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DE LA MISMA SERIE

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Mi pequeña Lisa es la crónica de la adopción, la

corta vida y el muy triste final de una niña de Nueva


York, y del juicio contra sus padres adoptivos.
Ella, una exitosa editora de libros para niños; él,

un abogado criminalista, deseosos de tener niños,


logran adoptar ílegalmente a dos: una niña
delgada, inquieta, inteligente. Lisa, y un bebé, sólo
para darles una vida desordenada y lastimosa, en la
que priva la droga, el alcohol, los ritos sectarios y la

autodestrucción familiar.

El libro narra la terrible indolencia y crueldad que


rodeó la vida de Lisa Steinberg, misma que la
llevó a lamuerte. En Mi pequeña Lisa están los
testimonios de sus vecinos, maestros, amigos, que
dan forma al relato del caso que conmocionó a la
opinión pública estadounidense, y que aún inquieta
a la población.
Conozca la tragedia de una pequeña cuya madre
natural estaba segura que viviría en mejores
condiciones a las que encontró al nacer. Usted,
indudablemente, también se conmoverá.
i
JOYCE JOHNSON

mi
eguena

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MI PEQUEÑA LISA
What Lisa Knew: The Truths and Lies of the Steinberg Case ^

Traducción: Pedro Ayala Medina

Copyright ©
1990 by Joyce Johnson
D.R. ©
1991,Selector, S.A. deC.V.
Mier y Pesado 1 28, Col. del Valle, 03100 México, D.F.
Edición original en inglés: G.P. Putnam's Sons

Portada: Blanca Cecilia Macedo

ISBN (inglés): 0-399-13474-3


ISBN (español): 968-403-543-8

Primera edición: Noviembre de 1991

Tipografía: Compuvisión, S.A. de C.V.


Esta edición de 5,000 ejemplares se imprimió en noviembre
de 1991 en Reprofoto, S.A., Agapando 91, 04890 México,
D.F.

Características tipográficas aseguradas conforme a la ley. Prohibida la

reproducción parcial o total de esta obra sin autorización de los edito-


res. Impreso y encuadernado en México. Printed and Bound in México.
CONTENIDO

I.- Noviembre de 1987 7

II.- Los Steinberg 89

III.- Cosas verdes 155

IV.- La corta vida de Lisa Steinberg 187

V.- Mentiras y veredictos 249


I

Noviembre
de 1987
E
el
staba oscuro, a pesar de que había corriente eléctrica, en
pequeño departamento de un edificio de piedra arenisca,
Greenwich Village, donde Hedda Nussbaum, en otro tiempo
escritora y editora de libros infantiles, había vivido durante doce
años con Joel Steinberg, un abogado criminalista. El lugar sería
señalado posteriormente por la policía y la prensa como una
cueva. Y lo era: oscura, sucia, con olor a encierro; con manchas
de sangre en las sábanas y en las paredes. Había una mascota,
un conejo blanco y café, y dos estanques de peces tropicales,
irónicamente en condiciones excelentes. Los peces daban vueltas
y vueltas en el agua cáHda y limpia, en el pálido fulgor de su
universo artificial. También había un testigo, ajeno a todo lo
que había ocunido la noche anterior, un callado bebé de sólo 16
meses de edad. Estaba despierto, mirando al techo, recostado
tranquilamente en su corral, sobre un tapete que apestaba a orines.
El policía James Botte se fijó en el pequeño cuando buscaba en
10 Noviembre de 1987

la sala una lámpara o cualquier cosa que pudiera servir. Había


cajas vacías por todas partes y mucho equipo electrónico
desarmado.
Debía haber luz,mucha luz. Todo el departamento debería
estar encendido. En una casa nomial no hubiera sido necesario
que Botte merodeara por todas partes, buscando una lámpara
que encender.
Eran las 6:45 de la mañana del lunes 2 de noviembre. En un
día normal, Elizabelh Steinberg, de seis años de edad, estaría
a punto de levantarse del sofá de la sala, preparándose sin ayuda
de nadie, para que su padre la llevara a la escuela. O tal vez no
iría a la escuela, porque no habría nadie que la llevara. Ultima-
mente esto ocurría con frecuencia. De hecho, nada en la vida de
Eíizabeth Steinberg había sido verdaderamente normal.
Pero ese lunes, Eíizabeth Steinberg estaba acostada y des-
nuda en el piso. Apoyaba su cabeza en la alfombra sucia de la

sala y sus pies descalzos sobresalían un poco hacia el recibidor.

Era el único espacio sin desordenar que los paramédicos habían


encontrado. Ahí la atendían, intentando hacer que respirara,
tratando de hallar sus signos vitales.
La madre había llamado al número de emergencias a las 6:32,
hablaba con la operadora con cierta lentitud, sin mucha deter-
minación, sonando controlada o adormilada, según se mire.
Pareció volver en sí mientras daba los detalles de su domicilio.
Cuando la operadora dijo: "¿Y qué sucede?", la mujer pareció
confundirse y respondió: '*Um... mi hija no parece haber dejado
de respirar".
*Terdón", inquirió la operadora.
"Mi hija tuvo una congestión y ha dejado de respirar. Tiene
seis años."
"Está bien, entonces ¿tiene dificultades para respirar?".
"Le estamos aplicando respiración boca a boca".
Noviembre de 1987 11

La operadora pidió una ambulancia de emergencia y repitió


Le dijo a la madre que estaba mandándola en ese
la dirección.

momento.
"¿Tiene la niña asma, o problemas cardiacos?", preguntó.
"¿Tiene la temperatura muy alta, o algún síntoma?"
"Uh... no."
"¿Estaba comiendo algo? Estoy tratando de encontrar una
razón por la que dejara de respirar."
La mujer titubeó. "Um... creo... bueno... no sé exactamente
por qué." Parecía una niña en la escuela, tropezándose con una
pregunta difícil.

"¿No lo sabe? Está bien", dijo la operadora.


"Está regresando los alimentos" dijo la mujer diligentemente.
Está devolviendo agua y comida.
"¿Agua?"
"Y comida, sí."

La operadora le explicó cómo aplicarle la respiración de boca


a boca. Recomendó recostar la cabeza de la niña, presionarle la
nariz y girarle la cabeza si comenzaba a vomitar, y limpiarle la
boca. Era importante seguir haciendo eso hasta que llegara
la ambulancia. Obedientemente la mujer repitió todas las instruc-
ciones en voz alta.

"¿En dónde están ahora?", preguntó la mamá.


"Deben llegar en un par de minutos".
"¿En dos minutos?", repitió, como si no pudiera creer que
llegarían tan rápido. Ella dijo que era su esposo el que aplicaba
el boca a boca.
"¿Me escucha? La ambulancia estará ahí en dos minutos.
¿Está bien?"
"Sí", dijo la madre.
"Correcto. Gracias."
La radiopatrulla del sexto distrito, conducida por el policía

12 Noviembre de 1987

Bolle, llegó a las 6:35, segundos aniesque una ambulancia del


hospilalSan Vincent. Bolle y su compañero, Vincent DaLuise,
eniraron rápidamenie al pequeño veslíbulo del número 14 de
Wesl Tenih Sireel. Como Bolle lo recordó más tarde, elJos
luvieron problemas para enirar al edificio. En el depanamento
3W no coniesiaban. Tuvieron que aprelar bastantes timbres antes
de que alguien les abriera. Fue un retraso de apenas un minuto
o dos, pero si había un niño agonizando, cada segundo era
importante. Cuando llegaron al tercer piso, tocaron en ambas
puertas. Una vecina señaló en silencio el depanamento del otro
lado, la puerta con una fea y enorme águila metálica.
La puerta de los Sieinberg no debía estar cerrada; alguien
tendría que estar ahí para pasarlos inmediatamente. Todo esto
demoraba otros 30 o 45 segundos. En ese momento una mujer
abrió la puerta, al principio sólo unos cuantos centímetros. No
dijo una sola palabra.
Brian Gearily y John Filangeri, los paramédicos del San
Vincenis, escucharon que alguien gritó: "¡Ya encontré
el depar-

tamento!" y subieron corriendo las escaleras. Gearily recuerda


también la singular lentitud con la que pareció abrirse el de-
panamento. "Todo lo que pude ver fue una cara... No podría
decirle la edad. Parecía una persona vieja en un cuerpo de jo-
ven. Se parecía al león del programa La bella y la bestia. Gea-
rily le preguntó: "¿Pidió usted una ambulancia?" La afirmación
de la mujer fue precedida por unos segundos de silencio y ape-
nas se escuchó. "En ese momento pensé que cuando se tiene un
niño de seis años en crisis cardiaca, cada minuto cuenta", recordó
Gearily, en 1988.
"Yo corrí a abrir la puena", dijo Hedda Nussbaum, un año
más tarde, al testificaren contra de Joel Sieinberg. "Abrí la puena
y los dejé pasar."
Los cuatro hombres — Bolle, DaLuise, Filangeri y Gearily
Noviembre de 1987 13

se amontonaron en el recibidor. Y nunca olvidarían lo que vieron


a continuación. De la habitación posterior salió un hombre alto,

de lentes, con el cabello alborotado y los brazos extendidos.


Conducía a una niña desnuda, que caminaba de espaldas, sos-
teniéndola de las axilas como un títere de tamaño natural. Gea-
rity y Filangeri la recibieron y la recostaron con cuidado en el

piso. La niña estaba exánime, lívida. Con su estetoscopio, Brian


Gearity escuchó apagados sonidos de respiración, en el lado
izquierdo, que parecían indicar una obstrucción.
Steinberg buscaba a su mujer, pero ésta, de aspecto singular,
había desaparecido. Según Nussbaum, Steinberg le había orde-
nado regresar a la recámara, ella se escondió detrás de la puerta,

espiando hacia la sala.

Gearity y Filangeri tenían dificultades para ver a la paciente;


había un mínimo de iluminación proveniente del descanso en
las escaleras. Parecía que no era posible conseguir más. Algu-
nos alambres colgaban inútilmente de un apagador, cerca del
timbre. Los dos paramédicos estaban revisando frenéticamente
a la niña y preguntándole lo sucedido.
El hombre hablaba con rapidez. Filangeri pensaba que no
sonaba suficientemente preocupado — al menos, no cuando se
lecomparaba con otros padres. Aparentemente su hija había
comido algo que la había hecho vomitar y después perdió el
conocimiento.
"Pero ¿por qué estaba la niña comiendo a las seis de la ma-
ñana?", le preguntó Filangeri a Steinberg.
*'No, no, fue anoche, había estado volviendo desde las ocho
de la noche y se ahogó con el vómito hace como una hora, hasta
que dejó de respirar."
El y su esposa no llamaron a emergencias en ese momento,
porque pensaron que Lisa se compondría. La acostaron con ellos.
La niña había comido sólo verduras, porque la familia era ve-
14 Noviembre de 1987

gctariana. Las verduras estaban frescas, cocinadas con senci-


llez.

Filangeri tuvo que interrumpirlo: "¿No habría manera de tener


más luz?" En respuesta, Steinbcrg le hizo una pregunta absur-
da: "¿Era eso importante?".
Filangeri le aplicó el resucitador a la niña. Hizo una manio-
bra para despejar sus vías respiratorias. Ella sacó un poco de
alimento sin digerir.
En medio de todo esto, alguien llegó con una lámpara de
emergencias portátil. Filangeri no tenía idea de quién la había
proporcionado; reparó en ella cuando Botte la tenía entre sus
manos. Fue entonces cuando se dio cuenta de las heridas en el
esbelto cuerpo de la niña. Las marcas rojizas justo abajo de sus
pezones. Le preguntó a Steinbcrg si la niña había sido golpeada.
Steinbcrg dijo que él había estado haciendo presión en el pecho
de la niña para reviviría. "Conozco el procedimiento de resuci-
tación cardiopulmonar."
Más tarde, durante el juicio, unos de los abogados de Stein-
bcrg dijo que había sido éste quien pensó en la lámpara. La sacó
con dificultad del armario de la sala, arañándosemanos
las al

hacerio. Botte recuerda que era una lámpara de mesa que él

debió haber encontrado. "Todo sucedía muy rápidamente", dijo,


"bajo gran tensión". Gearity no pudo recordar ninguna luz.
Noviembre de 1987 15

L a privacidad de las familias estadounidenses es sacro-


santa. Tiene, con mucho, mayor protección legal que las vidas
de los niños. Cada hora nacen niños y no hay manera de saber
o determinar con veracidad qué destino les espera. La madre
abandona el hospital con su bebé, y el niño desaparece para la
mayor parte de las personas; se desvanece detrás de la puerta de
cada hogar. Como menciona el Dr. Richard Krugman, experto
en casos de abusos sobre niños, el Estado no vuelve a enterarse
oficialmente de la mayor parte de estos niños, hasta cinco o seis
años más tarde, cuando comienzan a asistir a la escuela. En ese
momento ya es posible seguirles la pista.
Por lo tanto, el como una lotería. Unos bebés
nacimiento es
ganan, otros pierden. En Estados Unidos nunca cuestionamos
lo terriblemente fortuito del asunto. Lo aceptamos como si fuera
un orden inalterable. Al mismo tiempo, hablamos acalo-
radamente del valor de la vida humana, incluso de la vida del
feto. Y hay más activismo en defensa de los no nacidos, que de
los que ya viven. Estos últimos tienen relativamente pocos
defensores. La noche del 30 de enero de 1989, después que el

jurado dio su veredicto, encontrando a Joel Steinbcrg culpable


de homicidio en primer grado, por el fallecimiento de Elizabeth
Steinberg, Helcn Barthcll, miembro del jurado, dijo durante la
conferencia de prensa que tenía un mensaje especial para
Michelle Launders, la madre natural de Lisa Steinberg:
"Michelle, hiciste lo correcto teniendo a ese bebé. Tú te deci-
diste en contra del aborto. Esa fue La señora
la decisión correcta".

Barthell quería insistir al público que aun en casos como el de


Elizabeth Steinberg, la adopción era preferible al aborto.
En este caso, la adopción había fracasado, desastrosa y trá-
gicamente. De hecho, ni Elizabeth Steinberg, ni su hermano
menor, Mitchell, nunca habían sido adoptados legalmente.
16 Noviembre de 1987

Fueron grandes perdedores de la lotería de la vida; su nacimiento


fue un trance mortal y amenazante. En lugar de adoptados, sería
más correcto llamarles niños robados.
El hombre que se los había llevado tenía una profunda com-
prensión de los huecos en la ley, un conocimiento exacto de lo
fácil que era para los niños caer por las grietas del sistema; de lo
poco que contaban sus derechos, comparados con los del adulto.
Tanto Stcinbcrg como Nussbaum comprendieron que su estilo
de vida los hacía completamente incompetentes para una adop-
ción legal. Sin embargo, al igual que muchas personas, vieron a
los niños como una concesión; si biológicamente eran incapaces
de tener los propios, los tendrían de otra manera.
Lisa Stcinbcrg había vivido con Joel y Hedda desde los siete
días de nacida. La identidad y la existencia de Lisa dependían
de la voluntad de ellos. Le dijeron que había sido "elegida".
Pero los niños no pueden elegir.

A los seis años. Lisa Stcinbcrg pesaba 19 kilos y medio. Ella


era más delgada que la mayoría de sus compañeros en la es-
cuela. Era una pelirroja con grandes ojos castaños. De llegar a
la edad adulta, la gente la hubiera descrito como una belleza
iriandesa. Pero su cabello había sido descuidado durante mucho
tiempo; estaba terriblemente enredado y sin brillo. Ocultaba una
cicatriz roja, de buen tamaño, en la sien derecha, que sería des-
cubierta en la sala de emergencia del hospital, y otras dos heri-
das recientes en su mandíbula y en la parte posterior de su ca-
beza.
Filangeri había notado otro signo desalentador, después de
que la San Vincent. Gearity también lo
camilla fue llevada al

vio. Las pupilas de la niña no eran iguales; la derecha estaba


más abierta que la izquierda, lo que indicaba una complicación
en el cerebro. Los hombres se miraron mutuamente y Filangeri
movió la cabeza, diciendo en voz baja: "Acaba de pasar".
Noviembre de 1987 17

Cuando le quitaron la sábana, bajo las brillantes luces de la


sala de emergencias pediátricas, los policías y los médicos vie-
ron las otras lastimaduras. El pequeño cuerpo de Elizabeth
Steinberg era un mapa de dolor. Las marcas tenían diversos
colores, de diferentes etapas. Rojo, morado, pardusco; parecía
como hubieran golpeado en todas partes, brazos y piernas,
si la
pecho y caderas. Una de las cicatrices más grandes estaba en
medio, en la parte baja de su espalda. Un lugar donde un niño
difícilmente se lastimaría él mismo. Tenía rasguños recientes
en los codos, como si alguien la hubiera tomado de ahí. Sus
padres no cuidaban de su aseo; sus pies y tobillos tenían oscuras
costras de mugre. El cabello y los pies impresionaron a todos
casi tanto como las heridas.
Botte salió al área de espera a hablar con Steinberg, quien
había acompañado a Elizabeth al hospital. Lo encontró fuman-
do, caminando de arriba abajo, pero algo en su actitud desmentía
que estuviera alterado.
"¿Cómo está mi hija?", le preguntó Steinberg a Botte, agre-
gando: "Soy abogado, represento a Tommy Morro w y George
Mourlot". Botte reconoció uno de los nombres, cierto detective
del sexto distrito. Steinberg buscó su cartera y sacó una tarjeta

que establecía con claridad su solvencia económica. Con esto,


Botte debió haber quedado impresionado fácilmente. Pues aun
después de cuatro años y medio como policía, Botte tenía
maneras ligeramente tímidas y era una persona agradable.
Pero Botte no estaba impresionado. Mostraba un fuerte inte-
rés en la mano derecha de Steinberg. Este tenía dos pequeños
cortes en los nudillos. Cuando Botte le preguntó a Steinberg
cómo se los había hecho, Steinberg le contestó: "No sabía que
los tenía".
En la sala pequeña niña peli-
de emergencias pediátricas, la
rroja dormía, totalmente incapaz de moverse, ni de despertar;
18 Noviembre de 1987

completamente incapaz de decirle a nadie quién la había


golpeado.
Botte dejó a Steinberg y regresó al departamento con Vin-
cent DaLuise para recoger una muestra de los alimentos con los
que supuestamente la niña se había ahogado. La mujer no les
permitió entrar en seguida. Les dijo que esperaran, que tenía
que ponerse algo. Cuando abrió la puerta, tenía una tira de hierbas
enredada en su cabello canoso. Botte nunca había visto a una
mujer que se viera tan mal como ella. Hedda Nussbaum parecía
un boxeador que acabara de perder la última de una larga serie
de peleas. Los dos ojos amoratados, un labio partido, el puente
de la nariz roto. "Ella habló muy lentamente", asentó Botte en
el juicio; "estaba como distraída y tardaba en responder". Cuando
le dijeron a lo que venían, ella se alejó cojeando hacia la cocina,

encorvada, como anciana. No una secreta


lloraba. Botte tenía
esperanza de que ella hubiera estado llorando por la niña. Era
como estar con Steinberg otra vez: las emociones no corres-
pondían a la situación.
Hedda Nussbaum sacó un recipiente de plástico del refrige-
rador y se lo entregó a Botte. Había verduras húmedas dentro.
"Están descompuestas", pensó Botte para sí mismo. La mujer le
hizo a DaLuise una pregunta extraña: "¿Tienen que llevarse
todas las verduras?"
Botte fue a revisar al bebé que había visto en la sala. El bebé
estaba todavía en su viejo y despedazado corral; estaba asegu-
rado a el con una cuerda que le rodeaba la cintura. El bebé, el
tapete en el que estaba sentado y la sucia camisetita, todo tenía
un horrible hedor a orines. Incluso la leche en la botella que
tenía el bebé parecía echada a perder a los ojos de Botte, aunque
nunca pensó en llevarse la botella para probar su contenido. Tal
vez no se debía a las verduras y a la leche, era tan solo que Botte
reaccionaba visceralmente y todo lo que veía le parecía des-
Noviembre de 1987 19

compuesto, equivocado. Nada de la forma en que esta gente


vivía o actuaba se parecía a como tenían que ser las cosas.
Escuchó decir a la mujer que tenía que cambiar al bebé. El quería
alejarlo de ella y del lugar, pero lo que procedía y todo lo que él
podía hacer por el momento, era reportar una sospecha de abu-
so y negligencia.
El y DaLuise regresaron al San Vincent, con la muestra de
los alimentos, después fueron al sexto distrito, en donde notifica-
ron a la Oficina de Servicios Especiales para Niños y a la Uni-
dad de Crímenes Sexuales. Se sentían inquietos, un poco con-
fundidos. Cuando regresaron al San Vincent, Steinberg ya se
había rearado; nadie lo había detenido. Había decidido irse
a casa.
Antes de la mañana del 2 de noviembre de 1987, es probable
que cualquiera que viera a Joel Steinberg pasar por la calle lo
hubiera aceptado como el hombre que pretendía ser: un aboga-
do. Por tanto, era un buen ciudadano, aunque usara su oscuro
cabello demasiado largo para lo que se estilaba en los ochenta,
su traje de muy buen corte necesitaba planchado y sus ojos nunca
estaban quietos, detrás de los gruesos cristales de sus lentes, y
su fuerte voz nasal podía ser fastidiosa por momentos. Pero en
una ciudad como Nueva York, tales hombres no causan mucha
extrañeza ni llaman demasiado la atención. Al encontrarlo por
Greenwich Village, se confundiría con el lugar o lo idemifica-
rían como alguien que conservaba el estilo de los agitados años
setenta.
Según Nancy Dodenhoff, una de las enfermeras de tumo en
la sala de emergencias cuando ingresó Lisa, los ojos de Stein-
berg eran vidriosos, "su mirada no estaba quieta un segundo".
Ella observó que estaba nervioso porque "se retorcía las manos,
pero no estaba preocupado por la niña". El policía Botte tesü-
ficaría más tarde que Steinberg "parecía desordenado, como
20 Noviembre de 1987

una persona que ha estado fuera toda la noche'*. Y estaba sin


peinar. "Vi que sus ropas estaban sucias", dijo Botte en tono
acusatorio. El escaso arreglo de Steinberg sería una más de las
razones que operarían en su contra. Aunque en una casa normal
donde un niño pequeño hubiera estado enfermo toda la noche,
digamos, por envenenamiento de los alimentos, nadie pensaría
que hubiera algo sospechoso al encontrar a uno de los padres
con aspecto desaseado.
Sin embargo, en menos de dos horas, en la mente de todos
los que habían tratado con él ya se había formado una imagen
de Joel Steinberg, aun antes de descubrirse que Hedda Nuss-
baum estaba muy golpeada. En muy poco tiempo esta imagen
se resumiría en una palabra con la que probablemente se iden-
tificará a Steinberg por el resto de sus días: "monstruo". Stein-
berg le había puesto espeluznantes colores a las heridas de una
niña agonizante. Estas heridas, que cualquiera pudo ver, no se
consideraron en ninguna de las historias que Steinberg contó
sobre lo que le pasó a su hija. Aunque él era abogado, parecía
no darse cuenta de su desesperada necesidad de una coartada
más convincente.
Brian Gearity estaba escuchando cuando un policía interro-
gaba a Steinberg en la sala de espera. Los horarios se habían
ajustado. Ahora Steinberg decía que su hija había tenido pro-
blemas para respirar tan sólo quince minutos antes de solicitar
una ambulancia, aunque el vómito había ocurrido durante toda
la noche. Cuando Gearity le escuchó decir que era su esposa

quien había permanecido con la niña, intervino con una pregunta:


"¿Estaba usted ahí?" Tras una pausa. Steinberg corrigió: "Mi
esposa y yo nos turnamos para estar con ella durante la noche".
Cuando Steinberg fue conducido a la sala de emergencias
pediátricas, otras personas se unieron al interrogatorio. Mary
Joan Marrón, una pediatra, y Patrick Kilhenni, uno de los
Noviembre de 1987 21

médicos residentes, examinaron a Lisa y le hicieron pruebas


neurológicas. Más de media docena de personas interrogaban
a Steinberg, tratando de obtener toda la información que pudie-
ran. La enfermera Dodenhoff le repetía sus respuestas a los
doctores.
Kilhenni había sido el primero en darse cuenta de la herida
rojiza, del lado derecho, a la altura de la línea de nacimiento del
cabello. Cuando examinó los ojos de la niña, la falta de res-
puesta pupilar le indicó que podría haber daño cerebral. En-
contró sangre en la parte posterior de los ojos, lo que eviden-
ciaba un daño masivo en las retinas. Cuando se inyectó un poco
de agua en los oídos de la niña, no hubo reacción. Tampoco
mostró respuesta al estímulo verbal o a la presión en su ester-
nón. Todo indicaba un coma profundo.
Después de aplicar las pruebas, Kilhenni le preguntó a Stein-
berg si Lisa había sufrido una lesión en la cabeza. ¿Se había
caído o tropezado, o había tenido algún accidente automovilís-
tico? Steinberg se apegó a su historia de la indisposición esto-
macal, y que el vómito había comenzado cuando Lisa se des-
pertó, casi a medianoche: ''La sacamos de la cama y ella volvió
el estómago. Más tarde escuché que lo volvía a hacer, en la
habitación de junto. La dejé sola porque pensé que se pondría
bien".
"Un niño que vomita no puede estar bien", dijo Kilhenni para
sus adentros.
Cuando Steinberg le demostró cómo había realizado el pro-
cedimiento de resucitación cardiopulmonar sobre Lisa, alrede-
dor de las seis de la mañana, Kilhenni le preguntó si era así co-
mo ella se había hecho tantas heridas. "¿Cuál es su diagnóstico?",
le exigió Steinberg.

La primera respuesta del doctor fue medida con cautela pro-


fesional, aunque sin compadecerse por los sentimientos de
22 Noviembre de 1987

Steinberg. Dijo que Elizabeth tenía deficiencias neurológicas.


Steinberg insistió: "¿Sobrevivirá?*'
La siguiente respuesta de Kilhenni fue mucho más contun-
dente. '*Sí, daño será permanente. Y muy extenso'*.
pero el

"Bueno, me está diciendo que no va a ser una atleta olímpica,


pero que vivirá". Parecía haber una sonrisa en la cara del hom-
bre. Cuando Kilhenni testificó un año más tarde, estaba seguro
de haber visto esa sonrisa grotesca, y también alcanzaba a re-
cordar su propia sensación de incredulidad.
Dodenhoff, quien había escuchado a Steinberg, estaba fu-
riosa.Se acercó a él y le dijo crudamente: "El cerebro de su hija
está muerto", aunque aún ningún doctor lo había declarado así.
La respuesta que recibió fue: "¿Padece de alguna otra cosa?"
Enfrente de Steinberg, Dodenhoff hizo una llamada a la ofi-
cina de Servicios Especiales para Niños, mencionando que era
un caso de abuso de menores. Se aseguró de que Steinberg
escuchara claramente todo lo que decía.
Fue inmediatamente después de esto que Steinberg dijo que
se tenía que ir. A Elizabeth le iban a practicar una tomografía
computarizada, pero él evidentemente no deseaba esperar los
resultados. Se detuvo un momento al lado de la cama de su hija.
Dodenhoff vio cómo se agachaba y besaba la frente de la niña,
paseando después su mirada por toda la habitación, como para
asegurarse que alguien hubiera observado su gesto paternal. El
beso fue muy rápido, tan rápido que Kilhenni no se acordó de
eso. Para la enfermera Dodenhoff ese gesto no tuvo nada que
ver con el cariño.

El departamento de Steinberg estaba a cuatro cuadras del


hospital.Cerca de las 8:30 de la mañana, David Stiffler, un
conocido de los Steinberg, estaba sentado en la puerta de su
edificio en Tenth Street, tomando café. A esa hora con frecuencia
veía a Steinberg camino a la escuela con su hija. Esta mañana.
Noviembre de 1987 23

Steinberg estaba solo, iba en la dirección opuesta y llevaba lo


que le pareció una de las prendas de Lisa. Por lo general era
Steinberg el que decía: "¡Hey, hey, Dave!", pero ese día pasó
sin fijarse. "Yo no observé que llorara", declaró Stiffler, durante
el juicio.
24 Noviembre de 1987

H ay algunas partes de Greenwich Village que no han


cambiado en mucho tiempo. Tentch Street, al oeste de Fifth
Avenue, es una de ellas. Es una zona de casas de tres o cuatro
pisos, bellamente proporcionadas, construidas para las familias
numerosas que había en otras épocas. Las salas solían estar en
altas ventanas del frente, y las habitaciones de los niños que-
daban atrás. Las familias son ahora mucho más pequeñas y estas

casas desde hace mucho tiempo han sido divididas, muchas de


ellas del tamaño suficiente para una pareja o una persona sola.
Pero en Tenth Street todavía hay filas de árboles en la acera y
las paredes están cubiertas de hiedra; incluso se puede ver al-

guna aldaba de bronce o un pasamanos de hierro, originales.


Es una calle con símbolos. La casa en donde Lisa Steinberg
recibió los golpes fatales se ha convertido en uno de ellos, con
el tiempo. Cuando pasan por el número 14, la gente tiende

a detenerse por un momento, con un poco de pena. "¿No es ésta


la casa donde..?" En otros veranos, cuando esas ventanas esta-

ban abiertas, la gente hubiera escuchado las voces provenientes


del departamento de los Steinberg; sombras moviéndose detrás
de las persianas empolvadas. Mark Twain vivió en este mismo
lugar. La placa de bronce del edificio fue alguna vez motivo de
considerable orgullo para Hcdda Nussbaum. Era un símbolo
de que ella había ascendido en el mundo y un buen augurio para
sus propias aspiraciones como escritora de libros juveniles, y
quizá más ambiciosos trabajos.
Irónicamente, el libro de Mark Twain más famoso fue una
novela para niños cuyo protagonista es víctima del abuso de sus
mayores. En las Aventuras de Huckleberry Finn, Huck, a
sus 14 años, tiene una resistencia extraordinaria y muchísimos
recursos. Es rechazado, explotado, aprisionado y amedrentado
Noviembre de 1987 25

a golpes por Pap, su malvado padre alcohólico. De lo único que


Huck está seguro en el mundo es de ser responsable de el mis-
mo y de vivir con la libertad de un hombre mayor. El ha sufrido
tanto que no puede cuidar a nadie más, aunque se tratara de un
adulto bienintencionado. En un ataque de paranoia, producido
por el delirium tremens, el padre de Huck lo imagina un Ángel
de la Muerte y lo persigue con una navaja. Huck escapa y en-
cuentra un compañero de desventuras, el Negro Jim. Twain no
le da a Pap esperanza de redención o rehabilitación. Sólo hay

algo que puede hacer por su hijo y es morir. Cuando Jim anun-
cia esto con el debido respeto ("El ya no va a regresar, Huck"),
el chico recibe la noticia sin ninguna emoción, excepto la curio-

sidad de las circunstancias en las que muere Pap, y un profundo


alivio. La relación de Pap y Huck no tiene solución. En su obra,

Twain se permite matar al padre abusivo. En la vida real, pocos


niños escapan tan indemnes como Huck. Un chico de seis años
no tiene esperanza de salvación. Ni siquiera puede concebir esa
posibilidad.
Legalmente hay poca protección para los *'Huckleberry Finn"
y las "Lisa Steinberg". Las leyes actuales consideran que abu-
sar y descuidar a un niño son solamente delitos menores.
Desde hacía bastante tiempo, dos mujeres que vivían en el
mismo edificio tenían un pacto. Estarían atentas de lo que pa-
sara con Lisa Steinberg. Esto no significaba que se relaciona-
rían con la niña. Pero si vieran un "cabello fuera de su lugar",
como declaró una de ellas, con seguridad harían algo. Durante
años ellas realmente no vieron nada singular, nada que pudiera
tomarse como prueba. Pero, ¿quién puede estar al pendiente
todo el tiempo? La mayoría de las personas no tienen las incli-
naciones de un detective. Estas dos mujeres tenían actividades
muy absorbentes, una era dramaturga, la otra era productora de
televisión. Tenían horarios difíciles que no necesariamente
26 Noviembre de 1987

coincidían con las idas y venidas de una pequeña niña. La dra-


maturga vivía enfrente del 3W. En ocasiones, ella bajaba en el
pequeño ascensor del edificio con Lisa. "Hola Karen", le decía
la niña, casi demasiado juguetona, casi demasiado viva. "Había

algo estimulante en sus movimientos", pensaba Karen Snyder.


Casi todas las ocasiones la niña estaba acompañada de Stein-
berg. Un día, cerca de la Pascua de 1987, Lisa estaba muy emo-
cionada porque le habían regalado un conejito blanco y café.
Steinberg le dijo a Karen Snyder que debería darse una vuelta y
verlo. Ella no consideró aceptar esa invitación, y sin duda
Steinberg no imaginó ni por un minuto que ella lo haría. Todos
en el edificio sabían que era una persona violenta. La gente
realmente le temía. Ellos pensaban que Joel Steinberg tenía
contactos peligrosos.
A Karen Snyder siempre le preocupó que Steinberg pensara
que ella pudiera ser la autora de las llamadas anónimas a la
policía y a la Oficina de Bienestar Infantil. Después de todo,
ella era una mujer sola. Tal vez él lo sabía y estaba jugando
con ella al no mencionado y precisamente por eso le había
divertido a él invitarla a conocer el conejo de Lisa.
El dormitorio de Karen se hallaba al otro lado del de Stein-
berg y Hedda Nussbaum. En ocasiones, la pared transmitía extra-
ñas reverberaciones: ponían música a niveles ensordecedores y
después de un rato le bajaban. Si uno llegaba a ver a Hedda
Nussbaum, era fácil imaginar las escenas que encubrían la
música.
La mañana del 2 de noviembre, Karen Snyder abrió su puerta
cuando los paramédicos llevaban a Lisa al ascensor. Durante
unos segundos ella contempló algo terrible y doloroso, un brazo
pequeño e inerte, colgando de la camilla. "La vi, vi a Lisa", me
contó cuando la entrevisté, semanas después de la muerte de
Lisa. "Siempre pensé que sería a Hedda a quien sacarían asf.
Noviembre de 1987 27

Cuando Hedda Nussbaum rindió su declaración en el juicio,

en 1988, dijo poco acerca de la mañana que estuvo esperando el


regreso de Steinberg del hospital, o acerca de cómo ellos dos
pasaron sus últimas horas juntos. Hay algunos que piensan que
se la pasaron destruyendo papeles o deshaciéndose de sus re-
servas de cocaína y otras drogas. Por otra parte, una extraña
tranquilidad había descendido sobre ellos. Se habían convenci-
do ellos mismos que no estaban en peligro de ser arrestados, de
que la historia acerca del trastorno estomacal de Lisa sería
aceptada. No había sangre, no había arma, no había huellas
digitales. Sólo ellos dos sabían realmente lo que había sucedi-
do. O tal vez sólo uno de ellos. ¿Joel o Hedda? Escoja usted.
Incluso después de que se declaró culpable a Steinberg, existe
una sombra de duda sobre el caso.
Puedo imaginar a Steinberg esa mañana, insistiendo en que
lo que le había ocurrido a Lisa no era culpa de nadie, sólo un
terrible accidente. **Escucha, Hedda, podemos superar esto."
Y Nussbaum creería absolutamente que Joel, el genial abogado,
I
podría encarar a la policía, al orden jurídico, a todo el mundo.
O que si ella misma hubiera hecho algo malo, Joel pensaría en
una forma de salvaría. O tal vez en ese momento no creían real-
mente que Lisa moriría. Después de todo, el Dr. Kilhenni sim-
plemente le había dicho a Joel que la niña tendría daños cere-
brales menores. Eso sería horrible, pero tal vez Lisa se recupe-
raría. Seguramente para Hedda la consideración de mayor

importancia, el asunto de vida o muerte, era su relación con


Joel. Por encima de todo eso, tenía que continuar. Hubiera sido
inconcebible para ella que pudiera testificar alguna vez contra
él. ¿No había ella protegido siempre a Joel? Incluso en la ma-
ñana en que no fue con él al hospital porque no quería que nadie
viera sus heridas, ella lo había protegido. Ni siquiera se había
comunicado al San Vincent. Se enteró de Lisa cuando Joel la
28 Noviembre de 1987

llamó para decirle que Lisa seguía exactamente igual.


Naturalmente, ella estaba sumamente molesta y así se lo había
mencionado al policía Botte, cuando éste tuvo el atrevimiento

de acusarla por no cambiar a Mitchell: "Ya sabía que él estaba


mojado, y estaba tan molesta después de que se llevaron a Lisa,
que fue la primera vez que olvidé cambiarle el pañal". Pero
Botte se había ido llevándose el recipiente de verduras en per-
fecto estado y Joel había regresado, se había quitado los zapatos
y calcetines; ambos se recostaron en la cama, sin dormir, y
hablaron y hablaron hasta que el teléfono sonó, alrededor de las
9:30, y una doctora preguntó si hablaba con la madre de Lisa
Steinberg.
Quien llamaba era la Dra. Marrón, en busca de alguna infor-
mación básica: si Lisa había estado enferma recientemente, si
tenía alergias, si había estado expuesta a venenos o toxinas. La
Dra. Marrón quería saber todo acerca de las vacunas de Lisa.
Hedda dijo que ella no era la que manejaba esa información.
La Dra. Marrón preguntó si Hedda sabía algo acerca de unas
heridas en la cabeza de Lisa. Hedda dijo que Lisa había recibido
un golpe en la cabeza por un compañero muy, muy fuerte. Esto
era algo que había sucedido realmente un par de semanas antes.
Cuando la doctora quizo saber cómo se había hecho Lisa las
heridas en las piernas, Hedda fue capaz de pensar con mucha
rapidez; le dijo a Marrón que Lisa patinaba y se caía mucho. "Y
ahora, aunque Lisa ya no se cae, se ha convertido en una exce-
lente patinadora. Lisa es una niña saludable", le dijo a la Dra.
Marrón. Le dio los datos de un tal Dr. Eiger, que estaba a dos
cuadras de distancia. Era un pediatra con el que Joel había lle-

vado a Lisa unos años antes. Ella ya no llevaba a los niños con
el doctor.

La Dra. Mary E. Lell, jefa del área de Neurología Pediátrica,


en el San Vincent, se encargaba ahora de Elizabeth Steinberg.
Noviembre de 1987 29

Llegó al hospital cuando la Dra. Marrón hablaba con Hcdda, y

se sorprendió de no encontrar a ninguno de los padres ahí.


Cuando ella misma llamó y preguntó por la Sra. Steinbcrg, se
encontró hablando con una mujer que mostraba muy poca res-
puesta emocional cuando se le comunicó lo grave que estaba
Elizabeth. La doctora llamaba porque el hospital necesitaba
permiso para insertar un monitor intercraneal.
A la Dra. Lell le pareció estar hablando en una habitación
con eco. Lentamente, la Sra. Sieinberg, repetía todo lo que la

doctora le decía y después se escuchaba una voz masculina en


el fondo. Finalmente las palabras del hombre eran transmitidas
lentamente, a la doctora, por la mujer.
Cuando Lell preguntó si sabía algo de un traumatismo cra-
neal en la niña, el procedimiento del eco se repitió. Ella escuchó
que voz masculina decía: ^'Ningún traumatismo". "No hubo
la

traumatismo", dijo sin inflexión la voz femenina. (Por alguna


razón, Hcdda Nussbaum no le mencionó a esta doctora la his-
toria de la pelea de su hija con un compañero de clases.)
Hedda Nussbaum y la Dra. Lell hablaban aún cuando empe-
zó a sonar el timbre. Ni Nussbaum ni Steinbcrg fueron a con-
testar. Los visitantes se alejaron por un rato, después regresaron
y volvieron a tocar persistentemente.
Finalmente, Steinbcrg fue a abrir la puerta. Robert Columbia
e Irma Rivera, dos detectives de discreto aspecto, de la Unidad
de Crímenes Sexuales de Manhattan, estaban en el pasillo.

Acababan de subir al departamento de Rita Blum, desde donde


marcaron el número de los Steinbcrg y encontraron que la línea
estaba ocupada. Le informaron a Steinbcrg que eran oHciales
de la policía. Cuando pasaron al recibidor, él los dejó y desa-
pareció en la recámara. "¡Regrese!", gritó Columbia, "estamos
aquí para hablar del estado de su hija." Cuando Steinbcrg vol-
vió, Columbia se dio cuenta de que no estaba completamente
30 Noviembre de 1987

vestido. Steinberg dijo que los doctores le habían dicho que se


fuera a su casa y que en ese momento estaba hablando al hos-
pital. Columbia no creyó nada de esto. Tenía idea de que el

bastardo había estado durmiendo.


"Quiero que usted y su esposa vengan con nosotros a la
comisaría", dijo Columbia. El ni siquiera traía una orden de
registro.

Steinberg se comportó como si esto lo tomara por sorpresa.


"¿En este momento? ¿Acaso estoy en problemas? ¿O bajo
arresto? ¿Por qué tendríamos que ir?"

"Bueno, las condiciones son mejores ahí."


Por supuesto, Steinberg captó esto "Escuchen, sé : cómo opera
la policía. Conozco a Tommy Morrow y a Gcorge Mourlot.
Georgc es el padríno de mi hijo".

El departamento estaba todavía muy oscuro. Evidentemente


nadie había ido a comprar focos desde que DaLuise y Botte
habían estado ahí. Irma Rivera echó un vistazo en la sala
y
encontró al bebé del que le habían contado. Todavía estaba en
su corral, con una sábana encima. Ella y Columbia se acercaron
a Mitchcll y él despertó y se les quedó viendo. Cuando Rivera le
quitó la sábana vieron la cuerda atada a su cintura. El niño es-
taba amarrado como una mascota. Steinberg se molestó cuando
Rivera le quitó la cuerda. "jEsperc un minuto! Mi esposa lo
hará." Ignorándolo, Rivera levantó a Mitchcll y lo puso en el
sillón. Después salió del departamento unos minutos y subió
a llamar otra vez, en el teléfono de Rita Blum. Tenía que obtener
el permiso de su supervisor para llevarse al niño del departa-
mento. Columbia tenía la cuerda en la mano.
Steinberg dijo con voz agraviada: "¿Puedo darme un baño?,
¿puedo rasurarme?, ¿puedo tomar una taza de café?"; se dirigió
a la cocina y le preguntó a Columbia por qué lo seguía.
Noviembre de 1987 31

"No lo estoy siguiendo", le dijo Columbia. Le preguntó


a Steinberg por qué estaba tan nervioso.
"No estoy nervioso. Hemos pasado por una experiencia
traumática."
"¿Qué clase de abogado es usted? ¿Por qué está tan desor-
denado este lugar?"
Steinberg dijo que sus actividades legales las realizaba en el

departamento, pero que se estaba preparando para mudarse


a Westchester.
Columbia seguía haciendo preguntas:
"¿Dónde duerme la niña?"
"En el sofá" fue la respuesta. "El bebé duerme en el corral
porque su cama se rompió y la hemos tirado. De todas maneras
me los llevaré a casa de mi madre. Soy un buen padre" le dijo a
Columbia con orgullo.
Columbia deseaba ver la recámara. La Sra. Steinberg tenía
que estar ahí. En particular deseaba verla a eUa.
"¿Qué hace?", le gritó Steinberg, "¿por qué entra ahí? Se es-
tá vistiendo".

Hedda se había escondido y escuchaba detrás de la puerta.


Cuando Columbia dijo que sería más conveniente hablar con
ellos en la comisaría, ella sabía que eso era solamente una ex-
cusa. En seguida los escuchó decir que se iban a llevar a Mit-
chell. Fue después de que llegó el hombre de la oficina de tra-

bajo social.
Joseph Petrizzo era un joven activo, con una amabilidad que
desarmaba y seis meses de trabajar en Servicios Especiales para
Niños, investigando casos de abuso de menores. El estaba con-
siderando dejar el trabajo social y convertirse en monje fran-
ciscano.
Cuando Irma Rivera lo dejó entrar, se dirigió inmediatamente
a examinar a Mitchell. El bebé estaba muy sucio. La sala estaba
32 Noviembre de 1987

desaseada y terriblemente desordenada. Sintió que se ahogaba


con el olor de Steinberg. El bebé mojado no era huraño y son-

reía con frecuencia. Le tendió sus bracitos a Petrizzo enseguida.


Petrizzo se dio cuenta de que parecía demasiado sociable. Ese
era uno de los síntomas que le habían enseñado a buscar. Los
chicos pequeños de hogares felices, por lo general no están muy
dispuestos a acercarse a los extraños. Era como si los bebés,
como el que tenía en brazos, supieran de alguna manera que
necesitaban ayuda.
Le dijo a Steinberg que necesitaba ver todo el departamento
para asegurarse que no había otros niños. Steinberg se encogió
de hombros diciendo: "No funcionan las luces". Pero pareció
resignado a mostrarle el lugar a Petrizzo. Mientras entraban a la
recámara, salió esposa de Steinberg y se metió al baño. Lo
la

que vio Petrizzo fue una nariz hundida, una cara que parecía
negra y azul. La recámara era inquietante: había manchas en las
sábanas y las ropas sucias de otros días estaban tiradas. Había
papeles regados por todas partes, en el piso y hasta en la cama.
Ahora, Rivera necesitaba ropas para Mitchell. Steinberg no
sabía dónde las guardaban, pero Hedda sí. Después de que Joel
y Petrizzo salieron de recámara, Steinberg volvió a entrar y
la

llamó a Rivera, diciéndole dónde encontrar los zapatitos del


niño, una camisa y un suéter. Finalmente, cuando ya no podía
posponer aparecer ante ellos, Hedda entró a la sala llevando
algunas calcetas para Mitchell. Todos quedaron en silencio.
Hedda mantuvo la cabeza baja, pero ahora Rivera, Columbia y
Petrizzo podían verla muy bien. Usaba pantalones de mezclilla,
una camisa encima y una chamarra negra. En el baño
a cuadros
ella se había aplicado una gruesa capa de maquillaje y se había
puesto tela adhesiva en la nariz, para tapar donde el hueso so-
bresalía de la piel.
"Nos tenemos que ir", dijo Columbia en voz alta; en ese
Noviembre de 1987 33

momento, Steinberg preguntó otra vez si estaba bajo arresto.


"No, pero lo estará si continúa así".
Descaradamente, enfrente de ellos, Steinberg se acercó a Hed-
da y "Ve adentro y tápate la cabeza". Como ella titubeaba,
le dijo:

"Vamos, en algunas partes se te ve el cráneo. Tápate".


él insistió:

Ella le obedeció y se fue a la recámara; regresó con una mascada


en la cabeza.
Esto fue demasiado para Rivera. No se pudo contener. "¿Qué
pasa? ¿No veamos las lastimaduras?"
quiere que
Steinberg pareció no escuchar. Miraba a Columbia, que aún
tenía en la mano la cuerda de Mitchell. "Mira, Hedda, tienen la
cuerda, ¿por qué se la llevan?"
Tal y como Hedda Nussbaum lo recordó después, en el últi-

mo minuto ella se dirigió a la cocina a servir algo de leche en el


biberón de Mitchell, su acto final como madre. Después, ella y
Joel salieron, escoltados por la policía. Cerraron la puerta y
Steinberg le echó llave al departamento, a un mundo en el cual
ellos habían vivido durante 12 años, a un mundo regido por las
obsesiones de Steinberg y la extraña conformidad de Hedda
Nussbaum, un lugar con historias increíbles, pero reales y algu-
nas únicamente engañosas, y donde una pequeña niña, prisio-
nera de la locura de los adultos, se había encontrado con el Ángel
de la Muerte.

Una vecina de la planta baja miraba por su ventana mientras


Joel y Hedda salían del edificio. No vio la expresión en sus
rostros, sólo los vio por detrás. Se abrazaban uno al otro.

Llegaron a la acera, en donde dos patrullas estaban esperan-


do. El detective WilliamLackenmeyer manejaba una de ellas.
Le dijo a Steinberg que entrara al coche. Hedda se iría con
Columbia y Rivera. Hedda simplemente miraba al suelo, pero
Steinberg hizo una súplica: "No pueden separamos". Era casi
34 Noviembre de 1987

como si dijera que Hedda y él eran gemelos siameses. *'Hemos

pasado por una experiencia traumática, tenemos que estar jun-


tos".
Noviembre de 1987 35

E, n el caso Steinberg, la cámara se convertiría en el testigo


más intenso. Las palabras llegarían a ser menos convincentes
cada vez, poco confiables; en su mayor parte producto de los
prejuicios o motivos ocultos del que las expresaba. Todos
tendemos a confiar en lo que tenemos ante nuestros ojos; las
imágenes se hunden en nuestra memoria y permanecen, mucho
después que las explicaciones complicadas han sido olvidadas.

A las 12:45 P.M., Hedda Nussbaum estaba parada en el sexto


distrito, enfrente de una cámara enviada por la Oficina del Fiscal,
a petición del detective Lackenmeyer. Había una austera pared
blanca detrás de Las primeras tomas fueron acercamientos
ella.

de su cara; el color de las heridas quedaba realzado portas luces.


Al ver la cinta se tiene una impresión de terrible palidez. La
piel parece un poco menos gris que el cabello. La nariz, sin la
tela adhesiva, está pulverizada y chueca. Los labios están hin-

chados, deformes. Es como


una aplanadora hubiera pasado
si

encima de esa En los ojos de


cara, destrozándola y aplanándola.
Hedda Nussbaum no hay agonía, pero hay algo peor, una total
indiferencia.
En habitación están el detective Columbia, Irma Rivera y
la

el camarógrafo. Rivera ha examinado a Nussbaum previamente

y ha tomado fotos instantáneas. Bajo las indicaciones de Rive-


ra, Hedda Nussbaum voltea la cabeza y aparece una regla de

madera señalando las lastimaduras en el cuero cabelludo y los


lugares donde el cabello ha sido arrancado. Hay algo implaca-
ble en el movimiento de la regla que lo hace impresionante-
mente desapasionado. Hace parecer a Nussbaum menos que
humana. Por el momento tenemos que observaría por lo que va-
le su cuerpo como evidencia para los investigadores. Uno
desearía que ella protestara, que se molestara por esta terrible
violación de su intimidad, que intentara detenerla. Pero ella
36 Noviembre de 1987

obedece sin decir palabra, como si ya lo hubiera hecho cientos


de veces, ¿qué diferencia haría una más? Ella se quita el suéter
negro y se da vuelta como una modelo para mostrar las heridas
en la espalda: nueve costillas con viejas fracturas. Sorprenden-
temente, ella se mantiene erguida durante todo esto. No parece
que ella se pueda desmayar en cualquier momento. Mante-
niéndose indiferente, ella se baja los pantalones. Usa unas pan-
taletas bilcini rojas. Hay una enorme marca circular negra y azul
en una de sus caderas. Sus delgados muslos tienen una ligera
marca de celulitis; de otra manera su cuerpo esbelto parecería
20 años más joven que su cara. El enfoque ha descendido a sus
piernas. Son como las que se llegan a ver en los vagabundos o
en quienes ha vivido mucho tiempo en las calles. La piel está
terriblemente partida y raspada, escurriendo pus.
En ese momento, el flujo de imágenes se detiene abrupta-
mente y uno se queda sintiendo, ¿sintiendo qué? Para algunos,
las piernas son la peor parte. ¿Cómo se lastimó ella así? ¿Cómo
pudo soportar el dolor tanto tiempo, sin ver al doctor? Para otros
lo terrible es el vacío pequeña niña y
en los ojos. Piensan en la

recuerdan el vacío en los ojos de Hedda Nussbaum. ¿Qué se


puede esperar de una mujer en tales condiciones?
La cinta que muestra a Hedda Nussbaum tiene un terrible
alcance, mucho más allá del que tienen las fotografías. Las tomas
son absolutamente frontales, muy crudas y carentes de inten-
ciones artísticas. Le dicen a uno: ésta es la verdad absoluta acerca
de esta mujer. ¿Cómo no confiar en ellas? Esto es todo lo que
uno necesita saber.
Este sería uno de los últimos casos de William Lackenmeyer.
El había estado en la policía durante 23 años, quizá demasiado
tiempo. La jubilación le esperaba en los meses venideros. La
investigación sobre la muerte de Lisa Steinberg requería ima-
ginación y brillantez, desde el principio. Lackenmeyer era un
Noviembre de 1987 37

burócrata que ya no tenía energía. Los ojos, detrás de los lentes


oscuros que usaba, tenían un aspecto apagado.
Mentalmente, Lackenmeyer había declarado culpable a Stein-
berg antes de conocerlo, después de hablar con DaLuise, Botte
y les doctores del hospital. Como la pareja aún no estaba
arrestada, les había permitido viajar juntos en la parte trasera
del auto de Columbia, pero envió a Nussbaum a una oficina
privada en cuanto llegaron a la comisan'a. Stcinberg seguía
importunando a Lackenmeyer: "Quiero estar con mi esposa".
El no sabía cuándo dejar de insistir. Como abogado, debería
saber que dos sospechosos no pueden ser interrogados juntos.
El se sentaba y se levantaba, se sentaba y se levantaba, como si

la culpa lo hiciera hiperactivo.Cuando Lackenmeyer, Colum-


bia y Rivera interrogaban a Nussbaum, Stcinberg llegó a pa-
rarse junto a la puerta cerrada de la oficina. Tal vez él pensó que
ella hacía cargos en contra de él —
que era lo que debía haber
hecho — pero en lugar de eso ella estaba contándoles lo mara-
,

villoso que era Stcinberg, que era un buen padre, así como la
historia de la niñita que había estado volviendo el estómago.
Rivera todavía estaba impresionada. No podía creer que una
mujer golpeada así tuviera algo bueno que decir acerca de un
monstruo como Stcinberg.
Algunas de las observaciones que Lackenmeyer hizo de
Stcinberg se apoyaban en las sospechas de abuso: sus ojos vi-
driosos, su hablar muy rápido y sudor incesante. Su mirada se
cruzaba con la de Lackenmeyer por un momento y después la
rehuía. Era igual con la voz, se elevaba y descendía abrupta-
mente, como si alguien estuviera jugando con el control de
volumen.
Cuando Lackenmeyer acabó con Nussbaum, le dijo a Stcin-
berg que entrara a la misma oficina y que utilizara el mismo

lugar enfrente de su escritorio. Por el momento, Lackenmeyer


38 Noviembre de 1987

se contuvo de expresar ninguna acusación: "Estoy investigando


las lesiones en su hija".

"¿Qué lesiones", dijo Steinberg. "Ella sólo vomitaba."


Lackenineyer pidió a Steinberg que pusiera las manos en el

escritorio. Posteriormente testificaría que todos los dedos de


Steinberg estaban rojizos e hinchados, y que vio rasguños re-
cientes en ellos. Sacó varias fotografías instantáneas de sus
manos, pero se velaron. Cuando mostraron las fotos durante el

juicio, nadie fue capaz de apreciar los rasguños.


A las tres en punto, Steinberg fue puesto bajo arresto final-

mente, en una celda del segundo piso. También Nussbaum fue


arrestada. Pero evidentemente Lackcnmcyer no tenía ni una
sombra de duda acerca de quién de ellos había sido el perpe-
trador. Era un hombre que creía fielmente en seguir los proce-
dimientos. Tres semanas más tarde, cuando uno de sus supe-
riores le sugirió entrevistar a Mitchcll Steinberg, Lackcnmcyer
obedeció, a pesar de lo absurdo de la petición. Después reportó
que Mitchcll era "incapaz de testificar". Esa tarde, sin embargo,
Lackcnmcyer fue mucho menos cuidadoso. Ordenó que se to-
maran muestras de las uñas de Steinberg e incluso hizo que se
filmara el procedimiento. Pero no le pareció necesario hacer lo
mismo con Nussbaum. Más tarde, en la noche, confiscaría las
prendas que utilizaba Steinberg, incluso sus zapatos y calceti-
nes, paraque pudieran ser examinados en el laboratorio. Cada
uno de los cabellos encontrados camisa de Steinberg sería
en la

analizado por un experto del FBI. Pero ninguna de las prendas


de Nussbaum sería jamás sometida a este proceso.
Después de su arresto, Steinberg hizo una llamada a Robert
Kalina, un abogado al que conocía; no exactamente su amigo,
más bien un viejo conocido de Centre Street. Los traficantes
constituííin una buena parte de sus respectivas clientelas. Las
persecuciones a los traficantes de drogas habían creado un flujo
Noviembre de 1987 39

regular de casos para abogados criminalistas, aunque las apa-


riciones de Sicinberg en la corte se habían hecho cada vez menos
frecuentes. De hecho, él tenía mucho tiempo libre y lo utilizaba
visitando inesperadamente las oficinas de otras personas. Kali-
na era una de las personas a las que Steinberg se sentía libre de
visitar si llegaba a ir al centro, cerca de la avenida Madison.
Tenía un caso que pasarle a Kalina, o quería consejo, o sólo
llegaba para utilizar el teléfono durante unos minutos. De vez
en cuando, Kalina pasaba por Joel a la Calle Diez. El tocaba el
timbre y Joel bajaba. Nunca había subido a conocer a Hedda o
a los chicos de Joel.
Cuando Kalina recibió la llamada esa tarde, pensó que era
para lo acostumbrado.
"Hola", dijo Joel, "estoy en la comisan'a del sexto distrito."
Kalina le preguntó si tenía un nuevo cliente para él.

"Sí, yo", dijo Joel. "Lisa está lastimada; tienes que venir aquí."
En un día el destino había cambiado para Steinberg, pronto
estaría pasando más tiempo en Centre Street, del que había
pasado en muchos años. En octubre, aparecería como acusado
en una corte donde él había defendido algunos casos.
Joel Steinberg tenía una manera de entrar en contacto con la

gente que, pensaba, podía utilizar para impresionados por su


generosidad, en tanto no significara un desembolso de dinero.
Muy pocos llegaron a ser admitidos a su departamento; un tra-
ficante de cocaína de Greenwich Village era mencionado fre-

cuentemente, casi como un miembro de la casa. A la gente res-


petable, como Elliou Korcman, director de la escuela 41, era
preferible invitarla a salir a navegar en el Agua Viva. "Mi bar-
co", era como orgullosamente Steinberg se refería a él. Si el
departamento de Tenth Street ya no simbolizaba la buena vida,
la propiedad del bote de carreras de 32 pies, anclado en el Qub

Five Points Marina, en Patchogue, testimoniaba las aspirado-


40 Noviembre de 1987

nes de Steinberg. Pocas personas sabían que él no era el único


propietario del Agua Viva. De hecho, quien había aportado la
mayor parte para su compra era un ginecólogo de Greenwich
Village, llamado Peter Sarosi, quien le permitía a Joel utilizar el
bote tanto como quisiera. La generosidad de Sarosi hacia
Steinberg iba mucho más allá de eso. Era él quien había entre-
gado a Mitchell con Joel y Hedda, después de asistir a su naci-

miento en el Hospital Bcth Israel.

Sarosi era otra persona a la que Steinberg gustaba visitar. El


consultorio del doctor estaba en Tenth Street y University Place,
a sólo un par de calles de la casa de Steinberg. Karen Snyder
tenía una oficina en ese mismo edificio. Con frecuencia veía
a Steinberg y a Lisa subiendo en elevador y pensaba: "¡Dios
el

mío, ni aquí me salvo de Joel Steinberg!" Le parecía como si


Joel Steinberg tuviera tentáculos en todas partes.

Joel Steinberg era el abogado de Sarosi y su asesor finan-


ciero; recientemente lo había convencido de invertir en una
pequeña corporación, que era una de sus más recientes aventu-
ras, la Greenwich Petroleum Company. Algunas veces Sarosi

visitaba a Steinberg y a Nussbaum en su departamento.

Aquella tarde, en el sexto distrito, la persona a quien Hedda


Nussbaum pidió ver fue al Dr. Sarosi. El llegó y pasó dos horas
con ella y le dijo a la policía que tenía "la mala costumbre de
enfermarse con frecuencia".
Las noticias de lo que había sucedido en Tenth Street se di-
fundieron a todas partes. Entre los primeros en escuchar acerca
de ello estaban Elliot Koreman y la maestra de Lisa, Sylvia
Harón, pues ambos recibieron llamadas de la policía. Conforme
transcurría el día, para los doctores del San Vincent quedó claro
que nunca ocurriría una mejora en la condición de Lisa. El daño
a su cerebro era muy extenso, y se le mantenía viva sólo artificial-
Noviembre de 1987 41

mente. Una de las enfermeras la llamaba "Nuestra Bella


Durmiente".
Alguien en la comisaría dio la noticia a la prensa. A las nue-
ve en punto, Steinberg y Nussbaum fueron bajados del segundo
piso para ser entrevistados acerca de los cargos de intento de
asesinato, asalto y poner en peligro el bienestar de los niños.
Irma Rivera tüvo una sospecha de lo que les esperaba ahí y
cambió su atuendo a uno más adecuado, antes de tomar su lugar
al lado de Hedda Nussbaum. En una de las fotografías de los

diarios. Rivera está sonriendo a la cámara mientras toma del


r brazo a Hedda. Y Hedda, mientras observa directamente a una
muralla de luces blancas, está asombrada, llorosa y deslumbra-
da como una niña. La sala estaba saturada de reporteros soste-
niendo micrófonos.
En el pasado, uno de los alardes más tontos de Joel Steinberg
era que alguna vez dio un curso en la Universidad de Columbia,
sobre el periodismo y la ley. Ahora, él y Hedda eran las estrellas
de un caso sensacional, que podría haber sido un ejemplo per-
fecto para los estudiantes imaginarios de Steinberg, sobre cómo
los medios informativos y el sistema legal interactúan realmente,
cómo incluso las primeras imágenes difundidas pueden pesar
en los veredictos.
"¿Lo hizo usted?", preguntó un reportero a gritos. "¿Y las

heridas?"
Steinberg tenía derecho a decir sencillamente: "Sin comen-
tarios", pero por un momento predominó en él el astuto y com-
bativo abogado que le aconsejaba a su cliente: "Niegúelo todo".
"No hay ninguna huella en ella. Pueden ver los registros del
hospital", gritó a su vez. Kalina le dijo que se callara.

Una hora más un carro solitario apareció en una calle


tarde,
de Weens, avanzando muy lentamente para que su conductor
42 Noviembre de 1987

pudiera ver los números de las puertas de los edificios idénticos


de dos pisos y ladrillos rojos.
Sherry y Mitchell Burger lo habían estado esperando desde
las cinco de la tarde, cuando la trabajadora social de una agen-
cia judía les había llamado por teléfono, buscando hogar para
un bebé de un año que le habían quitado a su familia debido
a múltiples abusos. "Eso es todo lo que puedo decirles en este
momento, Shcrr)'".
A las seis de la tarde ella volvió a hablar. Esta vez sonaba
perturbada y además lloraba. El bebé estaba bien; no había sido
lastimado. Pero el niño tenía una hermana que no iba a sobre-
vivir; le habían lastimado el cráneo. Una hora más tarde, recu-
perado su aplomo profesional, la trabajadora social les dio la

fecha de nacimiento del bebé y su nombre.


Los Burger empezaron a llamar a sus vecinos para ver si les

podían prestar algunas prendas. También les comunicaron a sus


cuñados que les llevarían a un bebé de origen judío. Que tal vez
fuera posible conservarlo con ellos. Sherry y Mitchell, que eran
judíos ortodoxos, con frecuencia cuidaban a niños para adop-
ción que les enviaba la agencia Ohcl; cada vez que recibían
uno, sus esperanzas aumentaban.
Sherry Burger aún recuerda cada detalle de la llegada de
Mitchell Stcinberg. Como su perro Dudley había empezado
a ladrar inmediatamente, habían tenido que llevarlo al sótano
para que no asustara al bebé. Dos hombres de Servicios Espe-
ciales para Niños lo habían llevado directo del San Vincent.
Mitchell estaba envuelto en una sábana de hospital; traía sólo
una camiseta, un pañal y un par de zapatos que le quedaban
grandes. Todas sus otras posesiones terrenales estaban en una
bolsa de papel. El olor proveniente de esa bolsa era algo terrible.
"jPuff! Sáquenlo de la casa. Tírenlo en la basura, ¿sí?", le pidió
Sherry a los hombres. Pero los trabajadores de servicios es-
peciales decidieron mejor regresario; tal vez eso pudiera ser
Noviembre de 1987 43

utilizado como evidencia. Le dieron a Sherry y a su esposo


algunos detalles de lo que le había sucedido a Lisa Steinberg.
Entretanto, el maravilloso y sonriente bebé había pasado
a los brazos de Sherry y ya se comunicaba con ella. Era uno de
los bebés más
y cariñosos que ella jamás había visto;
listos

realmente excepcional. Sherry estaba segura de que él quena


ver a Dudley, así que dejó que el perro regresara del sótano. Por
supuesto, Mitchell estaba muy dispuesto a jugar con él, aunque
podía verse que tenía un poco de miedo.
Sherry lo llevó a la planta alta, lo metió a la tina y empezó
a quitar los rastros de Tenth Street. "Debo haber lavado su cabe-
llo unas tres veces antes de saber que era rubio", recuerda. "Era
verde cuando "Había un feo corte en uno de sus pies
él llegó".

y en una rodilla, y una pequeña cicatriz sobre la ceja. "Le puse


la pijama y lo llevé a la recámara para jugar. Entonces me llamó
mi padre y me dijo: "¡Prende rápido el canal 5!" Los Burger
alcanzaron la primera parte de las noticias de las 11. "Así es
como nos enteramos de quién era él."

Realmente nunca lo llamaron Mitchell, ni siquiera esa


ellos
primera vez. Por una parte, ya había un Mitchell adulto en la
casa, pero por supuesto la verdadera razón era evitar darte un
nombre con implicaciones tan terribles. Tenía que quitársele
como Empezar otra vez de la nada.
aquellas sucias vestimentas.
Por momento, los Burger decidieron llamarlo sencillamente
el

Boomcr. Y ése fue su nombre todo el tiempo que estuvo con


ellos.

Boomer sabía tres palabras: Mamá, papá y adiós. Y no eran


suficientes para contar lo que él había visto. Los Burger le en-
señaron una cuarta palabra: Bien. "Pórtate bien, Boomer", le

decían, si se ponía un poco pesado con el perro. Boomer no


soportaba dormir en una cuna. Seguía teniendo pesadillas, pero
por supuesto no le podía contar a nadie cómo eran. Durante el
día, siempre estaba contento.
44 Noviembre de 1987

Una vez, Sherry lo llevó a casa de su mamá. Ella tenía ese día
una visita que en cierta forma se parecía bastante a Hedda, la
misma edad, la misma talla, el cabello rizado y canoso. Cuando
el bebé la vio, empezó a gritar; se agarró de las piernas de She-
rry yno la soltó. Sherry lo levantó y se lo llevó afuera. Final-
mente se calmó. Olvidó eso pronto y volvió a ser él mismo.
Noviembre de 1987 45

D urante 1987, se estima que murieron cuatro mil niños


en Estados Unidos por causa de abusos. La mayor parte de ellos
eran niños pobres y sus fallecimientos recibieron muy poca
atención de la prensa, con una ocasional excepción. Tres sema-
nas después de la muerte de Lisa Steinberg, los periódicos de
Nueva York informaron de una niña puertorriqueña de tres años
de edad, que había vivido con su madre y su padrastro en un
hotel de beneficencia de Manhattan. El padrastro había sido
acusado de golpear a la niña causándole la muerte, de colocar
su cadáver en una carreóla y salir a las calles a pedir limosna
para comprar drogas. Pero la pequeña niña pronto pasó a for-
mar parte de las estadísticas. En comparación, el caso fue tra-

tado con relativa discreción. La manera en que la niña del hotel


de beneficencia había muerto no fue interpretada como total-

mente en contra de la naturaleza; parecía algo inevitable. Tras


evitar su responsabilidad con los pobres, Estados Unidos ha
Todo lo que la sociedad puede
llegado a esperar lo peor de ellos.
hacer es retorcerse las manos, culpable e inútilmente.
Pero el caso de Lisa Steinberg ha sido diferente. Lisa era uno
de esos niños a quienes asignamos un alto valor. Los principa-
les protagonistas, elabogado de mediana edad que estaba in-
criminado, y la editora de libros para niños, no podían haber
sido unos padres más apropiados. ^'Porque los Steinberg son
personas como
nosotros" y eso no lo podíamos negar. El caso
hizo que Manhattan pareciera un pueblo pequeño. Podías em-
pezar preguntándole a tus amigos: "¿Conocen a los Steinberg?",
y ellos le preguntarían a otros amigos, y si preguntabas a la
cantidad suficiente de personas ellos encontrarían en algún mo-
mento una conexión. Pero nadie quería conocer a Joel Steinberg,
el "tirano de la Calle Diez", el déspota regidor de la "Casa de
46 Noviembre de 1987

los Horrores*'. Entre más llegamos a conocerlo, más tenemos


que insistir en la diferencia entre él y nosotros. El y Hedda Nuss-
baum, a quienes nosotros necesitamos, desesperadamente, identi-
ficar como dos víctimas más y no como unos criminales, habían
transformado por completo y con toda premeditación muchos
valores de la sociedad y la familia, arrastrándolos en el fango.
Era como si las peores posibilidades de la vida familiar hubieran
sido notoriamente señaladas.
La raíz latina de monstruo es el verbo monere: avisar. El
monstruo lleva la connotación de una premonición, un aviso,
un presagio de maldad. La aparición de un Steinberg nos re-
cordó el potencial de maldad en la naturaleza humana. De
acuerdo con Bruno Bettelheim, les hacemos daño a los niños si
los privamos de los tradicionales cuentos de hadas, en los cua-
les aparecen monstruos. Como señala en su libro Los usos del

encantamiento'. "El monstruo que un niño conoce mejor, con el


que está más preocupado, es el monstruo que él mismo siente
ser". Por tanto, si al niño no se le permite fantasear con mons-
truos, "no puede llegar a conocer mejor a su monstruo ni ob-
tiene consejos sobre cómo controlado. Como resultado, el niño
queda a merced de sus angustias**.
En un nivel racional, los adultos sabemos muy bien que los
monstruos no existen. Pero nuestra racionalidad no es invulne-
rable. En respuesta a ciertos sucesos de terror, nuestras fanta-
sías infantiles pueden controlar nuestro pensamiento. Para com-
prender cómo alguien como Steinberg puede existir en nuestra
sociedad, necesitamos observar profundamente en nosotros
mismos, y en nuestras experiencias e historias como niños y
como padres. Eso facilita decidir que no se parece en absoluto a
nosotros.
Cuando llamamos a alguien monstruo, afirmamos que existe
por debajo de lo natural y lo humano. Un monstruo es total-
Noviembre de 1987 47

mente insensible. Todo lo devora de acuerdo con sus insacia-


bles necesidades y lo hace sin sentir culpa. La historia de un
monstruo es la de sus atroces actos. Sencillamente es lo que
hace, es lo que es. Y por tanto, no necesitamos comprenderlo.
No obstante, el público tuvo una profunda comprensión ini-
cial de Steinberg con mayor renuencia, tardíamente, también
y,
de Nussbaum. Esta comprensión explica por qué los dos se
convirtieron rápidamente en arquetipos —
una Steinberg, una
Nussbaum decimos ahora y por —
qué la
, muerte, en particular
de una niña de la clase media, continúa atenazando la imagina-
ción.Es la marcada insensibilidad de Steinberg y Nussbaum lo
que nos hace estremecer, lo que nos causa un temor mayor que
los golpes sobre una niña de seis años. Es la sensación de
que los golpes se dieron con indiferencia, más que con cualquier
otra emoción reconocible, y que con esa misma indiferencia los
dos adultos "bien educados" que vivían en el departamento
permitieron que la niña se deslizara hacia la muerte, ante sus
propios ojos, durante las 12 horas siguientes, mientras, como se
descubrió más tarde, fumaban cocaína. Incluso la lacónica
mirada de Hedda Nussbaum pidiendo una ambulancia parece
fruto del azar, desconectada de cualquier instinto maternal ver-
dadero. Fue como si nos enteráramos de que una nueva especie
había surgido en la tierra; seres humanos sin humanidad, per-
sonas para las que la satisfacción de su narcisismo sensual fuera
más importante que la vida y la muerte. Sin embargo, eran ex-
traterrestres que conocíamos muy bien, habían vivido entre
nosotros por años.
El caso de Nussbaum era como un espejo roto: uno se fijaba
en los fragmentos y encontraba reflejos de su propia vida. Edi-
tora de libros para niños... Random House... Greenwich Village...
Yo también había editado libros. Había sido una madre traba-
jadora. Había vivido en Greenwich Village durante muchos años.
48 Noviembre de 1987

Cuando mi hijo era pequeño, yo lo había llevado a los mismos


juegos en la Plaza Washington donde Lisa jugó. Lo había mecido
en los columpios, como vi a Joel haciéndolo con Lisa en una
fotografía aparecida en cierto periódico sensacionalisla.
Todavía visito a mis amigos en el pueblo. La noche de
Halloween de 1987 me atrapó una densa multitud reunida en
Tenth Street y la Avenida de las Amcricas que esperaba el
comienzo del desfile anual de disfraces. Es posible que yo haya
visto a un hombre alto, de mediana edad, abriéndose paso con
su cuerpo hacia la acera y de una pequeña niña pelirroja vestida
como correcaminos, apretando la mano del hombre y que los
olvidara en el instante siguiente; la mente rara vez almacena
imágenes de desconocidos. Si yo hubiera prestado mayor aten-
ción, habría visto heridas en la cara de la pequeña correcami-
nos. Pero no puedo decir que habría más que eso. Y de
visto
cualquier manera, es mucho más probable que Elizabeth Stein-
berg estuviera sonriéndole a su papá, con los ojos brillantes.
Ella sabía lo importante que era parecer feliz para él, ser siempre
una niñita deliciosa.
La última fotografía tomada a Elizabeth Steinberg apareció
en la portada del News Day el miércoles 4 de noviembre; era la
menos adorable. Mostraba a una pequeña niña con la mirada
baja y el cabello desordenado. Está sentada, con las manos
enfrente de ella sobre el escritorio de la escuela y con un as-
pecto particularmente solitario, aunque se trataba de una fiesta
escolar. Uno puede imaginar el estruendo de las voces, el

movimiento, la energía de todos esos pequeños cuerpos que


rodeaban a la niña inmóvil. Los niños de primer grado no pue-
den estarse quietos. Pero Lisa Steinberg parecía estar esperando
a nada en particular, sino lo que fuera; algo terrible e inevitable.
La mirada parecía decir "sucederá". Retrato de una adorable
niña en la fiesta de Halloween, Escuela Primaria 4 1 Era sorpren-
.
Noviembre de 1987 49

dente que hubiera sido tomada, como si la cámara, con su frío

ojo inteligente, hubiera captado algo que todos los demás pa-
saron por alto.

