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ENSAYO SOBRE LA PARADOJA DE LA AUTORIDAD Y LOS PROBLEMAS DE

LA FORMACIÒN DEL CAPITAL SOCIAL

El presente escrito intentará analizar los problemas surgidos a partir de conocidos


dilemas, a saber: “The tragedy of the commons”, de Harding G.; “La aldea era una
fiesta”, de Julia barragán; y “El Dilema del Prisionero”, creado por Merrill Flood y
Melvin Dresher. La estructura del ensayo constará, en principio, de encontrar puntos en
común en cada una de las obras antes mencionadas. Luego, se tratará de analizar dichos
temas centrales, de acuerdo a las coordenadas del propio autor de este ensayo,
reinterpretando, así, el sentido de los mismos.

“The tragedy of the commons”, centra su atención en un grupo de pastores, ubicados en


un campo, quienes desean obtener la mayor cantidad de ganado como sea posible.
Dicha situación se sostiene satisfactoriamente en el tiempo debido a las constantes
guerras tribales, desastres naturales, caza y/o pesca furtiva, etc. Aquellos
acontecimientos permitían mantener en un nivel suficientemente bajo la cantidad de
animales y pastores que albergaba el campo. Pasado un tiempo llega el día del censo,
cuya finalidad sería lograr la estabilidad social, repartiendo a cada pastor una cantidad
equitativa de ganado. El problema arriba una vez que, como buen ser racional, el pastor
avizora la maximización de su ganancia. Así, nuestro pastor se pregunta: “¿Cuál sería
mi beneficio si agrego un animal de más a mi rebaño?”. De esta forma, pues, se da
cuenta que existe un beneficio y un perjuicio. El primero incrementa su utilidad +1 con
respecto a los demás pastores. El segundo, el perjuicio, implicaría un animal de más
alimentándose del pasto causando deterioros al medio ambiente; pero dicho daño es
compartido por todos los pastores. De esta forma, el pastor – como buen hombre
racional – busca maximizar en la mayor medida de lo posible su utilidad, lo que le
conlleva a escoger quedarse con un animal de más en su rebaño. Todo empieza a ser un
caos cuando cada pastor empieza a arribar a la misma conclusión. Ahí está la tragedia.
Therein is the tragedy of the common.

“La aldea era una fiesta” presenta a una aldea muy hermosa, que se despliega en un
piedemonte protegido y umbrío. Hace muchos años, el día del patrono de la aldea, se
vivía una inmensa alegría al reunirse cada aldeano en la plaza. Todos y cada uno de
estos alegres personajes vestían sus más variopintas vestimentas. La aldea toda era
cuidadosamente decorada, cumpliendo cada aldeano, desde los más jóvenes hasta los
más experimentados, un rol específico en la cooperativa dirigida a embellecer, ese día,
su aldea. Al caer el día, la fiesta daba inicio. Cada aldeano, hombres y mujeres, llevaban
litros y litros de su mejor vino, llenando un tonel colocado por la tarde, ese mismo día.
Cada personaje degustaba del mejor vino, disfrutaban, en general, de la fiesta, siendo
esta una forma de escape a las tensiones de la vida diaria… Pasado el tiempo, llegado el
día de la misma fiesta, alguien, nunca se supo quién, llevó su vasija lleno de un vino
menos noble. La atribución de responsabilidad iba y venía por todos los pobladores. La
fiesta se arruinó. Todos empezaron a sospechar de quien se encontraba a su costado.
Conforme pasaba el tiempo los aldeanos empezaban a disminuir la calidad del vino que
llevaban para la fiesta, acabando, así, en un escenario de recriminaciones y
desconfianza.

