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Anagrama «LUCHA CONTRA LA PIRATERIA»

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DERECHO

I.S.B.N.: 978-84-8061-761-1 propiedad de Unión Internacional de Escritores.

Introducción
MANUAL DE APRENDIZAJE MECANOGRÁFICO

DE LA PLUMA AL PROCESADOR DE TEXTOS

La escritura del pensamiento ha acompañado al hombre desde el momento en que


su necesidad de retener información no quedaba satisfecha con la memoria. Desde las
tablas de contabilidad de los pueblos sumerios, en las que se apoyaban para realizar
sus prácticas comerciales, pasando por los pictogramas o los jeroglíficos egipcios, los
fenicios crean el alfabeto diez siglos antes de Jesucristo, y éste evoluciona por diversas
vías hasta establecer los diferentes alfabetos de que dispone el hombre (el árabe, el
hebreo o el antiguo griego, que es la fuente del alfabeto romano que utilizamos actual-
mente, etc.).

Durante la Edad Media, la escritura era patrimonio casi exclusivo de los monjes, que
copiaban a mano con trazo artístico los textos bíblicos. De ahí el término “manuscrito”,
que en el futuro se opondrá a “mecanoscrito”. A partir de la invención de la imprenta, a
mediados de siglo XV, se produce una revolución en cuanto a la difusión de la escritura;
sin embargo, debemos puntualizar que la Biblia latina que imprime Gutemberg en 1450
pretende igualar la calidad de las biblias manuscritas reproducidas en los monasterios,
es decir, mantiene la caligrafía de la letra gótica, de trazo estrecho y caracteres puntia-
gudos, utilizada desde el siglo XIII. Los caracteres que conocemos hoy en día se deben a
la transformación cultural que conlleva el Renacimiento desde el siglo XIV; su escritura,
como en tantos otros elementos, rechaza las formas góticas y opta por las redondas y
anchas. La coincidencia de este cambio con la invención de la tipografía produce, a par-
tir del siglo XVI, una auténtica revolución en la imagen de la letra impresa, sobre todo en
el momento en que los tipos de plomo, diseñados a partir de los principios de la letra
humanística, se reproducen en los textos difundidos por la imprenta de Gutemberg.

Desde Gutemberg hasta 1872, la composición de los textos se hacía letra por letra.
Los tipógrafos escogían los caracteres de plomo de las cajas (en la posición superior se
encontraban las mayúsculas, aún hoy llamadas de caja alta por este motivo, y en las
inferiores se encontraban las letras minúsculas o de caja baja) y los colocaban uno por
uno en las galeras, las guías que servían para sujetarlas. Una vez terminada su utiliza-
ción, había que devolverlas una por una a su lugar de origen. Con este procedimiento se
componían de 1.200 a 1.500 signos por hora, realmente un ritmo muy lento si conside-
ramos que una página estándard actual cuenta con algo más de 2.000 signos.

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En cambio, con la llegada de la linotipia se llegaron a componer de 6.000 a 9.000


signos por hora. Esta gran innovación, que se produce a finales del siglo XIX, consiste en
una máquina que almacena las matrices de las letras de manera ordenada y las hace
circular a partir de la pulsación de la tecla de una letra hasta que cae en el componedor
y se va formando la línea. Es entonces cuando se justifica y se envía a la fundición.

Como podemos comprobar, la linotipia ya utiliza un sistema similar al de la máqui-


na de escribir, que se está empezando a desarrollar de manera paralela, aunque con
funciones distintas. Podemos afirmar que el desarrollo de la linotipia, como instrumento
fundamental del impresor, y por lo tanto de la difusión multitudinaria de la información a
través de los periódicos, es simultánea a la invención de la máquina de escribir y de la
sustitución de la pluma como instrumento único de escritura individual, junto al de la esti-
lográfica y el bolígrafo.

NACIMIENTO DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR

La historia de la máquina de escribir arranca de 1714, cuando Henry Mill registró


la patente de un modelo primitivo aún, con la que sólo se lograba escribir en ella.
Aunque desde entonces hubo muchos que intentaron obtener un producto más perfeccio-
nado, no se lanzó al mercado la primera máquina hasta 1872, inventada por el impre-
sor norteamericano Christopher Latham Sholes en 1867, conocida como Remington 1.
Aunque su mecanismo era deficiente (ya que sólo era posible leer lo que se escribía si se
levantaba el carro, éste se hacía correr mediante un pedal y únicamente se podía escri-
bir con mayúsculas), con ella se establecían las bases para el posterior desarrollo de sus
funciones: contaba con un pupitre portatipos, espaciador de palabras y teclado com-
puesto por teclas redondas, lo que era una innovación importante, ya que hasta el
momento los teclados tomaban la forma de las teclas de los pianos; además, contaba
con palancas portatipos.

En 1878 se construyó un modelo más perfeccionado, el Remington 2, que permitía


escribir con mayúsculas o minúsculas a voluntad ya que poseía un doble teclado. En
1887 las palancas portatipos se instalaron delante del carro, de manera que ya se
podía leer lo que se estaba escribiendo. En 1888 los modelos Remington incorporaban
el teclado universal, el mismo que encontramos en la actualidad, al que se había llegado
a partir de los estudios de Sholes sobre cuáles eran las combinaciones de letras más fre-
cuentes en inglés. La disposición de las teclas respondía al criterio de separar las letras
más utilizadas, de manera que las palancas no coincidieran en movimientos sucesivos y
se encontraran en el punto de impresión. De hecho, este sistema tendía a hacer más len-
to el proceso de escritura, razón por la que se ha planteado en la actualidad la posibili-
dad de recomponer el orden de las letras en el teclado en beneficio de la velocidad, ya
que con las máquinas electrónicas y los procesadores de texto no existe este problema
mecánico de coincidencia de palancas portatipos.