El día que apareció la foto, ella todavía estaba clínicamente


viva, aunque no se había movido, expresado una palabra ni
abierto los ojos. El corazón de la niña había sobrevivido a su
conciencia.

Ese verano, una joven y atractiva mujer, llamada Renée Gordon


trabajaba para Robert Kalina y su asociado Michael Guido. En
la mañana del jueves, una vocera del San Vincent llamó a la

oficina para decir que el hospital había desconectado el sistema


que mantenía con vida a Elizabeth Steinberg. La hora oficial de
su muerte fue 8:40 A.M. "Por favor, informe a su cliente", dijo
ella de manera cortante.
Kalina no estaba en la oficina ese día. Guido encargó esa
tarea a Renée: "Dícelo a Joel".
Era algo terrible portar ese mensaje. Renée había llegado a
conocer a Joel un poco, por sus repentinas visitas a la oficina,
aunque siempre había tenido cuidado de guardar su distancia.
Renée había estado casada con un músico de rock. Steinberg la
hacía sentirse incómoda al recordarle a personas que había
conocido en un mundo que había dejado atrás. La manera en
que él sudaba, aun cuando hiciera frío, y su manera de hablar,
rápida e inconexa, eran signos delatores de la adicción. Sin
embargo, no dudaba que él quisiera realmente a su hija y
ella
con el ella se había convencido de que era inocente.
tiempo
Guido también lo pensaba así. Kalina, por ese entonces, tenía la
impresión de que también defendería a Hedda y no sabía qué
hacer con lo que Joel le había dicho. Los tres días anteriores le

habían estado pidiendo a Steinberg: "Bueno, simplemente dime


cuál es la verdadera historia".
50 Noviembre de 1987

Habían puesto a Joel en un área de prevención de suicidios


en el Hospital de la Prisión de Rikers Island. A los prisioneros
les permitían hacer una llamada al día, pero Joel se las arreglaba
para estar al teléfono todo el tiempo. Si Kalina no estaba, se
ponía a hablar con Renée, interminablemente. "¡Aja!", le decía
ella. "Bien. Correcto, Joel. Por favor, discúlpame", y le decía
que estaba tomando otra llamada; cuando volvía a la línea, el
flujo de palabras sencillamente continuaba.
Por supuesto, no pasó mucho tiempo antes de que él llamara
esa mañana y empezara a platicarle a Renée, como de costum-
bre. Y entonces él dijo: "¿Sabes algo de Lisa?"
Mi corazón
se detuvo —
recuerda Renée y no supe qué— ,

decir.Creo que dije: "Joel, Lisa está muerta". El gritó: "¿Qué?


¿de qué hablas?" Prácticamente me arrepentí de habérselo dicho.
"Escucha, tienes que hablar con Bob. Yo haré que te llame en
cuanto sea posible".
De alguna manera eso calmó a Joel; un momento después él
cambió de tema. "Fue de lo más extraño", pensó Renée. Apenas
unos segundos antes estaba histérico. "Tengo los nervios des-
trozados", le había dicho él. Y ahora, sólo unas cuantas pala-
bras bastaban para tranquilizarlo. En su lugar, ella hubiera pre-
sionado, hecho preguntas. Pero tal vez Joel no quería creer que
Lisa estaba muerta.
El resto de la conversación de esa mañana fue sobre Hedda.
"Por favor, traten de ayudar a Hedda. Déjenle un mensaje de
que me llame, por favor. Díganle que la quiero." Hedda, Hedda,
Hedda.
Renée intentó comunicarse al hospital Elmhurst, donde Hedda
estaba en un área reservada, recuperándose de una operación en
su pierna derecha, pero no lo consiguió.
Hedda Nussbaum estaba en cama cuando llegaron algunas
personas del Elmhurst para decirle que su hija había muerto.
Noviembre de 1987 51

Uno de ellos le contó más larde a la prensa: "La oí llorar; fueron


unos cuantos gemidos y lágrimas, y eso fue todo".
Cuando fue arrestada con Steinberg, también fue acusada de
intento de asesinato. Con la muerte de Lisa, su situación legal
había cambiado. Ahora, como Joel, iba a ser acusada de un delito
más grave: asesinato. Esa misma tarde una corte provisional se
reunió en el 4- piso del hospital y el juez Randall T. Eng, de la
Corte Criminal de Manhattan, acudió al Elmhurst para presi-
dirla. A las 3:37, Hedda Nussbaum fue introducida, llevando
una bata de hospital a rayas y con un goteo intravenoso conec-
La acompañaban sus tíos y sus padres, William
tado a su brazo.
y Emma Nussbaum, dos pequeños y aturdidos octogenarios,
que casi parecían gemelos porque ambos usaban anteojos re-
dondos e impermeables demasiado ligeros para el fresco clima
de noviembre.
Hacía años que los Nussbaum no veían a su hija Hedda. El
lunes en la noche le habían enviado un recado a su dirección en
Tenth Street. Un investigador lo encontró, todavía en su sobre,
algunas semanas más tarde. Para entonces todos sabían que
Steinberg le había prohibido a la familia de Nussbaum visitar el
departamento, pero no obstante eso, el mensaje de cuatro líneas
era sorprendentemente tibio e incompleto, dadas las circuns-
tancias. La hija de los Nussbaum había sido acusada de un cri-

men terrible; su nieta estaba a punto de morir en el San Vincent,


Hedda había quedado desfigurada. Ellos le escribieron: "Escu-
chamos las malas noticias en la televisión y por Charlotte" la —
mamá de Joel Steinberg. Ellos no lo creyeron, sabían que Hedda
nunca dañaría a los niños. "Como no podemos ponemos en
contacto contigo, comunícate tú con nosotros", terminaba la nota,
como si los Nussbaum se estuvieran dirigiendo a un conocido
ocasional.
Parecía ser otra de las tantas situaciones en la tragedia de
Lisa Steinberg, en donde nadie parecía ser capaz de expresar lo
52 Noviembre de 1987

correcto, cuando tenía uno que preguntarse por qué todos los
actores en la escena mostraban tan notoria falta de emoción.
Sólo se necesitan una o dos declaraciones percibidas como
incorrectas para descubrir que se tienen escalas de dolor, que
los sentimientos profundos son una medida de cordura.
Los periódicos dijeron que Hedda Nussbaum había llorado
cuando un oficial de la corte leyó la descripción de las lesiones
de Lisa Steinberg. Pero su dolor se convirtió en enojo cuando
escuchó que Irma Rivera había descrito su departamento como
sucio y desordenado. Por el momento esta crítica de su habili-
dad doméstica era mortalmente importante y un golpe directo
a su orgullo; irguió la cabeza con fiereza y se le quedó viendo al
que hablaba.
El abogado que hacía las declaraciones por ella no era Ro-
ben Kalina, sino Barry Schcck, quien había conseguido que la
corte lo designara para dcfcnderia. El había buscado intensa-
mente tener el caso y aunque se compadecía por los apuros de
Hedda, quizá también buscaba una oportunidad de adquirir cierta
notoriedad. La familia de Hedda rápidamente había decidido
esperar su caso del de Joel. De un grupo llamado PASOS, Para
Acabar con la Violencia en la Familia, que inmediatamente
organizó el apoyo para Hedda, ellos habían obtenido el nombre
de Michael Dowd, un abogado con reputación de defender exi-
tosamente a mujeres golpeadas, acusadas de asesinar a sus
esposos. Aunque este caso era diferente, tal vez pudiera apli-
carse el mismo razonamiento —que la mujer había sido gol-
peada hasta un punto que ya no era responsable de sus actos.

Dowd no estaba en la ciudad cuando a la hermana de Hedda


Nussbaum, Judy, le recomendaron tratar con Scheck, como una
medida temporal. Down no tardó en regresar, pero Barry Scheck
ya se había hecho cargo.
Ese día, Barry Scheck anunció ante la corte que su cliente
Noviembre de 1987 53

estaba dispuesta a testimoniar en contra de Steinberg ante un


gran jurado. En no había manifestado tal disponi-
realidad, ella
bilidad, pero Scheck se había comprometido a dar las respuestas
correctas por ella. En los meses siguientes, manteniendo a su
cliente completamente alejada de la prensa, él proporcionaría
reportes de los avances del caso. ''Hedda está muy enojada con
Joel", declararía orgullosamente de vez en cuando, como un
padre hablando de los primeros pasos de su niño.
Evidentemente, era más fácil para Hedda mostrar enojo que
dolor. Se supo también que el día que murió Lisa, Hedda
Nussbaum dijo algo extraño acerca de su hija: "Estoy muy
contenta de haberla conocido".
*'La Niña del Terror", o "La Muñeca Torturada", llamaban
los periódicos amarillistas a Elizabeth Steinberg. Elizabeth
Steinberg no era nada de eso. Estaba en un cuerpecito de 19
kilos de carne y hueso, pero legalmente tal persona nunca había
existido. Después de su nacimiento, ella había sido apartada de
la única identidad real que tenía, "La Bebé Launders", el nom-
bre asentado en los registros del hospital donde nació. Si hu-
biera llegado a la edad adulta, Elizabeth Steinberg se habría
enterado de su situación irregular al intentar tramitar un pasa-
porte o una licencia.
Cuando se hizo evidente que Elizabeth Steinberg no podría
ser mantenida con vida, la fiscalía fue puesta en un aprieto. ¿A
quién podría recurrir el Hospital San Vincent, por un permiso
válido para desconectar el aparato de supervivencia? Como la

niña, en apariencia, nunca había sido adoptada, el consentimiento


debía provenir de su madre natural, pero al principio nadie fue
capaz de ubicaría. A las 2:30 de la tarde del 5 de noviembre, la
fiscalía fue auna corte familiar y se convirtió en tutor de Eli-
zabeth Steinberg; dos horas más tarde, cuando el San Vincent
declaró la muerte cerebral, la fiscalía fue capaz de transferir la
54 Noviembre de 1987

responsabilidad de Lisa al hospital. El 3 de noviembre, sin


embargo, la muerte de Elizabeth había creado un nuevo pro-
blema. Nuevamente surgió la cuestión de quién era verdadera-
mente responsable de Lisa. ¿A quién le correspondía enterrar-
la? Era impensable, ultrajante, que Steinberg y Nussbaum lo
hicieran.
Cientos de personas se pusieron en contacto con la fiscalía y
ofrecieron pagar el funeral. Otros más enviaron cheques al
periódico Daily News. El director de la escuela 41, Elliot Ko-
reman, quien para entonces tenían una aprensión considerable
por la falla de su equipo de trabajo para reaccionar ante las heridas
con las que Lisa había acudido a la escuela, le prometía a la

prensa que la escuela no permitiría que la ciudad se encargara


del entierro. ''La escuela se ha hecho el propósito de que, si

nadie lo hace, nosotros prepararemos un funeral para esa niña.*'


El viernes, Steinberg finalmente se puso en contacto con
Nussbaum, y tuvieron una breve conversación, conviniendo en
que la familia de Hedda se hiciera cargo del entierro. William

Nussbaum no podía comprender que su hija recibiera llamadas


de Steinberg, por lo que fuera. "¿Qué quieres decir?", le con-
testó ella. "Yo quiero hablar con él."
Durante toda la semana, Michelle Launders, de 26 años, había
seguido el caso, observándolo en la televisión, diciéndose ella
misma que Lisa no podía ser su niña, que era solamente una
coincidencia — al igual que en alguna ocasión se había dicho
que no podía estar embarazada. La noche del miércoles, des-
pués de ver que tenían en al escuela de Lisa
la fotografía

Steinberg, la madre de Michelle, Anita, le telefoneó. Anita


Launders se había quedado viendo el rostro de la pequeña niña
pelirroja en la Greenwich Village y había visto algo en la ex-
presión, en la boca, que le recordaba inconfundiblemente a
Michelle. "No puede ser", le dijo Michelle acaloradamente. "¡No
Noviembre de 1987 55

puede ser!" Pero Anita siguió haciendo preguntas, reviviendo


todas las viejas dudas acerca del abogado de Manhattan que
había arreglado la adopción de la niña que Michelle había dado
mayo de 1981.
a la luz, el 14 de
En ese entonces, Joel Steinberg no parecía ser un loco; nadie
hubiera imaginado que se convertiría en un asesino de niños.
De hecho, Michelle había quedado muy impresionada con él,

un poco intimidada por el porte profesional en su traje de tres


piezas. Tampoco había querido escuchar cuando su mamá
expresó algunos recelos acerca de los arreglos que había hecho
para la bebé.
Para Michelle, haber tenido un aborto le hubiera parecido un
asesinato y no hubiera podido soportarlo, por eso no lo hizo.
Ella tenía 19 años y era el peor problema de su vida. Era una
chica seria y todavía estaba muy enamorada. El padre del bebé
era estudiante en la universidad. Por varias semanas, ella trató
de evadirse de la realidad, hasta que acudió a la escuela de su
novio y le contó las malas nuevas y su predicamento. En ese
momento el problema se volvió sólo de ella. El no querí'a ca-
I sarse ni tener hijo. Michelle acudió al doctor Michael Bergman,
un ginecólogo que tenía un consultorio en el lugar donde ella
vivía, Hempstead, Long Island, y otro en Greenwich Village,
en University Place, en el mismo lugar en el que se instalaría
más tarde Peter Sarosi, cuando Bergman se tuvo que retirar por
motivos de salud. Le hizo una prueba y los resultados fueron
positivos. Fue entonces cuando ella le contó a su mamá.
Michelle Launders sabía, por medio de la experiencia de su
propia madre, lo difícil que era para una mujer sin recursos
financieros educar ella sola a un niño. Anita Launders había
abandonado al padre de Michelle luchando para sostenerse ella
misma y a su hija. Michelle odiaba pensar en Uevarle nuevas
cargas, pero afortunadamente el Dr. Bergman fue amable con
56 Noviembre de 1987

ella. Dijo que tenía un amigo, abogado, que tramitaba muchas


adopciones. La recepcionista del Dr. Bergman, Virginia Lie-
brader, a quien todo mundo llamaba Jeannie, también era nota-
blemente generosa y comprensiva. Invitó a Michelle a vivir con
ella durante los últimos tres meses de su embarazo. Jeannie era
una persona alegre, una especie de hippie, pensaba Michelle.
Cuando Michelle se deprimía y pensaba en quedarse con el bebé,
Jeannie la volvía a la realidad diciendo: "Eres muy joven. ¿Corno
le darías una vida adecuada al bebé?"
Michelle nunca se preguntó por qué el doctor y su recepcio-
nista setomaban tantas molestias. Ella creía que la gente bási-
camente era buena —
una creencia que cambiaría radicalmente
en los años siguientes. "No te preocupes, Michelle, todo está
bajo control", le volvía a asegurar Bergman. Lo único que pa-
recía preocuparle un poco era la salud de Michelle. Ella estaba
en condiciones predi abéticas, que él cuidaba con mucha atención.

Por un tiempo, el Sr. Steinberg fue sólo una voz en el teléfono,

que llamaba para preguntarle cómo estaba. Un día ella y su madre


fueron a comer con él en Greenwich Village, a un lugar de
aspecto elegante, arreglado con motivos Decó del trasatlántico
italiano, el Corona. El Sr. Steinberg fue el único que comió.
Los precios eran que Michelle y Anita sólo tomaron
tan altos,
café. El Sr. Steinberg dejó que Anita Launders pagara toda la
cuenta. En los 45 minutos que estuvieron ahí, Michelle tuvo la
sensación de que ocupaba más de un asiento a la mesa, debido
él

a su personalidad arrolladora. Ese mismo día, Anita le dio 500


dólares en efectivo, que él había solicitado como prueba de su
buena fe. Esa cantidad eran los ahorros de toda su vida. El Sr.
Steinberg actuó como si fuera costumbre en la futura madre,
que tuviera que darle algo al abogado. Había muchas cosas que
Michelle y su madre no sabían.
Noviembre de 1987 57

En realidad, Michelle se sentía muy agradecida con el Sr.

Steinberg porque él se hubiera tomado el trabajo de hallarle


unos buenos padres adoptivos al bebé. Un acaudalado abogado
católico y su esposa, que vivían en una zona residencial cerca
de Central Park, enviarían al bebé a escuelas privadas y a la
universidad. Michelle sentía que había tomado la decisión co-
bebé a personas que le pudieran dar infini-
rrecta al entregar al
tamente más de que ella podría. Lo que Steinberg les dijo ese
lo

día dio comienzo a unas tranquilizadoras fantasías de Michelle,


acerca de su hija. Ahora tiene cuatro años; ahora ya platica;
ahora ya tiene cinco, y casi podía ver cómo la pequeña niña se
despertaba en una habitación inmaculada, como las que apare-
cían en las revistas, pintada de nubes pastel y arco iris.

Cuando nació el bebé en el hospital Beekman Downtown,


Michelle la vio por unos breves momentos. Ella firmó el for-
mato de cesión, cuando se lo trajo Joel Steinberg. No tuvo tiempo
de reflexionar o cambiar de opinión. Por supuesto, Steinberg no
le contó que el formato no se formalizaría hasta que hubiera una
audiencia de adopción en una corte familiar. O de que por ley la
madre natural debía ser enterada por escrito, acerca de la fecha
de tal audiencia.

Presionado por la muerte de Lisa Steinberg, el estado de Nueva


York aprobó una nueva legislación en 1988. La ''Ley de Lisa"
intentaba limitar algunas de las fallas en la adopción privada,
haciendo obligatorio para los posibles padres iniciar los proce-
dimientos de adopción 10 días antes de llevar al niño a su
domicilio. Previamente, una pareja podía esperar indefinida-
mente antes de notificar al juez de una Corte Familiar sus in-
teciones y de que se revisara su aptitud como padres, some-
tiéndolos a investigación, por si alguna vez habían sido acusados
de abusos.
58 Noviembre de 1987

Pero incluso estas nuevas leyes no hubieran limitado a Joel


Steinberg. "Si usted no notifica a la corte su intención de adoptar,
realmente no hay mucho que podamos hacer", dijo alguien que
trabajaba en una corte familiar.
La nombre de Michelle Launders, no lo
policía encontró el
obtuvieron de Steinberg o Nussbaum. Ellos registraban a fondo
el departamento buscando drogas, armas, pornografía, admi-
nículos sexuales y registros fmancieros. Volcaban el contenido
de los archiveros por todo el piso. Joel Steinberg había olvidado
tirar un paquete de cuentas por pagar del hospital Beekman
Do wntown, fechadas en mayo de 1 98 1 . Virginia Liebrader había
ingresado a Michelle el mayo, diciendo en el hospital
día 13 de
que Michelle era su hermana; en las formas que Jeannie com-
plementó, la dirección de Michelle que se anotó era: y/o Joel
Steinberg, West Tenth Street, número 14.
En noviembre de 1987, Michelle trabajaba para una compa-
ñía de seguros como redactora, y compartía un departamento en
Hempstead con un par de amigas. El viernes 6 de noviembre
ella volvió a su casa del trabajo y se encontró con la ayudante
del fiscal del distrito, Nancy Palmer, y un detective esperán-
dola. Sus compañeras los habían dejado entrar al departamento.
"No se vayan", les había dicho Nancy Palmer, "ella las va
a necesitar".
Noviembre de 1987 59

E, 1 sábado 7 de noviembre, Joel Steinberg tuvo dos


en Rikers Island: Robert Kalina y su asistente Renée
visitantes
Gordon. Renée, que aspiraba a ser periodista, le había suplicado
que la llevara. Mientras llegaban ahí, Kalina le confió a Renée
que no estaba seguro de querer el caso. Hacia 1989, él se lo
habría pasado a Ira London. Steinberg había dicho cosas muy
extrañas y perturbadoras, se refería una y otra vez a las personas
involucradas en lo que él llamaba un '*culto'\ Estas personas
supuestamente eran peligrosas — tan peligrosas y hostiles hacia
Steinberg, que incluso el abogado que lo representara peligraría
también. "Podríamos morir todos", le había dicho Steinberg
a Kalina y le había dado ejemplos reales de muertes repentinas
y sospechosas. Uno de los fallecidos fue el doctor Michael Berg-
man, quien había sucumbido a un ataque al corazón el año
anterior.

Lo que Steinberg decía parecía muy difícil de creer, aunque


parecía tan obsesionado por la amenaza representada por este
culto que la sola idea comenzaba a intranquilizar a Kalina, lo
suficiente como para desear hallar para Steinberg, otro aboga-
do. Una mujer que participaba en este culto, de acuerdo con
Steinberg, le había hablado a su casa cerca de las cuatro, del
primero de noviembre de 1987. El veía el fútbol. Lisa contestó
el teléfono, como lo hacía con frecuencia. Quien llamó le susurró
algo a Lisa y poco tiempo después, cuando estaba comiendo
verduras chinas, ella comenzó a sentirse enferma.
En Rikers Island, Renée esperó sola durante dos horas
mientras Kalina se reunía con su cliente. Después un guardia la
condujo a la sala de reuniones del fiscal, una oficina con pare-
des cenicientas y escritorios de metal. Ella se sentó en uno de
ellos. Joel se veía muy agitado, hecho un manojo de nervios.
60 Noviembre de 1987

Sudaba abundantemente y tenía el cabello muy sucio; a Renée


le dio la impresión de que estaba luchando contrajialgo. Ya tenía
el aspecto de un hombre arruinado. Se veía que sus ropas pro-

venían de otros internos —


pants negros y un suéter crema lleno
de pelusa. Tenía una lata de Coca-Cola que sorbía una y otra
vez, y fumaba un cigarrillo tras otro. Cuando se acabó su pa-
quete le pidió más al guardia. Era cierto lo que Kalina había
dicho, Jocl tenía una terrible obsesión con este culto. Se invo-
lucró tanto en ellema que en cierto momento se subió a una
banca, como si estuviera hablando con muchas personas.
más le preo-
El culío había atrapado a Hcdda, eso era lo que
cupaba. De hecho, tenía que reportar al FBI algunas lesiones
infligidas a Hedda por miembros de ese culto. Kalina tenía que
encontrar al amigo de Stcinberg, Greg Malmouka, porque él
sabía todo sobre esto. "Bob", la preocupación de Steinberg era
evidente, "no permitas que Hcdda caiga en trance. Tienes que
hacer esto para evitarlo". Hizo una demostración a Renée del
remedio contra los trances: tocó sus mejillas con la punta de los
dedos y colocando sus pulgares c índices en el rabillo de los
ojos de Renée, movió los párpados hacia arriba y hacia abajo,
como se mueven los de una muñeca. "¿Te fijas?, ¿ves cómo se
hace?"
Un poco más cuando Renée estaba a punto de salir
tarde,
junto con Kalina, Jocl Steinberg tomó su mano. "Muchas gra-
cias", le dijo fervientemente. De repente, ella sintió sus labios
en dorso de su mano, su bigote raspando sus nudillos.
el
Escuchen —
les dijo —
Quiero que se lleven al conejo.
.

Ustedes tienen las llaves. Tienen que entrar y llevarse al conejo.

Michelle Launders pasó el fm de semana abrumada por el dolor


y la culpa, incapaz de decidir qué hacer. ¿Deberi'a seguir adelante
para enterrar a la niña que había asesinado? ¿O debería ser sensata
Noviembre de 1987 61

y protegerse, tomar la ruta del silencio y la retirada, la ruta que


el padre natural de Lisa estaba siguiendo? Nadie le obligaba a

hacer nada, ella podía escoger una u otra cosa.


Durante seis años, a pesar de lo que le había ocurrido a los
19, Michelle Launders se las había arreglado para conformar
una vida más o menos aceptable. Trabajaba muy duro en algo
que le interesaba mucho; vivía en un departamento muy agra-
dable y tenía bastante ropa, así como las preocupaciones nor-
males acerca de la soledad y control de su peso; deseaba que su
trabajo no se hiciera rutinario. Algunos fines de semana se ale-
jaba de todo y se iba a esquiar o a velear y limpiaba su mente.
Era una joven sincera, con un saludable sentido del humor y
una manera directa de enfrentar todos sus asuntos. Le faltaba
confianza en sí misma. Una de las cosas que menos le gustaba
era que le tomaran fotos.
En los cientos de fotografías que se le tomaron a Michelle
Launders se pueden reconocer rasgos de Lisa — el color del
cabello, la forma de la boca. Quizá la complexión de Lisa hubiera
sido como la de
Michelle; se ruborizaría y palidecería según sus
deseos no expresados. Aunque Lisa apenas a los seis años ya no
sentía pena y siempre se ofrecía a posar ante una cámara; incluso
tenía una propia con la que tomaba fotografías de los amigos de
su papá, como Greg Malmouka. Excepto por la última que le
tomaron, la de la fiesta en la escuela, ella siempre aparecía
sonriendo.
Uno puede imaginarse a Michelle Launders viendo esa fo-
tografía una y otra vez. La misma que había provocado la lla-

mada de su madre y su propio rechazo: "¡No puede ser!"


El lunes, el Koch celebró una conferencia de prensa y
alcalde
comparó a Lisa Steinberg con Kitty Genovese. Una joven mujer
que había sido apuñalada en una calle de Forest Hills, Long
Island, en 1964, mientras 38 vecinos ignoraban sus súplicas de
62 Noviembre de 1987

ayuda. Parece que nadie le informó al alcalde de las quejas que


durante años había realizado Karen Snyder y otros pocos, a la
policía y a la oficina del Bienestar de los Niños. Koch tampoco
mencionó la ineptitud de los investigadores que le habían dado
seguimiento a esas llamadas, o la inexplicable ceguera de los
maestros y del director de la escuela de Lisa. Pero sí señaló a los
vecinos de Lisa, denunciando que ellos dieron la espalda por
temor a involucrarse. Muy pronto, entrar y salir de la casa se
hizo un suplicio para Karen Snyder y otros inquilinos, al enfrentar
las acusadoras miradas de la gente que se reunía afuera.
Entretanto, como la madre natural de Lisa Steinberg todavía
no aparecía, aumentó la controversia sobre quién tenía el dere-
cho de enterrar a la niña. Una empresa de North Arlington,
Arizona, ofreció una lápida de 500 dólares y el dueño de unas
funerarias propuso absorber todos los gastos que se hicieran.
"Ya perdí la cuenta de las llamadas que he recibido", dijo un
cansado oficial del servicio forense. Todos los días en las es-

caleras del número 14 de Tenth un pe-


Street se improvisaba
queño santuario. Flores, velas encendidas, juguetes, poemas y
notas dirigidas a Lisa se acumulaban en los escalones. "Siento
pequeña, delicada y suave", decía una hoja
tu terror, dulce niña,
de papel, "quisiera encontrar la manera de tenerte con nosotros
y cubrirte de ternura". La niña fallecida se había convertido en
La muerte convirtió a Lisa Steinberg en alguien
objeto de culto.
intensamente real, pero cada vez más abstracta; un florero para
contener un torrente de sentimiento. Sin embargo, mucha de la
emoción era genuina. Era como si las multitudes de desconoci-
dos reaccionaran inconscientemente a la incapacidad de quienes
formaban "la familia" de Lisa, para expresar su remordimiento
y su insoportable dolor; querían llenar el vacío existente.
En verdad faltaba algo en todos los reportes de los periódicos
y de la televisión acerca del caso, y en lo que habían dicho Hedda
Noviembre de 1987 63

Nussbaum o sus padres. Charlotte Steinberg, por ejemplo, se


quejaba de haber comprado los regalos de Navidad de Lisa y
Mitchell. "¿A quién se los voy a dar ahora?" Los Nussbaum
apenas mencionaban a los dos niños; todos sus pensamientos
estaban con su hija. Yque apoyaron a Hedda la
las feministas
acusaban de estaren una etapa más allá del dolor. Por supuesto,
ella no podía sentir mucho, de acuerdo con la interpretación de

ellas. Al mismo tiempo, tenían una visión idealizada de las cir-

cunstancias que habían rodeado a la muerte de Lisa. Dando por


sentado que existía una estrecha relación entre madre e hija,

creían que Lisa fue golpeada mientras intentaba proteger


a Nussbaum de Steinberg. Pero otras mujeres intentaron ponerse
en el lugar de Hedda, y se permitían imaginar cómo se sentirían
si perdieran a sus propios hijos. Decían que estarían deshechas
totalmente, que no podrían continuar. ¿Cómo puede seguir
viviendo una madre, después de que asesinan a su hijo?
Barry Scheck y Lawrence Vogelman, su socio, pidieron que
se realizara una segunda autopsia, durante el fin de semana, lo
que horrorizó al rabí Dennis Math, del Templo del Village. "Es
como victimar a Lisa otra vez", dijo a la prensa, dado que la ley
judía recomienda que un cuerpo sea enterrado en cuanto sea
posible. El rabí Math sugirió a todos los que pretendían realizar
el entierro de Lisa que pusieran sus intereses particulares a un
lado. En su opinión, sería más apropiado que la niña fuera en-
terrada por la escuela primaria 41, porque "en realidad, los
estudiantes y los maestros eran su verdadera familia". Barry
Scheck fue rápido para responder: "Como la adopción ha sido
declarada ilegal y no hay ningún pariente cercano legal, los
arreglos deben realizarlos amigos de la fallecida, en este caso
parientes de sus padres adoptivos y amigos de su vecindario".
Indicó que Hedda deseaba que a Lisa la enterraran sus papas, la
madre de Joel .y el director de la escuela 4 1 William Nussbaum
.
64 Noviembre de 1987

dijo a la prensa que él apoyaba a Hedda. Que deseaba que Lisa


fuera enterrada con otros Nussbaum.
Repentinamente, apareció una de las más importantes de-
fensoras de Hedda Nussbaum, la hermana Mary Nemey, direc-
tora de PASOS, Para Acabar con la Violencia Familiar. Ella es-
taba dedicada a ayudar a mujeres golpeadas y dirigía un alber-
gue para mujeres y chicos en la parte oriente del Hariem. La
hermana Nemey visitó a Hedda en Elmhurst durante el fin de
semana y se asombró al encontrarla sujeta a su cama por una de
sus piernas. Trajo con ella a una mujer que había enfrentado un
juicio por asesinar a su esposo y había sido absuelta. La her-
mana Nemey le dijo a un reportero que, aunque Hedda parecía
incapaz de hablar sobre Lisa en ese momento, ella estaba muy
triste por su fallecimiento e incluso había expresado el deseo de
asistir al funeral de su hija. Con el tiempo, la hermana Nemey
seguiría haciendo declaraciones a nombre de Hedda, comuni-
cando al público, igual que Barry Scheck, noticias acerca de sus
sentimientos.
El periodista Jimmy Breslin se mantenía a las puertas del
Hospital Elmhurst, desesperado por cualquier noticia. El lunes,
habló con un grupo de mujeres que acababan de ver a Hedda y
llevaban fotografías a color de su piel lastimada. "Por lo que
pude ver", escribió en su columna del martes del Daily News,
"la mujer fue golpeada de la cabeza a los pies, literalmente. En
una de las fotos la cabeza de Nussbaum mostraba el agujero
más grande que haya visto". Acudió a una enfermera que se
negó a darle información, pero también le contó que Joel
Steinberg aparentemente le había enseñado a Hedda Nussbaum

que no era nada y que él podía golpearia como si domesti-


ella
cara a un animal. Breslin hervía de indignación por la muerte de
Lisa, los golpes de Hedda y el hecho de que hubiera 18 mil
niños negros y de origen hispano en Nueva York, que no podían
Noviembre de 1987 65

encontrar hogares adoptivos. En la última parte de su columna


arremetía contra Steinberg. Pero, antes de eso, dirigía el peso de
su mira hacia los padres naturales de Lisa Steinberg. "Ellos la
entregaron", escribió, "como si fuera un pedazo de pan. ¿Por
que no se les ha solicitado que cuiden a la niña y la eduquen? Ya

es bastante grande la cantidad de bebés negros y de origen his-


pano que hay para que ahora los egoístas y codiciosos blancos
empiecen a deshacerse de los suyos". Breslin mostraba cierta
comprensión hacia Hedda, pero no hablaba de la desesperación
de una adolescente blanca, embarazada y soltera. Resulta sin-
gular que no haya surgido el tema de la culpabilidad de Hedda
Nussbaum en la muerte de Lisa. La esposa de Breslin, Ronnie
Eldridge, se había convertido en una de las defensoras de Hedda.
Si Michelle Launders todavía leía los periódicos para esas
fechas, el comentario de Breslin del pedazo de pan hubiera ter-
minado con la decisión que ella necesitaba para hacer lo que
quena. Breslin conocía a los que lo leían, él no era el único que
lo condenaba por haber traído al mundo a Lisa y después ha-
beria entregado. "LA VERDADERA MADRE EN PROBLE-
MAS", decían los periódicos del martes, "NO ASISTIRÁ AL
FUNERAL". "La madre natural de Lisa no ha expresado deseo
de participar en el funeral", anunció el Ayuntamiento de la

Ciudad. Se habían comunicado con la Asociación Judía de


Fallecimientos, informándoles que podían entregarles el cuer-
po para que lo enterraran los Nussbaum. Evidentemente, du-
rante el largo fin de semana, Michelle Launders había decidido
dejarlo pasar, no involucrarse.
El lunes, Michelle Launders había cambiado de parecer. Con
elapoyo de su madre y su abuela tomó una decisión con la que
podría seguir viviendo. Su abuela tenía cáncer incurable. "Pue-
den enterrar a Lisa conmigo", le dijo a Michelle. Michelle y su
madre fueron a la catedral de San Patricio a reunirse con el
66 Noviembre de 1987

cardenal O'Connor, quien les dio una dispensa especial para


enterrar a Lisa como católica, aunque ella no estaba bautizada,
debido a que la niña había muerto antes de los siete años.
El martes en la noche, acompañada de Anita Launders y un
abogado, Joe Famighetti, Michelle llegó a la Corte Testamenta-
ria de Manhattan para una audiencia de emergencia ante la juez
Mane Lambert. Vistiendo pantalones negros y suéter blanco,
con unos anteojos que no podían ocultar sus ojos hinchados de
llanto, la joven que no soportaba que le tomaran fotografías
pasó ante una larga fila de cámaras. Horas antes, ella le dio a su
abogado una declaración para entregarla a la prensa: "Si yo
hubiera querido que mi bebé muriera, hubiera tenido un abor-
to".

Cuando llegó a la tribuna, Michelle Launders fue al punto


con calma: "No creo que sea correcto que mi niña... sea ente-
rrada por los familiares ni junto a personas cercanas a los que la
mataron".

Cuando Famighetti le preguntó si eso significaba que quería


que la corte le entregara el cuerpo de su hija, ella contestó "Sí",
ruborizándose y temblando de pies a cabeza.

En el silencio de la sala hubo una palpable sensación de ali-


vio. En la vida de Lisa Steinberg todo había salido mal desde el
principio. Finalmente, alguien intentaba hacer las cosas co-
rrectamente.

La audiencia que siguió para determinarla identidad legal de


Lisa se llevó ocho horas. En cierto momento, el padre natural
de Lisa telefoneó a la juez y tuvo una larga conversación con
A la una de la
ella. tarde, la juez Lambert se declaró convencida
de que "nunca hubo una adopción" y dictaminó que Michelle
Launders tenía derecho a disponer del cuerpo de Elizabeth
Steinberg.
Noviembre de 1987 67

Al día siguiente, Lisa fue enterrada por la familia Launders

en el Cementerio Puertas al Cielo, en Valhalla, Nueva York. El


fiscal del distrito, Robert Morgenthau, aceptó, a pedido de
Michelle, que el certificado de defunción dijera: "Niña Pequeña
Launders, también conocida como Lisa".
El ataúd era blanco y medía solamente 1.40. Los servicios se
celebraron en la funeraria Redden, en el extremo oeste de
Fourteenth Street, una desierta zona cerca del mercado y el río.

La capilla parecía una florería, el ataúd rodeado de gladiolas,


coronas y ramos de flores por doquier. Era demasiado pequeña
para todos los dolientes: fueron casi un millar de personas quienes
se alinearon en el exterior, bajo el frío. Muchos de ellos eran
negros o latinos; había vecinos que la conocían, padres de familia
y maestros de la escuela 41 y otras personas del Greenwich
Village que no la habían conocido. La gente seguía llegando en
el metro y en taxis. Y hablaba de los chicos, se preguntaban
cuántos estaban en peligro de morir como Lisa. "Ahí va la
madre", murmuraron cuando vieron a Michelle subir los esca-
lones y entrar.
En cuanto vio el ataúd, un grito ahogado salió de la garganta
de Michelle. Tal vez lo que pasó por su mente fue la terrible

ironía de que finalmente vena a la niña, la niña real, no a la


niñita feliz que había imaginado. Se las arregló para llegar hasta
adelante; entonces sus piernas se negaron a sostenerla y se hundió
en una silla.

A las 10 llegó el cardenal O'Connor, se arrodilló junto al


ataúd, murmuró una breve oración y se fue con su séquito.
Después de los servicios, se permifió que los dolientes de la
calle entraran uno por uno. Se necesitaron tres horas, antes de
que el úlümo de ellos pasara junto al ataúd de Lisa.
Nadie de la familia de Hedda Nussbaum acudió al funeral.
Hedda había compuesto una elegía para Lisa el día anterior y se
68 Noviembre de 1987

la había entregado a Barry Scheck para que la llevara al funeral.

Se sintió decepcionada cuando Scheck le dijo que no pensaba


que lo recibirían bien ahí y que seguramente nadie la leería en
voz alta. Meses después, Hedda se quejaba con su psiquiatra,
Samuel Klagsbrun, que ella habría querido estar al lado de
Michelle, llorando por Lisa, pero que ella la había rechazado.
Dijo con enojo que Michelle Launders había andado por todas
partes actuando como "la verdadera madre".
Rcnée Gordon recuerda haber escuchado a Joel Steinberg
"llorando incontrolablemente", en medio de una de sus con-
versaciones, unos días después del funeral. Durante la siguiente
semana él seguía perdiendo el control durante las numerosas
llamadas que le hacían a ella. "Lo siento, lo siento", decía y
después se calmaba. Conforme pasó el tiempo, comenzó a hacer
bromas En el periodo en el que parecía estar llorándole
otra vez.
Renée que quería darle una muestra de aprecio
a Lisa, le dijo a
por su comprensión. Si ella encontraba la cartera que él había
dejado en la cama del departamento, hallaría en ella un certifi-
cado de regalo por 100 dólares de una tienda neoyorquina.
"Tómalo y úsalo", la apuró él. Renée no tenía intención de
aceptar nada de Joel Steinberg, pero encontró la cartera que
contenía, entre otras cosas, una credencial de periodista expe-
dida por la Universidad de Columbia. También había un papel
sucio y gastado de tantos dobleces; cuando lo leyó, resultó ser
el certificadoque le había mencionado. Lo más raro era que
estaba fechado en 1977. Renée no lo podía cobrar. ¡Steinberg lo
había traído con él durante más de 10 años!
Noviembre de 1987 69

u n día después del funeral de Lisa, Barry Scheck


a los reporteros que Hedda Nussbaum estaba ''destrozada mental
le dijo

y físicamente. Más de lo imaginable o comprensible". Su


allá

abogado no con esa intención, pero la declaración fue


lo hizo
oportuna para empezar un movimiento de simpatía hacia Hedda,
que el público se imaginara lo que faltaba y la viera a ella pos-
trada con el dolor de la muerte de Lisa. Scheck acababa de
regresar de una audiencia, en la cual obtuvo un receso de 30
días para su cliente, antes de que se le pidiera formular una
declaración ante un gran jurado. En los siguientes meses, el
aplazamiento de otras audiciencias se convertiría casi en una
rutina; para diciembre de 1988, cuando Hedda Nussbaum
finalmente testimonió en contra de Steinberg en el juicio, pocos
recordarían o se preguntarían por qué ella nunca había sido lla-

mada a aparecer ante un gran jurado.


Paso a paso, talentosa y brillantemente, Scheck estaba cons-
truyendo una imagen: Hedda Nussbaum como víctima, sim-
plemente una víctima; como muchos defensores de mujeres
golpeadas estaban llegando a verla. En los documentos más
recientes, preparados por el Departamento de Servicio Social,
a Hedda se le acusaba simplemente de negligencia con sus niños,
no de abuso. Por ejemplo, respecto a Mitchell, sólo se mencio-
naban las condiciones poco sanitarias en que lo habían hallado.
Las siguientes audiencias, respecto a la custodia temporal de
Mitchell Steinberg, dieron al grupo que defendía a Hedda

Nussbaum, una excelente oportunidad de agregar un toque de


patetismo a la imagen maternal de Hedda. Ella no sólo era la
víctima de Joel Steinberg, también era la madre despojada de
su pequeño bebé rubio. Ella estaba tan preocupada acerca de su
bienestar que el abogado David Lansner fue a la corte el 1 3 de
70 Noviembre de 1987

noviembre a demandar que a Hedda se le permitiera visitarlo.


Leyó en voz alta al juez Jeffey Gallet la solicitud que había
escrito Hedda: "Le causaría un daño enorme al bebé evitarle
todo contacto con la única madre que ha conocido".
Es poco probable que Lansner esperara realmente que el juez
le si la solicitud fue hecha con la
otorgara ese derecho. Pero
intención de mejorar la imagen de Hedda, consiguió algunos
encabezados dramáticos. "DÉJENME VER A MI BEBE" (del
New York Post), fue el más angustioso.
El juez Gallet, sin embargo, se mantuvo inconmovible. "Una
pregunta muy definida es si su cliente, y odio hacer esto una
cuestión de propiedad, tiene derechos sobre este niño." Si la
posición de Hedda tenía un tono gris, los derechos de propiedad
estaban definitivamente en el reino de lo blanco y lo negro.
Mitchcll Stcinberg, hasta donde cualquiera podía ver, nunca
había sido adoptado. Basado en eso, Gallet le negó a Nussbaum
el derecho a visitarlo.

Con una atención mayor que otros millones de neoyorqui-


nos, Shcrry Burger y su esposo habían seguido el caso Stein-
bcrg día a día, conteniendo el aliento en cuanto había noticias
acerca de Mitchell. Nadie de la oficina de servicio social les
decía mucho; básicamente sabían lo que leían en los periódicos.
Una noche salieron a cenar, llevando a Boomer a un restaurante
en el Boulevard Queen. Cuando entraron, había muchas perso-
nas con ejemplares del Daily News que tenían una enorme fo-
tografía de él, sentado en el regazo de Lisa. Les causó a los
Burger un sentimiento extraño pensar que probablemente era el

bebé más famoso del país. En realidad, ellos esperaban que la

familia de Boomer, la verdadera, no lo reclamara; se habían


vuelto peligrosamente dependientes de él; sufrieron a la hora de
entregar a los bebés que habían cuidado, pero sabían que la
partida de Boomer sería la más difícil de todas. "No puedo pasar
Noviembre de 1987 71

por esto de nuevo", le dijo Mitchell Burger a Scherry. "Casi


acaba con nuestro matrimonio", recordó después ella.

Al comienzo de la segunda semana que Mitchell se quedó


con ellos, los Burger tenían razones para sentirse esperanzados.
La madre natural de Mitchell y su familia habían sido localiza-
dos y se decía que estaban cooperando con la investigación del
fiscal del distrito, pero no parecían ansiosos por recuperarlo. El

apellido de la familia del bebé, Smigiel, apareció por primera


vez en los periódicos el 8 de noviembre. Cuando un reportero
del DailyNews llamó a Massapequa Park, Long Island, y pidió
hablar con Dennys Smigiel, el abuelo del bebé, para un co-
mentario, la respuesta fue una terminante negativa: "No sé de lo
que habla". Al día siguiente, cuando Joel Steinberg fue citado
a un juzgado familiar para una audiencia preliminar a fin de de-
terminar quién tendría la custodia de Mitchell, ciertamente surgió
el apellido Smigiel.
De acuerdo con lo que David Verplank, abogado de Long
Island, le había dicho a las autoridades, la madre de Mitchell era
una adolescente que el 21 de julio de 1986 llegó inesperada-
mente al hospital Beth Israel y dio a luz a su bebé en unas cuantas
horas. Ella le pidió a Peter Sarosi, el ginecólogo que la atendió,

que le arreglara una adopción inmediata. Con toda la suerte del


mundo, el doctor conocía a una pareja maravillosa, el señor y la
señora Steinberg, quienes deseaban mucho tener un segundo
niño. Después de que Joel Steinberg se comunicó con él, David
Verplank quiso que otro abogado, David Lowe, arreglara los
papeles.Cuando eso se hizo ya habían entregado el bebé a Joel
y Hedda.
Verplank dijo que había trabajado con Steinberg en una
adopción privada, siete años antes (no mencionó si había estado
involucrado con Steinberg sobre bases más complejas). Dijo
que no tenía razones para desconfiar de Steinberg cuando él
72 Noviembre de 1987

prometió que se casaría con Hedda Nussbaum lo más pronto


posible para legalizar la adopción de su nuevo hijo. Verplank
admitió que supo más tarde que ninguno de estos pasos fue dado,
pero que no vio la manera de informar a madre natural. Asíla

que sencillamente decidió no hacer nada y mantener los dedos


cruzados, con la ingenua esperanza de que Steinberg cumpliera
sus promesas.
Sin embargo, parecía que las promesas incumplidas de
Steinberg no preocupaban mucho a Verplank, ni que él se sin-

tiera suficientemente responsable por el bienestar del niño, como


para dar seguimiento al asunto. Y la joven madre que llegó
inesperadamente, ¿por qué había él de ayudarla? Con frecuen-
cia las chicas tienen bebés que no desean y de losque necesitan
deshacerse. También llamó la atención el Dr. Sarosi, un buen
samaritano, como él se describió a sí mismo. En una subasta de
bebés en Brooklyn, un niño blanco fue vendido en 36 m.il dólares.
Y en una operación similar en Pennsylvania, los precios se
mantuvieron en esos niveles. Algunas personas obtuvieron
mayores beneficios. Cuando la oficina del fiscal del distrito de
Manliattan hizo una investigación sobre adopciones privadas
en 1988, encontraron un grupo de seis abogados de Nueva York
y varios doctores (uno de los cuales había colocado a 200 niños),
que los habían vendido hasta en 100 mil dólares. Jocl Steinberg,
sin embargo, consiguió a Mitchell grafis; seguramente había
sido un acto altruista de amistad.
Verplank juró que la "adopción" de Mitchell era la primera
en la que estaba involucrado el Dr. Sarosi. Este distraído pro-
fesionista se había comunicado recientemente con él y le pre-
guntó si estaba en problemas: "Yo le dije que no lo creía así".
Ahora, por supuesto, Verplank estaba terriblemente impresio-
nado por las revelaciones sobre las condiciones de la casa de los
Steinberg; tanto como Sarosi. "De lo que no se deben de preo-
Noviembre de 1987 73

cupar", le aseguró al New York Times, "es que la petición de


adopción quede archivada en la corte".

Muy pronto Verplank dejó de dar entrevistas. Aunque Peter


Sarosi fue el primer doctor en ser acusado en relación con la

entrega no autorizada de un niño para adopción, la oficina del


fiscal del distrito de Manhattan nunca persiguió al abogado.
Verplank está paralítico, lo que pudo desanimar a las autorida-
des de intentar hacerte cargos, porque un jurado difi'cilmente
condenaría a un hombre en esas condiciones.
En el juicio que se le siguió ante el juez John Stackhouse, en
diciembre de 1988, Sarosi alegó ignorancia de la ley y declaró

que Steinberg lo había engañado. En vista de que era un doctor


admirado, muy
respetado y querido, sin antecedentes previos,
el juez Stackhouse sentenció a Sarosi a tres años en libertad
bajo palabra, cien horas de servicio a la comunidad y una multa
sorprendentemente baja de mil dólares. Pero, por supuesto, el

doctor sólo fue hallado culpable de un delito menor; su papel en


la entrega de Mitchell a Steinberg no hubiera sido diferente aun
si Steinberg le hubiera pagado.
Aunque el juez Stackhouse menciona por escrito y breve-
mente que Mitchell Steinberg podría sufrir un daño psicológico
por el resto de sus días, fue el decepcionante papel de Sarosi lo
que inspiró su elocuencia: "Cuánta ironía que alguien que ha
trabajado tan bien, durante largo tiempo, sea objeto de ridículo,
odio y desprecios públicos". Stackhouse se permitió una cita
de Julio César: "El mal que causan los hombres vive después de
ellos. El bien es frecuentemente enterrado con sus huesos".
Pero la Dirección de Profesiones tuvo una opinión menos
compasiva de la seria falta de juicio de Sarosi. En junio de 1989

le revocó su licencia por un año, dejando su ejercicio abierto


a juicios. Sarosi continuó ejerciendo, mediante una apelación.
El 18 de noviembre, Sherry Burger recibió la llamada tele-
74 Noviembre de 1987

fónica de una trabajadora social. Se le pidió que urgentemente


llevara a Mitchell a la oficina; esa tarde lo iban a llevar a un
Juzgado Oficial a conocer a su madre natural. La mujer deseaba
ahora la custodia temporal de él y terminaría pidiendo la cus-
todia permanente. "¿Ya se lova a llevar a su casa?", preguntó
Shcrry, llorando, pero la trabajadora social no contestó. "Sólo
cmpáquclo y tráigalo aquí."

"i Sólo cmpáquclo!"... el comentario hizo que Sherry se in-

dignara. Estaban hablando acerca de un bebé, un niño que había


pasado una prueba terrible y apenas comenzaba a ajustarse a su
nueva vida. Se volvería a asustar cuando se lo llevaran unos
extraños. Además, nadie le dijo nada de Nicole Smigiel. Ella
tenía que entregar a los bebés antes de que los padres supieran
cuidarlos. Uno de estos niños había muerto. Ella llamó a un
abogado para saber si el bebé tenía ciertos derechos. El aboga-
do le dijo que Mitchell podría quedarse con ella hasta que él y
Nicole se conocieran.
La madre de Mitchell tenía sólo 18 años. Ella apareció en la
corte tomada de la mano de su madre a Graceanne Smigiel, que
lloraba. Su entrada al drama le dio a la prensa inesperadas noticias
frescas. Después de mucha austeridad, la historia necesitaba un

rasgo sobresaliente. ¿Qué podía ser mejor que una heroína en el


ingenuo papel que le correspondía? Nicole Smigiel no era una
figura trágica y deprimida como Michelle Launders, ni le tenía

temor a las cámaras. Tenía ojos grandes y la cara sensual de una


estrella italiana, figura perfecta y una llamativa exhuberancia.
(En 1989 empezó a trabajar como modelo.) Graceanne resultó
ser también joven y fotogénica —una ágil mujer que se parecía
un poco a Elizabeth Taylor — con un gusto por
, los aretes grandes

y las ropas caras y llamativas.


De hecho, la descripción que hizo Verplank de Nicole, para
desacreditarla, resultaba ser engañosa en extremo. La casa de
No viembre de 1987 75

Nicole resultó estar enfrente de la bahía de Massapequa Park; la


casa de ladrillos en la que había crecido con un hermano y una
hermana menores tenía cinco habitaciones y se calculaba que
valía 200 mil dólares. Su padre era ejecutivo en una compañía
que vendía embarcaciones. Nicole parecía la típica muchacha
norteamericana, como si en la historia se hubieran agotado los
personajes extraños.
Era de chica nacida y educada para triunfar en la
la clase

escuela. Sino hubiera sido por ciertos accidentes del destino,


podria haberse convertido en una de las chicas más populares
en el Massapequa High. Naturalmente, Nicole había sido po-
rrista, para el beneplácito de su madre. Aunque Nicole se había
ido a la universidad, Graceanne seguía siendo la consejera del
equipo de animación local. Nicole era la niña de sus ojos. Pa-
recía que Graceanne había vuelto a vivir su adolescencia iden-
tificándose con los triunfos de su hija. Nicole era bonita y se la
pasaba muy bien. ¿Qué más necesitaba saber una madre? Cuando
Nicole cumplió 17 años, Graceanne aparentemente tem'a la ilu-

sión de que su hija le contara todo, pero incluso las chicas feli-
ces tienen sus secretos. Ese verano Nicole adquirió un bron-
ceado perfecto en las playas de la localidad y se hizo novia de
un chico rubio llamado Mark Urban, quien iria a la universidad
ese verano.
Las relaciones padres-hijos, como los romances, pueden
romperse bajo el peso de la verdad absoluta. Los Smigiel eran
católicos y los padres de las buenas chicas católicas, incluso
ahora, no hablan con ellas abiertamente sobre el control de la
natalidad. Se engañan pensando que de alguna manera las chi-

cas se mantienen vírgenes a pesar de las emociones de la po-


pularidad, de la furiosa producción de hormonas de la adoles-

cencia y de los problemas que tienen las hijas de otras personas.


Dermis Smigiel parecía tener muy viejas y apasionadas ideas
76 Noviembre de 1987

sobre esc asunto. "Mi esposo nos matará si se entera", le dijo


Graccanne a Peter Sarosi, unas cuantas horas antes del naci-
miento de Mitchell.
Durante los 9 meses anteriores, nunca había considerado la

posibilidad de que su hija estuviera embarazada, aunque todos


se habían dado cuenta de que Nicole había subido de peso rá-
pidamente. Graccanne la había inscrito en un gimnasio para que

pudiera quitarse sus kilos extra. La misma Nicole se negaba


a creer que pudiera estar embarazada. A una chica que llevaba
una vida tan encantadora no podía sucederle algo tan terrible,
pero le preocupaba tener una enfermedad fatal y en cierta manera

hubiera preferido esta última catástrofe. Había terminado con


Mark Urban y salía con otro chico. Graccanne le había compra-
do un vestido azul para una graduación. Cierta noche su madre
entró a su habitación para ver cómo se veía. Nicole rompió a
llorar porque no pudo ponérselo. Tuvo que contarle a Graccanne
cuánto tiempo había pasado desde su última menstruación.
Graccanne no perdió el tiempo.
Con gran determinación elaboró un plan de rescate tan rápi-
damente que no había manera de que ninguna de ellas pensara
más allá de su pánico, por ejemplo, en el bebé. Graccanne se
comportaba como si el bebé no fuera real; antes de imaginarlo
como una persona lo veía como una amenaza para el futuro de
Nicole, un accidente que de alguna manera les había aconteci-
do.
Ella sabía que sus prioridades eran salvar a su hija y salvar su
matrimonio. De alguna manera Nicole tenía que dar a luz a ese
bebé para hallarle un buen hogar rápidamente, sin que Dermis
Smigiel se enterara. Siempre había personas que buscaban
desesperadamente bebés para adoptar. Graccanne hizo una lla-

mada Centro de Salud de Massapequa y la comunicaron con


al

la Dra. EUen Miller, quien atendía las emergencias. La Dra.


Noviembre de 1987 77

Miller le aconsejó comprar una prueba de embarazo en una far-

el 21 de julio, Miller examinó a Nicole,


macia. Al día siguiente,
confirmó embarazo e hizo una cita para ella con el Dr. Sarosi,
el

unas horas después. La Dra. Miller les aseguró que Sarosi las
ayudaría a arreglar discretamente la adopción del bebé.
Graceanne y Nicole hicieron maletas en un momento y sa-
lieron apresuradamente de la ciudad, supuestamente para visi-
tar una universidad a la que Nicole le interesaba asistir. El Dr.
Sarosi examinó a Nicole en su consultorio del University Pla-
ce, la admitió en el Hospital Beth Israel en una forma que el

juez Stackhouse posteriormente describió como de "absoluta


discreción", y le dio medicamentos para inducir el parto. Unas
horas más tarde pudo telefonear a Joel Steinbcrg y comunicar-
le: 'Tengo un hermoso bebé para ti". El 23 de junio, Graceanne
sacó al bebé del hospital y se lo entregó al socio de Sarosi, el Dr.
Mitchell Essig, a quien se le encargó entregarlo a la maravillosa
pareja de Greenwich Village que conocía Sarosi. Essig ya co-
nocía a los Steinberg. De hecho, el nombre que le escogieron se
debió a él.

Graceanne y Nicole Smigiel regresaron a su casa y durante


los siguientes 1 6 meses se las arreglaron para comportarse como
si nada extraordinario hubiera sucedido. El bebé seria su secre-

to, como si estuviera hundido en un lago de silencio. Nicole


jamás se lo contó a Mark Urban, aunque un año después ella
empezó a salir con él nuevamente. El otro chico la llevó al baile

de graduación. En el verano, Nicole partió a la Universidad


LaSalle en Baltimore, esperando algún día convertirse en abo-
gado. Su vida era como se suponía que sería, excepto porque
había un pequeño bebé del que ella podía hablar solamente con
Graceanne.
Un reportero engañado llamó a Nicole "La princesa del
aplomo". Antes de su aparición en el juzgado con Graceanne,
78 Noviembre de 1987

ocurrieron intensas confrontaciones con el jefe de la familia


Smigiel; días de dolorosa indecisión, antes de que la fami-
liadecidiera hacer público el secreto que Nicole y su madre ha-
bían guardado durante 17 meses. Pero ahora los Smigiel eran
capaces de decir, sin titubear, que deseaban a Mitchell. Y quizá
también deseaban la fama. La fama y la simpatía que Graceanne
y Nicole estaban a punto de obtener compensaría mucha de la
angustia y la vergüenza, aunque nunca borraría sus sentimien-
tos de culpa por las cosas terribles acerca de su vida, de las que
esperaban nunca se enterara Mitchell.
Faltaba poco tiempo para celebrar el Día de Acción de Gra-
cias. Ese año, todo el país lo celebraría con la familia Siyiigiel,
incluyendo al Sr. Smigiel, que se convirtió rápidamente en un
orgulloso abuelo. El regreso de Mitchell a su hogar fue televi-
sado, dos días después de su primer encuentro con su madre y
su abuela, y parecía el fmal feliz de una de esas películas grati-
ficantes y sanas que se hacían en Hollywood o, de un modo más
intenso,' era como un cuento de hadas hecho realidad; la repre-
sentación de la fantasía que tienen los niños cuando se sienten
maltratados o sin amor; el príncipe huérfano rescatado de sus

malvados padrastros y recuperados los derechos sobre su reino


y su castillo. Debido a que no tenemos control sobre las circuns-
tancias de nuestro nacimiento y todo lo que sabemos de nuestros
comienzos es lo que nos han contado, todos nos identificamos
un poco con aquellos que llegan al mundo despojados de su
historia y que parecen aún más a merced de las circunstancias
que el resto de nosotros. Necesitamos creer en los finales felices,
en el poder del amor para deshacer el daño que nos causaron
cuando éramos pequeños y estábamos desamparados. De esa
manera, equivocadamente, ponemos nuestra fe en el olvido: si
Lisa Steinberg hubiera sido sencillamente rescatada, disfrutaría
de una buena vida. Los besos de Nicole Smigiel, una habitación
Noviembre de 1987 79

llena de juguetes y adornos, le garantizarían a Mitchell una


infancia feliz, como
nunca hubiera estado sucio, hambriento,
si

sin atención o lleno de miedo por lo que vio y escuchó con los
Steinbcrg. Sin embargo, cualquier manual de cuidados infantiles
dice a los nuevos padres cuánto aprende el niño en los primeros
meses iniciales de vida, cuánta sabiduría se le transmite a cada
contacto.
"Es mi bebé. Es mi bebé", murmuraba Nicole Smigiel en la

audiencia, mientras el hijo que vio por unos cuantos minutos en


el Hospital Beth Israel dormitaba en el regazo de un oficial.

Todos los reporteros en la sala atestada podían leer sus labios.


Una vez más, David Lansner comunicó una solicitud de Hedda
por el niño, esta vez lanzando difamaciones sobre el carácter de
la madre natural de Mitchell. Le mintió a su padre y a su novio
acerca de su embarazo; abandonó a su hijo. No tenía ni siquiera
derecho a estar en esa sala. Una vez más solicitó derechos de
visita temporales para la "única madre que el niño había cono-
cido", pero Nicole movió
cabeza y dijo "¡No!"
la

Los documentos de cesión y de tutoría que Nicole firmó fueron


dados a conocer. En un documento redactado obviamente por
un abogado, Nicole se describe ella misma como "sola y
abandonada" por el padre de su hijo, aunque Mark Urban ape-
nas se enteraba de que él la embarazó. Los papeles también
declaraban que entregar a su bebé no fue una decisión rápida ni
sencilla, "lo había pensado cuidadosamente y creía que mi niño
debería tener mamá y papá". Esta declaración, por supuesto, no
refleja la rapidez y la impulsividad con las que ella y Graceanne
actuaron. En su búsqueda de un "hogar conveniente" para el
niño que trajo al mundo, Nicole quedó "satisfecha", basándose
únicamente en lo que Sarosi y Verplank le aseguraron de que
los Steinberg "podrían darle al chico el amor y el afecto de unos
padres cuidadosos".
80 Noviembre de 1987

En esta segunda audiencia, la devota madre "adoptiva" de


Mitchell también estaba ausente. El día anterior, Hedda fue
transferida a la sala psiquiátrica del Columbia Presbyterian, un
hospital privado. Pero Steinberg apareció para apoyar la solici-
tud de Nussbaum: su abogado repitió los poco convincentes
argumentos de Lansner. Con un aspecto sucio y descuidado,
Joel Steinberg se sentó junto al defensor, garrapateando ince-
santemente en una hoja de papel, como lo haría durante su propio
juicio. Pudo tener esperanzas de ver a Hedda en la corte esc día
y fortalecer su influencia sobre ella; lal vez no comprendía que
Barry Scheck se propuso que Hedda y Steinberg no volvieran
a tener contacto.
Por segunda ocasión, el juez Gallet dictaminó en contra de
Hedda Nussbaum. Concedió la custodia temporal de Mitchell
a Nicole Smigiel, pero declaró que esperaría 24 horas antes de
tomar su decisión fmal, para daries a Nussbaum y a Steinberg
una oportunidad de apelación. "Yo no estoy a favor de la crianza
por adopción", dijo. Esa noche, Mitchell fue a casa de los Bur-
ger por última vez. Al día siguiente el Tribunal de Apelación
negó refutar la decisión de Gallet, en una declaración muy di-

recta; "Joel Steinberg está en prisión. Hedda Nussbaum en un


hospital mental. No está en sus manos solicitar la custodia del
niño".
Triunfalmente los Smigiel se llevaron a Mitchell, entre una
nube de informadores. Otros periodistas fueron despachados
a Massapequa Park, a esperar el arribo .de los Smigiel. Nicole
lucía radiante abrazando a su hernioso bebé, con su mejilla
apoyada en el pelo de Mitchell. Les ofreció a los reporteros el
encabezado de sus periódicos: "jMe llamó mamá!"
Shen7 Burger vio a Mitchell partir en la televisión. Obtuvo
el número de Nicole en información, y llamó para mencionar

algunas cosas que pensaba deberían conocer acerca del bebé, su


Noviembre de 1987 81

historia médica por ejemplo. En casa de los Smigiel parecía


celebrarse una fiesta. Alguien tomó el mensaje, pero nadie se
volvió a comunicar con ella.

En su habitación del Hospital Columbia, Hedda Nussbaum


también observó el noticiero de la noche. Según David Lans-
ner, ella lloró cuando vio a Nicole abrazando a Mitchell. Lans-
ncr le dijo que sería difícil que ella hiciera regresar a Mitchell y
que una batalla por la custodia sería larga, cara y sin esperanzas.
Durante el fin de semana, ella escribió una declaración en tres
páginas cediendo cualquier derecho que tuviera sobre la custo-
dia del niño, el cual sus abogados turnaron rápidamente a la
prensa.
Aunque Scheck dibujó un cuadro lamentable de las condi-
ciones de su cliente —después diría que ella sufrió daños cere-
brales — , la declaración era muy convincente y expresada con
elocuencia. Creó la imagen de una mujer capaz de agradar e in-
cluso de que había actuado considerando lo mejor para su hijo.
Tal vez la mujer que Hedda Nussbaum fue apareció durante un
momento. Por otra parte, ella no renunciaba a nada al escribir
esa carta, porque estaba claro que la batalla ya estaba perdida,
aunque Slcinberg, con su combativa inclinación por los litigios,

por un tiempo continuaría solicitando la custodia.

El lunes, el New York Post publicó la "carta de despedida" de


Hedda, también una entrevista con un amigo de ella llamado
Larry Weinsberg, quien dio algunos detalles muy gráficos de
sus años de tortura. Una fotografía debajo de la carta mostraba
a Nicole Smigiel muy elegante, con una chamarra de piel blan-
ca, regresando decon Mitchell, también de blanco y
la iglesia

a quien acababan de bauüzar como Travis Chrisüan Smigiel.


"Acabo de tomar la decisión más difícil de mi vida", co-
menzaba Hedda. Detrás de sus lágrimas vio a Mitchell sonriendo
y a Nicole resplandeciente de alegría. Y ahora estaba contenta
82 Noviembre de 1987

de que Mitchell ya no estuviera en adopción, sino al cuidado de


su madre natural, quien parecía que podía ofrecerle todo su amor.
'*Creo que pasará mucho tiempo antes de que me recupere
completamente, tanto de mis dolores físicos como de los daños
psicológicos que he sufrido. Para cuando pudiera estar lista para
cuidarlo ya habrían pasado muchos meses en los que Nicole lo
atendería, y para entonces habrán desarrollado fuertes lazos
amorosos... Una sola separación dolorosa es suficiente en la
vida de un niño."
En todo el texto había una sola referencia a Lisa. Sólo en la
oración anterior a la que aparecía el nombre de Lisa, Hedda
escribió algo acerca de su hijo con lo que parecía gcnuina pa-
sión: "Amo
verdaderamente a Mitchell y lo he tenido en mis
brazos durante 16 meses y en mi corazón por 17, y así seguiré
hasta siempre". Después el lenguaje se enfría y se hace mera-
mente convencional: 'Tanto él como Lisa serán siempre una
parte importante de mí y los extraño terriblemente".
En el último párrafo, Hedda, paradójicamente, considerando
las terribles circunstancias de su vida con Steinberg, escribe
acerca de la alegría: "Sé de la alegría que Nicole siente ahora y
que sentirá los años siguientes. Yo la disfruté durante 16 meses.
No le deseo ningún mal a Nicole por recuperar su amor; la

envidio. Le deseo lo mejor a Mitchell... o Travis, y sólo espero


que algún día Nicole me permita verio otra vez".
Esas fueron las últimas palabras, provenientes directamente
de Hedda Nussbaum, que el público leería durante los siguien-
tes 12 meses.

Sólo una semana antes, cuando Hedda Nussbaum esperaba la

primera audiencia sobre su derecho a visitar a Mitchell, le

escribió una carta a Joel Steinberg diciéndole que Barry Schcck


Noviembre de 1987 83

le había aconsejado no aparecer en el juzgado familiar. Le


entristecía perder esa oportunidad para ver a Joel.
La carta no contenía reproches y era extensa —Hedda llenó
cuatro hojas y media, con su larga y redonda caligrafía. "Esco-
geré mis palabras cuidadosamente, porque serán vistas por más
ojos que los tuyos." Si Hedda estaba aturdida cuando la arres-
taron, dos semanas más tarde parecía tener una comprensión
razonablemente clara del predicamento en el que se encontraba
y de los límites existentes en una carta dirigida a Joel. (En rea-
lidad, después de que ella la escribió, se la mostró a Scheck,
como una estudiante obediente que entrega la tarea. Cuando él
le aconsejó que no la enviara, ella siguió obedientemente su

consejo.) Sabía que sería torpe, por ejemplo, proclamar su in-


negable amor por Joel, así que tomó la precaución de expre-
sarlo en clave. "La respuesta sigue siendo sí", escribió miste-
riosamente varias veces. "La respuesta sigue siendo sí." En cierta
manera la necesidad de guardar el secreto tal vez añadió cierta
Hedda una oportunidad de poner
intensidad a la carta, y le dio a
a Joel y a Barryuno en contra del otro, como si se disputaran su
preferencia y sin que estuvieran muy seguros de su posición.
Había otro asunto al que ella sólo se referiría en clave: el
nombre del Dr. Michael Green, un especialista en enfermeda-
des pulmonares que alguna vez fue amigo de ella y de Joel, y
ahora era la persona a quien más temía Joel en todo el mundo.
Joel debe haberle insistido durante sus últimas horas juntos en
el departamento, en tener la máxima discreción al mencionar
a Michael Green (el doctor y su supuesta participación en el

culto serían elementos importantes en la historia que él iba a


contar acerca de lo que le sucedió a Lisa). "El Dr. G. está en
Pennsylvania", escribió Hedda, "y sólo se pondrán en contacto
con él algunos detectives privados — claro, en forma anónima."
En otro pasaje, le dice a Joel que ella había hablado con uno de
84 Noviembre de 1987

los ayudantes de Scheck "acerca de muchas cosas, incluyendo


cosas verdes" (debió disfrutar este juego de palabras, porque
Joel sabía cuánto amaba ella a las plantas), pero le aseguraba
a Jocl que todo lo que contó a los doctores y a su equipo legal
le

era "secreto"; de hecho ella descubrió que controlaba lo que sus


abogados y doctores le decían a otros. Barry se sorprendió de
que ella no comprendiera eso. Ella seguiría teniendo el control

de sus secretos y los de Joel aun después de que la transfirieran


al Hospital Columbia Prcsbyterian, en los próximos días.

