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VOL IV
ROMA
EDICIONES
NAJERA
MANUAL DE HISTORIA
UNIVERSAL
VOL. IV
ROMA
La colosal labor emprendida por Roma, su conquista del
mundo, la pretendida hermandad universal bajo una única
autoridad suprema, la garantía de la ciudadanía que
alcanzaba todo el que vivía bajo su amparo, la paz, casi
siempre conseguida a base de muchas vidas, pero que
permutaba la espada por el arado y permitía el progreso,
así como el desarrollo de una legislación justa y equitativa
como base de su política de gobierno, con un valor
absoluto de modernidad, son las mejores aportaciones de
esta cultura que supo convertirse en’ cimiento del mundo
occidental. He aquí la continua sugerencia de su legado
que participaba tanto de los logros orientales como del
mismo helenismo enriquecido con la perseverante
laboriosidad de su original hacer.
Desde el reconocimiento de la innegable importancia de
Roma para el estudio de la evolución histórica mundial un
grupo de especialistas en el tema ha elaborado esta obra
que aporta rigor, precisión y calidad. Han conseguido
superar el encasillamiento en cualquier tipo de "ism o" en el
que con frecuencia caen muchos historiadores, herederos
de aquellos escritores paganos y cristianos de fines del
Imperio, cuando todavía persisten en disputas ideológicas
que facultan el profundizar en determinados temas, pero
parcializan demasiado los conceptos. Y como Roma
continúa interesando a las nuevas generaciones han
elaborado una Historia objetiva, más centrada en la
información que en la polémica, que introduce a los
lectores en el conocimiento de las grandes realizaciones
romanas con una visión actualizada, de modo genérico, sin
personalizar. Este magnífico conjunto de profesores nos va
presentando a lo largo de la obra todos aquellos avances
que Roma fue alcanzando, sus concepciones filosóficas,
tanto las nuevas como aquellas venidas del mundo griego y
que alcanzaron plena originalidad en sus manos, sus
progresos en el campo de las ciencias naturales y positivas,
así como su magnífica producción literaria, entre otras.
El resultado ha sido este excelente Manual que, más que
dar respuesta a problemas concretos que pueden empañar
la visión integradora y el verdadero significado histórico del
Imperio Romano, pretende introducir al lector y encaminarle
en todos aquellos puntos de partida que le instruyan en
tales objetivos y que son imprescindibles en el
planteamiento de ulteriores profundizaciones.
\NGEL MONTENEGRO DUQUE
Es el Coordinador y D irector de esta colección y en
la actualidad Catedrático de Historia Antigua de la
Universidad de V a lla d o lid . Se in ic ió como Becario del
Consejo Superior de Investigaciones en donde term inó
como Colaborador C ientífico del Instituto Antonio de
N ebrija, entre 1951 y 1 9 54. A continuación daría
comienzo una labor docente que le llevaría por
diferentes Universidades españolas. En 1970 fundaría
la revista «H ispania A ntiqua» de la que es D irector y
en la que colaboran hum anistas del mundo entero.
Cuenta con num erosos artícu lo s y libros publicados y
y algunos por publicar.
MANUAL
DE
HISTORIA UNIVERSAL
VOL. IV
ROMA
EDICIONES NAJERA
MADRID
19 8 3
ES PROPIEDAD
© Angel Montenegro Duque
Federico Lara Peinado
Guillermo Fatás
Raquel López Melero
Mauricio Pastor
Juan Francisco Rodriguez Neila
Arcadio del Castillo
Francisco Marco
© Ediciones Nájera
Angela M.a Sanz de Moretón
C apítulos Paginas
Bibliografía general................................................................................................................... χ χ ι ι ι
1 Italia, los etruscos y Roma hasta el final de la Monarquía (509 a. de C.), por Federico
Lara P einado............................................................................................................................. 1
I. L o s pueblos de la Italia p r im itiv a ....................................................................................................... 1
1. P o b lacio n es p re h istó ric a s italian as. 2. Pueblos c o lo n iz ad o res en Ita lia : a) F enicios
en Ita lia ; b) G riegos en Ita lia y Sicilia.
II. L a civilización e tr u s c a ............................................................................................................................ 6
1. Las fuentes. 2. T eo rías so b re el origen de los etruscos: a) T eo ría o rie n ta l; b) T e o ría
s ep te n trio n al: c) T eo ría de la a u to c to n ía : el) N uevos e nfoques sobre el origen de los
etru sco s. 3. La e x p an sió n etru sca p o r Italia. 4. In stitu c io n e s, sociedad y econom ía. 5.
C iv ilización: a) A rte: b) L etras y m úsica; c) R eligión; d ) V ida científica: e) V ida
c o tid ia n a. 6. L a lengua y la e sc ritu ra etruscas.
III. Los orígenes de Rom a (753-510 a. de C . ) ..................................................................................... 18
1. P reh isto ria del Lacio. 2. L a R o m a p rim itiv a. 3. La leyenda de los orígenes de
R o m a. 4. La fecha fu n d a c io n a l de R o m a. 5. D a to s arqueológicos. 6 . La M o n arq u ía
ro m a n a : a) M o n a rq u ía la tin o -sa b in a; b) M o n a rq u ía e tru sca . 7. In stitu c io n e s ro m a n a s
de la ép o ca m o n á rq u ic a : a) A spectos sociales: b) El senado; c) El ejército; d ) El rey;
(<) A spectos legislativos: / ’) A rte y lite ra tu ra : g) E co n om ía: Λ) R eligión.
B ib lio g ra fía ............................ ................................................................................................................................ 32
3 Las Guerras Púnicas y los inicios de un Imperio (264-133 a. de C.), por Guillermo
F atás............................................................................................................................................ 56
I. Lachas contra cartagineses r griegos por el dom inio del M editerráneo occidental . . . . 56
1. Los m o tivos de las guerras. 2. La I G u e rra P ú n ic a (264-241 a. de C .). 3. El p erio d o
en treg u erras. 4. La g u erra de A níbal (218-201 a. de C.). H isp an ia, pro v in cia ro m an a.
II. L a hegem onía sobre el inundo helenístico y la consolidación d e l Im perio en Occidente. 63
1. G u e rra c o n tra M aced o n ia, Seleucia y la Liga E tolia. 2. El p ro te c to ra d o so b re
G recia. 3. A frica, pro v in cia ro m a n a . 4. M aced o n ia, p ro v in cia ro m an a, y la anexión
de P érgam o. 5. Las victorias so b re lu sitanos y celtíberos y la am pliación d e la
H ispania ro m an a.
VI IN D IC E GENERAL
C apítulos P áginas
4 La crisis social de la República Romana. I. Los Gracos (133-121 a. de C.), por Raquel
López M elero.............................................................................................................................. 83
I. Tiberio Sem pronio Graco y e l m ovim iento p o p u la r .................................................................... 83
1. El em p o b re c im ie n to de los p e q u eñ o s p ro p ie ta rio s y el p ro b le m a del «ager
p u b licu s» . 2. L as ideas re fo rm a d o ra s de T ib erio G ra c o . 3. L a le x Sem pronia. 4.
R eaccio n es a n te el p ro y e c to de ley y a sesin ato 5. La su p u esta ilegalidad de T iberio.
II. C ayo G raco v sus reform as so c ia le s.................................................................................................. 89
1. La reacció n a la p o lítica de los o p tim ates. 2. El trib u n a d o y las leyes d e C ayo
G ra c o : a ) Ley fru m e n ta ria : b ) Ley ag ra ria ; c) Ley de fu n d a c ió n de colonias; d ) Ley de
A sia; e) Ley ju d ic ia l; / ) Leyes m ilitares. 3. L a cu estió n italian a. 4. L a co lo n izació n en
C zrth a g o y la m u e rte de C ayo G ra c o .
B ib lio g ra fía ............................................................................................................................................................... 96
5 La crisis social de la República Romana. II. Mario y Sila (121-79 a. de C.), por
Mauricio Pastor ....................................................................................................................... 98
I. Peligros e xterio res en A frica y la G a l i a ........................................................................................ 98
1. L iq u id ació n d e la o b ra de los G ra c o s. L a re sta u ra c ió n n o b ilia r. 2. El ascenso de
M ario . 3. A n ex ió n de la G a lia N a rb o n e n se . 4. L a g u e rra de Y u g u rta (107-105 a. de
C .). 5. M ario , cónsul d e R o m a . El n u evo ejército. 6 . L a a m e n az a de cim b rio s y
teu to n es.
II. Problem as sociales en R o m a e I t a l i a ................................................................................................ 103
1. La re b e lió n servil de Sicilia (104-101 a. de C.). 2. P ro blem as in te rn o s. El g o bierno
de lo s p o p u la re s. 3. El trib u n a d o re fo rm ista d e D ru so el Joven. 4. L a g u erra de los
A liad o s o «bellum sociale». 5. El c o n flicto e n tre M ario y Sila. 6. El g o b ie rn o de
C in n a. L a g u e rra civil. 7. V uelta d e Sila a Ita lia y fin de la g u e rra civil. 8 . La g u erra
c o n tra M itrid ates y los a su n to s de O riente. 9. El g o b ie rn o de Sila (82-79 a. de C.).
6 La lucha por el poder personal: el Principado de Pompeyo (79-60 a. de € .), por Angel
M o n ten eg ro ................................................................................................................................ 118
I. La era de P o m p e y o ................................................................................................................................ 118
1. Los p ro b lem as h e re d ad o s de Sulla en el añ o 79. 2. La rebelión de L épido. 3. La
g u e rra de S erto rio . 4. E s p a rta c o c o n d u ce la re b e lió n de los esclavos. 5. El con su lad o
de P o m p e y o y C ra sso . 6 . L as re fo rm a s d em o c rá tica s. 7. El esc á n d alo d e V erres. 8 .
A m e n az a de la p ira te ría en el M e d ite rrá n e o . 9. T ercera y ú ltim a g u erra coiitra
M itrid a te s: el éx ito p a rc ia l de L ú c u lo . 10. El triu n fo de P om peyo so b re los p ira ta s y
M itrid a te s. 11. L a g lo ria de P o m p ey o .
II. C ésar y el contrapeso p opular al p o d e r de P o m p e y o ................................................................. 131
1. El deseq u ilib rio social de R o m a en los años 64-60 a. de C. y el pap el p rep o n d e ra n te
de C ésar. 2. C icerón, C ésar y C atilin a, p ro ta g o n ista s en las lu ch as de p a rtid o s, 3. La
co n ju ració n de C atilin a. 4. L a v u e lta de P o m p ey o y los p rep arativ o s de C ésar p a ra el
asa lto al poder.
B ib lio g ra fía ............................................................................................................................................................... 138
7 El primer triunvirato y la monarquía de César (60-44 a. de C.), por Angel Montenegro 139
I. E l prim er tr iu n v ir a to ................ ............................................................................................................ 139
1. C ésar, cónsul del añ o 59 a. d e C. 2. L a co n q u ista de las G alias p o r C ésar. 3. El
d istan ciam ien to e n tre C ésar y P om peyo: m u e rte de Julia, d esastre de C rasso y
asesin ato de C lodio. 4. H a cia la g u erra civil.
II. L a m onarquía de C é s a r ..........................................................................................................................
1. Los episodios de la g u erra civil: H isp an ia, F arsalia, A frica, M u n d a. 2. Las
inno v acio n es de C ésar: su id eario p o lítico y sus p oderes m o n á rq u ic o s. 3. O b ra social
y a d m in istrativ a en Ita lia y en las provincias. 4. La m u erte de C ésar.
Bibliografía 159
IN D IC E GENERAL V II
10 El Imperio Romano de Tiberio a Vespasiano (14-69 d. de C.), por Arcadio del Castillo 221
I. L a dinastía Julio-C laiulia. Los sucesores de A u g u s t o ............................................................... 221
1. T ib erio (14-37 d. de C.): a) L a sucesión d e A u g usto; b) A grippa P o stu m o ; c)
T ib erio y T ácito ; d ) El g o b iern o de T ib erio ; e) L a L e x m aiestatis; / ) Sejano y la
sucesión de T ib erio ; g ) R etiro a C ap ri y m u e rte de T iberio. 2. C aligula (37-41 d. de
C.). 3. C lau d io (41-54 d. de C.): a) El g o b iern o d e C lau dio; b) El papel de sus lib e rto s
y sus m u jeres en el g o b iern o ; c) L a an ex ió n de M a u rita n ia y la co n q u ista de
B rita n n ia . 4. N e ró n (54-68 d. de C.): a) Séneca y los p rim ero s años d e gobierno; 6) El
g o b ie rn o d e N eró n ; c) L a c o n sp irac ió n de Pisón.
II. Econom ía y sociedad en e l periodo Julio-C laudio ............. . ..................................................... 231
1. P o d e r im perial. 2. Sistem a financiero. 3. A g ricu ltu ra. 4. In d u stria . 5. C om ercio. 6 .
R elaciones sociales.
III. La caída de Nerón v la crisis d el 68-69 ti. de C ........................................................................... 236
B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 238
C apítulos Paginas
14 Teodosio y la sociedad de su tiempo (379-395 d. de C.), por Raquel López M elero. 324
I. H echos p olíticos y m ilitares .................................................................................................................. 324
1. L a p e rso n a de T eo d o sio . 2. T e o d o sio , A u g u sto . 3. El p ro b le m a religioso: a) El
a rria n ism o : b) El C o n cilio de N icea: c) El E d icto de T esalónica; d ) El C o ncilio de
C o n sta n tin o p la ; e) U rfilas; / ) L a p o lítica religiosa de G ra c ia n o y el C oncilio de
A q u ilea; g) L a h u m illa c ió n de T eo d o sio a n te el o b ispo de M ilán; h) T e o d o sio y el
p ag an ism o . 4. L a p o lític a ex terio r: a) R eacció n de los e m p e ra d o re s an te el p ro b lem a
b á rb a ro y la reo rg a n iz a ció n del ejército ; b) M ac e d o n ia : c) El tra ta d o del 382 con los
godos; d ) L a p a z co n los p ersas; e) B alance d e la p o lítica e x te rio r de T eod o sio ; /')
E fectivos m ilitares. 5. L a u s u rp a c ió n de M áx im o ; a) Su llegada al p o d e r; b) El p a cto
de V ero n a: c) L a d e rro ta de M áx im o . 6 . El fin de T e o d o sio y la división del Im perio.
II. A dm inistración ........................................................................................................................................... 332
1. D ivisiones del Im perio. 2. P ersonal
INDICE GENERAL IX
C apítulos Paginas
16 La administración y defensa del Imperio (siglos i-V d. de C.), por Juan Francisco
Rodrigue: N eila ....................................................................................................................................................... 359
I. L a institución im p e ria l............................................................................................................................ 359
1. El m ecan ism o de la sucesión: a) F u n d a m e n to s de la h erencia im perial: b) El
recu rso a la a d o p ció n ; c) A ltern ativ as del sistem a. 2. La ¡ex de im perio de V espasiano.
3. E v o lu ció n de la idea im perial d u ra n te los A n to n in o , Severo y la A n a rq u ía M ilitar.
4. Las refo rm as de D io clecian o y el a b so lu tism o b ajo im perial.
II. L o s resortes de la adm inistración r o m a n a ....................................................................................... 367
1. El c o n tro l del E stad o . 2. A d m in istra c ió n pro v incial. 3. O rg a n o s locales de
g o b iern o .
III. E l ejército y la defensa d el «lim es» .................................................................................................. 375
1. L egiones y cu erp o s auxiliares. 2. Las re fo rm as m ilitares d u ra n te la A n a rq u ía
M ilita r y b a jo im p e rio . 3. La m a rin a ro m a n a . 4. O rg an izació n de las z o n as fronterizas.
El limes.
17 Cultura y religión en el Imperio (siglos I-V d. de C.), por Juan Francisco Rodriquez
N e ila ....................................................................................................................................‘ . . . 387
I. Las aportaciones c u ltu r a le s .................................................................................................................... 387
1. Los géneros literario s: a) La h eren cia del clasicism o a u gústeo; b) R en acim ien to
griego y epig o n ism o la tin o . 2. L as realizacio n es del D e re ch o ro m an o : a) C a ra c te rísti
cas generales; b) Los m o d o s d e c re ac ió n del D e re ch o ro m a n o : la ley, los senadocon-
su lto s, los edixtos de los m ag istrad o s, las c o n stitu cio n es im periales, la ju risp ru d e n c ia .
3. El a rte im perial: a) A rq u ite c tu ra , género ro m a n o p o r excelencia; b) E sc u ltu ra y
a rtes d eco rativ as. 4. El legado científico.
II. Religión rom ana y cultos o r ie n ta le s ................................................................................................... 398
1. L a relig ió n y el c u lto oficial: a) L a recu p erac ió n del le g a d o tra d ic io n a l; b) N uevos
h o riz o n te s vivenciales. 2. D iv in izació n de los C ésares: a) U n fa c to r p a ra la cohesión
del E sta d o ; b) C o n so lid ac ió n en los siglos im peraiels. 3. L as creencias llegadas del
E ste: «) P reo cu p acio n es de u n a gen eració n in q u ieta; b) L as vías de salvación. 4.
C ristian ism o y E stad o ro m a n o : a) Las raíces del p ro b le m a : h) H acia u n a coexistencia
crítica, 5. In fluen cia m oral de las c o rrien tes filosóficas.
B ib lio g ra fía 408
X IN D IC E GENERAL
Capítulos Paginas
18 Hispania romana (218-409 d. de C.), por Ange! Montenegro v Federico L a r a ......... 410
I. La conquista rom ana cie H is p a n ia ..................................................................................................... 410
1. C a rta g o y R o m a en la P en ín su la Ibérica. 2. L as g u erras c eltíb ero -lu sita n as. 3. Las
g u erras civiles ro m a n a s y su reflejo en H isp an ia . 4. A u gusto en H ispania.
II. H ispania durante e l Im perio R o m a n o .............................................................................................. 417
1. H isp an ia en la e ta p a a u g ú ste a y ju lio -cla u d ia . 2. H isp an ia d u ra n te la crisis del 68-
69 d. de C. y b a jo la d in a stía flavia. 3. L a e ra de los e m p erad o res hisp an o s. 4. Los
A n to n in o y los Severo. 5. D ecad en cia y crisis en la H isp an ia del siglo m . 6. La
H isp an ia del B ajo Im p e rio .
III. L a r o m a n iza c ió n ........................................................................................................................................ 428
1. L a o rg a n iz a ció n a d m in istra tiv a : a) El régim en p ro v in cial; b) El régim en m unicipal:
c) El ejército y la clien tela. 2. El d erech o h is p a n o rro m a n o . 3. Sociedad. 4. E c o n o m ía .
5. R eligión. 6 . A rte. 7. L as letras.
I. EL IM P E R IO , LA G R A N R E A LIZA C IO N DE R O M A
leyes y en las que inspiró a los pueblos bárbaros herederos de la Roma caída y
desintegrada.
Así, en definitiva podemos constatar que hubo una lenta pero efectiva her-
manación entre todos los pueblos sometidos a Roma en lo político, social,
cultural, técnico y religioso. La constante circulación de personas en el Imperio
—soldados, comerciantes, trabajadores— actuó como agente decisivo en esa
comunión de razas e ideas.
II. LA H E R E N C IA DE R O M A
objetivos. Esa historiografía tradicional no siem pre justificó los m edios hetero
doxos de R om a para som eter a los pueblos ante la beneficiosa meta de la p a x
romana. En la propia historiografía que podríam os calificar de más patriota,
p od em os constatar ju icio s contrarios, unos favorables y otros adversos, en
torno a la acción de R om a: son bien co n o cid o s los reproches a propósito de la
conquista de H ispania — tan prolija en gen ocid ios y depredaciones que ni
siquiera cesan en los tiem pos a u gú steos— que son m ás o m enos abiertam ente
denunciados en la historiografía m ism a de Rom a. C om o son un tópico entre
sus propios m oralistas aquellos m étodos crim inales de la corte en los in i
cios del Im perio. Y tam bién nos es notoria aquella acritud con que T á c it o
contrapone la olvidada virtus romana a la m oralidad esencial de los germ anos.
