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MODERNIZACIÓN, MALESTAR Y GOBERNABILIDAD1

NORBERT LECHNER*

Presentación

Frecuentemente la gobernabilidad es analizada como requisito de la modernización de


nuestras sociedades. Sólo recientemente se vislumbra que la misma modernización
puede generar problemas de gobernabilidad. El caso de Chile, reconocido
internacionalmente como tina modernización exitosa, sugiere que la estrategia
prevaleciente de modernización puede alterar la trama sociocultural, creando un malestar
que puede afectar la gobernabilidad democrática.

A partir de algunos resultados del Informe del PNUD sobre el Desarrollo Humano en
Chile 1998 (PNUD, 1998), argumentaré la relevancia de las condiciones socioculturales
para la gobernabilidad. Aunque los antecedentes empíricos corresponden al caso chileno,
creo que revelan algunos desafíos relevantes para la agenda de otros gobiernos de la
región.

Chile: algunas paradojas de la modernización

Son bien conocidos los resultados recientes del desarrollo chileno, particularmente a
partir del restablecimiento de la democracia en 1990. Entre 1990 y 1997 Chile tiene un
crecimiento ininterrumpido de 7% anual en promedio, disminuye las tasas de inflación y
desempleo a mínimos históricos, alrededor de 6%, incrementa las remuneraciones reales
y reduce la pobreza de 45 a 23% de la población, elimina el déficit fiscal y aumenta las
tasas de ahorro interno, y diversifica sostenidamente las exportaciones y las inversiones
extranjeras. En suma, los indicadores macroeconómicos muestran y auguran un ejemplo
exitoso de modernización.

En realidad, los chilenos reconocen una clara mejoría respecto al pasado. Estiman que la
sociedad avanza y cambia para mejor. Al mismo tiempo perciben una sociedad más
agresiva, egoísta y con fuertes desigualdades sociales.

CUADRO 1
Chile es una sociedad:
acuerdo desacuerdo
que avanza 82% 17%
que cambia para mejor 78% 20%
mas agresiva 80% 19%
cada vez más egoísta 64% 34%
igualitaria socialmente 18% 81%
justa 29% 70%
FUENTE: Encuesta FLACSO 1995.

En concordancia con años de crecimiento económico, predomina una opinión optimista


respecto al futuro personal. Según las encuestas del Centro de Estudios Públicos (CEP),
ocho de cada diez entrevistados creen que el año próximo les irá igual o mejor
económicamente.

1 En: Labastida del Campo, Julio y Camou. 1991. Globalización, Identidad y Democracia, México y
América Latina. Siglo XXI, México.
Profesor investigador de FLACSO y consultor del Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD). La argumentación debe mucho a la colaboración con Eugenio Ortega, Pedro
Guell y Rodrigo Márquez en el Informe de Desarrollo Humano de Chile 1998 del PNUD. Eximo,
desde luego, al PNUD y a mis colegas de toda responsabilidad por lo aquí expresado.
CUADRO 2. SITUACIÓN PERSONAL EN UN AÑO MÁS (JUNIO DE CADA AÑO)
1995 1996 1997
mejor 46% 42% 43%
igual 37% 36% 40%
peor 14% 18% 13%
FUENTE: Encuestas nacionales CEP

Este optimismo individual contrasta con la visión escéptica del país. Llama la atención
que, a pesar del buen desempeño socioeconómico, prevalece la imagen de un país
estancado. Las personas entrevistadas parecen confiar más en estrategias individuales
de éxito que en el progreso generalizado del país. En otras palabras, visualizan el futuro
más como horizonte personal que como futuro compartido.

CUADRO 3. El PAÍS ESTA... (%)


mayo noviembr julio diciembre julio diciembre
e
1995 1995 1996 1996 1997 1997
progresando 48 42 45 49 42 39
estancado 37 41 39 34 42 42
en decadencia 11 13 13 13 11 15
FUENTE: Encuestas nacionales CEP.

Al mismo tiempo que la modernización crea nuevas y mejores oportunidades de vida, se


extiende un clima de desconfianza e inseguridad. Usando una fórmula tal vez burda, pero
ilustrativa de la paradoja, se podría afirmar que Chile es un país con un notable desarrollo
económico, donde la gente no se siente feliz.

CUADRO 4. PERCEPCIÓN DEL DESARROLLO DEI, PAÍS Y DE LA FELICIDAD DE LA


GENTE_____________________________________________________________________
el país está
económicamente mejor Sí No Total
9.1% 7.3% 16.4%

la gente vive más feliz Sí No Total


44.5% 38.3% 82.8%
TOTAL 53.6% 45.6% 100.0%
FUENTE: Encuesta Quanta en Santiago Sur y Oriente, julio de 1997; citado en Javier
Martínez, La sociedad civil. El difícil tránsito hacia la ciudadanía, manuscrito.

