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ULTIMOS MOMENTOS

I) E

D. Juan José Julio y Ellzalde

SANTIAGO DE CHILE

IMPRENTA SAN JOSÉ


_ Av. Cóndell, 5 0 =
LICENCIA DE LA AUTORIDAD ECLESIASTICA

MIHI oistar
Daniel Iglesias Pbro.
Cens. dep.

Santiago, 28 de Enero de 1935.—Visto el informe del


revisor nombrado, Presbítero don Daniel Iglesias, con-
cédese la autorización necesaria para la impresión y pu-
blicación del opúsculo intitulado «Ultimos momentos de
D. Juan José Julio y Elizalde», de que es autor el Pres-
bítero don Alejandro Huneeus.—Tómese razón.— EL
ARZOBISPO DE S A N T I A G O . — F a r i ñ a Serio.
O B J E T O DE E S T E OPUSCULO

Me mueve a hacer esta ligera exposición de


los últimos momentos de D. Juan José Julio y
Elizalde, el deseo de cumplir un deber de jus-
ticia, es decir, el contribuir con algo a la repa-
ración necesaria de los errores -y daños causa-
dos a las almas por su actitud y sus palabras.
Su conversión en sus últimos momentos y re-
cepción de los SS. Sacramentos, aunque es un
hecho ya conocido, llegará, por medio de este
opúsculo a oídos, talvez de otras almas qué
aun lo desconozcan y disipará algún error por
él sembrado o hará surgir una saludable re-
flexión. Si tan sólo consiguiera arrancar de un
corazón generoso una plegaria ferviente por el
alma de este buen amigo, daría por bien emplea-
dos mis esfuerzos.
El trabajo del año y otras preocupaciones me
impidieron realizar antes, como tanto deseaba,
mi propósito; aprovecho ahora estos días de va-
caciones para llevar a término, Dios mediante,
esta modesta exposición.
SUS U L T I M O S M O M E N T O S