Por igual, no p o co s historiadores, abierta o solapadam ente, dejan traslucir sus
aires favorables al régim en de la R epública y sus libertades en el orden de las
instituciones políticas; frente a los desm anes de arbitrario autoritarism o qu e
se im puso bajo el gobierno m onárquico. D e l m ism o m o d o que es constante la
severidad co n que la historiografía cristiana — E u seb io d e C esa re a , O r o sio ,
L a c t a n c io , por citar algunos ejem p los— se pronunciaron contra la in m orali
dad o la represión hacia el cristianism o; hasta hacer surgir esa auténtica
historia calamitatum que anim a la F ilosofía de la H istoria agustiniana y su
teoría de las dos contrapuestas ciudades, la R om a cristiana y la R om a
pagana; de las que sólo esta últim a se hace, en su op inión, merecedora de
una auténtica eternidad. C on secuente con esta literatura clásica cristiana, son
bien co n o cid o s los excesos a que llevó este enjuiciam iento moral; com o lo s
que se hicieron por parte de la historiografía cristiana medieval; al punto de
convertir sistem áticam ente en nefastos a tod o s los em peradores perseguidores
del cristianism o m ientras glorifica sin trabas a los em peradores cristianos y n o
perseguidores, desde C onstantino a T e o d o sio .
En esa historiografía rom ana de denuncia, en sus testim on ios, ha en
contrado frecuente punto de partida la generalizada crítica adversa hacia
R om a que, según ven im os señ alan do, proliféra en los tiem pos m odernos y que
m uestra preferencia sobre tem as de carácter social y econ óm ico en los que
entra particularm ente en ju eg o la libertad, la distribución de bienes, la lucha
de clases. Y h oy, prácticam ente tod os los historiadores de R om a estam os
envueltos en estas disputas ideológicas; algo así co m o lo que ocurriera entre
escritores p aga n o s y cristianos al fin del Im perio, aunque partiendo de bases
m ás am plias de ju icio s de valor. P rácticam en te tod os se pronuncian y form an,
partido; u n o s con m ayor o m enor acritud, otros para m ostrar su d iscon fm iio-J
dad en el hecho m ism o de im plicar el ju icio m oral en una H istoria que debe
ser, ante to d o , objetiva: M . I. F in ley ; M . A . L evi; E. Ba d ia n ; A. N .
S h e r w in -W h ite ; T. F r a n k ; W . Seston ; P. A . B r u n t ; C h . G. S t a r r ; C h .
W ir szu bsk i ; H . M a t t in g l y ; Lord A cto n ; H . F u c h s ; K o c h ; D . H . L a w r e n
ce ; T. R. S. B r o u g h t o n ; J. G ag é ; J. V o g t ; J. J. H a t t ; M . G r a n t .
Los historiadores marxistas, sobre todo los soviéticos, son especialmente
severos en sus juicios sobre temas como la acumulación de capitales, latifun-
dismo y esclavitud. Y son propicios a ver por doquier rebeliones de masas o
luchas de clases: K o v a l i o v , M a s c h i c in , M i s h u l i n , U t t s c h e n k o , A l p a l o v .
Mientras acentúan el papel de los esclavos romanos, en su unión a los
bárbaros invasores, para dar el golpe definitivo al Imperio Romano.
Caería fuera de los límites de una introducción el hacer crítica amplia de
esta historiografía. Sus argumentos y conclusiones son puestos de relieve y
discutidos por cada colaborador en sus capítulos respectivos. Pero no pode
mos eludir aquí una serie de matizaciones de carácter genérico, sobre todo,
XXII IN TR O D U C C IO N
I. FUENTES CLASICAS
Literarias
Juridicas
Epigráficas
Corpus Inscriptionum Latinarum. Berlín. (Esta magna obra está aún incompleta y, por
supuesto, necesita revisiones y suplementos que recojan el abundante material que se ha ido
descubriendo.) Consta de:
I. I n s c r ip tio n e s L a ti n a e a n tiq u is s im a e a d C a e s a r is m o r t e m , 1893.
II. Inscriptiones Hispaniae Latinae, 1869, Suplemento. 1892.
XXV
XXVI B IB LIO G R A F IA GENERAL
Numismáticas
Ba b e l o n , J ..L a numismatique antique, Paris, 1970.
B e l t r á n , A.: Curso de numismática, Zaragoza, 1968.
B e l l o n i , C. G.: Le monete romane dell'età republicana, Milán, 1960.
B r e g l ia , L .: Numismática antica, storia e Metodología, M ilá n , 1964.
C o h e n , H.: Monnaies de la République romaine, 2 vols., París, 1885-1886.
C r o w f o r d , Μ. Η.; Roman Republican Coinage, 2 vols., Cambridge, 1974.
G il F a r r é s , O .; La moneda hispánica en la Edad Antigua, M a d rid , 1966.
G r a n t , M.: From Imperium to Auctoritas: a Historical Study o f Aes Coinage in the Roman
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B IB LIO G R A F IA GENERAL XXVII
Aufstieg und Niedergang der Romische Welt, Berlín, 1972 y sígs. Serie de estudios monográfi
cos fundada por H. T e m p o r in i sobre aspectos concretos redactados por especialistas. Concebidos
con una gran erudición bibliográfica constituyen un necesario punto de partida para una nueva
comprensión de la historia de Roma. Hasta el momento de redactar estas líneas han aparecido
cerca de 25 gruesos volúmenes.
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B IB LIO G R A FIA GENERAL XXXI
IV. REVISTAS
Compendios de bibliografía
ITALIA, LOS E T R U S C O S Y R O M A
H A S T A EL FINAL DE LA M O N A R Q U I A (509 a. de C.)
Los calcidios fundan Naxos (734), colonia que no tuvo apenas importan
cia económica, pero que sirvió de base para la fundación de otras dos
(Leontinos y Catania), en ricas zonas trigueras. Por estas mismas fechas
fundan los calcidios Zancle, en Sicilia, y Rhegión, en Italia, a fin de controlar
desde estos dos puntos el tráfico comercial del estrecho. Desde Zancle
fundarán poco tiempo después, y en la zona norte, Mylae (716) e Himera
(649), avanzadilla calcidia en esta zona.
El dominio del estrecho y de la franja costera norteña tuvo como
consecuencia que los calcidios establecieran un gran imperio comercial,
marítimo y territorial, desplazando así del mar Tirreno a los productos
corintios, al tiempo que se erigían en los verdaderos intermediarios económi
cos de los productos griegos en Etruria.
Por su parte los griegos de Megara fundan en Sicilia, Megara Hiblea (750),
que a su vez originaría Selinunte en la costa suroeste de la isla, ciudad que ha
proporcionado los mejores ejemplares del arte colonial griego de Sicilia. En el
734, Corinto funda Siracusa, llegando a ser la más rica de las ciudades griegas
de la isla, asentada en un formidable puerto. En la costa sur, los rodios y
cretenses fundaron Gela (688); los siracusanos, Acre, Casmene y Camarina, y
los de Gela, a su vez, Acragante.
Por estas fechas (580-570) los rodios y cnidios, que habían fracasado frente
a los fenicios al intentar establecerse en la parte occidental de Sicilia,
colonizaron las islas Lípari.
Las consecuencias del impacto colonizador griego sobre Italia, Sicilia y la
Magna Grecia motivaron que los pueblos de la península itálica se iniciaran
muy prontamente en la gran cultura mediterránea.
Entre los siglos viii y vi, los griegos irán ocupando amplios espacios
territoriales, cuya posesión supuso —y lo confirma la Arqueología y las
fuentes escritas—, en la mayoría de los casos, enfrentamientos con los nativos,
esclavización de las poblaciones autóctonas o el rechazo hacia las zonas
montañosas del interior e imposición de nuevas formas de vida.
Aunque hubo diferencias entre la colonización de Sicilia y de la Magna
Grecia, los resultados fueron similares: helenización inmediata y progresiva, a
deducir por la evolución de las culturas protohistóricas locales contaminadas
por formas culturales griegas.
Las nuevas formas helénicas occidentales, sobre todo culturales, religiosas
y técnicas, resultantes del contacto griego con lo puramente autóctono, se
abrieron rápido camino hacia Italia central, influyendo hondamente en
Etruria (que originarían la llamada «fase orientalizante») y, sobre todo, en
Roma. Merecen especial atención la introducción y difusión del alfabeto, la
aceptación de determinadas divinidades y formas religiosas, la asimilación de
nuevas técnicas y la adquisición de diferentes productos manufacturados
(cerámicas, bronces, tejidos).
II. LA C IV IL IZ A C IO N E TR U S C A
Pueblo ubicado en la Italia centrál, entre los ríos Arno y Tiber y la costa
tirrénica, se halló constituido históricamente ya en el siglo vm a. de C.,
alcanzando una civilización mucho más evolucionada que la de los pueblos
itálicos.
1. Las fu e n te s
4. In s titu c io n e s , sociedad y e c o n o m ía
5. C iv iliza ció n
b) Letras y música. Por lo que se refiere a las letras, aun cuando no nos
ha llegado ninguna manifestación literaria concreta, se sabe que tuvieron una
importante literatura religiosa, popular e histórica. V a r r ó n habla de las
Tuscae historiae y también de Volnio, autor etrusco de obras teatrales ya en
época tardía. Esta cita, junto al hallazgo de máscaras cómicas, nos testimo
nian la existencia de obras destinadas a ser representadas.
Otra manifestación muy cultivada fue la de la música, que alcanzó gran
brillantez, a deducir de las pinturas murales de las tumbas, las cuales
reproducen gran variedad de instrumentos musicales (de cuerda, viento y
percusión) con los que acompañaban a los danzarines en sus festividades y
banquetes, himnos y plegarias religiosas.
2. La R om a p rim itiv a
que pudo formarse la leyenda. Tuvo su sanción oficial, según T ito L ivio , en el
año 296 a. de C , cuando los ediles curules Cneo y Quinto Ogulnii, de
ascendencia etrusca, levantaron una estatua en la que se veía una loba
amamantando a dos niños; en el 269 este mismo tema se recogía en el reverso
de una de las primeras emisiones de didracmas romanos.
Los elementos que informan el segundo momento de la leyenda sobre los
orígenes de Roma son complejos según indica H e u r g o n : un culto totémico
del lobo (propio de las civilizaciones pastoriles); presencia de temas mitológi
cos grecoetruscos (cierva de Telefo, loba de Bolonia); dualidad étnica (roma
nos-sabinos) o política (patricios-plebeyos) a través de dos etimologías (una
griega «Rhomos» y otra latina «Romulus») para el éponimo fundador de la
ciudad, ambientado todo ello en una escenografía local: gruta del Palatino
(Lupercal), higuera sagrada (Ruminai).
Pero Rómulo, prescindiendo de la figura de su hermano Remo —que para
algunos autores sería un jefe del Aventino que tras haberse enfrentado a
Rómulo habría sido eliminado— aparecerá en los Am ales de E n n io como
único fundador de Roma, centrándose en su figura el interés de la historiogra
fía romana, llegando ésta a perfilar, elaborar y completar, sin escrúpulos a la
verdad histórica, toda una actuación militar, política y social necesaria para
establecer una verdadera mística romúlea.
Expuesto todo lo anterior se evidencia que el concepto Urbs condita, tan
querido a algunos historiadores de pasados siglos y aun del actual, debe ser
rechazado.Rómulo presenta pocos visos de historicidad y en base a esta
afirmación podemos señalar que Roma no tuvo un comienzo instantáneo,
sino que conoció sucesivas fases de formación, evolución y engrandecimiento
urbano, que la tradición recoge y la Arqueología evidencia.
4. La fe c h a fu n d a c io n a l de Rom a
d
£
Italia Central (Adaptado de Salmon y Piganiol.)
23
24 IT A LIA , LOS ETRUSCOS Y R O M A
5. D a to s arq u eo ló g ico s
6. La m o n a rq u ía rom ana
sólo en algunos puntos pueden ser de esta época. Edificó, asimismo, sobre el
Aventino un templo a Diana, donde centró el culto federal de la Liga latina.
Acabó asesinado por sus propios parientes (Tulia, Tarquinio), viéndose en
ello la reacción de la nobleza de sangre que no aceptó sus reformas
censitarias, basadas en la riqueza.
Nuevos estudios, especialmente de A . A lfo ldi , han demostrado que
Servio Tulio, el Macs tama etrusco, había sometido a Roma a mediados del
siglo vi con un ejército procedente de Vulci y logrado expulsar a Tarquinio.
Hay muchos puntos oscuros en la figura de este rey, que van desde su patria
originaria a su onomástica, pasando por su discutible reforma o Constitución.
De hecho, parece ser que fue un guerrero (su nombre etrusco es una
traducción del término latino magister), un aventurero que ayudó a los
príncipes de Vulci, Celio y Aulo Vibenna a combatir a Tarquinio, terminando
por reinar él en Roma.
Un hijo de Tarquinio el Antiguo, yerno a la vez de Servio Tulio, llamado
Tarquinio el Soberbio ocupó a continuación el trono (534-510). Su realeza se
caracterizó por una total tiranía, al decir de la tradición. Hizo descansar su
poder en la fuerza, diezmó al senado para rebajar su influencia, renovó el
tratado con los latinos, guerreó contra los volscos y creó manípulos mixtos de
romanos y latinos. Su actividad constructora reactivó las obras iniciadas por
su padre: edificación del templo de Júpiter Capitolino y terminación de la
Clocaca Máxima o alcantarilla colectora de la ciudad.
Su actuación tiránica —respuesta a una reacción en contra suya de los
patricios— y el episodio de la violación de la noble matrona romana Lucrecia
por parte del hijo de Tarquinio, Sexto, incidieron para que un noble romano,
Lucio Junio Bruto (interpolado aquí erróneamente por los analistas) al frente
de un movimiento revolucionario provocara la caída de Tarquinio el Soberbio
en el 510-509, teniendo que huir a la localidad etrusca de Caere.
Pese a este movimiento revolucionario y acontecimientos subsiguientes
que significaron el fin de la monarquía romana y el inicio de una nueva etapa
histórica, los etruscos no abandonaron la ciudad, pues, tanto las excavaciones
arqueológicas, como los fastos consulares, que recogen los nombres de
influyentes familias etruscas, atestiguan la presencia continuada de los mis
mos después del 509.
Aunque los tres reinados que hemos sintetizado puedan hallarse fo rz a d o s
en algunos aspectos por la analística romana —pudieron ser más los reyes
etruscos de Roma, a deducir de un pasaje de C atón que recoge al rey de
Caere, Mecencio, como dueño de Roma— los Tarquinios (algunos opinan
que hubo uno solo desdoblado en dos por necesidades cronológicas) y Servio
Tulio vendrían a significar sucesivas oleadas invasoras de etruscos c o n tra
Roma.
Con la presencia etrusca en Roma el panorama cambia totalmente, pues a
ellos les debió el que fuera una urbs en el término amplio de esta palabra. Los
documentos de esta etapa monárquica son más sólidos, pues, aparte de los
restos arqueológicos y epigráficos etruscos encontrados en Roma (grafito del
siglo vil, dos inscripciones sobre vasos de bucchero del siglo vi, restos de la
Cloaca, templos y murallas, cerámicas, etc.) y las citas de historiadores que
consideraban a Roma una ciudad etrusca debemos contar con la propia
historia etrusca figurada en sus pinturas (especialmente la Tumba François,
en Vulci), en sus obras de arte que recogen episodios históricos y sobre todo
con la historiografía etrusca, que si bien no nos es conocida hubo de ser
aprovechada por los escritores romanos.
28 ITALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A
unidad monetaria el ganado (pecas) y luego el cobre bruto (aes rude) que se
pesaba en cada operación mercantil. Más tarde Roma crearía una moneda
oficial.
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CAPITULO 2
LA RE PUBL IC A R O M A N A H A S T A LA
I G U E R R A P U N I C A (509 -2 64 a. de C.)
Guillermo Fatás
I. LOS IN IC IO S DE LA R E P U B LIC A
3. P atric io s y plebeyos
Las fuentes aseguran que éstos fueron los grupos larga y violentamente
enfrentados. Pero ello no significa forzosamente que todas las contradicciones se
diesen entre ambos, sino que a los historiadores antiguos les pareció así. La
lucha patricio-plebeya no fue un calco de la que luego opondría a la burguesía y
el proletariado modernos. En la antigüedad hubo, sí, lucha de clases entre
propietarios y no propietarios de los medios de producción. Pero sus manifesta
ciones son mucho más complejas que en el capitalismo, ya que en la sociedad
antigua hubo numerosas contradicciones que no pueden definirse primariamen
te en función de esa circunstancia. Así, a los conflictos entre propietarios y no
propietarios se añaden las oposiciones libre-esclavo, ciudadano-no ciudadano,
36 LA R E PU B LIC A R O M A N A H ASTA LA I GUERRA P U NICA
4. La reacción plebeya
dose atraídos por el Lacio y la Campania. Los ectios, en marcha hacia los mon
tes Albanos, y los volscos, camino de Antium, saquearon los territorios urbanos
intermedios. Los primeros héroes semilegendarios de la república (Coriolano,
Cincinnato) se fraguan en estas luchas de mitad del siglo y en el intermitente
enfrentamiento con Veyes (Veii), a 18 km aguas arriba de Roma, en la orilla
derecha o etrusca, deseosa de controlar el vado de Fidenae y el comercio de la
sal, de que se beneficia Roma, entre el mar y las montañas interiores pobladas
por ganaderos.
El germen de Estado, aún no desarrollado, encomendó este caso a una gens,
la Fabia, instalada en la frontera con Veyes; la gens protagonizó la campaña del
477, pereciendo todos sus miembros a excepción de un adolescente dejado en
Roma, como magnificó legendariamente su descendiente, Fabio Píctor. Ello nos
da idea de cuál era el papel preponderante de las gentes en la joven república
patricia, llegando a sustituir las funciones que hoy son propias del Estado. Pero,
a la vez, el fracaso Fabio deja ver que la organización gentilicia demostraba no
ser suficiente ante tal esfuerzo militar. El recurso a la plebe hubo de poner a ésta
en mejores condiciones para negociar un nuevo status.
un siglo desde la «instauración de la libertad» (in stitu tio lib e r ta tis ) , como llamó
T ácito al cambio de régimen, seiscientos años después.
Entre tanto, se logran otras victorias. Las dos comunidades, gravemente
escindidas, según comenta Livio, llegan con típico pragmatismo romano a
diversos acuerdos, que acaban estabilizándose en un«modus vivendi» aceptable.
Inmediatamente de publicadas las XII tablas, los p a tre s y sus gentes aceptan
acatar los «plebiscitos», siempre que estén sancionados por la au ctoritas patru m :
ello da a los tribunos de la plebe parte de la iniciativa legisladora y a los acuerdos
plebeyos la fuerza religiosa y jurídica que emana de los fundadores de Roma,
con tal de que éstos participen en el final del proceso, una vez formulada la
voluntad popular; en consecuencia, los concilia p leb is se amplían, incluyendo en
su seno no ya a la p le b s, sino a todo el populus, pues añora puede empezar a
hablarse de un populu s R om anus y de una civitas integrada. Pueblo, además, no
organizado según su fortuna, como en las centuras militares que sirven de base a
los com itia centuriata, o por su estirpe, como en los com itia curiata, sino por el
domicilio (por tribus). Así nacen los com itia tributa, que pronto pasarán a
ostentar la fuerza legislativa principal en la historia republicana.