No sabemos lo que la gente entiende por felicidad. Probablemente lo relaciona con la


resolución de problemas concretos (seguridad ciudadana, igualdad de oportunidades en
educación y empleo, acceso equitativo a salud y previsión, etc.), pero también con "algo
más”. Pero además parece vincular la felicidad y el malestar con la política y ello tiene
consecuencias.

CUADRO 5. PARTICIPACIÓN ELECTORAL


abstención voto blanco voto nulo
plebiscito 1988 2.7% 0.9% 1.3%
presidencial 1989 5.2% 1.1 % 1.4%
municipal 1992 10.2% 5.9% 3.0%
presidencial 1993 8.7% 1.9% 3.7%
municipal 1996 12.1% 3.0% 8.0%,
parlamentaria 1997 13.7% 4.4% 13.5%
FUENTE: Servicio Electoral.
Como es sabido, Chile ha realizado, dentro de condiciones específicas, una transición
pacífica y ordenada a la democracia. Al cabo de ocho años de gobierno democrático
puede afirmarse que las instituciones políticas funcionan bien. En cambio, el interés y la
participación de los ciudadanos en la política disminuyen. La encuesta del Centro de
Estudios Públicos de julio de 1997 señala que 42% de los entrevistados no se identifica
con ningún partido político (contra 53% que expresan tina identificación partidista). La
opinión pública es corroborada por la baja inscripción de los jóvenes en los registros
electorales; los jóvenes entre 18 y 24 años que en 1988 representaban 21 % de los
electores inscritos en 1997 va no representan más que 7.8%. La señal de alarma suena
en las elecciones parlamentarias de diciembre de 1997, donde los datos preliminares
indican que alrededor de 40% del electorado potencial no optó por ninguna opción
partidista.

Se trata de una situación en la cual, en términos de Hirschman, parece preferible


automarginarse (exit) que levantar la voz (voice). Sería demasiado fácil explicarla por una
mera "normalización" del orden democrático. Aunque no tengamos todavía estudios
concluyentes sobre las razones, es plausible presuponer que existe una situación de
malestar. La desazón no parece estar referida a la democracia (que por las condiciones
particulares de Chile tampoco suscitó demasiadas expectativas). Quizá concierne más
bien al "modo de vida" de la sociedad chilena, pero del cual se responsabiliza a la
política. Tal imputación de responsabilidad, empero, presupone tácitamente que la
política tiene la capacidad de cambiar el "modo de ser". Esta hipótesis de interpretación
me parece abrir una pista sugerente para plantear las condiciones socioculturales de la
gobernabilidad.

Un problema de seguridad

El malestar tiene su "razón de ser". El actual "modelo de modernización" en Chile ha


impulsado un dinamismo social inédito hasta entonces: hay más empleos, mayores
ingresos y oportunidades de consumo, mayor cobertura en educación y salud.
Simultáneamente, existen grandes problemas: un cuarto de la población en condiciones
de pobreza; un acceso desigual según grupo socioeconómico a los sistemas de
educación, salud y previsión, un debilitamiento de la sociabilidad. Tales situaciones son
difíciles de justificar, precisamente a raíz del crecimiento sostenido del país. Más
luminosos destacan los indicadores macroeconómicos y menos soportables son las
experiencias de exclusión, inseguridad y sin sentido.

CUADRO 6. PERCEPCION DE DELITOS PROBABLES


probable improbable
robo en lugar público 78% 21 %
robo en hogar 62% 37%
agresión sexual 147% 51%
otras agresiones (pandillas) 40% 59%
FUENTE: Encuesta CEP-PNUD, 1997.

Una dimensión fundamental del malestar radica en la inseguridad. La gente se siente


insegura. Esta inseguridad tiene varios aspectos. En Chile, como en otras partes,
particularmente en las grandes ciudades, se trata principalmente de la inseguridad
pública. Las personas asocian inmediatamente inseguridad con delincuencia. El otro
suele ser visualizado como un agresor potencial. En realidad, la imagen de un
delincuente omnipresente y omnipotente es una metáfora que revela y esconde otra
realidad, más difícil de aprehender. De hecho, la sensación de vulnerabilidad que
expresan las personas entrevistadas en la encuesta de CEP-PNUD de julio de 1997 no
guarda relación con las tasas (altas, pero estables) de delitos.
CUADRO 7. VÍCTIMA DE UN DELITO EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES
(UNA O MÁS VECES)___________________________________________
robo en la calle sin violencia 17%
robo en la calle con violencia 6%
robo en hogar sin violencia 6%
robo en hogar con violencia 0.3%
agresión sexual 10.9%
otras agresiones 2.5%
FUENTE: Encuesta CEP-PNUD, 1997.