El tema "más seguro, por supuesto, eran sus sentimientos


maternales. Ella escribió unas cuantas líneas acerca de Mitchell,
similares a la solicitud de visitas que le entregó a Lansner: "Nadie
piensa en Mitchell, debe estarse preguntando qué pasó conmigo,
contigo y con Lisa. Simplemente desaparecimos de su vida". Si
el público en general tenía la impresión de que Mitchell fue

descuidado por Hedda, ella se apegaba a la idea de que lo había


consentido demasiado. Estaba segura de que Mitchell la extraña-

ba, como ella lo extrañaba a él. En ningún momento menciona


específicamente que extrañara a Lisa, aunque con fines legales
cualquier palabra en ese sentido hubiera sido aconsejable.
Evidentemente, Hedda asimiló pronto el hecho de que Lisa
estaba muerta. Ya no era una presencia viviente en su vida, sino
el foco sentimental en unos servicios funerarios. A Hedda le

hubiera gustado que la vieran como uno de los dolientes, an-


siaba la atención y la simpatía. Se quejó con Joel acerca de la
elegía que escribió y que no le aceptaron, a la cual Barry Scheck
elogió por su belleza. Debió m.olestarie pensar que nunca sería
leída como obra suya, incluso en los servicios que sus padres
estaban planeando para Lisa. Estaba verdaderamente orgullosa
de su esfuerzo literario, tanto que esperaba que alguno de los
periódicos de Nueva York la publicaran, como si su fina elo-
cuencia fuera noticia.
Noviembre de 1987 85

Por supuesto, la mamá de Joel sería invitada en este segundo


servicio funerario, pero para Hedda también era importante que
asistieran otras personas. "¿Invitaremos a los amigos que que-
rían a Lisa, como Greg, Bobby y Chubby?" Hedda se quejaba
de que desafortunadamente a Greg no lo habían podido locali-
zar, no estaba enterada de que Malmoulka desapareció un día
o dos después de la muerte de Lisa, sin dejar rastro (incluso, pa-

ra 1990 seguía perdido). Chubby, uno de los clientes de Joel,


,

resultó ser un doliente muy cuestionable e inadecuado. Tam-


bién era conocido como El Gordo. Su verdadero nombre era
Andrew D' Ápice y se sabía que estaba involucrado con el clan
Gambino. Dirigía una pequeña compañía que producía y dis-
tribuía películas pornográficas. Para 1989, Chubby cumplía una
sentencia en prisión.
Parecía haber algunas cosas que Hedda aún no le confiaba
a Scheck; si él hubiera sabido acerca de Chubby le habría acon-
sejado enfáticamente a su cliente que no intentara contactarlo.
Sin embargo, se avecinaba un cambio. A dos semanas de la

muerte de Lisa, la lealtad de Hedda hacia Joel se mantenía fir-

me (ella todavía creía que su abogado y el de Joel trabajarían de


acuerdo). Scheck debió estremecerse cuando leyó: "Espero que
tu idea sea eficaz "(refiriéndoseprobablemente a una coartada
que ella y Joel habían elaborado)", y después que Hedda le
informó a Joel que ella y sus abogados revisarían el reporte de
la segunda autopsia de Lisa. Aunque tal vez la carta le hizo

comprender a Scheck que Hedda recurriría cada vez más a él en


busca de protección, apoyo, confirmación de su importancia y
valor, y que en la Hedda que él
sería imposible transformaría
quería que fuera —
Hedda que algún día atesfiguaría en contra
la
del hombre a quien ella escribió: "La respuesta sigue siendo sí".
Existen ciertas mujeres a las cuales los hombres les sirven
como espejos. Sin ellos no pueden ser ellas mismas realmente.
86 Noviembre de 1987

o bien rechazan lo que ven. Separada de Joel en el Hospital


Elmhurst, Hedda tuvo una visión o reflejo, que de momento la
aterrorizó. En una ocasión escuchó a una vecina describiria como
**una bella mujer" que se convirtió en una **vieja bruja*'. *'Me
miré en el espejo. Ella tiene razón. Voy a cambiar eso*', le

prometió a Joel, **y a ser bonita otra vez.** Olvidaba que se di-
rigía al autor de su destrucción. Pero, por el contrario, el simple
hecho de escribirte a Joel la fortalecía mágicamente. Cuando se
ama, cualquier cosa es posible, incluso recuperar la juventud y
la belleza.

Cuando terminó de escribiría, excepto por el terrible momento


en que ella se atrevió a mirar su propia cara, era una carta re-

bosante de pensamientos positivos. Ella se entusiasmó con las


atenciones que recibió en el Elmhurst. Comía bien, pero se
acordó de prometerte a Joel que conservaría su silueta. Incluso

su pierna derecha ya no le dolía, aunque le habían dicho que


podría haberta perdido si hubiera pasado más tiempo sin trata-
miento.
Hedda le menciona a Joel que él también la previno de
que el estado de su pierna era potencialmente gangrenoso. Con
un cierto placer describe su operación: como no funcionaba la
anestesia porque una de sus ulceraciones lastimó un nervio.
El dolor que sintió Hedda en la operación tal vez le haya
dado la ilusión de lamentar algo que en realidad no le dolía,

pero que sabía debió sentir: "Debo decirte que fue un gran ali-

vio. Grité y lloré, y hablé mucho de Lisa*'.


En el último párrafo de la carta, escribió: '^Sorprendentemente,
aunque extraño mucho a unas personitas, me estoy sintiendo
realmente bien. Y la respuesta sigue siendo sí**.

Cuando un asistente entró con el desayuno, agregó una


pequeña posdata: "No se necesita mucho para tenerme contenta".
Otra posdata hablaba del destino del conejito blanco con
Noviembre de 1987 87

manchas color café y el estanque de los peces: "El conejo fue


rescatado por la policía cuando lo buscaron. Los peces se han
de haber devorado unos a los otros. Cest la v¿e'\
II

LOS
STEINBERG
E, n el verano de 1989, la Galería de Romany Kramoris, en
Sag Harbor, Long Island, recibió varias amenazas anónimas de
bomba porque presentaría Signos de vida, una exposición de 12
fotografías en blanco y negro tomadas por Hedda Nussbaum.
Romany Kramori canceló Signos de vida abruptamente, pero
después, desafiante, la volvió a programar.
A petición de Kramoris, Nussbaum preparó una breve de-
claración de sus propósitos artísticos explicando que el trabajo
fue elaborado en el Hospital Four Winds, durante un periodo de
18 meses en el que ella "regresaba de una muerte emocional'*.
Pero las fotografías revelan muy poco acerca de Hedda Nuss-
baum, exceptuando tal vez su soltura en el manejo de una cámara
y lo convencional de su imaginación. Las imágenes son prede-
cibles, uno casi puede describir la exposición sin haberla visto:
oscuras ramas torcidas con un cielo amenazador al fondo, des-
nudos troncos de árboles junto a un camino cubierto de nieve,
92 Los Steinberg

un arbusto podado, flores en bolón como símbolos de regene-


ración. Una rosa blanca con sus pétalos saliendo de la oscuri-
dad; quizá pretendía ser un autorretrato.
Sin la firma, no habría nada impresionante. Sólo el nombre
lo obliga a uno
examinar cada
a fotografía. Pero Hedda Nuss-
baum se mantiene insondable.
Cierto acercamiento tiene algo directamente autobiográfico.
Un conejo de color obscuro con sus patitas blancas, en un piso
congelado, muestra uno de sus ojos atisbando cautelosamente.
"En realidad este conejo se parece al que tenía Lisa'*, le dijo
Hedda Nussbaum a Romany Kramoris, excepto que '*el de Lisa
era un poco más pequeño".
"El señor Conejo", es el nombre que Hedda Nussbaum dio a
la fotografía. Representa un misterio mayor que las otras 1 1. Es

bastante sorprendente que Hedda haya tomado esta fotografía,


que la vista de ese conejo tan parecido al de la niña muerta no
fuera insoportablemente doloroso como para que ella apartara
la mirada. En lugar de eso, Hedda Nussbaum enfocó su cámara.
Pero no hay nada en la fotografía que nos diga por qué, y tal vez
Hedda tampoco lo sepa.
Sin embargo, para preparar Signos de vida hizo varias im-
presiones de "El Señor Conejo", enmarcando cada una de manera
verdaderamente profesional, para que pudiera colgarse en
cualquier pared desconocida con la firma de Hedda Nussbaum.
Cada vida es una historia. La gente se cuenta a sí misma
o a otras personas la verdad de su vida, y a veces una versión
falsa. Pero aun cuando sea cierta, cualquier historia toma su
forma del orden y el peso particular que cada individuo le asigna
a los eventos que se recuerdan. Y todo lo que se olvida también
forma una versión de esa realidad. Los sucesos adquieren signi-
ficado de su interrelación con otros. Se omite una cosa y cambia
el significado. Por lo tanto, el intento de recordarlo todo o al
Los Steinberg 93

menos tanto como sea humanamente posible, se convierte en


un ejercicio moral y también en una intensa lucha por la cor-

dura.
La historia de Hedda Nussbaum es tan amorfa como su tra-
bajo fotográfico. Las pocas cosas que ella ha revelado de su
historia no aclaran nada. Ningún detalle explica realmente la
transformación de una editora de libros para niños atractiva y
trabajadora en la mujer que abrió la puerta del departamento
3W mañana del 2 de noviembre; la mujer que permaneció
la

junto a un hombre como Steinberg, por tantos años.


Nadie pudo poner mayor determinación para extraer alguna
lógica en la historia de Hedda Nussbaum que el abogado de-
fensor de Joel Steinberg, Ira London: "Su vida es el testimonio
¿no es Nussbaum?", enfatizó con cierta exaspera-
cierto, Srita.

ción, en determinado momento, durante el juicio de Steinberg,


en diciembre de 1988. Por entonces, London descubrió que
muchos testimonios de Nussbaum estaban hechos de lagunas y
callejones sin salida.
En la tercera mañana que prestaba declaración, él le pregun-
tó: "¿Considera usted que tuvo una infancia infeliz, Srita.

Nussbaum?".
"No, no especialmente."
Nada en su impasible respuesta daba oportunidad de insistir

en el tema.
Sin embargo, London no desistió. Repitió la pregunta en un
lenguaje más moderado:
"¿Considera que fue sin altibajos?"
La respuesta de Hedda Nussbaum tenía el aplomo y la estu-
diada imparcialidad de una trabajadora social brindando un
reporte: "Creo que después de estar en un hospital con gente
proveniente de hogares afectados, en comparación, mi niñez
fue más bien normal y sin altibajos.
94 Los Steinberg

"¿En comparación con oirás?"


Nussbaum.
"Sí", insistió
"¿Y según su propio criterio?"
"Creo que fue normal."
Cuando se realizó el juicio, la teoría más aceptada era que
Hedda Nussbaum debió crecer en un hogar intensamente re-
presivo. Algunas personas llegaron a especular que la debilidad
de Nussbaum como adulto, su incapacidad para separarse de
quien la atormentaba, e incluso sus aparentes amnesias tempo-
rales, provenían de que siendo niña abusaron física o sexual-
mente de ella. Tal historia hubiera encajado limpiamente en el

perfil de la "típica mujer golpeada". Para los fines de Ira Lon-


don podía utilizarse para crear otra hipótesis, también basada
en los-halla/gos de los expertos: que una mujer de
la que habían

abusado cuando niña, era probable que se convirtiera en una


madre abusiva.
Hedda Nussbaum era lo suficientemente instruida para darse
cuenta de la carga que contenía la frase "infancia infeliz", en
labios de Ira London, y de que todo lo que pudiera implicar
podía utilizarse en su contra.
"Así que a los 30 años empezó con sesiones terapéuticas, ¿es
correcto?", él insistió, pero conduciéndola a lo que sabía que a
ella le parecía un tema más cómodo.
Como muchos otros de su generación, Hedda Nussbaum creyó
que podría transformarse totalmente de entrar en contacto con
el tratamiento adecuado, el doctor correcto o algún toque ins-
tantáneo de esclarecimiento. Durante los años setenta, Hedda
intentó diferentes remedios para su psique atormentada. Aceptó
ante London que hasta haber cumplido 32 años (en la época en
que conoció a Steinberg) asistía a las sesiones tres veces por
semana.
London suspiró profundamente e insistió con paciencia:
Los Steinberg 95

"¿Qué la llevó hasta ahí?"


La respuesta a eso era imposible de evitar.
"Sentí que no era suficientemente feliz. Sin un motivo
específico."
"¿Pensó usted que su niñez fue sin altibajos? ¿O pensó en
algo más acerca de su vida?"
"Bueno, descubrí muchas cosas de mi niñez cuando estaba
en terapia. También pensé que fue tranquila y normal, y descu-
brí que había muchas cosas que me causaban problemas, pero
no pensé que fueran problemas muy grandes."
En este punto, Ira London intentó ponerle una trampa:
"¿Tenía usted amigos?"
"De niña tuve pocos amigos."
Nadie dudó de que esto fuera cierto. Aceptando o no que su
infancia fue infeliz, Hedda Nussbaum siempre se consideró como
una persona sin amistades — éste era un detalle esencial en la

historia que desarrolló sobre ella misma. Tal vez fue más solitaria

que la mayoría de los niños. Con seguridad, cuando ella testifi-

có, nadie, fuera de la familia Nussbaum, surgió para llenar los


primeros capítulos de su vida, de la manera en que lo hacen

los amigos de la infancia cuando alguien se convierte en una


celebridad.
Pero aun así, las niñitas solitarias no necesariamente üenen
vidas catastróficas como adultas.
Tal vez la clave de la personalidad de Hedda Nussbaum es
algo que ella olvidó totalmente. Pero también es posible que no
exista ninguna clave y que sólo sea una costumbre o un hábito
la que haya hecho que muchas personas busquen intensamente
una. Lo que más inquieta de Nussbaum es lo simple y familiar
que parece en su vida antes de Steinberg aunque pretende y,
parecer interesante, resulta de lo más simple. Indudablemente
su búsqueda continúa. Ahora que el juicio ha terminado para
96 Los Steinberg

ella, seha convencido de que el sufrimiento la convirtió en la


artistaque siempre intentó ser, aunque se aferré a las triviali-
dades de sus árboles sin hojas y a "El Señor Conejo", a los cua-
les no les transmitió ninguna emoción.

En cierta manera, seria un alivio saber que a Hedda Nuss-


baum la golpeaban de pequeña o que la relación con su padre
era incestuosa. Eso serviría para explicamos su vida y la dis-
tanciaría de losque nos consideramos más normales que ella.
Cuando Romany Kramoris se puso en contacto con Hedda,
en diciembre de 1988, le envió un cásete con música de Mozart
y una carta cuidadosamente redactada, ya que creía que Hedda
había tenido una niñez difícil. Aunque desde entonces las dos
mujeres han pasado mucho tiempo juntas, Nussbaum nunca le
ha confiado a Kramoris tal cosa. Tampoco el psiquiatra que
asistió a Hedda en Four Winds, Samuel Klagsbrun, quien ha
sido muy comunicativo sobre su paciente, nunca mencionó que
Hedda sufriera abusos por parte de sus padres.
En una entrevista publicada en People, en 1989, escrita por
su compañera de clases en el Hunter College, Noami Weiss,
Hedda parece extraer de su autobiografía las partes que la con-
dujeron al fracaso, principalmente por falta de decisión, y con-
vence al lector y a sí misma de que fueron inevitables. Y si se
programó psicológicamente hacia Joel Steinberg, entonces no
tuvo elección.
Sin embargo, gran parte del artículo habla de la alegría de
Hedda Nussbaum. al reunirse con su familia, y las penas y de-
cepciones de su niñez no son peores que las de usted o las mías.

Lo que muy claro es que Hedda Nussbaum creció


sí resulta

sintiendomucho enojo hacia su madre. Siempre estuvo más cerca


de William Nussbaum, de acuerdo con lo que le contó a Roma-
ny Kramoris. Este intenso apego a su padre duró hasta que ella
se relacionó con Steinberg. Aun después de cumplir 30 años,
Los Steinberg 97

cuando trabajaba en Random House, Hedda tomaba el metro y


visitaba a su padre en su peluquería de Fort Washington Avenue,
en Washington Heights, y como hacía cuando era niña, le pedía
que le cortara el pelo.

Una carta que Hedda escribió en 1979, que sus abogados


mostraron a la prensa, expresa que ella creía que su madre de-
seaba abortar cuando ella nació. ¿Se enteró Hedda realmente de
esto? ¿O sólo lo imaginó? ¿O fue una idea sugerida por Joel
Steinberg para corroborar lo que ella siempre sintió, de ser una
niña no deseada?
En 1942, cuando nació Hedda, su hermana Judy ya estaba
con la famiha. Durante el juicio, cuando a Hedda le pregunta-

ron cuántos años le llevaba su hermana, ella contestó: "22


meses", para decir dos años. Parecía la respuesta de una niña.
Aun a la edad de Nussbaum, cada uno de los meses que le lle-
vaba Judy estaba cargado de significado.
El resentimiento hacia la posición de Judy marca los recuer-
dos de la niñez de Hedda Nussbaum, aunque su hermana se
convirtió en suamiga más cercana. Nussbaum le dijo a Weiss
que su madre provocó esto, haciendo que Hedda acompañara
siempre a Judy y dando a entender que todo fue para la con-
veniencia de la Sra. Nussbaum. Emma Nussbaum vestía a sus
hijas iguales y quería mismas amistades: Las
que tuvieran las

de Judy. "Siempre fue 'nosotras', jamás 'yo' ". Dijo Hedda con

resabios de amargura. Ella no es la primera hermana más joven


en sentirse sacrificada a causa de su hermana mayor y para quien
sus propias necesidades han sido olvidadas con mucha fre-
cuencia. Tal vez la señora Nussbaum presionó demasiado
a Hedda para fundirse con una personalidad más fuerte. Como
adulta, Hedda se convierte en un camaleón, adaptándose con
cualquiera que influyera en su conducta en ese momento.
"Díganle que es roja y lo acepta", comenta el psiquiatra de
98 Los Steinberg

Bellevue, Michael Alien, quien la examinó en 1987. ^'Díganle


verde y ella será verde".
Aunque la Sra. Nussbaum quería que sus hijas parecieran
gemelas, había notables diferencias físicas entre ellas. Judy era
pequeña y rubia; todavía tiene aspecto de duende, con el cuello

corto y sus facciones muy marcadas, ligeramente acartonadas.


Hedda es mucho más alta que su hermana. Esto quizá produjo
que la Sra. Nussbaum creyera que Hedda
se comportaba con la
misma madurez que Judy. Hedda
un porte orgulloso, con
tenía
su cabeza erguida. Sus ojos almendrados lucían mucho, antes
de que le rompieran la nariz. Sus rizados cabellos alguna vez
fueron negros y brillantes. Desde un principio, los Nussbaum
debieron saber que Hedda sería la bonita de la familia. ¿Pero se
sentía Hedda así? ¿Deseaba Hedda poder ser Judy, en lugar de
sí misma? Y por lo tanto ¿quena ser pequeña, rubia, dominante

y confiada del amor de su madre?


Sin embargo, la Sra. Nussbaum le tenía muchos cuidados.
Hedda se sentía una inútil porque su mamá la mimaba dema-
siado, 'insistía en hacer todo por mí —
por ejemplo, a los seis
años me ponía los calcetines. Por otra parte mi padre siempre
estaba diciendo: 'Escúchenme, yo ya soy grande. Yo ya sé'.

Esa combinación hizo que me sintiera como que no podía hacer


nada por mí misma y que no sabía nada. Sólo iba a donde me
llevaban", se quejó Hedda, quizás intentando remarcar que tam-
bién su vida con Joel Steinberg fue dirigida a donde la llevaron.
Hedda se recuerda también como "siempre intentando ser
una buena niña, y no quería que me dejaran sola. Era muy tími-
da. Y nunca se notaba cuando me enojaba".
La frase "no quería que me dejaran sola" sugiere que Emma
Nussbaum quiso disciplinar a su hija pequeña, encerrándola sola
en un cuarto de vez en cuando. Es una forma de castigar, bas-
tante tibia y común, aunque puede producir tanto miedo como
Los Steinberg 99

un golpe. Los niños pequeños no tienen sentido del tiempo, para


ellos sólo existe el presente.Unas pocas horas en una habita-
ción vacía puede hacerle sentir a un niño que ha sido condenado
para toda su vida. Y como a la pequeña Hedda no se le permitía
mostrarse enojada hacia su exigente madre, lo que sintió se quedó
guardado en ella. Pero muchos de nosotros llevamos un pro-
fundo enojo causado por los errores de nuestro padres, y como
Hedda, los exploramos después en la terapia.
De toda su niñez, Hedda sólo puede recordar un suceso que
pueda llamar "traumático", algo que ocurrió cuando ella tenía
tan sólo dos años. Hace tiempo,
ella se lo contó a una colega de

Random House y en 1989 menciona de nuevo como una


lo
experiencia que de alguna manera afectó su personalidad.
Durante su niñez, Hedda recibió mucho afecto y atención de
su abuela paterna, Rachel Nussbaum. La anciana, incluso, dor-
mía en su cuarto. Pero en 1944, su abuela adorada tuvo que ser
llevada a un hospital y alejada de ella abruptamente.
Según Nussbaum, esto la afectó devastadoramente. A Noa-
mi Weiss se lo contó como si ella textualmente hubiera queda-
do huérfana, aunque su madre verdadera, Emma Nussbaum,
siguiera en casa. Hedda relató: "Yo no lo entendí. Pensé que
debí hacer algo malo para ella se fuera. Cuando ella regresó
a casa, algunos meses después, se quedaba en su habitación con
la puerta cerrada. Difícilmente tuve un verdadero contacto

emocional con ella, nuevamente. Ella vivió así con nosotros,


hasta su muerte, 20 años después, y...'\ Hedda Nussbaum dice
esto deteniéndose a cada momento, quizá como ya lo había dicho
en alguna de sus sesiones de terapia, "...viví con ese rechazo
cada día que pasó'\
Es difícil creer que cuando Hedda Nussbaum creció y final-
mente pudo comprender mejor lo que ella llama rechazo de parte
de su abuela, siguiera preocupándola todos los días.
100 Los Steinberg

"Es algo con lo que tengo que vivir por de mi vida'*,


el resto

declaró igualmente Hedda durante el juicio, cuando se le pre-


guntó cómo se sentía acerca de su falta de voluntad para pedir
una ambulancia para Lisa, el 1° de noviembre de 1987.
Hay algo deliberado y estudiado en la forma en que Hedda
Nussbaum se expresa de sí misma. Aunque ella fue editora y
escribió libros, a sus palabras les falta cadencia y fluidez. Al-
gunas veces son titubeantes y pesadas. Otras sencillamente
burdas.En ocasiones le hace recordar a quienes le escuchan,
que es una persona educada, con expresiones como "hogares
inadecuados". O puede parecer desconcertantemente brusca. Las
lesiones de Hedda dañaron sus cuerdas vocales, y uno se pre-
gunta: ¿Tuvo alguna vez esa voz verdadera música? Aunque
ronca y sin matices, la voz de Hedda Nussbaum contiene mu-
cho de su historia —todos los propósitos y metas, sus dificul-
tades sociales y los antecedentes de inmigrante, que ella trata
intensamente de olvidar. El atestado departamento en
Washington Heights, cerca de la peluquería de su papá; su padre
hablando yiddish en casa, más fácil para él que las poco fami-
liares sílabas del inglés, y la voz de su madre, más confiada que
la de su tímido esposo, el primero de unos primos que vinieron
de Polonia. Y la voz de la abuela está presente también en Hedda
— la voz detrás de la puerta cerrada, musitando la lengua de la
vieja patria.
No es sorprendente que Hedda se propusiera perfeccionar su
inglés, conquistar su sintaxis y gramática, librando una batalla
contra el lenguaje, pero creyendo que lo amaba de una manera
sensible. Ella nunca se sintió más fuerte que en sus días de edi-
tora, cuandodecía a los escritores lo que había que hacer y
le

ellos aceptaban sus juiciosos consejos. Las voces de los maestros


de las escuelas públicas de Washington Heights, están todavía

en los libros que Hedda Nussbaum escribió para los niños.


Los Steinberg 101

Ella estudió duro en la escuela 187, donde prácticamente


todos los alumnos eran judíos. Varios de los compañeros de
clases de Hedda provenían de familias de refugiados. Miles de
judíos, alemanes y austríacos llegaron a Washington Heights
durante la segunda Guerra Mundial, dándole al lugar un aire
más europeo que otras partes de Nueva York.
En el George Washington High School, de Audubon Ave-
nue, Hedda empezó a notar la presencia de los chicos, y ellos de
ella. Pero había reglas respecto de los chicos tan inmutables
como los Diez Mandamientos y Hedda —
una buena mucha-
cha — las seguía porque era muy peligroso no hacerlo. Las chicas
malas se podían embarazar. Las chicas buenas se casaban des-
pués de salir de la escuela. Entonces el sexo se reservaba para la

gente casada. Si temporalmente tenían que trabajar, podían


buscar un marido en los lugares donde lo hacían —un esposo
que las rescatara de luchar solas en el mundo y que las tuviera

a salvo en su hogar. Lógicamente los muchachos inteligentes


iban a la universidad, pero no era necesario que las chicas
continuaran sus estudios. Pero eso no era suficiente para Hedda.
No era común que una chica del George Washington High
School soñara con terminar una carrera, pero Hedda deseaba
una y también quería un esposo con éxito y poder, que pudiera
transferírselos a ella. Una mujer sin marído era una críatura fraca-
sada y lastimosa que se comía las migajas en el banquete de la

vida, sin importar lo inteligente que fuera o lo que consiguiera


en su trabajo.
Los Nussbaum esperaban que sus hijas se casaran con agra-
dables muchachos judíos que tuvieran una profesión. Pero
cuando las chicas insistieron en ir a la universidad, no se opu-
sieron. Tal vez si hubieran tenido un hijo, los Nussbaum se
hubieran sentido diferentes, pero estas dos chicas eran todo lo
que tenían. Sobre todo Emma Nussbaum estaba orgullosa de
102 Los Steinberg

las buenas calificaciones de su hija menor y convencida de que


tenía mucho de artista. Las pinturas que realizó Hedda en la
preparatoria — naturalezas muertas un tanto apagadas — deco-
raban las habitaciones de los Nussbaum aun después de que la
aturdida pareja de ancianos perdió el contacto con la hija que
las pintó. Ellos pensaban que era la verdadera Hedda quien hizo
esas pinturas. Y por lo consiguiente no creían que la Hedda que
surgió junto a Jocl Steinberg fuese real.

En el verano en que ella cumplió 18 años, un año antes de


que entrara a Hunter, Hedda Nussbaum estaba hundida en una
sensación de temor y desesperación, tal vez el pesimismo y la
melancolía que invaden a todo adolescente. Estaba trabajando
como consultora en un campamento cerca de su casa y le pare-
cíaque todo mundo la odiaba, especialmente las otras chicas
que trabajaban con ella. Algunas veces pensaba si no se estaría
volviendo loca, tal vez comparándose con su abuela. ¿Estaba
paranoica? Hedda ya había aprendido bastantes palabras de ésas.
Pero de repente la terrible sensación se acabó, cuando ella entró
a la universidad, fue sólo un triste recuerdo.
En la Universidad de Hunter, en Bronx, apenas a unas cuan-
tas estaciones de metro de Washington Heights, finalmente
conoció a varias personas por sí misma, amigos que la busca-
ban y a quienes de veras les gustaba, y que no tenía que com-
partir con Judy. Noami Weiss recuerda a Hedda como una chi-
ca adorable y cuidadosa. Ambas estaban en la misma área de
estudios, estudiaban juntas y con frecuencia hacían citas dobles
con sus parejas; en clase se divertían garrapateando comenta-
rios en el cuaderno de la otra, acerca de sus maestros atractivos.
Ambas querían ser escritoras. Hedda hizo una alianza más es-
trecha con otra chica llamada Risa. Risa era segura de símisma
y aventurera. Proponía nuevas experiencias y Hedda la seguía,
prácticamente igual que como siguió a Judy.
Los Steinberg 103

En 1 960, cuando Hedda entró a la universidad, Estados Unidos


empezaba a sufrir las angustias de una vasta revolución sexual.
Era como si todas las necesidades que los jóvenes reprimieron
durante los cincuenta fueran descorchadas repentinamente. Hubo
una revolución sexual previa, en los veinte, la cual perdió su

significado y energía durante los ansiosos años de la Depresión


de 1930, al estrecharse los lazos familiares. Estos se aflojaron
otra vez durante la segunda Guerra Mundial, pero durante la

posguerra, la idea de la familia unida se reinstaló tan firmemente


que la vieja idea del "amor libre" parecía sólo un anacronismo
subversivo. Emmay William Nussbaum, provenientes de la
cultura tradicional de la Europa Occidental, probablemente no
sabían mucho de la revolución sexual que ocurrió durante su
propia juventud, entre gente más educada o con mayores recur-
sos, o la que enfrentaría su hija tan pronto entrara a la universidad,
aunque ella siguiera viviendo en su casa. Las jóvenes como
Hedda sintieron la embriagante sensación de ser viajeras del
tiempo, de pasar desde la época victoriana a los liberales sesenta,
saltándose todas las etapas intermedias. La revolución sexual
no estaba en sus comienzos, pues en algunos sectores tenía cuatro
o cinco años de practicarse. Al final de los cincuenta, los
Generación Beat
escritores de la —
hombres 20 años mayores
que Nussbaum —
analizaron las experiencias de un pequeño
grupo de bohemios y estrafalarios de la década pasada y las
habían convertido en símbolo de una amplia necesidad de
libertad sexual. Experimentaron relaciones sin compromiso
(necesidad más masculina que femenina) y experiencias sobre
expansión de la conciencia, esto último relacionado con el

misticismo oriental y las drogas. La revolución resultante no


fue una evolución, sino un explosión, con las nuevas ideas
difundidas ampliamente por los medios de comunicación,
principalmente la televisión. Las imágenes principales estuvieron
104 Los Steinberg

listas para difundirse entre los hijos de padres conservadores


como los Nussbaum. La generación de Hedda Nussbaum nunca
tuvo tiempo para dcllnir su propia rebeldía o búsqueda. Ellos
heredaron una victoria de segunda mano, sin haber luchado por
ella, sin tener la sensación de triunfo al conquistar un nuevo
territorio. Para la gente joven como Joel Steinberg y Hedda
Nussbaum, la libertad se convirtió en un concepto
mal interpretado y vacío, al disfrutar una satisfacción sensual
sin límites, yendo de un goce tras otro, probando cualquier cosa
con tal de escapar al aburrimiento.
Sin estar preparada para el impacto de lo nuevo, una chica
como Hedda descubriría abruptamente que todas las reglas que
rigieron su vida eran absurdas e incluso irracionales; peligrosas
para su salud mental. La castidad que mantuvo cuando la lle-

garon a abrazar y besar, en su adolescencia, se convertía en algo


sin valor. En lugar de temer su pérdida, debía preocuparse ante
una posible frigidez.
Simultáneamente, las viejas prohibiciones inculcadas toda-
vía ejercían control. Muchas chicas como Hedda, particular-
mente aquellas que todavía vivían con sus padres, siguieron las
reglas unos años más, aun cuando comprendían lo ingenuas y
retrasadas que estaban en comparación con algunas de sus amigas
más atrevidas.
Si a Hedda Nussbaum la encendía el deseo sexual que con-
fesaba en su diario, todavía tenía demasiado miedo para llegar
al final, aunque disfrutó bastante cuando coqueteó con algunos
de sus novios y ellos respondieron. Durante sus dos primeros
años en Hunter, Hedda anotó en su diario referencias de dife-
rentes hombres que ella creía que la encontraban atractiva. En
ocasiones hacía listas, como si ponerio de esta manera ordenara
un poco sus caóticos sentimientos. Después de ser rechazada
por uno de sus novios, Hedda elaboró una especie de tabla,
Los Steinberg 105

enumerando las partes de su cueipo, calificando cada una y


midiendo las reacciones de diferentes hombres a ella. Era como
si una parte de su ser tuviera una perspectiva masculina y se

viera a sí misma como un objeto. En cierto momento se aver-


gonzó de lo que estaba haciendo, acusándose de comportarse
como una quinceañera y después decide apegarse a sus obliga-
ciones.
Cuando dos abogados de mediana edad, que defendieron
a Steinberg, leyeron los diarios de Hedda Nussbaum, quedaron
impresionados por los alcances de su obsesión hacia los hom-
bres. Pero Hedda no parece haber sido más alocada que muchas
otras chicas de su edad, e imaginar encuentros sexuales, con
frecuencia puede ser más emocionante que experimentarlos.
Por lo que ella escribió cuando tenía 21 años, Hedda estaba
lo suficientemente convencida para tener su primera experien-
cia sexual, cuando ocurrió finalmente. Se preguntaba en su diario,
si habiendo probado el sexo, seria capaz de controlar su abru-
mador deseo de él. Como muchas de las cosas que Hedda
Nussbaum ha dicho acerca de sí misma, tal vez uno no debe
tomar esta declaración literalmente. Es una reacción idealizada
y romántica. Además, el comentario generalizado acerca del
sexo en esos días era de que una vez que empezabas ya no podías
detenerte, aun si lo deseabas. El chico que inició a Hedda no era
un desconocido que traía emoción a su vida, sino alguien que
había conocido durante mucho tiempo. Hedda no parece ha-
berse enamorado de él, pues muy pronto hace una nueva lista de
30 o más posibles conquistas.
El mundo de Hedda Nussbaum crecía más allá de las calles

de Washington Heights y el Bronx. Ella exploró Manhattan con


sus nuevas amigas y con los hombres con quienes salía. Sin
embargo, conforme pasaba el tiempo parecía más tímida que
ambiciosa. A pesar de sus aspiraciones artísticas y literarias,
106 Los Steinberg

decidió hacerse maestra. Tal vez tenia miedo de probarse en un


área de trabajo más desafiante, o todavía intentaba ser una buena
chica y complacer a sus padres, aun ahora que secretamente los
había desobedecido en lo ref'^Tcnte al sexo. En cualquier caso,
su certificado como maestra prácticamente le garantizaba un
empleo. No tendría que competir en el mercado laboral con las
niñas ricas que vivían en Central Park West o West End Avenue.
En Washington Heights se consideraba a las maestras como
autodidactas que han entrado a la universidad tan sólo para
esperar al esposo adecuado. Y ¿qué otro trabajo podía ser tan
femenino como este que se relacionaba con los niños?
Tanto Hedda como su mejor amiga, Risa, terminaron sus
estudios en Hunter en 1964, obteniendo su título de pedagogas
y celebrándolo con un viaje a Puerto Rico (la mayor distancia
que Hedda se alejaba de su hogar). Ahí, un accidente automo-
vilístico arruinó sus vacaciones. Risa se golpeó en el parabrisas,

quedando marcada de Las lesiones de Hedda fueron


la cara.

menos serias. En una entrevista con Susan Brownmiller, 25 años


después, Risa todavía resentía que Hedda nunca la visitara en el
Hospital Santurce, a donde las llevaron. En lugar de eso, después
de que la dieron de alta, Hedda salió con dos jóvenes a quienes
ambas habían conocido recientemente. Mucho antes de que co-
Hedda era muy
nociera a Joel Steinberg, hasta donde Risa sabía,
centrada en misma, incapaz de sentir mucho por otras personas.

Molesta por la entrevista, que leyó en la revista Ms. de mayo


de 1989, Hedda contradice a su "ex amiga Risa", en una carta
a la misma revista, dando una descripción extraordinariamente
detallada de sus propias lesiones en el mismo accidente: la cla-
vícula fracturada, una herida "de casi 50 cm en un muslo" y **un
esguince severo en la ingle", que la tuvo en silla de ruedas por
varios días y la imposibilitaba para subir escaleras para visitar
a Risa (posiblemente el hospital no tenía elevador).
Los Steinberg 107

Sólo unos meses antes, Hedda alegó pérdida de memoria al

prestar testimonio, cuando le hacían una pregunta tras otra, pero


ahora parecía haberse recuperado totalmente. Incluso después
de que enumeró sus lesiones, hay una laguna en lo que según
Hedda sucedió después del accidente. Después de que Hedda se
recuperó lo suficiente para salir del hospital, las dos amigas
siguieron sin comunicarse: '*Cuando más tarde llamé al hospital
municipal de Santurce para saber cómo estaba Risa, me dijeron
que ya no se encontraba ahí. Su hermano la trasladó a un hos-
pital privado, y ninguno de los dos se tomó la molestia de de-

cirme cuál era", escribió Hedda, como si hubiera sido ella y no


Risa, la que sufrió el desaire.
Sin embargo. Risa y Hedda hicieron las paces antes de que
acabaran sus azarosas vacaciones. Cuando regresaron juntas
a Nueva York, Hedda no llegó a su casa. Se recuperó en casa de
no se enteraran del accidente.
Risa, esperando que sus padres
Cuando finalmente lo supo su mamá,
las regañó a ambas. "jMi

bebé, mi bebé!", lloraba Emma Nussbaum, para disgusto de


Risa.
Risa siguió siendo la mejor amiga de Hedda los 10 años si-

guientes. Tal vez "mejor" no es la palabra correcta, como Risa


lo definió después. Tal vez la "única" amiga de Hedda Nuss-
baum sería más correcto.
En septiembre, Hedda daba clases a un grupo de tercer año
en una escuela pública de Washington Heights. Ese año empe-
zó a estudiar la maestría en inglés, en Hunter, pero falló en
algunas materias. Tal vez su escasa ambición fuera un síntoma
de que se sentía deprimida y desanimada acerca de su futuro.
Parecía estar atrapada en Washington Heights, trabajando ahí y
viviendo aún en casa de sus padres. Judy escapó al casarse. De
repente, en 1965, Hedda también decidió escapar. Partió a Ca-
lifornia y la contrataron como maestra substituta en las escuelas
108 Los Steinberg

públicas de Oakland. Unos tíos ricos vivían en el área de la


bahía. Si sus papas se oponían a que ella se fuera tan lejos,
Hedda los hubiera calmado diciendo que, aun en la costa Oeste,
ella no estaría muy lejos de la protección de su familia.
En California, no hubo ninguna Risa a quien acoplarse, ni
hombres que se enamoraran y le propusieran matrimonio. Sin-
tió más temor y menosprecio por ella misma, de lo que había
sentido cuando cumplió 18 años. Pero ahora tenía 23. Su in-

tento de empezar a caminar por sí sola debió haber salido mejor.


En área de la bahía había muchos autoprocl amados gurús
el

y grupos terapéuticos, precursores del movimiento social de la


siguiente década. Miles de califomianos empezaban a explorar
sus psiques. Hedda se integró a un grupo de "conocimiento
selectivo", dirigido por un Dr. Muhkey, quien diagnosticó que
Hedda tenía problemas para mantener sus ondas alfa. Hedda
estuvo de acuerdo con este diagnóstico. En un diario que lle-
vaba durante ese periodo, Hedda se describía a sí misma como
dividida en cuatro personas: El Demonio, El Fango Original, la
chica de 14 años y la adorable y amorosa Hedda. En una página
dibujó dos figuras unidas. Una de ellas decía Sí di la enfermedad;
la que decía No, parecía que no funcionaba. Hedda se encaró
a tres de las personas y les rogó que mataran al demonio. El
Fango Original intentó ahogario; la chica de 14 años quería
golpcario con un bate de béisbol; pero la amorosa Hedda era
inútil y no iba a dar pelea. Tratando de invocar a esa débil, pero
indispensable parte de sí misma, escribió: "Estoy desesperada,
necesito tu ayuda".
Finalmente, Hedda abandonó su aventura en la Costa Oeste.
Regresó a Nueva York a tiempo para asistir a la boda de Noami
Weiss. Hedda llegó de negro —
en vestido de coctel con un
atrevido cuello V que mostraba sus hombros y buena parte de la
separación de sus senos.
Los Steinberg 109

Ahora que Noami estaba casada y ocupada con su esposo,


igual que lo estaba su hermana Judy, Hedda pasaba la mayor
parte de su tiempo libre con Risa, quien también daba clases.
Decidieron vivir juntas y muy pronto encontraron un departa-
mento acogedor y lleno de luz, con techos altos y una chimenea,
en una casa de piedra arenisca en West Seventhy-fifth Street.
Upper West Side no se había puesto de moda todavía. Estaba al
poniente de Broadway y era un vecindario ligeramente melancó-
lico; cómodo, aunque muy judío, lleno de familias y de gente

mayor. No había boutiques ni restaurantes o bares que atrajeran


a jóvenes solteros. Las calles al oriente de Amsterdam Avenue,
llenas de cuartos rentados, eran peligrosas. Durante bastante
tiempo, las jóvenes como Hedda o Risa tenían que ir en metro al

pueblo, o a los bares que empezaban a abrirse en Upper East


Side.
Hedda había viajado hasta California para cambiar su vida,
sólo para terminar con un salón de cuarto año en el Bronx. Ella
le decía a todo mundo que le encantaba enseñar y que adoraba

a los niños, pero también era demasiado ambiciosa para querer


pasar el resto de su vida enfrente de un pizarrón. Sin embargo,
Hedda parecía más apropiada para esta clase de trabajo, en lugar
de lo que ella aspiraba. Deseaba escribir sobre temas pedagó-
gicos que le permitieran mostrar lo que ella sentía como su
habilidad especial: comunicarse con los niños.
El trabajo secretarial era todavía la única manera en que una
mujer podía integrarse a un área que desconocía, especialmente
si provenía de una universidad corno Hunter, compitiendo en
contra de las atractivas y seguras jóvenes provenientes de es-
cuelas de abolengo. Una mujer como Hedda, sin contactos úti-
que subir milímetro a milímetro. Tomó un curso en el
les, tenía

Speedwriting Institute, y consiguió un empleo de secretaria en


la Fundación Rockefeller. Dos años más tarde alcanzó una mejor
lio Los Steinberg

posición: asistente ejecutiva del vicepresidente de una empresa


educacional. Fue un avance lento y frustrante. Cuando final-

mente Hcdda se cambió —


a la publicidad editar y escribir li-

bros de texto para Applcton Century Crofts— , tenía 30 años.


Hubo hombres en de Hedda y Risa, pero ninguno
las vidas

era tan confiable y constante como la relación de una con la


otra, a pesar de sus desaveniencias. Ambas eran muy atractivas

y no les faltaban oportunidades para una aventura casual.


Las inseguras mujeres solteras de la generación de Hedda
Nussbaum aprendieron mediante una serie de desgracias cada
vez más prcdccibles, que debido a que uno no era responsable
de nadie y nadie era responsable de uno, toda esa libertad tam-
bién acarreaba dolor. Un hombre que anhelaba compartir el lecho
con una mujer que acababa de conocer, no necesariamente
pensaba repetir la experiencia. Los hombres todavía tenían la
ventaja sobre las mujeres. Nunca estuvieron más libres de
comportarse como quisieran y con menos culpa.
De acuerdo con lo que Hedda Nussbaum creía de su sistema
de valores, aún en diciembre de 1988, todo lo que ella esperaba
de la vida era tener esposo y familia. Sin embargo, durante el
tiempo que pasó hasta que conoció a Steinberg, ella no buscaba
una responsabilidad sino una solución o un rescate, una manera
de sortear el abismo de la falta de identidad. Incapaz de defi-
nirse a sí misma, anhelaba que un hombre de personalidad
dominante le dijera quién era ella. Una vez que dejó de ser buena
niña, Hedda Nussbaum fue incapaz de redefínirse como mujer
adulta.
Había suficientes peligros cerca de casa. A una mujer que
vivía en el edificio le pegaba su novio, y según Hedda, en su
carta a Ms., Risa tuvo durante algún tiempo un compañero así.
Le correspondió a Hedda aconsejar a su amiga: "Yo no com-
prendía esta clase de relación y le dije a Risa, con afecto: Parece
Los Steinberg 111

que no quieres acabar con esta relación. Tienes que aclararle lo


que quieres decir cuando le pides que pare. Si no lo haces, no
vengas llorando a decirme que te pegó. No necesitas compasión,
lo que necesitas es acabar con esto". (Pocos años después, nadie
hubiera hecho que Hedda escuchara el consejo que sostiene
haberle dado a Risa, cuando eran compañeras.)
En esa época, Hedda tomaba como modelo a su amiga, como
lo había hecho con su hermana mayor, tomando rasgos de la
personalidad de Risa e injertándolos en sí misma. En 1989, Risa
desmintió varios artículos aparecidos en los periódicos que
mencionaban el gran amor de Hedda por los animales y las
una afición de Risa, algo que
plantas. Originalmente, ésta era
Hedda se apropió. Risa también le dijo a Susan Brownmiller
que ella ideó dos de los libros para niños que Hedda escribió.
También parecía sentirse complacida tanto como resentida, de
que Hedda la tomara como modelo. En el tiempo en que Hedda
era muy mencionada, el resentimiento de Risa superó todos sus
otros sentimientos. Sentíamuchísima vergüenza de que alguna
vez fuera la amiga más cercana de Hedda Nussbaum, y le dijo
a Brownmiller que se negó a aparecer como testigo de la defensa.
Algunas de las quejas de Risa sobre Hedda eran las típicas
hechas por compañeros de vivienda que se han separado. Hedda
no cumplía con su parte para aprovisionar la casa: 'Todo en ese
departamento era mío", declaró Risa con amargura. Describió
a Hedda como "narcisista, egoísta, pasiva, molesta, dependiente
y vacía en su interior", parecido a como los psiquiatras de los
hospitales Bellevue y Elmhurst, y los abogados de Steinberg
decían acerca de ella.

La mujer que se vio en un espejo en el Elmhurst y se alarmó


de ver a una bruja, alguna vez enfureció a su compañera por
nunca dejar pasar una oportunidad de verse reflejada para arre-
112 Los Steinberg

glar ligcramenie su cabello. Aun así, su amistad nunca se inte-


rrumpió dennitivamentc. Hcdda sólo dejó de ver a Risa du-
rante sus 13 años con Steinberg, tan sencillamente como se
alejó de cualquier otra persona que conociera.
Los Steinberg 113

su
"L a gente acude con los terapeutas para hallar sustitutos de
voluntad perdida", escribía Rollo May. "O para
aprender el método más reciente de mostrar afecto, sin saber
que éste no es un fin en sí mismo, sino un subproducto de la
forma en que encara uno alguna situación."
A los 31 años Nussbaum empezó a asistir a terapia. Acudía
puntualmente a dos sesiones privadas semanales y a una sesión
de grupo con el Dr. James Bradley Norton, un terapeuta freu-
diano. Le encantaba su nuevo empleo en la editorial — veces
a
realmente se perdía en su absorbente y exigente trabajo — pero
no encontraba esposo. Tal vez el Dr. Norton la ayudara a com-
prender por qué recientemente se sentía tremendamente atraída
por un hombre con tendencias sádicas. Necesitó mucha fuerza
de voluntad para alejarse de esta persona, sobre todo porque él
la seguía llamando para regresar.

Ella sintió la necesidad de contarle de él a su siguiente novio,


Bill Muttcr.

Tenían una relación divertida, de camaradería en la oficina,

antes de que descubrieran su mutua atracción y empezaran


a salir.La nueva editora tenía lo que Bill definió inmediatamente
como "mente traviesa". Bill Mutter era un artista y parecía más
un hippie con su bigote, barba crecida, cabello hasta los hom-
bros, que un hombre que trabajaba de nueve a cinco como direc-
tor de arte. Era tres años más joven que Hedda, intenso, amable,
rebelde y locuaz, con ojos carismáticos y penetrantes. (Ese mis-
mo aspecto en mirada la de Joel Steinberg atrajo después a
Hedda.) Mutter se expresaba apasionadamente de muchos
Bill

temas; se oponía a Richard Nixon y a la guerra de Vietnam.


También tenía algunas ideas que se reservaba. "Ella sabía que
yo estaba loco", le dijo alegremente a Susan Brownmiller,
114 Los Steinberg

cuando ella lo entrevistó para un artículo acerca de Nussbaum


en A/5.
Hedda se había mudado recientemente a su propio departa-
mento —
un estudio de una sola habitación que Bill recuerda
como "un hermoso y pequeño lugar en un edificio enorme*'.
Una discusión ridicula acerca de la propiedad de una batidora
fue la causa de que Hedda y Risa decidieran vivir separadas.
Pero Hedda sólo se cambió al otro lado de la calle. Podía aso-
marse a ventana y ver las luces del departamento de Risa.
la

Como de costumbre, las dos mujeres se contentaron. Hedda no


tenía muchos amigos, tampoco Bill. El encontraba a Hedda
diferente porque era reservada para conocer gente. No era la
clase de persona expresiva, inquieta, que hace amigos por todas
partes.
Durante casi un año, él pasaba todos los fines de semana con
Hedda en su departamento-estudio de Seventy-fifth Street. A
Bill le apenaba demasiado vivir en un distrito de rentas bajas,
en el Lowcr East Side, como para llevar a su pretenciosa novia
ahí. Compartieron muchas jarras de sangría en el restaurante
cubano Victor's, cerca de donde vivía Hedda, en donde plati-
caban de todo lo imaginable —
los encabezados de los diarios,
las novelas que siempre leía Hedda, el deseo de Bill de dejar el

trabajo y quedarse a pintar en su casa. Con frecuencia, la con-


versación de Hedda se enfocaba en su hermana Judy y sus ni-

ños. Bill recuerda que quena a esos niños "muchísimo". Sin


embargo, Hedda nunca dijo que quisiera tener sus propios hi-
jos.Ni llevó a Bill a discutir la posibilidad de que se casaran.
Aunque Bill sabía que Hedda deseaba escribir novelas, no
ella
hablaba mucho de eso tampoco. Parecía que se contentaba con
dejar que él fuera el artista.

Era la época más próspera del m.ovimiento feminista. Bill

Mutter admiraba a las feministas. No presionaban a los hom-


Los Steinberg 115

bres como él. No estaban obsesionadas con casarse y tener


esposos que las mantuvieran. Hedda no parecía ser feminista,
aunque tampoco era antifeminista, exactamente. La mujer con
quien pasaba los fines de semana parecía intentar que sus acti-

tudes lo complacieron, que lo retuvieran. Esto lo hacía muy


sutilmente, con tanta habilidad que —como más Mutter
tarde
recordaría — Hedda no titubeaba para imponerse. Pero en rea-
lidad ella sólo se imponía en detalles menores — que
sugiriendo
camisas y corbatas, cuando salían. Y aún en-
Bill usara trajes,
tonces, ella nunca se lo ordenaba: "haz esto por mí, haz aque-
llo", decía.

A Bill Mutter le encantaba arreglarse para ella, lo hacía sen-


tir adulto. Y él pensaba que Hedda se veía adorable con su

ondulado cabello negro, su tersa piel aceitunada y sus bonitas


faldas, pantalones y suéteres. Incluso a él no le molestaba que
ella fuera más que
alta y agradecía que fuera lo suficiente-
él

mente considerada para no usar tacones. Hedda fue la primera


novia seria de Bill. A diferencia de otras mujeres, ella nunca lo
criticaba por no ser suficientemente agresivo en la vida. El la
veía como verdaderamente sofisticada.
Pero conforme pasó el tiempo, Bill empezó a sentir que a su
relación le faltaba algo. No era el romance más apasionado que
él había tenido en su vida.
"Yó la describiría como cautelosa con sus sentimientos*', le
dijo Mutter a Brownmiller. *'No la recuerdo volcando su cora-
zón sobre mí. Pero sí dispuesta a sentir y a dar."
Tanto Hedda como Bill estaban profundamente interesados
en la terapia. Otra afinidad es que ambos reconocían tener odios
enterrados. Ambos provenían de familias en donde no se acep-
taba mostrar el enojo y, por supuesto, estaba muy de moda ser
brutalmente crítico con las generaciones anteriores. Hedda no
parecía estar más molesta con sus padres de lo que estaban otras
116 Los Steinberg

personas que Bill conocía. Incluso lo llevó a conocerlos, previ-


niéndolo que su madre era la peor cocinera del mundo. Y ella

tenía razón, la carne que cocinó en esa ocasión estaba quemada


en extremo. Bill pensó que Hedda y sus papas se llevaban bien,
aunque sin mucha calidez.
¿Por qué había tanto coraje dentro de Hedda? Una vez ella le
contó a Bill Mutter que tenía miedo de que si alguna ocasión
liberaba algo de este enojo, ella no podría evitar sacarlo todo.
Hedda Nussbaum sentía que su ira sería interminable. ¿Era esto
simplemente temor? ¿O la expresión de un deseo de sentir algo,
cualquier cosa, pero profundamente? Se parecía a la idea que
tenía del sexocuando tenía 21 años: una vez que has comenza-
do, no puedes detenerte. En la mente de Hedda había una co-
nexión entre el sexo y la ira —
fuerzas torrenciales que te pue-
den dominar. En el peligro de irse a los extremos, también existía
la promesa de intensas emociones.

Bill confesó también que si alguna vez perdiera el control de


su enojo, podría literalmente volverse loco. En las conversa-
ciones que tenía con Hedda, el problema de qué hacer con el co-

raje se convirtió en un tema recurrente. Hedda realmente nunca


discutió el problema en concreto. Si algo de su secreto enojo se
estaba enfocando ahora en Bill, si ella empezaba a desear mucho
más de él, preguntándose qué evitaba que él le pidiera vivir
juntos, por qué se contentaba con verla sólo los fines de se-
mana, ella nunca comunicó tales sentimientos. Tal vez ella
misma no tenía claro lo que realmente deseaba de Bill Mut-
ter.

Durante el periodo en que tuvo relaciones con Hedda, Bill


Mutter acudía con un analista freudiano. Un año más tarde, él se
cambió a una de las nuevas terapias alternativas que produjeron
los años setenta. El Instituto Kasriel se enfocaba en el enojo
contenido. Sus pacientes lo descargaban aprendiendo a gritar.
Los Steinberg 117

Bill gritaba y gritaba y no se volvía loco. Había enormes al-


mohadones por todo el piso del estudio. "Tú los golpeabas hasta
vaciarios." Hedda también aprendería a golpear almohadones,
durante su recuperación en el Hospital Four Winds, en 1988.
Ella pensaba en Joel Steinberg durante sus actividades de psi-
codrama y golpeaba y golpeaba.
Bill padeció el enojo de Hedda Nussbaum sólo una vez, en
1973, exactamente al final de su relación. El reconoció su cul-
pa, al decirque lo que sentía por ella nunca seria más que atrac-
ción. El pensaba que a Hedda esto le importaba más. El que Bill
saliera de nuevo con una chica que había conocido anteriormente,
lo decidió a romper con Hedda. Por un tiempo manejó la situa-

ción con evasivas, hasta que fue a verla a su departamento para


decirle la verdad. Parecía que Hedda no estaba preparada en
absoluto para eso.
Bill no esperaba que tuvieran una plática amigable, pero le

impresionó lo furioso de la respuesta de Hedda. Hedda lloró y


gritó: "jLárgate! ¡Lárgate!" mientras lo empujaba a la puerta.
Afortunadamente, ya no trabajaban en misma oficina, porque
la

Appleton Century Crofts fue vendido unos meses antes y ambos


fueron despedidos.
A diferencia del hombre que tentó a Hedda y que la asustó
tanto, Bill Mutter nunca intentó volverse a poner en contacto
con ella. Pero ella tampoco hizo esfuerzos por revivir su relación.
A pesar de sentirse lastimada, el final no le resultó tan
insoportable. La pérdida de Bill Mutter no puso en peligro la

supervivencia de Hedda Nussbaum.


Acordándose de Hedda Nussbaum en sus 30 años, Bill Mutter
reflexionó: "Siempre sentí que no estaba más confundida que
las otras personas que yo conocía. Todos enfrentábamos el dolor

de buscar alguien para amar, o intentar enfrentamos a nuestra


soledad. Y si conocemos a alguien y salen, y a ti te atrae, pero tú
118 Los Steinberg

no le atraes a ella, existe dolor en eso. Todos lo padecimos en


varias ocasiones*'.
Aun después del juicio "Steinberg". Bill Mutter seguía pen-
sando que Hedda Nussbaum era alguien que simplemente in-

tentaba vivir y ser feliz".


Los Steinberg 119

L a mujer de 31 años que abordó el metro una tarde de


1974, y acudió a una cita médica en Washington Heights, era
una Hedda de apariencia casi perfecta. El Dr. Richard Grossbart
era un viejo amigo que conoció a Hedda y a su familia, desde
que ella era adolescente. El era un intelectual, con gran
inclinación por la literatura. Hedda siempre lo admiró. Ese día
ella iba a contarle acerca de su nuevo empleo en la editorial
Random House. Tal vez el peso de la confidencia que él le haría
cuando entró a su consultorio, verdaderamente la hizo cambiar.
El doctor siempre recordaría lo "inusitadamente individual y
agresiva" que parecía Hedda, cuando lo visitó para su chequeo
anual. Estaba verdaderamente impresionado por el éxito que
había tenido aunque de niña ya era brillante y comunicati-
ella,

va, en contraste con sus tímidos y recatados padres. "La agresi-


vidad de Hedda, cuando hablé con ella en 1989, parecía tan
natural que no necesitaba elevar su voz. Grossbart escuchó con
admiración la entusiasta descripción que Hedda hizo de Ran-
dom House y del trabajo que hacía ahí, con libros para niños. El
era la clase de doctor inteligente y de mentalidad abierta, con el
que los pacientes se confiaban. Pero Hedda Nussbaum no fue a
buscar su consejo. Aparentemente, ella no se quejaba de nada.
"Bueno, si existe algún problema, yo sabré manejarlo", recuerda
Grossbart que dijo ella, en algún momento de la conversación.

Frecuentemente, el doctor se formaba juicios sobre las per-


sonas, basándose en el lenguaje corporal. Tal vez ese día él lo
hizo de muy buenagana, porque Hedda Nussbaum parecía
perfecta. El aún tiene en su mente la imagen de Hedda en su
consultorio, con un aspecto "regio, erguida".
Pasaron 14 años desde que Hedda Nussbaum visitó el con-
120 Los Steinberg

sultorio de Richard Grossbart. La siguiente vez que él la vio,


caminaba encorvada en la pantalla de la televisión, acudiendo
a dar su testimonio. Se dijo a sí mismo con terrible tristeza:
"Dios mío, aún ahora se sienta derecha, con los hombros hacia
atrás"; era la misma Hedda Nussbaum que conoció.

Hedda Nussbaum trabajó en Random House durante casi ocho


años. "Yo diría que ella lo tenía todo", enfatizó con tristeza un
compañero editor, "inteligencia, talento y buen aspecto". Tam-
bién la Random House creyó lo que sus ojos le dijeron.
gente de
Hedda Nussbaum llamó la atención de todos la primera vez que
apareció en la oficina, en el verano de 1974. Louise Price, la

mayor de las mujeres en el departamento, recuerda haber


pensado: "'Caramba, qué chica tan guapa'. Hedda se movía como
una bailarina".
Betty Kraus fue la única de las amigas de Hedda en Random
House, que llegó a visitaría en su departamento. A Betty le impre-
sionó lo limpio y ordenado que estaba, confortable y con sus
ventanas llenas de plantas, sus ordenados libreros. Incluso, Hed-
da tenía un piano. "Había un lugar para cada cosa y cada cosa
estaba en su lugar.No se veía ni el cabello de un gatito", recu-
erda Betty, a pesar de que la gata de Hedda acababa de ser mamá.
Hedda mantenía su oficina inmaculadamente ordenada
— igual que su departamento —
y también estaba llena de plantas.
Para entonces la pasión de Hedda por ellas se convirtió en uno
de sus atributos más recordados. Ella cuidaba estupendamente
sus "cositas verdes"; nunca se olvidaba de regarlas antes de irse
de fin de semana. El trabajo en sus manuscritos era muy con-
fiable; impresionante, si se considera que no era una muy ex-
perimentada escritora. Hedda trabajaba intensamente y hasta
tarde en su inmaculada oficina.
Los libros que le asignaban a Hedda Nussbaum eran semipe-
Los Steinberg 121

dagógicos, nada fascinante, pero altamente lucrativos. Después


de algunos años, Hedda se propuso escribir sus propios libros,
recopilando hechos interesantes acerca de las plantas y los ani-
males.
Si la definición que más apreciaba Joel Steinberg era "abo-
gado criminalista", la de Hedda era "editora de Random House".
Y aunque después Nussbaum fue despedida de esa empresa,
Lisa informaba a quienes conocía, que su mamita escribía li-
bros para Random House.
"Hedda era a-b-u-u-r-r-i-i-d-a", en opinión de Diane Mar-
golies, una joven editora que recién se incorporaba, después de
los azarosos años en los círculos estudiantiles de Berkley,
California. Hedda mostraba claramente que no queri'a integrarse.
Hedda prefería mantenerse alejada de las chicas frescas y
rebeldes como Diane. Sentía más confianza con Betty Kraus,
quien tenía un novio estable, anhelaba casarse y empezar a tener
hijos. Hablaban de cómo la maternidad podía combinarse

exitosamente con una carrera.


"Todas estábamos fuera de ahí y ella estaba muy dentro",
dice Diane Margolies, mientras, recordaba el alegre ambiente
de la oficina. "Eramos bonitas, inteligentes y judías." Pero Hedda
se mantenía notoriamente apartada de las sesiones en la oficina

de Walter Retan, en donde todas se reunían, para conversar


jocosamente, excepto Hedda.

Se conocieron por medio de un anuncio en el Village Voice,


donde se buscaban posibles accionistas para una casa de vera-
neo en East Hampton. Cada primavera, Herbert Alpert, un abo-
gado que alguna vez compartió la oficina con Steinberg, rentaba
una casa con otro amigo soltero y ponían el anuncio. A los que
llamaban para obtener mayor información, se les invitaba a

reuniones en donde Alpert y su amigo podían valorarlos. Risa y


722 Los Steinberg

Hedda acudieron a una de estas fiestas y causaron una impresión


favorable. Por supuesto, Risa cargó con el peso de la plática.
Hedda mantuvo una tímida reserva. Alegremente, Alpert llamó
a las dos jóvenes de cabello oscuro ''las chicas de la luna'*.
A Joel Steinberg no le interesaba comprar. Sin embargo,
Alpert lo invitó esa noche. **Joel sirvió un poco de anzuelo", le
comentó después Alpert a una escritora de Greenwich Village,
llamada Linda Gordon. ''Era bien parecido. Pensamos que po-
dría atraer chicas guapas a nuestro grupo."
Los ojos de Joel Steinberg captaron inmediatamente la aten-
ción de Hedda Nussbaum. "Ojos brillantes, vivos", recordó con
nostalgia durante su declaración. También le impresionó su ili-
mitada confianza y su aire de éxito. El hizo algunas referencias
a algunos poderosos jefes de la mafia y se veía elegante y
acaudalado en su ajustado traje azul marino, sus lentes de aviador
y su largo cabello rizado. El riesgo que implicaba conocer
a Steinberg también debe haberia atraído. Los mentirosos pato-
más grandes que la vida.
lógicos con frecuencia se ven
Hedda y Risa firmaron para pasar un fin de semana sí y otro
no en el East Hampton. Ambas tenían 32 años y empezaban
a desesperar en su incansable búsqueda de hombres casaderos.
La revolución sexual creó la casa de grupo, como creó igual-
mente los bares para solteros. Ahora que los compromisos a
largo plazo habían pasado de moda, se podía intimar muy
rápidamente; la cercanía y la disponibilidad eran suficientes para
producir encuentros sexuales. Para 1975, la multitud de hom-
bres y mujeres en busca de relaciones era tan grande en la playa
de Amagansett que ésta parecía una enorme fiesta en trajes de
baño. Los participantes tenían un acuerdo muy explícito: no
acostarse con miembros de la casa. Las comidas eran compli-
cadas y prolongadas, con los hombres y las mujeres repartién-
dose rigurosamente las tareas, encantados con la novedad de
Los Steinberg 123

intercambiar alimentos caseros. Para las personas que vivían


solas en pequeños departamentos de Nueva York, las casas de
grupos constituían el sustituto de una familia.
Hedda no apreciaba estar en comunidad con sus compañe-
ros. Se mantenía daba largos paseos en bicicleta para ale-
sola,
jarse de todos. Pero una mañana de lunes, cuando llegó a Ran-
dom House, pudo contarle a sus colegas que había un hombre
en su vida; finalmente tenía noticias que podían causar envidia.
Estaba inusitadamente ansiosa de contar los detalles. Este
hombre un exitoso abogado
era perfecto en todos los aspectos:
judío, brillante, que le rogaba para que se mudara a su mara-
villoso departamento en la casa donde Mark Twain vivió algu-
na vez, en la mejor manzana de Greenwich Village. En otras
palabras, Hedda Nussbaum lo había logrado, y ahora que tenía
a su abogado, podría deshacerse de las últimas huellas de
Washington Heights.
Joel Steinberg no tenía nada en contra de las casas en Ham-
pton, pero nunca gastaba un centavo, a menos que se viera for-
zado a hacerlo. Había logrado sacarle un fin de semana gratis
a Alpert y terminó en la cama con una preciosa morena que co-
noció dos meses antes. Es de dudarse que él creyera haberse
encontrado con el destino.
'Tue coincidencia de químicas", le dijo Hedda a Noami Weiss.
Desde una perspectiva puramente pragmática, una de las
características más maravillosas de Joel Steinberg era su
disponibilidad. En Manhattan, un hombre de 33 años, opulento
y sin compromisos, era todo un premio. Joel Steinberg estaba
disponible porque una maestra que vivió con él en Tenth Street,
algunos años, recientemente había roto la relación.
Un ex amigo de Steinberg recuerda haber presenciado una
discusión a gritos entre Joel y la antecesora de Hedda, en un
velero cerca de Pire Island. La maestra después le informó a los
124 Los Steinberg

investigadores que Jocl tenía graves problemas sexuales; difí-


cilmente tenía una erección en circunstancias normales. El la

tiraba al suelo y brincaba sobre ella, que fue exactamente lo que


hizo el día que ella fmalmente se atrevió a decirle que se iba.
Años más tarde, cuando Steinberg estaba atrapado por fantasías
paranoicas, él imaginaba que su anterior mujer había sido
descartada del sistema escolar y participaba en un culto satánico.
Joel estaba solo en Tenth Street. Su única compañía era una
gran danés negra llamada Sasha a quien con frecuencia sacaba
a pasear al pueblo y le compraba hamburguesas en Orange Julius.
Jocl estaba muy orgulloso de Sasha, y le dedicaba muchos
esfuerzos en poneria en forma y entrenaría. Cuando Joel jugaba
pesado con su perra, con frecuencia hacían tanto ruido que los
vecinos se quejaban.
Los Steinberg 125

M. el Sirkin vio con frecuencia a Joel desde 1975 hasta


1977, cuando compartían el espacio de la oficina con un grupo
de otros abogados. Después Sirkin dejó de verlo, hasta 1987,
cuando Joel llamó desde Rikers Island y le pidió manejara
le

sus actividades financieras, lo que siguió haciendo durante todo


el juicio Steinberg. Cuando le pregunté a Sirkin si Joel alguna
vez le habló de sus experiencias, él se echó a reír: *'Había muchas
cosas que pensé que sabía —sus estudios, su carrera militar —y
no era así. Las historias que él había contado hacía 10 años, no
eran ciertas. Hedda Nussbaum se dejó llevar por muchas de las

cosas que Joel le contó. Nadie lo conoce en verdad".


Algo que Joel solía señalar como afinidad entre él y Mel,
era que ambos asistieron a universidades católicas Mel a —
Georgetown y Joel a Fordham. Y según Joel no era judío. "Mi
madre es italiana", le contó a Mel y a otra amiga, una cantante
llamada Marilyn Walton. Cuando Marilyn visitó a Chariotte
Steinberg antes del juicio de Joel, le preguntó a la octogenaria si

era cierto que era italiana. Chariotte Steinberg rio divertida: " Ah,
ese Joel y sus historias". No pareció ni sorprendida ni molesta,
de que su hijo le inventara una vida diferente a la que realmente
tenía. Chariotte, como el padre de Joel, Maurice Steinberg,
provenían de una familia de judíos alemanes.
Joel contaba a la gente acerca de su notable desempeño en la

Charies E. Cortón High School, en Yonkers, de la que se gra-


duó en 1958, cuando apenas tenía 17 años. Joel se otorgaba a sí
mismo la gloriosa adolescencia de un triunfador; había sido un
héroe del fútbol y golfista profesional, también uno de los me-
jores estudiantes. Mel duda que Joel hubiera sido cualquiera de
estas cosas, aunque parecía ser acUvo participante. El anuario
del Charies E. Cortón señala la participación de Steinberg en
126 Los Steinberg

una sorprendente cantidad de actividades extracurriculares, no


sólo en el equipo de fútbol, sino en el periódico escolar, el club
de biología, el anuario y la banda. Mel piensa que Joel era un
solitario, que nunca lo aceptaban en los grupos. Tal vez tenía

esperanzas de estaren todo, pero terminaba fuera. Sin embargo,


sus compañeros lo veían como alguien activo. El anuario pre-
decía que sería un petrolero millonario para 1973. Había otra
anotación mucho menos favorecedora. Enlistada bajo "Ultima
voluntad y testamento", los estudiantes que se graduaban de-
legaban a sus sucesores "las coartadas de Joel Steinberg'*.
Lo que tiempo es que Joel Steinberg no
resulta claro de ese
sabía quien era realmente y lo compensaba inventando historias
en las que él era la estrella. Cuando Lisa cumplió tres años,
quiso mejorarla historia de su "adopción" contándole a un amigo
que el padre natural de la niña era un basquetbolista profesional,
quien le entregó a Lisa en lugar de pagar sus honorarios. Esa
mentira apareció en los periódicos la semana en que murió Lisa.
Chariotte Steinberg quería que su hijo fuera fuerte y duro,
según lo que ella pensaba de Comentó que ni
la masculinidad.
Maurice Steinberg era un
Joel ni su padre alcanzaron ese ideal.
mediocre abogado de Manhattan, quien nunca ganó lo suficiente
para mantener a su familia con verdadero estilo. Charlotte aún
le cuenta a todos de empeño y ambición de su último
la falla

esposo. Mientras Joel crecía, ella tuvo que trabajar como se-
cretaria en el Departamento de Bienestar Infantil. Se la pasaba
cuidando su gasto.
Joel tenía 1 1 años cuando él y su familia se mudaron del
vecindario judío, en el Bronx, a un departamento con jardín en

Cascade Avenue, en Yonkers, un vecindario iriandés e italiano


en donde los judíos no eran populares. Con frecuencia a Joel lo
golpeaban cuando volvía de la escuela. Chariotte se mostraba
inconmovible cuando él llegaba llorando. Lo que siempre le
Los Steinberg 127

decía, le contó a Marilyn Walton, era: *'¿Por qué no se lo regre-


saste?" Por otra parte, para el gusto de Charlotte, su hijo no te-
nía suficiente hombría. También le dijo que nunca quiso un niño,
lo que de veras deseaba era una niñita.