No obstante, sigue reuniéndose el concilium p le b is como tal para elegir a sus
ediles y tribunos, por y de entre plebeyos. La preponderancia de los comicios por
tribus será tal que, un tiempo más tarde, tan sólo los teóricos del Derecho
distinguirán entre lex (dada por un magistrado cum im perio o votada por las
centurias) y p leb iscitu m , que recibirá ordinariamente el nombre de lex también,
con el nombre de su proponente, al igual que las restantes.
Roma tenía, en la vecina Etruria, una cabeza de puente para protegerse del
norte por el fácil acceso de la isla Tiberina: el monte Janiculo ; era su atalaya
frente a los etruscos y, particularmente, frente a Veyes, con la que surgirá una
última y larga guerra.
Desde la reforma «serviana», se hiciera de vez o por partes', en las legiones
predominaron los hoplitas, divididos según su fortuna y edad (de diecisiete a
cuarenta y cinco y de cuarenta y seis a sesenta años). La promoción social y
política de la plebe debe mucho a esta circunstancia que igualaba, ante el
enemigo, a patricios y plebeyos. A fines del siglo v hay ya jefes militares plebeyos
que llegan al «tribunado con potestad consular» y se integran después en el
Senado, adquiriendo condición de nobiles, de «reconocidos» o notorios como
prohombres. Son senadores pero no p a tre s; simplemente están inscritos
( conscripti ) en la lista senatoria ( album senatus) .
La campaña militar que consolidó el aparato militar romano pudo ser la
guerra veyentana, por su larga duración (406-396, sospechosamente idéntica a la
guerra de Troya). Exigió algo más que esporádicas «razzias» de temporada y
hubo que pensar en que la res pu blica atendiese de modo permanente a quienes
de modo permanente estaban en filas y a sus familias desvalidas, instituyéndose
un estipendio (aunque no en moneda, a pesar de lo que dicen los antiguos, pues
ésta no existía aún). El nuevo ejército había hecho sus pruebas con los reyes
últimos y, en la república, rechazando a los ecuos y domeñando a los volscos:
40 LA R EPU B LIC A R O M A N A H ASTA LA I GUERRA P U NICA
2. La am enaza gálica
Desde el 500, oleadas de celtas (G alli ) se asentaban en Italia del norte. Poco
después llegaba su vanguardia a Etruria, atacando a Clusium. Una presunta
embajada romana —formada por miembros de los Fabios— no sólo no consi
guió mediar, sino que irritó a los galos, que se encaminaron al sur deshaciendo al
ejército romano en el río Allia, en el verano de 390 (ó 387), cerca de Fidenae.
Roma fue tomada, saqueada e incendiada, mientras parte de la población se
acogía, con sus dioses, al amparo de Caere y algún grupo resistía en la acrópolis
del Capitolio. El dies A llien sis fue desde entonces un punto negro en el
calendario romano,.
La crisis general agudizó todos los conflictos: los externos, por el renacimien
to de las amenazas sabélicas, e incluso hérnicas y latinas; los internos, por la
situación de catástrofe y la necesidad del esfuerzo reconstructor, del acondicio
namiento defensivo y la reforma legionaria. En cincuenta años no habrá sucesos
militares de esta envergadura, pero la conflictividad social, la stasis, será
elevada. Roma hará tenazmente frente a todas las amenazas, pactando nuevas
bases de entendimiento en su interior, multiplicando la presencia militar,
otorgando privilegios a las civita tes no romanas de su interés e intensificando la
fundación (deductio ) de nuevas colonias.
LA C O N Q U IS TA DE IT A LIA POR R O M A 41
Con ocasión del tema capuano Roma se había enfrentado a los .samnitas, al
preferir atender el compromiso de una deditio (acaso inventada por las fuentes)
que el de su tratado de amistad. Entre 326-304 y 298-290, las II y III guerras
samnitas (la I tuvo como breve fondo el asunto de Capua, entre 343 y 341) harán
de Roma el primer poder itálico. Peritísimos en la guerra de montaña, armados
con el pilu m y el scutum que copiarán las legiones, feroces por su primitivismo y
exasperados por la permanente necesidad, se organizaron de modo vagamente
federal sobre un vasto territorio, llevando la guerra a lugares muy distantes. Los
F i g . 8. L a s e g u n d a g u e r ra s a m n ita .
LA C O N Q U IS TA DE ITA LIA POR R O M A 43
F i g . 9. L a te rc e ra g u e rra s a m n ita .
depende, por matrimonio, de una gens patricia). La guerra del 299, conducida
por Decio Mus, tiene su punto crítico en 295. Los romanos han logrado
desplazar del Samnium al enemigo, rechazándolo hacia el norte. Los umbros y
los etruscos se confabulan con ellos y con los galos senones frente a la
«intolerable tiranía» romana, en pluma de L ivio . Un Decio y un Fabio se
enfrentan en Sentinum (Umbría) a la coalición mientras otras tropas impiden el
refuerzo etrusco. La victoria obtenida alcanzó en ese tiempo reputación
extraitálica y aparece, por ejemplo, en historiadores samios; se habla de 100.000
muertos, de 25.000. Las colonias de Sena Gallica (289) y de Ariminum (268)
mostraron al poco que el ager G alücus, como la Umbría, ya tenían dueño
definitivo. Luego, hemos de ver cómo las operaciones en Etruria no cesaron,
durando largo tiempo: todo el que fue preciso para que las viejas ciudades fueran
cayendo en manos de Roma, una por una.
Aunque las fuentes son confusas, a fines del siglo m se refuerza la importan
cia de los plebiscitos, a la vez que se ataca fuertemente la esclavitud por deudas
(ilex P o etelia P apiria, del 326 ó 313). Pero el personaje que mejor simboliza las
nuevas contradicciones es Appio Claudio, helenizante, patricio descendiente de
una gens sabina acogida en Roma con sus 5.000 miembros al poco de instituirse
la libertas. Censor antes que cónsul, cónsul por dos veces y d icta to r, tratado de
demagogo por las fuentes a causa de su apoyo a los humiles (libertos, plebe
desprotegida), se resistió a la hegemonía de la nueva nobilitas e intentó cerrar a
los hom ines novi de la plebe rica el acceso a las magistraturas y a los sacerdocios
mayores, apoyando una política más igualitaria para con las capas bajas de
Roma; autor del proyecto de la Vía Appia y del primer acueducto urbano, el
aqua Appia, favoreció la política de empleo, siendo el primer censor que revisó
el album senatus, inscribiendo en él incluso a hijos hijos de libertos y autorizando
a los plebeyos a inscribirse en la tribu de su residencia y no sólo en las cuatro
«urbanas», reservadas a los miserables con objeto de desvanecer su influencia
comicial. Un protegido suyo, edil curul, publicaba al tiempo el calendario, para
que todo el mundo supiera en qué días era lícito ver una causa, y las legis actiones,
o procedimientos de actuación judicial, para que se supiese no sólo cuándo, sino
cómo había que actuar. Claudio, censor entre 312 y 308, tenido como padre de la
literatura latina, no fue bien tratado por la tradición; acaso porque los Fabio se
hallaban al frente de la política «centrista» de la nobilitas: dos de ellos serán
cónsules en los cuatro años de la censura de Claudio.
Esta política de «conservadurismo liberal» se evidencia en acciones como la
de Q. Fabio Rulliano, que en 308 reclasificó a todos los humiles en las tribus
urbanas (y así estarán por más de un siglo), o en las consecuencias de la lex
Ogulnia (300), que creaba nuevos puestos de pontífices y augures, ampliando sus
venerables colegios, para dar entrada a los hom ines novi de la rica plebe afecta al
sistema. Se ratificó el derecho de apelación a los comicios en caso de pena grave
(provocatio a d populum ) que, como tantas otras cosas, se tenía por creación del
509, nuevamente sancionada en 449 y que ahora parece cobrar virtualidad bajo
el impulso de una mentalidad nueva que iba amparándose de Roma.
El conjunto legal más significativo es, en 287, el que regula los plebiscitos (lex
H ortensia, 287), dictado tras un fuerte alzamiento plebeyo motivado acaso por el
injusto reparto de la Sabina central, al final de la III guerra samnita. La ley
ordenó que c/nod plebs iussisset om nes Q uirites ten eret, según P l in io : «Que lo
LA C O N Q U IS TA DE ITALIA POR R OM A 45
que la plebe mandase, obligara a todos los Q u irites » (en el sentido, ya, de roma
nos). El mismo Hortensio logró que los días de mercado o nundinales (aprove
chados por el campesinado pobre para ir a la ciudad) fuesen f a s ti: aptos para la
vista de juicios, poniendo así más al alcance de los humildes el acceso a la justi
cia, tan celosamente monopolizada por los p a tres y sus nuevos aliados.
nuevo. Ostia es puerto abierto desde mediados del siglo iv. Diversos historiado
res griegos mencionan la llegada de romanos a la corte de Alejandro en 323; a
fines de siglo, Rodas y Roma oficializan su amistad republicana; y en el 306, un
nuevo tratado amistoso con Cartago confirma el rango «internacional»
conseguido por Roma incluso antes de Sentinum. Pero la victoria sobre Pirro y
Tarento auguraba un futuro tan claro que un contemporáneo, infortunadamen
te perdido, el siciliano Timeo, vaticinó el enfrentamiento entre Roma y
Cartago por el dominio de Sicilia y el control del Mediterráneo occidental y
central.
Como han observado los estudiosos, estos años son, un poco, los del
eclipse de los Fabio; los nombres consulares más frecuentes son de otras
gentes y, sobre todo, de la Atilia, que da siete cónsules en un veintenio; su
estirpe procede de Campania: los intereses meridionales van a privar durante
un tiempo en la política romana.
Efecto asimismo de la proximidad con lo griego es la introducción de la
moneda, surgida hacia 289 como institución más o menos regular, al crearse
trium viri que dirigen el taller en el templo de Juno Moneta y que pronto
facilitan el numerario preciso para la guerra pirro-tarentina. La vida interna
cional exige enseguida medios importantes de pago, y se usarán monedas de
plata, con patrón greco-egipcio y acuñadas en Tarento. Roma acuña didrac-
mas, con tipos púnicos y helenos: un caballo, una cabeza de Ares-Marte,
enseguida sustituidas por otras con la Loba y los gemelos y con Hércules (269)
y por piezas en que aparece la misma Roma coronada por la Victoria, hacia
264; es la afirmación de una personalidad ética y política, una visión oficial
que la R e s p u b lica desea dar de sí misma al mundo la que aparece,
diáfanamente, en su tipología numismática, factor inapreciable de propagan
da tanto como señal de identidad.
No obstante, hay que esperar a las guerras con la gran rival histórica,
Cartago, para ver aparecer en las monedas de Roma las proas o rostra de las
naves de guerra. Hasta ese momento, está claro que Roma no se considera
especialmente relevante en el mar. El esfuerzo más duro, largo y grave de la
historia republicana, el de la II Guerra Púnica, será el que desarrolle en el
espíritu romano toda la virtualidad que ahora se apunta modestamente en las
piezas de plata acuñadas en el sur. Es, precisamente, el paso del sitema de la
dracma, prestado por el mundo griego, al del denarius, creación propia y
futura moneda dominante en el mundo mediterráneo.
III. LA O R G A N IZ A C IO N P O LITIC A
DE LA R O M A R E P U B L IC A N A
Instrumento principal del poder romano sobre Italia, las legiones ciudada
nas se caracterizan precisamente por estar compuestas exclusivamente de
cives R om ani que defienden su tierra con armas propias, a excepción de los más
pobres {infra classem , pro leta rii, que sólo son prole y padres de romanos, capite
censi, censados como simples cabezas a efectos de control), convocados sólo
en casos de extrema gravedad ( tum ultus , como el de 390). Las 18 primeras
centurias son la caballería ciudadana; seis de ellas son las antiguas de Tities,
Ramnes y Luceres, p rio re s y p o sterio res, que votan en primer lugar en los
comicios (s e x su ffragia ). Las tres primeras clases por la fortuna forman la
48 LA R EPU B LIC A R O M A N A H A STA LA I G U ERRA P U NICA
infantería pesada; y las dos últimas, y más numerosas, la ligera (v e lite s ), las
tropas de hostigamiento. Con el asedio de Veyes se regulariza el apoyo
económico de la comunidad al combatiente y su familia. Normalmente la
movilización es de temporada, entre primavera y otoño. La república puede
exigir del ciudadano hasta 16 campañas, entre sus diecisiete y cuarenta y cinco
años; diez sólo, si sirve en caballería; pero la cifra puede extenderse a veinte,
lo que no será tan raro. A los cuarenta y seis años se pasa a la reserva,
generalmente a cargo de la defensa de la ciudad; a los sesenta se alcanza la
exención total. La leva (d ile c tu s ) la verifica el cónsul, con permiso del senado,
al inicio del año político (marzo) y el licénciamiento se hace en otoño.
El ejército normal consta de cuatro legiones, a dos por cónsul, que han
pasado de 3.000 infantes (m ilite s ) a 4.200, más 300 jinetes (eq u ite s) por
legión. Las tropas de los so cii (a u x ilia ) son más o menos en igual número,
aunque con más jinetes. Cada legión incluye 60 centuriones procedentes de la
tropa, auténticos profesionales, como los decuriones (que mandan las unida
des menores de a caballo). Los oficiales superiores son los tribuni m ilitu m , a
razón de seis por legión, elegidos por el pueblo y con alta consideración
pública. Las cuatro legiones iniciales, o legiones urbanae, mantuvieron a estos
tribuni m ilitum a pop u lo ; pero las extraordinarias, cada vez más usuales,
fueron enseguida provistas de tribunos elegidos por los generales (tribuni
m ilitum ru fu li). Al frente de la legión, naturalmente, hay un general (magistra
do o exmagistrado) dotado de im perium . Por definición, el consul, el p ra e to r o
el d ictador y su segundo.
La táctica legionaria es muy flexible, no falangística, servida por los
manípulos, de dos centurias cada uno —hay 60 centurias por legión—; los
manípulos se disponen al tresbolillo (qu in cu n x ), en tres líneas, dejando
huecos de maniobra y para que se inserten los velites. En cada dilectus, tras la
jura, el m iles es asignado a un centurión y según su edad forma con los h astati
(reclutas), p rin cip es (antiguos combatientes, de primera línea) o triarii (vetera
nos, tercera línea, que forman en centurias de sólo 30 hombres). La legión
acampó enseguida por el sistema de castra, o campamentos fijos, con dos calles
perpendiculares que se cruzaban en el centro (praetoriu m ), en que se situaba
la tienda del alto mando. Rodeado de foso y empalizada, cuyas estacas
transportaban en su equipo los soldados, un campamento alojaba usualmente
a un ejército consular completo —dos legiones, auxilia, animales e impedi
menta— y asemejaba una ciudad poblada por miles de habitantes sujetos a
estrictísima disciplina.
El ordenamiento manipular aparece ya a fines del siglo iv, seguramente
como reacción ante el tipo específico de la guerra samnita. Entonces parece
que se sustituye el hasta por el pilu m , jabalina de casi 1,5 m, con un cuerpo
perfectamente contrapesado y un estudiado encaje de la punta de hierro en el
vástago de madera. La espada se modifica para hacerla más apta al cuerpo a
cuerpo, antes de que, en el siglo ii, se adopte el gladius H ispaniensis.
El peso del reclutamiento (dilectu s ) cae básicamente sobre el pequeño
propietario campesino, lo que acabará siendo un grave inconveniente; como
lo es el del alto mando variable anualmente y, a veces, dentro del mismo año
por rotación entre los cónsules; ello resulta ocasionalmente pernicioso, sobre
todo en campañas de larga duración que han de de obedecer a una sola
estrategia; de ahí que, en una de ellas se recurra, tras finalizar el año consular,
a renovar al general el im perium —no el consulado—: esta prórroga (p roroga
tio im perii) consiente al general actuar a modo de cónsul (p ro consule); así
nacen, en 327, las «promagistraturas». Roma carece prácticamente de flota
LA O R G A N IZA C IO N POLITIC A DE LA R O M A R E PU B LIC A N A 49
que merezca tal nombre: una veintena de naves, ni muy buenas, ni experta
mente mandadas.
3. La relig ión
4. E conom ía y sociedad
5. Las m a g is tra tu ra s
ce en pie ante él, hallándose éste sentado (al revés que en Atenas, donde el
magistrado es un representante electo y revocable). En la creatio coinciden
la voluntad popular, la au ctoritas p a tru m , la lex curiata de im perio (arcaísmo
por el que el pueblo de los Quirites sanciona la magistratura); gracias a ello
puede el creatus convocar al pueblo y obrar lícitamente con él ( ius agendi cum
popu lo ) y con el senado, que no puede autoconvocarse; y con la legión, en que
es juez inapelable. Puede legislar con potestad delegada en su ámbito de
competencia (su p rovin cia, que sólo luego restringirá su sentido a lo geográfi
co). Además de los cónsules, dictadores y m ag istri lo poseen los pretores, cuya
función característica es juzgar y «edictar» el Derecho ( ius edicendi). La
inexistencia de códigos exige que el pretor inicie su ejercicio con un edictum
en que sienta normas de actuación y procedimiento a que deben atenerse
los tribunales (q u a estio n es). Estos edictos formarán, por acumulación, una
juríspridencia enrevesada y casuística que no será ordenada hasta Adriano
(E dictum p e r p e tu u m ) . Hay un p ra e to r urbanus para litigios entre cives y otro
peregrinus, para casos en que intervienen extranjeros (241). Es, además, el
sustituto natural del cónsul en actividades que exigen im perium .
Ediles y cuestores n o lo poseen; tienen la p o te sta s, facultad simple de
mando que les otorgan su elección y nombramiento. Aunque la edilidad no se
considera imprescindible para la carrera política superior ( cursus honorum) ,
su relación con los juegos y festejos era un buen trampolín para la populari
dad; el cargo confería, una vez ejercido, la entrada en el senado y el ius
imaginum o derecho a la posesión y exhibición cultual de las efigies
ancestrales. Las calles, el tráfico, la policía de mercados y transacciones, el
orden ciudadano y la annona eran sus cometidos principales, junto con la
guarda de los edificios públicos.
Los cuestores (en principio, uno por cónsul), elegidos desde, 447 por las
tribus, eran magistrados financieros; ocho, en 267. Se alcanzaba la cuestura
entre los 27 y 30 años, y aunque la p rovin cia qu aestoria se les asignaba por
sorteo, pronto se facultó a los altos magistrados para elegir entre los
cuestores, fuera del sorteo (e x tr a s o r te m ), a quien deseasen. En casos graves
llegaban a actuar temporalmente como quaestores p ro p ra eto re, incluso con
competencia militar.
La censura, posiblemente creada en 416, sin im perium , alcanzó enorme
utoridad moral por lo delicado de su misión : clasificar a los ciudadanos a
efectos militares y fiscales (una clasificación desajustada podía resultar desas
trosa para un particular), revisar la propia condición de ciudadano, alterar el
album senatus para proveer vacantes, así como el ordo equester, con capacidad
de infamar (n o ta censoria) a los indignos, privándoles de su condición. El
primer censor plebeyo surge en 351 (los dos, no llega a verse hasta 131 a. de
C.), más de doscientos años después.
La regulación de este cursus honorum comienza efectivamente en 342, con
la prohibición de acumular magistraturas el mismo año y la necesidad de un
lapso decenal para desempeñar de nuevo el cargo — ite ra tio —; en 275 se
prohíbe la itera tio en la censura. Fuera de este cursus, aunque asimilados
luego a él al nivel de los ediles, están los tribuni p le b is, «revolución institucio
nalizada» en los primeros tiempos, que defienden a los plebeyos (ius au xilii)
pudiendo vetar ( ius in tercession is) la decisión de cualquier magistrado (excep
to en caso de dictadura y acaso al in terrex ) y obligar a cualquiera p o r'la
fuerza a cumplir los plebiscitos (ius c o e rc itio n is) . Sin otra protección que su
sacrosan ctitas y sin poder actuar más allá de una milla (1,5 km) fuera del
recinto urbano (e x tr a p o m o e riu m ) , en su mismo número estaba su enemigo,
LA O R G A N IZA C IO N POLITICA DE LA R O M A R E PU B LIC A N A 53
Son de tres tipos: las reuniones informales para debate, información, etc.
