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Las falacias zurdas y los redentores

«Samuel Chambers era un chico diferente, y su diferencia


posiblemente molestaba a algunos imbéciles fanatizados,
neo nazis quizá, que según se supo lo agredieron en días
previos a su muerte. Pese a ello, hasta el día de hoy aún se
desconocen las circunstancias exactas de su muerte y
tampoco hay certeza ni se puede afirmar nada respecto de
quienes efectivamente fueron sus asesinos.»

«La izquierda desprecia el presente, lo hipoteca, y justifica


crímenes y tragedias sociales a nombre de un futuro
luminoso, que solo ella vislumbra y en el que solo ella cree.»

08 de febrero del 2018

POR: Simón Ordóñez Cordero


Estudió sociología. Fue profesor y coordinador del Centro de
Estudios Latinoamericanos de la PUCE. Ha colaborado como
columnista en varios medios escritos. En la actualidad se dedica
al diseño de muebles y al manejo de una pequeña empresa.

Lo mataron porque no soportaban la diferencia,


porque en el mundo de los idénticos, de los iguales, su sola
presencia resultaba ofensiva e intolerable. Lo mataron porque un
chico como él, rubio y de buen apellido, no podía tener otro lugar
en el mundo que no fuera el de la vida normal, es decir, el de ir
a la universidad y luego buscar éxito profesional. Lo mataron por
ponerse al margen de la moda y el consumo, porque la “hidra
capitalista” no admite entre los suyos a quienes se auto excluyen
de su lógica, a quienes escapan del consumo ilimitado, de la
producción y la explotación. Lo mató el inmundo sistema
capitalista, ese que no admite las diferencias ni a los diferentes,
y su muerte fue un “acto pedagógico”, destinado a mostrar a
todos que las personas de su estrato social no tienen derecho a
ponerse al margen del sistema.
Palabras más o palabras menos, esos fueron los
argumentos que aparecieron en las redes sociales y que
posteriormente una activista e intelectual de izquierda se
encargaría de sistematizar para explicar la terrible y dolorosa
muerte de Samuel Chambers, ese bello muchacho que usaba
túnicas y ropas de colores, que cuidaba y protegía animales
desamparados, que deambulaba por las calles de Quito sin
hacerle mal a nadie, y cuyo cadáver apareció en una ladera de
Guápulo, a escasos metros de una precaria vivienda que había
construido con sus propias manos.
Efectivamente, Samuel era un chico diferente, y su
diferencia posiblemente molestaba a algunos imbéciles
fanatizados, neo nazis quizá, que según se supo lo agredieron en
días previos a su muerte. Pese a ello, hasta el día de hoy aún se
desconocen las circunstancias exactas de su muerte y tampoco
hay certeza ni se puede afirmar nada respecto de quienes
efectivamente fueron sus asesinos.
El hecho de que no exista ninguna certeza sobre la muerte
de Samuel, no impidió interpretaciones tan irresponsables como
la citada, y ello es así porque para los zurdos los hechos no
cuentan ya que sus verdades están construidas de antemano. Y
por ello, este doloroso episodio fue manipulado ruinmente para
sostener todos aquellos disparates que glosé al inicio y que
únicamente buscan acusar al capitalismo y al liberalismo de
todos los males existentes.
La profunda arbitrariedad de tal argumentación deja
muchos cabos sueltos y contradice la lógica. Si el capitalismo
neoliberal, ese que en palabras de Byung-Chul Han es el
“desierto o el infierno de lo igual”, lo mató por no tolerar su
radical diferencia, ¿cómo nos explicamos que sea precisamente
en las sociedades de mayor desarrollo capitalista en donde la
convivencia y la tolerancia entre diferentes sea más patente? ¿No
son acaso Nueva York o Ámsterdam, por citar dos ejemplos, las
ciudades en las que conviven distintas razas, infinidad de
religiones, minorías de todo tipo, o donde habitan libremente los
seres más excéntricos? ¿Acaso no son esas sociedades las que
permiten la convivencia de grandes empresas con comunidades
dedicadas al autoconsumo y a los cultivos orgánicos? ¿No es
precisamente en esas sociedades en las que surgieron, y aún
viven, las comunidades hippies, es decir aquellas que se pusieron