La anciana madre de Charlotte vivía con los Steinberg y las


dos mujeres se organizaron para tener un hogar inmaculado.
Ellas dictaron las reglas que Jocl seguía, y aplicaban la discipli-
na estrictamente. A Jocl no se le permitía sentarse a la mesa
a menos que usara camisa y corbata. En 1987, Charlotte no en-
tendía por qué hacían tanto escándalo de que Mitchell estuviera
atado a su corral, después de todo ella hizo lo mismo con Joel
cuando era pequeño. También opinaba que Joel se había equi-
vocado al darle tanta libertad a Lisa. Según Mel Sirkin, Joel
niega vehementemente que alguna vez hubiera lastimado fi'si-
camente a Lisa o haberla criado con demasiado rigor. "Niega
demasiadas cosas", dice Sirkin.
Personas de edad, vecinas de Charlotte, en Yonkers, se
acuerdan de Jocl Steinberg como un chico de modales agrada-
bles que trabajaba de caddy en el Country Club. También tra-
bajó mucho cuidando bebés, a pesar de que a muchachos no
los
les gusta hacerlo. Joel parecía buscar la compañía de niños
pequeños. Tal vez era porque le creían todo lo que decía, lo
miraban como un héroe y lo obedecían. También pudo sentirse
atraído hacia ellos sexualmente, debido a alguna perversión.
La profesión que cuando estaba to-
Joel Steinberg escogió
davía en preparatoria, era en que su padre no alcanzó el éxito.
la

Uno se pregunta si esa elección fue un gesto de lealtad hacia


Maurice o el intento final por llamar la atención de un padre
poco afectuoso que escasamente participó de la crianza de su
hijo. En la Universidad de Fordham, en donde estudió, Jocl era
uno de los pocos estudiantes judíos; se graduó en ciencias po-
líticas y ahí fue aceptado en la facultad de leyes de la Univer-
128 Los Steinberg

sidad de Nueva York, en 1962. Demostraba poca aptitud, sus


calificaciones eran bajas y en 1964, después de reprobar dos
cursos, fue suspendido. Trabajó 1 1 meses y después se inscri-
bió en la fuerza aérea. En Fordham, Cuerpo de
Joel estuvo en el
Preparación de Oficiales de Reserva y le encantaba pasear por
la escuela, con el uniforme azul de la fuerza aérea. En ella existía
laoportunidad de aventuras y una nueva opción para "hacerse
un hombre". También representaba un escape a la vida en casa
y la viperina lengua de Charlotte, quien no estaba muy contenta
por el humillante fracaso de su hijo en la facultad de leyes.
Mientras Jocl estaba en el servicio, a Maurice Steinberg se le

diagnosticó un tumor cerebral y tuvo que retirarse de su trabajo.


Pronto dependería totalmente de Chariotte. Steinberg le contó
a Marilyn Walton, que al psiquiatra nombrado por la
al igual
corte,que Chariotte no cuidó como debía a su padre en ese
periodo y que mientras estaba en el servicio le molestó mucho
enterarse de la situación, por la carta que recibió de una tía. Por
supuesto, ésta puede ser otra de las fantasías de Steinberg.
Maurice Steinberg vivió hasta 1972. Después de su muerte, Joel
se apartó de Chariotte durante dos o tres años.
A fines de los años ochenta, Joel todavía hablaba con nos-
talgia del sureste de Asia y de sus hazañas estilo James Bond,
como piloto. Una de sus labores más viriles fue conducir duros
interrogatorios sobre prisioneros del Vietcong. Joel le confió
a varios conocidos que participó en el programa Phoenix, de
contrainsurgencia, en donde aprendió a usar torturas para obte-
ner la información que buscaban los militares. Sin embargo,
había regresado a la vida civil, cuando ese notorio programa
empezó a ser puesto en práctica, en 1968. La oficina del fiscal

del distrito, de Manhattan, presentó, durante las investigaciones


de 1987, una foto de Steinberg con uniforme de piloto. Sin
embargo, en realidad Joel Steinberg pasó los años de la guerra
Los Steinberg 129

de Vietnam, en Estados Unidos. Era sencillamente un oficial de


reserva y nunca voló un avión. Tuvo cierta oportunidad de gloria,
cuando rescató a un aviador de un incendio que estalló en una
tienda de curiosidades.
Cuando al teniente Steinberg se le dio una honrosa baja, varios
de sus superiores calificaron su carácter y acciones como "al-
tamente motivados", pero otro oficial lo describió como una
persona cuya palabra era ''de poco valor para determinar la

verdad". Previamente, otro había anotado en el expediente del


teniente Steinberg que "no era apto para ser líder. Estar expues-
to a un oficial como el teniente Steinberg, es muy probable
que tenga un efecto desastroso en los hábitos que se formen sus
subordinados".
Entre los malos hábitos, dentro y fuera de servicio, que tenía
Joel Steinberg estaba creer que las reglas que otras personas
tenían que seguir no se aplicaban a él (actitud que posterior-
mente le encantó a la convencional Hedda Nussbaum). Por
ejemplo, durante la guerra de Vietnam, un reglamento del es-
tado de Nueva York exentaba a los estudiantes de leyes que se
habían enrolado, de hacer el examen en la barra de abogados si
habían completado dos tercios de sus estudios al momento en
que los interrumpieran por el servicio militar. Joel estaba re-
inscrito en la facultad de leyes. Se tituló en 1970, utilizando el

reglamento para evitar el examen profesional, aunque el regla-


mento no lo afectaba, y consiguió su título de abogado. Según
Adrián DiLuzio, uno de los abogados de Steinberg, "la actitud
de Joel era: 'No me enrolé, pero serví. Eso no es justo. La gente

que se ofrece como voluntaria debe ser recompensada*. En cierta


forma, Joel nene razón en eso", dijo DiLuzio. Con el nempo,
Joel Steinberg llegó a creer que dejó la escuela de leyes volun-
tariamente para servir a su país. Tal vez él casi se convenció a sí

mismo de que estuvo en Vietnam; con seguridad sus "expe-


130 Los Steinberg

riencias" ahí se convirtieron en un elemento clave para la crea-


ción de una nueva personalidad.
En 1970, Joel Steinberg encontró el departamento de Tenthi
Street y se mudó ahí; era la dirección perfecta para un abogado
soltero y en ascenso y la renta era tan baja que aun 17 años
después solamente había aumentado a 700 dólares mensuales.
El departamento 3 W tenía lo que los corredores de bienes raíces
llaman *'el encanto del pueblo": pisos de parquet, altos techos
con molduras, ventanas francesas; dos chimeneas de mármol.
Era el lugar conveniente para que un joven abogado atendiera
a sus clientes importantes.
Joel Steinbergnunca se unió verdaderamente a una firma de
abogados, aunque continuamente proponía a otros abogados
jóvenes que conocía que formaran sociedad con él. Era casi
como si no quisiera estar solo; buscaba compañía más que una
relación de trabajo. A principios de los años setenta conoció
a Ivan Fisher, actualmente un famoso abogado criminalista.
Fisher recuerda que, de cierta manera, Joel lo engatusó para que
compartieran una oficina. Joel se ofreció a ser administrador y
hacer los trámites. Negoció la renta de un piso en un edificio y
lo renovó, subarrendándola a otros abogados. Cuando le conve-
nía, Joel se referia casualmente a sus co-arrendatarios como "mis
socios". Joel era el que juntaba la renta.
Uno de los arrendatarios era Albcrt Krieger, que comenzaba
a formarse una sólida reputación por defender a radicales y
activistas. Anteriormente compartió espacio de oficina con
Steinberg, pero en su nuevo despacho se dio cuenta de que le
tenía poca paciencia. "Nunca pude entender cómo podía prac-
ncar alguien que sabía tan poco de leyes", me contó, "o cómo
Joel conseguía clientes". "¿Cómo diablos ingresó Steinberg a la

Barra?", era unabroma popular en la oficina.


En 1973, Krieger pasó seis meses en Dakoia del Sur, defen-
Los Steinberg 131

diendo activistas indios en el famoso caso Wcunded Knee.


Durante este periodo, su sociedad con Fisher se disolvió. Cuando
Krieger regresó a la oficina de Nueva York, descubrió que Joel
había cobrado la renta de los otros inquilinos y lo llevó ajuicio
para recuperar el dinero. "Era un ladrón", dijo Krieger con
indignación, "y yo fui una de sus víctimas". Después del litigio,

Krieger se cambió.
Por 1975, Joel Steinberg intentó impresionar a una joven que
llevó a cenar al Little Italy, contándole que algunos de sus clien-
tes llevaban vidas peligrosas. La joven se había criado en Giicago
y la imagen negatix'a que se formó de Joel se reforzó cuando
caminaban por el lugar y algunos vagos saludaban familiarmente
a Joel, diciéndole: "¡Hola, consejero!" Cuando le pregunté a
Krieger del trabajo de Steinberg con la mafia, dijo con sarcasmo:
"Han de haber sido algunos tenderos quienes lo saludaron esa
vez. ¿Usted cree que Joe Bonanno se dejaría representar por
alguien como él?"
En esos días, Mel Si /kin se recuperaba de un divorcio. Tenía
un hijo de tres años a quien veía los fines de semana. Muchas
veces Joel le d^jo a Mel cuánto lo envidiaba por ser padre. A
Mel le parecía que Joel deseaba más tener hijos que una esposa.
Se jactaba de haber cuidado bebes perfectamente, cuando era
adolescente, y de lo bien que se llevó con ellos. Algunas veces,
Mel le recordaba a Joel que primero tenía que encontrar una
esposa.
Joel había "criado" a una niña llamada Dawn, la hija de una

enférmela canadiense con la que Joel vivió antes de conocer


a la maestra. Joel llegó a considerarla como propia. Mel pensa-
ba que la pequeña Dawn encantó a Joel más de lo que hizo su
mamá. De su relación con la niña, Joel incluso tem'a algunas
ropas como recuerdo, aunque no se lo contó a Mel.
Joel ya vivía con Hedda, en 1976, cuando Dawn murió a la
132 Los Steinberg

edad de 10 años, en el incendio de su casa en Long Island


provocado por un árbol de navidad. Ella se convertiría en una
de las obsesiones de Joel Steinberg. Incluso Lisa sabía todo sobre
la pequeña Dawn y cómo había muerto.

Por el tiempo en que Joel comenzó a ver a Hedda, le hizo


a Mel una oferta. El y Hedda cuidarían al niño de Mel todo un
sábado. Este paseo de prueba parecía ser muy importante para
Joel. Mel llevó al chico al departamento de Tenth Street. Joel se
identificó con el pequeño de inmediato, pero Hedda se veía
'^francamente incómoda". Con su actitud decía: este chico va
a arruinar mi sábado. Mel me preguntó: "¿Se acuerda de lo que
dijo Risa acerca de que a Hedda no le importaban las demás
personas? Esa era la actitud que tenía con mi hijo".
Cada que Joel sah'a con una mujer diferente, solicitaba opi-
niones de sus cuaHdades para hacerla su novia. "¿Qué te parece
Hedda?", le preguntaba a Mel. Mel nunca pensó mucho en
Hedda. La forma en que ella se ensimismaba lo ponía nervio-
so. Se comportaba como alguien mucho más joven de lo que

realmente era. El'Dr. Grossbart no hubiera reconocido a la in-


fantilizada Hedda que Joel Steinberg le presentó a Mel Sirkin,
pues parecía muy insegura de sí misma, social e intelectual-
mente.
"Joel tenía una personalidad muy dominante", dice Mel. "Yo
pensé que ella no lo complementaba".
Conforme pasó el tiempo, Mel vio que el débil vínculo entre
los Steinberg se hacía lastimosamente notorio. Por 1978, Mel
dejó de ver a Steinberg fuera de la oficina porque ni él ni Tina,
su novia, podían soportar el espectáculo de Hedda, sometién-
dose a los humillantes ataques de Joel: "Hedda, estás mal. Hedda
eres una estúpida". Mel no sabía que Joel acostumbrara atacar
verbalmente a las mujeres. Unas cuantas veces, Mel intentó
hablar con él acerca de su comportamiento. "Joel decía que
Los Steinberg 133

trataba de ayudar a Hedda a mejorar, a hacerla más indepen-


diente. Pero, por supuesto, él no quería que se independizara
para nada."
Ivan Fisher interpretaba el sometimiento de Hedda con Joel
de manera muy diferente. Encontraba a Hedda "adorable; una
persona atractiva, no sólo físicamente". Admitía que Joel no era
una persona como cualquier otra, pensaba que él "era muy
afortunado de tener a alguien que y que so-
le importara' tanto

portara las irregularidades de su personalidad". Sin embargo,


Fisher dijo que la relación le parecía unilateral, y Joel era el que
mandaba siempre. í^sta donde Fisher podía decir, Joel parecía
sumamente complacido de su relación con Hedda.

/
134 Los Steinberg

"P
villoso
ensé que probablemente era hombre más mara-
el

que yo había conocido", recordó Hedda Nussbaum, el 2


de diciembre de 1988.
'*¿Qué fue lo que más le atrajo de él, Srita. Nussbaum?", le

preguntó el asistente del fiscal del distrito, Peter Casolaro.


"Bueno, parecía ser inteligente y brillante en extremo. Y
a mí me encantaba escucharlo horas y horas."
Y así sucedía. Probablemente Joel Steinberg no ronoció antes
a nadie que le dedicara tan arrebatada atención, devorando cada
una de sus palabras, especialmente desde que su tema más fas-
cinante y frecuente era la misma Hedda Nussbaum. Desde que
se conocieron, tenían largas sesiones nocturnas en las cuales
Joel intentaba ayudar a Hedda "a mostrarme más. Yo era muy
tímida y estaba muy que fuera más espon-
tensa, y él intentaba
tánea, más natural, más libre".

Era una genialidad de Joel conseguirla liberación de ese yo,

proscrito, orgulloso e incompleto, al que siempre se le evitó


salir a la superficie y causar problemas. Esta Hedda ardía por

romper reglas, violar tabúes, probar cualquier experiencia que


ofreciera la vida para volverse atrevida como Steinberg. La
Hedda que Joel atacaba tan duramente en ocasiones, era sola-
mente una pasajera que tenía que ser removida, como una piel
inútil y marchita. Steinberg hizo queHedda Nussbaum se inte-
resara tanto en sí misma, que durante 1 3 años ella no pudo quitar
la mirada de su propia imagen.
Durante años, la tensión nerviosa de Hedda Nussbaum pro-
vocó que su colon no funcionara correctamente. Durante el juicio,
ella juró que Joel Steinberg la había aliviado. Tampoco podía
usar zapatos altos, y "eso desapareció gracias a Joel".
Cuando niña, los padres de Hedda nunca la animaron a prac-
Los Stcinberg 135

licar deportes. Pero Joel quería que ella lograra tanto salud física
w
como mental . Igual que un padre con su hij a pequeña, él practica-

ba con que "lanzara y atrapara la pelota, e hiciera una


ella para l^|

canasta", igual que después enseñaría a Lisa cómo patinar, nadar


y montaren bicicleta. Hedda hacía sus ejercicios puntualmente.
Empezó a correr y practicó ballet por un tiempo. Todas éstas
eran cosas maravillosas que ella nunca imaginó que podría
hacer.
I
En Random House, la gente se dio cuenta de los cambios en
Hedda Nussbaum. Su nuevo corte de cabello era mucho más
moderno. Al igual que prendas que usaba y que Steinberg
las

seleccionaba para ella, los atiiendos caros y sofisticados susti-


tuyeron a los jeans y las mascadas. Hedda acudía a trabajar,
orgullosa de sus nuevos zapatos de tacón, exactamente cuando
las feministashablaban de descontinuar su uso y cambiarlos
por zapatos más cómodos y menos sexis.
En esos días, muchas personas se preocupaban por aprender
cómo ser más agresivas y poner en primer término sus propias
necesidades. No diga sí cuando quiera decir no, era el título de
un best seller sobre ese tema. La nueva Hedda Nussbaum, es-
belta y sofisticada, seguía una ruta accidentada en la capacita-

ción sobre agresividad que le daba Joel Steinberg. Mientras que


Steinberg no hubiera deseado enseñarle a ser agresiva con él, se
propuso mostrarle cómo pedir aumentos y promociones en
Random House.
En 1 Hedda no estaba segura de merecer un ascenso o un
975,
aumento; después de todo, ella no había trabajado en Random
House más que un año, y todavía se sorprendía de que la hu-
bieran aceptado. Sin embargo, empezó a hablar más en las jun-
tas de oficina y a intentar conscientemente ser más expresiva y
sociable. Pronto descubrió que era capaz de ir a una presen-
tación de ventas, ofrecer los libros que había editado al equipo
136 Los Steinberg

de vendedores y "hablar de manera fantástica" espontáneamente.


"Y todo mundo me decía lo bien que había estado, y tuve que
agradecerle a Joel el haber mejorado, el haber desarrollado mi
personalidad". Un día, ftie capaz de sentarse en la oficina de
Walter Retan, a pedir un ascenso de editora asociada a editora.
"Eso es un poco prematuro", pensó Walter Retan. Sin embargo,
Hedda obtuvo el ascenso.
Hedda siempre había llegado a trabajar muy temprano y era
de las últimas en salir. De pronto ella cambió sus horarios, que-
dándose dormida por las mañanas y desapareciendo de la oficina
tan pronto daban las cinco. En Hedda se veían claramente los
síntomas de una vida nocturna. Ella tenía que salir muchas veces
a cenas que se prolongaban, con Joel y sus clientes, le explicaba
a Retan. Incluso ella y Steinberg parecían co-menzar a hacer
amistad con gente del bajo mundo — "personas involucradas en
el tráfico de drogas", recuerda una de las mujeres. "Esa clase de
acelerados." Lejos de preocuparse por estas relaciones, Hedda
parecía disfrutarlas. En una conversación con Betty Kraus,
compañera de oficina, ella mencionó haber probado la cocaína.
Betty pensó que Hedda lo decía para ver si la podía impresionar.
Hedda Nussbaum no sólo creía que Steinberg era "extrema-
damente talentoso", también pensaba que "probablemente él
era uno de los mejores abogados de todo el país". Como ella
sabía poco del trabajo legal, se entusiasmaba verdaderamente
cuando Joel llegaba a casa, del juzgado, y repetía su actuación
del día sólo para ella. Nunca se le ocurrió pensar que él estu-
viera repitiendo sucesos imaginarios. A diferencia de la madre
de Joel, Hedda no era capaz de dudar de él, o de sacudírselo
burionamente con un "Oh, ese Joel y sus historias". Dada la
capacidad de Hedda para aceptar todo cuanto se le contaba, debió
ser cada vez más difícil para Joel recordar que todo era una
menura.
Los Steinberg 137

Aunque Steinberg que se le llamara "abogado cri-


prefería
minalista", estaba relacionado con muchos casos de lo familiar.
Tenía alguna reputación por ganar casos en los que padres di-
vorciados pedían la custodia de sus hijos. La adopción privada
se convertía en otra de sus especialidades. Como esto no signi-
ficaba litigios complicados, no era una forma muy esforzada de
obtener ingresos considerables.
Hcdda nunca había conocido a alguien que tuviera tantos
conocidos. Siempre había visitantes entrando y saliendo del
departamento de Tenth Street. Como ella era bastante tímida, le
atraía mucho la capacidad de Joel para hacer amistades. El no
era muy selectivo para escoger a sus amigos. Con frecuencia, él

no establecía diferencias entre sus relaciones profesionales y


personales. Pero si era razonable para un abogado de negocios
ser amigable con sus clientes, un abogado criminalista que hi-

ciera esto estaba a un paso del desastre.


Tenía unos cuantos amigos respetables. Uno era el detective
Jimmy Levison, del sexto distrito. Y también estaba, por su-
puesto, el Dr. Michael Bergman. Vivieron juntos en la Univer-
sidad deNueva York, cuando Bergman estudiaba medicina.
Llegó a ser un ginecólogo prominente en University Place.
Bergman, como Joel, tenía cierta inclinación por vivir de prisa.
(Se sabe que se habituó a la cocaína y murió en 1986, después
de sufrir un repentino ataque al corazón.)
Steinberg siguió buscando la compañía de doctores. El Dr.
Michael Creen, un especialista en enfermedades pulmonares de
Long Island, fue su siguiente amigo médico y, finalmente por
supuesto, estuvo el Dr. Peter Sarosi.
Ahora que Joel se convirtió en su terapeuta, Hedda no vio
necesidad de continuar con sus tres sesiones a la semana con el
Dr. Norton, quien la animaba a seguir haciendo listas de sus
problemas, pero que no había sido capaz de curar su afección en
138 Los Steinberg

el colon ni ayudarla a obtener un ascenso en Random House.


Con Joel obtuvo resultados tangibles. Joel Steinberg tenía el
poder de aportar soluciones rápidas, de modo que no importaba
que se dejara llevar por la ira y la decepción, si ella no cambiaba
lo suficientemente rápido, o que la siguiera golpeando inmise-
ricordemente. Todo lo que él hacía era por el bien de Hedda. Y
nunca podría decirse que se olvidaba de ella. Los sentimientos
que surgían detrás de su intranquilidad eran muy poderosos.
El deseaba que vivieran juntos casi desde el principio. Pero
ella seguía diciéndolc que no estaba lista. Ella amaba su propio

departamento. Y el departamento de Joel era más bien pequeño


para dos personas, particularmente cuando una de ellas era
escritora. Una escritora necesitaba estudiar a solas, aunque él

ya hablaba acerca de que tuvieran niños, mudándose a una casa


grande en Westchester.
En cuanto Hedda se mudó con él, Joel Steinberg comprendió
que su relación no iba camino a la perfección. Hedda seguía
teniendo grandes dificultades con la sinceridad y la esponta-
neidad. El tratamiento de Steinberg no daba resultados con
suficiente rapidez. Ahora que se terminaba la novedad de su
nueva relación, tal vez Joel empezaba a padecer la misma in-
suficiencia sexual que experimentó con la maestra y tal vez,
también, empezó a preocuparse por su incapacidad para con-
trolar su ira. Vivía con una mujer que lo veía como a un dios.
Pero im hombre que se odia a sí mismo no puede superar su
desprecio por una mujer que es lo suficientemente tonta para
aceptario; incluso pudo creer que ella lo engañaba al ocultar sus
verdaderos sentimientos, particularmente en lo referente al sexo.

Joel Steinberg creía en la eficacia del reforzamiento negativo


para programar la psique. La obsesión de Steinberg por el cas-

tigo se reflejaba en las historias que inventaba acerca de los mé-


todos que aprendió a usar para interrogar a prisioneros enemigos.
Los Steinbcrg 139

En 1977, conoció a un "gurú", un hombre joven con el cabello


largo, que era carpintero y tenía su propio grupo de elevación
de la conciencia. Los propósitos del carpintero eran espiritua-
les: tranquilidad y paz interior. Joel y Hedda empezaron a asis-

tir a estas sesiones. Steinberg estaba muy ansioso de compartir


sus experiencias en la "profundización de su espíritu" con Ivan
Fisher. Finalmente, llevó al "Carpintero Tom" a la oficina y
consiguió que le encargaran algunos libreros,
A Ivan Fisher, el gurú de Steinberg le pareció "un hombre
maduro. Uno podía sentir su liderazgo". Y los librcios que
construyó estaban tan bien hechos, que Fisher todavía los tiene
en su casa. Pero a pesar del carisma del carpintero, Joel y Hedda
no alcanzaron la paz interior. En 1981, el año en que Hedda y
Joel intentaron tener descendencia, ella dejó de buscar nuevas
terapias.
140 Los Steinberg

E n la primavera de 1977, una segunda mujer entró en


vida de Joel Steinberg. Marilyn Walton era una cantante de jazz,
la

negra, nacida en Texas, y fue testigo de la defensa en el juicio


de Steinberg. En sus conversaciones conmigo señaló con fre-

cuencia que Joel Steinberg la había tratado con gran respeto y

generosidad (en otras palabras, de manera muy diferente a como


trataba a Hedda Nussbaum). Actualmente, Marilyn Walton sigue
siendo la confidcnie de Joel, aunque nunca le perdonará no haber
tenido la fuer/a para abandonar el estilo de vida que finalmente
provocó la muerte de Lisa. Ella lo culpa de ese
de vida, estilo
pero no cree que pudiera haber matado a su aunque ella es
hija,

la primera en admitir que hay muchas cosas que Joel nunca le

contó. El siempre pareció "depurar" su conducta cuando ella


estaba cerca. Ahora ella se propone su redención espiritual.
Mientras Steinberg esperaba que lo juzgaran, lo visitó en Rikers
Island y le ofreció "la Biblia, el Corán y la Torah. Escoge uno",
le dijo con toda seriedad.

Cuando una noche llegó Joel Steinberg a ese lugar, junto con
Mel Sirkin y un abogado que estaba interesado en dirigir
a Marilyn, la vio por primera vez en un escenario, con un vestido
rojo entallado que tenía descubierto un hombro. Fue una de las

primeras conquistas que hacía cantando. Marilyn dice que Joel


Steinberg no le quitaba los ojos de encima. Cuando acabó su
actuación subió a verla y le dijo que quena que bailara con él.
"Bailamos y platicamos", recuerda Marilyn. En la última pieza,
Joel la abrazaba con tanta fuerza, que ella supo que él tenía un
orgasmo. Comprensiblemente, eso "la excitó". No obstante,
cuando cerró el club a las tres, Marilyn le preguntó si quería que
lo llevara en su auto; para su sorpresa, Joel prefirió irse solo en
taxi y ella se fue con Mel.
El la seguía invitando a comer después de ese primer en- I
Los Steinberg 141

cuentro en el Jimmy Westin, sugiriendo frecuentemente que


ella pasara por él a la oficina. Parecía que él salía con ella muy
abiertamente. Su relación, según Marilyn, era tanto romántica |.

como platónica y estaba absolutamente determinada a mante-


nerla de esa manera. Aunque se había enamorado de Joel a pesar
de lo que había sucedido en la pista de baile, "él nunca me ten-
dría en la cama. Siempre he tenido la idea de que los chicos
blancos utilizan a las chicas negras. Así ha sido desde siempre". •I

De todas maneras, Marilyn tenía un novio negro, un músico del


que no le contaba nada a Joel. "Joel no sabía si yo era virgen o
no, y tenía un miedo mortal de sabcrio."
Marilyn tenía un título en criminología y trabajó brevemente

para General del país, en Chicago, y como detective


la Fiscalía

de la Agencia Pinkerton en Dallas, lo que seguramente reforzó


laimagen que tenía Steinberg de su fortaleza.
Conforme pasó el tiempo Joel decidió tal vez que "tres son
una multitud", como dijo Marilyn. Deseando posiblemente
aguijonear a Hedda, la llevó a ella y algunps amigos a escuchar
cantar a Marilyn. Pero Marilyn todavía no sabía el lugar que
ocupaba Hedda en la vida de Joel. El tenía cuidado de invitar
a Marilyn al departamento únicamente durante el día, cuando
Hedda no una noche, Marilyn lo llamó y
estaba. Finalmente,
contestó Hedda. Fue entonces cuando comprendió que Hedda

Nussbaum no era como había pensado— su secretaria. Cuando
le reclamó a que no tenía intención de casarse
Joel, él le dijo
nunca con Hedda, aunque se sintió culpable cuando acompañó
a Marilyn a Dallas.
Marilyn Walton cree que Joel ya sabía que su relación con
Hedda tenía el potencial para destruirios a ambos, Joel sabía
que mientras no se casara con Hedda, tenía la opción de hacerla
salir de su vida e intentario con una mujer mucho mejor.

El 7 de diciembre de 1977, poco después del impulsivo viaje


142 Los Steinberg

de Síeinbcrg a Dallas, en compañía de Marilyn, Hedda se dedi-


có a anotar lo que, según le contaría Ira London, eran sus
"pensamientos subconscientes", aunque London señaló que una
vez que estuvieron en el papel, ya no lo fueron tanto. Tal vez lo
hizo a solas y después del trabajo en su oficina, porque el papel
que utilizó tenía el membrete de la empresa. Si Hedda aún no
sabía a quién había visitado Steinberg, su abrupta partida debió
elevar sus sospechas. De todos modos, ella estaba muy pertur-
bada, así que elaboró una lista, para sí misma, de catorce "pen-
samientos subconscientes".
El número uno era el más importante de todos:
"Debo tener el amor y la aprobación de Joel para sobrevivir."
El número dos mostraba los peores sentimientos que tenía
Hedda de sí misma:
"No valgo nada y soy una inútil, y también una porquería."
En otras palabras, existía la terrible posibilidad de que ella
no estuviera a la altura del amor de Joel. Nussbaum continuó:
"No puedo hacer nada bien, siempre me rechazarán por eso.
No puedo cambiar. Necesito que la magia de otra persona lo
haga por mí."
En el número cuatro, el tono se vuelve desafiante:
"No quiero cuidar a nadie más. Quiero que me cuiden.
Quiero que me amen como soy. No quiero cambiar para que
me amci.
Merezco ser amada porque existo."
Continuando este razonamiento, declara petulantemente su
derecho a ser egoísta:
"No quiero hacer nada para ganarlo. No tengo que dar. No
voy a hacer lo que me digan que tengo que hacer. Voy a hacer lo
que quiero, hasta ahí."
Después del desagradable "hasta ahí", el humor de Hedda
se desinfla:
Los Steinberg 143

"No tengo esperanzas. Tengo que controlarme. Y controlar


todo lo que me rodea. No puedo perder el control."
Hedda pudo pensar que podía controlar a Joel, rindiéndose
a él completamente. Pero esta estrategia de control, por medio
de la sumisión, no funcionaba porque Joel podía sentirse atraído
por alguien más.
Después, aparece otro impactante cambio de humor. En medio
de toda su pena, Hedda parece disfrutar analizándola. ¿Fue esto
simplemente una manera de llamar la atención? o ¿estaba ex-
tasiada de sufrir?
"Me da pánico sentirme tan bien siendo yo misma. Tengo
miedo de ser feliz. No merezco la felicidad. No quiero la res-
ponsabilidad de manteneria."
Claro que exagera un poco en "no la merezco*'. Inmediata-
mente después aparece una gimoteante voz infantil:

"Necesito la amor de todos. Aun de las per-


aprobación y el

sonas a quienes no conozco. Debo complacer a todos. Nadie


tiene el derecho de criticarme. Soy una buena chica.
Me esfuerzo tanto, tanto por complacer.'*
Cuando dice: "No quiero la responsabilidad de vivir real-
miente. Quiero que alguien lo haga por mí", Nussbaum confiesa
sinceramente su necesidad de que Steinberg la trate como a una
niña. Los niños no se bastan a sí mismos, son "receptores eter-

nos", pero los aman porque existen.


No quiero asumirla responsabilidad
Ella tennina su ejercicio:
de morir, pero tal vez si tengo suerte me atropelle un camión.
Marilyn Walton no duda al afirmar: "Hedda me consideraba
una rival. Bueno, sí lo era. Y no me gustaba, lo que empeoraba
las cosas". Joel Steinberg era quien disfrutaba la situación. La
disfrutaba tanto que una vez que las dos mujeres supieron una
dela otra, Steinberg le mostraba claramente a Hedda que aunque

Marilyn no compartía su cama, recibía un mejor trato.


144 Los Steinberg

**Nada de lo de Hedda complacía a Joel", dice Marilyn, con


la típica idea que puede tener alguien de su rival. Al no apreciar
cualidades positivas en Hedda Nussbaum, a Marilyn Walton se
le dificulta creer que lo que ella percibe como los aspectos más
negativos de la personalidad de Hedda, eran precisamente los
que satisfacían a Joel, los que mantuvieron unidos a Steinberg y
Nussbaum, durante tantos años.
Los Steinberg 145

E, n el caso Steinberg, no se trató el tema del com-


portamiento sexual de Hedda Nussbaum y Joel Steinberg. Si a
la derecha le convenía sugerir de vez en cuando que Nussbaum
era masoquista, también afectaba laimagen de Steinberg pintarlo
como un sádico. También acusadora tenía mucho que
la parte

perder presentando a su testigo estrella como participante en


una relación sadomasoquista, cuestionando con ello la voluntad
de Nussbaum. Por eso, ambas partes se las arreglaron para excluir
la información sexual. Después de todo, a Steinberg se le juz-

gaba por asesinato y no por padecer otras desviaciones. La parte


acusadora se contentaba con pintarlo como un monstruo, pero
sobre todo por su manera de golpear.
Por la reacción del público ante el caso estaba claro que la
gente no quería creer que la muerte de Lisa Steinberg provi-
niera de algo inhumano y perverso como el odio brutal e in-
controlable de un hombre y el temor y debilidad de una mujer.
Se pensó que Steinberg y Nussbaum simplemente interpretaron
por su género, aunque de
los papeles tradicionales definidos
una manera extrema.
Hedda Nussbaum dijo en el juicio que no podía recordar las
circunstancias relacionadas con el primer golpe que ella recibió
de Joel Steinberg. Marilyn Walton cree que ocurrió en enero de
1978, cuando Hedda descubrió que Joel había visitado a Mari-
lyn, en Dallas. Pero Marilyn Walton tiende a verse a sí misma
como una figura decisiva en toda la historia que relata.
Nussbaum recuerda estar golpeada en un ojo y tampoco tie-

ne dificultad para acordarse de lo sorprendido que estaba Joel


por lo que le hizo, y con cuánto afecto la trató después, prome-
tiéndole que nunca volvería a ocurrir. Las apenadas explica-
ciones de Joel sin duda llegaron hasta el alma de Hedda. Aun-
146 Los Steinberg

que hay indicios en el ccmportamiento de Steinberg para suge-


rir que el elemento sadomasoquista, en sus relaciones con Hedda,

probablemente estaba manifiesto física y verbalmente desde el


principio. En Hedda, Steinberg encontró la dispuesta compa-
ñera que buscaba, la pareja perfecta que nunca seria Marilyn
Walton, la mujer que le permitiría hacer todo. Con golpes pre-
vios o no, esta vez Steinberg lo dio en un lugar donde f\iera
visible e inequívoco; como si quisiera que Hedda llevara un
signo de su posesión, una herida en lugar de un anillo de com-
promiso. Las apuestas estaban subiendo.
Muchas mujeres han dejado a un hombre la primera vez que
les levanta la mano, reconociendo instintivamente que aceptar-
lo sólo conducirá a más y más. Por supuesto, a otras las paraliza
el temor de violentas represalias después del abandono. Las amas

de casa, con niños pequeños, con frecuencia se sienten tan so-


cial y económicamente dependientes, que no pueden cortar la

relación. Pero Hedda Nussbaum tenía todos los elementos ne-


cesarios para independizarse de Steinberg. En 1978, ella estaba
en la cúspide de su carrera en Random House. Simplemente
hubiera tenido que mudarse otro departamento, como lo hizo la
anterior novia de Jocl. En lugar de eso, ella se quedó. En lugar
de temer a Joel Steinberg, ella sólo lo aceptó más devotamente.
Pero tal vez Hedda también se estaba aceptando a sí misma.
Sin embargo, se empezó a preocupar acerca de su ojo, cuan-
do empezó a ver rayas "luminosas enfrente de él", así que fue
a que la examinaran en el Manhattan Eye and Ear Hospital.
Cuando le preguntaron cómo ocurrió el accidente, dijo la verdad
al principio. Probablemente ni siquiera estaba avergonzada de
haber sido golpeada, si todavía sentía la satisfacción de lo que
sobrevino después. "Pero cuando lo pensé más tarde, decidí
que era una buena idea que lo registraran así, porque la doctora
estaba anotando y yo le pedí que lo cambiara. Así que ella lo
Los Steinberg 147

borró > escribió otra cosa". En lo sucesivo, Nussbaum seguiría


protegiendo a Steinberg de repercusiones legales.
Joel llegó a la oficina el lunes, con un deseo irresistible de
hablar sobre el incidente. Buscó a Mel y le dijo que había gol-
peado accidentalmente a Hedda, mientras "jugaban". Pero rá-
pidamente cambió su explicación: En realidad, reaccionó en un
momento de ira y estaba impactado por lo que hizo. Sostuvo
que nunca antes había golpeado a una mujer. "Por supuesto,
esta confesión era puro cuento", dice Mel, en vista de lo que
ahora sabe 61 sobre su relación con la maestra. Con toda pro-
babilidad, el hecho de decir sólo una parte de la verdad com-
placía a Steinberg. Le interesaba mucho saber si a Mel le había
ocurrido algo similar alguna vez.
También Hedda fue a trabajar ese día, con una complicada
historia para explicar su ojo morado. El fin de semana un ladrón
de bolsas la asaltó a la salida de Bloomingdale. Las mujeres en
la oficina se mostraron muy molestas y le preguntaron si había
reportado el incidente a la policía. Pocas semanas después, otro
lunes,Hedda llegó con unos lentes oscuros. Esta vez se golpeó
con una puerta, cuando estaba reparando unos gabinetes en la
cocina. Después fue la rama que la golpeó en la cara, cuando
ella paseaba a caballo... Después la volvieron a "asaltar". Con
tácito entendimiento, las mujeres de su departamento llegaron
a la conclusión de que algo pasaba en su casa. Un par de ellas
fueron con Walter Retan —
el editor en jefe y le dijeron: "Esos—
no son accidentes". Después de un tiempo, Hedda ya no se
molestó en elaborar excusas y la gente empezó a verlo de otra
manera.
Entre ellas, las mujeres platicaban largamente sobre cómo
podían ayudar a Hedda Nussbaum. Pero Hedda nunca solicitó
su ayuda. De hecho, nada la enfurecía más que la atendieran. Su
actitud indicaba que no permitiría que nadie interfiriera en
148 Los Steinberg

su romance. Y todas deseaban creer que ecto se debía a que


Steinberg la tenía aterrorizada.
Michelle LaMarca, quien trabajaba en el departamento de
producción, invitó a Hedda y a Joel a un fin de semana en su ca-
sa en Hamptons. Observó atentamente a Joel Steinberg y lo
encontró "extremadamente intenso e inteligente", y aseguraba
que no había visto nada extraño en él, ni sintió que Hedda fuera
infeliz o tuviera miedo. La impresión más clara que obtuvo de
Joel, fue la de un perfeccionista que deseaba brillar en todo
lo que hacía (ésa parecía la raíz de su intensidad). Ella recuerda
que Joel contó que esquiaba lo suficientemente bien como para
estar en una patrulla de esquiadores.
Louise Price tenía una perspectiva más madura de los as-
pectos irracionales en las relaciones humanas, de la que tenían
las mujeres más jóvenes del departamento. "Nunca tuve la

sensación de que Hedda descara que ya no la golpearan", me


contó. "Ella no negaba que sucedía, pero tampoco parecía
lo

molestarle. Era casi como si estuviera orgullosa de sus lasti-


maduras."
Un día, Hedda estaba en la oficina de Louise Price. Al ver los
moretones en su cara, Louise le dijo tranquilamente: "Hedda,
cuídate".
"¿Qué
dices?", saltó Hedda.
"Oh, ya sé lo que piensan todas ustedes", dijo con orgullo,
casi con arrogancia, "pero es que, sencillamente, ustedes no
comprenden."
"Oh, oh", pensó Louise, "están metidos en alguna especie de
juego, pero por supuesto ella está muy dispuesta a participar.
No le tiene miedo. O si ella hay algo más en el
teme a Joel,

asunto. Es un juego que ocasionalmente llega demasiado le-


jos".
Louise no sentía que la actitud de Hedda fuera incongruente
Los Steinberg 149

con su conducta anterior. Ella nunca consideró a Hedda tímida


o retraída.
Aunque Hedda sabía lo que se hablaba de ella en la oficina,
esto no la detuvo para seguir presionando a Walter Retan con
más aumentos y un segundo ascenso —Retan pensó que ella era
decididamente ^'persistente" en este punto. En 1989, Hedda
Nussbaum no pudo resistir jactarse en la corte, sobre lo lejos
que llegó en Random House, con la asesoría de Joel: "Final-
mente, cada vez que yo pedía un ascenso o un aumento.... siempre
lo obtenía... Fui de editora asociada a editora, y después editora
en jefe, y terminé ganando en Random House, creo, más de lo
que cualquier otro editor ganó". En tanto, en su casa, el aboga-
do más talentoso del país le dijo a Hedda que ella era ''mucho
mejor editora que cualquiera de los demás editores en Random
House". A veces, Steinberg le decía a Hedda que ella era más
lista que él. En el trabajo, se sabía que Hedda Nussbaum trataba
con mano firme a sus autores, aunque las recomendaciones en
sus manuscritos las hacía con tacto y de una manera conside-
rada. La única falta que encontraba Walter Retan en su desem-
peño era su llegada tarde por las mañanas. Habló con Hedda
para que fuera más puntual y ella corrigió eso por un tiempo.
Durante 1978, Hedda Nussbaum hizo el mismo descu-
brimiento que otros miles de profesionistas de clase media hacían
en Estados Unidos: que nada era un mejor sustituto para sentirse
vivo, de verdad, como la cocaína. Para Hedda, la coca debe
haber parecido una panacea; no sólo una anestesia psíquica y
física, también un camino a la espontaneidad inmediata y al

sentimiento de superioridad. Una o dos probadas de coca con-


vertían a Nussbaum en un espíritu libre, la encantadora "alma
de que Joel quería que fuera. Una vez, Joel le dio
la fiesta"

LSD para ver si la hacía "salir más"; ella lo tomó obediente


mente y él le sirvió de 'guía". Pero el LSD, a diferencia de la
150 Los Steinberg

cocaína, no podía incorporarse a la vida diaria.


Según Hedda Nussbaum, Steinberg ni siquiera tomaba as-
pirinas; mucho menos coca. Sin duda, él sabía algo de sus efectos,
porque muchos de sus clientes eran traficantes o consumidores.
Como gran parte de la tensión de Joel provenía de sus es-
fuerzos para tener control de sí mismo y de todos los demás,
hubiera recelado de cualquier sustancia que lo relajaba dema-
siado. Pero con Hedda era diferente. Hedda no tenía que con-
trolarse a sí misma, porque Joel la mandaba. El problema de
Hedda era no ser capaz de soltarse.
Durante las glamorosas salidas con los clientes de Joel, por
la noche, Hedda aspiraba o fumaba coca cada vez que le ofrecían.

En el juicio ella sólo puede recordar una ocasión en que Joel la


detuvo realmente. Estaban en el cine con otras personas y todos,
excepto Joel, estaban preparándose '*ilaves de respiración*'.
Sacaban llaves de sus bolsillos y en la pequeña línea que lleva
en medio, ponían cocaína. "Joel les quitó las llaves**, dijo Hed-
da. ''El no quena que hicieran eso, especialmente en un lugar
público.*'
El nuevo amigo de Steinberg, el Dr. Michael Green, de 32
años, graduado de la Georgetown University Medical School,
era un especialista en enfermedades pulmonares, que se había
establecido recientemente en Long Island. El se dejó dominar
por la cocaína, según el testimonio de Nussbaum. Green y su
esposa, Shayna, eran las personas más atractivas entre sus
amistades recientes.
Joel lo conoció a finales de 1977, justo antes de que él y Mel
abrieran una nueva oficina, con un tercer abogado llamado Marty
Rappoport. (I van Fisher prosperó defendiendo a Tony Proven-
zano en el caso del asesinato de Jimmy Hoffa y se había mu-
dado a unas oficinas privadas.) Ese año, Joel creyó que sufria
palpitaciones cardiacas y acudió con Green como paciente.
Los Steinberg 151

Cuando escuchó que Green tenía problemas fiscales, lo reco-


mendó con Mel, a quien le pareció un cliente difícil. A Mel le
molestaba todavía más Shayna Green, pues le llamaba sin ce-
sar. Pero Joel estaba muy a gusto con estas personas, con su
enorme casa en Fort Salonga y su dinero, y la clase de diver-
siones que tenían. A los Green les gustaba tener fiesta los fines
de semana; entre 1978 y 1983, Hedda y Joel debieron pasar
aproximadamente cincuenta fines de semana con ellos, en Long
Island.
Los Steinberg correspondían a esa hospitalidad, en su mucho
más pequeña vivienda. Michael Green pasaba la noche en Tenth
Street cada que iba a la ciudad. Simplemente llamaba y decía
que estaba en camino. Hedda dice que durante un buen tiempo
lo hizo regularmente. Si creemos en la cantidad de visitas que
refiere Nussbaum, es casi como si se diera una fusión entre las
dos parejas. Un psicoterapeuta me dijo que es muy común que
las personas como Steinberg y Nussbaum, busquen involucrar
2 otros. De todos modos, las idiosincrasia de Joel y Hedda no
parecía afectar a los Green.
Shayna Green, de 3 1 años de edad, estaba loca por tener bebés.
Dos años y medio antes de que sus amigos tuvieran a Lisa, ella
y su esposo tuvieron un hijo. Sin duda los Green, como Joel y
Hedda, creían que los niños, si no es que todas las personas,
tenían derecho a ser espontáneos y libres. Para Shayna, no era
suficiente tener un niño en su vida, y trabajaba como auxiliar
voluntaria en la guardería a la que Michael Green ayudaba
financieramente.
Para 1980, se afirma que una de las cosas que Joel y Hedda
hicieron junto con Michael Green, durante sus visitas a Tenth
fumar cocaína, pasándose uno a otro una pipa de
Street, era
agua. Hedda misma preparaba la mezcla en la pequeña cocina,
pensando con un orgullo casi estético en el proceso de purificar
152 Los Steinberg

los blancos cristales de cocaína. Después de dos años de ne-


garse a aspirada, Joel fumó cocaína como un pato se mete al
agua. La primera vez que Joel y Hedda experimentaron esta
intensa elevación, fue durante la visita a uno de los clientes de
Joel. Ellos sabían que este hombre les ofrecería
exactamente lo

y cómo debían responder, aun antes de que acudieran a verlo. El


cliente los llevó a una discreta oficina, enfrente de su base re-
gular de operaciones, y sacó una pipa de cocaína. Cuando Joel
y Hedda la usaron esa noche, no sólo estaban sellando su propio
destino, sino también el de Lisa.
Los dos escogieron deliberadamente la cocaína. Joel calló
las razones de su súbita decisión de fumar, después de haber
evitado la cocaína en una fórmulamenos potente. Por supuesto,
Hedda culpa totalmente de su adicción a Joel, por no permitirle
asumir la responsabilidad de su propia vida. Después del juicio
Steinberg, Hedda le dijo a Noami Weiss: "Fumar cocaína me

hacía sentir como que deseaba más y más, y yo odiaba esa


sensación. Pero a Joel le encantaba y me exigía que fumara con
él.Aunque Joel decía que la cocaína nos ayudaba a comuni-
camos mejor, él utilizaba la droga para hacer prevalecer su
voluntad". Aún así, sentada presentando declaraciones unos
meses antes, ella recordó cómo preparaba la cocaína con el

embeleso de un conocedor. También se reveló durante el juicio


que Hedda coleccionaba recetas de preparación de cocaína, en
tarjetas catalogadas. Y planeaba escribir un libro sobre cocaína.
Sus notas de investigación se descubrieron en el departamento.
A pesar de lo mucho que fumaba con Steinberg, Hedda
Nussbaum seguía siendo una empleada productiva en Random
House. Durante un año, más o menos, pareció hacerlo mejor
que nunca, escribiendo y publicando, incluso, tres libros para
niños: Los animales construyen las casas más sorprendentes.
La revista de la naturaleza del vigilante Rick y Las plantas
r Los Steinberg 153

hacen las cosas más sorprendentes. El libro de plantas estaba


dedicado "a mi diaria inspiración'*.
Joel,
Además, Hedda continuó trabajando con otros escritores. Uno
de ellos, Larry Weinberg, se hizo amigo de ella y cliente de
Joel. Durante unos pocos años, Weinberg consultó a Joel cuando

necesitaba consejo sobre el contrato de un libro. A Larry


Weinberg le fascinaba Joel y escribió alguna vez una obra sobre
I Adolfo Hitler. "Aquí hay un hombre con una personalidad como
la de Hitler", pensaba. Pero a Weinberg le horrorizaban las re-

laciones de Joel y Hedda. Conforme pasaba el tiempo, le pare-


cía que Joel "utilizaba sus puños en Hedda para crear una ima-
gen de Dorian Grey sobre sí mismo".
Una de las responsabilidades de Hedda siguió siendo la serie
de Charlie Brown. Dice Nadine Simón, quien trabajó con ella
en todos estos libros, que los de Charlie Brown constituían gran
parte del trabajo de Hedda. Aunque no aparece su firma en la
portada, ella elaboró la mayor parte de las preguntas y respuestas,
al igual que la investigación que se necesitó, y encargó las
ilustraciones para el texto. En el cuarto libro de Charlie Brown,
acerca de costumbres y días festivos en el mundo, habla sobre
el Día del Niño. Viene también un comentario que, sin embargo,
no es precisamente para jóvenes lectores:
"En Yugoslavia tienen una costumbre extraña. Los padres
amarran a sus hijos, en el Día del Niño de ese país. Los des-
amarran cuando prometen ser buenos el resto del año."
¿Cómo se filtró ese extraño pasaje en el texto? ¿Escribió
Hedda esas oraciones? ¿O fueron el trabajo de alguno de sus
colaboradores? Hedda dice que debió hacerlo alguien más. Sin
embargo, como editora cuidadosa, ciertamente ella debió sacar
esa molesta información. Aunque difícilmente podría llamarse
información, porque los yugoslavos no tienen tal costumbre.
El poner este pasaje pudo ser una tortuosa broma privada.
154 Los Steinberg

una referencia a las prácticas sexuales de Hedda y Joel. Tam-


bién pudo ser un gesto de desprecio para sus bienintencionadas
colegas, que le seguían ofreciendo una ayuda no solicitada y
torpemente intentaban separarla de Joel.
En Random Kcdda frecuentaba mucho menos a las
Hou::,e,

demás mujeres, aunque de vez en cuando todavía salía a comer


con ellas. Todas estaban alarmadas por un nuevo tema que
aparecía en la conversación de Hedda: su intenso deseo de un
bebé. Hedda intentaba desesperadamente embarazarse y no
entendía por qué ella y Joel eran incapaces de concebir, así que
acudieron con especialistas sobre fertilidad. Las mujeres pen-
saban, qué bueno que Hedda no puede embarazarse, qué bueno
que ella y Joel no puedan tener un bebé.
Un día, Hedda entró a la oficina de Betty Kraus y se le en-
frentó. Esta no era la Hedda de hablar suave que traía una tra-

gedia particular, sino una furiosa mujer que amenazó a Betty


para que dejara de contar mentiras maliciosas. Steinberg supo
que Betty le había dicho a un conocido mutuo: '*Creo que Joel
va a matar a Hedda", y él a su vez se lo contó a Hedda.
"Lo dejé por la paz", me contó Betty. "Aunque me obsesioné
intentando saber cómo podía alguien estar con un hombre que
la maltrataba. Pero mi esposo me dijo: 'Olvídalo' ".
ra

COSAS
VERDES
;.p
^j M, or qué quenan hijos?, se preguntaba la gente, en
elotoño de 1987, en tono horrorizado y confundido. En cierta
forma la pregunta era retórica pura, pues aunque la gente se la
hacía, pensando que tenía una respuesta racional, se olvidaba
que hay personas que desean hijos por causas irracionales, pero
imperiosas. Nosotros, casi involuntariamente, creemos en la
bondad humana. Pero, ¿por qué buscaba el dolor una mujer?,
¿por qué una instruida pareja de clase media golpeaba a una
niña indefensa? Nosotros queremos creer que el deseo de tener
hijos proviene de una profunda necesidad de crianza. Pero este
instinto puede ser oscurecido por otros deseos.
"No quiero cuidar a nadie", decía claramente Hedda Nus-
sbaum con mucha sinceridad, exactamente siempre que intentaba
,

embarazarse.
Una noche de 1980, Joel le habló a Marilyn por larga distan-
cia para darle algunas desgarradoras noticias: "Ya no soy per-
755 Cosas verdes

fccio". Un doctor le acababa de decir que tenía bajo porcentaje


de espermatozoides.
Marilyn cree que Joel decidió adoptar un niño, en agosto de
ese año, cuando sentía una persistente ansiedad por su arritmia
cardiaca (Green había logrado que dejara la cafeína y el cigarro,

pero no la cocaína).
El temor de morir y no dejar nada de uno es una buena razón
para desear un hijo. En verdad, pudo ser un estímulo para
Steinberg, al igual que para muchos padres normales. Pero en
ningún sentido Steinberg era normal, y era mucho menos ra-
cional que antes de empezar a fumar cocaína, aunque todavía
intentaba ubicar sus sentimientos en la megalomanía y el com-
portamiento hiperactivo. Sin duda, esperaba que la paternidad
fuera una experiencia terapéutica. Al tener a un niño disponible
en todo momento para darle amor, quién sabe cuánta emoción
podría liberarse. No hubiera reconocido que odiaba a los niños,
tanto como odiaba al débil y pequeño Joel que en el fondo era.
Steinberg parece haber sospechado que había algo moral-
mente cuestionable en la adopción de Lisa. Naturalmente in-
ventó una historia para justificario, y se la contó a Marilyn
Walton y a otras personas. Obviamente, al final de ella, Joel
Steinberg era un bienhechor y Lisa una huérfana que el destino
colocaba en su camino.
Según esta versión, Joel nunca intentó adoptar a la bebé de
Michelle Launders. Tuvo bastantes problemas para encontrar
un hogar apropiado para ella con otra pareja, después de Anita
Launders, a quién él describía como dura y astuta, lo presionó
entregándole quinientos dólares. Ni ella ni su hija deseaban nada
de ese be'bé. Insistía en que Michelle no era, en absoluto, una
nueva chica católica. Ella permitió el embarazo para forzar a su
amante a casarse; arriesgó y perdió. Cuando desafortunadamente
a Michelle se le desarrollaron una toxemia y diabetes, el arreglo
Cosas verdes 159

de Joel con los posibles padres se deshizo. Había un pobre


diagnóstico del bebé: Michael Bergmar; dijo que estaría plaga-
do de defectos congénitos. Pero el corazón de Joel Steinberg
decidió que llevaría a ese bebé, posiblemente imperfecto, a casa
con él. Se quedó con ella porque no sabía qué otra cosa hacer,

pensando que si no llegaba a ser perfecta, la internaría en al-


guna institución. Esa es la razón por la que no intentó adoptar
inmediatamente a Lisa. Se necesitaron seis meses para ver que
ella estaba perfectamente, aunque tuvo problemas de coordina-
ción motora. En una segunda
versión de la historia, aún más
heroica (al menos para los estándares de Joel), Joel acude a ver
a la pareja que se rehusa aceptarla y desahoga su indignación
golpeando al esposo.
Va muy de acuerdo con el carácter de Joel Steinberg colocar
a un bebé con problemas en un internado o enzarzarse a puñe-
tazos con un cliente que no le satisfacía, pero en cuanto a la
"adopción", comenzó a planearla poco después de conocer a
Michelle en el verano de 1981. Al principio, Hedda, decepcio-
nada amargamente por no ser capaz de dar a luz un hijo de Joel,
se oponía terminantemente a la idea. Como no quería ocu-
ella
parse de nadie más se oponía particularmente a cuidar un bebé
que no fuera suyo. ¿Qué pasaría si Joel prefería a la niña en
lugar de ella, como sus padres prefirieron a su hermana?
Tal vez fue la resistencia de Hedda a los proyectos de Joel la
que provocó una golpiza particularmente salvaje el 19 de fe-
brero de 198 1 Cualquier mujer recordaría claramente, por qué y
.

cómo había sucedido una cosa tan terrible, pero Nussbaum contó
en el juicio que el ataque de Steinberg no se debió a razón
alguna. Hedda sólo se acordaba del coraje. Después se embarcó
en una detallada descripción de su visita al hospital.

Nussbaum quedó sentada toda la noche porque el dolor


se
era muy intenso. En la mañana, decidió ir sola al St. Vincent.
160 Cosas verdes

Salió tranquilamenic de la casa para no despertar a Joel; no quería


que él la detuviera. Nussbaum no contó en el hospital que
Sieinberg la había golpeado "porque de nuevo yo lo estaba
protegiendo. No quería que tuviera ningún problema". Los
doctores la previnieron que la lesión que sufrió era ix)tencial-
mente y que tendría que quitarle el bazo. Según Nussbaum,
fatal

ni siquiera se dieron tiempo para obtener una segunda opinión.

Sin embargo, la operación se realizó hasta la medianoche.


Joel llegó a su cabecera al día siguiente. No se disculpó, ni
ella le pidió que lo hiciera. "¿Por qué no?", le preguntó Ira
London, interesado en la peculiar insensibilidad de Hedda por
la brutalidad de Joel. Hedda contestó lentamente: "Me sentía
muy ligada a él. Como si él no me hubiera lastimado".
La siguiente pregunta de Ira London fue: "¿Conoce el tér-

mino 'masoquista', señorita Nussbaum?".


Ella contestó: "Creo que significa alguien a quien le gusta el
dolor".
Cuando Hedda regresó del St. Vincent, Steinberg estaba es-
candalizado con los residentes del hospital, por una herida que
pensaba le cerraría mal, y creía que también Hedda debía estar
molesta. Afortunadamente, tuvo una buena idea e hizo que un
doctor, a quien conocía en el hospital, le hiciera una buena ci-
rugía.
Cuando Hedda testificó, recordó que ella estaba completa-
mente de acuerdo en adoptar un bebé, aunque al principio tuvo
unas cuantas dudas. Cuando le preguntaron por qué no cues-
tionó la capacidad de Steinberg para ser un buen padre, en vista
de que casi la había matado, sólo insistió que creía a Steinberg
capaz de desempeñarse maravillosamente como padre, como lo
hacía en todo lo demás.
Probablemente la verdad del asunto era que, para Hedda, no
era tan importante el destino de ningún niño en comparación
Cosas verdes 161

con los deseos de Joel y quiso beneficiarse de haber aceptado al

final, permiüéndole tener su más caro anhelo. Ese beneficio se


percibió inmediatamente. Los meses anteriores y posteriores a
la llegada de Lisa fueron, según Hedda: "los mejores meses de

nuestra relación y de toda mi vida".


Dijo Hedda que ella y Joel estaban enterados totalmente por
Michael Bergman sobre la salud de Michelle Launders y de los
avances en su embarazo. Como Joel empezó a buscar casa en
Westchester debido a que la presencia del bebé reduciría el
espacio en el departamento, Hedda realmente llegó a creer que
la adopción resolvería un par de problemas. Una preciosa casa
en Westchester era algo que deseaba verdaderamente. Tal vez
el próximo paso que diera Joel sería el matrimonio, pues era
necesario para localizar la adopción.
Era maravilloso que ella y Joel fueran a experimentar la pa-
ternidad. A Hedda un pequeño detalle. Los
sólo le preocupaba
dos padres del bebé eran católicos. Pero no había razón para
que ella no tomara en cuenta esto y criara al bebé como una
chicajudía.
Cuando Louise y las demás mujeres de la editorial, Elma
Westley, Jenny Fenelli y Ann Christensen, se enteraron de las
intenciones del matrimonio por adoptar un bebé, se moviliza-
ron para ver si había alguna manera de detener la adopción, sin
saber que el bebé simplemente sería adquirido mediante fraude.
Louise llamó a la Agencia de Adopciones Spence-Chapin y les
pidió ayuda. Le dijeron que no podía hacerse nada para rescatar
al bebé hasta que alguien viera realmente a Joel golpear a Hedda
y estuviera dispuesta a presentar cargos. Louise me dijo: "Fran-
camente, no íbamos a enredamos con Joel. Era hombre y tenía
contactos peligrosos. ¿Cómo íbamos a probar algo?".
La pequeña niña Launders llegó al mundo el 14 de mayo de

1981, preparada perfectamente para tener una vida maravillosa.


162 Cosas verdes

Por lo que se sabe era un bebé singular, sonrosado y hermoso,


excepcionalmente alerta. Keren Snyder fue la primera de las

vecinas en ver a Joel y a Hedda cargándola camino a su casa.


Ella fue directamente a su departamento e hizo una infructuosa
llamada a la Oficina de Bienestar de los Niños.
Joel todavía no encontraba una casa en Westchester o siquiera
un penthouse en el pueblo —
nada era lo suficientemente bue-
no— así que Hedda y él se prepararon para el arribo de Lisa,
pidiendo prestada una vieja cuna que colocaron en algún rincón
de su recámara. Hedda compró un canasto y leyó algunos libros
sobre cuidados del bebé.
En esos días el departamento todavía parecía la vivienda de
acomodadas personas de clase media alta. La sala era bastante
atractiva, con los libreros y las plantas de Hedda. Había una
mesa redonda de roble, con una lámpara Tíjfany colgando sobre
ella y un sillón beige junto a una de las ventanas francesas, en
donde Lisa posteriormente dormiría, cuando le quedara peque-
ño el portabebé que siguió a la cuna.
El lugar parecía más grande sin Sasha, la gran danés negra
que murió al fallar su corazón el año anterior, pero en realidad
estaba empezando a parecer atestado. Joel ya no tenía oficinas
afuera y dirigía su negocio desde un lugar del escritorio en la
recámara.
Mel y Tina Sirkin no acudieron al baby shower organizado
por la hermana de Hedda. Les enviaron invitaciones a las com-
pañeras de Hedda en Random House, pero casi todas hallaron
una razón para no asistir. Sólo Jenny Fanelli aceptó la invita-

ción. Después le dijo a las demás que no había estado a gusto en


la fiesta.

Entre ellas, las mujeres se decían que Hedda quiso a la bebé


como alguna especie de protección contra Joel. Por supuesto
era muy sensato pensarlo así, si uno creía que Hedda le temía.

ILv¿.
Cosas verdes 163

Ellas pensaban que era terrible para Hedda el que Joel estuviera
todo el tiempo en su casa.
La caverna a la que Joel Steinberg se retiró era el único lugar
en el mundo donde controlaba absolutamente todo. Entre los
hombres, no había podido ganarse el respeto de sus compañe-
ros. Como abogado, ciertamente no lograría hacer una brillante
carrera, aunque ya había ganado más de un millón. Gran parte
de las ganancias de Steinberg provinieron de astutas inversio-
nes, por lo general actividades ilegales: tráfico de drogas, de
bebés y pornografía.
Un cliente encolerizado fue John Novak, a quien Steinberg
representó en 1981 en un juicio federal en Rutland, Vermont.
Novak y su esposa, Donna (quien tenía su propio abogado),
habían sido acusados de contrabandear un cargamento de ma-
riguana desde Colombia, entrando por el pequeño aeropuerto
de Bennington, Vermont. Joel hizo buenas migas con ellos, o al

menos eso pensó, y pasó algún tiempo de visita en su rancho.


Hedda se les unió llevando a Lisa. Los Novak estaban encan-
tados con la niña, en especial Donna, que estaba embarazada.
Aunque Novak dice que Steinberg obtuvo de él más de 150
mil dólares y un automóvil Mercedes, en el juicio no le fue muy
bien; tampoco a Donna. Novak fue sentenciado a cinco años y
Donna a poco menos de un año. Novak estaba muy preocupado
por el embarazo de Donna. Hizo arreglos para que la hermana
de Donna le prestara 20 mil dólares y obtener así una fianza
para su esposa. Los Novak acusaron después a Steinberg de
convencer a la hermana de entregarle el dinero a cuenta de sus
honorarios y señalan que la pobre actuación de Steinberg durante
el juicio se debió a sus frecuentes visitas al baño. Donna Novak
dice incluso que él probó cocaína durante el juicio, remojando
su dedo discretamente y después llevándolo a su boca. Ella estuvo
en la cárcel 21 días y tuvo un aborto. En 1983, John Novak
164 Cosas verdes

intentó, sin éxito, demandar a Steinberg por representación legal


inadecuada y por el dinero de la fianza que faltaba.
Después de la muerte de Lisa, los Novak dijeron gustosa-
mente a las autoridades todo lo que sabían de Joel. "Yo tuve a
esa hermosa bebé en mis brazos", dijo llorosamente Donna
Novak.
Debido a su mal desempeño en las cortes, prefirió sentirse a
salvo en casa. Ahora que dejaba de buscar desesperadamente el
éxito, estaba aprendiendo a disfrutar de las cosas sencillas.
Empezó a recoger muebles y equipo electrónico descompues-
Eran objetos
tos de la calle y lo llevaba a su casa para repararlos.
en buen estado; todo lo que tenía que hacer era que funcionaran
de nuevo. También buscó cómo mejorar el departamento.
Cuando se cansó del lavabo del baño, lo arrancó de pared y
la

pidió uno nuevo. El casero estaba muy molesto por los agujeros
en la pared y empezó a tramitar el desalojo. Joel se desquitó
haciendo una contrademanda y reteniendo las rentas. Podía
utilizar mejor los 500 dólares mensuales, inviniéndolos en otra
cosa. Para 1987, le debía a su casero 20 mil dólares.
Cosas verdes 165

M ientras la niña se desarrollaba y dejaba de ser una


muñeca, premiaba a los que la complacían con sonrisas y lloraba
cuando algo la atemorizaba, o cuando pedía atención. Hedda se
sentía insegura con ella. Era desesperadamente importante tener
éxito con esta niña, pero todo parecía indicar que ellas no podían
comunicarse.
Era Lisa la que no colaboraba; Hedda hacía un gran esfuerzo,
llegando hasta el límite de sus fuerzas para cuidar la oficina,
cuidar de la niña y tratar de entender a Joel, manteniéndose a su
lado en todo momento, mientras fumaban cocaína y discutían
los problemas psicológicos de Hedda. Joel era el que tenía un
lindo juguete nuevo, pero era Hedda quien atendía todo el tra-
bajo sucio. El no levantaba un dedo para cambiar los pañales. Si
la bebé lloraba temprano en la mañana y lo despertaba, era culpa
de Hedda. Y cuando él empezó a salir por las noches, Hedda era
la que tenía que quedarse en casa. En lugar de ser una trascen-
dente experiencia, como lo pensaron al principio, Lisa parecía
estar apartándolos, creando nuevas áreas de tensión y discordia.
Irónicamente, después de que Hedda luchó tanto para no con-
vertirse en una triste ama de casa, la bebé amenazaba con vol-
verla exactamente eso.
Por un tiempo, Emma Nussbaum fue a la casa a cuidar a su
nieta. Después Hedda contrató a una niñera. Posteriormente llevó
a Lisa con una mamá que vivía cerca, para que la cuidara. Cuando
esto no pudo continuar, empezó a llevar a Lisa a la oficina con
ella.

Walter Retan había dejado Random House y Janet Shulman


fue ascendida para sustituir al gerente editor. Shulman entendía
muy bien los problemas de una madre trabajadora, particular-
mente a alguien en la situación de Hedda. Según Betty Kraus,
166 Cosas verdes

Shulman hizo una valiente llamada a Joel y le dijo que sospe-


chaba que golpeaba a Hcdda; la respuesta de Steinberg fue un
estallido de risa. Durante un buen tiempo, Janet no puso obje-
ciones para que Lisa estuviera ahí e incluso dejaba que Hedda,
en ocasiones, trabajara en su casa durante unos días. Entre las
mujeres en Random House se murmuraba que Hedda tenía miedo
de dejar a la bebé en casa con Joel; miedo de lo que él le podría
hacer.
La bebé empezó no tan rozagante y
a verse desmejorada,
robusta como estaba al principio y ya no quedaban huellas de lo
atractiva que era Hedda. Nuevamente acudía con los ojos mo-
rados y lastimaduras en los brazos y en el cuello.

En cuanto Lisa creció y se hizo más activa, su presencia en la


oficina causaba problemas y Shulman tuvo que pedirle a Hedda
que no la llevara con tanta frecuencia. Lisa estaba aprendiendo
a caminar, una de las últimas veces que Hedda la llevó con ella.

Ese día Hedda se veía como si hubiera estado a punto de ser


muerta a golpes. Y lo que era aún más impresionante era ver a
Lisa haciendo pinitos junto a su madre: ¡La niña tenía un labio
cortado! Una de las mujeres que las vio, se encerró en su cu-
bículo y se puso a llorar. Nadie hizo nada, por supuesto. Nadie
sabía qué hacer.
En el mes de Shulman se fue de vacaciones, por
agosto, Janet
cuatro semanas. Al mismo Hedda Nussbaum desapa-
tiempo,
reció y ni siquiera llamó para explicar su ausencia. (Nussbaum
dice que tenía vergüenza, por tener otro ojo morado. Según
Steinberg, ella y Lisa pasaron ese mes en Vermont, acompa-
ñándolo en un viaje de negocios.) El día que Janet Shulman
regresó, Hedda Nussbaum también reapareció, pero entonces
Shulman, en contra de su voluntad, la despidió. Hedda había
llegado demasiado lejos, aprovechándose de su indulgencia. Sin
embargo, ella le prometió a Hedda darle trabajos eventualmente
Cosas verdes 167

al tiempo que le entregó un manuscrito para que se lo llevara a


su casa. Al principio, Joel animó a Hedda a continuar con su
trabajo editorial. Pero su actitud cambió pronto: un día rompió
uno de los manuscritos de Hedda y lo lanzó por la ventana.
Hedda tuvo que recuperarlo, con la ayuda de Joel, en el patio de
una vecina. Le dijeron a la mujer que su niña había hecho la
travesura. En otra ocasión, cuando Hedda iba a entregar un libro
completamente editado, al día siguiente, Joel lo escondió y se
negó a decirie dónde estaba. Le explicó que era simplemente
otra de las cosas que hacía por el bien de Hedda. Sus tácticas
tuvieron éxito. Poco después, Random House dejó de darle
trabajo a Nussbaum. Hedda dependía totalmente de Joel,
económica y emocionalmente. No podía comprar nada sin su
aprobación. El repartía pequeñas cantidades, como un padre
dándole su mesada a su hija. También empezó a controlar las
salidas de Hedda, según dijo ella. Nc la quería ver caminando
por el lugar, con heridas en la cara.
Ira London le preguntó a Hedda si alguna vez intentó hablar
con Joel, acerca de que éste la golpeaba. Ella aseguró que lo
había hecho en muchas ocasiones, pero simplemente no podía
recordar específicamente alguna conversación, sino más bien
loque recurrentemente le pedía. Que odiaba que la golpearan.
Que ella no quería que lo siguiera haciendo. El protestó en una
ocasión: "No soy yo". Según explicó, no era él realmente, por-
que eso no era natural en él. Joel Steinberg no hacía cosas así.
Dijo que odiaba al yo que golpeaba a Hedda.
Con frecuencia, había algo sospechosamente vago en lo que
Hedda recordaba de su extrema pasividad ante Joel. Parecía estar
siguiendo el consejo de alguien, cuando le dijo a Ira London
que cada vez que Joel la golpeaba, ella pensaba que nunca vol-
vería a suceder. Esto explica por qué ella nunca amenazó a Joel
con dejarlo si no cambiaba su manera de ser.

L
168 Cosas verdes

Un documento el psiquiatra de Nussbaum,


publicado por
Samuel Klagsbrun, en junio de 1989, dice exactamente lo mis-
mo, en un lenguaje más elaborado. Klagsbrun tiene la teoría de
que los golpes se vuelven tolerables, debido a que una mujer
enamorada de un golpeador tiene "un mecanismo peculiar" que
"separa las historias. Recorta una larga serie de experiencias y
las convierte en pequeños incidentes sin relación, cada uno tra-
tado como si no tuviera pasado y futuro".
La verdadera y directa voz de Hedda Nussbaum puede escu-
charse en una extraordinaria declaración que le hizo a uno de
sus psiquiatras, en 1988: "Joel era un niño y yo era su oso de
pelu-che, con una pierna rota y un ojo partido". La sufrida osa
de peluche secretamente creía que era mucho más fuerte que su
dueño, porque ella podía soportar y perdonario por su compor-
tamiento infantil.

Desde el verano de 1982, la intensa supervisión de Hedda


por parte de Joel, sus interminables esfuerzos de mejorarla, le

ocupaban todo el tiempo. Nussbaum se convirtió en la activi-


dad principal y la obsesión de Steinberg, que intentaba elevarla
a un estado de verdad. ¿Cómo podía dudar Joel de esta mujer,
cuya carne tenía impresas las marcas de su dominio, quien
fielmente cuidaba a la niña que él consiguió, y quien, cuando él
le dijo que tenía algunos romances, le contestó alegremente que
le complacía que él fuera honesto y no los tuviera a sus espal-
das?
Tal vez era imposible que Steinberg creyera que cualquier
mujer, cualquier ser humano, podía ser tan sumiso. Pudo ha-
berse resistido a creerio, debido a que su relación hubiera per-
dido todo el valor para él —como si se agotara y se volviera
desechable, a pesar de todo lo que él había invertido hasta ese
momento. Era mucho más motivador pensar que Hedda Nuss-
baum todavía estaba prendada de él, que sencillamente
Cosas verdes 169

aceptaba su juego, e inteligentemente le decía lo que él deseaba


oír.