El miedo al otro es potenciado por la fragilidad del "nosotros". El desarrollo económico


sostenido en la última década ha dado lugar a una multiplicación de las relaciones
sociales y al surgimiento de una verdadera "sociedad de consumo". Este tipo de
integración masiva de los chilenos a la vida social contrasta con una fuerte desconfianza
en las relaciones interpersonales. La desconfianza genera patologías del vínculo social.
Incluso la sociabilidad entre vecinos se encuentra resquebrajada. Las personas
entrevistadas desconfían de poder organizar a los vecinos o recibir ayuda de ellos, y casi
nadie confía en recibir ayuda frente a una agresión en la calle. Paradójicamente, el fuerte
dinamismo de la sociedad chilena está acompañado de una no menos poderosa
retracción a las cuatro paredes del hogar.

CUADRO 8. CONFIANZA EN EL OTRO


Evaluación Evaluación
positiva negativa
recibir ayuda de vecinos 42% 41 %
organizar a los vecinos 36% 63%
ayuda ante agresión en la calle 12% 88%
FUENTE: Encuesta CEP-PNUD, 1997

Otro factor de inseguridad reside en las deficiencias de los "sistemas funcionales". La


gente se siente desprotegida por los sistemas de salud o previsión, destinados
precisamente a brindar protección contra los infortunios de la vida. Aunque el sistema
chileno de previsión, basado en la capitalización de los aportes individuales, alcanza
fama internacional, entre 30 y 40% de los cotizantes no alcanza el ahorro mínimo para
obtener una pensión. Tales deficiencias se reflejan en la opinión de la gente. Siete de
cada diez entrevistados evalúan negativamente el sistema pri-vado de administración de
fondos de pensión, independientemente de que la persona esté afiliada o no. Es decir, la
afiliación no provee seguridad acerca de tina vejez apacible.

CUADRO 9. EVALUACION DEL SISTEMA PREVISIONAL


Evaluación Evaluación
positiva negativa
persona afiliada 24% 76%
no afiliada 21 % 79%
FUENTE: Encuesta CEP-PNUD, 1997.

La seguridad proviene no sólo de una protección adecuada contra los riesgos; implica
también un acceso adecuado a las oportunidades del desarrollo. Desde este punto de
vista, la actual estrategia de modernización muestra insuficiencias. Un ámbito
sobresaliente para tener acceso a las nuevas opciones es el empleo.

En concordancia con una tasa muy baja de desempleo, la gente confía en no perder su
empleo actual. Sin embargo, en caso de perderlo, teme no encontrar un trabajo
adecuado. Ello refleja la inseguridad provocada por la flexibilización del mercado laboral.
La modernización económica abre grandes oportunidades para algunos, pero la mayoría
teme la exclusión.
CUADRO 10. CONFIANZA EN EL EMPLEO
Evaluación Evaluación
positiva negativa
no perder empleo actual 59% 38%
encontrar nuevo trabajo aceptable 30% 69%
incorporarse al mercado laboral 16% 82%
FUENTE: Encuesta CEP-PNUD, 1997.

Otra dimensión de la seguridad es la necesidad antropológica de certezas. Todos


requerimos un marco básico de certidumbre. Este suele ser cuestionado por los procesos
de cambio, especialmente cuando tienen el ritmo vertiginoso de las transformaciones
recientes. La celeridad de la actual ola de modernización trastoca los referentes
habituales. Las disposiciones mentales y los conocimientos prácticos de la gente pierden
valor. La realidad deja de ser inteligible. Ilustrativa de ello es la desconfianza de los
chilenos en la información. Aunque ésta es ¡ni elemento crucial en la sociedad moderna y
existe un amplio acceso a los medios masivos de comunicación, los chilenos se sienten
desinformados. En la mencionada encuesta del PNUD casi nueve de cada diez
entrevistados se informa por la televisión; sin embargo, seis de cada diez entrevistados
se siente poco informado o desinformado. Esto tiene que ver posiblemente con la
credibilidad limitada de los medios; en proporciones iguales, los encuestados confían y
desconfían de la información entregada por la televisión. En este contexto parecía
plausible suponer que las personas confiaran más en la información transmitida por otra
persona en una relación cara a cara. Pues bien, la información proveniente de tales
conversaciones suscita la mayor desconfianza. Retornamos así a la erosión de la
sociabilidad cotidiana. El debilitamiento de la asociatividad conlleva una pérdida de
seguridad.