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MANUAL DE APRENDIZAJE MECANOGRÁFICO

Podemos afirmar que hasta la aparición de la Underwood en 1900 no se consigue


un modelo perfeccionado, en cuanto a la solidez, la facilidad en el uso y la simplifica-
ción de sus órganos principales, en beneficio de la velocidad de escritura. Este modelo
contaba con un teclado de 38 caracteres, frente a las 83 que tenían las máquinas de
teclado completo, y con un mecanismo de fijación de las mayúsculas.

Entre los años 1882 y 1888 se produjo un episodio curioso y representativo de la


competencia que existía en los Estados Unidos entre las máquinas de teclado completo y
las de teclado combinado, a la par de las diferentes opiniones que se cernían alrededor
de si se debían utilizar unos pocos dedos o bien los diez dedos para escribir a máquina.
La polémica se inició cuando la señora Longley tuvo la audacia de proponer que los
tipistas utilizaran todos los dedos de ambas manos, ya que era absurdo que únicamente
se utilizaran dos de cada mano, como defendía Luis Taub. Éste se llegó a enfrentar en
una carrera de velocidad a Frank McGurrin, quien, especialista profesional de la meca-
nografía, pugnaba por demostrar que era posible escribir más rápido utilizando los diez
dedos y sin mirar el teclado (escritura al tacto).

La carrera tenía dos partes: en primer lugar, cuarenta y cinco minutos de dictado y,
en segundo lugar, cuarenta y cinco minutos de copia de un texto desconocido. En este
duelo, que adquirió gran popularidad, también se oponían dos modelos de máquina de
concepciones diferentes: Taub utilizó una Caligraph, de teclado completo, mientras que
McGurrin defendió el teclado combinado de la Remington. Así pues, no sólo competían
dos técnicas distintas de mecanografía, sino también dos modelos de máquina.
McGurrin triunfó con gran repercusión en todo el país y la velocidad se impuso como
valor definitivo del avance mecanográfico, que entró en un rápido desarrollo a partir de
la aplicación de la electricidad al funcionamiento de los mecanismos.

La electrificación de las máquinas de escribir llegó de la mano de Edison, quien


patentó un sistema de accionar las palancas portatipos mediante electroimanes, pero no
inició su explotación industrial. Hasta 1920 no aparecieron en el mercado las primeras
máquinas eléctricas, en que el carro y las palancas se accionaban a partir de un peque-
ño motor eléctrico.

En 1961, IBM presentó las máquinas en que la bola oscilante que contiene los sig-
nos sustituye el carro móvil, ya que ahora es la bola la que se mueve de izquierda a
derecha, y no el carro, que se mantiene fijo. En los años setenta esta misma empresa
ideó el sistema comunmente conocido como “margarita”, en que los caracteres se
encuentran fijados en un soporte flexible a la manera de los pétalos; de esta forma, en el
momento en que se presiona la tecla correspondiente a un signo, el disco gira hasta que
éste se encuentra a la altura del martillo de impresión, que golpea el pétalo y este presio-
na la cinta e imprime el carácter.

Los diferentes sistemas de impresión mecanográfica han evolucionado desde enton-


ces paralelos al avance de las tecnologías informáticas. Simultáneamente a la aparición

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de las máquinas de “margarita”, irrumpieron en el mercado las electrónicas, en que el


texto mecanografiado, además de quedar impreso en el papel, queda registrado en
soporte magnético (disco o banda), de manera que se puede reproducir, modificar o
manipular tantas veces como se desee sin necesidad de volver a teclear el texto. Este es
el principio de lo que se ha desarrollado posteriormente como tratamiento de textos.

Como ya es conocido, el tratamiento de textos surge de las posibilidades informáti-


cas que ofrece el ordenador y consiste en la manipulación de un texto introducido meca-
nográficamente en un soporte informático, ya sea diskette o disco duro, donde queda
registrado. La escritura y las manipulaciones que se hagan quedan reflejadas en una
pantalla y posteriormente se pueden imprimir en diferentes calidades, según las presta-
ciones de la impresora (chorro de tinta y láser).

Las posibilidades extraordinariamente superiores del tratamiento de textos han ido


dejando de lado las clásicas máquinas de escribir, tanto las mecánicas como las eléctri-
cas, y el desarrollo de los programas informáticos ha ampliado las posibilidades de
manipulación de la información hasta conseguir todo tipo de composiciones de texto. La
capacidad de almacenar información, de modificar, corregir, ampliar o suprimir, además
de las posibilidades en cuanto a tamaños y tipos de letra, el espacio y la disposición que
el texto debe ocupar en la página, la posibilidad de introducir imágenes, de realizar
cambios automáticos de palabras, de producir índices sin tener que volver a teclear los
títulos, de revisar ortográficamente los textos, etc. es prácticamente ilimitada y las pro-
pias empresas de software están analizando y ampliando constantemente los programas
para irlos actualizando en función de las nuevas necesidades y de las nuevas posibilida-
des que ofrece la tecnología.

Podemos afirmar, sin embargo, que el tratamiento de textos ha quedado reducido al


ámbito de utilización individual y que el paso siguiente, el perfeccionamiento y la
ampliación de sus posibilidades, ha dado paso a la autoedición, que ya ha empezado a
ser utilizada en sustitución de los sistemas de composición tradicionales en trabajos diri-
gidos a la imprenta.

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