¿Cómo podía estar seguro de que él era siempre el pensa-


miento principal de Hcdda, cómo saber que estaba enterado de
todas sus actividades?
7 70 Cosas verdes

A .unquc intermitentemente se comunicaban por teléfo-


no, Marilyn no volvió a ver a Steinberg hasta febrero de 1983,
cuando ella le llamó y le dijo que estaba en la ciudad. Joel le
contestó: "Ven acá. Sólo llama antes de llegar". Marilyn tem'a
muchas cosas qué hacer, así que se olvidó de llamar. Sin em-
bargo, cuando llegó a Tenth Street, Joel le abrió la puerta al
ediHcio. Una Lisa de dos años, como un cervatillo desnudo,
abrió la puerta del departamento y le dio una calurosa bienve-
nida. Lisa ya era, recuerda Marilyn, *'una personita coherente",
que incluso sabía exactamente quién era Marilyn. Gritó: *'¡Papi,

papi.Es Marilyn y está bonita!". Una observación que Hedda


Nussbaum, seguramente escuchó con atención
También Hedda estaba en el departamento, '*con muy poco
encima". Pero lo que de veras la impresionó, fue que Hedda ya
no era bonita. Cojeaba y su cara se veía tan mal que Marilyn le
preguntó si había tenido un accidente. Hedda movió la cabeza y
se llevó un dedo a los labios, señalando a Lisa. Un poco más
tarde, mientras Joel preparaba a Lisa para su siesta, Hedda le

explicó a Marilyn por qué su apariencia había cambiado tan


drásticamente. Hedda dijo que estaba involucrada en lo que
llamaba un "culto". La gente del culto la había hecho creer que

había tenido relaciones incestuosas con su padre y tenía que ser


castigada. Afortunadamente, Joel, su salvador, la rescató. Aho-
cuidando a Hedda y ella mejoraba lentamente. Para
ra él estaba
Marilyn era difícil creer lo que escuchaba.
Cuando un
Joel regresó a la habitación, le dio a la historia
giro ligeramente diferente.Hedda estuvo haciendo cosas sobre
sí misma "ensuciándose, quemándose con cigarrillos". Al igual

que Hedda, dijo que la culpa la tenía un peligroso culto y men-


cionó algunas personas que se apellidaban Creen. El culto ha-
Cosas verdes 171

cía ver a Joel como un esposo y padre golpeador. "Marilyn,


¡deberías ver las cuentas del doctor!", le dijo ceñudamente.
Marilyn recuerda que sólo se le quedó viendo. No podía dejar
de pensar en otras posibles causas de las lesiones de Hedda.
La historia se volvió un poco más elaborada. Joel había acu-
dido a la policía y la oficina del fiscal del distrito, pero todos
pensaron que estaba loco. Ahora necesitaba los nombres de los
*'desprogramadores". Le pidió a Marilyn el nombre de alguna
persona que pudiera ayudarlos, dada su experiencia en su tra-

bajo en el cumplimiento de la ley.

Después Lisa se despertó y todos cambiaron de tema. Joel


decidió llevar a Marilyn y a Lisa a tomar un helado, dejando
sola a Hedda en el departamento. El las condujo a una nevería
cercana y les dijo que tenía que ir al supermercado (en esos días
él hacía todas las compras). Quería que Marilyn lo alcanzara

ahí con Lisa, cuando acabaran su helado. Marilyn no estaba


segura del supermercado al que fue Joel, así que decidió regre-
sar a Lisa al departamento. Hacía mucho frío y empezaba a
nevar. La niña llevaba una delgada chamarra de nylon con
capucha.
Cuanto tocaron el timbre, Hedda habló por el interfón y dijo
que no podía dejar entrar a nadie. ''Maldición, Hedda, abre la
puerta", le gritó Marilyn, "hace frío aquí". Hedda repitió: "No,
nadie puede entrar".
"¿Estas loca?", le gritó Marilyn. "Estoy parada aquí afuera
con Lisa." Afortunadamente, alguien que salía del edificio abrió
la puerta.

Cuando subieron al tercer piso, Marilyn golpeó la puerta


furiosamente. No hubo respuesta, así que golpeó más duro.
Finalmente, Hedda abrió y Marilyn metió a Lisa a la casa. En-
tretanto, Hedda se puso en la puerta, bloqueando el paso de
Marilyn. Según Marilyn, tenía una extraña expresión en la cara
172 Cosas verdes

y los dientes apretados. "¿Por qué no abrías?", le preguntó


Marilyn. Hedda nunca contestó. En lugar de eso, se volvió hacia
Lisa, la agarró por el cuello de su chamarra y la empujó, ha-
ciéndole perder el equilibrio. Marilyn le dijo: "Hedda, ¿qué
haces?" Hedda la ignoró y empezó a desabrochar la chamarra
de Lisa.
En cuanto se le acercó Hedda, la niña empezó a jalonearse.
En ese momento, recuerda Marilyn, Hedda alzó su brazo y le
dijo: "¡Alto! estáte quieta". Quiso golpear a Lisa en la cara,

pero la niña se agachó y Hedda la golpeó en el cuello. "Le dije


a Hedda que si alguna vez golpeaba a esa niña otra vez, en mi
presencia, le daría de patadas en el trasero." Y no ocurrió más;
Hedda nunca golpeó a la niña otra vez enfrente de Marilyn
Walton.
Nussbaum parecía a punto de contestarie una grosería a
Marilyn, cuando Jocl entró con sus compras. Lisa todavía esta-
ba confundida y temerosa, pero el comportamiento de Hedda
sufrió un abrupto cambio. Se relajó y se puso muy dócil, era
como si nada hubiera sucedido. Todo había regresado a la

"normalidad", excepto la expresión en la cara de Lisa.


Marilyn no le contó a Joel lo que presenció; no hasta 1988,
en que se lo contó a Mel y éste se lo dijo a Joel. Ella tenía ideas
muy defmidas acerca de la privacidad y le hubiera parecido
inadecuado iniciar algún rumor sobre Hedda con Joel. También
pensó que la antigua envidia que tenía Hedda de las relaciones
de ella con Jocl, provocaron el ataque a Lisa.
Es notorio que Joel Steinberg enviara a Lisa con los Green,
seismeses después, a causa de Hedda. Si creemos lo que relata
Marilyn Walton de su visita de febrero, las acciones de Joel no
tienen mucho sentido (que Joel escogiera una casa en la que
aparentemente creía que se celebrara un "culto", como refugio
para su hija, parece una perversidad). Y también parece sor-
Cosas verdes 173

préndenle que Joel y Hedda todavía frecuentaran, en agosto, a


la pareja que declararon temer en febrero.

Hedda Nussbaum, quien rindió su testimonio unas semanas


antes que Marilyn Walton, evadió el tema de su continuo con-
tacto con los Green. Su historia fue que ella y Joel empezaron a
sospechar y a temer a los Green, hasta después de febrero de
1983, aunque también insinuó que ya antes ella y Joel empeza-
ron a comentar de la habilidad de los Green para hipnotizar a la
gente.
En 1989, Maril}Ti Walton voló desde Dallas para ser una
testigo sorpresa de la defensa; la decisión de mostrar su testi-
monio se hizo sólo unos días antes de su aparición, el 5 de enero.
Si Nussbaum hubiera sabido que Walton rendiría testimonio,
ella hubiera mencionado la visita de febrero de 1983 dando una

interpretación diferente de ella, al igual que de la relación que

ella y Joel tenían conGreen en el verano de 1983.


los

Según el testimonio de Nussbaum, Joel pensó que los Green


"cuidarían bien" a Lisa, debido a un pequeño truco que les es-
taba haciendo: les haria pensar que podría permitirte adoptaría.
''Joel no se las iba a dar", insiste Hedda Nussbaum. No, ella

nunca creyó que Joel intentara realmente entregarles a Lisa.


Ella tenía algunos problemas mentales ese verano, aunque
no se atrevía a decir que tenía un colapso: "Bueno, particular-
mente después de dejar Random House, yo empecé a tener ciertas
dificultades. Las cosas se me perdían. Era como si buscara un
par de calcetines y los encontrara en el refrigerador. Ponía las
cosas en lugares extraños".
Sucedió que los Green sólo tuvieron a Lisa tres semanas.
Hedda no fue capaz de calificar su estado mental durante el
periodo que estuvo separada de su pequeña hija. "¿Deprimida?
¿Desalentada?", le preguntó Ira London con sarcasmo.
La decisión de Joel Steinberg de enviar a Lisa con Michael y

174 Cosas verdes

Shayna Green, sugiere que estaba tan profundamente involu-


crado con ellos como lo declaró Hedda Nussbaum. Si tenía
alguna razón real o imaginaria para temerles en esa época, la

niña hubiera sido un ofrecimiento conciliatorio.


En septiembre, Michael Green regresó a Lisa a la casa de
Steinberg. La niila parecía cambiada. Nussbaum recuerda que
"estaba más distraída que de costumbre". En algún m.omento
mientras le cambiaba los pañales —todavía usaba pañales
Hedda notó algo más. El área vaginal de la pequeña estaba
moreteada. Ella le contó lo que vio a Joel: ''Creo que le mostré
a Lisa. Y él vio la lastimadura".
Por cierto que los dos reaccionaron de una manera extraor-
dinariamente apática. Las palabras de Nussbaum no indicaban
impresión o disgusto por lo que creían que le sucedió a la niña
de dos años y medio. Naturalmente, Hedda se puso a analizado
con Joel, pero no pensaron en reportar la lesión de Lisa con la
policía o llevaria a que la examinara inmediatamente un pedia-
tra. Por supuesto, una consulta hubiera causado muchas pre-
guntas, e incluso podía convertirlos en sospechosos de haber
abusado de la niña.

No obstante la lastimadura que dicen haber notado en la vagina


de Lisa, Hedda y Joel siguieron viendo a los Green.
En octubre, Michael Green llegó a Manhattan y se quedó con
ellos 10 días. Fue una visita memorable, una especie de en-
cuentro grupal maratónico, día y noche, animado, según el tes-
timonio de Nussbaum, con el diario uso de la cocaína. Shayna
Green se quedó en Fort Salonga. Michael Green planeaba di-

vorciarse de ella; esa era una de las razones por las que acudió
a ver a Joel, pues necesitaba su experto consejo legal.
El departamento debe haberse sentido lleno de gente. Además
de Green, su buen amigo Gregory Malmoulka estaba presente.
Por supuesto, su hija también estaba ahí.
Cosas verdes 175

Los adultos estaban virtiéndose con un juego de decir la

verdad. Las verdades eran bajas y sucias, desagradables y


sexuales. Jocl actuaba como el líder del grupo; después de todo
era su casa. A Hedda debió parecerlc emocionante ser la única
mujer adulta en la reunión.
Por un rato, la atención de todos se enfocó en la ausente
Shayna Green. Joel intentaba inducir a Michael Green a mos-
trar todos sus sentimientos hacia su esposa. Aparentemente los

sentimientos del Dr. Green eran hostiles, según lo que recuerda


Nussbaum. Dice que Green acusó a su esposa de tener relacio-
nes sexuales con alguno de sus socios. Y su último día como
testigo, Hedda describió con una risita ahogada, cómo Green
sacó un pimentero de molinillo y mostró lo que le gustaria hacerle
a su esposa.
El Dr. Green no sólo deseaba hablar de las transgresiones
sexuales de Shayna, sino también de las de Hedda. "Green la
acusaba a ella", dijo Hedda sonriendo ampliamente, "de tener
relaciones con casi todo el mundo". Por supuesto, a principios
de ese año, Joel mismo dijo que "su amplitud de criterio y su
preocupación le habían hecho entender" la necesidad de Hedda
de estar con otros hombres. "El era muy comprensivo conmigo,
porque esto era algo que me sucedía, lo deseaba y él no se
mostraba celoso. Incluso me permitía acudir a mis citas."
Después de saber esto. Ira London naturaltnente preguntó:
"¿Y usted aprovechaba estas citas?". "No", contestó Hedda,
impasiblemente. Ella aparentemente sabía que podía ser vícti-
ma de su juego doble. Seguramente hubiera mejorado su ima-
gen, si ella se hubiera atrevido a alejarse de Joel y no volver
inmediatamente.
Ni Nussbaum ni Steinberg contaron en detalle la visita de
diez 10 de Michael Green. en 1983. Cada uno describió sólo
una parte de lo que sucedió, según sus propios recuerdos.
176 Cosas verdes

E indudablemente, algunos de éstos fueron fabricados poste-


riormente. Pero parece no haber dudas de que algo sucedió,
algo que liberó drásticamente la apreciación que tenía Joel
Steinberg de la realidad.

El encuentro en su casa, pudo haber sido un esfuerzo de


Steinberg para demostrar el poder de gurú que desesperada-

mente necesitaba creer que poseía, para mostrarle a Michael


Green que nadie podía controlar a Joel Steinberg. Hedda dijo
que surgió el tema de la hipnosis. Green aceptaba que sabía
cómo hipnotizar a la gente. Le pidió a Joel que le permitiera
hipnotizado y Joel se negó.
Nussbaum declaró que el Dr. Green le habló a Steinberg de
una ocasión en la que él le hizo proposiciones sexuales a Hedda
y quedó sorprendido cuando ella lo cortó. Pero ¿realmente ella
se comportó así con el doctor? Nussbaum dijo en el juicio que
durante muchos años ella creyó que Green la había violado. Si
es así, por qué describe su reacción a la historia de Green como
"de gran sorpresa. Sucedían tantas cosas extrañas en ese tiempo
en la casa, que creo lo tomé como una más." Tal vez si verda-
deramente ella y Green tuvieron un romance, Hedda nunca
imaginó que Green se atrevería a decírselo a Joel. Pero, según
recuerda, Green evidentemente sentía suficiente desprecio tan-
to por Steinberg como por Nussbaum para hacer eso. Nussbaum
dice que Green también le contó a Joel que en varias ocasiones
le había robado dinero del cajón donde Joel lo guardaba, que
"yo le dije dónde estaba el dinero y entonces él lo había toma-
do".
Su declaración más escandalosa fue que en el noveno día,
Green habló finalmente de Lisa, diciendo que él había obser-
vado cómo Shayna Green abusaba sexualmente de la niña. Se
entiende que esta era la más imperdonable violación de las
propiedades y la confianza de Joel Steinberg. ¿Reaccionó Hedda
Cosas verdes 177

con odio y horror? ¿Hizo algo? "No, yo dejé que Joel, en su


sabiduría, entendiera eso.*' Joel, normalmente un hombre de
muchas palabras, respondió a la revelación de Green con el
silencio.
Sin embargo, al Green salió de nuestra
día siguiente, "Michael
casa con los dos ojos morados y tuvieron que operarla para
arreglarle los huesos orbitales". Al principio, Hedda no recor-
daba cómo se había lastimado. Hasta donde ella sabía, no hubo
pelea. Pocos días después, ella recordó algo que le había pasado
al doctor, después de que Joel le ordenó a Hedda salir de la

habitación. Green estaba acostado de cara al suelo, en el piso,


con sus manos sobre los ojos y Gregory Malmoulka "le pisaba
el cuello", como delicadamente, dijo ella.

El hecho de que Hedda estuviera tan bien enterada de los


detalles de la cirugía plástica a la que se sometió Green, sugiere
que la relación con los Green continuó aún después de que el

doctor fue golpeado.


Nussbaum, no pudo evitar hablar de los Green, cuando ella
rindió testimonio, aunque probablemente le aconsejaron insis-
tentemente que no lo hiciera. Fue como si se sintiera impulsada
a hablar de ellos, y como si deseara proteger a Joel. "Las con-
fusas ideas de Steinberg acerca de los Green", como las descri-

bió Nussbaum, prácticamente le dieron a sus abogados las ba-


ses para un alegato de locura, si Steinberg aceptaba que se hi-
ciera así.
Una cosa que Steinberg le contó a Maury Terry, acerca de
Michael Green, nunca se mencionó específicamente en el jui-
cio. Durante la visita de octubre de 1983 que hizo Green,
Steinberg dice que lo encontró con Hedda en circunstancias
comprometedoras. Le contó a Terry que un día, cuando él re-

gresó al departamento después de salir, los descubrió juntos en


el baño, medio vestidos. Si esto fue así, Steinberg se enfrentó a
178 Cosas verdes

la evidencia de una unión sexual entre las dos figuras más


poderosas en su vida. Pero por supuesto, también pudo ser otra
de sus historias.
Después dela muerte de Lisa, el Dr. Green fue interrogado

por Les dijo que estuvo cautivo en el departamento


la policía.

de Steinberg durante 24 horas, y contó que ambos lo golpearon


cuando él hizo preguntas acerca de la legalidad de la adopción
de Lisa. Hedda lo golpeó 40 o 50 veces y afirmó que ella gozó
con ello. Steinberg soltó a Green únicamente después de que
firmó un documento, declarando que Shayna había abusado de
Lisa (Steinberg pudo haberío guardado en un lugar seguro, en
caso de que alguna vez deseara chantajear a los Green). Y en
cuanto a la lastimadura, Green dice que fue simplemente roza-
dura de pañal.
Durante el juicio, la parte acusadora dijo que el documento
había sido fabricado solamente para denigrar a Shayna y forzar
a Green a demandara (aunque el divorcio no se consu-
que la

mó). Esto implica que tal vez Lisa no fuera atacada sexualmente.

Pero aunque Hedda negó muchas cosas, basándose en que eran


creencias que no tenía, ella todavía estaba segura de haber visto
la lastimadura en la vagina de la niña, en el verano de 1983.
Después de que Green se fue, Joel le pidió a Hedda los
nombres de todas las personas con las que había tenido rela-
ciones sexuales. En lo que se refiere a su pequeña hija, ni Hed-
da, ni Joel hicieron nada en su favor, aun cuando su "sospecha'*
se confirmó, como dijeron ambos.
A fines de diciembre, Hedda contactó a un desprogramador
llamado Paul Engel. El 31 de ese mes, Engel telefoneó a su
socia, Priscilla Coates, quien tomó algunas notas de su conver-
sación, notas acerca de un círculo sexual llamado el grupo
"Amamos" de Long Island, uülización de niños en películas
pornográficas, "hija catatónica, labios lastimados".
Cosas verdes 179

Para 1988, la idea de que los Green conducían un culto tenía


tan poco sentido para Hedda Nussbaum como su noción previa
de que "ella había tenido relaciones con prácticamente todo el

mundo".
Como un hombre primitivo, Joel Steinberg llegó a creer que
estaba poseído, aunque sus espíritus malignos utilizaban técni-
cas modernas, como la programación y el lavado de cerebro
para dirigir sus acciones. Por años, tuvo la ilusión de que él era

un programador, pero íntimamente debió saber que era total-


mente ineficaz, era un perfecto candidato a ser programado. En
toda su vida, sólo había sido capaz de controlar a otra persona:
Hedda Nussbaum. Y ahora los Green se apoderaron de ella. Por
supuesto, era Steinberg la presa que buscaban, pero ellos sabían
que podían servirse de Hedda para atraparlo. Ella era el medio
por donde fluía la voluntad de ellos, dentro de él. La voluntad
de ellos era enorme y poderosa, la suya, una concha vacía. Sólo
Hedda Nussbaum era lo suficientemente tonta para creer en la
voluntad de Joel Steinberg. Ella era el punto débil en su sistema
de defensa, tan maleable, que los Green incluso podían progra-
marla a distancia, utilizando el teléfono. Una palabra clave junto
con su nombre (la de Hedda era tetera), la ponía en un estado
de trance hipnónco. Mediante Hedda, Joel podría ser controla-
do por los Green. Nadie más podía utilizarse para programarlo
a él, porque sólo con Hedda, Joel bajaba la guardia.
Para 1983, Steinberg y Nussbaum habían ingerido tanta
cocaína que,si no hubiera estado Michael y Shayna Green,

probablemente darían otros nombres a sus demonios persona-


les. Pero el verdadero demonio que los atrapó era la cocaína.

Steinberg tenía mucha razón de evitarla durante tantos años;


una vez que empezó a fumar, su mente se deterioró con ra-
la

pidez. Tal vez su ilusión más fatal fue la convicción de que nada
podría destruir la cordura de Joel Steinberg. La creciente para-
180 Cosas verdes

noia queNussbaum describió en el juicio es muy típica del


consumo masivo de cocaína, al igual que la creciente propen-
sión de Steinberg a comportarse violentamente. Así como
Steinberg se volvió paranoico en relación con los Green, Nuss-
baum pudo finalmente haberse vuelto paranoica respecto a Lisa.
Si Steinberg tuvo siempre un enorme temor a ser controlado, la

peor imaginación de Hedda era que pudiera ser desplazada por


una rival. Sin embargo, al ser completamente sugestionable,
también aceptó y reforzó conscientemente el temor que Stein-
berg sentía por los Green. De los dos, Nussbaum siempre pare-
ció ser tanto la más "cuerda", como la más vacía.
En cierta forma, era muy conveniente para Steinberg y
Nussbaum creer que otras personas se habían apoderado de sus
voluntades. Les permitía hacer virtualmente cualquier cosa. La
idea de que los Green establecieron un invisible sistema de
control, daba una explicación lógica para la creciente desunión
que sentía, debido a sus actos, mientras su relación sexual se
hizo más extrema. Aun en su abyección, había un deseo de lógica,
pero ésta contiene una ineludible locura.
El que Joel admitiera que sólo era vulnerable por medio de
Hedda, le debió parecer a ella lo más cercano a una declaración
de amor que pudiera hacerle Joel. Steinberg viviócon Nussbaum
durante 10 años, en un creciente aislamiento. Lo que debió notar
y tener era lo complejamente que llegaron a fundirse uno con el
otro. El incorporaba la "debilidad" de Hedda Nussbaum, así
como ella asimilaba el "poder" de Joel Steinberg. Si convirtió a

Hedda en un máquina, él también podía ser robotizado. Ahora


tocaba a Joel temer lo que haría bajo las órdenes de Hedda.
Según Nussbaum, Joel realmente llegó a creer que ella fue

hipnotizada, que "aprendió a hipnotizar a otros, empezó una


relación en cadena y estaba hipnotizando a todos... a los que
conocíamos, y los utilizaba sexualmente".
Cosas verdes 181

Mientras expresaba esto, Ira London observó que una son-


risa cruzaba la cara de Hedda Nussbaum. Cuando el juez le
preguntó: "¿Sonrió usted, señorita Nussbaum?", Hedda sonrió
ampliamente. "Sí... entendí lo absurdo de todo el asunto'*.
Pero en otra conversación con London, Hedda indicó que
ellacomprendió ese aspecto de su vida, mucho antes que rin-

diera testimonio: "Joel insistía en que le dijera las palabras cla-


ves de diferentes personas, especialmente la de él, para que
pudiera protegerio de ser controlado. Pero no fui capaz de darle
ninguna, aunque lo intenté de muchas formas".
Respecto a la palabra "culto", Hedda le dijo a London: "Nunca
creí realmente que hubiera un culto". Para ella era simplemente
una "palabra conveniente". Sin embargo, las acciones de Joel
señalan que para él, el culto siguió siendo muy real. Entre 1984
y 1986, siguió combatiendo sus actividades, especialmente en
el área de pornografía con niños. Por supuesto, el mismo
Steinberg nunca se vio sometido a una investigación.
Hedda conocía con claridad a su hombre, sabía exactamente
cómo comportarse para mantener viva su obsesión con ella. En
una ocasión, Marilyn Walton le sugirió por teléfono que se
hiciera cirugía plástica; Hedda contestó que si alguna vez lo
hacía, Joel la abandonaría.
No fue sino hata el último día en que rindió testimonio que
Hedda recordó de repente la razón por la que Joel Steinberg la
golpeaba. No tenía nada qué ver con la hipnosis o con un culto.
Era la vieja preocupación de llevarla a una estado de verdad.
"El decía que intentaba ayudarme, que de esa forma me sacaría
de donde me encontraba. Y también decía que yo seguía min-
tiendo".

Cualquiera que sea la razón, las golpizas se sucedieron con


mayor frecuencia después de la visita de Michael Creen. Es
seguro que, durante 1984, Joel aumentara sus esfuerzos para
182 Cosas verdes

controlar los pensamientos de Hedda, limitando sus movimientos


con mayor severidad. En el pasado, Steinberg animó a Hedda a
presentar mucha atención a sí misma y a sus necesidades; ahora
aportaba ideas "benéficas diferentes'* acerca de sus propias
necesidades y hacía que ella las escribiera una y otra vez, como
si fuera una estudiante castigada. Incluso, él llamaba a esto sus

*'tareas'\ En una página, Hedda escribió la frase: **Quiero cui-


dar el cabello de Joel, cuidaré el cabello de loel", 26 veces. Otra
de sus "ideas benéficas" era una lista de diversas labores físicas

y domésticas: "Quiero cuidar la ropa de Joel, cuidaré la ropa de


Jocl y su trabajo y sus problemas y sus rasuradas y sus
sentimientos y sus camisas y la comida y lo que él prueba y lo

que él se viste y lo que


hace para ejercitarse y su salud, su
él

seguridad, su felicidad, sus dientes, sus pensamientos". Tam-


bién esto Hedda tuvo que copiarlo bastantes veces. Joel Stein-
berg tenía una ingenua confianza en la eficacia de las repeti-

ciones. Tal vez esperaba que si no resultaba otra cosa, podía


programar a Hedda para que se convirtiera en una ama de casa
perfecta. En casa de su madre, al menos serviría para limpiar los
pisos.

Con frecuencia, a altas horas de la noche, mientrasfumaban 1


cocaína, Joel y Hedda perseguían la verdad, mediante un no-
vedoso —y peligroso —
método. "Aproximadamente durante
un año, Joel me animaba para que inventara historias y fanta-
sías con lo que yo llamaba imágenes de eventos supuestos' ".
La idea era que mientras Hedda liberaba sus fantasías, esto provo-
caría "desbloquear el bloqueo": la información que a ella le

parecía muy doloroso recordar o que la hipnosis hizo que ella


suprimiera. "Si yo hablaba de lo que sucedía, aliviaba mi alma".
Joel, por supuesto, no era sólo su terapeuta, también su sacer-
dote.
Cosas verdes 183

La mayor parte de los '^eventos supuestos", que Hedda pes-


caba para Steinberg en esas largas noches insomnes, eran su-
cesos de naturaleza sexual. Eso era lo que Joel buscaba — des-
cripciones gráficas de lo que él llegó a imaginar que Hedda
hacía con los Green, así como con otros miembros de su círcu-
lo. Cuando Ira London le preguntó a Hedda si de hecho otras
parejas estaban involucradas, sus palabras se hicieron bastante
elaboradas: "Sí, supuestamente había otras personas involucra-
das". Supuesto y supuestamente eran palabras en las que se apo-
yaba con frecuencia en esta parte de su testimonio. Estas cosas
que Hedda "supuestamente" hizo "eran ideas que estaban en mi
cabeza —
yo diría que las puso en mi cabeza Joel Steinberg".
Ahora resultaba que, al menos durante cuatro años, Hedda
con^partió los paranoicos fracasos de Steinberg, acerca de la
utilización de la hipnosis, el chantaje y la programación para
que ella "recordara los hechos en cierta manera".
Hasta que varios meses de terapia la convencieron de lo
contrario, Hedda dice que tenía una fantasía bastante persis-
tente en la que ella se el abuso sexual de los
ve involucrada en
niños: "Bueno, que otra mujer, que era amiga de Shay-
yo creí
na, llamada Paula, también hipnotizaba a la gente y abusaba de
los niños, tomando videocasetes de encuentros sexuales con
ellos; ella forzaba a la gente que hipnotizaba a tener relaciones
con estos niños, y lo grababa y lo vendía en una tienda de videos
que supuestamente tenía". "Supuestamente" Lisa fue una de las
pequeñas víctimas de Paula. Hasta 1988, Hedda imaginó que
ella había sido hipnotizada para que hiciera que Lisa apareciera
en algunas de estas cintas, y que ella misma había participado.
Joel, por supuesto, quería saber todo acerca de estos actos por-
nográficos. Y
Hedda, naturalmente aceptó, sacando otros re-
cuerdos de "supuestos" eventos de la misma naturaleza. Como
lo dijo en un momento, casi con orgullo, su imaginación se tomó
184 Cosas verdes

"muy una mente traviesa. En esas


creativa", pues siempre tuvo
noches en que Hedda hilaba sus '^fantasías", con Joel escu-
las
chándola con embeleso, ella debió sentirse tan poderosa como
Scheherezada.
Para 1984, los pensamientos de Hedda Nussbaum acerca de
que Joel llevó a casa eran difínidamente perversos. Las
la niñita

madres que aman a sus hijos pueden tener un intenso temor de


que éstos sean secuestrados, molestados o violados, pero sería
mucho más doloroso y atemorizante que imaginara escenas en
las cuales ocurrieran tales cosas.

Evidentemente, Nussbaum no tem'a ninguna dificultad para


visualizar la violación de Lisa e informar a Joel los brutales
detalles. ¿Le parecieron a Joel estos recuerdos de Hedda sobre
^'supuestos" sucesos, simplemente dolorosos y molestos? Uno
no puede dejar de sospechar que pudieron haber sido muy esti-
mulantes sexualmente para ambos. Tener la fantasía de un acto
sexual es, con frecuencia, el preludio de su realización; al menos,
es un reflejo del deseo.
Las fantasías que ellos compartían podían ser inspiradas por
la pornografía infantil. Ese material con frecuencia lo reúnen

personas que utilizan a los niños sexualmente y se puede con-


vertir en una importante evidencia cuando quienes los realizan
son llevados a juicio, como sin duda sabía Steinberg. Judy
Cochran, experta en el cumplimiento de la ley, con la que hablé,
sospecha que la mañana del 2 de noviembre de 1987, la pareja
invirtió las horas anteriores a que llamaran a la ambulancia, en
deshacerse de una incriminatoria colección de pornografía.
Nussbaum pudo seguir con la operación mientras Steinberg
estaba en el hospital y ella se quedó sola en el departamento, sin
vigilancia de la policía. La única fotografía pornográfica que se
encontró más tarde en la casa era una toma de Hedda desnuda y,
exponiendo su pubis.
Cosas verdes 185

Cuando Lisa cumplió cuatro años, Joel y Hedda tenían una


nueva amiga que algunas veces se quedaba con ellos en el
departamento, como lo hacía Michael Green. Esta joven mujer
era una prostituta que había estado implicada en el asesinato de
uno de sus un motel de Nueva Jersey. Más tarde dijo
clientes en
a los investigadores que tuvo relaciones tanto con Steinberg
como con Nussbaum, y que ellos la invitaron a poner su boca en
la vagina de Lisa que, Joel dijo, "era la parte más hermosa de

ella". ¿Fue esto un invento de su parte, o un recuerdo de algo

que sucedió realmente? ¿Fue este uno de los acontecimientos


que le sucedieron a Lisa Steinberg durante su vida?
IV

La corta vida de
Lisa Steinberg
I
A Iguien que muere a los seis años no tiene mucha historia,
ninguna hazaña y pocas citas memorables. Los testimonios
coinciden para damos la personalidad de una pequeña víctima:
una niña adorable. Ella siempre era muy dulce, etc. En el caso
de Lisa, resulta difícil asimilar la cuestión de su formación, de
la educación que recibió en la casa de Steinbcrg.
En todos los medios de comunicación, Joel Steinberg ha dicho
que Lisa Steinbcrg fue su creación, una muestra de su amor y
cuidado. Los adjetivos se amontonan en su boca: brillante, ale-
gre, afectiva, capaz de comunicarse, atlética. En una entrevista
por televisión, dijo incluso que "Lisa no fue infeliz un solo día
de su vida". Hedda, en contraste, parece incapaz de describir a
más trilladas dice qué clase de
su hija; apenas con las palabras
Lo que mejor recuerda Hedda acerca de Lisa era
niña era Lisa.
que siempre hacía mucho ruido para dormir. Tal vez reconoció
cuánta violencia se le apHcó a la conciencia de la niña y ahora
190 La corta vida de Lisa Steinberg

deseaba convencer a la gente de que Lisa se las arregló para


dormir, a pesar de las pesadillas en la casa de Steinberg.
¿Pudo una niña con una historia como la de Lisa, tener la
capacidad de gozar de la vida? ¿Y cuándo dejó de hacerlo así?
Crecer en circunstancias extremas, agudizó sus percepcio-
nes desde el principio, pero ¿se hubiera ella convertido en una
persona extraordinaria o en alguien amargamente destruido?
¿Qué hubiera hecho con tan terribles conocimientos? ¿Qué más
le habría sucedido?
Son precisamente los niños como Lisa Steinberg, los que la
psicoanalista Alice Millcr describe como "inteligentes, alertas,
extremadamente sensitivos" quienes aprenden exage-
atentos,
radamente bien cómo estar "completamente a tono" para satis-
facción de sus padres, completamente "a su disposición" y "listos
para que los utilicen". Con todo lo resistente que hubiera sido,
es muy probable que Lisa Steinberg hubiera llegado a estar más
perturbada en su personaHdad que Hedda, aun cuando luchara
por no parecérsele. Irónicamente, Lisa parecía no estar a tono
con Hedda; la persona a cuyos deseos se plegaba con frecuencia
era Joel.

"La nena de papá" es como la ve Marilyn Walton. Declaró:


"En Lisa, Joel Steinberg encontró al único ser humano que lo
amó siempre sin reservas". Sin embargo, este tipo de amor es
ideal sólo cuando se produce entre personas en igualdad de
circunstancias. ¿Qué reservas pudo tener Lisa? ¿Bajo qué pa-
rámetro de comportamiento pudo ella comparar a su padre con
los de otras niñas? ¿Cuánto sabía una niña excepcionalmente
brillante de seis años, comparado con lo que sabía Hedda o Joel?
De manera trágica, hasta los últimos meses de su vida. Lisa
Steinberg pareció tener una sensación errónea de su propio poder.
Casi siempre podía estar segura de que era la favorita de la
La corta vida de Lisa Síeinberg 191

persona más poderosa del mundo. Si Joel le acariciaba sus


genitales, probablemente eso sólo contribuía a haceria sentir
más importante. Si otros adultos también lo hicieron, el daño
psicológico hubiera surgido en el futuro. Y en cuanto a que Joel
golpeaba a Hedda, con toda probabilidad Lisa tomaba eso como
normal. Mam i hacía cosas que enojaban a papá, así que papá la
castigaba muchas veces. Joel redujo a Hedda a un estado de
dependencia infantil. Excepto cuando Hedda jugaba con Lisa a
la maestra, mostrándole cómo leer o escribir, Lisa debió consi-
derarla suhermana mayor, amenazadora y peligrosa. La pala-
bra "madre" no tuvo, para Lisa, el significado que tiene para
otros niños.
A muchas mujeres les gustaría pensar que Lisa se identifi-
caba con Hedda y hasta llegan a pensar que intentaba protegerla
de Joel, pero no hay referencias en ese senüdo. La relación entre
la mujer de mediana edad y la niña pequeña era "absolutamente
fría", incluso cuando Lisa tenía apenas dos años, según Marilyn

Walton. Aunque Lisa obedecía a Joel, le contestaba a Hedda.


Dice Marilyn que con Hedda, Lisa asumía una actitud de
"confrontación". Para cuando cumplió seis años, debió imitar a
Joel, respondiendo a cada uno de los regaños o golpes de Hed-
da.
Hedda dijo en su comparecencia que nunca castigó física-

mente a Lisa. ¿Ni una sola vez? Difícilmente cualquier padre


puede declarar eso. Tampoco ninguna persona adulta pasa su
vida, como Hedda jura que ella lo hizo, sin sentir o mostrar
jamás enojo. Hedda nunca habló de cómo disciplinaba a Lisa.
Según su testimonio, esto estaba completamente en manos de
Joel. Hasta que Lisa cumplió cuatro o cinco años, Steinberg
sólo la casügaba verbalmente, dijo Hedda, aunque también este
tipo de reprimenda puede ser tremendamente destructivo para
un niño.
192 La corta vida de Lisa Steinberg

Uno no puede explicarse cómo se cortó el labio Lisa, cuando


tenía un poco más de un año y que horrorizó a las mujeres de
Random House, ni la cortada en la cara que notó Diane
Margolies, seis meses después, cuando ella se encontró a Joel,
Hedda y Lisa en una farmacia en el pueblo. Sin embargo, Diane
pensó que la pequeña parecía "muy expresiva, amigable y
afectuosa" esc día. También un amigo de Louise Pnce se
encontró a Hedda llevando a Lisa en una carreóla. En esa oca-
sión, Lisa tenía un ojo morado. Hedda dijo que se había caído
en el patio. Pero, como cualquier mamá sabe, los niños peque-
ños generalmente se lastiman la frente o se raspan la barbilla

cuando se caen de cara.


Las declaraciones del Joel Steinberg acerca de cómo cuidaba
Hedda a Lisa siempre fueron marcadamente inconsistentes.
Antes de que Marilyn Walion declarara en su defensa, él le
mandó un mensaje diciendo que no quena que dijera nada que
hiciera parecer a Hedda como una mala madre.
Pero comportamiento de Steinberg en el verano de 1983
el

parece indicar que empezó a comprender que había cometido


un error al llevar a Lisa a su casa. Llamó a Marilyn Walton a
Dallas y le dijo que le gustaría que criara a Lisa. Marilyn aceptó
y Joel le prometió que le enviaría muy pronto los papeles de
adopción, aunque éstos no existían. Después de esta con-
versación, Joel cambió de opinión y en seguida envió a Lisa con
los Green.
Tal vez lo peor de Joel es que era capaz de tener remordi-
mientos. Sabía lo que tenía que haber hecho por Lisa, y dónde
hubiera estado a salvo; en lugar de eso, decidió hacer algo que
era claramente destructivo. Es ese conocimiento y tales deci-
siones las que parecen verdaderamente malvadas. Su decisión
de conseguir un bebé, a pesar de cómo vivía, involucraron la
misma clase de conocimiento y selección. A Hedda le gustaría
La corta vida de Lisa Síeinberg 193
I
creer que ella no hizo elección. Sólo hizo lo que le dijeron, acep-
tado todo lo que Joel quería.
Los intentos de huida son muy importantes para tipificar a
Nussbaum como mujer golpeada y víctima. Entre 1983 y 1985,
ella dejó la casa cinco veces. No mucho después de cada una de

esas salidas, le telefoneaba a Steinberg y le decía dónde estaba,


pensando siempre, según dijo en el juicio, que él podía preocu-
parse acerca de ella. Tal vez el principal objetivo en dejarlo era
escenificar un dramático retomo. Con seguridad, antes de que
Lisa llegara a sus vidas y empezara a captar más y más la aten-
ción de Steinberg, Hedda Nussbaum nunca intentó escapar. El
regreso estaba por encima de todo en la mente de Hedda, aun
después de que Joel le lastimó el brazo; ella estaba determinada
a vivir con él para siempre.
Muchas mujeres golpeadas reúnen el valor para escapar
cuando comprenden que sus niños también están en peligro de
ser golpeados. Debe recalcarse que Hedda Nussbaum nunca
consideró llevarse a Lisa con ella. "Pensé que estaría mejor bajo
el cuidado de Joel", le explicó a Peter Casolaro, en 1988. Cuando
él le preguntó por qué lo pensó así, ella tenía lista una respuesta
altruista; Hedda pensó generosamente que Joel era mejor pa-
dre: 'Tensé que tenía una tremenda visión y habilidad para
manejar a la gente —
incluyendo a los niños y era muy sen- —
sitivo,y que yo tenía todos esos problemas y obviamente cau-
saba conflictos en casa". Sin embargo, entre líneas uno puede
imaginarse a Hedda diciéndole a Joel, entre lágrimas, cuando
regresaba con él: "Bueno, pensé que ya no me necesitabas".
Por supuesto, los problemas a los que aludió Hedda en el

juicio eran sólo "supuestos", porque provenían de su "supues-


ta" relación con el culto. Cuando hizo su declaración, ella ya no
creía que los hubiera tenido.
Como el ayudante de fiscal del distrito, Casolaro, repasó sus
194 La corta vida de Lisa Steinberg

inútiles escapadas, Hedda insistió en que se hubiera alejado de


Joel si las personas a las que pidió ayuda la hubieran recibido
adecuadamente. Nadie quería hacer lo suficiente por Hedda
Nussbaum. En febrero de 1984, cuando ella dice que buscó
refugio una mañana, en un asilo para mujeres de Canal Street, el
insensible administrador le dio para el pasaje y le dijo que
acudiera al hospital Bellevue. Después, una ocasión, ella tomó
un tren hacia Connecticut y le telefoneó a una amiga desde la

esta-ción. La maternal mujer que alguna vez colaboró para


Random House al principio pareció encantada, pero su alegría
de tener a Hedda como invitada inesperada, pronto se desvane-
ció y llevó a Hedda con una trabajadora social. Esa actitud
práctica resultó insultante. Hedda también escapó una vez a la
oficina que tenía en Grcenwich Village el hermano de un viejo
amigo, a quien ella no había visto en mucho tiempo. Le dijo a
este hombre que iba a dejar a Joel y le pidió si se podía quedar
con él y su esposa durante unos días. "A él no le pareció esta
idea y me dijo: 'Mira, a Joel le debes algo más que salir sin darle

explicaciones. ¿Por qué no lo llamas?' Y me insistió en eso.


Incluso pudo marcar él mismo, no recuerdo... Así que hablé con
Joel."
"Cada vez que me iba", explicó Hedda, "siempre acudía con
personas que me conocían y respetaban y que en realidad no
tenían relaciones con Joel". Pero inevitablemente, las personas
a las que acudía no eran las que la hubieran ayudado verdadera
y eficazmente. ¿Por qué nunca se puso en contacto con su her-
mana, Naomi Weiss, o incluso Risa? ¿O con las mujeres de
Random House, que se preocupaban tanto por su bienestar, Betty,
Janet Shulman o Ann Christensen? En 1987, cuando Ann
Christensen le envió flores a Hedda al Hospital Elmhurts, Hedda
le escribió a Joel que le daba gusto que en el hospital no le

permitieran tener ese desagradable aroma.


La corta vida de Lisa Steinberg 195

La escapada, en febrero de 1984, que la llevó al Hospital


Bellevue parece desgarradora, pero no hay duda que su resul-
tado (Joel acudió a su lado al hospital) le dio una tremenda sa-
tisfacción emocional. Cuando llegó a la sala de emergencias,
Hedda le dijo a los doctores que se había caído de las escaleras.
Cuando quisieron saber acerca de unas lesiones anteriores en su
cuerpo, tenía listauna explicación: *'Me las hice porque parti-
cipé en un culto, involucrado con sexo y asesinato". Cuando le
dijeron que no creían su historia acerca de la caída, Hedda salió
con otra: "Les dije que estuve viviendo en y que me
la calle
daba pena eso y que me atacaron algunos hombres que me
golpearon". Ese día su mente trabajaba muy creativamente, para
no involucrar absolutamente a Joel con las lesiones.
Cuando Casolaro le preguntó: '*¿Por qué les contó la historia
del culto?", Hedda contestó: "Porque la creía". Sin embargo,
los doctores del Bellevue no. Así, aunque Hedda les dijo que
vivía en el asilo para mujeres de Canal Street, al final les dio el
número de Joel. Ella les dijo que si llamaban a ese número podían
verificar su historia.
Quién entraña a la habitación de Hedda, muy pronto, sino
Joel. "Yo estaba recostada y él se me acercó, me levantó, me
abrazó y me
hizo sentir muy, muy contenta de verlo. Me trató
con mucha delicadeza y eso me hizo mucho bien. Recuerdo que
mi compañera de habitación me dijo: Tu esposo parece tan
Hedda estaba tan contenta de reunirse con Joel, que
cariñoso'."
inmediatamente salieron del hospital. Cuando recordó este in-
cidente durante el juicio, su voz sonaba embelesada.
La última vez que Hedda Nussbaum vio a su madre fue el 14
de mayo de 1983, cuando ella llegó a la fiesta del segundo
cumpleaños de Lisa. En esa ocasión, Joel le dijo a Hedda
Nussbaum que no quería que los volviera a visitar. Que no le
gustaba cómo veía a Lisa; que molestaba a la niña. Que la madre
196 La corta vida de Lisa Steinberg

de Hedda era una mentirosa y una mala persona. Hedda no lo


contradijo (como siempre, aceptó la sabiduría de Joel). Pero
seis o siete meses más tarde, en 1984, telefoneó a casa de sus
padre y su papá que viniera por ella. Aunque Joel salió
le dijo a

con Lisa, no aprovechó la oportunidad para escapar a un


ella
lugar seguro inmediatamente. Steinberg regresó con la niña y
encontró a Hedda en casa, sacando sus ropas del closet. Cuando
ella le dijo que iba a llegar su padre para llevársela, Joel le
contestó, tirándola al suelo. Después, le dijo que tomara un baño
de agua fría, porque la caída había lastimado su pierna. Joel
confiaba en que el tratamiento con agua fría "eliminaba la hin-
chazón de las heridas, y algunas veces lo usaba como castigo".
Con Joel, ella no podía distinguir lo punitivo de lo terapéutico.
A veces, él la golpeaba para mostrarte una lección, pero ella no
entendía de qué lección se trataba.
Hedda bañando cuando llegó William Nussbaum.
se estaba
Joel hizo que el anciano llevara a Lisa a la tienda y le dio una
lista de las cosas que tenía que comprar. Cuando regresó William

Nussbaum, Hedda salió del baño. "Todo está bien, papá", le


dijo Hedda a su padre. Como no parecía haber nada que Hedda
deseara pedirle, William Nussbaum se fue. ¿Se preguntó algu-
na vez por qué su hija no le rogó que rescatara a su nieta de
Joel?
Algunos meses después, William Nussbaum llegó a la casa
inesperadamente. Cuando él tocó el timbre, Joel hizo que Hed-
da le dijera por el interfón que le llamara por teléfono desde la
esquina; Joel no permitiría que entrara. Según Hedda, su telé-
fono no funcionaba bien. Algunas veces no lo oían sonar. "Eso
sucedió ese día y mi padre pensó que era deliberado que no
contestáramos el teléfono. Y pienso que, aunado a que a mi

padre le prohibieron venir a nuestra casa, él decidió no regre-


sar." Esto también pudo ser deliberado. Hedda y Joel pudieron
La corta vida de Lisa Steinberg 197

sentarse a esperar a que dejara de sonar el teléfono. Pudo ser


como cuando Marilyn llegó a casa con Lisa y Hedda no quería
dejarlas entrar.
Para entonces, el aspecto de Hedda más alarmante de lo
era
que había sido durante la visita de Marilyn, en 1983. Su nariz
había sido achatada permanentemente y tenía la oreja de coli-
flor. Su cara estaba indeleblemente marcada con las huellas del

dominio de Joel. Apenas salía del departamento. Aparte de las


labores del hogar, que hacía cada vez con menos eficiencia, le
servía de secretaria a Joel. Llevaba su agenda, contestaba el
teléfono y le investigaba cosas. Con esto, Hedda aprendió mucho
de leyes. Todavía tenía sus propios proyectos — la investiga-
ción para el libro acerca de la cocaína y dos libros de demono-
logía para adolescentes. Si deseaba salir, le tenía que pedir
permiso a Joel. Algunas veces, hacía sus compras muy tarde, en
una tienda que abría las 24 horas, en la Avenida de las Américas.
Cuando sus heridas estaban recientes, ni siquiera iba al

supermercado —
el proceso de curación le tomaba generalmente

dos semanas. Se acabaron los días en que acompañaba a Joel a


fiestas y a cenas con sus clientes, de las que tanto disfrutaba
Hedda. Joel le decía a Hedda que no le parecía que la vieran con
*
él, y que no quería sentirse avergonzado de su 'comportamiento

inadecuado". Sentía que Hedda había vuelto a sus viejas


costumbres. Después de todo, no había tenido éxito en guiarla a
su verdadera personalidad.
Por supuesto, algunas personas los visitaban. Por ejemplo, la
prostituta de Nueva Jersey; Greg Malmoulka; el productor de
películas pornográficas, y el Dr. Peter Sarosi, a quien ellos
conocieron en 1982, después de que Michael Bergman tuvo su
primer ataque al corazón y se retiró.
Joel y Hedda debieron tener algunos contactos con los Creen.
(Michael y Shayna Creen todavía estaban juntos; después de
198 La corta vida de Lisa Steinberg

todo no se divorciaron.) En algún momento, durante 1984, Hedda


tuvo que escribir una nota para recordarse a sí misma lo peli-

grosos que eran los Green, "pues no debemos olvidar" cómo


ellos "programan, lavan el cerebro y lastiman". Sin embargo,
según un reporte de la policía,Hedda y Joel acudieron ese año
a la fiesta de Año Nuevo de los Green.
Para Steinberg, el culto se estaba expandiendo, apoderándo-
se cada vez de más personas. La nota de precaución que hizo
Hedda acerca de los Green, mencionaba a Bobby Meriino y a su
hermana Judy. También ellos, como los Green, tenían el poder
de hipnotizar a Joel y Hedda, y haceries olvidar el peligro en el
que estaban. Las pláticas nocturnas que Joel tenía con Hedda se
enfocaban cada vez más en la creciente amenaza. Joel le rogaba
a Hedda que le revelara su palabra clave; creía que, una vez que
la supiera ya no podría utilizarla para programado. Una ocasión
le pegó porque ella aún no podía decirla.
Temía cada vez más la ascendencia de Jud^ sobre Hedda,
aunque Hedda ya no la veía más. La última vez que Hedda vio
a su hermana, fue cuando Judy y su hijo salieron junto con Lisa,
un día de 1984. Cuando Judy regresó a Lisa a su casa, subió con
ella, mientras su hijo las esperaba enfrente del edificio. Hedda
tenía un ojo morado y no quería que Judy la viera. "Así que Joel
le dijo que un doctor me sugirió que yo no debería mirar a nadie,
porque estaba muy expuesta. Judy se sentó en la mesa del
comedor, con su espalda hacia la sala. Yo hablé con ella, des-
pués me acerqué y me paré detrás... y ella me tomó con sus
manos. Yo estreché las suyas y platicamos, pero nunca nos vimos
una a la otra."
A Judy no le convenció la explicación que le dio Joel, sobre
el estado de Hedda. Después de la visita, le envió una carta

diciéndole a su hermana menor que todavía la amaba. Joel in-


terceptó la carta y le dijo que estaba llena de palabras clave. Ella

I
La corta vida de Lisa Steinberg 199

no debería leerla ni volver a ver a Judy, porque Judy podía


ponerla en trance hipnótico.
Una nueva serie de creencias insensatas acerca de la historia

y la famiha de Hedda, surgieron de la cabeza de Joel, creencias


que reflejaban su creciente temor hacia Hedda, la Hedda Nuss-
baum que Joel creó con sus "terapias" y sus golpes. En la cre-

ciente perversidad y brutalidad de sus relaciones, tal vez intuía


el potencial de su propia ruina. Algún día iría demasiado lejos,

porque Hedda lo permitía todo. Lo que ponía en mayor peligro


a Joel eran las mortales sugerencias implícitas en su sumisión.
¿Qué convirtió a Hedda en
que ahora era? Ciertamente él no
lo
podía hacer nada, solamente intentó ayudarla. Llegó a imaginar
que los Green se apoderaron de ella por lo que ella aprendió de
su madre. Emma Nussbaum era una bruja que realizaba rituales
de magia negra provenientes de su vieja patria, en los cuales
ella inició a sus hijas. Steinberg también fantaseaba que el padre
de Hedda la dañó irreparablemente, al realizar prácticas sexua-
les con ella cuando era niña. Sin embargo, según Joel lo veía,
estono era realmente incesto, porque decidió que Hedda nació
en Europa y su verdadera familia la regaló con los Nussbaum.
Le estaba creando a Hedda una historia muy similar a la de
Lisa; Joel estaba convencido de que Lisa también había sido
violada por su abuelo. Entre lo que Joel creía que los Green le
hicieron a Lisa y lo que le hizo el padre de Hedda, la niña cier-
tamente había perdido su inocencia, aunque Joel Steinberg no
tenía la culpa.
Hedda parece haber aceptado esta fantástica versión de
Steinberg. Tal vez sus historias parecían tener algún sentido
psicológico que traían a la memoria sus viejos sentimientos de
debilidad y de rechazo. Después de 1984, ella nunca intentó
reestablecer el contacto con su familia; obedeció a Joel en esto,
aun en las ocasiones en que escapó. Cuando ellos le hablaban
200 La corta vida de Lisa Steinberg

ocasionalmente, ella les platicaba muy brevemente, mientras


Joel escuchaba por la extensión.
Por el contrario, desde 1984 hasta octubre de 1987, la rela-
ción de Joel con su propia madre nunca había sido mejor. Ahora
que él eraun hombre de familia visitaba regularmente a Char-
lotte Steinberg, casi como un hijo de clase media convencional,
y llevaba a Lisa para hacer gala de ella. Charlotte Steinberg
disfrutaba con su nieta, la niña que siempre deseó. Le hacía
muchas fiestas, ledaba baños y la vestía con ropas nuevas, que
ella le escogía. Algunas veces, Joel le hablaba a su madre de sus
métodos de crianza. Le estaba enseñando a Lisa a ser muy inde-
pendiente, a no temerie a nada. Chariotte Steinberg pensaba
que Joel estaba loco por vivir todavía en ese departamento, ahora
que ya era papá. ¿Por qué no se mudaban a una casa? Aunque
Hedda acompañaba a Steinberg en sus visitas cada vez menos,
Chariotte Steinberg le tenía cariño a Hedda. A pesar de todo,
parecía que su hijo se había desarrollado. Tenía que ser un
hombre muy inteligente, a pesar de sus extravagantes historias,

puesto que ya había amasado un par de millones de dólares.


Chariotte le dio algo de su dinero, para que lo invirtiera por ella
en el mercado de valores.
La corta vida de Lisa Steinberg 201

p
sus enemigos
ara 1985, aunque los
mortales
Green ya
y estaba claro que
se habían convenido en
Hedda ya no
progresaría, sin duda Joel Steinberg todavía creía en lo que una
vez le contó Iván Fisher: "Las relaciones son trofeos, como
dinero en el banco. Avanzas con ellas". Nunca fue una filosofía
altruista. Es algo que se asemeja al desarrollo de las grandes
empresas, un proceso que Jocl comprendió antes de que mucha
gente se fijara en él. Cuando Jocl hablaba metafóricamente acerca
de intervenir en el mercado de las relaciones, sin duda lo que él
quería decir era que se podían cobrar intereses. Por ejemplo,
sabía que Lisa era una inversión muy grande. El en realidad
esperaba que la tasa de recuperación de su inversión también
fuera muy grande.
Aunque Hedda atendía las necesidades físicas de Lisa, era
Joel quien jugaba con la niña y se sentaba con ella a ver los
programas infantiles de televisión. Joel decidía su educación
moral y tomaba todas las decisiones relacionadas con su desa-
rrollo. Después de que Lisa cumplió cuatro años, Joel empezó a

trabajar con mayor empeño para moldearla como una compañía


deliciosa e ideal. Con una mujer adulta como Hedda, la perso-
nalidad femenina ya está formada, así que invertir en un
proceso para moldearla no necesariamente acarrería dividen-
dos.

Joel deseaba que su hija de cuatro años nadara, bailara y se


convirtiera en una atleta completa; quería que Lisa fuera muy
delgada, por supuesto ajustándose a su ideal de la belleza fe-
menina. También deseaba que fuera capaz de conversar con él,

inteligentemente, de arte. Hedda se atareaba verdaderamente,


escoltando a Lisa a las diferentes clases en Greenwich Village.
La gente que vivía en Tenth Street veía frecuentemente a
202 La corta vida de Lisa Síeinberg

Stcinberg en la calle con su niña, sosteniéndole la bicicleta o


enseñándole a patinar.
En
efecto, si no fuera por los alarmantes sonidos que se es-
cuchaban provenientes del departamento de Steinberg, Joel
hubiera parecido un modelo de *'padre comprometido'*. Las
clases a las que asistía Lisa estaban llenas de niños de padres
ambiciosos, decididos a que sus hijos aprendieran muchas cosas
desde pequeños. Joel llevaba con frecuencia a Lisa a sus clases
de Ballet en el Green House Music School. Cuando lo hacía, se
quedaba toda la hora, atisbando tras sus gruesos anteojos a las
pequeñas ballerinas y los adorables cuerpecitos redondeados en
sus ajustados leotardos. Ningún otro padre mostraba tal interés,
o se quedaba incluso a observar la clase.

Cuando Lisa con Joel, no actuaba como una niña que


salía
temiera a su padre. Dice Marilyn Walton, que para Joel, **Lisa
era perfecta. Cualquier mujer quedaba detrás de ella. Si le decían
no temía darle un consejo a
algo, realmente lo analizaba". Lisa
un adulto. con su hija, en lugar de hacerlo
Joel discutía decisiones
con Hedda. Marilyn decía a Joel que iba a estar muy ocupado
cuando Lisa tuviera 18 años.
Marilyn se ponía en contacto, aunque estuviera en Dallas o
de con Joel y con Lisa, por teléfono, y con frecuencia le
gira,

enviaba regalos a Lisa. Y Lisa le enviaba tarjetas de agradeci-


miento hechas por ella misma, con crayones. Cuando ella cre-
ció, Joel supervisaba la redacción de amables recados. Lisa tenía
unos modales encantadores, contrastando con los de Joel, quien
con frecuencia era deliberadamente rústico.
Respecto a las reglas de conducta para niñas, obedecía con
frecuencia a Marilyn, llamándola por larga distancia para con-
sultaría. Una de las cosas que Joel le enseñó a Lisa era que si

alguna vez estaba en problemas, Marilyn era la persona a la que


tenía que acudir. Marilyn la cuidaría.
La corta vida de Lisa Steinberg 203

Cuando Lisa ya no cabía en el portabebé que le regalaron los


padres de Hedda, empezó a dormir en que estaba
el sofá beige,

junto a una de las ventanas de la sala. Ahí jugaba con sus mu-
ñecas, veía 'Tlaza Sésamo" y dibujaba. Guardaba sus juguetes
y sus dibujos debajo del sillón; los crayones iban a parar junto a
las boronas y la pelusa que se quedaba entre los cojines.
Ciertas noches, tal vez un par de veces a la semana, Hedda se
atareaba en la cocina, preparando algo de cocaína de la reserva
que siempre tenía en casa y mezclándola con éter, después de
consultar su archivo de recetas para variar los efectos. Ella
encontraba todo esto muy interesante, "en un nivel intelectual".
De sus numerosas lecturas, ella aprendió a hacer muchas prue-
bas diferentes. Cuando una nueva provisión de coca llegaba a la
casa, era capaz de examinarla para ver con qué estaba cortada.
Le divertía examinar los cristales. Incluso tenía corresponden-
cia con otros expertos en la droga. Era realmente fascinante, y
también muy útil, aprender cómo las diferentesmezclas afec-
taban las diferentes partes del cuerpo. Aunque Hedda se con-
virtió en una experta conocedora de la cocaína, cuando fue in-
terrogada en el juicio, ya no recordaba cómo la hacía sentir la
cocaína. ¿Generalmente la aceleraba o la relajaba? "Tal vez me
relajaba más", pensó ella.
Seguramente, las propiedades anestésicas de la droga les
debieron servir a ella y a Joel para avanzar más y más en sus
aventuras sadom»asoquistas. Los investigadores encontraron
ciertos objetos deiatadoresen el departamento: esposas y un
un obturador, utilizado para expander el ano. Previa-
látigo, y

mente, Karen Snyder notó un objeto más grande. Un día en que


estaba abierta la puerta del departamento 3W, a Karen le ho-
norizó ver un aspirador uterino en el piso del vestíbulo. Los
aspiradores uterinos se utilizan para realizar abortos; también a
veces se usan en la filjnación de películas pornográficas. Por
204 La corta vida de Lisa Steinberg

supuesto, más tarde Joel tuvo una explicación para la presencia

de la aspiradora en el departamento (en realidad tenía dos): los


utilizaba para achicar agua de su bote. Y como otros de los
artículos sexuales, eran muestras gratis de una compañía a la
que representaba.
La obsesión de Joel Steinberg hacia los Green era como su
adicción a la cocaína y al sexo sadomasoquista. Continuaba
desarrollándose, mctamorfoscándose en su mente. Ahora, los
ojos de Hcdda lo alarmaban enormemente; a veces, ella tenía
cierta mirada fija que parecía un signo seguro de que estaba
entrando en trance hipnótico, de que los Green o uno de sus
muchos agentes la estaban controlando.
Los Green siguieron acosando a Steinberg hasta su separa-
ción de Hedda, el 2 de noviembre de 1987. Sin embargo, du-

rante algún tiempo lo hicieron desde las minas, en Pennsylva-


nia. En octubre de 1983 — el mismo mes del encuentro descrito
por Nussbaum que culminó en una golpiza a Green — el doctor
se metió en dificultades profesionales. Le pidieron que se reti-
rara de un grupo de especialistas en enfermedades pulmonares
de Long Island. El Dr. Green "no llenaba los requerimientos de
mcmbrcsía" en meses "anteriores a su separación", fue el
los
ambiguo reporte que el Dr. Jcrome Weiner dio a la prensa, en
1988. Durante junio de 1985, Green abandonó a abruptamente
la práctica privada y se retiró a tres hospitales del condado de

Suffolk. Así, los Green dejaron el lugar. Dos años después, los
detectives que investigaban el caso Steinberg se enteraron de
que había una razón para sospechar que la salida de Green pudo
deberse a una acusación de hostigamiento sexual, hecha en uno
de los hospitales, por una estudiante de radiología. Sin embar-
go, nada se probó realmente. Cualquier seguimiento por parte
del hospital, se detuvo cuando el Dr. Green se fue a vivir a otro
estado.
La corta vida de Lisa Steinberg 205

Después de practicar brevemente en las pequeñas comuni-


dades rurales de Williamsporty Lewiston, Green compró una
hermosa casa cerca de Sunbury, en julio de 1987. Se estableció
rápidamente en el lugar con una clientela de bajos recursos y se
hizo director del departamento de terapia respiratoria en el
hospital de Sunbury. En septiembre de 1988, le compró un
pequeño centro medico a un doctor que se retiraba y que lo
había dirigido durante treinta años. Muchos de los pacientes
padecían tuberculosis. Green se estableció en un lugar donde se
necesitaban desesperadamente doctores. También Shayna fue
capaz de continuar su trabajo con niños. Muy pronto ofreció sus
servicios en una guardería de Sunbur>'.
Un investigador de la Oficina de Bienestar de los Niños, quien
respondió en 1985 a una queja anónima de sospecha de abuso
de menores realizada por Karen Snyder, se encontró con una
niña normal y feliz, sin una marca en su cuerpo. ¿Se preguntó
Lisa lo que buscaba este desconocido, por qué Joel y Hedda le
quitaron toda la ropa? ¿Tenía miedo de que la alejaran de Joel?
¿Cuántos años tenía cuando Joel la aleccionó para que nunca le

contara a nadie lo que sucedía en el departamento?


Ahora que ya tenía edad para acudir al jardín de niños, Joel
debió empezar a preocuparse acerca de los secretos que Lisa
podía contarle a otros niños y, tal vez peor, que podía confiarle
a una maestra. De repente, debió comprender que sería muy
peligroso para él creer que controlaba completamente a Lisa.
Ella era demasiado brillante, sabía muchas cosas. ¿Cómo podía
estar seguro de que Lisa le obedecía totalmente, aunque él no la
supervisara en persona? Tal vez aplicando constantemente
reforzamiento positivo y negativo.
Pero Joel también debió tener otro problema en sus manos.
Hedda pudo empezar a creer que Joel planeaba sustituiría con
Lisa.
206 La corta vida de Lisa Steinberg

Una vez más, las misteriosas "tensiones emocionales" que


Hedda mencionó en su declaración, provocaron que ella huye-
ra. Fue su huida más inverosímil y la última. Esta vez su destino

imaginario era St. Louis, una ciudad que visitó una vez en viaje
de negocios. Conocía a una escritora ahí y se quedó en su casa
durante una semana, mientras editaba su libro. Hedda se le-
vantó temprano un día y tomó cuatrocientos dólares del cajón
donde Jocl guardaba su dinero y llegó al aeropuerto La Guar-
dia. Ya en camino, debió saber que no iria a ninguna parte. Se
dijo a sí misma: '^Llamaré a Joel para que no se preocupe".
Como siempre, lo que más la aterrorizaba era que a Joel no le

preocupara, que no le importara, que prefiriera simplemente


quedarse con Lisa. Así que Hedda corrió al teléfono, tan pronto
llegó al aeropuerto. Después que habló con él, se fue de vuelta
a casa.
Igual al ocurrido en 1983, Jocl tuvo otro atisbo de arrepenti-
miento y confesión en algún momento de 1985. Lisa estaba en
peligro. El debería enviaría lejos, antes de que fuera demasiado
tarde. Marílyn estaba de gira, cantando en un club de Boston. El
intentó localizaría y la llamó ahí. Le dijo: "Quiero que te quedes
con Lisa". Llegaron a hablar, incluso, de que él volaría ahí con
la niña, aunque la ocasión no era muy conveniente para Marí-
lyn.
Pero Joel Steinberg necesitaba a Lisa, la necesitaba dema-
siado como para ser capaz de salvaría. Mientras su relación con
Hedda se acercaba al agotamiento y a la separación, Lisa debió
convertirse en el elemento catalítico que mantenía las cosas en
movimiento. Como escribe Jessica Benjamin en Los lazos del
Amor: *'Una vez que se disuelve la tensión entre la sumisión y la
resistencia, el inevitable fin de la historia es la muerte o el
abandono...; para el masoquista es el abandono, mientras que
para el sádico lo es la muerte (o el asesinato) del otro".
La corta vida de Lisa Steinberg 207

E una antigua y errónea creencia de que traer a un


xiste
niño al rnundo puede ser la solución a los problemas de una
relación entre adultos. Muchas mujeres han recurrido al
embarazo para conservar a un hombre. Tal vez por eso Hedda
Nussbaum, a la edad de cuarenta y tres años, empezó a intentar
de nuevo embarazarse, consultando al Dr. Peter Sarosi, puesto
que era un especialista en fertilidad. Evidentemente, el doctor
no encontró razón para desanimarla, debido a su edad, su
condición física o su salud mental. La puso bajo tratamiento;
Hedda acudía con regularidad a su consultorio para que la
inyectara. Joel yHedda le contaron a Sarosi el anhelo que tuvo
Joel toda su vida de tener un hijo. ¿Por qué un hombre como
Steinberg no podía tener un pequeño? Joel era un buen padre, y
con seguridad la prueba de eso era la deliciosa Lisa, a quien

Sarosi a veces revisaba.


Hedda esperaba y desesperaba por resultados positivos, por
un niño propio y de Joel, que la acercara a éste e hiciera menos
amenazadora a Lisa.
Mientras tanto, Joel encontró una nueva manera de ator-
mentaría, que Nussbaum más tarde declaró: "Me decía que me
pusiera los zapatos, que recogiera mi abrigo y saliera". Para
Hedda, la vida sin Joel era lo "peor que le podía suceder en el

mundo". Sin no podía sobrevivir, si él la alejaba, ella


Joel, ella
tendría que suicidarse. Después de que Joel repitió la escena
varias veces, Hedda comprendió con gran alivio: "El no deseaba
realmente que me fuera y yo le seguí el juego de ponerme mis
zapatos y mi abrigo. Pero cada vez que... intentaba dirigirse a la
puerta, él me detenía para que no lo hiciera". Sin embargo, de
vez en vez, Joel siguió ordenándole que lo dejara. Era claramente
una idea que no podía sacar de su cabeza.
208 La corto vida de Lisa Steinberg

Tal vez al final fue Peter Sarosi quien ayudó a prolongar su


relación. El 23 de junio de 1986, los llamó y le dijo excitada-
mente a Joel: "Tengo a tu hijo". Ellos no planearon adoptar otro
hijo, pero había una oportunidad inesperada que no podía des-
aprovechar. "El Dr. Sarosi explicó, que una madre soltera dio a
luz a un niño en el hospital donde él trabajaba y, en pocas
palabras, nos entregaría al niño." Hedda estaba "sorprendida
pero feliz". Ella escuchó en la extensión telefónica, mientras
que Joel y Sarosi se ponían de acuerdo para que les entregara al
bebé.
Cuando Irán London le preguntó de qué se alegraba, Hedda
contestó blandamente: "Estaba feliz de tener otro niño para cri-
arlo".Colocó un almohadón dentro de un cajón, en donde su
nuevo hijo pasó su primera noche en casa. Después pidieron
prestada una carreóla a alguien que conocían y ahí durmió el
bebé durante varios meses. Lo llamaron Mitchell, en honor del
socio de Peter Sarosi, el Dr. Mitchell Essig.
Karen Snyder vioa Hedda y a Joel metiendo al recién nacido
al edificio.Fue un momento amargo para ella. Durante años,
ella había hecho infructuosas llamadas a la policía, a la Oficina

de Bienestar de los Niños y al Servicio de Atención para Mu-


jeres Golpeadas. Ahora se sentía completamente desanimada,
"pensé que nada de lo que hice había servido".
Con el bebé en casa, Hedda parece haber recuperado un poco
la confianza en sí misma. Joel tenía a Lisa, pero Mitchell era
todo suyo. Por lo que declaró, era obvio que, hasta donde ella
podía establecerlo, formó un cierto enlace con Mitchell. Por un
tiempo, incluso se esforzó por revitalizar su carrera. Envió al-

gunas historias que escribió a Cricket, una revista para niños.


También envió su currículo a ciertos números de casas editoras.
Una vez Hedda contestó un anuncio para hacer trabajo free-
lance, en donde no se mencionaba la empresa. No tenía idea de
La corta vida de Lisa Steinberg 209

que fue Betty Kraus quien vio sus papeles y no podía hacerla
regresar.
Marilyn Walton voló a Nueva York, al final del verano. Pasó
el fin de semana del Día del Trabajo con Joel, Lisa y Grcg
Malmoulka, surcando las aguas de Long Island en la Aqua Viva.
Vio a Hedda y al nuevo bebé un rato, mientras se preparaban a
salir de la casa. Joel parecía estar de un humor inusitadamente

magnánimo. Le compró a Lisa un nuevo traje de baño y una


camiseta, también se acordó de llevar un regalo para Hedda,
una blusa rosa. Pero Hedda se quedó en casa con Mitchell ese
fin de semana. Teniéndola atada al cuidado de un nuevo bebé,

tal vez Joel se sentía más libre para perseguir sus placeres pri-

vados.
Lisa tenía cinco años y estaba a punto de entrar al jardín de
niños. A Marilyn, Joel y su hija le parecían "excelentes com-
pañeros de navegación". El pasaba casi todos los fines de se-
mana en el bote con Lisa. Incluso le permitía a Lisa manejar un
rato, aunque a Marilyn no le dejaba ni tocar el timón.
Marilyn llevó una cámara fotográfica de 35mm. Se la prestó
a Lisa, quien ya sabía tomar fotos. Joel le dijo que Lisa tenía su
propia cámara. Lisa hizo que su papá, Marilyn y Greg posaran
para ella; cuando más tarde Marilyn reveló las fotografías, notó
que Lisa había tomado unas muy buenas.
Una vez le dije a Marilyn Walton: "Es una suerte que Joel
Steinberg nunca se te haya declarado".
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea y después
Marilyn me dijo que Joel finalmente se le declaró un par de
veces.La primera fue por teléfono, un mes antes del paseo en
bote,cuando le preguntó una vez más si deseaba adoptar a Lisa.
Marilyn le contestó que le daba mucho miedo su temperamento
como él y le escribió una larga carta. La
para casarse con si-

guiente declaración llegó cuando estaban juntos en el bote.