CUADRO 11. CREDIBILIDAD DE LA INFORMACION RECIBIDA


Confianza Desconfianza
televisión 49% 49%
diarios 36% h9%
revistas 24% 66%
radio 60% 38%
otras personas 28% 69%
FUENTE: Encuesta CEP-PNUD, 1997.

Es menester agregar que la desconfianza reseñada en los datos mencionados es común


a todos los grupos socioeconómicos, salvo los entrevistados de nivel socioeconómico
alto. Los entrevistados con mayores ingresos tienen mayor confianza en los sistemas de
educación, salud y previsión, de encontrar empleo, confían más en sus vecinos y en la
información recibida. Así, la seguridad de las personas aparece vinculada al nivel de
ingresos o, dicho de otra manera, existe una seguridad desigual acorde al grupo
socioeconómico. Sólo en relación con la seguridad pública, los grupos socioeconómicos
altos expresan mayor inseguridad.

El malestar con la modernización

De acuerdo con otras encuestas (Latinobarómetro de 1996), los niveles de desconfianza


en Chile no serían peores que en otros países de la región. Sin duda, otras sociedades
latinoamericanas también conocen ambientes de malestar. Lo que llama la atención en el
caso chileno, cabe recalcarlo, es que el malestar acompaña a tina modernización
socioeconómica de grandes logros.

Me atrevo a relacionar el malestar reinante con la actual estrategia de modernización. A


mi, juicio, en Chile existe un malestar con la modernización. Mas ello no implica que la
modernización haya fracasado. Ella presenta serias deficiencias, según vimos, pero no se
pueden desconocer los importantes avances logrados no sólo en términos de bienestar
material, sino también en cuanto a los mayores espacios de libertad individual. Entonces,
¿qué razones motivan los sentimientos de desazón, inseguridad e incertidumbre?

Me parece razonable sostener que la actual estrategia de modernización en Chile es


incompleta, en tanto no contempla a los sujetos, sus motivaciones y aspiraciones, sus
miedos y deseos, sus sentimientos y afectos. Es una modernización que avanza a
espaldas de las personas y que, por lo tanto, aparece como un fin en sí misma. Ahora
bien, ¿por qué habría la modernización de referirse a la subjetividad?

Entendemos por modernización ese proceso histórico que, bajo diversas formas y
estrategias, impulsa y realiza en todos los ámbitos de la sociedad una racionalidad
medio-fin. La modernización da lugar a una diferenciación de "lógicas funcionales"
específicas que van estructurando "sistemas" relativamente cerrados acorde a los
respectivos códigos internos. Las referencias al sistema económico, político, jurídico, etc.,
reflejan esa diferenciación en el lenguaje común. La racionalización social permea y
"colonializa" (Habermas) también a las relaciones personales, sometiéndolas a un cálculo
instrumental. Tiene lugar una funcionalización de las "pasiones", usadas como simples
lubricantes de los sistemas (por ejemplo la instrumentación del deseo de posesión en
función del consumo).

El problema parece residir en una absolutización de la modernización, que desconoce a


la subjetividad. Ésta aparece como una interferencia indebida en el cálculo racional de
expectativas y preferencias. Tal enfoque ignora el llamado "teorema de Thomas": lo que
la gente cree real tiene consecuencias reales. A la inversa, si la gente no percibe a la
modernización como algo real en su vida diaria, no es una realidad. La dimensión
subjetiva no es, pues, algún accesorio personal. Aquí radica, a mi entender, el meollo del
problema: la actual estrategia de modernización no establece una relación adecuada con
la subjetividad.

Me parece necesario distinguir entre modernización y modernidad. La modernidad nace,


como proyecto histórico, del desacoplamiento entre subjetividad e instituciones. Postula,
como principio universal, la autonomía de los sujetos y de las instituciones sociales.
Desde sus inicios la modernidad se despliega entonces a través de la relación entre los
procesos de subjetivación y de modernización o racionalización social. Esta relación es
una tensión en el sentido de que ambos procesos se refieren recíprocamente y no
pueden ser reducidos a uno de ellos o "superados" en alguna síntesis. Uno de las
grandes y permanentes desafíos de la sociedad moderna consiste en manejar dicha
tensión. ¿Cómo establecer una relación de complementariedad entre modernización y
subjetividad?