Conocí a D. Juan José Julio y Elizalde,


a principios del año de 1932, en los me-
ses de verano; pude hablar largamente con
él en repetidas ocasiones; pero no es mi ob-
jeto narrar aquí estas entrevistas y otras inci-
dencias acaecidas más tarde referentes a su retrac-
tación pública, a su viaje a Argentina y a una
nueva retractación en que se desdecía de la ante-
rior y que apareció en uno de los periódicos de
Santiago en los primeros meses del año 1933.
Recuerdo, sí, con placer los innumerables ra-
tos que pasamos juntos, las veces que en las ma-
ñanas desayunaba en su compañía en la parro-
quia que tuve a mi cargo y las interesantes
reminiscencias de su pasada vida.
Guardo para mí de todo esto, la persuasión
íntima de la sinceridad de su primera conversión
y pública retractación tantas veces por él mismo
a mí asegurada y a otras personas; tan libremen-
te efectuada y de cuya veracidad continuó él
mismo certificando más tarde.
Creo también que influjos y compromisos
de distinta índole, por él explicados en confi-
dencias de intimidad, lo hicieron aparecer más
tarde como desdiciéndose de lo que efectivamente
no quería desdecirse: su verdadera vuelta a Dios
y a la fe católica.
Pero como ya he dicho, no es mi intento re-
mover esos hechos ni buscar publicidad con la
relación de esos detalles. Me interesa presentar
la disposición última de su voluntad para con-
seguir la reparación en lo posible, según fué
su postrer deseo, pidiendo con todo enca-
recimiento, la ayuda para su alma, de algún
sufragio.
Supe en los últimos días de Enero de 1934
que el Sr. Julio y Elizalde se encontraba enfer-
mo de gravedad en el Hospital de S. Vicente
de esta ciudad de Santiago, después de haber
hecho una gira dando conferencias en el norte.
Me trasladé, cuanto antes al Hospital y fui reci-
bido por el enfermo con los brazos abiertos y
visibles muestras de alegría. Conversamos lar-
go rato, con absoluta tranquilidad y gracias a
Dios, sin interrupciones. Fué el día Jueves 2 5
de Enero, ocho días antes de su muerte. Me di
perfecta cuenta de sus óptimas disposiciones y
al mismo tiempo del estado de gravedad en que
se hallaba. Varias veces me insistió dicíéndome
que se sentía muy mal, que había creído morir-
se en el barco que lo trasladaba enfermo del
norte y me aseguró que uno de sus deseos más
vehementes, apenas había llegado, era hacerme
llamar. Desde un principio se manifestó llano a
recibir los SS. Sacramentos y a arreglar su situa-
ción de conciencia como un fiel hijo de la Igle-
sia Católica. Comprendí que no se podía perder
tiempo y lo exhorté a prepararse para hacer su
confesión en el siguiente día Viernes.
Desgraciadamente el Viernes por la tarde, así
como el Sábado-por ía mañana y tarde que in-
tenté poder acercarme a él y estar algún rato a
solas, necesario para oír su confesión, me fué
imposible hacerlo; diferentes personas,lo impe-
dían. Conociendo los últimos deseos del enfer-
mo arbitré el recurso de venir después de comida
y de hacerme acompañar de los testigos necesa-
rios que presenciaran su última retractación y
sentimientos.
E n las declaraciones de testigos que a conti-
nuación se exponen se hace referencia a este
hecho y se describen algunos detalles. Puedo
asegurar por mi parte que en la conversación que
sostuve con él, durante su retractación y en la
recepción de SS. Sacramentos, su entendimiento
era perfectamente lúcido; aparecía en todo mo-
mento una manifestación sincera de su concien-
cia y aun más, como un deseo vehemente que el
enfermo deseaba satisfacer..
En voz clara y entera reconoció a Jesucristo
verdadero Hijo de Dios, la verdad de la Iglesia
católica a la cual volvía como hijo fiel y en la
cual deseaba morir. Fué repitiendo distintamente
una fórmula de abjuración de sus errores, re-
cibió todos los SS. Sacramentos con visibles
muestras de devoción y el santo escapulario del
Carmen; también le apliqué la indulgencia ple-
naria "in articulo mortis" y otras personas
presentes que firman como testigos del acto,
pudieron también apreciar entre las muestras
sensibles de su arrepentimiento y piedad, como
llevaba la medalla milagrosa de la Inmaculada
a sus labios para imprimir en ella el ósculo de
la veneración y del aprecio.
Varias veces han venido a mi mente aquellos
recuerdos que él me repitió más de una vez, de
su pasada y cristiana vida: El mes de María
predicado en Lima, sus himnos compuestos a
la Virgen, el panegírico de la Asunción predica-
do en la parroquia que honra a la Madre de Dios
en tal misterio, y he visto cumplirse una vez
más, como la Virgen Santísima no abandona en
la última hora al hijo que alguna vez le fué fiel
y le profesó tierna devoción.
El Miércoles por la mañana, día de S. Pedro
Nolasco fundador de la Orden de la Merced a
la cual había pertenecido, tuve el gusto de poder
administarle por segunda vez muy de mañana el
santo viático que recibió en plena lucidez y
devotamente. Era el día víspera de su muerte.
Se había agravado notablemente; su familia
resolvió trasladarlo aquella misma noche a su
casa, entre otras razones, para evitar la autopsia.
No pude estar a su lado en el momento mismo
de su muerte que ocurrió al día siguiente, Jue-
ves 1» de Febrero, más o menos a las 7.30 P.
M. de la tarde. Una persona de mi confianza
que pudo estar con él en la mañana de ese día,
notó que a ratos perdía la cabeza; pero en los
momentos de lucidez manifestaba sus mismos
sentimientos cristianos de los últimos días.
El Viernes 1* del mes, y día 2 de Febrero pu-
de encontrarme de mañana al lado de su ataúd y
le recé privadamente un responso para descanso
de su alma firmemente persuadido que el Buen
Dios lo había acogido con su Infinito y Mise-
ricordioso Amor después de sus inequívocas
muestras de arrepentimiento.
El Sr. Capellán del Hospital de S. Vicente y
estimado amigo, Pbro. D. Manuel Valdebenito
tuvo oportunidad de conversar varias veces con
«1 enfermo formándose también él, la convicción
de su sincera conversión y retractación, como
deia constancia en su declaración.
He querido evitar en esta relación toda alu-
sión que pueda herir, o molestar a personas deter-
minadas, procurando tan sólo exponer los he-
chos principales y que juzgo suficientes para
cumplir el móvil que me ha impulsado a escri-
bir estas líneas.
N o olvide, pues el lector, que Dios N. Señor,
recompensará la caridad de encomendar esta al-
ma que El supo acoger en su Infinita Miseri-
cordia.
ALEJANDRO HUNEEUS COX