al margen del consumo y que se apartan y desprecian el
“sistema”? Las respuestas a esas preguntas son evidentes para
todos, menos para esa intelectualidad que únicamente quiere ver
aquello que confirma sus dogmas.
Si nos remitimos a la historia la cosa es aún peor. ¿O acaso
no recuerdan cómo se trataba a los diferentes, desde minorías
sexuales a grupos religiosos, en la China de Mao, en la Cuba de
los Castro o en la Camboya de Pol Pot? ¿No se acuerdan que fue
en esos países, con regímenes socialistas, en los que se
construyeron campos de trabajo y reeducación a donde iban a
parar y se confinaba a todos los diferentes y a los que
discrepaban con esos gobiernos? ¿No es acaso Corea del Norte
el país en el cual se desarrolla ese experimento macabro de
uniformización social y de eliminación de toda diferencia? ¿No es
lógico pensar que Samuel Chambers hubiese ido a parar a un
campo de reeducación si hubiese nacido en alguno de esos
países? Son preguntas retóricas, pero las uso precisamente para
mostrar el absurdo maniqueísmo de aquella argumentación pues
en ese discurso se elude una cuestión fundamental: son las
sociedades en las cuales el colectivismo prevalece por sobre el
individuo en donde no se tolera la diferencia y se elimina a los
diferentes. Sin ir más lejos ¿no es acaso en las comunidades
indígenas en donde se rechaza a todo aquel que se aparta de las
costumbres, la vestimenta o el idioma propio de esas
comunidades?
Pero la izquierda no se rinde; sus militantes y sus
intelectuales son impermeables a la realidad y a los hechos;
retuercen los argumentos, invierten el sentido de las cosas; la
izquierda deforma las verdades más evidentes, tergiversa los
hechos, los acomoda a su discurso, no entiende los procesos o
se niega a comprenderlos; no aprende de la historia ni asume
sus responsabilidades sobre las grandes tragedias humanas que
provocó a lo largo de del siglo XX e inicios del XXI. Se aferra,
como todos las fanatismos, a dogmas de fe a través de los cuales
interpreta el mundo, y desde allí actúa sin importar los costos
que sus equívocos provoquen.
La izquierda desprecia el presente, lo hipoteca, y justifica
crímenes y tragedias sociales a nombre de un futuro luminoso,
que solo ella vislumbra y en el que solo ella cree. Inventa
enemigos, traslada las responsabilidades. Sus militantes e
intelectuales huyen de la realidad cuando esta no les da la razón
y encuentran los argumentos más irracionales para sostenerse.
Se sienten moralmente superiores porque supuestamente a
ellos no les anima ni el afán de lucro ni sus intereses personales;
porque creen estar del lado de las mayorías, de los oprimidos.
Sin embargo, cuando llegan a pequeños o grandes espacios de
poder, se benefician cínicamente de ellos y encuentran cualquier
argumento para justificar la corrupción de sus líderes. Quizá
tienen buenas intenciones, pero no entienden ni cuáles son las
causas de la pobreza ni como se puede salir de ella, y tampoco
alcanzan a ver que los países que mejores logros han obtenido
en el combate a la pobreza han sido justamente las sociedades
cuyos sistemas económicos y políticos están en las antípodas de
lo que es su ideario.
Se consideran luchadores por la libertad y la igualdad pero
justifican los totalitarismos y las ideas que ponen a los colectivos
por sobre el individuo y lo someten a nuevas servidumbres; les
interesa más la igualdad que la pobreza y por ello escarnecen el
lucro bien habido y la prosperidad de los países capitalistas así
estos se acompañen de significativas mejoras en las condiciones
de vida de gran parte de la sociedad.
El capitalismo, pese a quien le pese, ha mejorado
sustancialmente las condiciones de vida de la humanidad. Eso lo
puede comprobar cualquiera que, sin prejuicios, compare su vida
y la de sus cercanos con la que tuvieron sus padres o abuelos
hace cincuenta años. Pero si eso no fuese suficiente, hay datos
que lo prueban: según un estudio de la Universidad de Oxford,
en 1820 la pobreza extrema afectaba a más del 90% de la
población, en 1950 se había reducido a un 75%, en nuestros días
la población en esas condiciones equivale al 10%. Aunque los