Vista así la modernidad, como búsqueda de la complementariedad entre sujetos y


sistemas sociales, el contexto chileno puede ser resumido en una fórmula: modernización
sin modernidad. Como toda fórmula, ésta resulta exagerada, pero ilustra la paradoja. Un
país puede conocer un fuerte desarrollo de la modernización al mismo tiempo que una
modernidad precaria. En concreto, constatamos una modernización de los "sistemas
funcionales" cuya racionalidad interna (como, por ejemplo, la "lógica de mercado") se
despliega con relativa autonomía. En cambio, la modernidad es frágil en tanto la sociedad
no asume la relación entre sujetos y sistemas como algo problemático. El malestar con la
modernización expresaría una subjetividad vulnerada por un proceso avasallador que no
reconoce ni acoge los miedos y anhelos de la gente.
Algunos efectos de la modernización sobre la trama sociocultural

La actual estrategia de modernización ha contribuido a cuestionar y revisar las ataduras


que significaban las ideologías y tradiciones, el tutelaje estatal, el clientelismo y
caciquismo en los lazos sociales y, por ende, a expandir el campo de la libertad
individual. El aprendizaje y ejercicio de dicha "mayoría de edad" es ciertamente un
proceso deseable; representa un valor en si mismo, pero además un elemento crucial
para la gobernabilidad democrática. Ésta exige, en efecto, tanto tina mayor accountability
de las autoridades como similar responsabilidad de parte de los ciudadanos.

Frecuentemente, empero, la promesa de individualidad es contradicha por la realidad del


individualismo. El proceso prevaleciente de modernización parece conllevar una
"hipocresía constitutiva" (Flores D'Arcais, 1995), donde las promesas realizadas no se
condicen con las realidades existentes. Basta señalar algunos efectos negativos para el
tejido sociocultural. Me refiero a la situación chilena, pero supongo que se trata de
tendencias generalizables a otros países de la región.

En primer lugar, es menester destacar el desfase que produce el ritmo acelerado de la


modernización en relación con los hábitos, conocimientos y experiencias de las personas.
En pocos lustros los chilenos se han visto arrojados de (m Inundo acotado con aires
rurales a un universo de alcance global, con pautas flexibles y conductas imprevisibles.
Han debido aprender a adaptarse a cambios permanentes sin contar con los dispositivos
mentales adecuados. Sus experiencias anteriores se vuelven obsoletas sin alcanzar a ser
remplazadas por pautas sedimentadas. Aún más: la gente no encuentra puente alguno
entre su vida presente y lo que alguna vez fueron, pensaron y sintieron. Ello suele
provocar una especie de disonancia; la gente aprende a manejarse hábilmente de
acuerdo con las respectivas "lógicas de sistema", pero sin adherirse a ellas afectiva v
normativamente. El anverso es tina nostalgia de un tiempo dorado, citando todo era
mejor; un pasado que, sin embargo, se sabe irremediablemente ido. No hay una memoria
colectiva que elabore y recupere el pasado como algo presente. No hay, en definitiva, un
duelo que nombre lo que se perdió.

En el caso chileno, se agrega una mala memoria. Las experiencias traumáticas del
pasado no son asumidas. La violencia es silenciada, los miedos son escondidos, los
conflictos se convierten en un tabú. Las vivencias más fuertes de la subjetividad son
encerradas en el "cuarto oscuro" del fuero íntimo. En tales circunstancias, resulta difícil
enfrentar los retos del presente y, mucho más, crear una visión compartida del futuro.

Otro efecto negativo proviene de la expansión indebida de los "sistemas funcionales" en


detrimento de los sujetos. En la medida en que la estrategia neoliberal suelta las ataduras
políticas, las distintas "lógicas funcionales" se despliegan sin limitación alguna e invaden
los ámbitos de la subjetividad. El ejemplo sobresaliente es, sin duda, la expansión casi
ilimitada del mercado que afecta la autonomía de los individuos. Cuando la educación, la
salud o la previsión son transformadas en mercados, se mejora posiblemente su
eficiencia, pero al precio de desconocer las demandas sociales de seguridad,
reconocimiento e integración. Las motivaciones y expectativas de las personas son
"funcionalizadas" por los sistemas para un funcionamiento más eficaz, o bien son
marginadas del discurso público y relegadas a la conciencia individual. En ambos casos,
las personas carecen de los ámbitos e instrumentos propicios para nombrar, tematizar e
interpretar lo que les pasa. Sus demandas y sueños, sus inquietudes e incertidumbres, no
logran ser codificados y, por ende, se desvanecen como algo no existente.

En tercer lugar, es menester destacar una característica de la presente estrategia de


modernización: la privatización de riesgos y responsabilidades. La mayor libertad
individual conlleva la responsabilidad de cada cual por las decisiones tomadas. Si el
"modelo socialdemócrata" nace con el propósito de descargar la responsabilidad
individual mediante decisiones colectivas, el "modelo neoliberal" reduce las
responsabilidades colectivas en favor de las decisiones individuales. En consecuencia,
cada cual se hace cargo de los riesgos que quiere, puede o debe asumir.