“El dilema de los prisioneros” nos sitúa en un contexto en el cual dos prisioneros son
capturados, sin embargo, no existen pruebas suficientes para condenarlo; por esta razón
son separados en dos compartimentos y asilados uno del otro. El Fiscal propone a cada
uno lo siguiente: si tú confiesas y el cómplice no, tú sales libre y el cómplice será
condenado a 10 años de pena privativa de libertad; si tú confiesas, y el cómplice
también, ambos serán condenados a 6 años de pena privativa de libertad; si lo niegas, y
el cómplice confiesa, serás condenado a 10 años de pena privativa de libertad y el
cómplice sale libre; si ambos lo niegan, son condenados ambos a 1 año de pena
privativa de libertad. Nótese que la pena máxima a imponerse será de 10 años. Aunado
a ello, el confesar siempre resulta en una reducción de la pena; incluso pueden salir en
libertad, por lo que resulta ser una opción muy atractiva para cada prisionero. Por otro
lado, la opción de no confesar, nos lleva a dos posibles consecuencias: i) sufrir la
máxima pena, 10 años; ii) ser condenado a un año. El dilema radica en que confesar
siempre es beneficioso para el individuo, sin importar la acción que realice el cómplice,
mientras que la opción de no confesar resultará beneficiosa siempre y cuando ambos
piensen en beneficio del grupo, en el beneficio mutuo. Así, toda decisión que tome cada
uno tendrá su basamento en la mutua confianza. Si esta es nula, se optará por confesar,
esperando que el otro niegue los cargos. Mientras que si existe cierto grado alto de
confianza, uno podría negar, esperando el mismo accionar del otro, en beneficio de
ambos.

La racionalidad individual y la racionalidad social. Todo ser humano racional busca


siempre maximizar sus utilidades. Esto responde a una cualidad inherente al ser
humano, es decir, propio de su evolución. El solo hecho de haberse reunido con otros
seres en comunidad radica en la necesidad de cada uno de afrontar los problemas que
condicionan su existir. En ese sentido, la existencia misma del grupo responde a una
necesidad en estricto individual. La evolución ha demostrado que el individuo por sí
solo no podría sobrevivir, por lo que en aras de su supervivencia (fin individual), se
involucra con otros para protegerse a sí mismo, creándose, así, una colectividad cuyo
mantenimiento responde necesariamente a la necesidad que tienen sus integrantes para
protegerse a sí mismos. Esta necesidad, con el paso del tiempo, se convierte en una
necesidad del grupo. Debe quedar claro que mientras más se mantenga en el tiempo el
motivo que reunió al grupo, este se mantendrá igualmente cohesionado. Sin embargo,
las condiciones que favorecen a la reunión de un grupo de personas puede verse
mermada por una serie acontecimientos que modifican el interés de cada individuo, ya
sea porque algún integrante decide formar parte de otro grupo, sus intereses ya no son
compatibles con los del grupo, la finalidad que lo motivó a reunirse ya ha fenecido, etc.
Es en esta situación en la cual el interés individual se contrapone al interés social. De
igual forma la racionalidad individual estará dirigida en contraste con una racionalidad
grupal o social. Habrá quienes busquen preservar o salvaguardar el bienestar del grupo,
y quienes busquen preservar o salvaguardar el bienestar del individuo (suyo o ajeno).
Las conductas dirigidas en base a la primera finalidad, son llamadas conductas morales.
Quienes dirijan su conducta en base a la segunda finalidad serán considerados como
sujetos de conductas éticas. La conducta ética responde a una racionalidad individual
que se formula en una norma dirigida a preservar al individuo; mientras que la conducta
moral responde a una racionalidad social, formulada, igualmente, en una norma dirigida
a preservar al grupo. Ambas se encuentran en constante conflicto. No existe - no puede
existir y ni siquiera existirá-, una completa armonía entre estas. De ello se deduce que
no existirá jamás una sociedad, un mundo, universalmente feminista, machista,
ecologista, catolicista, idealista, etc… El conflicto entre un pensar para el individuo o un
pensar para el grupo es – creemos – la cuestión en común que presentan las tres
historias antes narradas. Aquella problemática meceré plantearnos la siguiente
interrogante: ¿cuál es el medio para mantener cohesionada a una sociedad cuyos
integrantes, en teoría, siempre buscarán maximizar sus beneficios en perjuicio de la
sociedad misma?

Derecho. Este constante conflicto, actual o virtual, entre conducta moral y conducta
ética se ve armonizado en la medida de lo posible por la existencia del Estado; el cual
impone a través del ordenamiento jurídico normas coactivas. El ordenamiento jurídico,
el Derecho, permite la vida política en todas sus manifestaciones: la relación de
hombres con otros hombres, la relación de hombre con seres no humanos o no
personales, y la relación de hombres con seres no humanos pero muy parecidos a estos.
Vemos pues que la conducta de todo sujeto se encuentra determinada por un campo ya
preestablecido que no puede ser superado, en este caso, el Estado de Derecho. Las
situaciones iniciales incoadas en las historias de “La aldea era una fiesta” y “The
tragedy of the commons” se encuentran ubicadas en una sociedad sin Estado
establecido, sin poder coercitivo alguno, dichas colectividades gozaban aún de los
efectos de la necesidad primera de reunirse para mantener su bienestar y felicidad.
Situación que posteriormente cambiará.

