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Filosofía del derecho: El Estado. §§ 257; 258; 260; 261; 262; 263; 272; 274; 279; 280; 281; 301; 302; 303; 311; 340;
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palabra alemana.
El Estado es una revelación; pero en el sentido de que la
razón se autorevela, no en el sentido de misterio, algo que escapa a
la razón misma sino, por el contrario, un autopresentarse de la razón
en la forma más racional de todas, precisamente, el Estado. En ese
sentido, el Estado es la figura superadora de todas las tensiones,
oposiciones, dualismos precedentes; en especial, de la tensión entre
la inmediatez familiar y la mediatez profunda de la sociedad civil.
El Estado se revela como la verdad respecto de estas dos esferas, que
no son sino momentos del autodesarrollo, de la autorrevelación, de la
presentificación del Estado, tal como el devenir era la verdad del ser
y de la nada.
De entrada nomás, Hegel retoma la crítica a la visión
iusnaturalista moderna de Estado, a la cual él le imputa no superar,
no haber ido más allá, de la mera noción de sociedad civil. Y de algún
modo Hegel tiene razón -de algún modo o de modo pleno, depende del grado
de hegelianismo de cada uno de ustedes-, porque desde el punto de vista
hegeliano, las teorías políticas modernas, partiendo del individuo,
constituyen una mera administración de justicia. Se nombran un sistema
para administrar la justicia, definida la justicia a partir del sistema
que le garantiza a cada individuo la obtención más racional posible
de beneficios personales. La teoría política moderna, a diferencia de
lo que entiende Hegel -es decir, que ser miembro de un Estado es el
deber supremo-, asume la pertenencia a un Estado como una suerte de
mal necesario. Lejos de ser el deber supremo, es como una imposición;
racional, sí, pero casi a regañadientes. No creo que ni en Hobbes ni
en Rousseau sea tan así como lo presenta Hegel; pero es cierto que el
mismo Kant dice: ingresa al Estado, hazte miembro de un Estado, si no
puedes prescindir de él. Como diciendo: lo ideal sería que no existiera
el Estado; pero lamentablemente tiene que existir. Mientras que para
Hegel, por el contrario, vivir en un Estado es la realización plena
de la persona humana, el logro de su libertad.
Esta crítica, en la Observación al § 258 está muy
desarrollada. Aquí está el reconocimiento a Rousseau de haber partido,
como dice Hegel, de haber asentado al Estado en el pensamiento, en la
forma en que lo define Rousseau: como voluntad; pero pensamiento al
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Ahora bien, cual sea o haya sido el origen histórico del Estado
en general [...] todo esto no incumbe a la idea misma del
Estado.
de la unificación planetaria.
Tampoco Kant la aceptaba; ahora bien, Kant daba argumentos
empíricos para no aceptar la lógica del Estado planetario. Kant no es
un pensador de la universalidad. Al contrario: Kant entiende que tienen
que subsistir las unidades políticas regionales, las diferencias, si
bien los dos argumentos que da Kant no son muy "kantianos", si ustedes
quieren: para imponerse, ese Estado tendría que ser un despotismo. El
Estado planetario es despótico, dado que es tal el poder que tiene que
ejercer, que no puede articular adecuadamente las diferencias; las
tiene que suprimir a la fuerza, porque si no, no puede regir como
Estado. Pero entonces para poder regir como Estado se autoanula
deviniendo Estado despótico. Y la otra razón que da Kant es: la
naturaleza, Dios, hizo que los hombres se separaran; que hablaran
distintas lenguas, que fueran diversos, que tengan distintas costum-
bres, etc.. Entonces, unificarlos sería anular un dato natural innega-
ble. Y para anularlo, hay que ser despótico.
Y de algún modo esto está en Hegel: el respeto por la
diferencia impide un Estado planetario.
Lo cual es cierto, porque la figura actual del Estado
planetario se basa en la anulación de la diferencia. Estados Unidos
vale como Estado planetario o gendarme planetario en la medida en que
monopoliza la definición de racionalidad, y ubica fuera de esa
definición de lo que la civilización o la cultura norteamericana da
de racionalidad a todos los que no se ajustan a ella. O sea: monopoliza
la interpretación de lo racional.
La idea del respeto de la diferencia conlleva la pluralidad.
Ahora bien, esa pluralidad para Hegel tiene que ser de formas
estatales, no de tribus, por ejemplo. Pero el Estado tiene su sentido
en la medida en que no es universal. La idea de universalidad sería
una idea del entendimiento, porque el entendimiento sueña con el
concepto que explique todo, el nombre de todos los nombres. Entonces,
el entendimiento, que no media bien entre universalidad y
particularidad, sueña con un universal absoluto. Mientras que la
racionalidad hegeliana, en este punto, diría que lo auténticamente
racional, universal, es no ser absoluto; mantener la pluralidad de
Estados.
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En las relaciones entre los Estados, puesto que ellos están allí
como particulares, se manifiesta en su mayor dimensión el
juego sumamente movido de la interna par-ticularidad de las
pasiones, los intereses, los fines, los talentos, las
virtudes, la violencia, la injusticia, el vicio, la
contingencia externa, etc..
dice Hegel. Cuántos son, cómo son, cuánto duran, etc., eso es la marca
propia de cada situación particular.