Sin embargo, la nueva valoración de la responsabilidad individual puede tener, al menos


en la experiencia chilena, dos consecuencias negativas. Por un lado, el proceso de
privatización tiende a debilitar el "capital social", o sea el fondo de conocimientos, hábitos
y redes asociativas que una sociedad acumula en su desarrollo. Las posibilidades de
encontrar empleo, de obtener y poder pagar la atención médica, de lograr una previsión
adecuada en la vejez y una buena educación para los hijos, todo ello depende ahora más
de las estrategias individuales que de decisiones colectivas. Las personas han de asumir
individualmente los riesgos, pero los medios (seguro médico, fondos de previsión, etc.)
suelen estar fuera del control individual. Este desbalance podría explicar en parte la
retracción de la sociabilidad cotidiana, reflejada en los síntomas de una "sociedad
desconfiada". Según vimos, la opinión pública percibe un debilitamiento de las relaciones
de respeto, tolerancia, confianza y decencia que conforman el ámbito básico de una
convivencia civilizada. Y esa precariedad de la trama sociocultural socava las disposicio­
nes al acomodo recíproco y a la cooperación, a la vez que la capacidad de manejar
disensos y conflictos.

Por otro lado, la privatización de riesgos y responsabilidades afecta al ámbito público. En


la medida en que el bienestar de cada quien depende más de las decisiones individuales
que de las colectivas, el espacio público pierde relevancia para la discusión de los
problemas y demandas de la gente. La sustitución de plazas y calles por los centros
comerciales, los estadios de fútbol y la televisión, o sea el remplazo de la interacción por
el espectáculo, señalizan la transformación de "lo público". La "sociedad de consumo"
emergente y la consiguiente estetización de las diferencias sociales como las
oportunidades de participación teleguiada ofrecen excelentes oportunidades tanto para
estrategias de distinción individual como de integración simbólica. En cambio, parecen
empobrecer las estructuras comunicativas de la sociedad. La exhibición pública de los
dramas y dilemas individuales en los medios masivos no hace sino confirmar la distorsión
actual de la comunicación.

Posibles amenazas para la gobernabilidad

Conviene reiterar ante todo una consecuencia positiva del proceso actual. La expansión y
el fortalecimiento del ámbito de la libertad y responsabilidad individuales reducen las
posibilidades de un uso discrecional y clientelista del poder político. Además, ayudan a
evitar un exceso de demandas sociales y, por ende, una "sobrecarga" del Estado. Por
sobre todo, pueden contribuir a generar redes de cooperación entre las instancias
gubernamentales y los actores sociales. Sin embargo, las transformaciones en marcha
también crean nuevas amenazas para la gobernabilidad.

En primer lugar, la actual estrategia de modernización puede conducir a una crisis de


racionalidad. Favorece un enfoque gerencial que hace hincapié en la eficiencia de la
gestión pública para resolver los problemas concretos de la gente. Se trata de un objetivo
loable y necesario, pero reduccionista. Las respuestas gubernamentales y, en general, la
acción estatal, no se agotan en una racionalidad instrumental. La gente espera del
Estado no solamente soluciones prácticas a sus problemas: especialmente cuando el
campo de la intervención política se reduce, espera particularmente lo que el mercado no
provee: el reconocimiento y la protección de su dignidad humana, su singularidad
individual, su identidad colectiva. Espera del Estado y la política que la acojan en su
vulnerabilidad, escuchen sus temores y esperanzas y la convoquen con sus capacidades
y expectativas. Espera, en suma, que Estado y política contribuyan a "dar sentido" al
orden social. Un estilo gerencial, en cambio, tiende a ignorar esta dimensión. Al ignorar la
subjetividad, le faltan elementos para generar sentidos socialmente vinculantes.
Entonces, incluso la eficiencia en solucionar los problemas resulta insatisfactoria, y ello
afecta la racionalidad del "modelo" pues disminuye la cohesión social que exige, hoy por
hoy, la competividad internacional del país.

