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Señor Cárdenas, 

Espero que este mensaje no haya caído en su carpeta de spam. Por eso, me he tomado
el atrevimiento de ubicarlo por Facebook y mandarle un inbox, en caso de que no pueda
leer el mail. Primero me presento. Mi nombre es Fernando Martín Peña. No se preocupe,
no soy mi padre, aunque haya corrido con la mala suerte de haber sido nombrado
exactamente igual a él. Alguna vez pensé en añadirle legalmente el Junior o el 2do al
final, pero la resaca de la mañana siguiente siempre ha sido una gran consejera. Trabajo
en la conservación del gran acervo de películas en celuloide que están bajo la tutela del
museo de cine Pablo Ducros Hicken de la Ciudad de Buenos Aires. En el momento
trabajo solo, ya que mi padre despidió a más de la mitad de la planta en un arranque de
locura. Todos se lo atribuyen a la muerte de Fabio Manes, su compañero de toda la vida
en Filmoteca, su programa nocturno de la televisión pública, pero mi madre y yo
sabemos que no es por eso. No es mi intención primaria destruir la reputación de mi
padre, pero como efecto secundario no viene nada mal. El viejo debe sueldos desde
hace más de medio año, y a la gente que despidió aún no les ha pagado. El Gobierno de
la Ciudad de Buenos Aires, en otro de sus manejos turbios, desde hace un par de años
ha decidido depositarle directamente a él los pocos fondos que semestralmente destina
para la conservación de este museo. Todos los que estamos al tanto de esta situación
sabemos que se debe a su fama repentina gracias al descubrimiento de los rollos
perdidos de Metrópolis. El propósito de todo este gran rodeo es que usted tenga claro
que no está hablando con un chanta, pero sí con un hombre que se acerca lentamente a
la desesperación. Me dirijo a usted, porque después de mucho investigar, ha quedado
elegido dentro de un grupo de 5 personas que reúnen dos condiciones muy raras en su
país: tener mucho dinero y saber mucho de cine. 

La cuestión surgió así. Hace unos meses estaba trabajando en la casa que antes servía
de depósito para los rollos del museo, y que aún guarda una gran cantidad de películas,
cuando me encontré con 9 latas oxidadas que estaban en el montón de las descartadas.
No tenían ninguna marca por ningún lado y estaban todas sujetadas por una piola gruesa
y polvorienta. Las latas sin marcar son cosa de todos los días en este trabajo, así que no
me sorprendió mucho su olvido. Sin embargo, como soy mi propio jefe y respondo hace
unos meses solamente a mis caprichos, decidí abrirlas. El celuloide estaba bastante
descompuesto, a tal grado que había fotogramas totalmente consumidos por la
humedad que a duras penas se sostenían en la tira del rollo. Movido por la curiosidad,
abrí todas las latas y me di cuenta que parecían pertenecer todas a la misma película;
algo en blanco y negro con caballos, paisajes montañosos, intertítulos escritos en un
estilo recargado típico del siglo XIX y actores con la cara muy pintada y gestos
exagerados. En resumen, una típica película muda. Busqué el primer rollo y encontré los
créditos iniciales, que decían: María, basada en la novela de Jorge Isaacs, dirigida por
Máximo Calvo y Alfredo Del Diestro, producida por la Valley Film Company,
protagonizada por Stella Lopez Pomareda y Hernando Sinisterra, 1922. A primera vista
no me pareció gran cosa. Pensé que era otra película latinoamericana más y volví a
guardar las latas. A la noche siguiente, saliendo de la clase de estética cinematográfica
que dictamos mi madre y yo en la Universidad del Cine, me quedé tomando cerveza y
charlando con un grupo de estudiantes colombianos, nuestra tradición desde el
comienzo de la cursada. Entre tragos y risas les conté de mi descubrimiento, como una
curiosidad más de mi trabajo, y uno de ellos saltó como loco. Sacó su computador y me
mostró “En busca de “María”, la de Luis Ospina. No lo podíamos creer. Borrachos,
salimos disparados a buscar las latas y no pudimos contener las lágrimas de la emoción
cuando la vimos proyectada. Se veía para la mierda, llena de rayones y moho. Se cortaba
cada tanto cuando la tira se rompía por el desgaste de los años. Sin embargo, la película
estaba corriendo ante nuestros ojos. Entre cada pausa comentábamos con emoción lo
que habíamos visto; no podíamos creer que Efraín hubiera tenido que irse a Europa, nos
emocionaba ver a la pobre María sufriendo por la partida de su amado primo, moríamos
de la angustia al ver a los jinetes cruzar por los ríos caudalosos y no morir en el intento.
¡Eso era la aventura real, el peligro filmado en vivo y en directo sin sucedáneos ni trucos
de montaje! Al terminar la película, trasnochados pero emocionados, decidimos no
decirle a nadie más nuestro secreto hasta que alguien se le ocurriera una buena idea,
como en un pacto de sangre entre hermanos de celuloide.

La buena idea llegó. Así que heme aquí, mandando mails a gente pudiente como usted
para exprimir unas monedas a cambio del patrimonio cultural de una nación. Sepa usted
que estoy mandando estos mails contra el mejor de mis juicios morales. Más de una vez
he estado a solo un click de enviar un mail al ministerio de cultura de su país, pero
siempre me lo ha impedido una fuerza misteriosa. Miento, lo que me ha impedido hacer
lo correcto es el pacto de sangre con mis hermanos colombianos. Sepa que el dinero que
le pretendo cobrar, a usted o a cualquiera de los que puedan estar interesados, estará
destinado a sostener a mí y a los muchachos con los que comparto el secreto durante
una temporada larga. Vivimos vidas ascéticas y de bajo perfil, así que no se preocupe por
nosotros y nuestra potencial “boleteada”, como me enseñaron a decir los muchachos.
Para la prueba le mando este link de Vimeo que solo podrá ser visualizado una vez,
dónde usted encontrará un pequeño video con fragmentos de la película proyectada.
https://vimeo.com/maria  Aprovéchelo y contáctese conmigo a la mayor brevedad
posible. Sepa que pueden haber otros interesados. 

Cordialmente,

Juan S. Mora

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