semillas del
engaño. Juntar cosas imposibles de juntar, pero que, a pesar de todo, a pesar de
confeccionar un monstruo, un fuera de especie, indican algo real, es el desafío, la
puesta a prueba de la calidad del que se proclama sabio. Heráclito recuerda la derrota
de Homero, prolonga el enigma, construye un enigma sobre el enigma, y afirma que
los piojos, el elemento sustancial que echó por tierra al más grande poeta de la
antigüedad, no son los piojos, los piojos son las cosas manifiestas, que también
engañan al hombre en general. Tirar lo visto y atrapado, el mundo de la apariencia
sensible, y traer consigo lo oculto y dejado, es el camino de la sabiduría.

Según Colli, para Heráclito, la experiencia de los sentidos se nombra mediante el


lenguaje, y la discontinuidad a la que obliga la articulación de las palabras, mundo
discreto, elemental, compuesto por unidades, nos da la ilusión de un objeto sustancial,
real, exterior, origen de nuestra experiencia. Al contacto de elementos fluídicos, desde
lo cutáneo hasta las moléculas de agua y al efecto térmico que provoca en el sujeto, a
esta experiencia irreductible, el hombre la llama río, y por la fijeza de la palabra crea
un río afuera. Afirmará que le será posible bañarse dos veces en el mismo río,
olvidando que la experiencia que junta cuerpos es siempre única.

“Las cosas manifiestas que hemos atrapado, las dejamos, las cosas ocultas que no
hemos visto ni atrapado, las traemos”; la naturaleza última de las cosas aparece
oculta, lo oculto no lo vemos ni atrapamos, pero lo llevamos dentro, del Piojo al Ser.

“El sol tiene la extensión de un pie humano”, “muerte es todo lo que vemos estando
despiertos”, “a la naturaleza primordial le gusta ocultarse”, “los confines del alma no
podremos encontrarlos caminando, aunque recorramos todos los caminos: así de
profunda es su expresión”, “el dios es día noche, invierno verano, guerra paz, saciedad
hambre”; el mundo que nos rodea es un tejido ilusorio de contrarios, un enigma cuya
solución es la unidad, el fuego que todo quema y todo genera.

6. Misticismo y dialéctica

Heráclito nos mantiene en el mundo religioso en el que lo “oculto” es ley. Sigue vigente
lo que Colli llama “el fondo escabroso del enigma”. El pasaje del pensamiento
religioso, de la palabra mágico-religiosa a la palabra secular, palabra racional, es el
tema de este capítulo. El puente es la dialéctica. Término clásico y siempre actual de
la tradición filosófica, es comúnmente sinónimo de contradicción. Se llama dialéctica al
pensamiento heraclíteo, porque afirma la vigencia de la contradicción en el devenir del
ser, se llama dialéctica al arte del diálogo que se desarrolla en los libretos filosóficos
de Platón, y se llama dialéctica, quizás la más conocida, a la que inventó Hegel, como
proceso de contrarios que se van sintetizando en nuevas y más pletóricas unidades.
Agreguemos que Marx sumó materialismo filosófico a dialéctica hegeliana y nos da
como resultado el conocido materialismo dialéctico. Generalmente la dialéctica tiene la
doble acepción de implicar la acción de los contrarios por un lado, y la prédica que
todo tiene que ver con todo en un proceso universal de acciones y reacciones. Todo lo
que va, vuelve, etc. Aquí, en este texto, dialéctica es una práctica discursiva oral que
Colli destaca en los orígenes del pensamiento racional. Se sitúa más acá de la
escritura y pertenece a los arcanos de la antigua tradición cultural de los griegos.
Desde los misterios órficos, y antes aún, desde las prácticas oraculares, los griegos
eran protagonistas de duelos verbales y elogiaban al diestro en este arte. La dialéctica
aparece cuando se va fundiendo el “fondo escabroso del enigma”, cuando el desafío
se da entre hombres en un decorado en que los dioses callan. Interrogador e
interrogado se sitúan frente a frente. El interrogador toma la iniciativa, y lo que antes
era planteo de enigma, será aquí problema, escollo u obstáculo según asimilaban los
griegos. Problema era el obstáculo que lanzaba el maestro dialéctico como el escollo
que encontraba el marino al acercarse a la costa. Problema o peñasco. De esta
práctica que tenía sus sorpresas la lógica emerge en un primer intento de establecer
las normas para una discusión correcta, y una teoría general de la deducción o de la
demostración. El interrogador plantea el problema bajo una forma, como ya era
tradicional, contradictoria. El interrogado si acepta el desafío, elige una de las dos
proposiciones presentadas. Esta será la tesis. El interrogador mediante una cadena de
preguntas con sus correspondientes respuestas, tendrá por objetivo hacerle confesar
al interrogado lo erróneo de su elección, refutará su tesis. Esta operación no implicará
ningún procedimiento forzoso o violento, será la misma necesidad del encadenamiento
de razonamientos que hará que el interrogado se declare vencido, es decir,
convencido.