De lo anterior se desprende una segunda amenaza posible para la gobernabilidad. El


contexto sociocultural puede dar lugar a una desafiliación afectiva que conduce
eventualmente a una crisis de legitimidad del "modelo de modernización". En efecto, tina
estrategia de modernización que atropella a las personas, desconociendo sus
necesidades socioculturales, no suscita adhesión. A la carencia de adhesión puede
contribuir también el mencionado desfase entre la estructura valorativa heredada y las
conductas sociales exigidas actualmente. La brecha entre el mundo apacible de las
certezas de antaño y la vorágine de un presente pleno de incertidumbres se vuelve más
notoria por la alta contingencia de la sociedad actual. La nueva volatilidad de "lo posible"
no permite que surjan y se afiancen lazos de pertenencia y arraigo con el orden existente.
Entonces la gente no se siente vinculada al "estado de cosas" y, por lo tanto, sin
compromiso afectivo con el "buen gobierno". De manera análoga al zapping frente a los
programas de televisión, las personas tienden a "saltar" de opción en opción, más bien
descartando lo que no les gusta que persiguiendo un objetivo definido. Tal estrategia de
evitación puede permear también la participación política. La discusión acerca del
significado de nuestro "vivir juntos" es obviada mediante la retracción. Hoy por hoy la
seguridad parece residir en la desconexión. Ello tiene su anverso en el carácter cada vez
más autorreferido del sistema político, un sistema con escasa capacidad para escuchar,
procesar y valorar la subjetividad de las personas. Esta situación puede no ser
problemática en condiciones de "normalidad", pero resta fuerzas mentales y emocionales
cuando, por cualquier otro motivo, aumenta la tensión social.

Finalmente, existe el peligro de que la actual estrategia de modernización afecte la


gobernabilidad por una crisis de ciudadanía. Aquélla nunca ha tenido vigor grande y
estable en la región, más allá de los actos electorales; no puede hablarse, pues, de un
debilitamiento. El problema radica más bien en un fortalecimiento insuficiente en el
momento mismo en que la restructuración de la sociedad y del Estado exigen una mayor
participación de las personas. En la medida en que la modernización conlleva una mayor
especialización, también exige tina mayor coordinación. Para enfrentar la nueva
complejidad, la sociedad requiere los recursos de su "capital social". Sin embargo, según
vimos, la modernización -en su forma prevaleciente- debilita la sociabilidad cotidiana y,
por lo tanto, la acumulación y circulación de las experiencias y los conocimientos
requeridos. Ello inhibe la conformación de una ciudadanía activa por doble vía. Por una
parte, no facilita a los ciudadanos aprender a manejar y compatibilizar relaciones de
cooperación y competencia. La debilidad de las "reglas de civilidad" y urbanidad es
también un debilitamiento de las bases sociales de la gobernabilidad. Los procedimientos
democráticos se nutren de la decencia, el respeto y la tolerancia en el diario vivir. Por otra
parte, la retracción del vínculo social inhibe la configuración del ámbito comunicativo
indispensable para que los ciudadanos puedan codificar e interpretar su entorno. Ello
afecta a la gobernabilidad porque priva a la política institucional de su materia prima: lo
político. La política se torna vacua cuando pierde contacto con la elaboración de sentidos
y códigos interpretativos acerca del orden colectivo que realizan las personas en su
interacción diaria. La ciudadanía queda apegada a una dimensión espacial (la nación) y
no conquista ese espesor conumicacional que exige el manejo de conocimientos y
símbolos en la sociedad moderna (Martín Barbero, 1995).
La gobernabilidad como manejo de la complementariedad entre
modernización y subjetividad

Las paradojas del desarrollo chileno sugieren que puede haber un notable avance de las
modernizaciones al mismo tiempo que un amplio malestar. A mi entender, ambos
fenómenos están vinculados. La desazón parece expresar una subjetividad vulnerada por
una expansión indebida de los sistemas funcionales. La creciente autorreferencialidad
que despliegan las lógicas funcionales termina por atropellar y avasallar a las personas.

En resumidas cuentas, existe una mala complementariedad que puede poner en peligro
la gobernabilidad. Podemos invertir el argumento y sostener que la gobernabilidad
democrática tiene que ver con el manejo de la complementariedad entre los sujetos y los
sistemas funcionales. Señalo la diferencia con otras concepciones. Entender por
gobernabilidad el equilibrio dinámico entre demandas sociales y respuestas
gubernamentales (Camou, 1995) significa trabajar sobre la relación Estado-sociedad civil.
Dicho enfoque no dedica suficiente atención, a mi parecer, a la conformación de los
sistemas en verdaderos "poderes fácticos". Por eso, estimo más adecuado considerar al
Estado como una posible mediación política entre los sujetos y esos sistemas
funcionales. En esta perspectiva se visualizan, a partir de la experiencia chilena, algunos
desafíos de la gobernabilidad democrática.

El principal desafío de la gobernabilidad consiste en hacerse cargo de la corn-


plementariedad como una relación problemática. No se trata de una relación espontánea,
que se pueda dar por supuesta. Hacerse cargo de la tensión entre las demandas de los
sujetos y las exigencias de los sistemas implica un proceso de reflexión acerca de la
necesaria autonomía de las diversas "lógicas funcionales" al mismo tiempo que la
desazón e incertidumbre, los motivos y afectos de la gente. Una concepción estrecha de
la "acción racional" facilita la claridad conceptual, pero no toma en cuenta los problemas
efectivos de la gobernabilidad democrática. Bien visto, ésta no es sino el nombre político
de la reflexividad social.