Entonces, por un lado, la marcha de la historia revela que
a cada pueblo le corresponde la constitución propia del estadio
histórico en que ese pueblo se encuentra. Al pueblo ateniense le
corresponde un tipo de constitución que no concedía al momento de la
individualidad el espacio que la razón indica que le corresponde. A
los pueblos pioneros en el desarrollo económico moderno les
corresponde la constitución propia del momento de la sociedad civil,
en el sentido del sistema de las necesidades económicas. Por ejemplo,
Estados Unidos está en esa etapa, para Hegel. América Latina está en
una etapa más primitiva, demasiado atravesada de naturaleza. En
cambio, a la Europa continental -y sobre todo él aspira al mundo
germánico- le correspondería la constitución más adecuadamente
racional. Pero en el fondo no hay una arbitrariedad, sino que hay una
necesidad histórica que ajusta las constituciones al estadio en que
le cabe a cada pueblo representar un rol en esta marcha total de la
razón. Por eso él dice, en la Observación al § 274:
(Receso)
personal entre alguien que manda y alguien que obedece; si no hay una
relación soberano-súbdito, no es una relación política. No toda
relación en la que alguien impone su voluntad a otro es política. Pero
en la relación política hay una imposición de voluntades; entonces,
¿en qué se legitima esta situación, a partir de la que la conciencia
occidental asume como propia del ser humano la racionalidad y, de algún
modo, la libertad? ¿Cómo legitimar, entonces, una situación que parece
no amoldarse fácilmente a la idea de libertad?
La cosa se complica aún más en los modernos, porque asumen
que esos seres racionales y libres son, además, iguales. En realidad,
ya antes, en la conciencia bíblica está esta igualdad de todos los seres
humanos, de algún modo desconocida para el mundo prejudeocristiano.
Uno puede decir que ya en los filósofos griegos está esta idea. Pero
ellos piensan en la crisis del mundo patriarcal clásico; y aún en
grandes filósofos griegos no está esta idea de la igualdad de los
humanos, o bien hay una reducción de la característica de humano a un
determinado grupo, y no a todo animal humano, por así decirlo.
Entonces, la teoría moderna, en líneas generales -yo diría
casi sin excepción-, tiene que asentar la legitimidad de la relación
de mandato-obediencia en el consentimiento. Y teoriza -y esto sí es
ya más específicamente moderno- el consentimiento como un acto por el
cual la pluralidad de individuos se constituye como sujeto político
a partir del gesto unánime colectivo -y tiene que ser unánime, porque
el que no participa queda afuera; sería absurdo decir: yo participo
de este gesto, pero no voy a aceptar que me mande aquél. Si no aceptás,
no participás, te vas a otro lado- de instituir un poder, precisamente,
político.
Ese pueblo compuesto por una pluralidad de individuos, no
ya el pueblo comunitario de la teoría premoderna, sino un pueblo
atómico, se constituye en un conjunto de ciudadanos en el momento en
que establece un régimen político de soberanía.
Dicho de una manera más sencilla, esto es legitimar la
soberanía desde abajo. No es un invento de los modernos. Si bien siempre
todo ya lo dijeron los griegos -eso no se discute-, en el mundo más
cercano a nosotros, es una teoría católica de la Contrarreforma, donde
la relación es Dios-pueblo, y después recién viene el soberano.
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La representación...
del Estado, hay guerra; y para Rousseau, fuera del Estado justo hay
injusticia, desigualdad, explotación. ¿De dónde sacar el criterio
regulador del Estado, si no es del Estado mismo? Entonces, la soberanía
tiene que ser absoluta: tiene que ser ella creadora, causa sui.
En Hegel, que también es un pensador de la soberanía
absoluta, su filosofía política en última instancia gira toda en torno
a la idea de soberanía absoluta, como encarnación de la idea. Y con
lo que voy a leer se justifica que más de medio curso lo hayamos dedicado
a la Lógica:
como el estado de derecho podía ser pensado en las dos primeras décadas
del siglo XIX, en Alemania o en Francia. O, para ser más claros, después
de Napoleón.
Retomando, entonces, de ahí en más, se infiere como ulterior
emanación de la idea de soberanía -se ha encarnado y comienza a
ramificarse hacia abajo- toda la burocracia. Esta sería la lógica del
poder gubernativo en Hegel, que corresponde a los parágrafos que
siguen.
Ahora bien, nosotros estábamos viendo la estructura de la
eticidad hegeliana, y subimos desde la familia, pasando por la sociedad
civil; y a través de la estructura estamental y corporativa, la
sociedad civil enviaba -el término técnico es se reflejaba- en el
Estado a través de los representantes de las corporaciones. En el caso
de los hijos varones primogénitos de los propietarios de tierras, esos
eran los senadores, los miembros de la cámara alta. Y la cámara baja
estaba constituida, si la miramos desde abajo, por los representantes
de las corporaciones.
Ahora que estamos bajando desde el Estado, el lugar de
encuentro entre el reflejo de la sociedad civil y la soberanía
poniéndose como instituciones cada vez más particulares se produce en
el poder legislativo. Allí se encuentran los que vienen de abajo
-senadores y diputados- con los que vienen de arriba -el príncipe y
sus ministros-. Entonces, el poder legislativo es el lugar de la
conciliación, porque es el encuentro del universal que se está
encarnando con lo particular que se universaliza. Es el lugar de la
mediación por excelencia.
En el § 301, nos encontramos, en la traducción, con la
palabra "estamento". Claro, si yo, cuando hablo de la sociedad civil,
digo "clase", y cuando hablo de la sociedad política digo "estamento",
disuelvo lo específico del elemento hegeliano poniendo dos nombres
distintos; mientras que lo importante de Hegel es que la misma figura
-y entonces pongámosle un nombre- tiene este doble juego. Si se quiere,
hay que inventar un neologismo: "clase estamental" o "estamento
clasista". Pero aquí, en la sociedad política, no cabría hablar de
clases, porque son representantes políticos. Hegel usa siempre el
mismo término; pero el traductor opta por dos distintos, y acá usa
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