La dialéctica mantiene el arte de la disimulación que caracterizaba al enigma. El


interrogador debe saber distraer al interrogado con preguntas banales o accesorias
que oculte el objetivo que se propone. Esta discusión reglada exige la búsqueda de
medios o conceptos de alcances cada vez más amplios, nociones de grado general y
abstracto que serán regla en el raciocinio discursivo. Las ideas de necesidad,
probabilidad, existencia o sustancia. Del agonismo a la dialéctica, y de ésta a la razón.

7. La razón destructiva

Con los procedimientos dialécticos sujetos al azar, al accidente de las miradas, a las
entonaciones personales, a la rapidez o lentitud de las respuestas, al desorden al que
podían llevar las preguntas accesorias, no permitían construir un edificio racional que
supone un mínimo dogmatismo, principios básicos. La tarea del dialéctico es destruir
la argumentación del adversario, elija la proposición que elija. El héroe de este capítulo
es Zenón, pero el aspecto más interesante es Parménides. La escuela de Velia es una
de las piedras basales de la fundación filosófica, reacciona contra el pitagorismo y,
según Colli, también contra las consecuencias extremas de la puja dialéctica. Si es
posible dialectizar cualquier verdad, enfrentarla con otra, refutarla a la medida de la
maestría del dialéctico, todo puede ser verdadero y falso a la vez. El “Ser” de
Parménides, es un camino elegido que no incluye opciones alternativas. Es la primera
llamada de atención al modo de pensamiento antitético-complementario, la vía legítima
es una sola, el camino de la verdad, el camino del ser. Lo extraño es que para Colli, la
filosofía de Parménides es la exposición de su benevolencia, de su compasión hacia
los hombres. A pesar de la irremediable distancia que media entre las palabras y el
fondo oculto del mundo, Parménides da algo así como un voto de confianza al
lenguaje humano y lo hace merecedor de la palabra-verdad. Para esto será necesario
la aniquilación de la dialéctica, o al menos, de sus excesos. Es cierto que esta palabra
verdad no se manifiesta en la superficie, sigue perteneciendo al fondo oculto de las
cosas, requiere desviarse del camino que Parménides llamaba el de la opinión, y
escuchar la voz del ser, como decía Heidegger. El “ser” cópula de aquello “otro” que
está sucediendo. El Ser no es nada ni algo, no ocupa lugar, es lugar, es el lugar en el
que todo acontece, es el camino de lo Uno, de la continuidad, frente a la
discontinuidad pitagórica. Camino de la unión política, según Capizzi, de la conciliación
humano-divina, según Colli.

Zenón extremará la afirmación de que el mundo de la opinión nos desvía de la verdad,


lo hará mostrando las infinitas paradojas de lo aparente, la realidad visible se
diseminará como arena, tendrá la consistencia del vapor. Es interesante la posición de
Aristóteles al fracasar en su intento lógico de refutar las paradojas de Zenón, arguyó,
que las aporías de Zenón sólo pueden superarse por accidente, refiriéndose a lo que
ocurre, haciendo correr a la tortuga junto a alguien infinitamente más veloz. Aristóteles,
el lógico, sabía que había momentos en que hay que dejar de pensar, como también
sabía que el sol gira alrededor de la tierra, segura y quieta en su órbita. Experiencia
que nosotros repetimos cada día, cuando nos damos cuenta que pisamos suelo firme.

8. Agorismo y retórica

Colli está llegando al fin de su cometido. Nos lanza una frase enigmática que me
cuesta desentrañar. Colli dice que la “razón” de los sabios de la Grecia arcaica era
índice de otra cosa. Estaba prendida a un fondo religioso, tenía una función alusiva. Si
recordamos que, según Heráclito, Apolo no mostraba ni ocultaba, sino indicaba, y que
en el lugar del lenguaje oracular había una mezcla de lo divino con lo humano, el
enigma puesto en discurso sólo tenía sentido si era voz que provenía de las fuerzas
ocultas. En una palabra la razón comenzó a operar en un terreno religioso sin el cual
será imposible entenderla. La sabiduría se juega en un terreno de polémica y desafío
que no olvida el distanciamiento metafísico. Con los juegos dialécticos, la fractura de
mundos comienza a desdibujarse, los torneos verbales tienen vencedores y vencidos
de acuerdo con reglas humanas, y la maestría en este arte parece no requerir la
inspiración de musas ni el privilegio de la posesión. La sabiduría ya es objeto de
transmisión y enseñanza, de competencia y destreza. Se inicia así un proceso de
autonomización, la función alusiva del discurso se pierde y el hombre se queda con el
lenguaje como el escultor con la masa de arcilla o la piedra, una materia prima para
transformar.