Dicha autorreflexividad social exige, como segundo paso, aminorar la (inevitable)


asincronía entre el proceso de modernización y las raíces culturales de la gente. Dicho de
otro modo, la gobernabilidad presupone una historicidad. El sentido del desarrollo actual y
de sus horizontes futuros se nutre de la memoria del pasado. Hace parte de la
gobernabilidad ayudar a construir un puente entre el proceso presente y las experiencias
pasadas, probablemente obsoletas pero, al fin y al cabo, parte de la biografía de cada
persona. Hacer un puente con el pasado implica, por supuesto, hacer memoria de un
pasado no siempre dorado, frecuentemente traumático, pero que marca los miedos y
prejuicios, los deseos y proyectos con que enfrentamos los retos del presente.

Un tercer desafío de la gobernabilidad radica en la dimensión simbólica de la política y


del Estado. El enfoque tecnocrático generalmente ignora este aspecto. Las personas, sin
embargo, más allá de sus demandas concretas de educación, salud o previsión, buscan
protección ante los infortunios de la vida, un reconocimiento social de su aporte al orden
colectivo, ser integradas en sus sentimientos y afectos a la vida social. Anteriormente el
Estado, a través de los servicios públicos, simbolizaba la protección, el reconocimiento y
los lazos de pertenencia que brindaba la colectividad a cada uno de sus miembros.
Ahora, cuando las personas se relacionan con los sistemas funcionales mediante un
contrato privado e individual, sufren el desamparo. Precisamente porque no es tarea del
mercado cumplir dicha función simbólica, cabe preguntarse cómo el Estado y la política
pueden atender esa dimensión de la vida en sociedad.

Construir una relación de complementariedad presupone poder codificar tanto los


"imperativos" de los sistemas como las reivindicaciones de los sujetos. Cuando los
chilenos se declaran carentes de la información necesaria, probablemente no se refieran
a la información en sentido estricto, sino a la falta de códigos para interpretar dicha
información. Las transformaciones en curso han erosionado los códigos interpretativos
habituales. Carecemos de los "mapas cognitivos" adecuados para estructurar la nueva
realidad social (Lechner, 1997). En ausencia de tales claves el mundo y la vida se
vuelven ininteligibles y fácilmente aparecen "fuera de control". A la crisis de inteligibilidad
subyace otro problema: la dificultad de conversar nuestras emociones y afectos. Nos
cuesta darles nombre a nuestros miedos y nuestros sueños. Recuperar el control sobre el
proceso de modernización significa, en buena parte, promover una nueva codificación de
sus oportunidades y amenazas.

Para lograr una gobernabilidad capaz de construir una complementariedad entre


modernización y subjetividad parece indispensable un fuerte "capital social". Es decir,
presupone una sociedad con capacidad para aprender, en su diario quehacer, a
desarrollar relaciones de confianza y cooperación, a manejar tensiones de competencia y
colaboración, a elaborar un lenguaje que pueda dar cuenta de las experiencias vividas.
Todo ello requiere un espacio público donde las tensiones entre subjetividad y lógicas
funcionales puedan aflorar y ser conversadas y tematizadas en tanto problemas
compartidos. Un ámbito donde la individualidad se construye en la interacción con los
otros (y no por un encapsulamiento privatista). En fin, un fortalecimiento de lo público
como aquel contexto indispensable para que la vida en sociedad pueda "hacer sentido".

BIBLIOGRAFÍA

Camou, Antonio (1995), Gobernabilidad y democracia, México, Instituto Federal Electoral.


Fitoussi, Jean Paul y Pierre Rosanvallon (1997), La nueva era de las desigualdades, Buenos
Aires, Manantial.
FLACSO (1995), Encueste sobre representaciones de la sociedad chilena, Santiago.
Flores DArcais, Paolo etal. (1995), Modernidad y política, Caracas, Nueva Sociedad.
Lechner, Norbert (1997), "El malestar con la política y la reconstrucción de los mapas políticos", en
Rosalía Winocur (ed.), Culturas políticas a fin del siglo, México, FLACSO, Juan Pablos Editor.
Martin Barbero, Jesús (1995), "Notas sobre el tejido comunicativo de la democracia", en Néstor
García Canclini (ed.), Cultura y pospolítica, México, Conaculta.PNUD, (1998) Desarrollo Humano
en Chile 1998. Las paradojas de la modernización, Santiago.

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