DECLARACION DEL TESTIGO MANUEL


MARCHANT H.

(Repórter de "El Diario Ilustrado" y Redac-


tor de Vida Religiosa, del mismo diario).
Eran las 8.30 de la noche del 27 de Enero
del presente año, cuando recibí un recado te-
lofónico del Pbro. señor Alejandro Huneeus
Cox, mi distinguido amigo de muchos años a
quien tiene el gusto de conocer en Roma, cuando
había cantado su Primera Misa.
El señor Huneeus alcanzó a decirme por el
fono que necesitaba mis servicios para que le
sirviera de testigo en la administración de los
últimos Santos Sacramentos, de nuestra Sagra-
da Religión, al tristemente célebre Pope Julio.
Pocos momentos más tarde, el señor Huneeus
en persona pasaba a buscarme a la Crónica 3«
— 10 —

"El Diario Ilustrado" donde me encontraba?


redactando mi sección Vida Religiosa.
Nos dirigimos al Hospital de San Vicente,
donde estaba don Juan José Julio y Elizalde.
Por el camino, el señor Huneeus me informó
de la llegada del señor Julio a Santiago, pues,
se encontraba en el norte dando conferencias pú-
blicas, cuando le sobrevino la enfermedad que
terminó con sus días.
De aquel pueblo lo babía traído su familia
para medicinarlo y ahora estaba postrado en la
cama N ? 26, de lá Sala S. Benjamín de ese Hos-
pital.
Supe, además, que el enfermo, sintiéndose
muy grave, había pedido que el señor Huneeus
lo fuera a ver, porque quería abjurar de todos sus
errores, confesarse y morir en el seno de la Igle-
sia. Esta era ya su postrera voluntad.
Yo tenía particular interés en asistir a presen-
ciar la conversión definitiva de este hombre;
hasta "cierto punto él había contraído conmigó
Una deuda y quería dejarla saldada.
El año pasado, a principios de 1933, hice
una jira de mes y medio por las principales
ciudades del sur, dando conferencias religioso-so-
ciales, por especial encargo del Exmo. y Rvmo.
señor Arzobispo. Los Excmos. señores Obispos
Diocesanos de Linares y Valdivia, me pidieron
— 11 —

estas conferencias. En uno de los temas que tra-


té, titulado "Veinte siglos de Cristianismo",
hablé del triunfo glorioso de la Religión y de
lai maravillosas conversiones." Como era lógico,
cité especialmente el hecho de importantísima
actualidad, como era la conversión del Pope
Julio. Leí, (durante mis conferencias, los docu-
mentos públicos que Julio y Elizalde habíía ¡fir-
mado en Santiago, haciendo pública protesta
ante Notario, de sus pasados errores, de sus ata-
ques a la Iglesia y sus Ministros y de la vuelta
a la fe.
Ese mismo año, por la estación de Radio de
"El Diario Ilustrado", dicté una conferencia,
la tarde del Viernes Santo, sobre "El X I X Cen-
tenario de la fundación de la Iglesia Católica",
con motivo del año Santo; ahí volví a recalcar
este hecho singular, que lo atribuía a tan glorio-
so centenario de nuestra Redención.
Esta modesta obra de propaganda, sobre la
conversión absoluta y completa de don Juan
José Julio y Elizalde, fué realizada, pues, a
través de catorce ciudades del sur y en plena ca-
pital de la República; o sea, medio país se había
impuesto de tan grato suceso.
Sin embargo, tuve el más rotundo desmenti-
do, cuando el Pope Julio a su regreso de Argen-
tina y Uruguay volvía otra vez a dictar confe-
rencias. Me quedé consternado y profundamente
— 12 —