210 La corta vida de Lisa Steinberg

En Patchogue, Joel le prometió a Marilyn una casa en


Westchester, la misma que siempre le había prometido a Hedda.
Ellos hablaron de Lisa a la que, según Marilyn, debería enviarse
a una escuela privada y, posteriormente, debería alejársele de
Nueva York. Joel estaba totalmente de acuerdo en eso. Resulta
extraño que no dijera nada acerca de Mitchell. Había algo des-
esperado en la forma como hablaba Joel. Marilyn pensó que
Joel estaba enuna situación extrema.
Ella se hubiera casado con él si se lo hubiera pedido en 1978
o 1982, pero ahora era demasiado tarde. Cuando ella era más
joven, le atrajeron loshombres que parecían más fuertes que
ella, pero ahora se había cansado de aquellos que intentaban
dominaría.
Marilyn aún no sabe lo que Joel Steinberg deseaba realmente
de ella: "Era amistad, pero al mismo tiempo no lo era". A pesar
de que nunca se hicieron amantes, "la energía con Joel era sexual;
siempre existieron estos pequeños juegos e insinuaciones". Para
1986, la intensidad desapareció. Sus sentimientos hacia Joel
Steinberg se volvieron esencialmente maternales.
La corta vida de Lisa Steinberg 211

D urante un año, hubo dos cosas con las que Lisa


Steinberg podía contar. Por la mañana, su mamá la llevaba a la
escuela 41, a cuadra y media sobre la West Eleventh Street; por
la tarde, su padre pasaba a recogerla. Hedda no dejó de cuidar a
Lisa. Ella le ayudaba a lavarse y a peinarse y a ponerse ropa
limpia para la escuela. Con sus overoles rayados y sus camisetas,
parecía que a Lisa le tenía tantos cuidados como a los demás
chicos de su clase.
En la escuela, las profesoras consideraban a los padres de
Lisa como normales y sin ninguna peculiaridad.
Aunque su padre demasiado extrovertido, la misma Lisa
constituía lamejor prueba de "normalidad". Los niños maltra-
tados, según el boletín de la Junta de Educación, que la Sra,
Kassowitz leyó y utilizó como guía en las dos o tres ocasiones
en que tem'a razones para preocuparse por uno de sus estudian-
tes,lloraban frecuente y largamente. En cuanto al comporta-
miento, podían ser exageradamente tranquilos o inquietos.
Elizabeth Steinberg no mostraba ninguno de estos síntomas.
Ella colaboraba fácilmente y era alegre, muy popular entre sus
compañeros.
El maestro de música de la escuela 41, Rayne Sciarowiz,
quien veía a Lisa una vez a la semana, vio que a ella le atraía
mucho cantar y bailar, y le daba ciertas preferencias en su clase.
"Era una buena niña, aunque inclinaba hacia el lado quieto",
pensó.
Aunque la escuela 41 le falló a Lisa —
anadie parecía haber
notado nada raro o fuera de lo normal en Lisa o en sus
padres —
sin duda era el lugar en donde ella era más feliz, casi
,

tan feliz como pretendía ser. No es sorprendente que hiciera las


cosas con tanta disposición, ni que abrazara a la Sra. Kassowitz
212 La corta vida de Lisa Steinberg

con una cálida y amable figura maternal. En la escuela 41, ella


estaba lejos de los celos y el mal carácter de Hedda, también de
las exageradas demandas de comportamiento perfecto que Joel
comenzaba a hacerle. También descubrió lo bueno que era estar
con otros niños, en donde nadie podía mandarla si daba la cara
por sí misma. La llegaron a conocer por su temeridad en los
juegos, en donde Lisa Steinberg era quien subía hasta lo más
alto de las barras para trepar. A la hora del recreo, cuando los
niños salían al patio a liberar la energía reprimida. Lisa jugaba
intensamente, corriendo y persiguiendo a otros chicos, en jue-
gos de indios y vaqueros. Podía correr muy rápido y no se can-
saba. No era una de esas niñas que siempre caen y lloran.
A veces, Joel permitía que Lisa visitara a otros niños, aunque
ninguno de sus amigos podía visitar en casa a Lisa. Había algo
en la casa de Lisa que los demás niños no debían ver, que no era
de su incumbencia, porque podrían contaries cosas a sus padres
o a los maestros de Lisa. Tal vez Joel aleccionó a Lisa para que
nunca dijera alguno de sus secretos ni comentara las cosas
que ella sí conocía y que otros chicos no sabían (por ejemplo,
cómo hacen el amor los mayores). Las casas de otros chicos era
lugares maravillosos, en donde los niños tenían cuartos con
muchos juguetes acomodados en estantes y dormían en su propia
cama, debajo de cobertores con flores y animales. Tal vez Lisa
pensó que las familias que vivían en lugares así eran muy ricas,
en tanto que ella, su padre y Hedda eran pobres. Las mamas
ricas eran bonitas y se arreglaban, la piel de su cara era hermosa.
Le preguntaban ^'¿Quieres comer algo, cariño?". Y ella les

contestaba: "Sí, gracias". Ella no podía evitario, aunque papá se


enfureciera si lo supiera. El tenía reglas acerca de los alimentos.
Nada entre horas de comida, nada de dulces. Si Lisa se con-
vertía en una desagradable persona gorda, su papá ya no la

querría.
La corta vida de Lisa Steinberg 213

Cuando su papá se enojaba, parecía que sobrevenía el fin del


mundo. Lisa no pensaba en nada que lo hiciera enojar o lo
decepcionara de ella. Eso era muy peligroso porque papá era
muy grande y fuerte. Cuando ella y él jugaban a luchar, él la
tiraba y eso le dolía un poco. Pero cuando ella cumplió cuatro,
en realidad la tiró al piso y ella lloró y lloró. Sucedió cuando
ellos esperaban el ascensor y levantó la mano como si fuera a
golpearla de la manera en que lo hacía con mamá. Hedda estaba
ahí cuando eso sucedió. Lisa levantó la cabeza y observó que
ellamiraba a papá sin decir nada.
Marilyn Walton viajó mucho, haciendo giras e interpretando
Ma Rainey's Black Bottom y Porgy and Bess. Cuando ella pasó
por Nueva York en diciembre de 1986, llegó a la casa de Joel
haciendo deliberadamente una visita sorpresa. No hubo ni un
remedo de bienvenida por parte de Hcdda. Parecía más resen-
tida y temerosa de Marilyn que nunca. Pero Joel entró a la re-
cámara y trajo a Mitchell, para mostrárselo. Estuvo jactándose
de lo fuerte que era para su edad. Cuando Joel puso a Mitchell
en el regazo de Marilyn, el bebé agarró uno de sus dedos. Pero
Mitchell estaba tan sucio que Marilyn se sorprendió. Su ropa,
sus sábanas y su pequeño cuerpo estaban apestosos. Marilyn le
quitó todo lo que tenía y pidió una toalla limpia para que pu-
diera bañarlo.
Marilyn recuerda que Hedda estaba furiosa. Le arrebató a
Mitchell,como si no pudiera soportar la vista de Marilyn abra-
zándolo. Con Mitchell en brazos y haciendo muchos aspavien-
tos para acariciario, se le quedó viendo a Marilyn y después a la
niña de cinco años.
*'Eres fea", le dijo Hcdda a Lisa. "Eres fea".
Esa fue la última vez que Marilyn vio a Lisa Steinberg.
214 La corta vida de Lisa Steinberg

E
Hedda y
xiste realmente
el
un videotape que muestra a
bebé, dándole la bienvenida al Año Nuevo de
Joel, Lisa,
1987,
en una fiesta ofrecida por uno de los clientes de Joel en Queens.
Después de que Lisa murió, el cliente se lo vendió a la CBS. A
Mitchell lo arreglaron para la fiesta y usaba un traje ajustado
rojo y blanco. Hedda tenía mucho maquillaje y usaba un vesti-
do negro, con un enorme cuello blanco que la hacía parecer casi
recatada; Joel con su traje oscuro, parecía un abogado crimina-
Hedda y Mitchell parecen absolutamente normales.
lista. Joel,

Esta vez es Lisa quien no se ve bien. En la cinta aparece bai-


lando rocíen rolU us^do un vestido de fiestas muy largo. Está
bailando sola y lo hace frenéncamente; mira a su alrededor y
uno sabe que intenta saber si Joel la está observando. El baile es
una ofrenda para su papá. En su cara hay una terrible tensión.
En 1987, durante la Pascua, un amigo de Joel de dio a Lisa el
pequeño conejo café y blanco, cuyo rescate del departamento
posteriormente les preocupó tanto a Joel y a Hedda. El conejo
era terriblemente importante para Lisa, su primera mascota, una
criatura viviente mucho más pequeña y frágil que Lisa o su
hermano menor. El conejo la conocía y parecía quereria, y
dependía de sus cuidados. Le contó a muchas personas que tenía
este conejo — Karen Snyder, a los chicos de su clase y a su
a
mejor amiga, Vanessa Wilhelm. Ella quena que Vanessa y su
hermana de 15 años, Amanda Wilhelm, vieran al conejo, pero
no les pidió que subieran con ella a verio, aunque con frecuencia
las dos hermanas la llevaban a su casa después de que ella y
Vanessa jugaban.
El conejo vivía en una jaula en la sala, cerca del corral don-
de se quedaba Mitchell. Hedda lo cuidaba mucho porque to-
da su vida amó a los animales, casi tanto como a las personas.
La corta vida de Lisa Steinberg 215

A Mitchell también le gustaba, aunque apenas era un bebé. Una


vez que empezara a caminar, selas arreglaría para salirse de su
donde encontraría al conejo sentado
corral y visitar la jaula, en
entre sus pequeños excrementos. Hedda pensaba que algunas
de sus hazañas eran muy graciosas; más tarde, cuando la sepa-
raron de Mitchell, sus visitas a la jaula del conejo quedaron
entre losmás tiernos recuerdos de él. Aunque la mayor parte del
tiempo, como era un bebé activo y curioso, ansioso de explorar
el departamento y el mundo entero, ella tenía que mantenerlo

atado. Tenía una colección de cintas con las que lo amarraba a


su corral y evitaba que se metiera en problemas. Cuando él
orinaba una cinta, Hedda la cambiaba si se daba cuenta y la
lavaba y lo ataba con una nueva cinta. Lisa tenía el conejo;
Hedda tenía al bebé y los estanques de peces tropicales.
A Joel el conejo le pareció un útil elemento educativo, una
especie de lección objetiva para Lisa. Como él quería que Lisa
comprendiera que su conejo podía morir, la llevó a un mercado
de carne en Bleecker Street, para que Lisa pudiera ver conejos
muertos todavía con su piel, colgando en unos ganchos. Eso, le
dijo él, es la muerte.
Una vez Lisa dejó caer a su conejo por accidente y éste se
rompió una pata. Joel no lo llevó al veterinario. Sintió que era
necesario para Lisa ver al conejo cojeando. Cada vez que co-
jeaba, ella recordaba la importancia de cuidar a las mascotas.
Lisa se apartaba cada vez más del departamento y de Hedda.
Estaban la escuela y las largas horas con Joel en el café que le
servía de despacho — el Kickerbocker's — , y sus visitas a los
Wilhelm y otros amigos. Mitchell no salía mucho; pasaban
semanas en las que se quedaba encerrado con Hedda. Joel in-
sistía todavía en que Hedda bañara a Lisa y la arreglara para la

escuela, pero ahora él se hacía cargo de llevarla en las mañanas,


aunque hubiera preferido quedarse dormido.
216 La corta vida de Lisa Steinberg

*'Mi mamá está enferma", le dijo Lisa a Karen Synder, una


mañana, cuando ella y Joel bajaban en el ascensor, aunque Karen
no le preguntó: "¿Cómo está tu mamá?".
También Joel se sintió forzado a hablar para explicarle a Karen
lo de Hedda. Se encontró a Karen una noche, cuando entraban
al edificio al mismo tiempo y ella no pudo evitar que él la
abordara. El le dijo que Hedda se había convertido en una mujer
muy enfermiza. Que se caía de las sillas y se lastimaba.Tam-
bién le dijo a Karen — algo todavía más extraño— que Hedda
era miembro de una especie de culto y había utilizado a Lisa
para filmar pornografía.
A pesar de las llamadas que Karen vSynder hizo durante años
a la policía y aun servicio de atención para mujeres golpeadas,
con el propósito de pedir ayuda para Hedda, ella desarrolló
sentimientos contradictorios hacia Hedda Nussbaum. Por su-
puesto, Hedda era golpeada, pero cuandouno pensaba en los
niños, comprendía que ella también podía golpear. Karen nun-
ca vio lastimaduras en los dos niños, pero estaba segura de que
sufrí'an daños psicológicos. Ni una vez en doce años, Hedda

pidió que la ayudaran. Una vez, cuando otra vecina, Joan Bo-
nano, le preguntó directamente si pasaba algo malo (ese día
Hedda tenía la cara como '*came tártara"), Hedda se puso
enormemente 'Turiosa".
Karen tuvo un extraño encuentro con Hedda durante una
helada noche de enero. Era casi la una de la mañana, la hora en
que Hedda iba a comprar a Food Emporium. Parecía que venía
de ahí, con su atuendo usual, gastados jeans y un delgado suéter
tejido. Llevaba dos cajas en brazos. Cuando las bajó en el
ascensor, Karen vio que estaban llenas con recipientes de helado
Háagen-Dazs, más de las que cabían en el congelador. Hedda
se quitó un guante y puso su mano en la mejilla de Karen. "¿Hace
frío, verdad?", le dijo. Karen no entendía para qué llevaba tanto
La corta vida de Lisa Steinberg 217

helado a su casa. Le preguntó: "Hedda, ¿tienes una fiesta?*'.

Hedda se rió: "Si, algo asf.


El departamento estaba lleno de cosas en desorden, era muy
de limpiar y estaba fuera de control. La sala era como un
difícil

deshuesadero de equipo electrónico y objetos que Joel sacaba


compulsivamente de los basureros de las calles. Partes de
computadoras estaban esparcidas por el piso, confundiéndose
con los alteros de ropa sucia. Hedda no salía a lavar; las ropas
ensuciadas por el bebé olían mal. Lisa andaba medio desnuda.
Un hombre de un servicio de mensajería, que entregaba con
frecuencia paquetes para Joel, le dijo más tarde a la prensa que
Lisa: "Era la que siempre abría la puerta, y casi todas las veces
la vi en calzones".
Joel podía haber limpiado, por supuesto, pero el arreglo de la
casa, de la ropa y los cuidados del bebé, eran trabajos para
mujeres. Se quejaba con Hedda acerca del desorden, pero como
contribuía tanto con él, quizás así satisfacía alguna necesidad
propia. Tal vez la manera en que vivían parecía primitiva, si
intentaba apreciar el aspecto místico. Era como si formara una
tribu, con su propia cultura, viviendo justo a la mitad de Man-
hattan. Y Joel era tanto el regidor como el brujo. Se dejó crecer
el cabello y se bañaba con menos frecuencia.
Su última idea eran las verduras: en lugar de ser estafado por
los supermercados, uno podía comprar de segunda y quitarle
las partesque estaban podridas; incluso se podían encontrar
alimentos perfectamente comestibles en lo que desechaba la
tienda Food Emporium.
Tal vez, en ocasiones Joel pensaba en Chariotte; cuánto se
sorprendería su madre si supiera la verdad acerca de cómo es-
cogió su hijo vivir, como si hubiera sido gradualmente capaz de
descartar todas las reglas que ella le impuso, de destruir todo su
desarrollo paso a paso, las camisas y las corbatas que tenía que
218 La corta vida de Lisa Steinberg

usar para comer, su habitación que tenía que mantener inmacu-


lada y todo lo demás. Aquí, él mandaba, tal vez más que nunca;
todavía podría presentarse con ella en Yonker's como el exitoso
hijo abogado. Por eso, cuidaba su armario a pesar del estado en
el que se encontraba el resto del departamento; todos sus trajes,
limpios y planchados, listos en caso de que los necesitara.
La corta vida de Lisa Steinberg 219

fj oel le dio a Lisa una tarea especial. Ya era una niña


grande, iba primer grado y era suficientemente mayor para
al

hacer esto por él. Además, ella era la persona a quien más amaba
y en quien más confiaba. Quería que vigilara siempre a Hedda,
cuando él estaba ocupado con algunos asuntos importantes. Le
explicó a Lisa que su madre se podría '*ir" en algunas ocasiones
podría notarlo cuando Hedda empezara a mirar fijamente. Lisa
tenía que acordarse de no cruzar miradas con Hedda, pero
también podía haceria regresar echándole agua en la cara, aunque
esto en ocasiones no funcionaría.
Esta tarea era intimidatoria, pero Lisa hizo su mejor esfuer-
zo. Ella trataba de vigilar todas sus miradas. Incluso cuando
veía Plaza Sésamo o cuando estaba muy cansada, ella intentaba
seguir vigilando.
Linda Wilhelm conoció a Lisa Steinberg mejor y durante más
tiempo que muchas personas. La vio desde que Lisa era muy
pequeña, en los días que Hedda todavía se veía atractiva y pa-
seaba por Tenth Street cargando a Lisa. Un día, la Sra. Wilhelm
llamó a Hedda desde la entrada de su casa: *'0h, ¡déjeme ver a
su bebé!". A Wilhelm le encantaban los bebés y esta
la Sra,

niñita era especial. Ella nunca llegó a conocer a Hedda, pero por
supuesto se dio cuenta de los alarmantes y repentinos cambios
en su apariencia en unos cuantos años. Joel pasaba por ahí con
mayor frecuencia, saludando y cambiando miradas con la gen-
te. Por lo general, lo acompañaba Lisa. Su hija más pequeña

necesitaba una amiguita y Lisa también parecía necesitarla. Así


que un día, cuando Lisa tenía cuatro años y medio, Linda
Wilhelm detuvo a Joel e invitó a Lisa a jugar con Vanessa.
En ese verano, Lisa pasó mucho tiempo con los Wilhelm.
Era el lugar donde más deseaba estar, y algunas veces se ponía
220 La corta vida de Lisa Steinberg

triste cuando tenía que regresar a casa. La Sra. Wilhelm dejaba


que las dos niñas jugaran por los tres pisos de la casa. Podían
entretenerse en el sótano o hasta en la recámara de la Sra
Wilhelm, que era el lugar más agradable para ver televisión.
Dibujaban juntas, sacaban los juegos de salón, patinaban, pla-
ticabanmucho y nunca peleaban. Las visitas de Lisa se hacían
cada vez más largas. Cada vez con mayor frecuencia terminaba
quedándose a cenar.
Linda Wilhelm no aprobaba la forma en que Joel Steinberg
trataba a su hija, pero por supuesto, no podía entrometerse. Se
daba cuenta de cómo Lisa, a quien nunca le faltaban las pala-
bras, empezaba a cerrarse en presencia de su padre, temerosa de
decir algo a menos que él la animara. Una vez, Joel le contó a la
Sra. Wilhelm cómo la pobre niña había dejado caer a su conejo;
Lisa estaba ahí parada, callada y apenada, y Joel insistía en que
ella le contara a la Sra. Wilhelm cómo había lastimado a su
mascota.
Agregando estas cosas que la Sra. Wilhelm observó durante
años, la escena que comienza a formarse no es algo de lo que
quisiera uno enterarse. Si uno supiera, si verdaderamente supie-
ra con certeza absoluta, que la pequeña amiga de su propia hija
lleva una vida terrible, uno siente que debe hacer algo. ¿Pero
cómo estar seguro? Y de cualquier forma, ¿qué puede uno hacer?
No puede uno alejar a un chico de su familia.
La Sra, a Lisa de la misma manera que se
Wilhelm conocía
conocen las personas en un oficina, o en que los maestros co-
nocen a sus alumnos, al igual que los vecinos que sólo se en-
cuentran en el ascensor: Cada quién encerrado en su universo
privado conociendo y desconociendo.
La agitada vida social de Joel Steinberg, declinó considera-
blemente conforme dejó de trabajar. Durante 1987, sólo apare-
ció brevemente en un juicio durante cuatro o cinco ocasiones.
La corta vida de Lisa Steinberg 221

Pero todavía había vestigios del viejo Jocl gregario, a quien le

encantaba impresionar bulliciosamente a los demás con la po-


sición que alcanzó en la vida. Todavía surcaba las aguas de
Long Island en al Aqua Viva, interpretando a un capitán, los
fines de semana. Lisa siempre lo acompañaba. A Jocl también
legustaba llevar a conocidos a bordo, nerviosos y totalmente
dependientes de su voluntad y sus propósitos (en ese momento
tenía más conocidos que amigos).
David Stifficr era una de las personas a las que Joel siempre
saludó en Tenth Street. A veces, desaparecía de Tenth Street
durante largos periodos y viajaba a Sudamérica o a las Filipinas
a grabar música tradicional. "¿Dónde has estado Dave?", le
preguntaba Jocl, y Stiffler decía misteriosamente: "Oh, en di-
ferentes partes del mundo".
Un día, a mediados de agosto, Stiffler estaba parado enfrente
de su casa, a pocas puertas de distancia de la de Joel, cuando
pasó éste con Lisa y sin merodeos invitó a Stiffler a pasear en el
bote con ellos el siguiente fin de semana. Un día después, Stiffler
vio a Lisa de nuevo cuando estaba estacionando su coche. Ella
jugaba en la calle con otra niña. Caminó directo hacia él y le

dijo con la serenidad de un adulto: "Hola, soy Lisa, la hija de


Joel". El ni siquiera le había hablado antes. Pensó que era sin-
gularmente comedida, increíblemente inteligente. Y también era
una pequeña belleza.
El viaje de tres días en bote no fue una experiencia memo-
rable para Stiffler.Apenas un año antes. Lisa y Joel le parecie-
ron a Marilyn Walton "maravillosos compañeros de navega-
ción". Stiffler no encontró su relación maravillosa, en ningún
aspecto. Por supuesto, sabía que Joel frecuentemente jugaba
pesado con Lisa. Pero lo que él vio estaba matizado de cruel-
dad. No le gustó cómo Jocl mandaba a Lisa de un lado para
otro, y pensaba que a una niña de seis años no se le debe pedir
222 La corta vida de Lisa Steinberg

que maneje un bote. El timón parecía demasiado alto para ella.


Cuando se descompuso una caña de pescar que ella utilizaba,
Joel la envió a la cabina por un par de horas. Le gritaba todo el
tiempo; una vez le dijo: "Lisa, voy a tirarte por la borda". Stif-
flcr pensó que Lisa le tenía miedo a su padre.
Cuando el bote atracó en Fire Island, Joel dejó que Lisa nadara
en un pesado oleaje, mucho más alto que su cabeza. La gente de
la plaza, miraba asombrada. Cuando Lisa salió del agua Joel di-
jo fríamente: "¿Tuviste suficiente?". Uno de los curiosos le dijo:
"Déjela en paz"; Joel contestó desdeñosamente: "Ustedes son
un montón de vagos".
Una semana más tarde, hubo otro paseo. Esta vez, entre los
pasajeros estaba Hcdda, Mitchell y un abogado de Manhattan.
Este contó más tarde que "había mucha turbulencia. Cuando
terminó el día, yo deseaba no volver a viajar en bote nunca". Se
acordaba de Hcdda Nussbaum como "ausente, casi catatónica.
como si ni siquiera los acompañara". Evidentemente, ese fin de
semana. Lisa cumplía su trabajo como cuidadora de mamá. Ella
sabía que si era necesario, tendría que arrojarte agua a la cara a
Hcdda.
Una noche hacia fines de agosto, una joven puertorriqueña,
secretaria deun banco, llamada María Marty, conoció a una
niña encantadora en el Harlequin, un restaurante de Greenwich

Village. Marty acudió ahí con su prometido, Gerard Black, uno


de los pocos clientes quele quedaban a Joel Steinberg. Mientras

los hombres discutían el caso que manejaba Black, la pequeña


se acercó a acompañar a María Marty. "Ella era muy, muy lista".
Testificó María Marty. "Hablaba muy bien. Sabía todo lo que
decía acerca de sus peces y los nombres de todos ellos". María
Marty se preguntó cómo se habría hecho la herida en su cara
"cerca de la mejilla, en dirección al ojo".

El fin de semana del Día del Trabajo, María Marty vio a la


La corta vida de Lisa Steinberg 223

pequeña nuevamente, porque Jocl solió uno de sus 'Vamos a


pasear en bote hasta Fire Island", invitando a Gerard Black. El
y María llevaron a sus respectivos niños, Black a una niña de
siete años y ella a su hijo de once. Joel dijo que Hedda estaba
muy cansada para acompañarlos; Mitchell también se quedó
porque era difícil de cuidar. Lisa llevaba unos shorts muy su-
cios y una blusa sinmangas, aunque hacía frío cuando empe-
zaron a navegar; María pensó que ella apestaba a orines. Nadie
se molestó en peinar a Lisa durante un buen tiempo; le habían

cortado burdamente un mechón en la parte de atrás. Vio lasti-


maduras en las piernas de la niña y en la parte superior de sus
brazos, pero la que vio en su mejilla se había borrado, no salieron
en las fotografías que tomaron ese día.
En cierto momento, la niña parecía tener hambre, así que
María Marty le ofreció algo de comer. Lisa le dijo que no podía
aceptario sin el permiso de su padre; ella también necesitaba
pedirle permiso para usar el baño en el bote.
María Marty recuerda que transcurrió todo el día sin que Lisa
comiera algo. A las ocho de la noche. Lisa le pidió a Joel un
sandwich. El le preparó uno y después se lo arrojó. Ella estaba
parada a tres metros de él. Como a las nueve, regresaron a la
ciudad juntos, bajo la lluvia. Lisa se durmió muy pronto en el

carro. María Marty aconsejó a Joel que la cubriera de la lluvia


con algo, pero Joel dijo que no era necesario.
Lisa pasó con Gerard Black y su hija; él las
el día anterior

llevó al zoológico de Bronx. Lisa estaba mejor vestida, con un


traje rosa y blanco y mocasines, pero también Black se dio cuenta

del cabello fáltame en el lado derecho de su cabeza. "Le peina-


ron el cabello hacia ese lado, para cubririo... Ella dijo que su
hermanito le había cortado el cabello con unas tijeras. Le dijo
muchas cosas a mi hija, que no quisiera repetir", le dijo Black al
Post. "Creo que ella buscaba a alguien para contárselas".
224 La corta vida de Lisa Steinberg

¿Cuáles eran los secretos en la vida de Lisa Steinberg, cuan-


do tenía seis años, las cosas que nadie vio realmente? Las heri-
das que empezaron a aparecer en agosto no contenían huellas
digitales, aparecían y sanaban, porque un niño se alivia muy
rápido. Los vecinos que se consideraban a sí mismos cuidado-
sos, nunca las vieron. Aquellos que las vieron o pensaron que
las vieron no tuvieron intención de conocer su origen. Si Joel
Steinberg le arrojó a su hija un sandwich, pudo tratarse de una
forma de juego pesado con ella; aunque a un extraño le hubiera
parecido que él la trataba como trataría a un perro. Sal Friscia,
un hombre que vivía en Tcnih Street, pero que nunca conoció
realmente a los Steinberg, recuerda haber visto a Hedda por la
calle, empujando la carreóla de Mitchell y gritándole a Lisa,
que lloraba.
Pero, ¿quién no ha visto tales escenas en la calle, madres
fastidiadas hasta el punto de que pierden el control jaloneando
a una niña lloriqueante y avergonzada? Y tal vez había cosas
que no se veían, que no dejaban huellas visibles. Sin embargo,
los expertos en el cumplimiento de la ley aseguran que en hogares
como el de Steinberg, el abuso sexual de los niños es casi un
hecho.
Esc verano, Lisa debió preguntarse qué era lo que hacía mal.
¿Qué pasaba con ella ahora que tenía seis años, que hacía a Joel
actuar como si ya no la quisiera, aunque él afirmaba lo contra-
rio? Le parecía que dejó de ser especial a los ojos de su padre,
que había perdido la gracia con que siempre contó para prote-
gerla de la terrible ira de Hedda.
La escuela comenzó el 14 de septiembre. Lisa llegó muy tarde
ese día y la maestra practicante, Stacey Weiss, se sorprendió de
que llegara escoltada por su papá. Por lo general, eran las madres
quienes llevaban a los niños. Ella vio al papá de Lisa sólo un
momento.
La corta vida de Lisa Steinberg 225

Tal vez la sensación de que había algo irregular con Lisa


Steinberg la movió a dedicarle su atención a la niña, durante la
siguiente hora de clase. Sylvia Harón, la maestra titular, leía y
los niños estaban sentados en el piso formando un semicírculo.
Lisa estaba directamente enfrente de Stacey Weiss, usando una
falda muy corta y una blusa que, obviamente, ya no le queda-
ban. La falda por un momento cuando ella se sentó y Stacey
flotó
Weiss vio una herida bastante grande en sus nalgas; también
había otras heridas de diferentes tonos en sus muslos desnudos
y sus pantorrillas.
Stacey Weiss estaba en su último año en la Universidad de
Yeshiva y esta era la primera clase con la que trabajaba. Real-
mente no sabía qué hacer respecto a Lisa. Lo consultó con su
supervisora esa tarde, y al día siguiente se lo platicó a la Sra.
Harón.
Desde el principio hubo fricción en las relaciones de Stacey
Weiss con Sylvia Harón. La Sra. Harón era una mujer de ma-
neras infantiles pero excelente reputación, que enseñaba desde
hacía 20 años. Tenía problemas para delegar responsabilidades
y la ansiedad de Stacey Weiss de ocuparse cada vez de más
cosas parecía ofendería; tal vez se sentía un poco amenazada
por esa joven formal y entusiasta. El reporte que le hizo Weiss
acerca de Lisa estaba cargado de celo profesional. En otra
ocasiones, lamisma Sra. Harón tomó acciones inmediatas
cuando sospechó abusos de menores. Lisa Steinberg no la preo-
cupó, aunque después de cierto tiempo, *'Yo la miraba, la
miraba". Según dijo Harón en una audiencia con la junta de
educación, el comportamiento de Lisa indicaba solamente que
una estudiante sobresaliente. *'Ella deseaba participar,
ella seria
quena que sus redacciones se leyeran, queria escribir; era sim-
plemente la clase de niña que uno desea tener en su clase*'.
Resulta extraño que la Sra. Harón después no pudiera recor-
226 La corta vida de Lisa Steinberg

dar que Stacey Weiss le dijo alguna vez respecto a las heridas
que vio en el segundo día de clases. En una plática que tuvieron
en octubre acerca de Lisa, las observaciones de Wciss le pare-
cieron "útiles", pero la conversación se enfocó en la interacción
de Lisa con otros estudiantes. Para entonces, la misma Sra. Harón
vio algunas marcas en la espalda de Lisa, cuando ella *'se estiró

desde el escritorio hacia de junto y su blusa se le subió... Le


el

preguntó qué le había sucedido, y cómo se había hecho eso. Y


viéndome directamente a la cara, sin titubear un momento, me
contestó: 'Mi hermano lo hizo'. ''Me lo dijo confiadamente, de
frente, sin dudar, sin retraerse, sin apenarse". Durante la breve
conversación que tuvo con Lisa, la Sra. Harón no pensó en
prcguntarie cuántos años tenía su hemiano.
Conforme pasaban las semanas. Lisa Steinberg seguía lle-
gando tarde o faltando a la escuela. (De los 40 días escolares
que hubo entre el 14 de septiembre y el 2 de noviembre, ella
solamente asistió en 22 de ellos.) Esto era algo que se podía
medir y que no escapó a la atención de la Sra. Harón, aunque
nuevamente, esto no le inspiró alanna (ni agregándoselo a la
persistente apariencia desaliñada de la niña, ni a las marcas en
su cuerpo).
Finalmente, a mediados de octubre, la Sra. Harón le pregun-
tó a Lisapor qué faltaba con tanta frecuencia y "ella le contestó
que se levantaba muy tarde para llegar a la escuela". "Tú tienes
que venir, aunque se te haga tarde", le dijo la Sra. Harón a Lisa
y le dio el mismo mensaje
cuando llegó a las tres a reco-
a Joel
gerla. Aproximadamente una semana más tarde, Hedda Nuss-
baum le envió a la Sra. Harón una nota, explicándole que du-
rante las semanas anteriores, estuvieron reorganizando sus
horarios. Eso fue suficiente para complacer a la maestra. No vio
necesidad de llevar el asunto a la asistente de la escuela.

Tal vez Hedda no olvidaba los procedimientos que se utili-


La corta vida de Lisa Steinberg 227

zaban en y todavía podía escribir un buen


las escuelas públicas
recado, empleando un lenguaje convincente. Esa parte de ella,
la secretaria, la editora, todavía funcionaba, la única de sus
personalidades que no abandonó. La palabra horario, sin em-
bargo, era un anacronismo, una broma; difícilmente describirla
desordenada manera de que vivían en esa época, confundiendo
los días con las noches.
Por septiembre, un traficante de cocaína, amigo de ellos, les
dejó un kilo de coca para que se la "cuidaran". (La tuvieron en
su poder hasta el 31 de octubre.) Joel, por supuesto, no era un
hombre que se rigiera por el honor y Hedda tampoco pudo re-
sistir sus ansias del precioso polvo blanco; nunca habían dis-
frutado de una resei'va así, aparentemente interminable.
Empezaron a fumarla varias veces a la semana. Para octubre,
ellos fumaban cocaína todas las noches, se quedaban levanta-
dos y casi no dormían, aunque Joel se las arreglaba para dormir
más que Hedda; tal vez esa era la razón por la que él funcionaba
mejor. Por supuesto, ella pagaba el precio de los golpes; Hedda
ya no era tan joven y resistente como solía ser. Cuando no es-
taba ^'volando'', las lastimaduras en sus piernas (inflingidas,
según dijo posteriormente, por la '*escoba mágica" de Joel), eran
verdaderamente dolorosas.
Complacer a Joel Steinberg se volvía cada vez más difícil.

Era todavía más estricto para controlar el consumo de alimen-


tos de Hedda, deque era con Lisa y ahora, con frecuencia, no
lo
le permitía a Hedda dormir con él. Ella tomaba un cobertor y

una almohada, y se acostaba en el piso junto a la cama. Cuando


él se enojaba con ella, no había ni cobertor ni alimento.
En contraste, la relación de Lisa con Joel parecía envidiable.
Hedda dejó de bañarla, de darle champú o lavarle su ropa, y ya
no se veía tan bonita y presentable. Sin embargo, Joel siguió
llevándola con él a todas partes. En tanto, Hedda tenía que
228 La corta vida de Lisa Steinberg

permanecer en casa y Lisa parecía la pequeña novia de Joel.


Resulta extraño que hasta en la manera como castigaba a Lisa,
era igual a como Joel trataba a Hedda. Tal vez cuando Lisa
fuera mayor, lo suficiente para que la penetraran sexualmente,
Joel decidiría ya no servirse de Hedda y su juego de mostrarle la
puerta se haría realidad. El intercambio de mutua degradación
en que se involucraron durante tantos años, sin duda tenía re-
glas inmutables para ambos. Tal vez para Hedda lo más sagrado
fue que Joel le podía hacer cualquier cosa, en tanto ella siguiera
en primer sitio.

Ira London le preguntó a Hedda cómo se sentía en 1987,


cuando Joel y Lisa salían tanto juntos.
— Hubiera deseado ir también —
contestó, quejumbrosa-
mente.
— ¿Lo resintió?
—No, no lo resentí. Bueno, yo. No, no lo resentí. Deseaba ir

también.
Sólo un santo o un mártir, hubiera demostrado tal falta de
rencor, así que la siguiente pregunta de Ira London fue: —¿Por
qué no lo resintió, Srita. Nussbaum?
—¿Perdón?
— ¿Por qué no que usted no pudiera
resintió ir?

— Bueno, no de
sé si Yo no estaba contenta
se trate definirlo.

de que no pudiera ir.

—¿Se enojaba usted?


—No — Hedda, titubeando un poco—
dijo . Yo...
Después recitó la respuesta que le enseñaron a dar a pregun-
tas de ese tipo: "Una de las cosas que descubrí en Four Winds,
es que yo tenía problemas para mostrar mi enojo y esa es una de
las cosas que me enseñaron en Four Winds, a sentirme enoja-
da*'.

Tal vez Joel Steinberg pensaba cada vez más en la capacidad


La corta vida de Lisa Steinberg 229

que tenía Hedda Nussbaum para mostrar su enojo. El la con-


dujo a ser solamente un andrajoso girón de su antiguo yo, la
desnudó tanto que la ira que nunca le dirigió a él podría muy
bien estarse acumulando ahora: lista a explotar, a convertirse en
una terrible respuesta hacia él. El secreto del enojo de Hedda,
era lo único que le quedaba, lo único de lo que él no podía
quejarse.
Por eso, la costumbre de Hedda de mirar fijamente se hizo
cada vez más amenazadora y ominosa. Joel la descubria en ella
todo el tiempo y se estaba extendiendo a los niños. Lisa, incluso
Mitchell, empezaron a mirario fijamente. Caramente, Joel temía
ahora que el poder de los Green ya no pudiera detenerse. Los
Green todavía controlaban a Hedda; por medio de Hedda, ellos
controlarían a los niños. En una ocasión en que Joel estaba con
Hedda en la recámara y Mitchell lloraba en su corral, el poder
de la mirada de Hedda fue suficiente para poner a dormir a
Mitchell, aunque estaba en otra parte de la casa. ¡Hedda había
conseguido programar al bebé! En cuanto a Lisa, por supuesto,
había sido afectada cuando estuvo con los Green, en 1983; hasta
ahora comprendía la magnitud de eso. Las miradas de Lisa lo
molestaban profundamente. Joel tenía que golpear sus mejillas
y decirle que parpadeara, para sacaría de sus peligrosos trances.
Era aún más difícil comunicarse con Mitchell.
Joel trataba de mantener a Lisa separada de Hedda, tanto
como fuera posible. Lo primero que hizo fue permitirle que-
darse muchas tardes, después de la escuela, con los Wilhelm;
para octubre ella los visitaba todos los días de la semana y cenaba
con ellos dos o tres veces. Amanda Wilhelm sentía que la amiga
de su hermana menor tenía mucho miedo. Sus ropas ya no es-
taban bien —eran que solía usar, pero estaban muy sucias y
las
demasiado pequeñas, y tenía ese extraño corte de pelo, al que le
faltaba un pedazo de cabello.
230 La corta vida de Lisa Steinberg

La horas anteriores al amanecer del 6 de octubre, Karen


Synder estuvo insomne, debido a los sonidos provenientes del
departamento de Steinberg, a través de la pared que separaba su
propia recámara de la de ellos. En los últimos meses, había aun
mucho menos ruido que el que hubo 10 años antes. Pero esa
noche era evidente que Joel golpeaba a Hedda, y a Karen la
preocupaba que la violencia se extendiera a los niños. Hizo la
que resultó ser su última llamada anónima para quejarse esta —
vez al Sexto Distrito. Durante años lo hizo, creyendo que en
alguna parte — vez en alguna computadora
tal central gigan-
te — había un archivo de unlos Steinberg, registro acumulativo
de todas las llamadas que ella y otras personas le habían hecho
a la policía y a los Servicios Especiales para Niños, y de los
reportes y observaciones de los diferentes investigadores del
Departamento de Protección de Menores, quienes visitaron el
departamento 3W durante años. Algún día, esta información
podria resultar útil, permitiéndole a las autoridades alejar a los
dos niños de la tutela de Steinberg. Ciertamente, no había nin-
gún archivo Steinberg así como no lo había de ningún caso en el
que se sospechara que existía abuso de menores, durante un
largo tiempo. Si alguna queja resultaba infundida, se borraba
automáticamente en el registro central del estado. Cada queja
subsecuente era tratada como si fuera la primera.
Esta vez, el Sexto Distrito envió al Oficial de Policía, Glen
lamiato, y a su compañero, a quienes Karen Snyder les abrió la
puerta del edificio hacia las ocho de la mañana, guiándolos a la
puerta del departamento 3W. Cuando lannato tocó, la voz de
una mujer dijo que todo estaba bien; que no necesitaba ninguna
ayuda de la policía. *Tor favor, ¡vayanse!" El hombre en el
interior les dijo lo mismo. Después de tocar con mayor insis-
tencia, la puerta se abrió unos 10 centímetros y una vez más la
mujer declaró que todo estaba bien, y cerró la puerta en la cara
La corta vida de Lisa Steinberg 231

de lannato. El reanudó su llamado porque quería verla. Cuando


la puerta se abrió un poco, el atravesó su pie. **Está bien, sólo

déme tiempo para vestirme*', dijo la mujer, desapareciendo


mientras lannato y su compañero entraban al departamento.
Cuando lannato oyó un "clic'* metálico, su mano se movió
hacia la ftinda de su revólver. Entonces vio un cigarrillo bri-
llando en la oscuridad. "¿Acaba de prenderlo?", le preguntó a
Steinberg. Steinberg le mostró un encendedor de oro. El se sentía
a sus anchas y conocía sus derechos; era un abogado crimina-
lista. Les dijo que mejor se fueran, pero lannato insistió en ver
a la mujer. La llamó para que saliera y se mostrara.
La sala estaba atestada. Había libros y objetos rotos apilados
por todas partes y olía a polvo y orines. Una niña estaba enco-
gida en el sillón; un bebé estaba en su corral.
"Se están extralimitando", les dijo Joel con indignación.
Aún pasaron 15 minutos antes de que la Sra. Steinberg saliera
de la recámara con una bata y les explicara que ella y su esposo

habían discutido. lannato y su compañero vieron una nariz rota


y unos labios hinchados. La mujer no deseaba ayuda médica y
por supuesto que no presentaria cargos en contra de su esposo,
así que ellos sólo le entregaron algunos folletos sobre mujeres
golpeadas y se fueron.
Cuando regresaron a su oficina, lannato llenó un formato,
remarcando que hubiera sido necesaria la atención médica.
Resulta extraño que a pesar de la condición del departamento y

de la mujer, lannato no intentara examinar a los niños. Cierta-


mente no le pareció necesario elaborar una circular porque no
existía coordinación en la ciudad sobre casos en donde se sos-
pechara abuso de menores.

Lisa tenía un compañero a quien le decía "mi novio". Tenía


también una relación más desigual con una niña llamada Jamie,
232 La corta vida de Lisa Steinberg

que culminó en una p)elea, un día de octubre. "Yo la pongo


nerviosa. Ella me pone nerviosa", escribió Lisa en un cuento
para la Sra. Harón, ilustrado con figuras de caras redondas que
se golpeaban una a la otra. Otras niñas que ella dibujaba en la
escuela invariablemente se abrazaban y sonreían, y tenían pe-
cas en la cara igual que Lisa. Era la clase de dibujos que un
experto hubiera calificado como de una niña feliz y normal.
Una estudiante de quinto año era más perceptiva que los
maestros de la escuela 41 Ella no creía que Elizabeth Steinberg
.

fuera feliz. Había conocido a Lisa en Grcenwich House, en donde


también ella estudiaba ballet. Ahora, cuando veía a Lisa en el
que algo había cambiado. Lisa pa-
patio, tenía la sensación de
un poco de miedo de los malosos
recía temerosa. Tal vez tenía
chicos mayores. La niña de quinto año se prometió cuidar a
Lisa; intentaba estar cerca de ella durante el descanso.
La corta vida de Lisa Steinberg 233

L as últimas
overoles y blusas de
semanas que Lisa fue a
manga larga que cubrían
la escuela,

sus delgados
usaba
miem-
bros. Hedda declaró que Joel impuso que Lisa usara esas ropas
hasta en días calurosos. Joel también le enseñó a culpar a Mit-
chell.

Una marca no podía ser cubierta — el ojo morado con el que


Lisa llegó a la escuela el martes 20 de octubre, el cual la Sra.
Harón declaró posterionnente que nunca vio.
Stacey Weiss lo recuerda de otra manera. Durante el juicio
de Steinberg, ella testimonio que cuando entraba junto con la
Sra. Harón, al salón esa mañana, "lo vieron".
Agrega Stacey Weiss que más tarde, durante el día, ella le
dijo a la Sra. Harón que Mitchell tenía sólo año y medio. Apa-
rentemente, la Sra. Harón no lo escuchó. Después, decidió pla-
ticar con Lisa acerca del arreglo y la limpieza, porque en esos
días "no parecía la niña mejor arreglada de la ciudad". La Sra.
Harón aceptó confiadamente que Lisa le dijera que Mitchell
Steinberg le cortó un gran mechón de pelo. Pero ¿cómo se las
hubiera arreglado un bebé de año y medio para manejar un par
de tijeras?

El ojo morado se había borrado un poco, pero el jueves to-

davía se notaba, cuando llegaron dos visitantes a la clase: Stuart

Gross, fotógrafo, y una mujer que iba a editar un folleto para


Scholastic Books, ilustrado con fotografías de niños de la es-
cuela 41. Cuando Stuart Gross entró con su cámara, tomó unas
cuantas fotos desde el fondo del salón. Tres de los niños voltea-
ron inmediatamente y se le quedaron viendo. Uno de ellos era
Lisa, quien se estiraba en su asiento con una expresión de defi-
nida emoción, como si mediante una cintilante luz le dijera a
Gross: "¡Obsérvame!"
234 La corta vida de Lisa Síeinberg

Era una pequeña de aspecto maravilloso, exactamente la clase


de niña que Gross normalmente hubiera seleccionado como
modelo. Pero su ropa estaba terriblemente arrugada y sucia, en
comparación con la de otros niños. Un mechón de cabellos se
erguía tiesamente en la parte posterior de su cabeza. Era un día
singularmente cálido y ella se enrolló las mangas de su suéter;
aun desde el otro lado de el salón, Gross pudo ver las lastima-
duras en sus brazos; la marca más notoria, sin embargo, era el

rojo verdugón debajo de uno de sus ojos. Tanto Gross como la


editora estaban convencidos de que a la niña la golpeaban.
Obviamente, su maestra debió saber todo sobre la situación de
la niña — cualquiera notaba su estado — por eso Gross y la editora

no creyeron necesario hacérselo notar a la Sra. Harón. En rea-


lidad, la madre de la niña la había enviado a la escuela en esas
condiciones, dando su autorización para que la fotografiaran.
Gross escogió a dos de los niños que le parecieron más con-
venientes y empezó a trabajar con ellos. La niña golpeada se
sentó cerca de ellos con intenciones de observar todo el proce-
so. Parecía que a ella le importaba mucho que Gross la esco-
giera; por supuesto, ella no hubiera entendido por qué él no le

pedía que posara. "Retrátame", le dijo, "toma una fotografía.


Una de mi novio y yo."
Finalmente, la pequeña se autonombró su ayudante. En for-

ma sorprendentemente madura, le dijo a los otros niños lo que


tenían que hacer, como si tuviera mucha experiencia previa ante
una cámara.
Gross ya no pudo decirle que no. A pesar de sus recelos, le
pidió a Lisa que se sentara junto a un compañero y los tomó a
los dos juntos estudiando. Lisa está convenientemente seria en
estas fotografías, señalando algo en la página, como una pe-
queña maestra. Gross inundó a los dos chicos de luz para que
las lastimaduras no aparecieran e hizo que Lisa volteara un poco,
La corta vida de Lisa Steinberg 235

para minimizar el verdugón rojo. Utilizó película en blanco y


negro que no registra el rojo.

Cuando 10 días más tarde escuchó que una niña había muerto,
él supo inmediatamente de quién se trataba.
Esa semana, a Joel se le había atravesado un nuevo cliente.
Charles Scannapieco le telefoneó el 20 de octubre desde Clear-
water. Florida, recomendado por un amigo al que Joel repre-
sentó en un divorcio. Los problemas de Scannapieco eran más
serios: él recibió un citatorio para regresar a Nueva York a una
audiencia en Albany, esa semana; tenía un cargo en su contra
por conspiración y 15 cargos por posesión e intento de dis-
tribución de cocaína.
En el norte de Nueva York, la caída de las hojas estaba en su
apogeo. Durante el fin de semana, Joel le iba a dar a Lisa
oportunidad de apreciarlo. El viaje a Albany tenía un propósito
educativo. En esa singular ocasión vería Lisa a papá desempe-
ñarse en un juicio ante un magistrado.
Cuando la recogió de la escuela 41 la tarde del viernes, se
fueron inmediatamente a un banco de University Place y espe-
raron a Scannapieco fuera de él. Joel le dijo a su nuevo cliente
que lo reconocería fácilmente, porque estaña con una pequeña.
A Scannapieco no le importaba cómo manejaba Joel. Stein-
berg insistió en mantenerlas ventanas abiertas. Lisa llevaba sólo
un delgado rompevientos. Se encogió en el asiento trasero,
abrazándose a sí misma. Scannapieco le dijo a Steinberg varias
veces que pusiera la calefacción, pero a Steinberg le gustaba el
aire fresco. Finalmente, Scannapieco hizo que Lisa pasara ade-
lante y se sentara en sus piernas. Ella se recargó en él y él la
envolvió con su chamarra. Joel le platicaba a su hija de seis
años acerca de toda clase de pozos petroleros, algunos de los
que él poseía en Texas. En muy poco tiempo ella se adormeció.
Cuando Steinberg se dio cuenta que la niña se había quedado
236 La corta vida de Lisa Steinberg

dormida hizo algo "tan inesperado" que sorprendió a Scanna-


picco. Steinberg se estiró y la golpeó con el dorso de la mano,
en el lado derecho de la cabeza. Cuando describió el golpe
durante el juicio, Scannapieco golpeó el escritorio del juez con
su pesado anillo, haciendo un cortante sonido que la corte oyó
como la detonación de un arma. Fue uno de los momentos más
dramáticos durante el juicio. Uno podía ver a los miembros del
jurado revolverse en sus asientos. "El golpe fue en verdad fuerte",
dijo Scannapieco. "Hubiera hecho llorar a cualquiera de los que
están aquí. Ella no lloró; fue sorprendente. No tuvo ninguna
reacción".
Por supuesto, la niña estaba completamente despierta des-
pués de eso. Joel no la revisó para ver si estaba lastimada, ni
siquiera parecía enojado. "Lisa, ¿que está sucediendo?", le pre-
guntó. Ella le dijo que no sabía Joel . le dijo que tenía que dejar
de mirario fijamente. "Parpadea y sonrie. Lisa", le ordenó;
"Parpadea y sonrie".
"Ella lo hizo muy bien", recuerda Scannapieco. "Ya lo había
hecho antes".
El le preguntó a Steinberg: "¿De qué se trata?"
—Te más
lo explicaré —contestótarde Joel.

— Yo creo que podrías decírmelo ahora.


Según Steinberg, su hija tenía un terrible problema médico.
Como Lisa estaba despierta, también debió escuchar a su papá
contarle a su nuevo amigo lo que pasaba con ella. Lisa se es-
pantaba a sí misma; tenía la habilidad de meterse en otro mun-
do. Cuando eso sucedía, sus latidos y su respiración disminuían
y sus piernas se paralizaban debido a la falta de circulación.
Ella se ponía en un estado parecido al coma y se negaba a des-
pertar. Varios años antes, él había tenido que hospitalizada en
Middletown. Por eso quería que Lisa estuviera despierta el res-

to del viaje, y que siguiera parpadeando.


La corta vida de Lisa Steinberg 237

Cuando Lisa se sentó en sus piernas, Scannapieco no notó


ninguna mirada extraña, aunque ella parecía estar viendo hacia
afuera. Sin saber si creer a Steinberg o no, Scannapieco le dijo
que mantendría a Lisa despierta contándole cuentos. Durante el

resto del viaje él contó algunos y ella también.


Eran las 10:15 PM cuando llegaron a la casa de Scannapieco,
escasamente amueblada. La tínica cama era de agua, tamaño
king-size, la cual le ofreció a Joel. Lisa brincó en ella como si

fuera un trampolín. Scannapieco iba a dormir en el sofá, en la


sala. Steinberg dijo: "Lisa puede dormir en el piso contigo".
Scannapieco le hizo una cama provisional de cobertores y
almohadas sobre la alfombra y le regaló dos muñecas Caddage
Patch. Le dio una de sus camisetas para que la usara como
camisón. Aunque Steinberg había llevado toda una bolsa de ropa
para él, la niña no tenía siquiera un cepillo de dientes o un pei-
ne.
Cuando los tres despertaron a la mañana siguiente, Scanna-
pieco y Steinberg se bañaron, pero Lisa no. Ella se puso unos
shorts sucios y unos calentadores de lana.
Scannapieco era un perdedor, y lo aparentaba. Cuando testi-

monió en el juicio Steinberg estaba libre bajo fianza; le prome-


tieron una carta diciendo que había colaborado con el fiscal del
distrito de Manhattan. En otras palabras, su testimonio no era
enteramente altruista, aunque
que acudía
él dijo al juicio por
un buen ciudadano, y vi lo que vi. Por
Lisa: *'Yo la conocí, soy
eso estoy aquí". Uno Uene la sensación de que hay algo de sin-
ceridad en estas declaraciones. A pesar del historial de Scan-
napieco, como adicto a las drogas, y de sus conocidas activida-
des como traficante, a pesar de que le debía a su madre y a su
hermana miles de dólares, se hombre tenía
pudo apreciar que el
verdaderos sentimientos de cariño hacia los niños. Comprendió
que Lisa Steinberg sufría y la trató amablemente.
238 La corta vida de Lisa Steinberg

Dcborah Koncelik parecía conocer las actividades de su


hermano. Ella misma había hablado con Steinberg, aunque pri-
mero habló con Hedda, quien la hizo sentir **que no me había
comunicado a la oficina de un abogado... Ella arrastraba las
palabras, como si se acabara de despertar".
En la mañana del sábado, ella conoció a Steinberg en perso-
na. Traía una chamarra cruzada y no muy limpia. También le
desagradó la manera en que vestía Lisa, porque la temperatura
era de cuatro grados. Parecía una niña muy linda y agradable,
aunque nadie la atendiera. Dcborah Koncelik sentó a Lisa y le
sirvió cereal. Durante el viaja a la corte de Albany, ella desen-
redó el deslucido cabello de Lisa, con el peine que utilizaba
para los largos y rizados bucles. Notó una cicatriz negruzca en
un ojo. "¿Cómo te la hiciste?", le preguntó a Lisa. **Me la hizo
mi hermano", Tue la inmediata respuesta. Desde el asiento de-
lantero, Joel hizo un comentario acerca de lo fuerte que era
Mitchcll; Mitchell siempre hacía cosas como esa.
Después que llegaron a la corte, pasaron dos horas antes que
Steinberg y Scannapieco comparecieran ante el juez. "Caray,
qué juzgado tan pequeño", le dijo Lisa a Dcborah Koncelik.
Joel había quedado de acuerdo con Scannapieco para que se
entregara a las autoridades ese día, y confiaba que le permitie-
ran salir bajo su custodia. Pero al juez le molestó que Scanna-
pieco se presentara hasta ese día, cuando tenía que haberlo hecho
el día anterior. Tampoco lo convencieron los apresurados e
ineficaces argumentos de Steinberg. De repente Lisa, quien junto
a Dcborah Koncelik se sentaba tranquila y pacientemente, vio
que unos oficiales conducían al hombre que le había regalado
las muñecas. El juez elevó la fianza de Scannapieco a cien mil
dólares.
Después de la audiencia, Lisa caminó junto a una furiosa
Dcborah Koncelik y su padre a un edificio a dos cuadras de
La corta vida de Lisa Steinberg 239

distancia, adonde fue conducido Scannapieco para su proceso.


Esperaron en una pequeña antecámara durante cerca de 45 mi-
nutos. Por un rato Lisa jugó con su nueva muñeca. Después se
subió en un mueble para asomarse a la ventana y ver a las
secretarias. Unos minutos después, ella quena bajarse de ahí.

Deborah se levantó a ayudarla, pero Joel dijo: "No lo haga. Ella


ya es grande". El mueble era bastante alto, así que cuando Lisa
saltó, cayó de rodillas.
Los tres regresaron a comer al Catskill Diner, y después se
fueron a casa de Deborah Koncelik, en donde estuvieron un par
de horas. Joel había comprado algunos panes y papas fritas. En
cierto momento, él le arrojó algunos panes a Lisa,
Glen llevó a Joel y a Lisa a que conocieran el lugar. Ella
estaba muy impresionada de que Glen y Deborah tuvieran tan-
tos gatos; quena saber exactamente cuántos eran. Después le
pidió a Glen que le permitiera ver a sus tres doberman, a los que
ella acarició.

Joel le preguntó a Glen si Lisa podía tomar un avispero abo-


nado para su clase de ciencias naturales. Cuando Lisa quiso
subir a una enredadera, Joel la probó con un pie y dijo que no
era segura. Poco después. Lisa dijo: ''¡Cárgame, papá!". Con
los brazos estirados, Joel la levantó del piso. Dio unos cuantos
pasos y después, sin previo aviso, la soltó. Los pies de la niña se
doblaron y ella cayó de espaldas. Joel siguió caminando.
"Papá, ¿por qué lo hiciste?", le preguntó. "Papá, ¿por qué lo
hiciste?" Cualquier otro niño hubiera estado llorando.
"Pesabas mucho", dijo Joel Steinberg, y siguió caminando.
La noche del sábado, una mujer llamada Sharon Listing,
estaba cobrando peajes en el carril sur de la autopista. Sharon
hacía rápidos cobros desde su pequeña cabina a los viajeros,
tomando nota mentalmente de ellos e intentando imaginar sus
actividades, mientras les entregaba sus boletas y su cambio. La
240 La corta vida de Lisa Steinberg

mayoría de las operaciones se realizaba en silencio. Era una


mujer que creía en el poder de su intuición.
Como a las 8:20, el carro rentado por Joel se detuvo en el
carril que atendía Sharon. Más tarde, durante el juicio, Sharon
explicó: "Como la noche transcurría lentamente, uno tenía más
tiempo para fijarse". Joel Steinberg le entregó la boleta que
recibió en Albany y le preguntó cuánto tenía que pagar. Cuando
ella se lo dijo, él le contestó: "Un segundo", y metió su mano al

bolsillo. Sus oscuros e inquietos ojos la miraron. De repente, se


quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta y bajó. Sus ojos
se movían inquietos mientras buscaba su cartera en todas sus
bolsas. Había algunos carros formándose detrás de él.
Como estaba encendido el interior del coche, Sharon Listing
se asomó, "soy curiosa", dijo candidamente en el juicio. "Vi a
una niña pequeña sentada adelante. Vi su cara y la miré a los
que había estado llorando. Me fijé en su frente y vi
ojos. Parecía
una pequeña lastimadura del tamaño de una moneda". A Sha-
ron le pareció que la niña "intentaba dejar de llorar"

Después de que Steinberg entregó la cuota a Sharon Listing,


él regresó a su coche; ella miró otra vez a la niña y anotó el
número de las placas.

De todas las personas que se habían cruzado con Lisa Stein-


berg, Sharon Listing fue una de las notoriamente pocas que
tomaron alguna actitud responsable hacia ella. En tres o cuatro
minutos, ella intentó hacer más por la niña de lo que habían
hecho William y Emma Nussbaum, Judy Leibman, los profe-
sores de la escuela 41 o las mamas de las compañeras a las que
visitaba Lisa.
Algo en el comportamiento de Steinberg —
que incluso más
tarde ella no pudo explicar claramente —
había puesto en alerta
a Sharon Listing. "Extraño", fue como ella llamó a Joel Stein-
berg. Le parecía demasiado nervioso para alguien que solamente
La corta vida de Lisa Steinberg 241

buscaba su dinero. "¿Acaso los hombres de negocios no saben


en dónde guardan la cartera?", dijo ingenuamente en el juzga-
do. "Podría ser sólo intuición femenina. Pero el asunto me hizo
sentir incómoda." Equivocadamente, ella pensó que estaba
viendo un secuestro. "La niña y el hombre no se parecían. Ella
era de piel clara y él era moreno." Sus argumentos no parecían
muy sólidos. Aunque realmente. Lisa Steinberg sí fue secues-
trada (seis años y medio antes de que Sharon Listing la mirara).

Tan pronto como arrancó el carro de Joel Steinberg, Sharon

Listing cerró su cabina y llamó a Mary Jane Litz, su supervi-


sora. Estaba muy agitada mientras le contaba a Litz que acaba-
ba de ver a un conductor actuando singularmente. Había una
niña pequeña en el carro, llorando, con lastimaduras en la cara.
Mary Jane Litz y otra trabajadora, Dana Trapoto, acudieron a la
cabina de Listing y se la llevaron con ellas. Desde la oficina,
Dana Trapoto llamó al policía montado Louis Romano, de
Tarrytown y le reportó el posible plagio de una niña. Cuando
escuchó a Trapoto decir "plagio", Sharon Listing pensó: "Dios
mío, qué dramático!", un poco preocupada de que lo que hu-
i

biera visto fuera una exageración.


Más tarde, Sharon Listing se enteró de su equivocación.
Habían puesto al policíamontado Romano en un gran proble-
ma, sin razón alguna. Todo lo que Listing había visto era a un
tipo regresando a casa con su hija; ella no debió tener la teme-
ridad de actuar siguiendo únicamente su intuición. Todo lo que
ella, Litz y Trapoto podían hacer, era escribirle una carta, dis-

culpándose, al policía Romanó; Listing aceptó todas las críticas


y puso su nombre primero.
Esa noche, Steinberg pudo sentirse agitado por su triste ac-

tuación en la corte y por lo que Deborah Koncelik expresó acerca


de su capacidad. Tal vez trataba a Lisa con singular aspereza
porque ella presenció su humillación. En una conversación con
242 La corta vida de Lisa Steinberg

su abogado Adrián DiLuzio, unos meses más tarde, él admitió


que Lisa lloraba cuando llegaron a la caseta. Lisa daba mucha
lata dentro del coche. Finalmente, él le preguntó: "Lisa, ¿qué
voy a hacer contigo?".
La respuesta que según Steinberg le dio a la niña, es total-
mente estremecedora: "Me vas a pegar"; eso tiene el sello de la
verdad. Su respuesta indica cuánto había asimilado de su reali-
dad, y cómo ya había aprendido a ser como Hedda.
Si Joel Steinberg se sentía perseguido mientras manejaba de
regreso a Nueva York, sus peores temores debieron haberse
confirmado cuando el policía montado Thomas Dooley lo de-
tuvo en la caseta de Tappan Zee Bridge, Dooley se dirigió a
Steinberg y le pidió que se identificara, mostrándole su licencia
y el registro del auto. Lo primero que Steinberg le entregó a
Dooley fue su pase de abogado a las prisiones del estado de
Nueva York. Le dijo al policía que regresaba de una audiencia
ante un juez en Albany y que tenía más documentos en la ca-
juela. Dooley le dijo que era sospechoso de haber secuestrado y
golpeado a la niña que estaba junto a él. Joel debió sentirse
aterrorizado. Los cargos se hallaban desagradablemente cerca
de la verdad.
"Viajo con mi hija", le dijo a Dooley, sin protestar con in-

dignación como lo hizo cuando los oficiales del sexto distrito


entraron a su departamento, el 6 de octubre. Cuando realmente
tenía miedo, Joel Steinberg se comportaba tan dócil como un
cordero. Su habilidad para elaborar coartadas no lo abandonó
en esta ocasión. Le dio a Dooley una versión condensada de lo
que le había contado a Scannapieco, omitiendo las partes del
trance y el coma. Su problemas musculares y se había
hija tenía
caído. A veces, se le apretaba la quijada y él debía masajear su
cuello y su espalda para calmaria.
Lisa estaba muy quieta en el asiento delantero, con el cintu-
La corta vida de Lisa Steinberg 243

rón puesto. Tal vez ella creía todas esas historias que le contaba
su padre a la gente; tal vez había algo que la perturbaba, algo
que la hacía terriblemente diferente de otros niños. "Rapto'',
estaba probablemente más alia de su vocabulario, pero con
seguridad sabía lo que era un policía. Por segunda vez, en dos
semanas, veía que su papá era interrogado por la policía. Su
papá siempre le dijo que si no seguía las reglas, la gente la ale-
jaría de él. Ahora este policía quería llevárselo a la cárcel, sólo
porque una mujer la había visto llorando.
Otros dos policías y un sargento se acercaron al carro de
Steinberg. Doolcy conferenció consargento Caulfield y
el

decidieron llevar a Steinberg y a su supuesta hija a la oficina


para hacer unas preguntas más. Caulfield también escuchó lo
de "alteraciones nerviosas'* de la niña. Decidió ir y hablar con
ella él mismo.
—¿Está todo pequeña?bien,
—Bien — aseguró le Lisa.
— Perfecto.
Caulfield examinó a la luz de la oficina que el cabello de la
niña estaba terriblemente opaco, pero eso era todo. El no vio
lastimaduras en su cara ni le pidió que se bajara los calentado-
res. Entretanto, el Sr. Steinberg intentaba ser más cooperativo.
Caulfíeld tomó algunas instantáneas de la niña con la ropa
arrugada, sólo para propósitos de identificación. Un año más
tarde, cuando le enseñaron las fotografías en el juicio, se dio
cuenta por primera vez de una decoloración en el lado izquierdo
de su frente. Igual le sucedió al policía montado Noel Nelson.
El policía montado Nelson pensó que la pequeña niña se veía
feliz esa noche; "de un humor festivo", declaró. Ciertamente,
np se le ocurrió preguntar porqué una niña de seis años se vería
así, aun cuando parecía probable que arrestaran a su padre. Lisa
actuaba esa noche, interpretando todo bien, tan perfectamente
244 La corta vida de Lisa Steinberg

como siempre. Cuando Nelson le explicó por qué iban a dete-


nerlos a ella y a su padre, ella recitó la coartada de Joel Stein-
berg casi palabra por palabra. "Tenía este problema nervioso en
su espalda y en el cuello. Se había lastimado mucho y lloró. Su
papá tenía que darle masajes para calmarla".
La prueba final de que Sharon Listing estaba completamente
equivocada, llegó cuando a Joel le pidieron el número de telé-

fono para que Lisa pudiera hablar con su madre. Y Joel dijo que
él mismo podía marcar. Habló con Hedda durante un momento
y después Dooley tomó el teléfono para explicar la situación.
Hedda se escuchaba bastante tranquila. Cuando él le dijo a Hedda
lo que Joel había dicho de los problemas musculares de Lisa,
Hedda contestó: "Sí, es cierto".
A pesar del tono tranquilo de Hedda, ella debió pasar el día
sintiéndose amargamente desatendida, porque Joel había vuel-
to a salir el fin de semana con Lisa. Cuando Dooley dijo, "Aquí
tengo a su hija", a ella le dio mucho miedo. "¿Le pasó algo a
Joel?" Se sintió inmensamente aliviada cuando Dooley le dijo
que el padre de Lisa estaba con ella.

De regreso a casa, Joel se detuvo en Yonkers para una breve


visita con Charlotte. El deseo de ver a su madre parece haber
surgido en él mientras lo interrogaban en la caseta de cobro. Tal
vez sintió el viejo impulso infantil de correr hacia ella cuando
estaba en problemas, aunque ella nunca le hubiera dado mucho
consuelo. Pero aun para su edad, Charlotte era formidable, más
fuerte y más dura que él.

Evidentemente no le contó a Charlotte lo sucedido en la


autopista. Como siempre, a ella le encantó ver a Lisa. Más tarde
declaró que no vio ninguna marca en la niña.
La corta vida de Lisa Steinberg 245

E 1 lunes por la mañana, ni la Sra.


se dieron cuanta de
Harón ni Stacey Weiss
que Elizabeth Steinberg había llegado sola
a la escuela. A las tres, Joel llegó como de costumbre para reco-

gerla. Se detuvo a hablar un momento con la Sra. Harón, acerca


del maravilloso paseo que él y su hija dieron en Albany durante
el fm de semana. El había atendido un caso en la corte el sábado
y le presentó a Lisa al juez. Y más tarde, ellos pasearon en una
limousina y él le mostró »el lugar. Dijo que Lisa estuvo muy,
muy contenta, y como la Sra. Harón lo podía comprob'ar, **Eli-

zabeth estaba radiante y él se sentía igual*'.

Como siempre, y durante esos últimos días de su vida, Lisa


intentaba obedecer a su padre y no podíaTquedarse dormida, ni
siquiera para complacerlo. Ella debe haberse quedado despier-
ta, escuchando lo sonidos en la casa, sintiendo que algo terrible
pendía sobre ella, una presencia que intentaba decirle cosas
temibles que le sucederían si se dormía. Los niños podían morir.
Papá se lo enseñó. Lisa podria desaparecer algún día. Y po-
día morir en cualquier momento, especialmente si se dormía
y no se cuidaba de las sombras en la habitación ni escuchaba.
Incluso podía morir si no se cuidaba de caer en trance, si los
Green, invisibles y distantes, pronunciaban ciertas palabras
mágicas.
Ella no le contaba a papá lo que pensaba, porque él estaba
molesto por la peligrosa manera en que quedaba mirando
ella se
al infinito, en ocasiones, hasta cuando ella pensaba que lo miraba

a él. '*Lisa, ¿qué haces?", le decía, y eUa tenía que decirle la


verdad: **Observando, papá". Cuando él entraba en la sala por
las noches y la encontraba acostada con los ojos abiertos,

observando al techo, él realmente se enojaba. Después regresaba


a la recámara y ella lo escuchaba discutiendo con Hedda,
intentado imaginar qué hacer.
246 La corta vida de Lisa Steinberg

Hedda también estaba muy molesta por el enojo de Joel, pero


nunca le preguntaba a Lisa qué pasaba, pues eso no le corres-
pondía. Básicamente, ella había abandonado a Lisa. Al único
que deseaba cuidar, además de Joel, era a Mitchell. E incluso,
eso era demasiado para ella, además de los dolores en sus pier-
nas y que el fumar cocaína la mantenía despierta toda la noche
para esas largas pláticas con Joel acerca de lo que ella dejó o lo
que era significativo en su vida. Así que Mitchell estaba
aprendiendo a esperar más y más, llorando hasta que Hedda le
prestaba atención, aunque no le hacía ningún daño llorar y Hedda
sabía que todavía la prefería a ella. Pero Joel no soportaba su
estridente y repetitivo Uanto; se paraba en frente de Mitchell y
le "ordenaba" callarse, espantándolo terriblemente. Aunque
ahora, cuando Mitchell estaba tranquilo, frecuentemente Joel
iba a verlo para cerciorarse de que no estuviera mirando fija-
mente. Por supuesto, Joel echaba la culpa de todo a los demás.
Ella estaba dispuesta a hablar con Joel, sobre cómo ayudar a
Lisa a dormirse. Una noche le pusieron música suave, pero no
funcionó. "Joel dijo que probablemente había vibraciones en la
habitación que la mantenían despierta... que tal vez provenían
de los estanques para los peces, y una noche dijo que las vibra-
ciones provenían de la pared." Estaba seguro de que Karen
Snyder había instalado una ratonera eléctrica en la pared, pero
por supuesto nunca la encontró.

En mañanas, cuando era hora de que Lisa saliera para la


las
escuela, Joel todavía dormía y Hedda no hacía nada por Lisa.
Le decía que se pusiera lo que quisiera. Lisa podía salir de la
casa, ascensor y caminar hasta la escuela 41, Le ame-
tomar el

drentaba atravesar la Avenida de las Américas, tan ancha y con


tantos autos, pero ella siempre se acordaba de esperar la luz de
paso, y un vez que Uegaba a la escuela olvidaba los temores que
sentía en su casa. El sol entraba por las enormes ventanas del
La corta vida de Lisa Steinberg 247

salón y esa semana ellos recortaban papel en forma de brujas y


calabazas e iban a tener una fiesta de disfraces el viernes. Lisa
se pondría el disfraz de correcaminos que papá le había com-
prado. A Lisa le encantaba Halloween y papá le prometió
el

llevarla a al desfile del sábado en la noche.