El capital social. El status quo en el que se encontraban los pastores y los aldeanos en
un principio permitía la convivencia en sociedad. Esta convivencia encuentra su núcleo
esencial en lo que se denomina capital social. El capital social es el conjunto de valores,
formulados a través de normas, y estas a su vez permiten o facilitan las relaciones
interpersonales entre los integrantes de un grupo. El capital social se forma, tal como se
conoce en sociología, dentro de organizaciones afines a una religión, alguna experiencia
compartida u otras condiciones por las cuales se identifican diversos individuos como
un todo. Son tres las funciones principales del capital social, a saber: i) reducir costos de
transacción; ii) producir bienes públicos; iii) facilitar la constitución de una sociedad
saludable. El daño que suscita el conflicto entre la moral y la ética, o la racionalidad
individual y la colectiva, es contra la formación o mantenimiento del capital social. La
generación de desconfianza entre los individuos y la falta de conciencia cívica entre
estos, son los principales factores que contribuyen a la desunión y búsqueda de intereses
puramente individuales. Esto se ve claramente evidenciado en el dilema del prisionero:
la desconfianza de uno perjudica el bienestar de otro, y, en última instancia, el bienestar
del grupo. El capital social es, pues, algo que no puede ser mantenido ni determinado
sin ordenamiento jurídico alguno.

El deterioro del capital social en el Perú. Un ejemplo perfecto que podría ilustrar la
problemática del capital social radica en nuestro propio país. Según un estudio realizado
por la Universidad de Michigan1, los peruanos, ante la pregunta ¿las personas en general
son confiables o hay que ser cuidadoso? Sólo el 5% de respondió “confiables”, mientras
que el 95% contestó que “hay que ser cuidadoso”. Asimismo, el Programa de la
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) promedió que, en una escala de 0 – 100,
para el año 2001, solo 48 de confianza existe entre nuestros pobladores 2. Esto puede
llevarnos a explicar el origen del escaso desarrollo económico en nuestro país. ¿Es
posible fomentar la seguridad pública, el desarrollo económico de las familias, el
fortalecimiento de las instituciones, la competitividad y productividad de nuestros
comerciantes y profesionales, cuando no se ha cimentado con firmeza las bases para el

1
Citado en http://departamento.pucp.edu.pe/ciencias-
sociales/files/2012/06/Aspectosteoricoscapitalsocial.pdf.pdf
2
Ibíd.
mantenimiento del capital social? En aras de búsqueda de una solución podemos arribas
al siguiente punto.