( con tion es); los concilia p le b is y los comicios (com itia), asambleas oficiales del
pueblo, presididas por un magistrado. Es preciso celebrar com itia en un día
apto (d ies c o m itia lis) y precederlos de auspicios favorables.
Tienen tres fines principales: aprobar leyes, elegir magistrados y dictar
sentencias en apelación (casos graves, en los centuriados; de menor cuantía,
en los tribuales). La iniciativa legislativa es exclusiva de los magistrados, que
proponen proyectos de ley (ro g a tio n es) a aprobación o rechazo, pero no a
discusión ni enmienda. Las decisiones dependen, según épocas, de la sanción
previa o posterior por la auctoritas patru m .
De acuerdo con los marcos oficiales los comicios son centuriata (según el
encuadramiento militar), tributa (por el domiciliario) o curiata (según el
decaído esquema gentilicio). Los ancestrales com itia k a la ta (de kalare, cf.
kalendarius) pudieron ser la asamblea primitiva en que el rex comunicaba
el ordenamiento de la actividad anual a la comunidad, y habían desaparecido.
Los comicios curiados datan de época real, y se vacían pronto en favor de
los centuriados; desde las leyes Licinias son una supervivencia que vota
formulariamente la lex curiata de im perio que perfecciona la creatio de
magistrados. Otras misiones secundarias eran atestiguar ritualmente en nom
bre del populus R om anus Q uiritium y la herencia calendaria de los com itia
ka la ta , presididos en este caso por el pontífice.
Los comicios centuriados son, en principio, las legiones; por ello se reúnen
ex tra p o m o eriu m , en el Campo de Marte, mientras un gallardete rojo ondea en
el Janiculo (si el magistrado manda arriarlo, el comicio queda suspenso).
Votan las leges rogatae, respondiendo al magistrado que las presenta uti rogas
(«sea como pides») o antiquo («que se siga como antes»). El voto es oral y
muy sometido por ello a coacciones, hasta que en el siglo II se introdujo el
voto por tablilla. En caso de juicios o apelaciones se dice «absuelvo» o
«condeno» (lib ero , dam no o absolvo, con dem n o). Los comicios centuriados
eligen a cónsules, pretores y censores, ratifican la guerra y la paz y entienden
en los casos de condena contra lo que es capital (caput ) en un cives, si éste
recurre a la p ro v o c a tio a d populum : su vida, su ciudadanía, el exilio, etc. Entre
la convocatoria y los comicios han de transcurrir tres ferias o mercados
(nundinae), veinticuatro días en que se discute qué se ha de hacer. En todos
los comicios es imprescindible obrar en persona, siendo imposible la delega
ción de voto, de modo que el no residente en la Ciudad —de no ser rico— se
ve, de hecho, incapacitado para actuar (se calculan en más de cien los días
anuales en que hay comicios por una u otra razón). Ello otorgará gran relieve
a la plebe urbana limitando las posiblidades del campesinado autónomo.
En ningún comicio es el ciudadano unidad de voto. La unidad es la curia,
la tribu o la centuria. Ello significa el predominio de los ricos (98 centurias,
sobre 193, son suyas), incluso en los comicios por tribus (de 31 tribus, sólo 4
son urbanas; todos los ricos están en las rústicas y la inmensa mayoría de la
54 LA R EPU B LIC A R O M A N A H A STA LA I GUERRA PUNICA
7. El senado
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CAPITULO 3
LAS G U E R R A S P U N I C A S Y LOS IN IC IO S
DE UN I M P E R I O (264-133 a. de C.)
Guillermo Fatás
I. L U C H A S C O N T R A C A R T A G IN E S E S Y G R IE G O S
POR EL D O M IN IO DEL M E D IT E R R A N E O O C C ID E N T A L
cambio, accedía libremente a Sicilia, donde Siracusa (regida por Hierón II) se
había visto libre del acoso púnico, por las tropas de Pirro. Los mamertinos,
mercenarios campanos hasta entonces al servicio de Siracusa, capturaron
Mesina, atacando Sicilia oriental y molestando, con la venia de Cartago, a
Hierón. Ya vimos cómo la legio C am pana de Rhegion creó, paralelamente,
problemas semejantes a Roma, resueltos con la ocupación de la ciudad (270).
Cansados del control cartaginés, los mamertinos operaron la deditio in fid e m
con Roma (264), reclamando su ayuda. P olibio dice que el senado, en
principio, se negó a responder a la llamada, recién salida Roma como estaba
de la guerra de Yolsinia. Pero los cónsules M. Fulvio Flacco y A. Claudio
Caudex consiguieron la aquiescencia comicial. (Los Fulvii, junto a familias de
raíz samnita y campaniense, como las A tilia y O tacilia, dominaron en Roma
durante la I Guerra Púnica.) En suma: parece que entraron en juego intereses
privados, pues, la presencia púnica en Mesina podía amenazar las comunica
ciones entre el Tirreno y los puertos del mar Jónico y el golfo tarentino.
La guerra por Sicilia duró veintitrés años y supuso ingentes esfuerzos
financieros para los contendientes. Roma pudo justificar su ataque por la
obligación de observar la f id e s a que apelaba Mesina. Pero, una vez obtenida
la alianza de Hierón (que situó a Roma como defensora del helenismo), su
ataque contra Akragas (Agrigento) es un caso típico de la perfidia (fraus, fid e s
Punica) que las fuentes grecorromanas quisieron hacer típica de Cartago,
abocada ahora a la lucha (262).
Roma no podía afrontar la situación sin flota. En 261, con el concurso
valioso de los marinos greco-itálicos, construyó una importante armada de
100 quinquerremes y 20 trirremes. Pero la impericia naval romana apeló al
ingenio legionario: pronto se emplearon unos ganchos (c o rv i) con platafor
mas que convertían el combate naval en una lucha de infantes al abordaje,
evitando la temible embestida de los espolones enemigos sobre las naves
propias; el cónsul Duilio logró así la primera victoria de la flota, en Mylae
(260), solemnemente conmemorada con la erección de una columna ornada
con los espolones metálicos (ro stra ) de los barcos de Cartago. Cuatro años
después, la victoria de Ecnomos permitía a Atilio Régulo desembarcar en
Africa para atacar al enemigo en su propia sede. Pero, al año siguiente,
vencido por los espartanos de Jantipo a sueldo de Cartago, acababa su
iniciativa en un completo desastre: sólo quedaron 2.000 supervivientes de la
expedición.
En 254, casi toda la escuadra naufragaba en Camarina, al sur de la isla.
Todo el esfuerzo parecía perdido sin remedio. Los años siguientes fueron para
Roma los más largos y penosos del ya dilatado enfrentamiento. Las
ofensivas sobre la Sicilia púnica se quebraron en los fracasos de Lilibeo y
Drépano (249): la consternación en Roma fue grande y el clan «pacifista» de
los Fabii, apoyado ahora por el senado, obtuvo tres consulados seguidos.
Cartago, al preferir consolidar su sta tu s africano que no estimular a Amílcar
Barca y sus tropas en Sicilia, no explotó el éxito: así aparecía el predominio
del grupo encabezado por Hannón y partidario de la expansión por Libia ante
las complicaciones mediterráneas. Esta pugna interna perdurará más allá de
las hazañas de Aníbal, descendiente del general ahora inmovilizado en Sicilia.
El respiro, no sin exigir un nuevo y colosal esfuerzo humano y económico,
consintió a Roma reconstruir la flota y comenzar las operaciones. C. Lutacio
deshizo al enemigo en las islas Egadas (241), obteniendo el bloqueo de las
plazas púnicas de la isla. Sin posibilidad de contraataque y expuesta a una
nueva invasión, Cartago se avino a una multa enorme (3.200 talentos, en diez
LU C H A S CONTRA CARTAGINESES Y GRIEGOS 59
años) y a ceder las posesiones sicilianas, las Egadas y las Lípari. Se le prohibía
la recluta, tan necesaria para su ejército habitual, de mercenarios ítalos y veía
surgir frente a su costa la primera provincia romana: la Sicilia no siracusana,
gobernada por un magistrado naval (quaestor classicus) hasta que, en 227,
recibiese su estatuto definitivo y un gobernador de rango pretoriano.
II. LA H E G E M O N IA SO B R E EL M U N D O HELENISTICO
Y LA C O N S O L ID A C IO N DEL IM P E R IO EN O C C ID E N T E
2. El « p ro te c to ra d o » sobre G recia
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68 LAS GUERRAS PUNICAS Y LOS IN IC IO S DE UN IM PERIO
1. La re p ú b lic a o lig á rq u ic a
5. El g o b ie rn o de la «res publica»
6. El im p a c to del helenism o
Hacia 217 los griegos recelan visiblemente de «la nube del oeste» —el
vencedor, fuera quien fuese, de la II Guerra Púnica—, y con toda razón.
Ambos beligerantes eran barbaroi, técnicamente. Esta Hélade recelosa va,
empero, poco a poco penetrando todas las células de la sociedad romana,
produciendo auténticos entusiasmos y rechazos violentos. Porque los romanos
—sus clases cultas, sobre todo— fueron conscientes del fenómeno de osmosis
que se estaba produciendo.
La potencia lingüística del griego, mucho más delicado y flexible que el
latín de entonces, determinó el bilingüismo de los romanos cultos desde el
200, estudiándose ya en los años infantiles y en las casas ricas. A Andrónico,
ya mencionado, sucedió Gneo Nevio, que compuso una epopeya sobre la
guerra púnica de Sicilia y el meridional Quinto Ennio construyó unos Annales
de Roma hasta 171. El teatro, adaptado de las formas griegas, dio dram atur
gos —Nevio, Pacuvio—, satíricos —Ennio, Lucilio— y comediógrafos genia
les como Plauto y Terencio. Las obras, escritas para los festivales,
se representaban en tablados primitivos, hechos para la ocasión (el primer
teatro de piedra lo construyó Pompeyo, en 55 a. de C.). Frente a esta
verdadera invasión pacífica se alzaron genios tradicionalistas como el de
Catón, que denostaba de los Graeculi y de su literatura (no obstante hablar
griego y escribirlo bien), de sus médicos y su modo de ser. Su perdida obra
Origines se constituyó como el punto de arranque del orgullo cultural latino,
que ya estaba irremisiblemente vinculado a la luminosidad helénica.
La religión griega sorprendió, de alguna forma, a los romanos; el escepti
cismo helénico chocaba con su profunda y primitiva religiosidad, al igual que
el antropomorfismo olímpico lo hacía con su concepto de lo divino. En 205-
204, en los epígonos de los terrores de Aníbal, fue llevada solemnemente a
Roma la Gran Diosa Madre, personificada en la piedra negra de Pesinonte,
que tuvo sus propios sacerdotes orientales. El siglo ii es el siglo de la gran
apertura oriental: junto al orfismo, las doctrinas pitagóricas, el estoicismo —a
quien espera un enorme futuro— y el epicureismo, se desarrollan los cultos de
Isis y Serapis. Otros, más populares y hasta con cierto aire subversivo, dado el
carácter conservador y estático de muchos grandes romanos «a lo Catón»,
fueron perseguidos, como el culto más o menos orgiástico tributado a Baco,
que hizo temer por una acción conspiratoria de envergadura en el 186. El
culto a Baco (versión un tanto degradada de Dionysos) fue objeto de un
rígido control que lo transformó en algo perfectamente respetable. Pero no
sólo los cultos orgiásticos y el lujo cada vez más refinado de las casas ricas
hacían peligrar la firme y simple estabilidad del viejo mundo romano, sino
también la penetrante habilidad de los retores y sofistas griegos, a cuyas
disertaciones asistían los jóvenes romanos en un auténtico vértigo ante la
magia de sus palabras. La oratoria de la Edad de Oro ciceroniana empieza a
echar ahora sus raíces, con grave y enojado escándalo de quienes pensaban
que el mos maiorum no consentía usos tales, ni la sustitución de la espada o el
arado por la palabra y el volumen de blanco papiro.
A cambio, la ética de estirpe estoica sí se adaptó cabalmente al núcleo de
los mores maiorum, lo que no impidió que, políticamente, se produjeran
B IB LIO G R A FIA 81
B IB L IO G R A F IA
I. TIB E R IO S E M P R O N IO GR A C O Y EL M O V IM IE N T O P O PULAR
83
84 LA CRISIS SO C IA L R O M A N A : LOS GRACOS
rebelión de los esclavos en Sicilia durante el año 135 mostró el peligro de tales
acumulaciones y persuadió a no pocos patres de la necesidad de proceder al
establecimiento de colonias romanas.
3. La lex S em p ro n ia
II. C A Y O G R A C O Y S U S R E F O R M A S S O C IA LE S
Cayo Graco fue cuestor y estuvo prestando sus servicios militares en Cerdeña,
donde alcanzó una gran reputación por su integridad. A su regreso a Roma en
él 124, cuando tenía veintinueve años, presentó su candidatura al tribunado
para continuar la obra de su hermano y vengarle, sin recibir por el momento
el ataque de la aristocracia. Una vez elegido, Cayo Graco puso al servicio de
su causa su ardiente elocuencia y su infatigable fanatismo. Una serie de leyes,
que en su conjunto y atendiendo a su promotor se conocen como leges
'Semproniae, recogen su-programa de acción.
La sed de venganza contra los asesinos de su hermano se aprecia en las
primeras leyes que propuso Cayo. Así, contra Popilio, que había tenido parte
activa en los tumultos que causaron la muerte de Tiberio, propuso la puesta
en vigor de la norma de que todo magistrado que en el periodo de su cargo
condenase sin juicio previo al destierro o a la muerte a un ciudadano romano
tuviese que rendir cuentas de su actuación ante los comicios. Previendo cuál
90 LA CRISIS S O C IA L R O M A N A : LOS GRACOS
Cayo Graco era conceder la ciudadanía a los latinos, y los derechos que estos
últimos tenían, al resto de los socii, es decir, a los itálicos, lo que concuerda
con una de las afirmaciones de Plutarco, aunque no con la otra. Ahora bien,
se sugiere que esta duplicidad no debería constituir ninguna dificultad,
teniendo en cuenta que, cuando escribe Plutarco, toda Italia estaba ya
latinizada y podía usar el término en el sentido general de itálicos.
Los latinos estaban representados en aquel tiempo, no solamente por las
treinta ciudades que componín la Liga Latina, sino por todas aquellas
ciudades diseminadas por Italia que tenían estatuto jurídico de derecho latino,
es decir, con el ius connubii y el ius commercii, y que ahora sólo necesitaban
para su inclusión en el cuerpo de ciudadanos la concesión del derecho a votar
en los comicios. Si la propuesta de ley adoptaba la distinción entre el estatus a
conceder a los latinos y el estatus a conceder a los itálicos, el plan era
moderado y miraba al futuro. No intentaba forzar los hechos, sino que
contemplaba una incorporación gradual al cuerpo de ciudadanos: a través del
uso y disfrute de los derechos latinos, los itálicos alcanzarían la experiencia
suficiente para su incorporación en el cuerpo de ciudadanos con plenos
derechos. Era una política de altos vuelos, aunque planteada en términos
moderados, que no provocaría el entusiasmo entre los componentes del
movimiento graquiano, pero tampoco una irritación desmesurada. Sin embar
go, el ciudadano actúa más de cara a lo inmediato que con prospecciones de
futuro. A pesar de que el problema no resuelto de los aliados no podía sino
llevar a guerras fraticidas, a destrucciones y sangre, el ciudadano sólo veía
que saldría perjudicado si se aumentaba el número de los ciudadanos, puesto
que los sobornos a repartir en las elecciones de magistrados serían inferiores,
al ser mayor el número de los sobornables, y el reparto de alimentos sería
también inferior. El propio cónsul Fannio, que había salido elegido con el
apoyo que le prestara Cayo, increpaba a la muchedumbre de un modo
bastante burdo, preguntándoles si estaban dispuestos a que se comiesen su
trigo los latinos y les desplazasen del teatro y del circo gracias a la aprobación
de esa ley. La lucha arreció, por tanto, y la nobleza senatorial se dio cuenta de
que Cayo sólo podría sacar adelante esa ley con la presión que hiciese la masa
de los aliados. Un Senado consulto ordenó entonces la expulsión de Roma y
su contorno de 5.000 peregrinos. Sin el apoyo de las personas más interesadas
en que este proyecto de ley saliera adelante, Cayo se encontró muy aislado y
con una plebe hostil, inquieta por el temor a perder sus ventajas de ciudada
nos; además, fue víctima de un cerco político bien montado por la nobleza
con la ayuda del otro tribuno, Marco Livio Druso. Este no presentó a Cayo
una oposición directa, en razón probablemente de que con Tiberio no habría
dado resultado, sino que recurrió a la argucia de avanzar un programa más
audaz en las propuestas de innovación, lo cual venía a ser una oposición al
programa de Cayo. Druso elaboró un proyecto de colonización interior, en el
que contemplaba la fundación de doce colonias al menos con 3.000 ciudada
nos cada una. El proyecto era demagógico y en su mayor parte in viable, dada la
situación en la que se encontraba la agricultura romana, pero suponía
implícitamente un rechazo a la colonización ultramarina.
También atacó de un modo indirecto la reforma agraria. Ya el hermano
de Cayo Graco, Tiberio, había creído conveniente gravar las tierras entrega
das con una renta, que era un recordatorio permanente de que se trataba de
tierras estatales. Además, se estableció en la reforma que esas tierras fueran
inalienables, para evitar que pasasen, mediante venta, a engrosar los latifun
dios. La sutil propuesta de Druso de que se suprimiese la renta que había
CAYO GRACO Y SUS REFORMAS SOCIALES 95
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B IB LIO G R A FIA 97
LA CRISIS SO C IA L DE LA RE PUBLIC A R O M A N A :
II. M A R I O Y SI LA (121-79 a. de C.)
Mauricio Pastor
98
PELIGROS EXTERIORES EN AFR IC A Y LA G A L IA 99
2. El ascenso de M a rio
En los años veinte de este siglo, Roma iba a poner firmemente el pie en el
litoral galo, remediando así, entre otras cosas, la necesidad de una comunica
ción exclusivamente marítima con Hispania y Marsella. En 125, Flacco
anexionaba parte de la Galia y Sextio Calvino, meses después, fundaba Aquae
Sextiae, en tierras salias vecinas de Marsella. La dificultad mayor estribaba en
domeñar a los pueblos hegemónicos de avernos y alóbroges, que fueron
vencidos, sucesivamente, en 122 y 121, gracias a los planes de Cneo Domicio
Aenobarbo, a cuya iniciativa se debió una arteria fundamental desde entonces
en la logística romana: la vía Domicia, entre el Ródano y el Pirineo, vigilada
por la primera colonia romana fundada fuera de Italia (con excepción de la
intentada por Graco): Narbona, de la que iba a tom ar su nombre toda la zona
(Gallia Narbonensis). Gracias a tales actuaciones la romanización avanzaría
velozmente, transformando el sur de la Transalpina en la «provincia» romana
por antonomasia (a lo que alude su nombre histórico de «Provenza»).
100 LA CRISIS S O C IA L R O M A N A : M A R IO Y S ILA
117 d. de C.
Oriente en el año
IG. 16.
102 LA CRISIS SO C IA L R O M A N A : M A R IO Y SILA
candidatura (y, con ella, el mando de la guerra númida para Mario) triunfó en
los comicios.