El viernes, Lisa Steinberg no se puso su disfraz de correca-
minos aunque ella sabía que todos los otros niños llevarían sus
disfraces a la escuela. Tal vez tenía demasiadas cosas en la cabeza

y olvidó qué día era. O tal vez deseaba mucho poder usarlo,
pero tenía miedo de despertar a Hedda para preguntarle dónde
estaba. O tal vez Hedda no le permitió ponérselo, así que se fue
a la escuela con su viejo overol sucio y la camiseta.
Lisa no se sintió a gusto en la fiesta. Sólo tomó sus dulces y
se sentó en su lugar, jugando con sus recortes. La mamá de uno
de los niños tomaba fotografías. Cuando le tocó a Lisa, se ol-
vidó de levantar la vista y sonreír.
Era el 30 de octubre. Ese día, la asistente del director, Bár-
bara Boriotti, vio a Lisa y le pareció que se veía más desaseada
que de costumbre, aunque no vio ninguna lastimadura, al me-
nos no a la distancia de medio metro. La Sra. Kassowitz tam-
bién se la encontró y más tarde recordó que le pareció ver una
lastimadura. También Elliott Koreman se dio cuenta que "el
último par de semanas, Lisa se veía más despeinada de lo que
podían verse otros niños, pero no al grado que le produjera alarma
o que fuera obvia la necesidad de hacer algo".
De cualquier forma, durante la última semana de Lisa Stein-
berg en escuela 41, el Sr. Koreman y la Srita. Boriotti habla-
la

ron de consultarlo con la consejera principal, al lunes siguiente,


**en relación con la desmejoría en la apariencia de Lisa".
Tal vez esta plática hubiera llevado a investigar con mayor
profundidad. Koreman y la consejera le hubieran pedido a Joel
Steinberg que acudiera a hablar con ellos acerca de su hija.
248 La corta vida de Lisa Steinberg

Durante la plática, el comportamiento de Steinberg y su manera


de expresarse, finalmente podrían haber hecho surgir alguna
alarma acerca de Lisa. Tal vez se hubiera presionado al depar-
tamento de policía y a los Servicios Especiales para Menores a
buscar en sus archivos cualquier dato acerca de una familia
apellidada Steinberg...
Pero hasta entonces, el "sistema" había funcionado con
demasiada lentitud para salvar la atormentada y desesperanza-
da vida de Lisa Steinberg.

A, manda Wilhelm fue la última amiga de Lisa que la vio


viva, parada en la multitud que se reunió en la Avenida de las

Américas y Tenth Street, para contemplar el desfile de Hallow-


een. A todos les encantó un grupo de personas ingeniosamente
disfrazadas que se autodcnominaban las 'lápidas bailarinas".
Amanda saludó a Lisa. '*Me di cuenta que se veía muy re-

primida. El Sr. Steinberg tenía las manos sobre sus hombros y


me dijo 'hola', y eso fue todo. A Lisa le hubiera
la detenía. Ella

gustado hablar conmigo", insistió Amanda, "ella era muy


comunicativa".
Mentiras y
veredictos
i
A un después de un juicio de doce semanas y un largo desfile
de testigos, incluyendo a Hedda Nussbaum, la historia de lo que
realmente le sucedió a Lisa permanece tan misteriosa e incom-
pleta como Otra vuelta de tuerca de Henry James, que también
tratade niños a merced de sus malvados padres adoptivos, y
quienes los utilizan para manipularse uno al otro. También el
caso Steinberg sigue abierto a una infinita interpretación; un
clásico en su tipo. De aquí a muchos años, todavía se escribirá
acerca de él.

¿Y en cuál de "las fuentes cercanas al caso" tendría uno para


confiar? ¿Ira London y Adrián DiLuzio? ¿O Barry Scheck? ¿Y
cómo podían los abogados de cualquier parte confiar en la
información de sus clientes, habiendo vivido ambos en un
fingimiento compulsivo? Las mentiras utilizadas por abogados
ambiciosos para defender a sus clientes, no pueden verse como
hechos.
252 Mentiras y veredictos

Para los abogados, problema proviene de la posición que


el

ocupan. Después de todo no son detectives ni jueces. No les


corresponde infoimar la verdad, tan sólo una defensa o deman-
da creíble y favorable. Es un derecho de los criminales más
implacables, incluso un Joel Stcinberg, el que sean defendidos
adecuadamente. Y por lo tanto el juicio se convierte en un juego
que requiere gran habilidad de los jugadores de cada equipo.
El veredicto puede resultar un triunfo legal para cualquiera de
las partes, pero no necesariamente un triunfo moral.
La estrategia de Barry Scheck era cubrir la participación de
Hedda Nussbaum con un velo de moralidad. El pedía amor para
Hedda, la archivíctima. Ira London, quien tenía la difícil tarea
de defender a un monstruo definido, no le pedía a nadie que
quisiera a Joel Stcinberg. Cuando se le preguntaba, lo que se
hizo con mucha frecuencia, por qué aceptó el caso, él siempre
contestó que, honestamente, le atraía el desafío y los honorarios
razonables. Por lo tanto, también él montó una comedia; Joel
Stcinberg era "envilecido a cada declaración del público". Si él

lograba tener un juicio justo en ese país, "cualquiera podría


aspirar a tenerio".
Los motivos de los abogados demandantes eran transparen-
tes. Nada hubiera sido más humillante para la oficina del fiscal

que perder este caso, en el que se


del distrito de Manhattan,
concentraba una demostración sin precedentes de los senti-
mientos del público. El problema era que, aunque millones de
personas pedían la cabeza de Joel Stcinberg y un veredicto de
asesinato en segundo grado, su caso estaba lejos de decidirse.
La mayor parte de las evidencias eran circunstanciales. No había
huellas acusadoras, ni armas desaparecidas de la escena del
crimen; éste se consumó con puños pero, ¿de quién eran las
los
manos que habían asestado los golpes mortales? Había una
barra de ejercicios metálica manchada con la sangre de Hedda
Mentiras y veredictos 253

Nussbaum, y algunos otros objetos, libros y escritos, hallados


en el departamento, indicaban claramente un estilo de vida
extravagante, pero compartido tanto por Nussbaum como por
Steinbcrg. Aun las lastimaduras que se vieron en Lisa en las

semanas anteriores a su muerte no agregan nada definitivo. En


ocasiones, cuando algunas personas que entraron en contacto
con la niña vieron las heridas, otros juran que no era así. Y
cualquiera de sus padres pudo haberia golpeado, o tal vez ambos
le hicieron esas heridas. Agregándose al rompecabezas, estaba
el componamiento "feliz" de Lisa, especialmente la felicidad
que mostraba cuando estaba en público con Joel Steinbcrg. Por
otra parte, casi nadie tuvo oportunidad de observar a la niña
junto a Hedda Nussbaum.
Si existió alguna simpatía del piíblico para cualquiera de las
dos personas acusadas por la muerte de Lisa, ésta fluyó natu-
ralmente en dirección de Nussbaum. Su aspecto impresionan-
temente lastimoso — mostrado gráficamente una y otra vez ante
millones de televidentes — perdón y la
garantizaba
casi le el

exoneración. ¿Qué jurados desearían condenar a una mujer


blanca de clase media, con esas heridas, con esa cara? En todos
los casos en los que las madres estabanjmplicadas junto con los
padres en el abuso o muerte de menores, los jurados mostraban
una tendencia a absolver a las mujeres.
Sin embargo, Barry Schcck no deseaba que Hedda se some-
tiera a un juicio. El atinado manejo que hizo Scheck de los in-
tereses de Nussbaum y las declaraciones que hizo para evitar
que fuera juzgada, establecieron un esquema que otros aboga-
dos empezaron a llamar "la defensa Hedda Nussbaum". El
implacable examen del papel de Hedda Nussbaum y de Joel
Steinbcrg en la muerte de Lisa, realizado por la oficina del fis-
como la cruel persecución de una mujer
cal del distrito, fue visto
que ya había sufrido bastante. En otras palabras, se trataba de
254 Mentiras y veredictos

una situación insostenible. El único camino a la victoria era


trabajar para condenar a Joel Steinberg, solo, haciendo uso de
cuanto fuera necesario. Por supuesto, nada seria más útil que
hacer que Nussbaum declarara en contra del hombre al que ella
describió al psiquiatra Michael Alien como "el que regala amor".
Como si escribieran un novela, los abogados utilizan todas
las virtudes y defectos de las vidas humanas, sopesando todas
las partes que llaman su atención, considerando tanto los gran-
des momentos dramáticos como los detalles más insignifican-
tes; sin titubear, toman todo lo que parezca útil, exagerando fre-

cuentemente su importancia y, por supuesto, dejando fuera todo


lo que parezca contrario a sus argumentos; cada parte elabora
un trabajo de ficción, utilizando los mismos sucesos para contar
historias con temas muy diferentes. Cada uno es tan falible en
sus juicios como cualquier otro ser humano, para complicar las
cosas aún más para el jurado (y para el lector).

El caso Steinberg —apoyado tan pesadamente en el testi-


monio de Hcdda Nussbaum y careciendo totalmente de una
descripción de lo sucedido desde la noche del primero de no-
viembre a la mañana del día 2, por parte de Joel Steinberg
apenas presentó un fragmento y, lo que es muy probable, una
deformación de la verdadera historia de Lisa. Lo que Lisa supo,
nunca se conocerá.
Mentiras y veredictos 255

A unque con frecuencia él le hablaba por teléfono,


Charlotte Steinberg no veía a su hijo desde un sábado de octubre
de 1987, cuando la visitó con Lisa de regreso de Albany. Habían
pasado ocho meses desde entonces, durante los cuales las
peticiones de Joel para salir bajo fianza fueron denegadas
mientras esperaba juicio en el ala hospitalaria de Rikers, Island,
donde podían protegerlo de otros internos. Entre los presidiarios,
los asesinos y golpeadores de niños eran hombres marcados, lo
peor de lo peor. Aunque él le hablaba casi todos los días, Joel
Steinberg nunca le pidió a su madre que lo visitara en Rikers.
El 13 de junio de 1988, tras un viaje de media hora en auto-
bús hasta el edificio del juzgado penal en Centre Street, Stein-
berg fue hostilizado por sus compañeros (en los viajes siguien-
tes se sentaba detrás de una cubierta plástica para que los otros
internos de Rikers no pudieran orinar sobre él). Llegaba a hacer
su última solicitud de amparo ante el juez Harold J. Rothwax,
un hombre brillante, exigente e de elevada ética, quien
irascible,
presidiría su juicio durante el otoño. Rothwax era conocido por
su habilidad para destrozar a los abogados defensores (él mis-
mo lo fue durante veinte años y conocía muy bien todos los
trucos); sin duda, despreciaba particularmente la clase de abo-
gado corrupto y descuidado que había sido Joel Steinberg, an-
tes de su reciente separación de la Barra. Aunque no era pro-

bable que el juez Rothwax permitiera que Joel Steinberg saliera


mediante fianza bajo la custodia de su madre, el departamento
de Charlotte Steinberg, en Yonkers, sería ofrecido como casa
de seguridad ese día, porque la mayor parte de los bienes de
Steinberg fueron embargados para que los examinaran investi-
gadores fiscales y por las demandas pendientes en su contra,
hechas por Michelle Launders y Nicole Smiegel.

r
256 Mentiras y veredictos

"¿Qué debo hacer con él?", escuché que Charlotte Steinberg


decía secamente aMaury Terry, quien la llevó desde Yonkers.
Charlotte Steinberg no parecía formidable. Era baja y forni-
da, una señora de edad pulcramente vestida que atisbaba al

mundo a través de sus gruesos anteojos redondos. Entró al juz-


gado caminando lenta y cuidadosamente, apoyándose en el brazo
de una joven.
Yo esperaba ver a una mujer abrumada por el dolor, por una
tragedia que la tocaba como un rayo.Aun en el caso de que
llegara a ser absuelto, lo que parecía muy dudoso, su único hijo
era un hombre arruinado; su nieta había sufrido una muerte
terrible, y perdió a su nieto. Sin embargo, se veía bastante vi-
vaz. A la Sra. Steinberg le emocionó reconocer a muchos de los
periodistas de la televisión que estaban en la corte.
Chariotte Steinberg y yo intercambiamos unas cuantas pala-
bras. Yo me sentaba junto a ella y ella se inclinó a decirme: "Mi
grupo de la tercera edad está poniendo una obra que trata de un
juicio, y yo voy a interpretar a un psiquiatra de la corte. ¿Cree
que aprenderé algo aquí?".
La mayor parte del tiempo, Charlotte Steinberg no mostró
ninguna emoción en su rostro, mientras el juez Rothwax limi-
taba cada uno de los argumentos en defensa de Joel. Como el

resto de nosotros, parecía ser sólo una más de los asistentes.


Ella escuchó al ayudante del fiscal del distrito, John
McCusker, describir a su hijo como un hombre quien no tenía
estrechos lazos familiares, ninguna profesión, ningún espacio
propio, "ninguna vida en Nueva York", ningún lugar a dónde
regresar: nada, ni siquiera su anciana madre, que le evitara dejar
el país, algo que se sabía le había aconsejado que hicieran a dos
de sus clientes.

Demostraremos —
declaró McCusker —
que Lisa Stein-
berg no sufrió una muerte accidental. Intentamos probar que
Joel Steinberg golpeó a Elizabeth Steinberg, hasta matarla.
Mentiras y veredictos 257

Existen indicios de que esa tarde de verano, tres y medio


meses antes del juicio, el juez Rothwax ya había considerando
elcaso y establecido su posición personal aunque, y él era el
primero en admitirlo, no escuchó la evidencia que presentaría
la defensa. Mientras denegaba la solicitud de amparo de Stein-
berg, Rothwax dijo firmemente: "Mi criterio, basado en los
hechos que me han sido presentados, me lleva a creer que el
acusado probablemente es culpable, y es probable que se le
muy posible que sea senten-
declare culpable; por lo tanto es
ciado a permanecer en prisión".
Se hizo un asombrado silencio en y fue roto por la
la sala

madre de Joel Steinberg. "El no es culpable, lo sé", le reprochó


al juez Rothwax, desde su lugar.
Quince minutos más después de una airada discu-
tarde,
sión entre Rothwax London, quien solicitaba declarar
e Ira
anulado el juicio, y después de que Charlotte Steinberg cruzó
unas cuantas palabras en privado con su hijo, los reporteros la
rodearon. "¿Qué siente acerca de Lisa?", le preguntó uno de
ellos.

La respuesta surgió con facilidad y fue expresada animada-


mente: "Oh, ella era querida. Era amada".
Hedda Nussbaum nunca tuvo que solicitar salir bajo fianza.
Cambiaría del ala criminal del hospital Elmhurst, el 12 de no-
viembre de 1987, a una habitación privada en el ala psiquiátri-
ca, fue un temprano indicio de la estrategia preparada para ella
por Barry Scheck y la oficina del fiscal del distrito de Manha-
ttan. El Dr. Azariah Eschkenazi, jefe de los servicios psiquiá-
tricos para prisioneras, la examinó para ver si era capaz de en-
frentar un juicio. Durante su entrevista de cuarenta y cinco
minutos, Hedda Nussbaum enteró al Dr. Eschkenazi que no
deseaba discutir su niñez. Se sentía triste por el predicamento
en el que se encontraba, y expresaba su preocupación por
258 Mentiras y veredictos

Steinberg y Mitchell. No habló en absoluto de Lisa. Parecía


tener un coeficiente intelectual alto. El Dr. Eschkenazi no en-
contró '^ninguna perturbación mental que requiriera hospitali-
zación" y por lo tanto, no recetó medicamentos. Más tarde,
cuando él testificó para la defensa, dijo que Hedda permaneció
en la unidad psiquiátrica, "exclusivamente por razones de se-
guridad". Aunque ella realmente estuvo lastimada, no hubo
necesidad de manteneria bajo cuidados médicos.
Lo que Eschkenazi observó acerca de Hedda Nussbaum era
muy parecido a lo que el Dr. Michael Alien notó el día posterior
a su arresto, cuando él le hizo una entrevista psiquiátrica en la
sala de emergencias del hospital Bellevue. En esa ocasión, ella
estuvo "superficialmente cooperativa", aunque también él ano-
tó en sus registros la palabra "desafiante". Hedda Nussbaum
era lógica y coherente. Cuando él le hacía preguntas, ella tendía
a contestarlas "hteralmente", que fue exactamente la manera en
que enfrentó después las preguntas de Ira London. Ella parecía
estar "considerando sus respuestas, así como sus implicacio-
nes". Hedda Nussbaum le dijo relativamente poco al Dr. Mi-
chael Alien acerca de su vida antes de conocer a Steinberg
("literalmente, el mejor abogado del mundo"). Mostró respeto
por y por sus poderes para darte salud, y más bien agresiva-
él

mente, se negó a discutir la posibilidad de que él fuera respon-


sable de sus lesiones. Hedda le dijo al Dr. Alien que siempre
creyó en la percepción extrasensorial, aun antes de conocer a
Joei.
El Dr. Alien elaboró la hipótesis de que Hedda Nussbaum
tenía una personalidad múltiple: "Creí posible que algunas de
sus experiencias se hubieran separado y así se mantuvieran dentro
de su personalidad global". Cuando él rindió testimonio para la
defensa, dijo que esto era común entre personas de las que
"sistemáticamente se abusó durante su niñez". Aunque los ca-
Mentiras y veredictos 259

sos de mujeres golpeadas eran frecuentes, esta clase de trastorno


era poco común.
El Dr. Alien también dijo en la corte: "La otra posibilidad
que consideré es que ella estuviera mintiendo".
Cinco días después de la entrevista del Dr. Eschkenazi con
Hedda Nussbaum, Barry Scheck hizo arreglos para que la
transfirieran al ala psiquiátrica del Columbian Presbyterian, un
hospital privado en donde sería cuidadosamente resguardada
de la ardiente curiosidad del mundo exterior durante los si-
guientes cuatro meses y medio. La mayor parte de sus serias
lesiones faciales se arreglaron mediante cirugía plástica duran-
te su estancia. Se necesitaban muchos más arreglos de naturaleza
cosmética, pero no se habían realizado para cuando Nussbaum
rindió testimonio.
El estado deHedda Nussbaum era un misterio. Estaba dete-
nida, aunque no era prisionera. Sin que se enterara el público, la
oficina del fiscal del distrito muy pronto le Co-
dio permiso al

lumbian Presbyterian de extenderle un pase a Nussbaum, per-


miténdole salir del edificio para que paseara con una escolta
adecuada o ir más lejos, si lo requería.
Su equipo de abogados le decía a la prensa que Hedda había
sufrido daños cerebrales masivos, debido a los golpes que reci-
bió durante años. En diciembre de 1988, cuando Ira London le
preguntó la naturaleza de sus daños cerebrales, Hedda replicó
que "tenía dificultades en escoger las palabras". Aunque esa
dificultad con las palabras no evitó que iniciara un activa bús-
queda para que le editaran un libro. Nussbaum dijo que serviría
para "ayudar a otras mujeres golpeadas", así como para cubrir
sus gastos legales.
Durante 1988, Barry Scheck organizó un extraordinario apoyo
para su cliente.Un equipo de dieciocho estudiantes de leyes de
la Cardozo Law School investigaron todos los aspectos del caso,
260 Mentiras y veredictos

realizando entrevistas y revisando el contenido de varias bolsas


llenas con dibujos, cintas, fotografías y escritos que Scheck sacó
del departamento, dos semanas después de la muerte de Lisa. A
otros estudiantes se les encomendó revisar el correo de Nuss-
baum. Otros se turnaban trabajando con Hedda directamente,
elevando su autoestima, e intentando persuadirla de declarar en
contra de Steinberg. La New York University, de reconocida
conciencia social, también participó en la defensa de Nussbaum.
Una coalición de grupos defensores de mujeres golpeadas
apoyaban firmemente a la cliente de Scheck. Lideresas femi-
nistas de Nueva York también apoyaron su causa. Barbara
Walters le insistió a Barry Scheck que le permitiera entrevistar
a Hedda en la televisión nacional; igual lo hicieron otros co-
municadores conocidos. Una mujer que esperó doce horas an-
tes de pedir asistencia médica para una niña de seis años en
coma (porque sabemos todo lo que le pasó a Hedda Nussbaum)
se convirtió en la víctima más famosa del país. Una mujer que
arriesgara su vida para salvar a su hijo de los golpes de su padre,
hubiera recibido un poco de atención. Una mujer que descu-
briera un remedio contra el cáncer sin duda le hubiera parecido
menos fascinante al público estadounidense.
Barry Scheck logró que la prensa se mostrara benévola con
Hedda, dándoles a diferentes reporteros la esperanza de que algún
día tendrían una entrevista ''exclusiva" con Hedda. Nada hu-
biera sido más redituable que una entrevista de esa naturaleza.
El periódico de Nueva York, Newsday, que intentaba aumentar
su circulación en Manhattan, confiaba en que sería escogido
por Barry Scheck. Aun antes de que Hedda Nussbaum compa-
reciera, el periódico ya había preparado sus encabezados. Sin
embargo, al final la exclusiva se concedió a People, con el

artículo escrito por la vieja amiga de Hedda, Naomi Weiss, por


el cual Weiss recibió treinta mil dólares. Apareció el 13 de fe-
Mentiras y veredictos 261

brero de 1989, después de que a Steinberg se le encontró culpa-


ble de asesinato en primer grado; según lo acordado, el artículo
tuvo que ser revisado cuidadosamente por Barry Scheck. Otro
artículo preparado antes del juicio de Steinberg, que contenía
muchas más críticas para Nussbaum, aparentemente fue
corregido.
La historia de Hedda Nussbaum, que astutamente Scheck
construyó, era la que la mayoría de la gente necesitaba creer.
Era como si Scheck supiera que podía contar con el unánime
rechazo de los estadounidenses de nuestros tiempos a enfrentar
un juicio, especialmente en casos que requieren establecer dife-
rencias morales. La palabra "maldad" estaba desapareciendo de
nuestro vocabulario, porque implica intención; por supuesto,
una víctima carece totalmente de voluntad o decisión. Junto con
la noción de maldad, la noción de los actos nobles, generosos y

valientes también parecen estar desapareciendo de nuestra cul-


tura. Es difícil para mucha gente imaginar un escenario en el
cual Hedda aun arries-
se hubiera redimido desafiando a Joel,
gando su vida, en un intento por salvar a Lisa, llevándola rápi-
damente al hospital.
La definición de Jessica Benjamin de dominio como "un
proceso en dos direcciones, un sistema que involucra la parti-
cipación de aquellos quienes se someten al poder y de los que lo

ejercen" es, como ella lo asevera, un proceso controversial,


particularmente proviniendo de una feminista. Aim así, insiste

en que no debemos criticar solamente nuestra "idealización del


lado masculino, sino también valorar las reacciones de las
mujeres". Benjamin encuentra que la tendencia a "idealizar a
los oprimidos" es una "debilidad de las políticas radicales",
señalando que "aun las pensadoras feministas más sofisticadas
evitan frecuentemente el análisis de la sumisión, por temor a
admitir la participación de la mujer en una relación de dominio,
262 Mentiras y veredictos

el peso de la responsabilidad parecerá cambiar de los hombres


a las mujeres y la victoria moral pasará de las mujeres a los
hombres".
Benjamin escribió el libro Los lazos del amor antes del juicio
Steinberg, cuando el eslogan *'iNo culpen a la víctima!" se
convirtió en el grito de batalla de los defensores de Nussbaum.
Esas cinco palabras, cada vez aplicadas con mayor facilidad,
son el estandarte del movimiento en favor de las mujeres gol-
peadas. Para mí, han llegado a significar: "¡No pienses!, ¡No
juzgues!, ¡No hagas diferencias!". ¿Acaso una mujer golpeada
como Hedda Nussbaum no tiene responsabilidad por el curso
de su vida, o las vidas de sus hijos?
Dado que caso de Lisa Steinberg se convirtió en la causa de
Hedda Nussbaum, el furor acerca de que Hedda había sido una
víctima me hizo notar que somos una sociedad que se interesa
mucho menos por los niños, debido a la idealización de pater-
nidad que prevaleció en los años ochenta, y que nos ocupamos
más de los intereses de los adultos, aun de los censurables. Por
supuesto, los adultos que particularmente apoyamos más tien-
den a ser blancos y de clase medida.
En el verano de 1989 el nombre de la religiosa Mary Nemey
y el apoyo de su organización PASOS para Acabar con la Vio-
lencia en la Familia se involucraron inmediatamente en un nueva
causa celebre en Manhattan, que mostraba sorprendentes simi-
litudes con el caso Steinberg, aunque en esta ocasión los padres
eran de pocos recursos económicos.
Francés McMillan, de 35 años de edad, fue arrestada junto
con su esposo Hermán, un exconvicto, y se les acusaba de tor-
tura, negligencia criminal y abuso sexual de sus niños. Tem'an
nueve (la más pequeña, una niña de cuatro meses; el más gran-
de, un chico de 16 años). Otros dos habían muerto de hambre en
la infancia; uno más nació muerto. La policía del desesperada-
Mentiras y veredictos 263

mente pobre barrio de Bronx en donde los McMillan vivieron


desde 1 965 en un pequeño departamento propiedad de ía ciudad,
,

estaba usando perros para buscarlos restos de los niños muertos,


en un terraplén, juntó a la carretera Major Deegan.
Durante muchos años, los McMillan se las arreglaron para
ocultarics la existencia de su enorme familia a las sobrecarga-
das y no muy interesadas dependencias de la ciudad y a sus
vecinos, aunque algunas personas vieron a Hermán McMillan
marchando con sus niños en la nieve, con cobertores, a mitad de
la noche. McMillan llegaba en taxi a su trabajo en una cons-

tructora en Hunts Point. Ahí hablaba de sus chicos todo el tiempo

y decía que no podía vivir sin ellos; sus compañeros recuerdan


que decía: "Adoro a mi esposa". Una vez les dijo que era "casi
hermafrodita. Eso es lo mejor que te puede pasar". Al igual que
Joel Steinberg, Hermán McMillan debía muchas rentas atrasa-
das.
Durante los años, la Sra. McMillan contempló "inútilmente"
cómo su esposo golpeaba a los niños con remos, los esposaba y
ataba, les metía la cabeza bajo el agua y violaba a su hijo de 16
años y a las niñas de ocho y catorce.
Según el Daily News, "el abogado designado por la corte
para la Sra. McMillan decía que su dienta podía ser la 'décima
víctima del caso'. El abogado planteó la defensa de la Sra.
McMillan, de una manera parecida a la de Hedda Nussbaum, a
quien no se acusó de asesinato de su hija, ilegalmente adoptada,
debido a que la golpearon hasta inutilizarla".
En una entrevista de televisión, el abogado se quejó que a
causa de que su cliente era negra, era tratada como una criminal
y no de acuerdo con los privilegios que Hedda Nussbaum dis-
frutó.

En todo el país, en donde las mujeres y sus parejas estaban


implicados en casos de abuso de menores, los abogados utili-
264 Mentiras y veredictos

zaban la defensa "Hedda Nussbaum", frecuentemente con éxi-


to.

Sin embargo, en el caso de Francés McMillan, no había duda


de que ella, al igual que Hermán McMillan, enfrentaría un jui-
cio.

\
Mentiras y veredictos 265

'C ulpar a Hedda Nussbaum*',


Klagsbrun en una entrevista con Newsday, durante
dijo el Dr.
la
Samuel
última
semana del juicio, era un "ejemplo clásico de victimar a una
víctima como se ve en los casos de violación, como si ellas lo

hubieran pedido". Lo que olvidaba el Dr. Klagsbrun es que una


violación es un caso aislado que ocurre un sola vez, y en el cual
la víctima no tiene posibilidad de elección. Nadie sabía mejor
que Klagsbrun que la situación de Hedda Nussbaum se extendió
durante un largo tiempo. Se hizo adicta a un amor perverso, así
como a la cocaína, y durante 13 años ella no optó por que se le

curara.
El hospital de Klagsbrun, Four Winds, se especializaba en el
tratamiento de adicción al alcohol y a las drogas; tenía una reputa-
ción de ser frecuentado únicamente por personas opulentas. Es
uno de una serie de tres hospitales psiquiátricos pequeños, ex-
clusivos y activamente promocionados, que poseía el Dr.
Klagsbrun. Sus instalaciones son lujosas, con amplias cons-
trucciones en una finca. El 18 de marzo de 1989, Hedda Nuss-
baum se trasladó ahídesde el Columbian Presbyterian. En Four
Winds, ella trabajó con un equipo de psiquiatras y con el mismo
Klagsbrun, a quien ella vio casi diariamente, alcanzando las
150 horas de terapia para diciembre de ese año. Algunos
miembros del equipo del hospital y varios de los pacientes lle-
garon a sentirse ofendidos porque les parecía que Nussbaum
gozaba de singulares privilegios. En el hospital también se rea-
lizaba psicodrama y se daban diferentes tipos de terapia artísti-
ca. "¡Puedo hacerlo!", le comentaba Hedda Nussbaum con
asombro a Naomi Weiss, mostrándole algunos trabajos de al-
farería que había realizado. En uno de ellos, ella imprimió
pequeñas tarjetas ilustradas por ella misma, con juguetes y osos,
y por supuesto, volvió a tomar fotografías.
266 Mentiras y veredictos

La gente se preguntaba quién estaría pagando el cuidado


intensivo de Nussbaum (Four Winds cobraba normalmente 870
dólares por día.) ¿Iban a presentarle la cuenta a Steinberg? El
benefactor de Hedda era el mismo Dr. Klagsbrun —quien no
era famoso cuando ella llegó a su establecimiento, pero se
convirtió en celebridad cuando su paciente estuvo lista para
aparecer en el juicio. Nada podía indicar mejor los avances que
hizo Hedda hacia su recuperación que su decisión de demandar
a Joci Steinberg por la cantidad de 40 millones de dólares, por
daños. ¿Hedda había vuelto a nacer como una capitalista? Ni
siquiera el Dr. Frcud hubiera forjado tal transformación en una
paciente que parecía tan ensimismada al principio, i
Y en menos
de un año!
En de Newsday, el Dr. Klagsbrun declaró que
la entrevista

creía en un "código de moralidad" y trataba a Nussbaum en


consecuencia. De ninguna manera la excusaba de "aceptar su
responsabihdad de permanecer con Joel Steinberg o de no haber
ayudado a Lisa". Klagsbrun le dijo a un reportero de Siete Días,
que él se negaría a atender a un paciente que considerara mal-
vado, aunque eso pareciera como que lo estaba juzgando. El 10
por ciento de las camas en Four Winas estaba reservado para
aquellos que merecían tratamiento gratuito. Nussbaum caía en
la categoría de "personas quienes habían sido terriblemente
lastimadas por la sociedad". Una definición que hubiera hecho
elegibles para la generosidad de Klagsbnm a varios cientos de
miles de desconocidos.
Klagsbrun, no mantuvo la información acerca de su famosa
paciente como confidencial y por esto recibió algunas críficas
de sus colegas. En Newsday y en Siete Días, Klagsbrun declaró
que incluso sus numerosas apariciones en los medios de infor-
mación en representación de Nussbaum, habían resultado muy
terapéuticos para ella.
Mentiras y veredictos 267

Entre todo lo publicado, ninguna información mejoró la


imagen de Joel Steinbcrg. La etiqueta de "monstruo" parecía
fijársele con mayor firmeza, con cada artículo que se publicaba,

sin mencionar las tres desastrosas entrevistas por televisión en


el invierno de 1988-89, en las cuales intentó pintarse a sí mismo

como un padre amoroso. Antes de que se celebrara el juicio,


Steinbcrg aceptó ser entrevistado solamente por una persona:
Maury Terry. Poco después de su intcmamicnto de Rikers Is-
land, Steinbcrg buscó a Terry, después de verlo en un especial
de Geraldo Rivera, acerca de cultos satánicos. Terr>' tenía un
conocimiento enciclopédico y obsesivo del tema y acababa de
publicar El último maligno, un libro que reexaminaba un caso
sobre cultos satánicos y asesinato. Terry era un dotado y teme-
rario detective, y también reportero. Steinbcrg estaba terrible-

mente ansioso de platicar con él Lo que


acerca de los Creen.
tanto deseaba contar Steinbcrg a unamente conocedora era una
mezcla de verdades, mentiras y fantasías. Las fantasías acerca
del culto todavía funcionaban. Cuando Hedda Nussbaum in-
gresó Columbian Presbyterian, Steinbcrg estaba convencido
al

que uno de los doctores era miembro del culto; sin duda le pasó
por la mente que Barry Scheck era un agente de los Creen. Aun
así,algunas de las historias y declaraciones de Steinbcrg fueron
corroboradas por otras personas con las que habló Maury Terry,
por lo que pudo hallar inmediatamente a los desprogramadores
que Joel y Hedda consultaron en 1983 y 1984.
Para el verano de 1988, Terry tenía un testigo potencialmente
crucial, listo para declarar, un preso llamado Michael Hawkrieg
quien cumplía una sentencia acusado de sodomía, en la prisión

de Down State en Suffolk Country, Long Hawkrieg de-


Island.
claró que, en 1 985 en una fiesta, organizada por un doctor homo-
sexual en Long Island, vio un video en donde aparecía una
268 Mentiras y veredictos

golpeada Hedda Nussbaum, no muy diferente a como se veía


cuatro años después. La niña que estaba con ella en el video
parecía ser Lisa Steinberg. La policía de Suffolk Country esta-
ba muy interesada en avanzar en esta investigación, pero la
oficina del fiscal del distrito de Manhattan, intentando eviden-
temente proteger la credibilidad de su potencial testigo estrella
en contra de Steinberg, no que la completaran. La
les permitiría

credibilidad de Hawkricg quedó en entredicho cuando se des-


cubrió una absurda conspiración por parte de los dos compa-
ñeros de celda de Hawkrieg para vender un cásete en blanco,
supuestamente conteniendo el video de Lisa Steinberg, a una
cadena de televisión, en 10 mil dólares. Hawkrieg y sus dos
compañeros de celda fueron trasladados a lugares donde la prensa
no tenía acceso. Pero Hawkrieg seguía dispuesto a declarar.
Según Maury Terry, sufría una enfermedad incurable y tal vez
sintió que ya no tenía nada que perder. El 12 de enero, cuando

Ira London y Adrián DiLuzio solicitaron que se les permitiera


entrevistar a Hawkrieg en privado, antes de que declarara, se les
previno que podían ser citados como testigos de cargo en contra
de él. A la luz de estos hechos, Hawkrieg decidió no declarar.
Si existe realmente el videotape que describe Hawkrieg,
seguramente hubiera sido una poderosa evidencia, probando lo
que Hedda Nussbaum tomaba sólo como fantasías. Sin embar-
go, la parte que desempeñó Steinberg en la elaboración de di-
cha cinta, hubiera estado abierta a considerables cuestionamien-
tos.

En mayo de 1988, Maury Terry publicó un artículo llamado


"La versión de Joel Steinberg", basado en los meses de entre-
vistas con él; mi propio artículo sobre el caso apareció en el
mismo número de Vanity Fair. La historia de Maury Terry pinta
la participación demoniaca de Hedda Nussbaum en un culto

sadomasoquista de Long Island, desde fines de los años setenta


Mentiras y veredictos 269

hasta mediados de los ochenta. Steinberg "declara que Hedda


Nussbaum 'estuvo en trance' las semanas anteriores en que Lisa
fue fatalmente lastimada. Decía que sospechaba que su condi-
ción comenzó por una sugestión posthipnótica que recibió por
medio de una carta".
El punto importante de las diferentes historias que Steinberg
le contó a Terry, era que él realmente no tenía idea de lo que le

había sucedido a Lisa, la noche del primero de noviembre, entre


la hora que salió del departamento para cenar con Andrés
Romero, en un restaurante de Greenwich Village y su regreso,
tres o cuatro horas más tarde, cuando encontró a la niña en el

piso del baño y a Hedda "fuera de este mundo".


Como Hedda se quedó sola con Lisa durante las horas en que
Steinberg estaba fuera, no era difícil para cualquier persona
intehgente imaginar lo que Joel Steinberg quena implicar.
Hedda Nussbaum dijo a Barry Scheck, que ella no declararía
en contra de Steinberg, a menos que él la culpara por la muerte
de Lisa. Cuando leyó "La versión de Joel Steinberg" en Vanity
Fair, aparentemente comenzó a sopesar la idea de convertirse
en testigo de cargo. En este mes tuvo su primera plática con
miembros de la oficina del fiscal del distrito de Manhattan.
¿Iba ella a castigar al asesino de Lisa, o al amante que la
traicionó? Ciertamente ella no había perdido su instinto de
conservación ni su capacidad para enojarse. Las posiciones

cambiaron y ahora era ella quien se volvía poderosa. Eran sus


palabras las que iban a creer, era ella quien tenía la simpatía y el
amor de tanta gente; Joel no tenía nada. La vida de Steinberg
estaría en manos de Hedda. En el juego mortal que siempre
tuvieron, éste debió parecer el giro más inesperado de todos.
El 7 de julio, como un Hedda Nuss-
aliciente concreto para
baum, la fiscalía entregó a Four Winds un arreglo preliminar
que elaboraron con ayuda de Barry Scheck, en el cual acepta-
270 Mentiras y veredictos

ban retirar cualquier cargo en contra de ella, a cambio de su


total cooperación:
"Para esta fecha la investigación sobre la muerte de Lisa
Steinberg, no ha revelado ninguna evidencia de que Hedda
Nussbaum golpeó o causó algún otro daño que condujo al
físico
fallecimiento de Elizabeth Steinberg, o que ayudó o animó a
otros a hacerlo".
Este acuerdo se basa en ese hecho. Si cualquier evidencia
Hedda
fuera hallada a ese respecto, incluidas las declaraciones de
Nussbaum, se entiende que este acuerdo no tendrá validez.
Hedda Nussbaum ayudaría a la oficina del fiscal del distrito
a investigar las circunstancias que rodearon la muerte de Lisa y
aceptaría ^'declarar honestamente en cualquier procedimiento
relacionado con los temas de este acuerdo".
Hedda entendió que esto significaba: 'Tengo que aceptar decir
la verdad, y declarar sobre lo que me pregunten". Evidentemen-
te, ella tenía algunas dudas al respecto y aunque firmó el acuerdo,
vaciló muchas veces antes del juicio. Incluso en noviembre de
1988, le expresó al Dr. Klagsbrun el deseo de estar con Joel.
Durante cuatro meses, la existencia del acuerdo del 7 de julio
fue un secreto para la prensa. Todavía lo era el 8 de julio, una
semana antes de que se escogiera al jurado para el juicio Stein-
berg. Esa mañana, alguien en la oficina del fiscal del distrito
filtró esta información: "En unas cuantas horas, en un juzgado

de Center Street, Hedda Nussbaum podría hacer su primera


aparición en público desde su hospitalización".
Cuando yo llegué al lugar, a las 10 A.M., había camiones de
todas las cadenas televisivas fuera del edificio. El juzgado, en el
noveno piso, estaba lleno de reporteros. Todos se preguntaban
algo. ¿Cómo se vería Hedda después de la cirugía plástica? ¿Por
dónde entraría? ¿En realidad declararía en contra de Steinberg?
¿Qué diría una Hedda rehabilitada?
Mentiras y veredictos 271

Otros lugares estaban ocupados por varios acusados y sus


abogados. La mayoría de ellos eran jóvenes pobres y negros.
Cuando los llamaban a declarar ante el juez John Stackhouse,
los procedimientos se realizaban rutinaria, inaudible y rápida-
mente; aunque Hedda Nussbaum estaba en algún lugar de los
juzgados, Barry Scheck estaba sentado enfrente. Era más joven
de lo que yo imaginé, con un agradable aspecto infantil que
atraía a la prensa (aunque yo dudaba que fuera tan inocente
como se veía). Tenía grandes y expresivos ojos castaños y una
expresión de superioridad moral que se baria más pronunciada
en diciembre, cuanto Hedda apareciera en escena.
Finalmente nos reunimos alrededor de Scheck y le pregun-
tamos si deberíamos dejar de esperar a Hedda. Sonrió miste-
riosamente y dijo: "Bueno, ya saben que la opción es de ella".
Me sorprendió que a ella le hubieran dado esa opción. Porque,
en relación con Hedda Nussbaum, la palabra "opción" había
adquirido un significado especial. ¿Acaso Hedda Nussbaum no
tuvo siempre una?
El 29 de septiembre, Hedda Nussbaum optó por no acudir a
la corte. Pero estaba en alguna parte del edificio, encerrada con
John McCusker y Peter Casolaro.
Todo ese día, afuera del edificio del Juzgado Penal, algunos
fotógrafos hacían guardia. Uno de ellos tomó una fotografía de
Hedda, mientras corría hacia un auto que la esperaba. Su figura
era robusta, de cabello gris; ya no en jeans ni con cintas en la
cabeza, sino con un severo traje penitenciario nt;gro. La cirugía
nunca terminaría de arreglar su cara. Aun siendo libre, Hedda
Nussbaum quedaría marcada para el resto de su vida.
272 Mentiras v veredictos

S Joel Steinberg no hubiera sido un abogado criminalista,


i

aunque ahora en desgracia y expulsado de la Barra, tal vez Ira


London y Adrián DiLuzio, hubieran podido elaborar un caso
más convincente para él. Pero incluso entonces, no hubiera
entrado dentro del carácter de Steinberg ceder el control a sus
dos abogados. Se decía que veía a Ira London como una figura

paternal, al menos exteriormente, aunque tenía una relación más


estrecha con Adrián DiLuzio, quien antes fue asistente al fiscal

del distrito de Philadelphia y que fue contratado para ayudar a


London después de que la última solicitud de fianza de Stein-
berg fue denegada.
London un hombre con un matrimonio largo y estable y
era
cuatro hijas mayores, quienes le rogaron que no tomara el caso.
Al final del juicio, durante las recapitulaciones, DiLuzio asom-
bró a algunas personas cuando se refirió a Joel Steinberg como
*'mi cliente y amigo". London, en contraste, unos días antes de
que la defensa terminara su parte, se separó públicamente de
Steinberg, cuando le reveló al columnista de Newsday, Dermis
Hamill, que creía que su cliente sería condenado. En seguida se
dio un desacuerdo entre London y DiLuzio, quienes anterior-
mente estuvieron en términos muy cordiales.
Como si no comprendiera que era su vida la que estaba en
juego, a Steinberg se le hacía muy difícil desembolsar dinero
para apoyar su causa. Estaba muy molesto de que London ob-
tuviera dinero, como parte de sus honorarios, vendiendo algu-
nas acciones de Steinberg a precios de oportunidad; por esta
razón negaba a financiar una investigación. "Si yo hubiera
él se

sido Joel Steinberg, utilizaría mi dinero para preparar el caso de


cualquier manera", me dijo DiLuzio. ''Hubiera estado desespe-
radamente temeroso de las consecuencias de no hacerlo".
Mentiras y veredictos 273

Tal vez la culpa y el remordimiento hicieron que Steinberg


estropeara su defensa. Continuaba acusando a los Green de casi
todo: las lesiones de Hedda, el abuso sexual de Lisa, las pala-
bras clave que supuestamente la condujeron a la muerte. Pero
pudo temer lo que una investigación profunda hubiera revelado
acerca de sus actividades en el pasado. El se negó a ponerse en
movimiento hasta las últimas semanas del juicio.
Aun un abogado inepto como Steinberg debería saber lo
importante que era ayudar a sus defensores para elaborar una
historia que se sostuviera ante un jurado. Según Adrián DiLu-
zio: *'Sólo nos dio mierda". "Difícilmente puede defenderse un

caso cuando el acusado te hace acudir apresuradamente a su


lado y después no tiene nada que decirte."
"Tienen que demostrar que mi casa no era tan mala", le decía
a sus abogados, o que "mis zapatos de golf eran nuevos", o "que
mi ropa de cama no estaba sucia". "iQué desgracia!"
"Después de un rato", dice DiLuzio, "uno dejaba de poner
atención. Uno tenía que hacerte al detective con él, que enfrentar
sus mentiras. Seguía acusando a personas que no podían estar
involucradas".
DiLuzio veía a Steinberg como "una persona absurda. To-
davía es absurdo. Si fuera una persona malvada y cuerda
—o inocente y cuerda— simplemente hubiera dicho" 'Hedda
lo hizo'".
Si esa acusación no provenía de Steinberg, nunca habría una
historia coherente. En lugar de eso,
Steinberg insistía en que sus
abogados intentaran diferentes argumentos inverosímiles, ba-
sados en los estudios que hizo Steinberg de los registros médicos
de Lisa. Lisa no murió como un homicidio, argu-
resultado de
mentó London en su declaración DiLuzio se sintió
inicial.

humillado mientras intentaba probar que Lisa murió de Sín-


drome Reyes, que se demostraba por la elevada cantidad de
274 Mentiras y veredictos

amonia en su sangre, tal vez por una lesión cerebral que se


produjo en la ambulancia o en el hospital. Joel le sugirió a Maury
Terry que Hedda alimentaba a Lisa con las hojas de una planta
venenosa, tal vez como experimento. Como siempre, Joel
disfrutaba jugando al doctor. Con cada nueva teoría, sus abo-
gados perdían credibilidad. Mientras su caso se hacía pedazos,
su cliente garrapateaba furiosamente notas para ellos y para sí
mismo, "intentando constantemente", dijo DiLuzio, "aportar
racionalidad en cualquier tema". Steinberg todavía sufría por el
abuso de un año después de la muerte de Lisa, él
las drogas, y
aún "intentaba reconciliar una percepción correcta con los
demás".
Una declaración que nunca se creyó fue de la que nunca se
abusó realmente de Lisa. Para comprobar eso, comparecieron
Elizabcth Kassowitz y Rayne Sciarowi de la escuela 41, obvia-
mente asombrados. Por un tiempo, London consideró llamar a
Silvia Harón. Heather McHugh, un experto en abuso de meno-
res, mostró cómo Lisa no llenaba el perfil de una niña de la que

se abusaba, señalando el feliz aspecto de las figuras que ella


dibujaba en la escuela 41, como prueba de esto. Fue sólo du-
rante su recapitulación que London aceptó que Lisa había sido
golpeada (sin embargo, no por Steinberg, sino por Nussbaum).
La historia más convincente que Steinberg contó acerca de
lo que le sucedió a Lisa era esencialmente la misma que le contó
en un principio a Terry: no se llevó a Lisa con él, cuando
acudió a reunirse con Romero en el restaurante Waverly Place.
La niña merendó a las seis de la tarde, y Hedda Nussbaum le
recordó que había escuela al día siguiente (como sabemos, en
las dos semanas anteriores Hedda dejó de ocuparse de esos

asuntos). Cuando él salió de la casa a las siete, escapándose


"para que Lisa no se diera cuenta que me iba" (sobre esto, sa-
bemos que a Steinberg por lo general no le importaban los
Mentiras y veredictos 275

sentimientos de Lisa). A las nueve, cuando el preocupado padre


intentó llamar a su casa, otro cliente estaba posesionado del
teléfono, así que Jocl le pidió al cantinero que le permitiera usar
el teléfono de la barra. (En una versión posterior de la historia,
Lisa se sentía mal del estómago cuando él se fue, y Joel llamó
porque estaba preocupado por ella.) Fue Hedda quien contestó
cuando Joel llamó. Le dijo que Romero deseaba saludar a Lisa,
pero Hedda le respondió que Lisa dormía porque había comido
algunas verduras chinas y estaba enferma. (Entonces, Lisa
pareció comer dos veces en un par de horas; era mucho para una
casa donde el consumo de alimentos estaba, por lo regular,
estrictamente limitado.)
Esa noche, Steinberg y Romero discutían sobre los pozos
petroleros en Texas, la aventura en la que Jocl Steinberg con-
venció al Dr. Sarosi de participar. Romero necesitaba más in-

formación de ellos, deseaba ver algunos folletos y fotografías,


así que entre las 1 1 y media y 12 de la noche, fue a casa de
Steinberg. (Sin embargo, la vecina del piso de abajo de Stein-
berg, Joan Bonano, recuerda haber visto a los dos hombres a las
10 y media fuera de la casa, examinando algunas fotografías.)
Joel se acordó que en el camino vio algunas lámparas por el
aparador de una tienda de antigüedades, en Christopher Street.
Joel subió para traer el material que Romero le había pedido.
Mientras Hedda lo buscaba, vio que Lisa estaba recostada en el

piso del baño. Hedda dijo que la niña había vuelto a vomitar "en
lacama o algo así" y que la tuvo que acostar en el piso. Después
de un rápido vistazo a Lisa, Steinberg decidió que no estaba mal
y bajó a seguir la conversación con Romero, pensando que Hedda
estaba al cuidado de la niña enferma. Estaba tan furioso cuando
regresó al departamento y encontró a Lisa todavía en el piso,
que le gritó a Hedda: "¡idiota, estúpida! ¡bruja!" (palabras que
la vecina de arriba, Rita Blum, recuerda haber escuchado, pero
276 Mentiras y veredictos

hasta las dos de la mañana. Blum pensó que era a Lisa a la que
le gritaba).
Conforme pasó el tiempo, Joel Steinberg arregló esta histo-
agregándole más y más detalles, dependiendo de la persona
ria,

con la que hablaba. Uno de ellos era que encontró a Hedda


planchando y silbando animadamente, cuando él entró al de-

partamento.
En una ocasión llegó Maury Terry que él *'golpeó"
a decirie a
a Lisa un poco antes de y que
irse, también a Hedda por no
cuidar a la niña, dándole una fuerte patada, que provocó la
enorme marca en una de sus caderas.
Respecto a las verduras chinas, también eran importantes. El
y Lisa las trajeron cuando fueron a comprar el periódico (el cual
se encontró posteriormente en el departarnento). La gente en el

restaurante chino se acordaría de ellos.


Joel dijo que Lisa estaba todavía consciente cuando subió
por segunda ocasión. Estaba muy adormilada, pero murmuró
que deseaba que la pusiera en su cama. Aunque primero, Joel la
metió a la tina y la bañó con mucha ternura (por alguna razón
ella estaba sucia cuando los socorristas llegaron a la mañana

siguiente). Mientras recordaba la escena del baño, cuando lo


entrevistaron por televisión, poco antes de ser sentenciado,
Steinberg agregó gratuita y estiradamente: *'No, no le limpié el
trasero". Para entonces él tenía una nueva teoria, acerca de que
Lisa se había lastimado accidentalmente a sí misma. Se había
subido al lavabo para jugar con el maquillaje de Hedda y se
cayó y golpeó en la cabeza, con un canasto para ropa, de mimbre.
Aún más que las inmensas dificultades de trabajar con Joel
Steinberg, la fuerza principal en el juicio de Joel Steinberg, según
Ira London, era la voluntad de hierro y el formidable intelecto

de Harold Rothwax. El juez era famoso entre los abogados por


salirse con la suya. El podía ver hacia adelante y entender cómo
Mentiras y veredictos 277

deseaba que se desarrollara el juicio, y asegurarse de que así

sucediera. Después de un artículo en el Manhattan LoMr^er,


aparecido en el otoño de 1 98 8 a Roth wax se le conocía en Centre
,

Street como el "Príncipe de las Tinieblas". Entre los periodistas


asignados al caso, lo llamaban '*Jehovah".
Si algún espectáculo ocurrí ri'a en la corte de Roth wax, ése
seria dirigido por el juez.

London me dijo muchos meses antes de la solicitud de


Ira
amparo de Steinberg, que Rothwax expresó la opinión de que
aun sin el testimonio de Nussbaum, era muy probable el vere-
dicto de culpabilidad. El juez había sido informado de las dudas
que tenía la oficina fiscal del distrito para llamarla como testi-

go. Ella les había contado historias diferentes. A ese respecto,


London me dijo dos semanas después de que Nussbaum decla-
ró:"que Joel y Hedda eran como gemelos idénticos**. Para la
audiencia del gran jurado, en 1987, McCusker y Casolaro ela-
boraron un cuadro con los horarios de los acontecimientos que
sugería que Lisa fue golpeada en algún momento entre las 12 de
lanoche y las 4 A.M. En ese momento, no existía testimonio ni
de Nussbaum, ni de Charles Scannapieco (quien dice haber visto
a Steinberg golpear a la niña durante el viaje a Albany), pero,
dice London, el jurado "no escuchó ningún testimonio de nadie,
respecto de que Joel Steinberg hubiera tocado alguna vez a Lisa
o admitiera ante alguna persona que lo había hecho'*.
Después de examinar cuidadosamente las notas del gran
jurado ese verano, London siguió explicándome que el juez
Rothwax llegó a comprender que, exceptuando a Hedda, el caso
contra Steinberg era muy débil. Pero el juez tenía suficiente
confianza en sí mismo para admitir que se había equivocado
previamente.
Sin embargo, en ese momento, aun con el acuerdo firmado
en sus manos, McCusker y Casolaro todavía tenían dudas acerca
278 Mentiras y veredictos

del valor del testimonio de Hedda. Según London, Rothwax les


dijo a los titubeantes fisc2¿es del distrito que la justicia requería
que Nussbaum rindiera testimonio, cualquiera que fuera el es-
tado de su mente. Durante octubre de 1989, él "maniobró" para
que la llamaran, prometiéndoles que admitiría los golpes de
Nussbaum como evidencia Aunque a Steinberg
circunstancial.
nunca lo acusaron de golpear a Nussbaum (y en opinión de
Rothwax, fue un gran error por parte de la fiscalía), los golpes
podían utilizarse para comprobar el estado de su mente la noche
del primero de noviembre.
"Le llaman el Príncipe de las Tinieblas porque entra a la mente
de uno, se apodera de los pensamientos", dijo London, entre
amargado y admirado. El y DiLuzio también fueron
"manipulados" por el juez. Rothwax les dijo a los dos abogados
defensores que permitió a la fiscalía utilizar los golpes sobre
Hedda como evidencia circunstancial para crear un balance,
porque él sabía que la defensa pediría que a ella se le acusara
como cómplice. London admiuó que la defensa nunca trajo a
colación el tema de la complicidad.

EL 24 de octubre, mientras todas estas maniobras detrás de


la escena iban a dar frutos, los periódicos de Manhattan publi-
caron los detalles del acuerdo que Nussbaum firmó tres meses
antes y anunciaron que finalmente ella estaba lista para testi-
moniar en contra de Steinberg.
EL encabezado del Newsday parecía bastante terapéutico:

Hedda
Ella perdió Ella perdió
a su hija. a su hijo.

Perdió a su Pero ahora se está


amante. encontrando a sí misma.
Mentiras y veredictos 279

Heddaentró al edificio del juzgado penal, nuevamente,


el 26 de octubre. Permaneció ante el juez John Stackhouse
exactamente 22 segundos, antes de que todos los cargos que se
le habían hecho fueran retirados. No sólo la acusación de asesi-
nato en segundo grado, también los que mencionaban negli-
gencia criminal, indiferencia depravada y arriesgar voluntaria-
mente a un menor. Sin embargo, ella podía perder su inmunidad
para futuras acusaciones.
^
280 Mentiras y veredictos

muy
C on el acuerdo realizado con Hcdda Nussbaum, existía
poca propabilidad de que las cuestiones de cómo murió
Lisa Steinberg — o incluso el más doloroso tema de cómo
vivió — pudieran ser contestadas durante el juicio.
En particular me preocupaba el segundo tema. Pensé en él

todo el tiempo, cada vez que un testigo describía a Lisa Stein-


berg como "sorprendentemente madura". Dolorosamente ma-
dura, me parecía más adecuado. Pensé en eso todas la veces que
Joel Steinberg estuvo en el recinto, arrojando humo por la nariz
como un dragón que arroja fuego, atisbando invariablemente
sobre suhombro derecho, intentando ver a quién podría impre-
sionar.Qué mirada podría penetrar con la suya. Pensé en ello
cada vez que Hedda Nussbaum declaró que no podía recordar
nada, haciendo gestos como en una grotesca imitación de un
niño a quien atrapan robándose las galletas, cada que ella co-
mentaba que Lisa hacía mucho ruido para dormir. Yo deseaba
que pudiera convencerme de ello. Deseaba intensamente creer
que Lisa durmió toda su vida con la madre y el padre que el
destino le asignó.
Los espectadores en el caso Steinberg aumentaron y dismi-
nuyeron, pero siempre hubo muchos reporteros. Los días en
que les tocaba declarar a testigos importantes aparecían dibu-
jantes que los retrataban.
Aunque era su juicio, Joel Steinberg no era el personaje
principal. Esto se puso de manifiesto durante los ocho días que
declaró Hedda Nussbaum. La audiencia creció insospechada-
mente. Había suficientes espectadores para llenar varios juzga-
dos. Los periodistas y camarógrafos llegaban al amanecer, para
estar seguros de encontrar asientos.
Las mujeres reporteras, llegaron a entrevistarse unas a otras,
Mentiras y veredictos 281

feroces debales en pro y en contra de Hedda eran grabados. Los


temas que Hedda sacó a colación, acabaron con amistades entre
las hermanas de la prensa.
Comopermanecer al lado de Hedda se había convertido en
una decisión política, aun sin conocer completamente los he-
chos que rodeaban el caso, los defensores de Hedda no iban a
abandonarla. Incluso parecían preferir no saber demasiado sobre
ella. Cuando escuchamos a Peter Casolaro hablar de la "debili-

dad mental" de Hedda Nussbaum, en su primera declaración,


¿no estábamos escuchándolo expresar un viejo y retrógrada
punto de vista sobre las mujeres? La innata "debilidad" de las
mujeres era en lo que la fiscalía apoyaba el caso. ¿No era el
punto de vista que se repitió a Hedda, durante los años que estaba
creciendo? ¿No era el que Lisa adoptó como propio desde que
tenía seis años?
Una persona a la que siempre podía uno estar seguro de ver
en el juicio contra Steinberg, era Michelle Launders, acudiendo
cada mañana tan puntualmente como a su trabajo. Un guar-
daespaldas, proporcionado por la Caridad Católica, la acompaña-
ba. Después de meses de aislamiento y depresión, Michelle
Launders todavía estaba insegura. Parecía que necesitaba un
fuerte apoyo masculino. A algunas personas les indignó verla
ahí.Decían que Michelle Launders estaba exhibiendo su dolor,
probablemente intentando mejorar su imagen para una futura
demanda en contra de Steinberg, Nussbaum, Virginia Liebra-
der (que era la asistente del Dr. Bergman) y varias agencias de
la ciudad de Nueva York. (En octubre de 1989, el Tribunal

Supremo de Manhattan decidió que la madre natural de Lisa no


podía formular ninguna demanda por la muerte de su hija de-
bido a que había abandonado a Lisa, y por lo tanto no podía ser
vista como su heredera.)
Michelle Launders siempre se sentaba en el mismo lugar,
282 Mentiras y veredictos

directamente enfrente de la encorvada espalda de Steinberg. Cada


vez que él volteaba a atisbarla, ella le regresaba la mirada sin
titubear. Sin embargo, partes del testimonio eran terriblemente
difíciles para ella — las descripciones implacablemente deta-
lladas de las lesiones de Lisa, las fotografías de partes del cuerpo
de la niña que se le pasaron al jurado. (Se dice que estas fotos de
la autopsia hicieron llorar incluso a Joel Steinberg, la primera
vez que las vio.) A veces, Michelle Launders se levantaba de su
asiento, sus facciones rígidas y ruborizadas, y caminaba rápi-
damente en dirección a la salida. Aunque siempre regresaba
después de calmarse, y después que llegué a conocería un poco,
comprendí por qué. No iba cada día tan solo por ver que se
hiciera justicia, sino porque necesitaba hasta la mínima infor-
mación disponible acerca de Lisa. ¿Cómo era esta hija, la que
ella enterró? ¿Cómo sería Lisa si hubiera vivido? La muerte de
Lisa puso a prueba la fe de Michelle Launders. ¿Por qué suce-
dió esto, cuando a sus 19 años intentó tan intensamente hacer lo
correcto? Un día me comprendía por qué otras
dijo que ella
jóvenes en su lugar se decidían por aborto. Pero esa no era la
el

manera de ser de Michelle, su "opción", como eUa me dijo, y


agregó amargamente: "de toda la gente en el mundo, ¿por qué
tuve que escogeríos a ellos dos?".
En cada uno de los ocho días de diciembre que Hedda rindió
testimonio, entraba por una pequeña puerta del lado izquierdo
de y pasaba cerca de la madre natural de Lisa Steinberg,
la corte

mientras se dirigía a su lugar. Estaba lo suficientemente cerca


de Michelle Launders para estirarse y tocarla, para intentar
acercarse a ella. Pero Hedda pensaba que era mejor voltear la
cara.Pasaba con rapidez, mientras sus zapatos sonaban fuerte-
mente en el piso de madera.
Nussbaum tenía poco que temer. Ensayó 200 horas con Barry
Mentiras y veredictos 283

Scheck y la parte acusadora, y memorizó el libreto. Ellos la


prepararon para cualquier contingencia posible; criticaban su
manera de mostrar afecto, en lo cual todavía ella debía mejorar.
La noche anterior a su primera aparición como testigo la lleva-
ron al juzgado e hicieron que se familiarizara con el escenario.
Barry Scheck le aconsejó enfáticamente que no hiciera contac-
to visual con Joel. Para cuidar esta posibilidad, había asientos
reservados para Judy Leibman y él mismo directamente enfrente
del lugar de los testigos. Hedda iba a mantener su mirada fija en
su hermana o su abogado tanto como fuera posible. (Un jurado
me dijo más tarde que observó a Scheck haciéndole señales con
la mano a Hedda, en momentos estratégicos.) Así como Joel
Steinberg había ayudado a crear a una Hedda totalmente ab-
yecta, Barry Scheck, con ayuda del Dr. Klagsbrun, creó a esta
nueva, que parecía, como me dijo Ira London alguna vez, ''estar

hecha de duro acero inoxidable". Le dedicó a Joel Steinberg


una breve mirada, mientras se sentaba, el primer día y alisaba
los pliegues de su falda.Cuando Casolaro le preguntó si podía
identificar al hombre sentado en la mesa de la defensa, lo tuvo
que volver a mirar. Esta vez le dedicó más tiempo. "El es Joel
Steinberg", dijo sin expresión.
Sin embargo, la vista de Joel estaba fija en Hedda Nussbaum;
por una vez, su pluma no estaba garrapateando papeles. Re-
cientemente, propuso que él mismo la interrogara, pero London
y DiLuzio no estuvieron de acuerdo con esta idea. Tal vez a Joel
Steinberg nunca le pareció tan atractiva Hedda Nussbaum, como
cuando ella se instaló en su asiento, con el poder en las manos.
Quitándole la mirada, él le garrapateó una nota a London:
"Entérese si está saliendo con alguien". Steinberg estaba abso-
lutamente obsesionado con ese asunto.
284 Mentiras y veredictos

E
cualquier
primero de noviembre de 1987, comenzó como
domingo normal en la casa de Joel Steinberg si uno
no tomaba en cuenta que los padres de los dos niños habían
estado despiertos la noche anterior, fumando cocaína juntos.
Pero por supuesto, esto se había hecho una rutina. Según Hedda,
Joel durmió hasta las 3 P.M. **Creo que no pude dormir en toda
la noche. Por eso no me levanté''. Cuando Ira London la presionó

más llevándola al mismo territorio, una semana más tarde, ella


dijo que podía haber dormido sólo una hora. *'0 no dormí nada,
no lo sé". Después de todo, ella era a quien Joel le había man-
dado cuidar de los niños a contestar el teléfono. Pensaba que
probablemente hubiera visto la televisión junto con Lisa, quien
estaba levantada desde las ocho. Nussbaum le dijo a London
que había planchado un poco y alimentado y vestido a los dos
niños, pero después, respondiendo a la siguiente pregunta, dijo
que en realidad '*Lisa se vistió sola, pero yo le saqué la ropa".

London fue más crítico que Casolaro acerca de sus cuidados.


"¿Revisó usted que fueran las apropiadas para el clima?", le
dijo con cierta ironía. "Sí", contestó Hedda, Scheck
sin titubear.
sin duda le enseñó que las respuestas más cortas eran las mejo-
res. Y London, a pesar de su intento de sarcasmo, con frecuencia

caía en manos de Hedda, por su tendencia a sugerirle respues-


tas, haciendo sus preguntas de manera que pudieran ser con-
testadas con un simple sí o no. Si una pregunta sobre un tema
delicado requería una respuesta más larga, la respuesta favorita
de Hedda era "no recuerdo".
En la historia que Nussbaum le dijo a Peíer Casolaro durante
su testimonio, lo primero que hizo Joel al despertarse fue pre-
guntarlessi ella y Lisa bebieron agua ese día. Joel creía que un

gran consumo de agua era necesario por razones de salud. Sentía


Mentiras y veredictos 285

que Hedda no bebía la suficiente. Lisa, *'porque me imitaba",


dijo Hedda Nussbaum, "dejó recientemente de beber suficien-
te'*. ¿De veras creía que Lisa la imitaba en desobedecer a Joel?

A veces Joel le ordenaba a Hedda "llenar dos botellas de un


litro de agua y bebería toda".
Ese domingo, naturalmente, Hedda le contestó con la ver-
dad: "No, no he tomado nada". Aunque le tenía mucho miedo,
ella pudo haberle dicho una mentira. ¿Cómo podía saber Joel

cuánta agua había bebido mientras él dormía? Lisa, según Hedda,


"también dijo que no había tomado nada", y Joel, mostrando
claramente que había despertado de mal humor, les dijo que era
mejor que bebieran y después les preguntaría.
Aun así, en lo que Nussbaum le contó a London durante su
interrogatorio, Joel no pareció tan inmediatamente preocupado
con la cuestión del agua. De repente, ella recordó que cuando
Joel dCvSpertó le llevó una taza de café. El prendió la televisión

en la recámara para ver el fútbol y no recordaba que Lisa le


dijera alguna cosa a Joel.
Hedda le dijo a Casolaro que como a las 3:30, ella empezó a
preparar la comida de la familia. El menú de Hedda era muy
diferente de las verduras que ofrecía el restaurante chino de la
Avenida de las Américas. Le dijo a London que preparó costi-
llas de cerdo, y que necesitaban cocinarse casi una hora. Al
describir la preparación de la comida, Hedda dijo: "Toda la

familia entró a la cocina a ayudar. Joel cortaba verduras, trajo


una caja grande con todo tipo de verduras, el día anterior... Lisa
también ayudó. Tenía un cuchillo propio que no estaba muy
afilado. Ella podía cortar cosas suaves, como las papas". Mit-
chell estaba sentado fuera de la cocina y observaba.
Me sorprendió la armonía doméstica pintada por Hedda; en
el caso de Steinberg, cualquier detalle mundano parecía sor-
prendente. La imagen de Lisa cortando papas con su propio
286 Mentiras y veredictos

cuchillo, era uno de los pocos recuerdos concretos de ella, aparte


de los incidentes más importantes de su muerte, que Hedda era
capaz de recordar durante su testimonio.
Cerca de las cuatro, comieron. Inmediatamente después, Joel
le preguntó a Hedda y a Lisa, nuevamente, si habían bebido
agua. Otra vez dijeron que no. (De repente, estaban todos en la
recámara.) "Está bien, vengan conmigo", dijo Joel y las con-
dujo a la cocina, en donde "tomó un chile muy picante" y le dio

a Lisa un pedazo pequeño y a Hedda uno más grande "y ambas


nos lo comimos. Lo que hizo desear beber mucha agua".
Hedda abrió obedientemente la llave del agua. Llenando vasos
"uno tras otro" para Lisa y ella misa.
"Joel estaba parado fuera de la cocina mientras la bebíamos
y le dijo a Lisa: 'Si tú no haces algo', que ahora no recuerdo
pero tú no..., yo dijo: 'Si no voy a llevarte conmigo por la no-

che' ". ¿Que era esto que Joel le pidió a su hija? El último día
de su testimonio, Hedda recordó repentinamente que Joel sola-
mente le pidió que bebiera suficiente agua.
"El planeaba llevar a Lisa a cenar con él, por la noche. Des-
pués, Joel regresó a la recámara." Hedda sabía que Joel pla-
neaba salir a las siete, a reunirse con Andrés Romero.
En ese momento la madre y la pequeña hija —
la pequeña

rival — estaban solas en la cocina. Lisa dijo que su estómago le


dolía de beber tanta agua. (No se sabe si esto recibió una res-
puesta comprensiva.) Después, Lisa le preguntó a Hedda:
"¿Crees que papá me va a llevar con él?". Si Lisa realmente
hizo esta pregunta muestra que no era tan sorprendentemente
madura y experimentada, después de todo (ella no entendió que
le preguntaba a la persona equivocada).
Hedda no iba a satisfacer a la niña. Le contestó a Lisa frí'a-

mente: "Bueno, dijo que no te llevaría si tú no — lo que haya si-

do. Yo creo que planea llevarte. A menos que tú no hagas eso".