El héroe de este capítulo es Gorgias, y con él comienza la era de la declinación de los


sabios. Gorgias, italiano del sur, griego de la periferia, es uno de los inventores de la
retórica, un experto en las artes dialécticas y un conocedor de las pujas eruditas de su
tiempo. Supo darle a su saber un uso práctico. Siguiendo la crónica de Roland
Barthes, la palabra retórica nace en los conflictos que enfrentan a los habitantes de
Siracusa que habiendo perdido sus tierras por invasiones, tienen la posibilidad de
recuperarlas una vez liberadas. A falta de registros de propiedad, se arma el
escándalo y la discusión sobre lo que es mío y es tuyo, y, frente al general desacuerdo
fue necesario establecer un sistema de consultas populares.

La “exposición” de las razones particulares adquirió la mayor importancia, un dialéctico


diestro como Gorgias, discípulo del mago Enpédocles, tenía algo que ofrecer a la
naciente democracia. Sustituir al adversario de la justa dialéctica por un público de
oyentes no es sólo una cuestión de número, cambia la característica del adversario,
porque el público lo sigue siendo. El adversario es la resistencia que imponen los
espectadores a ser seducidos y dar su definitivo acuerdo. Estos verán sucederse a
una serie de oradores que harán las piruetas imaginables para provocar el mayor
encanto, hijos de Peithó, las fuerzas del engaño estarán al servicio de la verdad, habrá
que hacer de ésta, de la verdad, algo verosímil. La verdad no basta, su vigencia
dependerá de que se crea en ella, debe parecer verdad. Gorgias, hijo de la dialéctica,
padre de la retórica, fuerza hasta sus últimas consecuencias las enseñanzas de
Zenón, Si Zenón de muestra por el absurdo la actualidad de la palabra parminídea, el
mundo que se ve no es, lo que es no se ve, se sabe, Gorgias exponente del fin de la
época de los sabios, mediadores entre hombres y dios, disuelve la fractura metafísica.
El temor que tenía Parménides a los excesos a los que podía llevar la dialéctica se ve
confirmado por el pensamiento de Gorgias. Nada existe, nada es posible conocer,
nada hay que comunicar.

Se da la quizás significativa coincidencia de la autonomía del saber con respecto de


las potencias divinas y el alejamiento de la escritura de la voz. Instrumento público
desde la introducción del alfabeto fenicio, la escritura sirve en una primera instancia a
los maestros de retórica como apoyatura de sus discursos. Sus pregones solitarios
frente a un público silencioso no permitían las licencias inesperadas ni las
improvisaciones no calculadas del recitado de memoria. La imaginación retórica
modifica el carácter sorpresivo del ejercicio dialéctico, y da un nuevo lugar a la
escritura. Colli nos habla de una pequeña transgresión de enormes consecuencias que
tuvo como culpable, entre otros a Zanón, y luego a Gorgias. Fue el momento en que
escribieron algún mínimo discurso y jugaron con la “peithó” de la escritura para un
posible y anónimo lector, escribir para ser leído, por otro. El espectáculo de la escritura
es síntoma de la muerte de las musas que susurraban a los oídos del elegido, y fecha
de nacimiento del lector.
9. Filosofía como literatura

Y llegamos al final. Es el momento del nacimiento de la filosofía. Pero sucede que el


arte humorístico de Colli muestra a esta “criatura compleja y mediata”, presa de un
proceso de descomposición en los primeros momentos en que comenzaba a disfrutar
de las luces del alba. La filosofía sólo tuvo infancia. Platón es escritor, víctima del arte
de las palabras, juguete de las copias y de los simulacros, la literatura lo ancla en el
mundo de lo aparente. El diálogo deriva de la retórica y de la dialéctica escrita,
agreguémosle un poco del arte de la comedia que ungió a Aristófanes, discusiones
imaginarias, situaciones y escenarios estilizados, tensión dramática, un arte del
ridículo, sumémosle la ausencia de interlocutores vivos, y tendremos al amo que le
corresponde. Pero retrocedamos a la antigua Grecia, la que fue antigua para Platón, y
no nos olvidemos que la vista era órgano divino, los videntes eran protagonistas, el
futuro se veía y después se oía, y tampoco olvidemos la voz que inspira al poeta, la
que pronuncia enigmas, la voz encantadora de la seducción amorosa, la voz frágil y
escurridiza del dialéctico, la voz del maestro de retórica que hechiza a su auditorio, la
voz del orador y político que es capaz de crear opiniones con fuerza de verdad, la voz
es órgano de poder, acústica y mandato. Zeus, dueño del trueno.

La escritura, signos grabados en una pasividad insignificante, es la convención


extrema. Prototipo de simulacro, derivado de lo ya derivado. Primero el Uno, luego el
Ojo, luego la Voz, ¿y después qué?, una mano que marca, que hiende e inscribe un
líquido sobre una superficie limpia, qué relación puede tener con la verdad semejante
operación, qué maestro de verdad puede corresponderle a este artificio menor? El
filósofo. Platón se queja de su escritura, se siente confiado al arte, a la forma. En esta
queja aún vibra la antigua Voz. En Platón, como dice Colli, aún vive la emoción de la
dialéctica de los antiguos sabios, pero está por perecer, la filosofía será tratado,
sedimento, cristal. A la espera de un nuevo trueno que la despierte de su sueño lógico.

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