datos varían levemente, un estudio del Banco Mundial muestra
la misma evolución: hacia 1930 la miseria afectaba al 70% de la
población, en los sesentas había bajado al 37%, y hacia el año
2015 esta se situaba en el 10%.
En 1820 solo una de cada diez personas sabía leer y
escribir, en 1930 uno de cada tres, en nuestros días el 85% de
la población está alfabetizada. Cosa similar pasa en temas de
salud: hace 200 años el 43% de los niños morían antes de
cumplir 5 años y hoy eso ocurre con el 5%.
El mundo actual, qué duda cabe, tiene aún muchos
problemas. Sin embargo, los datos expuestos muestran que hay
una evolución permanente, y que esa evolución ha mejorado
sustancialmente la vida de las grandes mayorías. La esperanza
de vida al nacer casi se ha duplicado en este mismo período y,
así Byung-Chul Han no lo perciba, las jornadas laborales se han
acortado y han dejado mucho más tiempo para el descanso y el
ocio. El fenomenal crecimiento de la productividad impulsado
primero por la Revolución Industrial y, posteriormente por la
Revolución Tecnológica, ha permitido un crecimiento poblacional
que pasó de los 2500 millones en 1960 a 7300 en el 2015, sin
embargo de lo cual existe menos pobreza y la mayoría de la
población se alimenta y vive mejor. Esta es la verdad del
capitalismo, un sistema que pese a todos sus problemas,
evoluciona y es perfectible, y esa evolución y perfectibilidad se
da en beneficio de toda la humanidad.
Sin embargo la izquierda es absolutamente refractaria a
esta realidad. La rechaza y sigue apegada a las profecías
marxistas; siguen pensando que el mundo se acerca al
despeñadero, pues, según esa versión, los mecanismos objetivos
e implacables del sistema capitalista conducen inexorablemente
al hambre y la pobreza generalizada. Son apocalípticos y por eso
siguen rechazando la realidad, porque si llegasen a aceptar la
aplastante verdad de que la evolución y perfectibilidad del
sistema capitalista es un hecho que ha beneficiado a toda la
humanidad, ellos se quedarían sin piso, sin una fe militante sobre
la cual sostener el sentido de sus vidas. La redención y los
redentores, o lo que es lo mismo, la revolución y los
revolucionarios, necesitan tener una visión apocalíptica del
mundo para que sus discursos y propuestas tengan algún
sustento. Si un sistema es capaz de mejorar día a día, si
evoluciona en beneficio de todos, si, según lo muestra el estudio
referido, 130 mil personas salen a diario de la pobreza, entonces
el discurso redentor pierde todo sentido y seguir postulando la
necesidad de la revolución social y la construcción del socialismo
se convierten en una gran necedad. Aceptarlo ha tenido un costo
enorme para quienes lo hemos hecho, y por eso dudo que esos
intelectuales militantes algún día lo hagan pues dejar atrás
nuestras propias mentiras en un paso que requiere valor y
honestidad intelectual.
A respecto Primo Levi dice: “conforme se lo va repitiendo a
los demás, pero también a sí mismo, las distinciones entre lo
verdadero y lo falso pierden progresivamente sus contornos y el
hombre termina por creer plenamente en el relato que ha hecho
tantas veces y que sigue haciendo, limando y retocando acá o
allá los detalles menos creíbles, incongruentes o incompatibles
en el cuadro de los sucesos de los cuales dice estar enterado. El
paso silencioso de la mentira al autoengaño es útil: quién miente
de buena fe miente mejor, recita mejor su papel, es creído con
más facilidad por el juez, el historiador, el lector, la mujer y los
hijos […] acostumbrado a mentir públicamente, termina
mintiendo también en privado, mintiéndose a sí mismo,
edificándose una verdad confortable que le permite vivir en paz.”
Así funciona esa forma de pensar, así engañan y se engañan a sí
mismos. Y por eso preocupa tanto que los militantes zurdos que
aún quedan en el actual gobierno y muchos de los grupos
sociales que hoy lo apoyan, sigan postulando las quimeras
refundacionales de Montecristi , y lo sigan haciendo a nombre de
la redención, la revolución y el socialismo.

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