El rol del estado en el mantenimiento del capital social. El dilema del prisionero se
produce esencialmente en razón a las reglas de juego que ha establecido el Fiscal para
los prisioneros. De ello se deduce que, cambiando las reglas de juego, se evade el
dilema. Tal como lo señala la autora del texto: «la respuesta es que desde el punto de
vista de la racionalidad individual no existe dilema decisional alguno para los
prisioneros, ya que la única decisión racionalmente posible es “incumplir lo
acordado”; y esto es así porque el fiscal, al establecer las condiciones define
normativamente cuál es la estrategia dominante, o lo que es lo mismo traza un único
curso de acción susceptible de ser considerado consistente con tales restricciones». El
Fiscal representa al Estado, por ende, es el Estado, manifestado en el Gobierno, quien
impone una serie de reglas de juego que van a determinar la conducta de las personas.
Si las personas sujetas únicamente a su libre arbitrio buscan deliberadamente maximizar
su bienestar individual, es el Estado a través de sus reglas quien debe determinar el
curso de acción de cada individuo en aras de proteger el capital social. Por ello, tal
como se evidencia, por ejemplo, en la Aldea, la primera solución a la que se arribó fue
la de imponer sanciones que superen los beneficios obtenidos por una ventaja injusta.
Se aplicó la fórmula del costo-beneficio para disipar cualquier conducta real o potencial
que perjudique el bienestar social. De esta forma se justifica la potestad punitiva del
Estado. No obstante, esto no puede ser la única solución para mantener el capital social
o, las conductas (C-C), como señala la autora del texto causa del presente ensayo. A la
solución punitiva a través de normas se agregan tres cursos de acción que debe seguir el
Estado. Primero, debe fortalecerse el punto de vista interno, esto es “que a nivel
individual sea posible resolver – en parte – el profundo dilema que enfrenta las
funciones de utilidad individual con las funciones de utilidad colectivas”. En ese
sentido, cumple un papel sumamente importante la educación científica. Y entiéndase
por educación científica, aquella educación que dota al educando de los materiales y
herramientas necesarias para poder realizar juicios objetivos de su realidad; debemos
formar críticos de la realidad. Segundo, toda decisión normativa deberá ser debidamente
motivada en términos racionales y científicos, lo mayormente objetivo posible. Esta
segunda propuesta, que es planteada ya por la autora del texto, permitirá que “los
sujetos llamados a obedecer las normas” superpongan la voluntad de la autoridad sobre
la suya propia, en razón a que la decisión normativa exhibe razones sólidas para
preferirla a los intereses puramente individuales. Tercero, las normas (y esto ya es un
posición personal) deben estar sujetas a un control de eficacia. La validez de una norma
se torna, a juicio de quien escribe, temporal o, mejor dicho, supeditada a su eficacia
verificada empíricamente. ¿De qué nos serviría, pues, una norma dictada correctamente
en su forma, interiorizada o aceptada por sus ciudadanos, pero no eficaz para el correcto
mantenimiento del capital social? No es lo mismo que sea eficaz y que sea cumplida. La
eficacia se determina a largo plazo y está sujeto a su viabilidad a largo plazo de acuerdo
a parámetros científicos. Esto se explicará mejor con un ejemplo: Garrett Hardin, en
“The Tragedy of the Commons”, escribía sobre la problemática de la sobrepoblación:
“Population, as Malthus said, naturally tends to grow “geometrically”, or, as we would
now say, exponentially. In a finite world this means that the per capita share of the
world’s goods must steadily decrease. (…) A finite world can support only a finite
population; therefore, population growth must eventually equal zero (…). When this
condition is met, what will be the situtation of mankind? Specifically, can Bentham’s
goal of “the greatest good for the greatest number” be realized?” La respuesta a dicha
interrogante es negativa, por razones que el autor luego pasa a exponer y demostrar. Es
por las razones de esta exponencial sobrepoblación en un mundo finito, que la
población mundial en un futuro afrontará una serie de problemáticas que pondrán en
tela de juicio la libertad del ser humano. La serie de respuestas a las que el autor arriba
le conllevan a negar la validez de un derecho humano formulado en los siguientes
términos: “The Universal Declaration of Human Rights describes the family as the
natural and fundamental unit of society. It follows that any choice and decisión with
regard to the size of the family must irrevocably rest with the family itself, and cannot
be made by anyone else”. Este reconocimiento es, pues, pura ideología que no responde
a ningún parámetro objetivo y científico. Dicha disposición es acatada por cerca de 30
Estados, pero su verdadera eficacia a la larga no puede ser sostenida, en tanto y en
cuanto no siempre el número de integrantes de una familia debe ser elección de la
misma familia, sino que el número de integrantes a formar una familia, en una situación
extrema, deberá ser controlada en razón a la peligrosidad de mantener una alta
población con limitados recursos. Y esto no responde a un capricho de cualquier
ideólogo, sino, por el contrario, a una necesidad objetiva que ha logrado ser conocida
gracias a las ciencias económicas y estadísticas. Así, sostenemos aquí que una norma es
válida en razón a que responde a fundamentos científicos - objetivos, emanados de una
autoridad competente. Y, su eficacia se encontraría supeditada a su capacidad, a corto o
largo plazo, de procurar un bienestar para la colectividad, y no solo por su
cumplimiento.

En resumen, cuatro son las labores esencialísimas del Estado como árbitro del juego: i)
imponer sanciones, ii) educar correctamente, iii) motivar correctamente sus decisiones;
iv) mantener vigente normas únicamente eficaces (en el sentido anteriormente dado).
Un sujeto correctamente educado podría siquiera entender el motivo de las decisiones
de la autoridad, de lo contrario ¿para qué se motivaría? Y las decisiones de la autoridad
deberán responde a razones objetivas, es decir, que respondan a necesidades que las
ciencias den a conocer. Así, sostengo, evitaremos la ideología en el Derecho, y,
mientras más entendidos en la materia sea la población, más podrá interiorizar las
normas y, en consecuencia, retornará en alguna medida, la paz social.

Carlos Eduardo Cabel Villarroel

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