humillado; sentí como que había engañado a


mis oyentes de las ciudades que recorrí. Se pu-
plicaron vistosas entrevistas en diarios de San-
tiago, asegurando que el Pope seguía tan con-
trario a la Iglesia como en sus primeros días.
Todos estos recuerdos se agolpaban a mi men-
te, mientras el coche acortaba la distancia que
nos separaba del Hospital San Vicente. Iba, pues,
a pagarme de esta antigua y valiosa deuda.
Esta vez, el arrepentimiento del señor Julio
parecía ser el definitivo, porque era el último de
su vida.
Hubo personas que trataron a toda costa
de impedir que el enfermo arreglara sus nego-
cios espirituales.
Pasaré por alto los medios de que tuvimos
que valemos para llegar hasta el lecho del
señor Julio, en la sala común del hospital.
En cuanto el enfermo conoció al señor Hu-
neeus, que le hablaba, le manifestó sus deseos de
confesarse. He de advertir que ya antes había
hablado largo rato con él y lo mismo había he-
cho con el Pbro. señor Valdebenito, capellán del
Hospital, quien le hizo un repaso de las verdades
de la Religión y de los Fundamentos de la Fe.
Antes de retirarnos los circunstantes, el señoí
Huneeus le dirigió algunas preguntas, en pre-
«encia de todos los enfermos de la sala, quienes,
— 13 —

por ser todavía temprano, estaban despiertos y


presenciaron este hecho.
Las preguntas fueron más o menos:
—¿Cree en Jesucristo, verdadero Hijo de
Dios?
—Sí, creo, respondió el enfermo.
—¿Cree en la Iglesia Católica, Apostólica y
Romana?
—Si creo, porque fué fundada por Nuestro
Señor.
Entonces, el señor Huneeus nos pidió que lo
dejáramos a solas con el enfermo.
Terminada la Confesión, se le administró
el Santo Viático y la Extrema Unción.
He de hacer notar, que el enfermo repetía en
datín; y contestaba de acuerdo con la liturgia, a
las invocaciones de los sacerdotes; esto lo pue-
den atestiguar los demás circunstantes.
En seguida, el señor Huneeus le preguntó si
quería se le colocara el escapulario de la Santísi-
ma Virgen del Carmen, a lo que el enfermo acce-
dió
Por último, dijo el señor Julio que quería ha-
cer una profesión de fe, tal como la había pedido
que se la escribieran momentos antes.
Entonces, el señor Huneeus le leyó una fór-
mula. El enfermo fué repitiendo palabra por pa-
— 14 —

labra, con voz pausada y completa, que se enten-


día perfectamente.
La profesión solemne de Fe, que pronunció
delante de nosotros, el señor Juan José Julio y
Elizalde, es del tenor siguiente:
"Hoy 27 de Enero, postrado de gravedad en
el Hospital de San Vicente, en pleno dominio de
mis sentidos, con vivo deseo, dejo constancia^
libre y expontáneamente, que profeso la Religión
Católica, Apostólica y Romana; y que después de
haber recibido los Santos Sacramentos, en pre-
sencia de los enfermos de toda la sala y otros tes-
tigos, moriré tranquilo, confiando mi alma al
Infinito y Misericordioso Amor de Nuestro Di-
vino Redentor.
Como expresión de mi última voluntad, de-
claro especialmente para todos los que me escu-
charon: que el arrepentimiento de mis errores y
extravíos es profundo y sincero y les pido que
conozcan y amen a Jesucristo y a la Iglesia Ca-
tólica por El fundada, en cuyo regazo vivo
contento en este postrer tiempo de mi vida, la-
mentando mis debilidades y falta de sinceridad
que de ella me separaron. ¡Ten misericordia de
mf, Señor, te ofrezco el sacrificio de mi vida,
da luz a los extraviados.!"
De palabra, agregó el señor Julio y Elizalde
que, como no podía firmar esta declaración, por
— 15 —