6. La am enaza de c im b rio s y te u to n e s
constituían una base real de fuerza como para imponer las cosas violentamen
te, y tomarse el desquite largamente esperado.
El programa del año 100 —centrado en la consecución de tierras para los
veteranos— obtuvo, bajo amenazas de todo tipo, la concesión de lotes en
Galia meridional y el permiso para fundaciones coloniales en Sicilia, Acaya y
Macedonia. Pero entre los soldados de Mario figuraban muchos itálicos, sin
ciudadanía romana; de manera que los medios aristocráticos y financieros
supieron encontrar apoyo político en la plebe urbana, que se sentía perjudica
da por la atribución de lotes públicos a no ciudadanos. Así, aun aprobándose
la norma legal, no pudo ser llevada a la práctica. El periodo electoral del 99
comenzó de manera muy alterada: Saturnino concurría por tercera vez al
colegio tribunicio y Glaucia, sin esperar el transcurso del intervalo legal,
quería ser elegido cónsul, recurriendo al asesinato de Memmio, su rival, para
lograrlo. El Senado declaró, ante tales circunstancias, el estado de excepción
mediante el voto de un senatusconsultum ultimum, poniendo a Mario frente a
sus responsabilidades de primr magistrado y obligándole a elegir entre
sumarse a los revoltosos o defender la legalidad republicana. Mario, asustado
ante el giro de los acontecimientos, accedió a restaurar el orden y se encargó,
con sus tropas, de eliminar a sus recientes aliados: tras diversos combates en
la ciudad y aun antes de que el senado deliberara formamente acerca de la
suerte que iba a depararse a Glaucia y Saturnino, ambos fueron ejecutados por
un grupo de enemigos políticos.
Por un momento, pareció que las cosas tornaban al equilibrio tradicional:
senadores y caballeros habían actuado de consuno frente al enemigo común;
y el ejército, entregado a Mario, apoyaba la restauración conservadora. Pero,
una vez conseguida la eliminación de los caudillos populares, surgieron de
nuevo las contradicciones que enfrentaban a los dos órdenes dominantes.
Pues estaba encargado el primero de la gobernación de las provincias y el
Estado; y de enjuiciar las conductas gubernativas el segundo, especialmente a
través de los tribunales permanentes contra la conclusión o quaestiones de
repetundis que, desde la legislación de Glaucia en 104, estaba en manos de los
caballeros. Con fuertes intereses en el arriendo de los impuestos provinciales,
el orden ecuestre tomaba venganza en los procesos que controlaba resp ec to de
los gobernadores senatoriales que se oponían a sus abusos en las provincias.
Una sentencia del 92 (condenando al consular Rutilio Rufo por su gobierno
en Asia) rompió el equilibrio: Rutilio era un hombre prestigioso y honrado,
amigo —además de Mario— y protector de los provinciales frente a los
excesos de los publicanos; acaso por ello los caballeros lo eligieron como
objetivo, para mostrar su poder y exhibirlo sin contemplaciones, condenándo
lo pese a lo sólido de su defensa y a los elogios que de él proferían los
supuestos extorsionados de Asia.
Rota de esta manera, definitivamente, la concordia ordinum o armonía entre
los grupos sociales rectores de Roma, una cuestión de igualdad jurídica,
pendiente desde la muerte de los Graco, iba a poner, de nuevo, a la República
en grave riesgo.
Cinna. Mario, cuya sed de desquite había sido uno de los motores principales
de las atrocidades cometidas, murió al poco, enfermo y degenerado, lo que
supuso un breve respiro y la oportunidad de hacer prevalecer algunos factores
de moderación.
Cinna, que actuó a modo de dictator, gobernó colegialmente con Valerio
Flacco, de familia muy vinculada a los medios «populares». Para aliviar la
situación económica de los más menesterosos (o de los aliados políticos
endeudados), condenó en un 75 por 100 las deudas pendientes, bajó las tasas
de interés y mejoró el control sobre el numerario circulante, muy alterado,
medida esta última que fue bien acogida por los medios dinerarios, muy
afectados por las variaciones irregulares y repentinas de las acuñaciones de
plata, en estado caótico.
Dos censores extraordinarios fueron designados (86) para redistribuir la
ciudadanía, según la legislación de Sulpicio Rufo, aunque no se advirtieron, al
parecer, grandes cambios de hecho; de lo que algunos deducen cómo estas
medidas las llevó el gobierno a cabo más para satisfacción momentánea de sus
aliados neociudadanos y para cubrir las apariencias, que no con el fin de
darles verdadera satisfacción, en una conducta perfectamente típica de las
oligarquías políticas romanas, fueran del signo que fuesen.
Cinna continuó en el consulado en 85 y 84, imponiendo como colega a
Papirio Carbón, dotados ambos de poderes especiales y dirigiendo un Senado
impotente al cual, no obstante, iba remitiéndose asuntos del despacho
ordinario. El régimen hubiera parecido asentado, con la colaboración de los
sectores senatoriales y ecuestres más operativos, si no hubieran existido, como
una amenaza remota, pero cierta, Lucio Cornelio Sila y las legiones bajo su
mando. Un día u otro, habían de regresar. Sila fue declarado enemigo de la
República, lo que no impidió que, durante el bienio, actuara como procónsul
en el teatro griego de las operaciones, y que se intentasen varias veces
contactos y transacciones que no dieron fruto. Las fuentes clásicas (Apiano,
sobre todo) siguen con algún detalle la correspondencia intercambiada, las
posturas alternativamente amenazadoras o conciliadoras de ambas partes, los
puntos de inflexión, etc. Y parece advertirse, inicialmente, en Sila un cierto
deseo contemporizador que, finalmente, se frustaría, originándose una nueva
fase armada de la guerra civil, que no parecía poder ya solventarse, sino con el
aniquilamiento de uno de los dos bandos enfrentados.
Entre tanto, Sila, aunque con enorme esfuerzo, había conseguido notables
éxitos en Grecia, alentada por Mitrídates a la rebelión (por razones que luego
se verán). Firmada una paz apresurada con el póntico, el general deseaba
regresar prontamente a Roma, en donde Cinna y Carbón reclutaron tropas
que oponerle, a ser posible, en el mismo frente oriental. Esta inédita campaña
invernal, en la que se reclutaban legiones para aniquilar legiones, provocó
numerosos descontentos. El plan —partir de los puertos adriáticos hacia
Grecia— fue parcialmente desbaratado por un motín que, en Ancona, acabó
con la vida de Cinna (84), mientras que otro contingente enviado contra Sila,
al mando de Fimbria, se pasaba con armas y bagages al general conservador.
Carbón, mucho más radical que Cinna, acabó de decidir a la nobleza hacia el
apoyo a Sila, lo que no hizo cejar al cónsul en sus levas de tropas, que
acabaron por llevar a la ruptura de cualquier negociación y la guerra civil, de
nuevo (83).
112 LA CRISIS S O C IA L R O M A N A : M A R IO Y SILA
firmada por el Senado. La acción de éste —que, tras varias peripecias, entró
en Bizancio y pasó al Asia, siendo entonces asesinado por su segundo,
Fimbria— no tuvo consecuencias relevantes, mientras que Sila volvía a
cosechar éxitos en Orcómenos de Beocia y Fimbria en Asia menor, estando a
punto de capturar aMitrídates (lo que fue impedido por Lúculo, el fiel cuestor
silano encargado de las relaciones diplomáticas de Sila en la zona y de la
creación de un fondo financiero para sostener la campaña, misiones todas en
la que resultó muy eficaz). Cuando la flota organizada por Lúculo apareció en
el Egeo, la situación de Mitrídates, amenazado por una triple tenaza, le obligó
a solicitar la firma de la paz. Se signó ésta en Bárdanos (85), en términos muy
benévolos para el monarca, que Sila aceptó dada la situación de sus intereses
romanos y de la República en general. Mitrídates, desde luego, se comprome
tía a la vuelta al statu quo en Asia Menor, a la entrega de su flota y al pago de
moderadas indemnizaciones, a cambio del fin de las hostilidades y del
reconocimiento formal de su soberanía sobre el Ponto, por parte de Roma.
Conseguido, de este modo, un respiro, Sila acorraló a las tropas de
Fimbria, acosando a éste hasta obligarle al suicido, desmoralizado ante las
derrotas y las deserciones masivas de sus soldados. Procedió, inmediatamente,
a la ocupación del Asia romana y a los primeros castigos hacia quienes habían
preferido a Mitrídates que no a la República y se dispuso a negociar su
regreso, según hemos visto ya, lo que hizo desde Grecia, a la vez que
reorganizaba su nutrido y victorioso ejército. La muerte de Cinna le decidió a
dar el paso definitivo, abandonando toda diplomacia: en Brindisi, como se
dijo, desembarcaron sus cuarenta mil soldados (83), dispuestos a la conquista
de la Urbe misma.
9. El g o b ie rn o de Sila (8 2 -7 9 a. de C.)
repartos de trigo a los ciudadanos, con lo que se destruían las reformas de los
Graco.
Todos los delitos iban a los tribunales permanentes, elevados ahora a siete,
y cuya competencia se extendía a todos los crímenes importantes.
En cuanto a la organización administrativa de Italia mantuvo las anterio
res concesiones de ciudadanía romana a los italianos, salvo a algunas ciudades
que se habían mantenido de forma continua contra él. Es probable que
procediera a la integración de los nuevos ciudadanos aliados en las 35 tribus
con más rapidez que en tiempos de Cinna; este hecho confirma que su
dictadura constituyente poseía seguramente poderes censoriales. Por otra
parte, al haber privado de su poder a la asamblea popular, los nuevos
ciudadanos no suponían peligro alguno para el Senado.
Aunque Sila no había adquirido ninguna provincia en Oriente, probable
mente sí constituyó una en Italia, separando la Galia Cisalpina de la Galia
peninsular. Así convirtió el norte de Italia en una provincia romana. En ella
colocó un gobernador y una guarnición para defenderla. El número de
provincias quedó así elevado a diez.
Por lo que respecta a la liertad concedida a los esclavos de sus adversarios,
con los que formó su guardia personal (los 10.000 Cornelios), esta medida
estaba claramente relacionada con una política de clientela normal.
Finalmente, hizo votar una verdadera legislación de orden moral contra el
adulterio, el lujo, los juegos de azar, etc.
Sila, que actuaba con nuevos métodos en el ámbito de la política
reformadora senatorial abdicó de la dictadura, probablemente a finales del 81
a. de C., tras haber concluido sus principales reformas. En el 80 ocuparía el
consulado, juntamente con Metelo Pío, y este año debe considerarse como el
primero de la renovación del Estado. En el 79, inexplicablemente, renuncia a
un nuevo consulado que le confería el pueblo y al gobierno de la Gallia
Cisalpina. Finalmente, en el mismo año, se retira a una finca que poseía en
Campania, como un ciudadano más y deja así funcionar el sistema político
que había ideado. Al año siguiente moría sin que se hubieran cumplido sus
deseos.
Es difícil juzgar la obra política de Sila. De sus reformas, la República
había salido reforzada en su apariencia constitucional, pero había quedado
mortalmente herida en sus principios. Con sus reformas todas las institucio
nes, todas las clases quedaron disminuidas, exceptuado el propio Sila. El
poder ya no pertenecía a nadie: magistrados, senadores, simples ciudadanos,
no eran más que los engranajes de una máquina que debía recibir sus
impulsos de fuerzas exteriores a ella. Sus contemporáneos y, a menudo, los
historiadores modernos sólo han visto en él al restaurador de los privilegios
arcaicos de una nobleza incapaz. Una nobleza que, en definitiva, será la que
apoye a Augusto y la que acabe con el dominio del pueblo. Mérito grande fue,
después de la «guerra social», transformar la constitución romana en una
constitución italiana. Sus reformas completaron, en consecuencia, la unidad
italiana.
Su imprevista renuncia al poder ha planteado a los investigadores innume
rables hipótesis que aún están sin resolver. Se indican motivos de todo tipo
que van desde los psicológicos hasta los futuristas, pero que no es preciso
señalar aquí.
La obra de reforma, en sentido filosenatorial, moderada y alejada de
extremismos es lo que debemos juzgar como más importante; y en relación
con esta obra de reforma se debe evaluar su acción política. Insistir en el
B IB LIO G R A FIA 117
BIBLIOGRAFIA
Angel Montenegro
I. LA ERA DE P O M P E Y O
7. El escándalo de V erre s
apoyo de Pompeyo hacerse elegir edil para el año 69, sería un hombre a tener
en cuenta en la política de Roma.
La paz de Dárdano que Sila había suscrito con Mitrídates el año 85, no era
otra cosa que un armisticio impuesto por las circunstancias. Las posteriores
intervenciones de Murena y Sabino no habían detenido las intrigas de
Mitrídates. Es así que, cuando en el año 75 Nicomedes, rey de Bitinia, legó su
reino al pueblo romano, Mitrídates ocupó sus tierras, aprovechando las
126 LA LU C H A POR EL PODER PERSONAL: POMPEYO
el año 67, cuando Julio César vuelve de Hispania y está dispuesto a ganarse a
la plebe y a los caballeros iniciando una desiva campaña contra los patres y su
política.
La primera ocasión de actuar contra los patres ocurre por el problema de
los piratas. Pues, con la penetración de las legiones de Lúculo en Armenia
dejó libre el campo de Asia Menor y se recrudecieron los ataques de los
piratas alentados por Mitrídates; contaban con 1.000 naves bien equipadas y
dominaban el Mare Nostrum, de modo que en el 67 se había producido en
Roma el alza brusca de los precios y todos temían el hambre. Es el momento
en que el tribuno Gabino introduce una rogatio por la que se le pide la
institución de un mando único con poderes extraordinarios para acabar con
los piratas en las islas mediterráneas y sus regiones costeras. Hizo que se
otorgara el encargo a Pompeyo y que se pusiera a su disposición 130.000
hombres con 500 naves de guerra. Hubo enconada oposición del Senado que
rehusaba poner en manos de uno sólo tales poderes; pero triunfó la propuesta
que apoyaban el pueblo y los comerciantes del orden ecuestre que querían ver
restituidos sus negocios. La simple confirmación del mando a Pompeyo hizo
bajar el precio del trigo. Julio César había sido hombre clave en la asignación
de este mando, pese a que auguraba una monarquía de Pompeyo.
Las esperanzas puestas en Pompeyo no fallaron. En tres meses puso de
nuevo orden en el mar y lo limpió de piratas. En poco más de un mes acabó
con ellos en el Mediterráneo occidental, desde Gibraltar al estrecho de
Mesina. Luego se dirigió a las auténticas fortalezas que mantenían en Cilicia:
desembarcó sus tropas, deshizo con máquinas sus fortificaciones y lanzó la
infantería al asalto. En total les capturó 846 barcos, dio muerte a 100.000
corsarios, arrasó 120 plazas fuertes e hizo 20.000 prisioneros; lejos de maltra
tarles les situó en Asia e Italia, donde mostraron su gratitud convirtiéndose en
honorables trabajadores.
Luego Pompeyo, que tenia prisa por sustituir a Lúculo, emprendió rápida
mente la campaña contra Mitrídates. Poseía el mando de las provincias de
Cilicia, Asia, Bitinia y Ponto y poder absoluto de alianzas, paz o guerra; bajo
su sola responsabilidad. En Cilicia reunió su ejército y el de Lúculo e inició
conversaciones con los parthos: obtuvo de su rey Tigranes la promesa de no dar
hospitalidad a Mitrídates; a cambio Tigranes ampliaría sus dominios en
Mesopotamia. Pompeyo disponía de 60.000 legionarios y 4.000 caballeros;
justamente el doble que Mitrídates. Ante la presión de Pompeyo. en el verano
del 66, hubo de retirarse del Ponto; luego le alcanzó en Armenia y en
sucesivos encuentros deshizo prácticamente todo su ejército. Con muy pocos
seguidores buscó refugio junto a su yerno Tigranes quien, en virtud de sus
pactos con Pompeyo, rehusó darle asilo o protección, por lo que se dirigió al
norte.
Entonces Pompeyo marchó hacia Artaxata capital de Armenia con objeto
de poner límites al expansionismo de Tigranes. Le confirmó en sus dominios,
pero le obligó a renunciar a sus recientes conquistas en Capadocia, Siria,
Fenicia y Sofene. En este último territorio situó a uno de sus hijos; regularía
la situación de las tierras restantes desde Armenia hasta Egipto. Además,
Pompeyo impuso una contribución de 6.000 talentos a los que el propio Ti
granes, temeroso de su suerte, añadió un donativo importante para
cada legionario y mandos del ejército pompeyano. En el invierno del
año 66 penetró en el Caucaso y venció a los albanos e iberos, obligando a
Mitrídates a escapar del puerto de Dioscurias en dirección a Crimea. En el
verano del 65 recorre el valle del río Cyrus hacia el Caspio, explorando la ruta
LA ERA DE POMPEYO 129
Phanagona
LA LU C H A POR EL PODER PERSONAL: POMPEYO
Era, sin duda, César el político más completo que haya dado la historia y
que supo labrar su propia suerte con su propia iniciativa, sin otro sólido
punto de partida que su extraordinario talento político, los méritos que fue
adquiriendo paso a paso y su servicio a la clase popular. Pero, sobre todo,
tuvo un programa político realista, servido por sus innatas virtudes de mando;
trataba de dar nuevos y definitivos rumbos al Imperio. Nacido hacia el año
100, era de la antigua estirpe patricia Julia. Su padre había desempeñado el
consulado. Tenía entera vinculación al partido popular, pues su tía Julia
había sido esposa de Mario y él mismo casó con Cornelia, hija de Cinna,
después de Mario el hombre más notable entre la oposición a la aristocracia
senatorial; con motivo de este matrimonio César hubo de desterrarse de
Roma, ya que Sila quería obligarle al divorcio; ante su negativa, sentenció el
dictador que en César había «muchos Marios». La juventud de César fue
bastante disipada y consumió fortunas en una vida nada ejemplar. Precisa
mente a partir de los años setenta antes de Cristo se lanza abiertamente a la
participación en los asuntos públicos y aspira a cumplir su programa
ocupando las sucesivas magistraturas o haciéndolas ocupar por sus amigos del
partido popular. Consciente de lo que se proponía, consiguió la votación de
una serie de leyes que van minando el poder senatorial. Fue gran amigo de
,Crasso, hombre inmensamente rico y por entonces jefe del partido popular;
Crasso apoyó política y económicamente a César, hasta que éste se convirtió
en el auténtico dirigente de los «populares» y consiguió arrastrar consigo y en
favor de su programa a todo el orden ecuestre y a buena parte de la nobilitas
más sensata y comprensiva de los problemas de fondo existentes en Roma que
César quería remediar.
La disputa de estos tres personajes, Cicerón, César y Catilina, respaldados
por poderosas facciones políticas, resultó compleja y llena de intrigas. La
primera fricción seria surgió en el año 66, con motivo de la elección de los
cónsules para el 65. En ellas el triunfo de la oposición a los oligarcas fue
rotundo: Crasso, el jefe de los populares, fue elegido censor; César, obligado a
Crasso por las enormes sumas que le hubiera prestado, fue designado edil
curul; para el consulado fueron elegidos P. Autronio Paeto y P. Cornelio
Sulla, dos incondicionales de César. Lógicamente entonces, una parte del
Senado temió justamente por el porvenir de la República y apoyándose en la
lex Calpurnia de ambitu obtuvieron la condena y la anulación de estas
designaciones para cónsules: fueron elegidos en su lugar L. Manlio Torquato
y L. Aurelio Cotta, fieles al partido de la nobilitas. Entonces Crasso, César,
Catilina, Calpurnio Pisón y otros muchos trataron de responder a este
procedimiento revolucionario con otro aún más revolucionario y tramaron lo
que se ha dado en llamar la primera Conjuración de Catilina. Se proponían
abolir las deudas, hacer nuevos repartos de tierras en la línea de los Graco y
asesinar a los dos cónsules, Cotta y Manlio, el primero de enero del 65,
restableciendo a los depuestos Autronio Paeto y Cornelio Sulla. Entonces,
según sus planes, se nombraría dictador a Crasso; a César, jefe de la caballería
y encargado de anexionar Egipto. Se daría a Pisón el mando extraordinario de
las dos Hispanias, y Catalina sería cónsul para el año siguiente. El complot
fracasó porque César, enemigo de métodos criminales, no dio la señal
convenida para el asesinato de los cónsules optimates en el momento de su
entrada en ejercicio. Parece, por lo demás, que estos cónsules conocían el plan.