Mentiras y veredictos 287

Lisa, quien obviamente era muy sensible a los malos hu-


mores de su papá, dijo tímidamente: "¿Se lo pedirás por mí?'\
Estaba en uno de esos días en que no sabía su posición con su
padre.
"Así que le dije:'Bueno, entra y pregúntale tú misma'. Así
que salió de la cocina y entró a la recámara. Y yo seguí parada,
bebiendo más agua con la llave abierta... Y cuando fue sufi-
ciente, cerré la llave y entré al baño. Lo que ocurrió después fue
que Joel entró al baño con Lisa en brazos."
Por supuesto, Hedda Nussbaum tenía más experiencia en
calcular el humor de Joel Steinberg. Tal vez sabía que Lisa se
metería en problemas si entraba a la recámara. Pero, con la llave
abierta, Hedda no escuchó nada, aunque la recámara estaba a
unos cuantos pasos de la cocina, al otro lado del recibidor. No
se escucharon voces exaltadas, ni la airadavoz de Joel ni la
suplicante de Lisa. Ningún sonido sordo como el que produce
un cuerpo cuando golpea una superficie dura. Al menos, eso es
lo que ella dijo.
Si Hedda sabía que Joel Steinberg había matado a Lisa, ya
sea golpeándola después de que entró a la recámara o más tarde,
esto era a lo más que podía llegar para protegerlo. (Igualmente,
la insistencia de Joel de que no sabía lo que le sucedió a Lisa
después de que salió de la casa, también parece preparado para
proteger a Hedda.) En otras partes de su testimonio, cuando
Nussbaum parecía estar ofreciendo a Steinberg bases para ale-

si es que eso intentaba
gar locura, su gesto de protegerlo
también pudo ser una manera de remover la herida. Ningún
argumento podía ser más humillante para el hombre que Nuss-
baum conocía tan bien. Más tarde, Steinberg no sólo se negó a
alegar locura, pues según me contó Adrián DiLuzio, también
saboteó aparentemente la entrevista con un psiquiatra nombra-
do por la corte, en enero de 1989. El orgullo que le quedaba a
288 Mentiras y veredictos

Joel Steinberg se basaba en su necesidad de que el mundo


aceptara sus elucubraciones y encontrara sus fantasías perfec-
tamente racionales.
Si realmente golpeó a Lisa en algún momento de ese do-
mingo, debemos considerar la posibilidad de que Steinberg
estaba bajo el influjo de su paranoia agravada por la cocaína, en
el preciso momento en que se enfrentó a la niña. Si creemos lo

que dice Hedda, la dificultad que tenía Lisa para dormirse du-
rante esa semana aparentemente hizo que Steinberg se mostrara
receloso. ¿Lo miraba fijamente con mayor frecuencia, con sus
ojos colmados de terror?
La escena en el baño es la parte menos convincente de la
historia que contó Hedda Nussbaum.
Hedda está sentada en el inodoro, observando el extraño
espectáculo de Joel, con sus manos extendidas enfrente de él y
las palmas hacia arriba,exánime cuerpo de Lisa colgan-
con el

do de sus brazos —
con la postura de un profeta o un mensajero
del destino. Lisa está desnuda, en calzones, aunque solo han
pasado unos minutos desde que ella entró a la recámara com-
pletamente vestida. (Hedda puede estar inventando todo esto o
simplemente no está dispuesta a admitir que Lisa, por lo gene-
ral, estaba semidesnuda, en pleno noviembre.) Todo lo que
Hedda "¿Qué sucedió?", ningún "¡Dios mío!, ¿que
dice es:
sucedió?" o cualquier frase que exprese una emoción más fuerte
que la simple curiosidad.
Según ella, Joel Steinberg contesta: "¿Qué importa lo que
pasó? Es tu niña. ¿No ha llegado esto demasiado lejos?".
A mí este diálogo siempre me ha parecido muy dudoso,
proviniendo de un hombre que acababa de dejar inconsciente a
su hija. Tiene un sello definidamente acusatorio. Por supuesto,
Joelpuede estarse refiriendo a su creencia de que Lisa estaba
programada ese día por Hedda, siguiendo una orden de los Green.
Mentiras y veredictos 289

Hedda se levanta y Joel le entrega a Lisa (Hedda es sufi-


cientemente fuerte para soportar sus 19 kilos y medio) y dice:
"¡Bájale al inodoro!" Le ayuda a Hedda a poner a Lisa de cara
hacia el piso del baño; en ese momento Hedda, obedientemente,
jala la palanca del inodoro. Todo esto parece suceder en cámara
lenta, como un sueño.
"Después me incliné hacia ella'*, declaró Hedda Nussbaum,
"yo la revisé, le revisé los párpados, porque estaban cerrados,
para ver... No que buscaba. Lo hice."
sé lo
Como Steinberg, ella tiene nociones de lo que es la respira-
ción artificial, porque originalmente "tomó un par de cursos
sobre primeros auxilios", cuando estaba en Random House.
"Revisé su aliento y le tomé el pulso en el cuello, y después
comencé a bombear en su pecho". Pero la niña no se mueve.
Joel se aleja de ellas y se para fuera del baño. Le da instruccio-
nes a Hedda: poner las manos de Lisa debajo de su cabeza,
moverte los brazos adelante y atrás, por los codos.
Lo que Joel le dice después parece muy propio de él, un
lenguaje adecuado a su papel de gurú de Hedda Nussbaum:
"Relájate, ve con ella. Quédate en armonía con ella". Joel siempre
quería que Hedda "estuviera en esa clase de armonía con él, que
sintieran juntos, y él intentaría corresponder para ayudarme a ir
a un lugar en donde realmente pudiéramos integramos a la
perfección".
"Y y ver si ella se despertaba, y dándole
lo intenté. Revivirla
golpecitos en la cara (Lisa todavía estaba de cara al suelo), le
no despierta'. Y Joel contestó: *déjala dormir. No ha
dije: 'Ella

dormido mucho últimamente'. O algo así", le explicó Nuss-


baum a Casolaro.
Cuando la interrogó London, ella no pudo recordar lo que
Steinberg le dijo cuando estaba fuera del baño; dijo que él re-
gresó a la recámara mientras ella intentaba la respiración artifi-
290 Mentiras y veredictos

cial. Un par de minutos más larde, él regresa a ver lo que Hedda


está haciendo —sigue caminando de un lado a otro, se abotona
su camisa, sigue cambiándose de ropa. Bajo esas circunstan-
cias, él está sorprendentemente tranquilo. Dentro de poco, se
reunirá con Romero y los dos hombres hablarán de negocios.
Steinberg está suficientemente consciente para hacer negocios
esa noche. ¿Entonces, por qué su tortuosa mente de abogado se
borra en este punto crucial? Aun si siente poca preocupación
por Lisa, ¿no empezaría Joel Steinberg a sentir una gran preo-
cupación por él mismo? ¿Qué evita que llame a su médico y
amigo, el Dr. Petcr Sarosi y le pida que vea a Lisa? Sarosi

tranquilamente hubiera hecho que la admitieran en el hospital


de Beth Israel, y tal vez hubiera visto que se hicieran pocas
preguntas. Entonces, ¿por qué tampoco a Hedda se le ocurre
esta idea práctica? Aunque se da cuenta que la respiración de
Lisa enronquece y- sigue devolviendo pequeñas cantidades de
alimento sin digerir y agua, Hedda se pregunta si la niña se está
"ahogando" con toda el agua que la forzaron a beber.
"No te preocupes", le Nussbaum. "Se pon-
dice Steinberg a
drá bien. Yo la Y le repite: "ve con
levanto cuando regrese".
ella, relájate, permanece en armonía". ¿Siente Joel que Lisa,
simplemente, ha sido puesta en trance? Cierra la ventana del
baño y sale del departamento prometiendo llamar a Hedda en
media hora. Ha pasado poco más de una hora desde que Lisa
fue llevada al baño.
A partir de ese momento, transcurrirán al menos tres horas,
antes de que Joel regrese. Hedda Nussbaum está sola en la casa
con un bebé de sólo 16 meses y una niña de seis años que no se
despertará, o se moverá, o hablará, haciendo ineficaces los es-
fiierzos de Hedda por reviviría, una niña cuya respiración suena
muy, muy mal. Hedda Nussbaum ha recibido una educación
completa, ha escrito libros publicados por Random House. Tiene
Mentiras y veredictos 291

lo que se conoce como una mente capacitada. Absolutamente


nada le está amenazando; Steinberg no está vigilando la puerta
o impidiéndole el acceso a un teléfono. Lo peor que ella puede
esperar de Joel es otra golpiza, pero tiene años aceptándolas. El
Steinberg que Hedda describió en la corte ni siquiera parecía
enojado después que le hizo esa singular pregunta: '*¿No ha
llegado esto demasiado lejos?" ¿Qué pasa por la mente de Hedda
mientras contempla el pequeño cuerpo inmóvil en el piso del

baño?
Hay teléfonos por todo el departamento. Incluso hay uno en
el baño. Si tan solo se decidiera a marcar, ella podría comuni-
carse al número de emergencias, conPeter Sarosi, o el Dr. Heiss,
otro pediatra con el que solían llevar a Lisa. El número del Dr.
Heiss todavía está anotado en alguna parte del departamento.
Pero entonces, como ella lo admitió en su declaración, Hedda
decidió no hacerlo. La supervivencia de Lisa no era tan impor-
tante como demostrarle a Joel Steinberg lo obediente que era,
que no perdería el derecho a su amor. Por supuesto, ella tam-
bién pudo temer las preguntas que los doctores le hubieran hecho,
incluso Peter Sarosi.
Salieron lágrimas de los dañados conductos lagrimales de
Hedda Nussbaum, mientras le describía a Peter Casolaro y al
jurado y a millones de televidentes, el momento más importan-
te de su vida, el momento de la suprema decisión, cuando la

vida de una niña de seis años dependía del movimiento de uno


de sus dedos.
"Y yo dije", 'No, Joel dijo que la atendería, que la levantaría
cuando regresara', y no quise mostrar ninguna deslealtad o
desconfianza hacia él: por eso no llamé."
Y siguió llorando en el asiento de los testigos, porque era
terrible que ella tuviera que contar eso. Pero la verdad pudo
haber sido aún más terrible.
292 Mentiras y veredictos

Hedda tuvo que matar el tiempo durante las horas que Lisa
estuvo tendida ahí, hacer algo para borrar su mente, hasta que
Joel, el curandero, regresara a su casa. Por un rato trabaja con la
pequeña, checando su pulso y su respiración. Durante todo ese
tiempo Mitchell había estado dormitando. Ahora él se despierta
en su corral, probablemente con un gemido y muy mojado.
Hedda no sabe exactamente lo que hace, así que carga al bebé,
lopone en el piso y él se acerca a su hermana. Siempre le gusta
ver lo que Lisa está haciendo; algunas veces le jala el cabello
para despertarla. Esa noche, ella no parece querer jugar con él.

Hedda cree que Mitchell puede lastimar a Lisa, aunque Lisa


está mucho más allá de poder ser lastimada por alguien. Siente
que la quietud de Lisa podría resultar traumática para Mitchell,
así que lo pone en su vieja silla para comer, que también perte-
neció a Lisa, y lo asegura con la charola para que no pueda
caminar.
Le está preparando a Mitchell algo de comer, cuando suena
el teléfono y ella entra al baño para contestarlo. Ahora son las
siete 30. Aunque toma la bocina y fija la mirada en Lisa,
ella
que yace no le recuerda a Hedda que ella debería
a sus pies, esto
desafiar a Joel y llamar a un doctor. Después de que ella infor-
ma a Steinberg que Lisa está en las mismas condiciones, le
menciona también que está dándole de comer a Mitchell.
'También haz lo que tengas que hacer para ti misma", le dice
Joel, misteriosamente. Es obvio que él no cree necesario regre-
sar pronto a su casa. Hedda no está segura de lo que Joel le
quiere decir. Lo que expresó singularmente puede interpretarse
como "Sálvate a ti misma". Pero resulta que simplemente le es-
tá dando permiso de comer algo, por lo cual ella está agradecida.
Hedda regresa a Mitchell al corral, intenta comunicarle la
seriedad de la situación al bebé: "Aunque no comprendió las
palabras, él entendió algo que yo le dije: 'tu hermana está muy
Mentiras y veredictos 293

enferma y yo estoy muy molesta, y me gustaría que te volvieras


a dormir' ". Mitchell se acuesta en el colchón sucio y obedece.
Nerviosamente, Hedda regresa al baño. Se da cuenta ahora
que Lisa ha mojado sus calzones. Hedda se los quita, los lava, y
después los pone a secar, interpretando esto como cuidar a Lisa.
La niña yace desnuda en el piso frío y sucio, así que Hedda,
finalmente, pone una toalla debajo de ella y envuelve con un
cobertor el cuerpo inmóvil. Hay madres que no se apartarían de
un niño lesionado, que le tomarían la mano o acunarían su cabeza
mientras esperan ayuda. Puede argumentarse que estos son gestos
inútiles yque Hedda Nussbaum no es sentimentalista. Aunque
ella obedientemente continúa revisando a Lisa, eso no importa
demasiado porque no hace ninguna diferencia. "No necesitaba
trabajar con ella cada minuto. Y quería estar ocupada, así que
reordené los archivos de Joel."
Le lleva una hora realizar esa tarea. Cuando Ira London le

preguntó a Hedda Nussbaum lo sucedido en la hora siguiente,


que no era capaz de recordar lo que hizo después, pero
ella dijo

con seguridad no salió a beberse una cerveza en un carro estacio-


nado en Tenth Street, como sugirió Ira London con su pregunta.
A las 10, Joel regresa y le pregunta por el expediente de
inversión en petróleo para llevárselo a Romero. Desde donde
está parado en el recibidor, Joel puede ver la cabeza de Lisa
apoyada en el piso carca del inodoro, exactamente donde la dejó
hace tres horas. Después de unos minutos con Romero, vuelve
a entrar al departamento. En ese momento: "Yo le dije algo
como; 'bueno, dijiste que la levantarías; levántala'. Y él dijo:
'No, tenemos que estar de acuerdo cuando ella se despierte' ".
Joel está tranquilo; presumiblemente, Hedda ha parecido an-
siosa. Sin embargo, ella también siente que es muy importante
para los dos, como lo ha sido siempre, estar exactamente en la
misma longitud de onda.
294 Mentiras y veredictos

Naturalmente, Joel sugiere que fumen cocaína juntos. Ape-


nas su amigo traficante de coca se ha llevado lo
el día anterior

que quedaba del kilo de cocaína de su departamento; ha expre-


sado de manera amenazadora su consternación y enojo al haber
sido estafado.Con avaricia, Hedda guardó una pequeña reserva
privada de que Joel no está enterado. Está tan ansiosa como
la

cualquier adicto callejero; no desea compartiría ni siquiera con


Joel. Primero, ella dice astutamente: "Ya no tenemos coca".
Pero Joel insiste: "Bueno, fíjate si puedes encontrar alguna por
ahí". No es necesario decir que Hedda así lo hace. "Porque yo
nunca le mentí. Yo confiaba en él."
Después de que Hedda prepara la cocaína en la cocina, ella y
Joel entran a la recámara a fumar. Hedda se sube a la cama, pe-
ro Joelno deja de caminar y habla y habla, aunque no logra
fascinar aHedda como normalmente lo hace: "No creo que mi
mente estuviera realmente con él. Yo pensaba en Lisa y también
durante la tarde me sentía muy somnolienta y cabeceaba".
En cierto momento, Joel intenta explicarte a Hedda lo que le

sucedió a Lisa a las seis de la tarde: "La golpee y no quiso


levantarse". El parece pensar todavía que Lisa entró en uno de
sus supuestos trances. "Durante la última semana de su vida,
Lisa no hacía más que mirar fijamente", le dijo Hedda Nuss-
baum a Ira London.
Cerca de las cuatro de la mañana, Hedda le dice a Joel que
espera que ya estén lo suficientemente de acuerdo para ser
capaces de ayudar a Lisa. Después, repentinamente, su fe en él

se tambalea. "Esto es ridículo", dice Hedda.

Y üene toda la razón, es absurdo. Tan absurdo como que


Hedda Nussbaum no fue capaz de marcar el número de emer-
gencias. Tan absurdo como tenerle celos a una niña de seis años.
Después de declarar esto, Hedda Nussbaum se toma en una
Mentiras y veredictos 295

persona decidida. Puede serlo, si lo desea. No olvidemos que


Joel es realmenteun niño, y aunque es rudo con su osa-Hedda y
su osa-Lisa, se derrumba humildemente si le dan una orden.

Hedda lo sabe tan bien como Marilyn Walton, aunque permi-


tiéndole mantener las cosas así, le hace creer que en verdad es
un padre formal.
Cuando Hedda Nussbaum baja de la cama y camina decidi-
damente hacia el baño, Joel Steinberg la sigue obedientemente.
Anuncia que ahora va a hacer algo realmente y le dice a Hedda
que prepare la cama, que le quite todo de encima. Cuando la
niña está acostada ahí, Joel le da a Hedda una demostración de
sus poderes de curación mediante la voluntad. Sentándose jun-
to a Lisa, le pone su brazo sobre el pecho. En ese momento
Hedda recupera un poco de su fe. Ahora ya no escucha a Lisa
respirar roncamente.
Sin embargo, siente la necesidad de saber qué le ha pasado a
Lisa. En realidad, es ella la que comienza a pensar como un
abogado; es Joel quien actúa como alguien 'afuera de este mun-
do". Hedda desea checar las "definiciones legales" de incons-
ciente y trauma, así que no consulta un diccionario médico, sino
uno de los libros de Joel. "Así podría tener una explicación y
comprender, para que él pudiera hacer algo por ella."
"¿Y usted encontró la palabra '
coma '?", le preguntó Ira
London.
"Sí".

"¿No lo relacionó?"

"Sí, me acuerdo que pensé que no era eso lo que le pasaba a


Lisa. Eso es como una condición más permanente."
Finalmente, Joel se duerme, pero Hedda permanece despier-
ta. A las seis, despierta a Joel y le dice que Lisa ha dejado de
respirar.
296 Mentiras y veredictos

El jurado escuchó la historia dos veces: una cuando Hedda


fue interrogada por Casolaro y otra cuando lo hizo Ira London.
London le preguntó para quién eran sus lágrimas.
"Por Hedda" contestó en su voz llana y sin vida. "Y por Lisa."
Mentiras y veredictos 297

E 1 8 de diciembre
pr eestaba declaración,
de 1988, mientras Nussbaum todavía
Thomas Joseph Andry y Leo Greis, dos
jóvenes oficiales de policía del sexto distrito, fueron citados
para aparecer como testigos. No fueron llamados ese día, pero
Cuando entraron, vieron a la
estuvieron algún tiempo en la sala.
misma mujer a la que Andry estaba seguro de haber interrogado
la noche del primero de noviembre, entre 8:40 y las 9:50. Su
las
corte de pelo era diferente, estaba vestida conservado ramente,
había subido de peso y el estado de su nariz mejoró. Sin em-
bargo, al veria de inmediato confirmaron su convicción origi-
nal. A Andry y a Greis les costó bastante apegarse a una historia
que pudo haber estropeado el caso para la parte acusadora.
Los dos eran lo que Greis llam.aba "hermanos de trabajo".
Cerca de las 8:40, la noche del domingo primero de noviembre
de 1987, llegó una llamada a la radio de su patrulla; una mujer

había forzado la puerta de un sedán café, estacionado en la


esquina de Tenth Street y Fifth Avenue (a poca distancia del
edificio donde vivía Steinbcrg). Greis manejó hasta ahí y se
estacionó detrás, mientras Andrey se dirigía al vehículo. La mujer
estaba sentada en el asiento delantero, en el lado del pasajero,
con su cabeza recostada y sus pies estirados. El pensó que pa-
recía una vagabunda, con sus jeans y su chamarra, y un masca-
da amarrada sobre su pelo gris. Tenía la nariz lastimada y una
expresión confusa en la mirada.
Andry abrió la puerta y le dijo: "¿Es suyo este coche?".
La mujer contestó: "sólo quiero dormir en él".
Cuando Andry le dijo que saliera, ella se alejó lentamente de
él hacia los escalones de una iglesia, llevando una lata de Bud-

wiser. Se sentó en uno de ellos, puso en el suelo su cerveza y se


quedó mirando hacia arriba sin moverse.
298 Mentiras y veredictos

Mientras Andry revisaba el auto, él percibió un olor a humo,


que no pudo identificar. "No estoy enojado con usted. Pero no
vuelva a entrar. Recuerde lo que le digo."
Había algo en esta mujer que se le quedó grabado: "Su mi-

rada, lamanera confusa en que se comportaba, el tono insulso


de su voz". Pero él pensó que ella era inteligente. Aunque pa-
recía que había sido golpeada, Andry no vio cortadas o lasti-
maduras en ellas y por lo tanto no intentó darle atención médi-
ca. Ni él ni Greis vieron la cojera o los ojos morados que los
oficiales de policía observaron al día siguiente. Greis también
la vio — a una distancia de tres metros. Ninguno sintió que fuera
necesario acusar a la mujer de intentar robar el coche. Por lo
tanto, no se molestaron en solicitarte alguna identificación.
Andry y Greis no trabajaban juntos los siguientes días. El
tres de noviembre, ambos vieron a Hcdda Nussbaum en
televisión. Andry pensó que incluso la mirada era la misma. No
vio a Greis otra vez, hasta la mañana del seis de noviembre,
cuando se encaminaba a su trabajo.
Más tarde, el jurado descontó la declaración de los dos ofi-
ciales. "El más joven, Andry, parecía pesado", me dijo Alien
Jared, un actor y mesero. "Se expresaba tan mal, que me fue
difícil entenderte. No vieron los ojos morados de Hedda, su
labio partido o su cojera. Aunque hubiera sido ella", dijo Jared,
"no habrá mucha diferencia."
Pero sí contaba cuando uno se ponía a pensar en ello. Y ni
siquiera el duro interrogatorio de John McCusker, sugiriendo
frecuentemente que los dos hombres fueron descuidados con
sus deberes, podía apartartos de la certeza de que vieron a Hedda
Nussbaum esa noche en Tenth Street durante el periodo en que
se suponía que ella estaba en casa, atendiendo a Lisa.
¿Pudo ser el miedo el que la hizo salir de la casa? ¿El temor
a las consecuencias de algo que acababa de ocurrir en el depar-
Mentiras y veredictos 299

tamento? ¿El temor de lo que hana Joel cuando regresara? ¿O


del tremendo problema en que se encontrarían si Lisa no des-
pertaba?
El humo que Andry no identificó pudo haber sido cocaína.
Hedda pudo fumar un poco para calmarse. ¿Salió ella a la calle
para esperar a su distribuidor de droga?
Cuando Ira London Hedda negó que Joel
se lo preguntó,
Steinberg la Aunque
golpeara después de que regresó a cenar.
una golpiza entre la una y las cuatro de la mañana pudo causar
los ojos morados y la cojera que se observaron más tarde.
Algunas de las lastimaduras de su cara parecían muy recientes,
según Michael Alien y Neil Spiegel, los doctores que examinaron
a Hedda el tres de noviembre.

Rita Blum, la vecina de arriba, estaba en casa la noche del primero


de noviembre. Durante años, escuchó más cosas del depar-
tamento de Steinberg que de cualquier otro inquilino del edificio.
A la Sra. Blum le llegaban sonidos a través del pozo de
respiración y del tubo del radiador que venía de la recámara del
departamento 3 W. La Sra. Blum le dijo a la policía que entre la
una y las cuatro de la mañana, escuchó muchos golpes y ruido
de muebles al arrastrarse.
Cuando entrevisté a Karen Snyder, en 1987, ella me dijo que
Rita Blum pensaba que a Hedda la golpearon y que los golpes
fueron seguidos por sexo, lo cual la Sra. Blum, durante años,
halló que era el patrón usual. Rita Blum y su esposo Peter también
hablaron con la vecina de la planta baja, Joan Bonano, acerca de
los sonidos que escucharon esa noche.
Originalmente, la policía creía que Lisa había sido atacada
por Steinberg, después de las doce de la noche. La primera vez
que interrogaron a Rita Blum no le preguntaron si escuchó algo
unas horas antes, ni se lo preguntaron tampoco cuando declaró
antes el gran jurado.
300 Mentiras y veredictos

Sin embargo, las notas de la oficina del fiscal del distrito


indican que Blum escuchó voces provenientes del departamen-
to 3 W cerca de las ocho 30 — ella pensó que escuchaba la
conversación de un hombre y una mujer. Después sonó como
que la puerta del departamento se abría y se cerraba.
Pudo ser Hedda Nussbaum saliendo de la casa. Blum pudo
haber escuchado a Hedda hablando con Joel por teléfono, o tal

vez la voz masculina de alguien que llamaba, o de un visitante.


O tal vez la ronca voz de Hedda le pareció masculina y la voz
femenina era la de Lisa.
Obviamente, Blum pudo ser un testigo crucial. Pero ella es-
taba fuera del país cuando se celebró el juicio. La oficina del
fiscal del distrito no pudo hallar la manera de hacerla regresar
de Suiza.
Mentiras y veredictos 301

E, n diciembre de 1988, Judy Cochran, Directora Ejecutiva


de Derechos para los Niños de Pennsylvania, trabajaba para el
cumplimiento de la ley conjuntamente con la policía, los fisca-

les de los distritos del estado y el FBI. Judy Cochran es una


experta frecuentemente consultada sobre crímenes en donde las
víctimas son niños: abuso sexual, tortura, asesinato, plagios.
Estaba en el equipo de Fuerza de Trabajo sobre Violencia

Doméstica del Fiscal General, a principios de los años ochenta.


El jueves primero de diciembre, el primer día en que Nuss-
baum declaraba, Judy Cochran recibió el expediente de una
sospecha de vejación de menores en Sunbury, Pennsylvania,
que fue atendida por la policía después del Día de Gracias. Una
niña de cuatro años con traumatismos severos, inscrita en la
guarden'a local, fue llevada al doctor por su aturdida madre.
Cuando el doctor revisó a la niña, encontró definida evidencia
física de que la habían penetrado con algún objeto. Por lo que
ella fue capaz de contar el abuso ocurrido, sin que fuera detec-
La niña mencionó nombres: alguien
tado, durante varios meses.
llamado Shaynie, quien aparentemente trabajaba en el centro,
al más joven, una de las dos ayudantes que
igual que una mujer
tenían el mismo nombre. La ayudante tenía un novio. En varias
ocasiones, la pequeña había sido sacada a pasear en un camión
azul a un lugar que ella pensó pudo haber sido una "tienda". Las
paredes de estaban pintadas de azul. La pequeña y el
la **tienda"

novio de ayudante se acostaban juntos y tomaban una siesta,


la
mientras alguien sacaba fotografías de ellos. Las paredes de la
nueva oficina del Dr. Michael Green, a corta distancia de
la guardería, estaban pintadas de azul, como Judy Cochran y la
policía se enteraron posteriormente.
El doctor que hizo el examen de la pequeña reportó sus ha-
llazgos al Servicio de Protección de Menores, en donde, como
302 Mentiras y veredictos

lo requiere la ley, notificaron inmediatamente al director de la


guardería acerca de las declaraciones que se hicieron en contra
de miembros de su equipo. (La ley en el estado que pedía noti-
ficación inmediata, ya se cambió.)
El director le dijo a Protección de Menores que debieron ser
los padres quienes abusaron de la niña. Después de eso, la agencia
no realizó ninguna acción, al menos en lo que se refería a la
guardería.
La investigación pudo haber terminado ahí, pero sucedió que
el tío de la niña era un policía montado e hizo presión en la
policía local para revisar el asunto concienzudamente.
Aunque las declaraciones de la niña no se hicieron públicas,
su madre habló con otros padres, quienes empezaron a sacar a
sus niños de la guardería durante los siguientes dos o tres días.
¿Sabes algo de Shaynie?, le preguntaban los padres a sus hijos.
Judy Cochran tiene la fuerte sospecha que el director de la

guardería alertó a los Green de que el nombre de Shayna había


surgido en las declaraciones de la pequeña. "Así es como per-
demos muchos'casos", me contó Judy. La policía hubiera pro-
cedido a montar una discreta investigación, sin contactar di-

rectamente a la guardería, como lo había hecho el Servicio de


Protección de Menores.
A la agencia se iQjeme en PennSylvania, porque tiene el poder
de sacar a los niños de su familia. Pero en opinión de Cochran,
es como un tigre de papel, porque su intención real es mantener
a las familias unidas a cualquier costo. Arrestar a los jefes de
una casa provoca que aumenten las familias que atiende la

beneficencia, lo que le cuesta dinero al Estado. Protección de^


Menores investigará una sospecha de abuso, pero con frecuencia
encontrará infundada la acusación, aunque en cumplimiento de
la ley continúe trabajando en el caso. Las agencias de todo el
país fienen políücas similares, con personal mínimamente
Mentiras y veredictos 303

capacitado y mal pagado, competente para llenar formatos, pero


no necesariarmente con los conocimientos indispensables para
realizar delicadas decisiones en relación con las vidas de niños
en peligro. Con seguridad esto lo demostraron los investigadores
de la oficina de Bienes de Menores de Nueva York, quienes, de
vez en cuando mientras Lisa vivía, le dieron seguimiento a las
quejas de Karen y Snyder visitando la casa de Steinberg y
retirándose con la confianza de que habían visto a una niña feliz.
En Pennsylvania, los trabajadores se someten a un periodo de
capacitación de seis semanas y ganan alrededor de 15 mil dólares
al año. La mayoria busca empleos mejor pagados en poco tiempo.

El Estado siente que que realiza no tiene una alta


el trabajo

prioridad. En ciudad de Nueva York, sus agencias también


la
tiene personal poco capacitado y escasos recursos. Parece que
existe una extensa apatía institucional acerca del bienestar y la
seguridad de los niño'^.

La madre de la niña de Sunbury era muy joven y la intimi-


daron fácilmente. Se quedó paralizada de terror al saber que
Protección de Menores podría quitarle a su hija, después de que
el director de la guardería la previno de que -ella y su esposo
habían sido reportados como los sospechosos del. abuso. El di-
rector también amenazó a lamadre con una demanda por lo que
ella le estuvo contando a los demás padres acerca del daño que
se le hizo a su niña. El director
demandaría a cualquier padre
que cooperara con una investigación policiaca y ninguno, de
*

ellos lo llegó a ijacer.


Después, el jueves seis de diciembre, Hedda Nussbaum
declaró por televisión acerca del^nci^ntro grupal de pctubre de
1983, en el departamento de Steinberg, y la revelación realizada
por Michael Creen de que Lisa'sufrió el abu^o sexual de Shayna
Creen. Cuando la noticia llególa Surlbúry, el resto de los padres
sacó a los niños de la guardería. Para entonces, Judy Cochran
304 Mentiras y veredictos

había escuchado reportes de la queja de hostigamiento sexual


que se realizó en contra de Green, en 1985, antes de que se
estableciera en Pennsylvania.
"Necesitábamos 48 horas", me contó Judy Cochran. Pero
ahora que Hedda había hablado acerca de los Green, todo ocu-
rría demasiado aprisa. Un reportero del Sunbury Daily ítem tocó
a la puerta de los Green el miércoles por la mañana. Varios
reporteros de Nueva York llegaron a la ciudad. El Dr. Green le
que "un buen porcentaje" de las declaraciones
dijo a la prensa
de Nussbaum no eran ciertas. Negó específicamente que su
esposa hubiera jamás abusado de Lisa. "Voy a tomar un pe-
queño descanso", le dijo al reportero del Daily ítem, mientras
metía algo de equipaje en su coche. "He estado trabajando in-

tensamente."
Al día siguiente, Cochran y dos detectives llegaron a la casa
de Green para un interrogatorio preliminar, pero la encontraron

completamente vacía (lo que generalmente no se hace para salir


de vacaciones). El doctor, su esposa y su hijo de nueve años
desaparecieron. Tal vez empezaron a empacar cuando Nuss-
baum comenzó a declarar. Pero Judy Cochran duda que su huida
haya sido provocada solamente por la vergonzosa publicidad
del testimonio de Hedda, o la ansiedad de alguna otra cosa que
Los Green tenían razón al dudar que pudieran
ella divulgara.

permanecer en una comunidad tradicionalista, honrada y traba-


jadora como Sunbury, de haber tenido que encarar acusaciones
de vejación de menores, incluso si las acusaciones resultaban
ser infundadas. Sin embargo, al no tener a los Green para inte-
rrogarlos, la investigación de la policía hizo corto circuito.
Una semana más tarde, apareció una nota en el Daily ítem. El
Dr. Green había tenido que ausentarse por "razones personales".
Le sugería a sus pacientes que les pidieran referencias a sus
doctores de otros especialistas en la zona. El mismo llevó el
Mentiras y veredictos 305

anuncio y lo pagó en efectivo. Green no dejó ninguna dirección


en Sunbury, ni siquiera para sus asuntos de negocios. Tampoco
usó sus tarjetas meses que la policía
de crédito durante los tres

del estado de Pennsylvania siguió buscando a la pareja.


Para julio, cuando Green regresó a la zona y abrió su nuevo
centro médico, dotándolo con el equipo más moderno y costo-
so, la investigación de la policía ya no estaba vigente. Para
entonces, la madre de la pequeña de cuatro años se había ido a
vivir a otra comunidad y abandonado el asunto. Sintió que a
nadie le importaba su hija. Para diciembre, el caso de la guar-
dería de Sunbury fue eliminado en los registros de la Agencia
de Protección de Menores.
Durante años, Judy Cochran estudió y le había seguido la
pista infatigablemente a personas que abusan sexualmente de
los niños. Existen dos tipos principales, me explicó: preferen-
cias y situaciones. Los agresores prefe réndales tienden a invo-
lucrarse en casos endonde tienen acceso a niños pequeños, que
no se comunican verbalmente. Algunos que son introvertidos
no utilizan la fuerza, pero también hay psicópatas sádicos,
motivados por su necesidad de infligir dolor y mandar. No todos
los agresores son hombres, aunque nosotros invariablemente
prevenimos a nuestros niños acerca de ellos. En muchos casos,
Cochran encontró que las agresoras mujeres estaban protegidas
de su detección y castigo por las actitudes de la sociedad.
Dentro del grupo situacional no existen diferencias morales
ni sexuales —son personas que llegan a realizado si se les pre-
senta la oportunidad. También ellos están catalogados y Judy
Cochran memostró una guía para investigadores publicada por
el Centro Nacional de Niños Perdidos y Explotados. Para mi
sorpresa, las motivaciones de estos agresores comenzaban des-
de un '*¿Por qué no?", hasta "Aburrimiento". ¿Realmente eso
era todo? ¿Por aburrimiento, alguien atacaría a un niño? Pero
306 Mentiras y veredictos

después de estudiar el caso Steinberg durante meses, parecía


que se ajustaba perfectamente.
Los crímenes sexuales en contra de niños están aumentando
en Estados Unidos. En 29 estados, aumentaron los reportes de
abuso en un 57.4%, entre 1983 y 1984, y 23.6% entre 1984 y
1985. Es el tipo de abuso en más rápida expansión. Sin duda el
aumento está relacionado por la propagación del consumo de
cocaína en todas sus formas. En febrero de 1989, el fiscal del
distrito de Manhattan, Robert Morgenthau, reveló que durante
los dos años anteriores, en la ciudad de Nueva York hubo un
incremento del 161% en casos de abuso a menores, relaciona-
dos con drogas.
A Judy Cochran el caso Steinberg no le parece singular ni
siquiera desde el punto de vista socioeconómico. Sin embargo,
encuentra sorprendente que Steinberg y Nussbaum no se hubie-
ran desecho del cuerpo de Lisa. ¿Qué los detuvo a hacer eso?
Cuando ella compara el caso Steinberg con otros que ha inves-
tigado, observa patrones de comportamiento no afectivo que le
parecen demasiado familiares: desde la falta de preocupación

adecuada acerca del pretendido abuso sexual que hicieron de


Lisa los Green, hasta la ausencia de lo que los profesionales lla-

man "un mecanismo de dolor", posterior a la muerte de la niña.

Mientras estuve en contacto con Judy Cochran durante


muchos meses de 1989, llegué a pensar que llegaban hasta ella
los peores y más vergonzosos secretos de la nación. Como otros
profesionales que enfrentan al horror diariamente, sus maneras
son bruscas y realistas. "Me soiprende que no hayan enterrado
un bebé en cada patio", me dijo un día por teléfono.
Las lesiones de Hedda Nussbaum no impresionaron a Judy
Cochran. "Las he visto mucho peores", me dijo y procedió a
delinear imparcialmente el avance progresivo de las relaciones
sadomasoquistas comunes. Una pareja como Joel y Hedda no
Mentiras y veredictos 307

era capaz de ver que estaban haciendo nada equivocado. "Ellos


piensan que todas las otras personas están locas. Eso es lo que
nosotros hacemos para tener sexo." En una relación así, si el
hombre está abusando sexualmente de un menor, es muy posi-
ble que la mujer le permita hacerlo, pero no necesariamente con
temor; ella puede obtener excitación sexual de su conocimiento
de lo que está sucediendo.
Judy Cochran está particularmente interesada en la facilidad

de Joel Steinberg para obtener niños: "Eso necesita investigarse


con mucha mayor profundidad. Para los agresores de menores,
el acceso es el punto clave. Con frecuencia las personas con
esta clase de perversión no utilizan a sus propios niños. Joel
debe haber sido un proveedor"; algunas veces le deben haber
pagado con drogas".
Los contactos médicos de Steinberg también parecen ajus-
tarse al perfil del agresor de menores acomodado. A las per-
sonas como Steinberg les gusta tener buenas referencias. Judy
Cochran me dijo: "Encontrarás un alto porcentaje de profesio-
nistas y ejecutivos involucrados en la pornografía infantil. Es
un pasatiempo muy caro y peligroso. Un doctor puede tranqui-
lamente cuidar que las lesiones no lleguen a mostrarse".
Como Maury Terry, Judy Cochran está convencida de que
existen vídeotapes de Lisa Steinberg. Aun a veinte años de dis-
tancia, pueden llegar a conocerse, porque los coleccionistas de
pornografía nunca destruyen su costoso material. Ella especula
que algunos de los millones de Steinberg pudieron provenir de
la venta de dichas cintas.
La fotografía se ha vuelto importante en el abuso sexual de
menores; como se ha vuelto muy fácil hacer vídeotapes, se ha
creado una verdadera industria casera. Las actividades de los
círculos sexuales con frecuencia incluyen la filmación. En
ocasiones, esto se hace teniendo como fin el chantaje.
308 Mentiras y veredictos

Cuando un menor llega a la edad de Lisa, dice Judy Cochran,


"ya le han enseñado todos los trucos. Todo lo que se ve en la
pornografía adulta será duplicado". Pero también en esta etapa
la vejación empieza a volverse peligrosa para el agresor. Tie-
nen que restringirse los contactos del niño fuera de casa. "Los
niños de 5 a 7 años pueden ser amenazados con castigos. Desde
el soborno hasta amenazas de castigo físico."
Un día, Judy Cochran me dijo con helada furia: "Los Stein-
berg mantenían a sus animales".
Todavía faltan los videotapes.
Los Creen son un misterio.
Gregory Malmuolka desapareció desde el primero de no-
viembre de 1987 y no se le ha vuelto a ver.
Otra abogada de Nussbaum, Betty Levinson, dijo misterio-
samente en el programa "CBS Sunday Moming News" que
Hedda no es una mujer golpeada, después de que el jurado vertió
su veredicto sobre Joel Steinberg.
"¿Qué es esta mierda de satanismo?", le escribió Joel Stein-

berg a Marilyn Walton, en el verano de 1989, desde la Prisión

Estatal deDannemora, en donde cumplía una condena de ocho


años y medio a 25. "Mi alma reflejaba bondad y religiosidad...
Si recuerdas, yo fui educado por los jesuitas y siempre fui
filosóficamente devoto de conceptos generosos."
Mentiras y veredictos 309

L isa Steinberg
medía 1.80 y pesaba 82 kilos.
pesaba 19 kilos y medio. Joel Steinberg

Hedda Nussbaum medía 1.65 y pesaba 57 kilos.


Al final, después de mucha agonía, eso era todo lo que veían
los miembros del jurado. La mayoría no le creyeron a Hedda
Nussbaum, ni a Charles Scannapieco o a Marilyn Walton o a
los argumentos finales de Ira London —presentados en el últi-

mo minuto de su recapitulación, como si los sacara de un som-


brero mágico: que Hedda Nussbaum había asestado los golpes
que mataron a Lisa Steinberg. Al menos los pesos y medidas
eran conocidos, a diferencia de las intenciones a las cuales el
juez Rothwax denominó *'el silencioso y secreto funcionamiento
de la mente". Todos tuvieron tremendas dificultades para
penetrar la mente de Joel Steinberg o de Hedda Nussbaum.
En '*¿Dónde está Hedda?", un artículo que Ivan Fisher escri-
mes antes que Nussbaum declarara, Fisher
bió para Siete Días, un
auguraba que encontrar a Steinberg culpable sería mucho más
complejo que enlazar los que parecían puntos de evidencia.
"Mirémoslo de esta manera: el caso parece seguir un patrón
de negligencia generalizada. Digamos que General Motors
fabrica un coche con los frenos defectuosos y como resultado
alguien muere. En tal caso, el fabricante es responsable res ípsa
loquitur, un término que significa 'el asunto habla por sí
legal
mismo'. Pero res ipsa loquitur no se aplica a casos de asesina-
to. No es suficiente condenar a un padre que está en su casa
cuando muere su hija, aparentemente porque él la ha golpea-
do".
En opinión de Fisher, 'la maldad de Steinberg" podria re-
sultar ser "el factor decisivo la mente de los jurados... Esto es
en
un caso en el cual las emociones involucradas en los sucesos
310 Mentiras y veredictos

pueden afectar más el veredicto que la evidencia presentada'*.


(Fisher se negó a mencionar que alguna vez conoció personal-
mente a Steinberg o a Nussbaum.)
El jurado debió considerar cuatro cargos. Para tres de ellos
no era necesario probar la intención; el asesinato en segundo
grado, mostrar indiferencia depravada e imprudencia (15 años
de prisión); asesinato en segundo grado, comportamiento impru-
dente provocando la muerte (de cinco a 15 años); y homicidio
por negligencia criminal, el más ligero de todos los cargos (de
cuatro meses a cuatro años). También estaba el asesinato en
primer grado, en el cual la intención de infligir serias lesiones
físicas, provocaban la muerte (de ocho y medio a 25 años).
Alien Jared pensaba que cuando mucho se necesitarían cua-
tro días para condenar a Steinberg por asesinato en segundo
grado. Sin embargo, dos jurados creían que Steinberg había
intentado matar a Lisa, lo cual Jared no aceptaba. El me dijo:

"No hubiera soportado hacer el cargo por asesinato, no creo que


intentara mataría. Cuando ella estaba muriendo llamaron al
número de emergencias".
Pero lo que realmente asombró a Jared y a algunos de los
demás fue descubrir que muchas personas pensaban que él era
inocente. "Con seguridad tres", me dijo Jared. "Tres tenían
dudas". Excepto por una mujer con una maestría, quien deseaba
condenar a Steinberg por asesinato en segundo grado, pero sentía
que también Nussbaum debiera haber sido juzgada, "las perso-
nas negras pensaban que Joel era completamente inocente. Les
parecía que Joel había sido encarrilado por la prensa, que todos
estaban prejuiciados en su contra". A los jurados negros no les
impresionaron ciertos detalles acerca del estilo de vida de
Steinberg, como el que los dos niños no tuvieran su propia cama.
Ellos también concibieron la posibilidad de que una mujer blanca
de clase media, fuera capaz de golpear a una pequeña. Para los
Mentiras y veredictos 311

jurados blancos era mucho más difícil considerar esa idea, es-
pecialmente los hombres.
Alien Jared estaba muy conmovido por Hedda. "Por alguna
extraña razón, puedo entender cómo pensaba ella. Nunca he
visto a nadie someterse a sí misma a lo que ella pasó. Se sentía

en sus ojos."
Jeremiah Colé, ejecutivo de una compañía de seguros, quien
era el presidente del jurado, se describió a sí mismo como: "Un
poco anticuado. Si yo veo a una mujer golpeada por un hombre
más grande siento que tendría que intervenir. Si tengo que
matario para detenerlo lo haria. Pero no podemos considerarlo
así".

Mientras surgía la controversia de quién había asestado los


golpes, no existían dudas de que tanto Steinberg como Nuss-
baum eran culpables de no haberle proporcionado a Lisa asis-
tencia médica. En cada uno de los cuatro cargos posibles en
contra de Steinberg existía tanto omisión como ejecución, lo
cual algunos expertos consideraban como una ventaja para la
defensa. ¿La omisión por parte de Steinberg la formaba el
consciente descuido, o la depravada indiferencia hacia la vida
humana? ¿Estuvo intoxicado la noche del primero de noviembre
o influenciado por sus ilusiones acerca de sus poderes curativos?
¿O simplemente trataba de salvar su propio pellejo?
La noche del 23 de enero, el primer día de deliberación, el
jurado le envió al juez Rothwax una nota, preguntándole hasta
dónde podía excluirse la intención de un cargo de asesinato en
segundo grado. "¿Qué pasa con ellos?", murmuró un reportero.
"Yo hubiera salido de ahí en cinco minutos con asesinato en
grado segundo." Igual lo hubiera hecho Hedda Nussbaum, según
una entrevista en el Newsday de ese día con el Dr. Klagsbrun. Si
Joel era absuelto, decía, Hedda se sentiría "traicionada, incom-
prendida y lastimada", porque ella lo interpretaría como que el
312 Mentiras y veredictos

jurado no le había creído. Si Joel era condenado por los cargos


más serios, "entonces se habría hecho justicia". **Ni siquiera irá

a cenar", agregó Judy Liebman. "Está demasiado incómoda."


Al día siguiente, el jurado envió una nota indicando que es-
taban profundamente divididos sobre el asesinato en segundo
grado. Preguntaron en qué momento se podn'a convertir en un
cargo de asesinato en primer grado. El juez contestó que pri-

mero tendrían que absolver a Joel Steinberg de asesinato, por-


que la intención de causar un daño físico que provoca la muerte
era la base del cargo, en primer grado, y ni siquiera la parte
acusadora sentía que eso se aplicaba realmente a Joel Stein-
berg.
El jurado deliberó ocho días, los cuales a Alien Jared le pa-
recieron "como estar en prisión. Nos sentábamos ahí, mirando
la ventana, mirando a la libertad. Mientras tres jurados negros
se pronunciaban por 'inocente' y aquellos que deseaban una
condena por asesinato en segundo grado se negaban a negociar
un cargo menor, comenzó a parecer imposible que llegaran a
ponerse de acuerdo".
Aquellos que esperaban resultados, empezaron a sentir un
inminente anticlímax. Después de cuatro largos meses, en el
juicio no surgieron respuestas un extraño vacío
claras. Existía
entre aquellos que pedían venganza (para que monstruo fuera
el

"quemado en aceite", como sugirió el alcalde Koch, en un in-


discreto comentario que apareció en todos los periódicos du-
rante el juicio y que casi compromete al jurado). Por supuesto,
los miembros del jurado no leían los periódicos, pero como dijo
uno de ellos "sentíamos la presión de la sociedad". Más tarde se
enteraron que el 80% de esa sociedad esperó y deseó un vere-
dicto de asesinato en segundo grado.
Los 12 ciudadanos que se reunieron tan al azar como quienes
viajan en un vagón del metro, incluían un agente aduanal, un
Mentiras y veredictos 313

ingeniero, una mujer con un doctorado en filosofía, un ejecutivo


bancario, un empleado postal, un traumatólogo, un gerente de
oficina retirado y un chofer. Había seis negros, cinco blancos y
un hombres y seis mujeres; seis de ellos tenían
oriental; seis
más de 50 años. Pelearon, lloraron y bromearon, para soltar la
presión de todas la noches que pasaron en un hotel cerca del ae-
ropuerto Kennedy, en donde estaban enclaustrados. Le enviaron
12 notas al juez Rothwax, tres de ellas relacionadas con la inquie-
tante cuestión de la intención por parte de Joel Steinberg.
Shirley Unger, administradora retirada de una agencia de la
ciudad, tuvo un importante papel conciliador. 'Trabajé en el te-

rreno medio'', me contó. "Principalmente para convencer a los


indecisos." La gente que creía que Steinberg no era culpable
"sentía un cierto resentimiento al tener que defender su posi-
ción". El resentimiento se hizo más pronunciado cuando la
proporción de los que querían condenar a Joel se hizo de nueve
contra tres.

A Shirley Unger le pareció que Joel pensó que Lisa intentaba


hipnotizado. La golpeó enojado y ella se golpeó la cabeza en
contra de algo. "El estaba protegiéndose a sí mismo. Yo creo re-
almente que quena a la niña." Por otra parte, "si Joel pensó que
podía perderlo todo, eso lo detuvo de pedir ayuda... fumar
cocaína era un método de postergar cualquier actividad razo-
nable."
Los jurados intentaron intensamente ser organizados. Dise-
ñaron un sistema de hacer listas: evidencias de que Joel era
culpable; evidencias de que lo era Hedda. "Enfocábamos nues-
tras discusiones en cada tema."
Shirley Unger pensó que la fiscalía había errado el tiro. Según
resultó, el jurado no utilizó las declaraciones de Hedda para
condenar a Steinberg. El testimonio de Nussbaum se usó sola-
mente para corroborar que Joan Bonano había visto a Joel en la
314 Mentiras y veredictos

entrada, a las 10 de la noche. "Con seguridad, ambos deberían


haber sido procesados", dijo Shirley Unger. *'E1 jurado la con-
sideraba cómplice." Ella pensó que no procesar a Hedda había
sido "un error".
"Muchos de nosotros sentimos que Hedda debería haber sido
acusada de algo", me dijo Alien Jared. "El que ella saliera en-

teramente libre los ofendió mucho. Yo no haría ningún esfuer-


zo por acusaría; pero no me molestaría particularmente si la
hubieran procesado de algún cargo menor..." Pero después,
sintiendo un poco de simpatía, cambió de opinión: "La mujer
ya había sufrido suficiente. Basta con miraría, caramba".
Durante el quinto día, el jurado empezó a enfocarse en la

evidencia forense, que había sido interpretada de manera muy


diferente por el Dr. Douglas Miller, quien declaró por la parte
acusadora, y el Dr. John Plunkett, un patólogo forense a quien
la defensa llamó como testigo experto. El jurado desconfiaba
del Plunkeu, quien ejercía en una pequeña comunidad rural y
era pagado por la defensa; Miller era un profesionista recono-
cido en la ciudad y había asistido a mejores escuelas.
El Dr. Miller creía que Lisa había muerto de un hematoma
subdural, provocado específicamente por un golpe en la sien
derecha. Pero también existieron otros dos golpes importantes
—uno en mandíbula y otro en la parte posterior de su cabeza,
la

ninguno de los cuales provocó fractura. Miller afirmaba que los


tres golpes habían sido dados con gran fuerza, la que comparó
dramáticamente con el impacto de un choque automovilísdco o
una caída de un tercer piso. No tenía dudas de que el asesino era
un persona fuerte y grande.
El Dr. Plunkett creía que la muerte de Lisa se debió a una
infiam ación en el cerebro, provocada por la lesión en la parte
posterior de su cabeza. La mayor parte de las lesiones en el
cuerpo de la niña —en su frente, mandíbula, pecho y espalda
Mentiras y veredictos 315

tenían aproximadamente el mismo tiempo y podían haber sido


causadas en un solo episodio. La lesión de su cabeza le sugería

que Lisa había sido "arrojada, y después chocó con una super-
ficie sólida". Cuando ocurrió esto, el movimiento de su cráneo

aplastó lo suficientemente su cerebro como para causar la in-

flamación fatal. Como lo sugería Plunkett, Lisa había intentado


alejarse de su atacante. "Ella estaba en una pelea", dijo Plunkett
con gran convicción. Ciertas heridas superficiales, rasguños en
su piel, se lo indicaban. (También había rasguños en la piel de
Hedda.)
Plunkett dijo que el asesino de Lisa pudo haber sido un adulto
de cualquier tamaño y no necesariamente un hombre de 1.80 y
82 kilos. Sin embargo, en su testimonio, el Dr. Plunkett remar-
có algunas palabras que resultarían muy costosas para Joel
Steinberg. Dijo que Lisa Steinberg fue asesinada por un adulto
"capaz de levantar y arrojar 20 kilos". La palabra "levantar"
causó una fuerte impresión en el jurado. ¿Cómo podría una débil
mujer con peso?
las costillas lastimadas levantar ese
EL jurado también se apoyó intensamente en el testimonio
del Dr. Neil C. Spiegel, del Hospital Bellevue. Spiegel men-
cionó el pobre estado general de Hedda y sus numerosas costi-
llas lastimadas. El jurado olvidó que Spiegel dijo que éstas eran
viejas lesiones.
El videotape de Hedda filmado en el sexto distrito la noche
de su arresto, sin duda influyó también en las consideraciones
que se hicieron de si Hedda pudo haber levantado 20 kilos. El
juez Rothwax le dio al jurado permiso de utilizar la grabación
para juzgar su capacidad física el primero de noviembre, a pe-
sar de que les indicó previamente que sólo lo vieran como una
evidencia del estado mental de Hedda. Aunque Nussbaum es
más bien una mujer robusta y con buen peso, en el videotape en
donde se aprecia en contra de un fondo blanco se ve mucha más
316 Mentiras y veredictos

pequeña de lo que es realmente, y no hay oportunidad de verla


en movimiento. Hedda Nussbaum les pareció pequeña a los
jurados la primera vez que la vieron, después les pareció más
grande de lo que la imaginaron cuando compareció en la corte,
y la vieron otra vez empequeñecerse la última vez que vieron la
cinta durante sus deliberaciones.

Por supuesto, para los defensores de Hedda, la cinta tenía

mayor impacto. Naomi Weiss y otras mujeres dijeron después


del juicio que Hedda Nussbaum estuvo "al borde de la muerte'*
lanoche del primero de noviembre. Pero ninguna evidencia
médica apoya realmente esta opinión. Incluso la infección en su
pierna derecha fue descrita por el Dr. Spiegel como "poten-
cialmcnte fatal". Sin embargo, al fmal, una imagen de Hedda
Nussbaum valió por mil palabras.

El viernes 27 de enero, Petcr Casolaro entró al juzgado con


un ejemplar de Crimen y Castigo; tal vez en búsqueda de buena
suerte. El juez Rothwax estaba cada vez más serio y quisqui-
lloso. "No soy ningún maldito principe, de ninguna maldita

oscuridad", le dijo a un reportero de Newsday, y admitió que el


caso Stcinbcrg era tan misterioso para él como para todos los
demás. Se especuló sobre la posibilidad de un veredicto de jurado
en desacuerdo. Ira London estaba tenso pero optimista.

Durante cinco días, los jurados ocuparon los mismos luga-


res, según sus opiniones. Así que Shirley Unger sugirió que
todos cambiaran de lugar. Esto mostró el camino. En la noche
todos tomaron la decisión de aceptar que los golpes fueron
asestados por Stcinbcrg. ¿Pero seria el veredicto asesinato en
segundo grado o un cargo menor?
El jurado número 12, que trabajaba como chofer y quien más
firmemente creía que Steinberg deberia ser absuelto, ahora
apoyaba la idea de homicidio por negligencia criminal. Tam-

.. ^
Mentiras y veredictos 317

bien Jeremiah Colé estaba determinado a que se diera un vere-


dicto de asesinato en segundo grado.
Colé era un acucioso ejecutivo con muchos años de expe-
riencia. El apreciaba las profundas divisiones en el jurado como
un problema de dirección, susceptible de resolverse mediante
técnicas directivas. Incluso estudió algunas durante lassemanas
del juicio. A Shiriey Unger y Alien Jared, Colé les parecía "co-
rrecto, vigoroso y de juicios claros". Otros, particulannente el
jurado número 12, llegaron a resentir el control que ejercía Colé.
La mañana del sábado, los jurados recibieron permiso para
relajarse un poco paseando cerca de su hotel. Llegaron al juz-
gado una hora y media más tarde de lo usual. Muy poco después
le enviaron al juez Rothwax una nota pidiéndole detalles de un
veredicto de asesinato en primer grado —especialmente el sig-

nificado de "intención" y "lesión severa". Hablando lentamente


para que todos pudieran tomar notas, el juez les dijo: "Intención
es la operación mental que puede estar determinada por todas la
circunstancias que rodean un caso", y también: "los sucesos
que conducen a un caso y que le siguen". Rothwax admitió que
no era fácil establecer que una persona intentaba "darle a sus
actos las consecuencias naturales, necesarias y probables". En
elcargo de asesinato en primer grado, la intoxicación por drogas
no era un elemento para la defensa, a menos que se dijera que
las drogas habían hecho a alguien incapaz de tener intenciones

propias.
Mientras los jurados dejaban la sala, una de ellos, Helen
Bartheli, pareció dar un indicio al sonreírle ampliamente a Ira
London. El tomó esto como que las cosas iban bien para Stein-
berg, aunque él no sabía que la Sr. Bartheli era una de las firmes
defensoras del asesinato en segundo grado.
Durante todo ese día, los jurados vieron a su presidente te-
rriblemente letárgico y deprimido. Finalmente, Colé les dijo con
318 Mentiras y veredictos

desesperación: "Me rindo, hagan lo que quieran". En lugar de


departí r en el hotel la noche del sábado, se fue directo a su cuarto.
. Todo esto era actuado. Durante la semana platicó con Alien
Jared, preguntándole cómo actuar como alguien cuya voluntad
ha llegado al límite. Solo Jared sabía que Colé Ungía: "Yo le

dije. Es un truco peligroso. O


van a odiar o va a fun-
todos te

cionar". Jerry pensaba que todos se iban a poner furiosos con él,

y por lo tanto, "iban a tener unidad" y así trabajarían juntos. Fue


bastante atrevido, pero obtuvo el resultado deseado. Una vez
que Colé se retiró, formaron pequeños grupos y lodos
se
empezaron a negociar uno con otro. Colé esperó hasta el do-
mingo en la tarde para recuperarse de su aparente colapso.
La intención era todavía la causante del problema y la que
provocaba resistencia por los defensores de asesinato en segundo
grado. El jurado 12 estaba inconmovible de pedir homicidio
por negligencia. Todavía no estaba convencido de que Joel in-

tentara causarie a Lisa un serio daño físico.

A causa del jurado 12, la décima nota al juez


Colé le envió
Rothwax, a las 5:10:
"Si no hubo intención, pero no obstante los hechos provoca-
ron una lesión, ¿tenemos bases para declarar que hubo inten-
ción como lo especifica le ley?
¿Cuál es el mínimo grado de lesión que puede denominarse
iesión seria' legalmente?"
Después que fueron leídas, London se levantó y solicitó que
Rothwax contestara la primera pregunta con un simple no.
Rothwax se negó, dijo que eso no contestaría adecuadamente la

pregunta. Enojado, London argumentó que entre más informa-


ción le dieran al jurado menos iban a entender. "Intento cumplir
con mi obligación de aclarar la confusión", respondió Rothwax
fríamente, con sus labios apretados en una línea recta.
Si no hubo intención, ¿puede alguien decir, no obstante, que

i.
Mentiras y veredictos 319

la hubo? Ese era ^1 dilema del jurado número 12. En parte la


confusión era semántica y tal vez se debía a algo que el jurado
12 había captado en la naturaleza de Joel Steinberg, que no
alcanzaba a comunicarle a los demás jurados. Ninguno de los
dos cargos que el jurado consideraba parecían ajustarse adecua-
damente a la declaración de muerte de menores por abuso, con
un asesinato que no parecía un acto deliberado, sino una com-
binación de circunstancias muy diversas. Uno podía verlo como
resultado de cierta historia personal completa, regresando hasta
las primeras experiencias en la vida de Steinberg —como si 40
años antes niño Joel Steinberg y la niña Hedda Nussbaum ya
el

portaran las semillas de la muerte de una niña que en ese entonces


ni soñaban adoptar y que no conocerí'an hasta que se convirtieran
en sus padres.
Para Shiriey Unger, la respuesta del juez a la nota número 10
aclaró todo: "El juez ainplió el significado de intención". Y en
verdad resultó así. Lo que Shiriey Unger entendió de la inter-
pretación que hizo el juez Rothwax, sobre el término legal, "uno
tiene el derecho de pensar, por los resultados, que hubo inten-
ción". Que incluso en un acto de omisión se "puede inferir la in-
tención". Por supuesto, en tal medida, "Hedda era tan culpable
de omisión" como Steinberg.
Para la tarde del lunes todos, excepto el jurado 12, aceptaron
asesinato en primer grado. "No podíamos echamos para atrás",
dijo ShirieyUnger, "porque la gente que pedía asesinato, en
grado segundo, sentía que se había comprometido en todo lo
posible". Pero el jurado 12 volvió a argüir que Steinberg no
había dado los golpes. Seguía mencionando opiniones del Dr.
Miller para apoyar su posición: Miller dijo solamente que "hay
que tener" enonne fuerza, y no, "debe tener".
Jeremiah Colé había llegado al límite de su paciencia. El y el
jurado 12, "hicieron mucha barabúnda con esto", según Alien
320 Mentiras y veredictos

Jared. Los demás se refugiaron en los baños, se fueron a la

ventana y miraron a la calle.


Colé se sentía totalmente vencido, esta vez en serio. Shirley

Unger se acercó a él y le sugirió que cediera su silla a Jared.


Después, ella y Alien Jared se dispusieron a convencer al jura-
do 1 Unger le dijo amablemente: *'tiene que irse por la
2. Shirley

razón y la lógica, y no por la emoción".


"Cuando lo hicimos entender", dijo Alien Jared, comentó
esto: "Oh, ya veo. Ustedes me han mostrado algo. Me han
mostrado una nueva luz".
Alien Jared se hizo cargo de la presidencia del jurado. Quince
minutos más tarde tenían el veredicto.

k
Mentiras y veredictos 321

E, n la tarde del lunes 30 de enero, la corte estaba llena de


reporteros hambrientos de noticias.
La Sra. Smigiel acudió cada vez con más frecuencia, en parte
tal vez para ganar simpatías en su demanda en contra de Stein-

berg, Nussbaum y Peter Sarosi, representando a Travis Chris-


tian Smiegel,mejor conocido como Mitchell Steinberg; en parte
tal vez porque quería la cabeza de Steinberg. Pero también
parecía haber otra razón. Era obvio que había formado un fuerte
enlace maternal con Michelle. Con frecuencia, si uno se fijaba
en las dos durante momentos difíciles en el juicio, podía ver el
brazo de Graceanne Smigiel apoyado en los hombros de Mi-
chelle Launders. El testimonio que afectó más poderosamente
lasemociones de la Sra. Smiegel fue una declaración de Hedda,
de que Joel Steinberg nunca le compró ropas o juguetes a Lisa
o Mitchell. Era una mujer que parecía obtener una enorme sa-
tisfacción emocional de las posesiones materiales y el pensar en
esa clase de privaciones, le llegaba al alma. Después de eso,
permaneció con Michelle en el corredor, temblando de pies a
cabeza.
Siempre tenía las fotografías más recientes de su nieto en el
bolsillo y se las mostraba a quien se lo pidiera. Travis Christian
Smiegel estaba bien. Nicole le hizo un corte punk. Ya hablaba
mucho, copiando expresiones de los jóvenes de la casa.
Michelle todavía sufría tremendamente y se mostraba tan
tímida como siempre, con el público y la prensa. Sin embargo,
aceptó aparecer una noche de diciembre en Washington Square,
preparada por la Organización Lisa para Detener el Abuso de

Menores, un grupo formado por el abogado Seth Friedlan y un


dentista de Greenwich Village llamado Charies Reich, con padres
de la escuela 41 y profesionistas comprometidos. La Organiza-
322 Mentiras y veredictos

ción Lisa proponía que el abuso de menores se convirtiera en un


delito en el estado de Nueva York y que se enmendara la Ley
del Estado, para incluir una nueva categoría de crim.en: homicidio
por abuso a un menor. También buscaba reformas en las leyes

de Servicios Sociales, para evitar que los reportes infundados


de abuso y negligencia se descartaran de los registros estatales,
y pedían el establecimiento de programas de capacitación obli-
gatorios y especializados para maestros, policías y trabajadores
sociales, así como para personal médico.
Michelle Laundcrs dijo que no tomaría micrófono, pero se
irguió en la plataforma instalada en el parque donde su hija había
jugado como madre de Lisa Steinberg. Como todavía no se
la

conocía el veredicto, la gente sentía que Michelle Launders


todavía tenía días difíciles y solitarios por vivir. Aún no sabía
qué hacer con su vida. Sólo sabía que nunca volvería a trabajar
en una compañía de seguros. Tal vez viajaría una semana o dos,
sola.
El jurado le envió su última nota a Rothwax, a las cuatro de
la tarde de ese lunes: *'¿Qué es 'duda razonable'?"
El juez Rothwax contestó "es una duda basada en la lógica
que puede uno tener conscientemente, después de utilizar la

fuerza de la razón, y que surge por evidencia creíble o por falta


de ésta. Una duda surgida de la razón. Se le da el beneficio de la

duda defendido y un veredicto de no culpable".


al

Seis de los jurados anotaron esto.


Después de que salió el jurado, el juez declaró un receso,
pero les sugirió a todos que no se alejaran durante los siguientes
15 o 20 minutos. En otro juicio, el jurado hizo la misma pre-
gunta y después obtuvo su veredicto.
Pero no fue hasta las 6:30 que sonó de nuevo el timbre en la
corte. Un oficial entró a la sala de jurados y salió con otro papel
doblado. Se lo mostró a otros tres oficiales de la corte. Por la
Mentiras y veredictos 323

tensión y la gravedad de sus rostros, se podía ver que algo


importante había sucedido. Todos los murmullos cesaron. El
veredicto estaba listo.

Michelle Launders y Graceanne Smigiel ocuparon rápida-


mente sus lugares, justo antes de que el juez Rothwax sellara la
sala. Joel Steinberg pasó a su lugar; sus dientes estaban apreta-
dos, cada músculo de su cara parecía a punto de estallar. Cuando
Jeremiah Colé leyó en voz alta el veredicto, Steinberg se mor-
dió los labios y se repitió a sí mismo: "Primer grado. Primer
grado".
El jurado número 12 lloraba.
324 Mentiras y veredictos

;.D e qué sirve?'*, preguntó Hedda Nussbaum,


alejándose de la tumba de Lisa, junto a Naomi Weiss, un año
después de su muerte. Era la primera vez que veía el pequeño
monumento de piedra, en el reservado de la familia Launders.
Le había pedido a Naomi Weiss que la llevara y como ofrendas
llevó dos figuras en plástico y los personajes favoritos de Lisa,
esperando que el plástico soportara el clima invernal. Se arrodilló
y se dirigió a la niña muerta, aunque Weiss no escuchó lo que
dijo. Esta escena se incluyó más tarde en el artículo de People

que Weiss ya pensaba escribir. "¿De qué sirve?", preguntó Hedda


Nussbaum llorando en brazos de Weiss. "Lisa no está aquí."
Aun después de meses de terapia con el Dr. Klagsbrun, Hedda
Nussbaum parecía no comprender el sufrimiento. Tal vez llo-
raba por su propia torpeza.
Unos meses más cuando Hedda buscaba un escritor
tarde,
reconocido para colaborar con ella en sus memorias, desanimó
a dos escritoras importantes con su insistencia de que había sido
una buena madre. Sus argumentos para apoyar esto eran que
Lisa tenía un extenso guardarropa y que durante mucho tiempo
Hedda Nussbaum cuidó que se viera bien. Parece que una de las
más grandes humillaciones para Hedda fue la revelación de que
había sido un desastre como ama de casa.
Ahora vive en una pequeña cabana en Westchester County,
en donde una vez más, según Romany Kramoris, quien la visitó
ahí, hay un lugar para cada cosa y cada cosa está en su lugar. En

octubre de 1989, cuando Romany Kramoris le dijo a Hedda que


nos habíamos conocido y que yo estaba escribiendo este libro,
Hedda Nussbaum releyó rápidamente el artículo en Vanity Fair
que yo escribí en primavera de 1988. El artículo sugería que la
relación que Hedda tuvo von Joel era de tipo sadomasoquista y
Mentiras y veredictos 325

que pudo haber un fuerte componente de celos sexuales en los


sentimientos de Hedda hacia Lisa. Nussbaum le dijo a Romany
Kramoris que pensaba que el artículo no estaba tan mal. Pero
que existían un par de errores importantes que ella me quería
mencionar. Uno de ellos era que
y Joel Steinberg habían
ella
quitado solamente un foco en su casa. El otro era que el hombre
del servicio de mensajería que dijo haber visto a Lisa en calzo-
nes, varias veces, estaba equivocado. Lo que ella se ponía cuando
abría la puerta era "un pequeño disfraz". (Sin embargo, los so-
corristas y la policía recuerdan haber intentado resucitar a Lisa
en la oscuridad, y el mensajero especifica que lo que Lisa vestía
eran solamente calzones.)
Pero eso era todo lo que Hedda Nussbaum tenía que decir
—como esos dos detalles la exoneraran del papel que jugó en
si

muerte de Lisa Steinberg. Resulta claro que ella no ha


la vida y

comprendido lo que no funcionó de su comportamiento.


¿Qué significa, entonces, que Hedda Nussbaum está rehabi-
litada, si todavía no puede reconocer lo que hizo?
Joel Steinberg presenció su juicio de 12 semanas en silencio,
pero no había perdido el habla para el 24 de marzo de 1989.
Justo antes de que el juez Rothwax lo sentenciara a cumplir de
ocho y medio de 25 años, en la prisión de Dannemora State, con
una recomendación en contra de darle la libertad bajo palabra,
Steinberg pidió dirigirse a la corte. Cuando se levantó, habló
demasiado. Era como observar a un comediante perdiendo el
control, las palabras amontonándose, interminablemente y sin
sentido, acompañándolas torpemente con los gestos que le pedía
el guión.
Primero escuchamos a Steinberg el doctor, haciendo gala de
sus conocimientos médicos después de revisar los reportes de
radiología, como si la niña fallecida fuera un "caso" sobre el
que le hubieran pedido su opinión, un cadáver que estuviera
326 Mentiras y veredictos

examinando en le laboratorio de su mente. La niña estaba '*muy


bien criada". Desafiantemente dijo que Mitchell no tem'a ninguna
rozadura de pañales. Y las lastimaduras de la víctima —obvia-
mente Steinberg era un hombre que reconocía una herida en
cuanto la veía —
eran simplemente "esquimosis" en "la piel que
no iban más allá del tejido graso" (excepto un hematoma arac-
noideo, el cual reconoció, pero recordando que no existían
heridas en el cuero cabelludo). En ese punto, los ojos de Stein-
berg se fijaron en el Dándose cuenta de una peculiar ex-
juez.
presión en el rostro de Rothwax, le preguntó si se estaba riendo.
Rothwax le contestó: "no me estoy riendo. Estoy sorprendi-
do de todo esto".

Enseguida, al doctor se le acabó el agas y fue sustituido

abruptamente por Steinberg, el padre amoroso: "En ningún


momento los descuidé. En ningún momento los golpee. No
utilicé ninguna forma de disciplina corporal en esos niños. Ella
tenía ropa, muñecas y todo lo que necesitaba. Todos sus maes-
tros la querían... Yo llevaba a Lisa conmigo; mi relación con
ella era plena, deliciosa, encantadora. Yo la amaba entrañable-
mente, corria con ella, patinábamos, paseábamos en bicicleta..."
Scannpieco lo miraba francamente asombrado.
Conforme insistía en que Lisa había encantado a todas las
personas que la conocieron, Joel detalló que era una niña "de-
liciosa... feliz, comunicativa". Su máxima súplica de clemencia
fue: "Los chicos reflejan lo que les sucede. Tiene que mante-
nerse una constante".
Naturalmente se sentía compungido y también tenía orgullo
paternal.Le habían preguntado acerca del remordimiento en
Insi de Edition, unas semanas antes, y no le dio vergüenza de-
clarar lo mismo que había dicho: "Entiendo a lo que se refieren.
Yo me siento compungido por haber perdido mi vida".
Mentiras y veredictos 327

Su más grande error (y también el más costoso, puesto que


era la única parte incontrovertible de su crimen) fue '*no juzgar
que fuera necesario buscar atención médica en el momento en
que regresé a casa... No llamé a Heiss ni a Sarosi. Lo que más
me molesta es que si yo hubiera hecho eso, ella estaña viva".
Hacia el final de su discurso, Stcinberg se acordó de repente
de sus viejas ideas de invertir en las relaciones: "Yo invertí mi
vida en esos niños. No un solo reporte donde no se diga
existe
que eran preciosos... Eso no puede ser un accidente... Siento ese
dolor cada día. Esa es mi pérdida".
Finalmente, el juez Rothwax lo interrumpió: "ha vuelto a
decir lo mismo". Su tono era inusualmente piadoso, para un
hombre que no es muy paciente con las repeticiones.
"Gracias, su Señoría", dijo Steinberg, sentándose inmedia-
tamente. "No tengo nada más que agregar."
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3 9999 03491 093 3


328 Mentiras y veredictos

C ierta vez, Maury Terry me dejó escuchar una de


entrevistas grabadas con Steinberg: "Lisa era una pequeña repor-
sus

tera", escuché decir a Steinberg, con un gemido rasposo y fe-


bril. ''Era una pequeña reportera."
Pero todo lo que Lisa Steinberg nos dejó, en forma de re-

porte, son algunos dibujosque hizo durante la última semana de


su vida, en un cuaderno que se encontró debajo del sillón beige.
Con crayón negro, Lisa tituló uno de sus dibujos MAMA. En
él, Hedda Nussbaum tiene una cara sin rasgos; cabello rojo

alrededor de un círculo. Casi todo el dibujo fue tachado con


más crayón encima. Tal vez después de que Lisa lo terminó le
dio miedo que revelara demasiadas cosas. Se puede ver uno de
los brazos de H^dda levantado amenazadoramente. Un brazo
grande, grueso, fuerte. En la mano, los dedos están estirados.
El dibujo titulado PAPA, en la página siguiente, tiene toda-
vía más rayones con crayón. De Joel Steinberg sólo quedan dos
enormes ojos negros, oblicuos.
Por todas partes, por lo general con el lápiz más claro, Lisa
Steinberg se dibujaba ella misma. Un pequeño fantasma pecoso,
una niña sin brazos.
En las dos primeras hojas hay una historia acerca de un
animalito. Estaba perdido en un bosque oscuro. "Ocsuro, muy
ocsuro [5/c]."

Lisa Steinberg fue una niña perdida en un oscuro bosque.

L
DE LA MISMA SERIE

JOSEPHD.PISTONE Y RICHARD WOOOLEY

COMO EL F.B.i. DESMEMBRO


A LA MAFIA DE E.U.
SELECTOR
m./

¡vu pequeña l í c es la crónica de la adopción, la


corta vida y el muy triste final de una niña de Nueva
York, y del juicio contra sus padres adoptivos.
una exitosa editora de libros para niños; él,
Ella,

un abogado criminalista, deseosos de tener niños,


logran adoptar ¡legalmente a dos: una niña
delgada, inquieta, inteligente, Lisa, y un bebé, sólo
para darles una vida desordenada y lastimosa, en la
que priva la droga, el alcohol, los ritos sectarios y la
autodestrucción familiar.

El libro narra la terrible indolencia y crueldad que


rodeó la vida de Lisa Steinberg, misma que la
llevó a la muerte. En M: oeoueña Usa están los
testimonios de sus vecinos, maestros, amigos, que
dan forma caso que conmocionó a la
al relato del
opinión pública estadounidense, y que aún inquieta
a la población.
Conozca la tragedia de una pequeña cuya madre
natural estaba segura que viviría en mejores
condiciones a las que encontró al nacer. Usted,
indudablemente, también se conmoverá.

M I {J R Y PV: SADO 1 28 M X CÜ D 03 1 0(
( . I , . I .

7 509984"555863
^^'.S: 682 f./ 1 / / '43 /O 16 FAX; 682 06 4(

iS^N: 968-403-543—8

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