su grave estado, la tuvieran como expresión


cierta de su voluntad y que estas serían sus últi-
mas confesiones de fe cristiana, de lo cual ya no
volvería a retractarse ni a desmentir más.
Intentó firmar siquiera con su nombre, el
papel original, en que estaban escritas las pala-
bras que él pronunció de viva voz; pero no pudo
hacerlo; su estado era de mucha gravedad y,
materialmente, no se le podía mover de la posi-
ción en que estaba.
Los testigos, quedamos convencidos de que
este hombre quería morir verdaderamente arre-
pentido y en tan hermosa disposición de ánimo.
Los circunstantes nos retiramos profunda-
mente emocionados del acto que presenciamos.
Hubimos de sujetar los sollozos y las lágrimas.
De mí, se decir que quedé con el corazón com-
pungido. El recuerdo de esta escena no se borrará
jamás de mi cerebro. Y puedo declarar que me
reconcilié con el señor Julio y Elizalde, pues, en
forma real y verdadera, asistí a su conversión de-
finitiva.
Doy fe de cuanto he escrito, firmando este
testimonio. En Santiago, a 28 de Octubre de
1934. Cuarto Domingo del mes. Festividad de
Cristo Rey
MANUEL MARCHANT H .
— 16 —

DECLARACION D E L C A P E L L A N D E L
HOSPITAL D E S . VICENTE

A fines de Enero de 1934 llegó a la sala de


San Benjamín, del Hospital de San Vicente, el
Sr. D. Juan José Julio y Elizalde , vulgarmen-
te conocido con el nombre de Pope Julio.
Diariamente el Capellán del Hospital le hacía
una visita, en su lecho, a las 4.15 de la mañana.
Con gran fervor rezaba las oraciones de la
mañana y me pedía le leyera algunas meditacio-
nes tomadas de "Las Verdades Eternas" y de
"La Imitación de Cristo".
En una ocasión le dije: "Quid, enim, prodest
homini, si mundum universum lucretur", y él
terminó, "animae vero suae detrimentum patia-
tur?" Y agregó: "Es la Suprema verdad".
Le pregunté un día: Está Ud., Señor Julio,
arrepentido del mal inmenso que Ud. ha causa-
do a la Iglesia? Y me respondió textualmente:
"Estoy profundamente y sinceramente arrepen-
tido".
¿Cómo va a reparar. Señor Julio, los males
que ha causado por sus conferencias irreligiosas
f positivistas? me respondió: "Convirtiéndome
en un Cruzado de la causa católica".
Repetidas veces me dijo que pidiera al Sr.
Huneeus un librito de Sermones que él escribió
— 17 —

cuando era buen sacerdote, lamentando ser ése


el único ejemplar que le quedaba.
A petición suya, lo preparé para que hiciera
una Confesión el 27 de Enero. Se confesó con
el Sr. Huneeus, recibió el Santo Viático y la
Santa Unción, a las 9 de la noche de ese día, con
edificante piedad, delante de todos los enfer-
mos de la sala.
Continuamente besaba con mucha fe las me-
dallas y escapularios que se le impusieron, y
como a veces algunas visitas le despojaron de
estos objetos religiosos, pidió a la Hermanita de
la sala que se las cosiera en la camisa de dormir.
Me decía que tenía muchos repuestos.
En cada visita que le hacía, se mostraba muy
agradecido por las atenciones que recibía.
En una de las visitas que le hice me dijo que si
Dios le conservaba la salud sería un abnegado
sacerdote y haría nuevamente una pública profe-
sión de fe y una retractación de sus errores.
En varias ocasiones me dijo que había sido
explotado en sus conferencias y en prueba de mi
aserto, agregaba, aquí me tiene, -enfermo y po-
bre, en una sala común.
M A N U E L VALDEBENITO
Capellán del Hospital de S. Vicente
— 18 —