Luego, Pisón fue enviado a Hispania, en apariencia con una misión informati
va y más probablemente, según S alustio , para entregarle en manos de los
clientes hispanos de Pompeyo: en circunstancias confusas fue asesinado. Sin
134 LA LU C H A POR EL PODER PERSONAL: POMPEYO
3. La C o n ju ra ció n de C a tilin a
sus secuaces preparaban sus armas. Cicerón hubo de presidir los comicios
protegido por una coraza bajo la toga. Esta demagogia y planteamiento
revolucionario y criminal de Catilina le ganó la adhesión de muchos desposeí
dos y aún de no pocos nobles endeudados, pero le malquistó la voluntad de
los populares más sensatos y moderados, entre ellos César y Crasso, que no le
apoyaron en última instancia. Catilina fue de nuevo derrotado en los comicios
de septiembre, mientras unos días después César era designado pretor para el
año 62.
Entonces Catilina, lleno de ira, sólo pensó en lograr sus propósitos
mediante la lucha armada, para la que buscó toda clase de apoyos e hizo
planes bien meditados. Recabó prosélitos entre nobles arruinados, veteranos
inadaptados a la vida campesina, gladiadores y esclavos. Los catilinarios
prepararon escrupulosamente sus planes de acción en Roma y en Italia.
Cicerón, que figuraba como la primera víctima de la conjura, se decidió a
actuar. Descubrió la conjura a finales de septiembre por Fulvia, a quien su
amante, catílinario, le prometía pagar espléndidamente cuando se consumase
la planeada revuelta. Cicerón no pudo actuar entonces por falta de pruebas: se
limitó a dar cuenta al Senado. Podría ofrecerlas cuando los propios populares,
Crasso, M. Metelo y Q. Arrio, éste incondicional de César, le llevaron cartas
de los conjurados que les invitaban a abandonar Roma en vista de los
acontecimientos que se avecinaban. Al día siguiente el Senado invistió a los
cónsules de los poderes que les otorgaba el senatus consultum ultimun para
salvar la República. Con rapidez Cicerón procede a la leva de soldados y
protege la Campania, donde el peligro de los gladiadores podía ser grave.
Tenía atribuciones para arrestar y ejecutar a los sediciosos; pero, ante los
juicios a que César había sometido a los esbirros de los proscriptores,
Cicerón no se atrevió a adoptar tales medidas extremas y Catilina proseguía
actuando en Roma con tono desafiante. Incluso tramó el asesinato de Cicerón
para el día 8 de noviembre que, conocido de antemano, fue abortado y
apresados los presuntos asesinos.
Es entonces cuando Cicerón pronuncia su primera Catilinaria y desenmas
cara al revolucionario que, haciendo alarde de cinismo, ha asistido a la sesión
del Senado. Catilina abandona la ciudad y se reúne en Etruria con Manlio, que
ya había reclutado un nutrido ejército, principalmente con antiguos veteranos
de Sila, y se proponía asaltar Roma con la complicidad de otros muchos
agrupados en torno a Léntulo, Cethego, Calpurnio Bestia. La primera medida
tomada por Cicerón, a primeros de diciembre, fue la de hacer abortar la
sedición dentro de Roma, donde fueron apresados los principales cabecillas:
Léntulo, Cethego, Gabinio, Estatilio; se habían comprometido por escrito en
unas cartas entregadas a los embajadores de los allóbroges, que por entonces
se hallaban negociando en Roma. Fueron procesados y ejecutados, contra la
opinión de César que sugería remitir el juicio a la asamblea popular y un trato
de clemencia con los conjurados. La noticia del fracaso de la conjura en
Roma, provocó la huida de no pocos de sus partidarios. En todo caso faltaba
reducir a las tropas de Manlio y Catilina. El cónsul C. Antonio fue encargado
de esta tarea.
A fines de enero del año 62 el ejército del entonces ya procónsul C.
Antonio les persiguió cuando trataban de retirarse y alcanzar las tierras más
allá de los Alpes. El ejército de Catilina, que incialmente no llegaba a veinte
mil hombres, y mal armados, se redujo con las defecciones a unos tres mil. El
procónsul les dio alcance en Pistoia y cedió el mando a M. Petreio que
aniquiló fácilmente a los rebeldes, aunque lucharon encarnizadamente. Catili-
136 LA L U C H A POR EL PODER PERSONAL: POMPEYO
Roma: Pompeyo había perdido la oportunidad que le deseaba César, pero que
en definitiva prefería para sí mismo.
En efecto, César se haría designar propretor para Hispania ulterior
jurante el año 60, tras superar hábilmente y como siempre, engrandecido, el
aireado escándalo de la Domus pública, en que se viera envuelto por culpa de
su mujer. Por su parte Pompeyo licenció a sus gentes sin que el Senado
hubiera confirmado sus disposiciones en Oriente, ni hubiera consentido
premiar a los veteranos con el reparto de tierras. Añádase que Pompeyo
repudió a su esposa Mucia a quien acusaban de no pocos adulterios, entre
otros con el irresistible César. Con ello, pues, al descrédito al que Pompeyo
había llegado por circunstancias personales o por el temor de la nobilitas a sus
poderes dictatoriales, se añadía el triunfo de sus adversarios y rivales políti
cos. Contra el prestigio de Pompeyo estaba la no confirmación de su política
en Oriente, lo que le acarreó la decepción de los caballeros, los veteranos y el
pueblo; el prestigioso Catón se había negado a dar alguna de sus hijas en
matrimonio para Pompeyo o para su hijo. Los familiares de Mucia le
volvieron la espalda, pues, con el repudio aún más pública su deshonestidad;
Crasso, su acendrado enemigo, podía volver a Roma sin temor al gran
Pompeyo.
Así ante el fracaso de los planes monárquicos para Pompeyo, César
buscó su propia oportunidad. Durante el año 60 llevó a efecto en Hispania
una fulgurante y lucrativa campaña contra los galaicos que le permitió volver
rápidamente a Roma en plan de gran triunfador; en Hispania logró una
poderosa clientela, entre ellos Balbo el Mayor, una milicia orgullosa de haber
conquistado grandes riquezas y tierras lejanas y ricas, sin apenas pérdidas
humanas gracias al genio militar y generosidad de César; el propio César
volvería cargado de tesoros, que le permitían saldar sus grandes deudas y aún
reservarse un fuerte remanente para sí y para el tesoro público. César añadía
así el prestigio militar a su ya excelente imagen de político.
César se presentó en Roma en julio del año 60, precedido de una fama
impresionante, bien aireada por sus partidarios. Ante sí tenía entonóes la
doble perspectiva de celebrar el triunfo, tal como acaban de hacerlo Cicerón y
Pompeyo colmando sus vanidosos deseos, o renunciar al triunfo para poder
entrar en Roma y participar en la campaña electoral en apoyo de su
aspiración al consulado para el año 59. En efecto, la celebración del triunfo le
habría obligado a permanecer fuera de Roma; prefirió optar al consulado.
Así, cuando ya se aproximaba a la ciudad estableció contacto con Crasso y
Pompeyo y les persuadió del interés que para ambos ofrecía la mejora de sus
relaciones mutuas. En este mismo sentido hizo sugerencias a Cicerón, pero
este no aceptó. Así pues, cumpliría César sus planes con Crasso, que unía el
dinero a la aristocracia y era el jefe del partido popular; Pompeyo añadía el
prestigio militar y el respaldo de un sólido núcleo de veteranos. A uno y otro
les persuadió César para que depusieran sus viejos rencores. Por su parte
aportaba César la auctoritas que le daba el Sumo Pontificado y su entronque,
aceptado por la creencia generalizada entre los ciudadanos, de su vinculación
a los divinos fundadores de Roma; era por lo demás, un auténtico conductor
de masas y el verdadero ídolo del partido popular; se había añadido el
prestigio como militar y organizador de Hispania, y todos admiraban el genio
y la altura del programa político de César, pues, sin duda, era un hombre
práctico en ideas y en realidades. César, pues, coordinó a estos hombres
prestigiosos para asestar el golpe decisivo al envejecido sistema de la Repúbli
ca: se convertiría en el alma de lo que se dio en llamar «Primer Triunvirato».
138 B IB LIO G R A FIA
BIBLIOGRAFIA
EL P R IM E R T R IU N V I R A T O
Y LA M O N A R Q U I A DE CESAR (60-44 a. de C.)
Angel Montenegro
I. EL P R IM E R T R IU N V IR A T O
139
140 EL PRIMER TR IU N V IR A TO Y LA M O N A R Q U IA DE CESAR
ron romper las defensas romanas, sino que sufren tales pérdidas que se
dispersaron amedrentados. Vercingetorix hubo de rendirse en septiembre del
52; fue aherrojado y sus seguidores entregados como esclavos a los romanos.
El resto del año 52 y el 51 César lo ocupó en pequeñas tareas pacificadoras y
de organización de las inmensas tierras sometidas.
El trato en general benigno y las medidas precautorias eliminaron toda
posibilidad de nuevo levantamiento para el futuro. Y el prestigio de César
como general se situaba muy por encima de cualquier otro romano, incluido
Pompeyo. La lucha, en efecto, había costado a la Galia 100.000 muertos y
otros tantos prisioneros, según cuenta Plutarco. El botín logrado enriqueció
sobremanera a César y a sus colaboradores; los soldados también habían
logrado pingüe botín y donativos de su general. En lo sucesivo la Galia se
convertiría en provincia romana, aunque la tarea de organización administra
tiva se completaría bajo el gran administrador Augusto. La contribución
global que César impuso a los galos fue de 40 millones de sestercios. No era
excesiva, dada su extensión. Además, practicó una inteligente reestructuración
administrativa de las tierras que incluía una masiva incorporación de nobles
galos a esta administración e incluso la promoción de los más influyentes que
le eran fieles a cargos públicos y honores senatoriales. Por lo demás,
constituyó numerosos cuerpos militares integrados exclusivamente por galos y
que funcionaban como unidades especiales con sus propios cuadros de
mando, armas y vestidos; serían el precedente de las alae y cohortes a las que
Augusto dio carácter y organización definitiva con vigencia durante cinco siglos
del Imperio Romano. Todos estos servidores políticos y militares de César se
le vincularon personalmente en la condición de clientes; le serían totalmente
fieles y adictos y César les otorgaría la ciudadanía romana y en su caso tierras.
La antigua provincia romana Narbonense recibiría múltiples deducciones de
veteranos de entre todas las legiones que habían combatido en las Galias;
recibieron tierras en las nuevas colonias, como Narbona, Baeterra, Forum
Iulii, Vienna. Sólo una colonia fue fundada fuera de la Galia Narbonense, en
Lugdunum (Lyon), sobre territorio de los helvecios.
4. H acia la g u e rra c iv il
II. LA M O N A R Q U IA DE CESAR
C AESAR
COHORTES
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LA M O N A R Q U IA DE CESAR 157
4. La m u e rte de César
B IB L IO G R A F IA
E C O N O M IA Y SOCIEDAD DURANTE
LA EPOCA R E P U B L IC A N A
I. E C O N O M IA
160
EC O N O M IA 161
Reino de tos P to lo m e os
E C O N O M IA Y SO C IEDAD D U RANTE LA EPOCA R EPU B LIC A N A
3. Los p ro g re s o s d e l c o m e r c io y la b an c a
II. S O C IE D A D Y C U L T U R A
impulsarse desde el siglo II, según cánones helenísticos, gracias a tal mano de
obra servil llegada de Oriente, lo cierto es que donde la esclavitud tuvo una
verdadera incidencia fue en el trabajo rural, hasta el punto de haber sido los
ambientes agrícolas, y no los urbanos, el foco generador de posteriores
revueltas serviles.
La situación jurídica y social del esclavo era, en principio, bastante
deprimente. La condición servil era hereditaria, y el esclavo, al no ser sujeto,
sino objeto de derecho, no estaba capacitado para contraer matrimonio
jurídico válido, sino contubernium, ni para disponer de una familia legal.
Quedaba, igualmente, excluido de los derechos patrimoniales, no pudiendo ser
propietario, acreedor o deudor, ni comparecer en juicio por cualquier causa.
Tampoco tenía facultades para testar, ni dejar herederos de ningún tipo. Su
dueño podía hacer de él lo que deseara, venderlo, donarlo, castigarlo e incluso
matarlo. Sin embargo, con el tiempo, al principio jurídico que convertía al
servus en una simple cosa, se opusieron las doctrinas filosóficas que preconiza
ban un mayor humanitarismo, lo cual tampoco dejó de tener consecuencias
notables entre los juristas. La filosofía estoica, afirmando la libertad natural
de todo hombre, consiguió atraer a sus postulados a todo un sector de la
intelectualidad romana, si bien este proceso se acentuaría fundamentalmente
durante el Imperio.
2. El H e le n is m o y su in c id e n c ia en R o m a
debate la clase dirigente romana, pues no están justificados por las propias
necesidades de la guerra. En Africa, el arrasamiento de Cartago significa el
ocaso del estado púnico, y con él desaparece el mayor enemigo de la causa
romana. En la Península Ibérica, el sitio y destrucción de Numancia es un
episodio desgraciado, un escarmiento atroz para todos aquellos pueblos
hispanos que se resisten concienzudamente a ser explotados y dominados en
provecho de las sociedades mercantiles y publicanas y, en definitiva, del
propio Estado romano. Pero quizás sea el tercer acto represivo, el saqueo de
Corinto, el más difícil de explicar a primera vista, porque se halla en abierta
oposición con la política que Roma había llevado hasta ese momento en
Grecia, cuya principal consecuencia había sido trasplantar al suelo italiano los
múltiples fermentos del Helenismo. El historiador griego Polibio, enorme
mente asombrado por el rápido ascenso de Roma, llegó a escribir: «Casi toda
la Tierra está sometida a la dominación de los romanos, y su poder ha llegado
hasta un punto... más allá del cual no parece que jamás ningún pueblo pueda
ir.» Estas palabras, certeras desde el punto de vista de la política exterior, no
lo son tanto en el campo de la cultura, pues Roma, desde el momento en que
hizo acto de presencia en Grecia y Oriente, comenzó a asimilar progresiva
mente herencias culturales externas, con la misma velocidad con que fue
perdiendo un poco de sí misma.
La proyección cultural del Helenismo fue abarcando gradualmente todos
los órdenes de la vida romana a lo largo del siglo n. Ese proceso de
asimilación fue, si cabe, relativamente rápido, y esta circunstancia explica
hasta cierto punto las convulsiones internas que produjo en el seno de una
sociedad, como la romana, que si por algo se caracterizaba era por ser
tremendamente conservadurista y sobria. A primera vista, el mundo griego,
sus costumbres, modas, usos, etc., chocaban abiertamente a ojos romanos. Si
bien es verdad que toda una tradición legendaria vinculaba a Grecia con
Roma, y que tampoco habían faltado desde siglos atrás los préstamos
económicos, religiosos o culturales de la primera a la segunda, no es menos
cierto que, sólo tras las Guerras Púnicas y la conquista de Grecia, el pueblo
romano se encontró ante una herencia cultural que, por obra y gracia de los
avatares políticos, tuvo que asimilar en poco tiempo.
En aquellos decenios, los resortes del Estado republicano se encontraban
en manos de unas pocas familias, dentro de las cuales destacaba con luz
propia la de los Cornelii Scipiones. Fuertemente consolidados en la palestra
política por sus alianzas y clientelas tejidas desde Roma hasta las ciudades de
Italia o España, aglutinando en torno a sí un grupo de hombres con intereses
comunes y una nueva visión del mundo, los Escipiones encarnaban el sector
más progresista y abierto de la sociedad romana, el que hacía más abierta
profesión de fe filohelenista. Para estos hombres el pasado de Roma no era un
legado estático, sino un momento superable. Roma podía y debía reconocer
ahora la herencia de la civilización helénica, podía a partir de ella y merced a
su destino imperial transformar el mundo, máxime cuando ese ideal de
dominio no se hallaba limitado a la mortalidad de un sólo hombre, como
había ocurrido con Alejandro. Para los Escipiones era mayor la capacidad del
héroe griego, encarnada en un Flaminino o en Paulo Emilio, que la del propio
pueblo romano, tradicionalista y anónimo.
dad del Estado, lo cierto es que, a estas y otras motivaciones de orden político
(oposición al filohelenismo del clan de los Escipiones, temor a propagandas
subversivas extranjeras), no dejaban de añadirse implicaciones religiosas. De
hecho, la creciente helenización de la vida romana, que ya no cesaría a lo largo
del siglo II , estaba produciendo grandes mutaciones en la religión, lo cual
provocaba reacciones en los sectores conservadores. Ello volvería a ponerse
pocos años después de manifiesto, cuando en el 181, y por orden de los
magistrados, fueron inmediatamente destruidos unos libros pitagóricos atri
buidos al rey Numa, que habían sido encontrados recientemente. El pitagoris
mo era una de las muchas creencias que. desde tiempos atrás, habían llegado al
Lacio procedentes de la Italia meridional.
La penetración de la religión griega en los ambientes romanos se operó
por diversos cauces. En realidad no era una novedad, pues ya la dominación
etrusca del siglo vi había familiarizado a la Urbs con algunos de los dioses. El
culto de varios de ellos se había establecido en otras ciudades latinas por
mediación etrusca, o bajo influjo directo de las colonias griegas de Campania
o Magna Grecia. No obstante, durante el siglo II el fenómeno fue impulsado
por varios factores: llegada de esclavos griegos, instalación de traficantes, o
las mismas oportunidades de contacto surgidas de la presencia romana en
Grecia por las alianzas o guerras. La evolución religiosa fue desarrollándose
por diversas vías.
4. E v o lu c ió n d e la lite r a t u r a ro m a n a
estudio de una paralela tradición oral, posiblemente fijada por escrito, como
ocurre entre otros pueblos de la Antigüedad.
Respecto a qué tipos de documentos subyacen en el fondo de dicha
tradición, tenemos algunos indicios relacionados con la vida oficial romana.
Puesto que sabemos con certeza que en Roma se conocía ya la escritura en el
siglo vi a. de C., es probable que hacia entonces se iniciara una corriente
analística que no ha dejado huellas. Documentos públicos primitivos fueron el
calendario, confeccionado por los pontífices, el cómputo del tiempo, contán
dose en época republicana los años por los nombres de los cónsules (en
listas llamadas fasti consulares), también el registro de los triunfos milita
res (fasti triumphales). Conocemos una lista consular, reconstruida parcial
mente a partir de referencias históricas y material epigráfico, que remonta al
primer año de la República, el 510-509 a. de C., pero que es objeto de
discusiones. Por otra parte, la tradición de los amales fue iniciada por los
antiguos pontífices, que recogieron en ellos los sucesos más notables. También
incluyeron noticias sobre la época arcaica de los reyes, en parte fabuladas,
aunque quizás demostrativas de que existió una vetusta épica romana, que
pudo estar relacionada con la leyenda de Eneas y su llegada a Italia. Tampoco
conviene olvidar que dicha tradición antigua pudo estar influida por
documentos de carácter privado, aunque correspondientes a la alta sociedad
romana: tituli y elogia, que eran breves inscripciones en honor de personalida
des conocidas, compuestas tras su muerte. La más antigua conservada está en
el sarcófago de L. Cornelius Scipio Barbatus, general que luchó en la tercera
guerra samnita y cónsul el año 298 a. de C. Tiene el mismo tono retórico y
lleno de ostentación de aquellas laudationes que se leían en los cortejos
fúnebres, o de los primitivos cantos heroicos sobre los antepasados que, según
Plutarco, se recitaban en los banquetes. Esta literatura convencional y falta de
objetividad desfiguró notablemente la historiografía romana, como señalaron
en su momento autores serios de la talla de Cicerón o Tito Livio. En realidad,
los primeros en ocuparse auténticamente de la más antigua historia de Roma
fueron los escritores griegos, ya desde el siglo v a. de C. Pero de todo este
variopinto legado historiográfico que hemos señalado nada debió quedar en
Roma tras el incendio de la ciudad por los galos hacia el 390 a. de C.
de la oratoria, dentro de unos moldes cada vez más latinos, aunque sin
abandonarse el estudio de los modelos griegos. Destacan la apertura en el año
94 de la primera escuela de retórica latina, y los primeros tratados sistemáti
cos que, apareciendo por entonces, contribuyeron a la mejor difusión de tales
enseñanzas. En la nueva generación de oradores cabe señalar a M. Antonio
(143-87) y L. Licinio Craso (140-91), reconocidos por Cicerón como sus
maestros, y Q. Hortensio Hortalo (114-50), educado en la brillantez de las
escuelas griegas de Asia Menor, y destacado por sus actitudes y gestos
elegantes. Pero todos ellos quedan muy lejos de la altura alcanzada por Marco
Tulio Cicerón (106-43 a. de C.).
Cicerón procedía de una familia ecuestre de Arpino, y había estudiado
filosofía, derecho y elocuencia. En Grecia fue formado por el retórico Molón
en los nuevos procedimientos estilísticos de la «escuela rodia», mucho más
clásicos. De vuelta a Roma en el 77, alcanzó una gran consideración como
abogado, pero tuvo también una activa participación política, logrando hacer
abortar, siendo cónsul (63 a. de C.), la conjuración de Catilina. Su posterior
trayectoria política, indecisa y agitada, sufriría las variadas alternativas de la
época de las Guerras Civiles.
De su obra interesan especialmente sus cartas y discursos para el mejor
conocimiento de la historia romana en tal periodo. Cicerón no escribió
ninguna obra histórica propiamente dicha, pero, siendo un activo político y
un hábil narrador, nos da una importante visión de los acontecimientos del
momento, la de un protagonista directo de los hechos. Aunque su perspectiva
está directamente condicionada por las ideas y posiciones políticas que
defendía, su obra constituye un valioso testimonio histórico. Al mismo
tiempos, sus discursos, especialmente los judiciales, significan una destacada
aportación al campo de la Retórica. Escribió un tratado inacabado sobre la
materia, el De inventione, y numerosas piezas que se caracterizan por su
complejidad, su cuidada elaboración, su sensibilidad y vitalidad. Se muestra
diestro en el arte de convencer con los medios más variados, que van desde la
anécdota al énfasis patético. Muchas de estas cualidades se encuentran
también en sus discursos políticos, especialmente las «Catilinarias» y las
«Filípicas». La obra literaria ciceroniana abarcó también otros campos.
Escribió tratados de Retórica, como el De oratore, en tres libros, o el Brutus, y
tratados de carácter filosófico, como el De república, donde trató de perfilar
su modelo de gobierno ideal, y el De Legibus, sobre temas religiosos y
políticos.
También el género histórico alcanzó durante este periodo tan complejo
cotas muy altas. Dentro de él, Gayo Julio César (100-44 a. de C.) representa
un tipo de historiografía de gran valor, la escrita por el mismo protagonista de
los hechos. Sus Commentarii de bello Gcillico y sus Commentarii de bello civili
recogen acontecimientos bien documentados, en los que César tuvo participa
ción directa, o de los que se informó a través de sus lugartenientes. En sus
libros no faltan detalles que manifiestan su interés hacia los aspectos etnográ
ficos o geográficos. Cuestión diferente es la veracidad de lo narrado, que, si
bien se reconoce generalmente en el Bellum Gallicum, donde relata objetiva
mente sus campañas en la Galia, parece más problemática en el Bellum Civile,
donde busca justificar sus iniciativas y realzar su personalidad, comprometida
en la lucha contra el partido pompeyano. Aunque su prosa es sobria, sus
narraciones se caracterizan por el dramatismo y la vivacidad que sabe
imprimirles su autor. La obra cesariana fue continuada por un directo
colaborador, Hircio, quien añadió un octavo libro a los comentarios gálicos,
SOCIEDAD Y CULTU R A 187
cada vez mayor hizo acto de presencia en los, hasta entonces, austeros y
sobrios estratos de la sociedad romana. Las victoriosas campañas en Oriente
y la explotación de las minas de España favorecieron el aflujo de riquezas, la
revalorización de muchas tierras italianas, el desarrollo comercial y artesanal,
etc. Al mismo tiempo, los ingresos del tesoro aumentaron considerablemente
con las numerosas indemnizaciones de guerra pagadas por los estados
vencidos, y los botines vendidos tras cada campaña en provecho del erario
público. Todos estos factores repercutieron profundamente en la vida roma
na. Productos de lujo eran acaparados por los particulares, así los tapices,
telas, joyas. En la casa de Paulo Emilio, escultores, pintores y otros artistas
rodeaban al joven Escipión. La sociedad, especialmente sus sectores más
acomodados y cultos, iba helenizando progresivamente su mentalidad, pen
sándose que la entrega a las tareas públicas no era óbice, en definitiva, para
disfrutar de una vida privada llena de comodidades y refinamientos. En cierto
modo, Roma no hacía más que trasplantar para sí la vida lujosa de los reinos
que había ido liquidando. Es sintomático que Horacio, como ya antes lo
había hecho Plauto, emplease el término reges para designar a la nueva clase
de magnates romanos. Con ellos iba a desarrollarse un arte, en el que las
nuevas aportaciones exteriores vinieron a yuxtaponerse al legado cultural del
pasado.
Con los recientes recursos puestos a su servicio en hombres y dinero, el
Estado romano pudo acometer por primera vez una política monumental
amplia, al mismo tiempo que numerosas obras públicas. Con las sucesivas
victorias exteriores llega a Roma la moda de los arcos triunfales, todavía de
un sólo vano, cuyo prototipo parece ser greco-oriental. Mayor interés tiene,
desde un punto de vista técnico, la construcción de acueductos como el Anio
Vetus o el Aqua Marcia. Al mismo tiempo, en Roma, el aumento del tráfico
entre ambas orillas del Tiber exigió pronto la erección de algunos puentes de
piedra, firmes y sólidos, que pusieron a prueba la capacidad de los ingenieros
romanos. El primero que conocemos es el llamado Pons Aemilius, acabado en
el 142, al que siguió el Pons Mulvius, en el 109.
En cuanto a los templos, permanecieron más largo tiempo fieles a la
tradición, conservando hasta inicios del siglo π el estilo heredado de Etruria.
Poco a poco, sin embargo, los arquitrabes de madera fueron sustituidos por
los de piedra, aunque se mantuvieron los ornamentos de terracota y los
revestimientos de estuco. El mármol sólo se introdujo en pequeña escala. Fue
en el 146 cuando Q. Caecilio Metello Macedónico construyó en Roma, por
primera vez en mármol, sendos templos a Iuppiter Stator y Iuno Regina, al
sur del Campo de Marte. El trabajo lo hizo un arquitecto chipriota, pero se
siguió usando primordialmente el tufo hasta la apertura, a mediados del siglo
II, de las canteras de travertino. También en Roma fue levantado en el 138 un
templo a Marte costeado por Iunio Bruto Gallaico, triunfador en España
sobre callaeci y lusitani. No obstante, de los monumentos citados, como de la
Roma anterior a la gran reforma edilicia de Augusto, apenas nos han llegado
restos. Constituye una excepción el conjunto de templos del área de Largo
Argentina, que han planteado numerosos problemas en cuanto a su identifica
ción y datación.
Un tipo de construcción introducido en la Urbs desde el mundo griego
por tales fechas es la basílica. El primer edificio de esta clase fue levantado
durante la censura de Catón, pero no ha dejado huellas. Las basílicas eran
grandes salas rodeadas de pórticos, que podían acoger en todo momento
a los paseantes o a gentes enfrascadas en discusiones judiciales, negocios
SOCIEDAD Y CULTU R A 189
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CAPITULO 9
I. LA A G O N IA DE LA R E P U B LIC A
Y EL P O D ER PERSONAL DE O C T A V IO
192
LA A G O N IA DE LA REPUBLICA Y EL PODER DE OCTAVIO 193
4. La v ic to ria de Filippos
5. O c ta v io d ueñ o único de O cc id e n te
Reúne siete legiones y auxiliares con un total que quizá alcanzaron los 70.000
combatientes.
Dispuso la ayuda de una flota con la que, además, allega trigo de
Aquitania y que se encargará de completar la presión por mar a los puertos de
Cantabria y desde la que se secundan los ataques principales. Le ayudarían
Antistio Veto en calidad de legado de la Hispania Citerior y P. Carisio como
legado de la recién creada provincia Lusitania y que había sido desgajada de
la Hispania Ulterior Bética. El ataque simultáneo se hace en la primavera de 1
año 25: por mar con la escuadra y probablemente la legio XI hispana; las dos
legiones de Carisio desde Astúrica y las cuatro de Antistio desde Segisama.
Penetran en las montañas y, como la resistencia es feroz y las condiciones del
suelo y el clima se hacen extremadamente duros, Octavio, enfermo, vuelve a
Tarraco y deja a sus legados proseguir la lucha. Al fin ocupan las tierras que
van de los límites galaicos en Lugo hasta las tierras vascongadas actuales.
A finales del año 25 Octavio, desde Tarraco, da la sumisión de los
cántabros por realizada y con parte de sus veteranos licenciados funda
Emérita y vuelve a Roma. Con todo, la tarea de pacificación hubo de seguirse
en los años siguientes con la principal misión de destruir los poblados
cántabros y astures de la montaña y obligar a la población a descender al
llano; buen número de estos indígenas reacios a las exigencias de Roma eran
vendidos como esclavos en la Galia. En el año 19 a. de C. hubo de volver
Agrippa al norte de Hispania, pues habían retornado no pocos de los
cántabros que servían como esclavos en la Galia, tras asesinar a sus dueños.
La lucha, en este año fue feroz y Agrippa practicó un auténtico genocidio
frente a la desesperada resistencia cántabra. Desde entonces, y salvo escasos e
intrascendentes momentos de rebeldía, la pax romana sería una auténtica
realidad en las tres provincias hispanas: Hispania Ulterior Baética, Hispania
Ulterior Lusitania, Hispania Citerior o Tarraconense. Pronto veremos que
sólo quedan de guarnición en Hispania tres legiones: VI Victrix, X Gemina y
IV Macedónica. Mientras, las tierras hispanas se llenan de vías y las mismas
gentes del noroeste empiezan a nutrir las tropas reclutadas por Augusto,
integradas en las unidades auxiliares, alae y cohortes. Y de las ciudades más
romanizadas salen para Roma hispanos que participan en los negocios, las
letras y la política con carácter de protagonistas durante largos años. También
por entonces sería fundada con veteranos licenciados la ciudad de Caesarau
gusta sobre los bordes del río Ebro.
tanto menos frente a una población numerosa y organizada como eran los
germanos. Ya habían demostrado su peligrosidad y M. Lollio tuvo un serio
revés el año 16 a. de C. frente a los sygambros y tencteros, mientras rhetios y
pannonios hacían peligroso el norte de Italia. La invasión de Germania se
haría por Druso entre los años 12 al 9 a. de C.; ayudado por una flota hizo
penetrar sus legiones curso arriba de los ríos Meine y Lippe. Sometió a los
bátavos, frisones, chaucos, bructerios, angrivarios, cheruscos, sygambros,
tencteros y cheruscos. Ya, en el año 9 a. de C., Druso había alcanzado
prácticamente toda la orilla izquierda del Elba. En el alto Elba, Marbod con
los marcomanos y cuados formó un reino que alcanzaba el Danubio medio.
Mas, cuando todo auguraba un éxito final de la empresa de Druso, sufrió un
accidente y murió. Tiberio afianzaría la sumisión germana en los años 8 y 7 a.
de C., y la proclamaba provincia romana. Tocaba ahora el turno a la
sumisión del poderoso reino de Marbod con los marcomanos.
Ya en los años 8 y 7 a. de C., se había iniciado el cerco de Marbod,
partiendo, como era lógico, desde el Danubio. Entonces Domicio Ahenobar-
bo traspasó el Rhin y penetró en el alto Elba. Pero la conquista efectiva de
Bohemia no se intentaría hasta el año 6 d. de C., a cargo de Tiberio, desde el
Danubio, con un imponente ejército de doce legiones apoyadas por otras
cinco que actuarían desde el Rhin. Mas, entonces, el año 6 d. de C., una
insurrección de dálmatas y pannonios ocupó durante tres años la actividad
militar en la zona. Al fin, el año 9 d. de C., Tiberio pudo celebrar su triunfo
sobre los rebeldes ilirios y todo estaba dispuesto para reemprender la acción
decisiva sobre los germanos. Inútil presagio porque, a poco, en ese mismo año
9 d. de C., Varo, jefe de las legiones del Rhin, sufrió un tremendo descalabro.
Varo era homre presuntuoso y confiado y, ante la aparente calma de los
germanos, fue víctima de la traición de un príncipe de los cheruscos, Arminio,
que estaba al frente de un cuerpo auxiliar de Roma y gozaba de la amistad de
Varo. Tres legiones, tres alas y seis cohortes fueron sorprendidos en los
bosques de Teutoburgo cuando se dirigían a los cuarteles de invierno:
resultaron totalmente aniquilados. Los generales de Augusto tomaron algunas
venganzas con posterioridad a esta fecha, pero creyeron más oportuno
proceder a una consolidación de la línea del Rhin-Danubio.
El fracaso de Varo supuso un rudo golpe a la calculada estrategia de
Augusto y se produjo en los últimos años de su vida, cuando ya no había
posibilidad de rectificar la política de anexión, que, por lo demás, se
presentaba más difícil de lo que se había previsto. Con Tiberio se establecería
un ejército fijo sobre el Rhin: ocho legiones, más una serie de unidades
auxiliares hasta un total de unos 80.000 hombres; se reforzaba la serie de
construcciones defensivas que se añadían a la ya natural dificultad estratégica
de salvar el medio y bajo Rhin. Pero, a pesar de ello, los pueblos germanos se
convertirían desde entonces en la pesadilla constante de la subsistencia misma
del Imperio Romano, por su relativa facilidad de amenaza directa a Italia y
a las fronteras del Imperio de Occidente en general.
cliente de Roma (la actual Bulgaria menos la franja danubiana), las fronteras
del Imperio buscaron el ancho y seguro cauce del Danubio medio y bajo.
En los años 30 y 29 a. de C., el gobernador de Macedonia, M. Licinio
Crasso, había vencido a los getas y bastarnos que habían invadido la zona y
los expulsó al otro lado del Danubio. Luego, en diversos arreglos de años
sucesivos Aelio Cato situó a cincuenta mil getas como colonos en la orilla
derecha del Danubio. La paz se generalizó y sobre la región Thracia se
mantuvo un reino cliente de Roma; al final del gobierno de Augusto se
definen las provincias de Moesia Superior y Moesia Inferior. Poco después
de Augusto, en el año 46 d. de C., Thracia se incorporará también como
provincia romana. La defensa del Danubio se estructura con unidades
auxiliares en el alto Danubio, tres legiones para Pannonia, dos en Moesia
Superior; mientras la Moesia Inferior será defendida por el propio rey vasallo
de Thracia; dos legiones de reserva se sitúan en Dalmacia. En total unos
70.000 hombres.
Finalmente sobre la península de Crimea y las tierras costeras del Bosforo
surgirá en tiempos de Augusto (14 a. de C.) un reino vasallo. El hecho se
produjo cuando Agrippa envió a Polemón para regular la sucesión del rey.
Polemón desposó con la viuda del rey muerto, Dynamis, y Augusto le
reconoció como rey vasallo.
2. El p rin c ip a d o
3. T ítu lo s y poderes de A u g u s to
Subsiguiente a esta magistratura especial son la serie de nombres que
ostenta y los poderes reales que Octavio se atribuye. Mostró su preferencia
por algunas denominaciones que consagrarán especialmente las acuñaciones
monetarias y las inscripciones y que se mantendrán en sus sucesores: Impera
tor, Caesar y Augustus. De sus nombres personales C. Octavius y por
adopción C. Iulius Caesar sólo conservó el cognomen Caesar porque garanti
zaba a la vez su origen divino y la razón de su poder hereditario y
transmisible. César había sido proclamado oficialmente dios el año 42 a. de
C., y V irgilio , en la Eneida, se había hecho portavoz glorioso del eco popular
de este carácter divino de la gens Iulia, cuyo último antecesor se remontaba a
Eneas, el fundador de Roma y padre de Ilus (epónimo de Ilion y de lulas).
Por otro lado, consecuente con la permanente posesión del imperium,
adoptó como praenomen el título clásico de Imperator. Aceptaría, en fin, el
nombre de Augustus por sugerencia de L. Munatio Plancto después de Actio y
con preferencia al de «Romulus» que también por entonces le fue insinuado,
pero que rechazó por cuanto implicaba restitución de la realeza y podía
desagradar al pueblo romano. Por el contrario, era especialmente significativo
el de Augusto, epíteto sacrosanto aplicado a los dioses y específicamente
vinculado a la condición invulnerable del poder tribunicio; y era expresivo de
que en su persona se concentraban poderes mágicos y la «iniciativa» en toda
acción, que conllevaba los mejores auspicios y garantizaba el éxito de toda
empresa emanada de esta su iniciativa. En la «Res Gestae» también gustó
hacerse designar con el título de Pater patriae que no implicaba ninguna
prerrogativa concreta especial, pero las envolvía y las sintetizaba en su conjun
to y en su calidad de benefactor del pueblo romano.
Una serie de cargos, las tradicionales magistraturas de rango superior,
concretaban su poder: consul, tribunus, pontifex maximus, excepcionalmente,
censor. Las inscripciones recogen fielmente el hecho de que Octavio ostentase
estos cargos y el número de años que en ellos se había reiterado. Le vemos
como cónsul el año 43, el 33 y desde el 31 por ocho años con el imperium
consular o proconsular que en lo sucesivo prácticamente no abandona nunca.
Fue tribuno de la plebe con carácter permanente al menos desde el 38 a. de
C. Aparte del carácter sagrado que le otorgó la tribunicia potestas, Octavio
quiso mantener en su persona el formidable poder que tradicionalmente
contenía: veto al Senado o cualquier otro magistrado, convocatoria y presi
dencia ante el Senado y los comicios, facultad de arrestar a los enemigos del
pueblo romano, iniciativa en la propuesta de leyes o resoluciones; además,
actuó como tribuno sin las trabas tradicionales, esto es, sin los límites de
anualidad y colegialidad, pues, en la práctica sería tribuno único y permanen
te. Y añadiría la provocatio ad principem en lugar de la vieja provocatio ad
populum —pues él era el defensor del pueblo— con lo que se convertiría en
juez supremo y de última instancia. Por otra parte, la práctica supresión del
cargo de censor desde los tiempos de Síla, le convirtió en su calidad de Prin
ceps Senatus en el único romano que asigna los honores senatoriales.