T E X T O DE LA R E T R A C T A C I O N Y
FIRMAS D E LOS T E S T I G O S

Santiago, 27—1—1934

Hoy 27 de Enero, postrado de gravedad en


pleno dominio de mis sentidos, con vivo deseo
dejo constancia libre, y expontáneamente, que
profeso la religión católica, apostólica y romana;
y que después de haber recibido los SS. Sacra-
mentos, en presencia de los enfermos de toda la
sala y otros testigos, moriré tranquilo confian-
do mi alma al Infinito y Misericordioso Amor
de N. Divino Redentor.
Como expresión de mi última voluntad decla-
ro especialmente para todos los que me escucha-
ron: Que el arrepentimiento de mis errores y
extravíos es profundo y sincero y les pido que
conozcan y amen a Jesucristo y a la Iglesia Ca-
tólica por El fundada en cuyo regazo vivo con-
tento en este postrer tiempo de mi vida, lamen-
tando mis debilidades y falta de sinceridad que
de ella me separaron.—¡Ten misericordia de mí
Señor, te ofrezco el sacrificio de mi vida, da luz
a los extraviados.
Damos fe de que ante nosotros el Sr. Julio y
Elizalde hizo la declaración precedente, entre 9 y
— 19 —

9.30 de la noche del Sábado 27 de Enero de


1934 y recibid en nuestra presencia el S. Viático
y la Extrema Unción, habiéndose confesado pre>-
viamente. Se le impuso también el escapulario
del Carmen y se le aplicó la indulgencia plenaria
"in articulo mortis," dando en todo ello muestras
de expontánea devoción, especialmente en los
actos de fe, esperanza y amor por él pronuncia-
dos y además manifestando sincero arrepenti-
miento:

M A N U E L VALDEBENITO O .
Capellán del Hospital

ALEJANDRO H U N B E U S C. Pbro.

SOR MARGARITA
Hija de la Caridad
Superiora del Hospital

SOR A N G E L A
Hija de la Caridad

MANUEL MARCHANT H .
Repórter de «El Diario Ilustrado»
y Redactor de «Vida Religiosa»
- 20 —

LISTA DE LOS ENFERMOS QUE ASISTIERON A LA


ADMINISTRACION DE LOS ULTIMOS SACRAMEN-
TOS Y A LA RETRACTACION DEL SR. J U A N
J . JULIO Y ELIZALDE EL SABADO 2 7
DE ENERO DE 1934

Cama N 9 1 Juan Zúñiga.—2.—3 Carlos


Narvaez.^—4 Vicente Cid.— 5 Alberto Riqüel-
me.—6 Eleuterio Quiñones.— 7 Luis Azocar.—
8 Luis Calderón.—9 Laurencio Martínez.—10
José Hernández.—11 José Yammas.—12 Pe-
dro Pizarro.—13 Zacarías Espinoza.—14 Fer-
mín García.—15 Ramón Villalobos.—16 Fran-
cisco Castillo.—17 Juan Molina.—18 Onofre
Aguila.—19 Ramiro Calderón.— 20 Manuel
Marín.—21 Pedro Hernández.— 22 Pedro Ossa.
— 2 3 Carlos Vielma.— 24 Manuel Bustainan-
te.—25 Miguel Reyes.—26 (Juan José Julio
Elfcalde).
Pieza.—Jorge Walton.—Oscar Gajardo.

A. M. D. G. et B. M. V .

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