208 AU G U STO Y SU TIEM PO
6. El e jé rc ito
Aparte de los 20.000 hombres que sirven directamente a la seguridad de
Roma e Italia, Octavio mantuvo un ejército provinciano de unos 300.000
hombres. A partir de Augusto se consuma la reconversión de aquel ejército
tradicional, cívico y obligatorio, que había forjado el poderío de Roma, en un
ejército permanente, de voluntariado y profesional y, por tanto, pagado en los
componentes de la base y cuadros de mando intermedios. Augusto reguló las
bases de esta profesionalización de la milicia. El año 5 d. de C. se estipulan
veinte años de servicio, aunque no faltan excepciones de prolongación, de
grado o por fuerza, hasta treinta años. En estos tiempos la paga oscila con la
categoría del servicio: en las legiones pretorianas 750 denarios al año, 375 en
las cohortes urbanas, en el resto de las legiones 225, en las unidades auxiliares
212 A U G U STO Y SU TIEM PO
7. La sucesión
verdad es que las clases superiores no dieron buen ejemplo. Los divorcios y
escándalos fueron normales en Pompeyo. César, o Marco Antonio. El
propio Augusto, por encima de sus normas, era conocido por sus lances
amorosos, aunque ciertamente mostró afecto constante hacia su tercera
esposa, Livia. Y su hija Julia fue el prototipo del escarnio de la moral familiar
buscada por Augusto.
Por doquier hizo restaurar templos y cultos tradicionales. Y aunque el
Panthéon de Agrippa hacía honor a todos los dioses antiguos o nuevos, ya
fusionados muchos en su simbolismo y significación con los dioses helenísti
cos, prestó especial atención a las dobles parejas Apollo-Artemisa y Marte-
Venus. En Apollo, el dios que le protegiera especialmente en Actium, se
iniciaba aquella teología solar que encarnará más tarde toda la fuerza de la
luz y de la vida, mientras en los atributos de M arte se entendería la suma de
virtudes patrióticas que había guiado los destinos de Roma. El mismo, según
reclamaba la propaganda oficial, descendía de aquella raza divina de Venus y
Eneas. El culto imperial, iniciado en Pérgamo y seguido en Tarragona (año 25
a. de C.) y luego por todos los confines del Imperio, augura el vínculo sagrado
de los provincianos con la divina domus Augusta y la Dea Roma que les
aseguraba la paz y el bienestar. Así, tanto el culto imperial como la vuelta a
las virtudes tradicionales encajaban en la filosofía política con que Augusto
quería sustentar sus reformas. La Eneida, de Virgilio, sería el grandioso
trasfondo épico de este ideal augústeo. En efecto, para Virgilio una divina
providencia ha prefigurado enLel Lacio primitivo los destinos eternos del
Imperio de Roma: sobre la desembocadura del Tiber se había producido la
síntesis de las poblaciones itálica, de Eneas y sus troyanos y de todo un
cúmulo de pueblos y gentes —íberas, galas, orientales, danubianas— que en
germen preconizan la comunidad lograda en el Imperio Universal de
Roma; sus destinos de paz y bienestar serán regidos por una raza de dioses
que, iniciada en la descendencia deVenus y Eneas, encarna ahora la gens Iulia
a la que Augusto pertenece.
Augusto no sólo trató de regular las instituciones creando el modelo político
que con pocas variantes animarían siglos de Imperio; también el arte y la
literatura de su tiempo configurarían el justamente denominado siglo de
Augusto con resultados no superados en tiempos anteriores o posteriores.
Varios ilustres e influyentes hombres de su época participaron, con su
protección, en esta tarea: Agrippa, Mecenas, Messala, Cornelio Gallo. Y,
sobre ellos, la influencia personal de Augusto que alentó y favoreció personal
mente los movimientos artísticos y literarios. Conviven plenamente con Augus
to las primeras figuras de la poesía o la historia: Horacio, Virgilio, Propercio,
Tibulo, Tito Livio, Ovidio, Asinio Pollión. Otros ilustres escritores representan
el alto nivel de erudición de la época: el galo Trogo Pompeyo, el hispano
Hyginus, Dionisio de Halicarnaso, Estrabón, Diodoro de Sicilia. Los estudios
proliferaron en todos los campos, como en el de la jurisprudencia o el
enciclopedismo.
En arte surge la figura del teórico Vitrubio, autor de un «Tratado de
Arquitectura». El impulso de Augusto en este campo es también patente:
innumerables templos nuevos o reconstruidos, altares, teatros, foros, arcos
conmemorativos y bellas esculturas del emperador pueblan Roma, Italia y
aún las provincias del Imperio. El Ara Pacis es, sin duda, la obra maestra del
arte escultórico augústeo que pretende rivalizar en monumentalidad con el
Altar de Zeus en Pérgamo, en el que se inspira. A su lado figura como muy
importante el Foro Augústeo en Roma, en el que se alojaba el templo
B IB LIO G R A FIA 219
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220 B IB LIO G R A FIA
EL I M P E R I O R O M A N O DE TIBERIO A V E S P A S I A N O
(14-69 d. de C.)
Arcadio del Castillo
I. LA D IN A S T IA J U L IO -C L A U D IA .
LOS S U C E S O R E S DE A U G U S T O
221
222 EL IM PER IO R O M A N O DE TIBERIO A VESPASIANO
4. N erón (54-68 d. de C .)
II. E C O N O M IA Y S O C IE D A D EN EL P E R IO D O J U L IO -C L A U D IO
1. Poder im perial
2. S istem a fin a n c ie ro
3. A g ric u ltu ra
4. In d u stria
5. C om ercio
6. Relaciones sociales
III. LA C A ID A DE N E R O N
Y LA C R IS IS D EL 68-69 d. de C.
BIBLIOGRAFIA
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1. V espasiano (69-79 d. de C .)
240
FLAVIOS Y A N TO N IN O S 241
3. D o m ic ia n o (81-96 d. de C .)
4. N erva (96-98 d. de C .)
5. T ra ja n o (98-117 d. de C.)
romanas (las fuentes censuran esta actitud), era necesaria, ya que la política
activa de Trajano había minado en exceso los recursos del Imperio. De cualquier
forma, estos generales de Trajano formaron una conspiración contra el
emperador, aunque fue descubierta y liquidada antes de que Adriano llegase a
Roma: fueron ejecutados por ello A. Cornelio Palma, C. Avidio Nigrino, Lusio
Quieto y L. Publilio Celso.
b) El gobierno de Adriano. La actividad gubernativa del emperador
Adriano no se inclinó como la de Trajano a la ampliación del Imperio, sino a su
conservación y su organización interna. Trata de arreglar los conflictos
mediante negociaciones y sólo recurre a la lucha armada cuando se ve
absolutamente obligado a ello, como ocurrió en el caso del conflicto con los
judíos: sus medidas fueron severas, pero permitieron que el problema judío
desapareciese casi por completo. Su genio se centró concretamente en la
organización del Estado: reorganización y reforma del ejército, ampliación del
sistema de correos, perfeccionamiento de la justicia y equilibrio de las finanzas
que se encontraban muy mal paradas a su llegada al poder. Asimismo dio un
nuevo impulso a las instituciones alimentarias, creando incluso la figura de un
praefectus alimentorum encargado de supervisar la repartición de los préstamos
efectuados sobre esta base por el tesoro estatal. Pero lo que reviste mayor
importancia en su gobierno fue la captación del papel preponderante de las
provincias en el conjunto del Imperio y la caída de Italia. Como afirma M.
R ostovtzeff , «no fue una mera curiosidad lo que le impulsó a visitar
reiteradamente los más remotos rincones del Imperio; sus intereses intelectuales
le ayudaron a soportar, e incluso le hicieron grata, esta vida de constantes viajes,
pero no le impulsó a ella la pasión de ver nuevas tierras». Sus viajes van
directamente encaminados a conocer la auténtica realidad del Imperio que
gobernaba y a promocionar la vida urbana en todas sus partes para mejorar así el
nivel de vida de las provincias sobre las que se asentaba la prosperidad del
Estado y la fuerza de su ejército. Su política con el Senado tendió al
mantenimiento de buenas relaciones con éste, respetando la inviolabilidad de
sus miembros y manteniendo sus privilegios, pero en el plano de gobierno
comprendió perfectamente la absoluta inoperancia de este organismo. El
desarrollo de la administración en manos de personajes pertenecientes al orden
ecuestre y el nuevo impulso al Consejo imperial como órgano de apoyo en su
labor de gobierno hicieron comprender a los senadores la realidad de que no
contaba con ellos para nada, por lo que se ganó su odio y después de su muerte
les habría gustado anular todos sus actos tal y como habían ya hecho con el
gobierno de Domiciano.
c) La sucesión de Adriano. En el año 136 d. de C., Adriano, que había
estado siempre ocupado por su futura sucesión, adoptó a L. Ceionio Commodo.
Es difícil precisar la razón que empujó al emperador a tom ar una decisión de este
estilo. El enfrentamiento, por esta cuestión, de su cuñado L. Julio Urso Serviano
y el nieto de éste, Pedanio Fusco, le obligó a decretar la ejecución de ambos. La
súbita muerte de Ceionio Commodo reparó el terrible problema que planteaba
la elección de un sucesor totalmente incapaz para gobernar el Imperio, ya que en
ese momento Adriano adoptó a un senador, T. Aurelio Antonino, el cual fue a su
vez obligado a adoptar al sobrino de su propia esposa, M. Annio Vero (Marco
Aurelio) y al hijo de Ceionio Commodo, Lucio Vero. En el año 138 d. de C.
murió Adriano, sucediéndole, como ya se había establecido, Antonino.
248 EL IM PER IO R O M A N O DU R AN TE LAS D IN A STIA S FLAV IA Y A N T O N IN A
La época de Antonino Pío (el título Pius le fue conferido por el Senado) se
caracteriza por la tranquilidad y el orden de su gobierno. Unicamente al
principio se vio envuelto en algunos problemas con el Senado, aunque fueron
derivados de la enemistad que este organismo mantenía hacia su antecesor; el
Senado pretendió la anulación de todos los actos del gobierno de Adriano,
negándose igualmente a la divinización de este emperador. Antonino se
mantuvo firme y no permitió que las medidas senatoriales pudieran imponerse.
A partir de este momento sus relaciones con el Senado fueron cordiales y la
armonía entre ambos poderes fue restarurada (mantiene la promesa de
inviolabilidad para con los senadores y deja a este órgano su potestad de juzgar
en los casos de traición como Supremo Organo de Justicia), aunque sin merma
en absoluto del poder imperial que siguió manteniendo la administración estatal
centralizada y en manos del orden ecuestre, así como el creciente desarrollo del
consilium principis como apoyo consultivo del emperador, especialmente en el
campo legislativo. En este sentido, como expresa A. G arzetti , «de hecho
Antonino gobernó con absoluta independencia, con la misma ilimitada
autoridad de sus predecesores e incluso demostrándolo exteriormente de igual
menera». Sus relaciones con la nobleza fueron buenas y tuvo mucho ciudado de
no contrariar o herir a esta clase; e,igual que hizo Tiberio, mantuvo a los
gobernadores provinciales durante amplios periodos de tiempo en sus cargos
para permitir de esta manera una mayor eficacia en el desempeño de sus funcio
nes. Sus finanzas están regidas por una total vigilancia de los gastos, lo que se
apoyó también en una perfecta organización en el gobierno de las provincias y
en un gran cuidado en lo referente a sus gastos personales; incluso usaba parte
de su propio dinero para paliar los gastos estatales. Gracias a su modélico uso de
las finanzas consiguió llenar las arcas del Estado como no lo habían estado nun
ca anteriormente. Por lo demás, dio un nuevo impulso a las instituciones
alimentarias y se mostró generoso en la concesión de la ciudadanía. En lo que
hace referencia a su política exterior, el gobierno de este emperador se presenta
fundamentalmente preocupado por el mantenimiento de la paz en el Imperio,
por lo que, aunque se tienen noticias de algunas campañas, su época resulta ser
un periodo de paz en el que la defensa y el crecimiento de sus sistemas es la
característica más apreciablé. Algunos autores han señalado, por ello, que la
falta de energía de Antonio Pío en su política con respecto a los pueblos vecinos
del Imperio contribuyó largamente a la explosión de violencia que asoló, en este
terreno, el gobierno de su sucesor.
8. M a rc o A u re lio (1 61-180 d. de C .)
en la parte oriental del Imperio. Lo único negativo fue que la peste que había
atacado a las tropas en Oriente fue introducida por éstas en la misma Italia.
En el mismo año en que finalizó la lucha en Oriente, las tribus germanas
invadieron el Imperio, llegando incluso al norte de Italia, como nos testimo
nia Dion Cassio. Solamente gracias a la energía desplegada por el ejército
romano se pudo salvar tan crítica situación y la península fue liberada. En el
169 d. de C , el emperador Lucio Vero murió repentinamente, dejando solo a
Marco Aurelio para enfrentarse contra las tribus invasoras. Desde 170 a 174
d. de C., el emperador luchó victoriosamente contra los cuados y los
marcomanos, y, durante el año 175 d. de C. (o posiblemente desde finales del
anterior), contra los sármatas jaziges. Hacia el mes de mayo de este mismo
año, cuando ya Marco Aurelio había controlado casi completamente la
situación en la frontera danubiana (su plan era la anexión de Marcomannia y
de Sarmatia como provincias dentro del imperio), le llegaron noticias de que
Avidio Cassio se había sublevado en Oriente y había sido proclamado
emperador en Siria y Egipto, aunque fue prontamente ejecutado por los
mismos soldados. El emperador viose, sin embargo, obligado a abandonar las
operaciones militares para marchar a Oriente y con su presencia poner
definitiva solución al problema; después pasó a Roma para celebrar su triunfo
sobre germanos y sármatas. Hacia el 177 d. de C., nuevos ataques germanos
obligaron al emperador a volver, junto con su hijo Commodo que había sido
asociado al gobierno imperial, al campo de operaciones. Cuando ya había
conquistado el territorio de cuados y marcomanos le sorprendió la muerte el
17 de marzo del 180 d. de C. Commodo, que deseaba regresar a Roma para
disfrutar del poder, abandonó rápidamente la lucha concluyendo una paz que
anulaba casi todo lo realizado por su padre.
9. C o m m o d o (18 0 -19 2 d. de C .)
II. E C O N O M IA Y S O C IE D A D EN EL P E R IO D O
FLAVIO Y A N T O N IN O
1. P oder im p erial
d. de C.
ii
y las provincias en el siglo
El Imperio
F ig . 35.
E C O N O M IA Y SO CIEDAD EN EL PERIODO FLAVIO Y A N TO N IN O 253
2. R égim en p ro v in cia l
3. S istem a fin a n c ie ro
4. A g ric u ltu ra
5. In d u stria
Durante esta época los procesos técnicos industriales sufren muy pocos
cambios, de forma que su organización se mantiene igual que en la etapa
anterior. La caída de la península itálica patente en el terreno agrícola tiene
una mayor nitidez en lo que se refiere al plano industrial; la competencia de
los productos provinciales está acabando con los mercados de la industria
italiana. Especialmente notable es el desarrollo alcanzado por la industria
gala que, en gran parte, reemplazará a Italia como potencia industrial
hegemónica en el occidente romano; sus condiciones naturales, así como su
excelente red fluvial operaron el gran cambio. La cerámica gala y germana
acaparó los mercados de esta industria itálica copiando los mismos modelos.
La industria del vidrio que hasta entonces había sido dominada por Capua y
Alejandría ve una nueva competidora en la zona gala de Lugdunum y más
tarde al N orte en Colonia; los productos de vidrio alemanes no eran tan
artísticos como los italianos, pero su tranparencia resultaba única y terminó
por imponerse en todos los mercados. Igual ocurrió, en lo que a acaparación
de mercados se refiere, con las vasijas de bronce de la Galia. Y junto a ello,
todas las demás provincias intentaban imitaciones locales de los productos
que recibían, consiguiendo por ello un notable abaratamiento del producto así
fabricado. En fin, la competencia provincial o la simple pérdida de los
mercados por implantación de industrias locales acabó con el poderío de las
manufacturas italianas. Por lo demás, la producción industrial se extendió a
todas las partes del Imperio mediante la implantación de pequeñas industrias
locales e incluso en las grandes propiedades rústicas se montaron talleres que,
sirviendo en un principio para cubrir sus propias necesidades de consumo,
pasaron después a vender fuera parte de su producción. Por otra parte, la
excesiva extensión de la industria a todos los rincones y la imitación de los
tipos conocidos acabaron con los deseos de crear otros nuevos, se copiaron
los existentes hasta la saciedad, se tendió hacia una producción en gran escala
con tendencia continuada hacia el abaratamiento del producto: la gente
quería productos baratos sin importarles demasiado su calidad artística, por
lo que la producción industrial se vio empujada hacia la monotonía y la falta
de calidad. En este sentido, como mantiene M. R ostovtzeff , los talleres más
importantes se vieron obligados a rebajar la calidad de su producción para
poder competir con los baratos productos de la artesanía local. La inexisten
cia de una política industrial que prohibiese las imitaciones amplió la
producción en todos los lugares y acabó con la posibilidad de creación de una
potente industria en el mundo romano.
6. C o m ercio
Im perio,
Colonias fundadas en el Alto
F ig . 37.
EL IM PERIO R O M A N O D URANTE LAS D IN A STIA S FLAV IA Y A N T O N IN A
7. Relaciones sociales
BIBLIOGRAFIA
CRISIS Y R E S T A U R A C IO N DEL IM P E R IO :
LOS SEVER O S Y D IO C L E C IA N O (193-306 d. de C.)
Mauricio Pastor
I. LA M O N A R Q U IA M IL IT A R Y LOS SEVERO
(193-235 d. de C .)
262
LA M O N A R Q U IA M ILITA R Y LOS SEVEROS 263
3. R eform as m ilita re s
Muy diferente a Heliogábalo, tal vez por ello ha gozado de una simpatía
general entre los historiadores. En política interior rompió con las tendencias
absolutistas de sus predecesores al asociar al Senado a su gobierno y al
realizar numerosas reformas. En el exterior defendió las fronteras con éxito y
vigor. Ahora bien, queda por saber hasta qué punto Severo Alejandro influyó
en todo esto. A su llegada al trono sólo contaba con catorce años, por lo que
el gobierno quedó en manos de su abuela Julia Maesa (hasta su muerte en el
226) y de su madre Julia Mammaea. Esta última recibió el título de Augusta y
aparece n las inscripciones como m a ter A ugu sti e t castrorum et senatus et
p a tria e, y era, en realidad, la que llevaba las riendas del gobierno.
Julia Mammaea, con la intención de reforzar la autoridad imperial y de
apoyarse más en los civiles que en los militares, hizo una aproximación al
Senado para aumentar su prestigio. De esta forma y a fin de elevar la
dignidad senatorial reorganizó el consilium p rin cipis. Una comisión de 16
LA M O N A R Q U IA M IL IT A R Y LOS SEVEROS 271
8. La situ ac ió n a n te la crisis:
el Im p erio en la época de los S evero
1. La A n a rq u ía m ilita r:
el reinado de los soldados (235-253)
Carpicus (248). Elevó a su hijo del mismo nombre, primero al rango de Caesar
y luego de Augusto. Con estas medidas mostraba claramente que esperaba
establecer una dinastía. Mantuvo buenas relaciones con el Senado y celebró
con magníficas fiestas el milenario de la fundación de Roma (248): tales actos
sirvieron naturalmente para reforzar su prestigio. No obstante, la autoridad
de Filipo no era aceptada en todas partes. En las provincias aparecieron
diferentes pretendientes que fueron proclamados Augustos por sus tropas. Los
puntos más importantes de estos movimientos estaban en Mesia y Oriente.
Hacia el 248-249 se sublevó en Siria un tal Jotapiano y en Emesa, Uranio;
ambos se emparentaron con los Severos, pero fueron reducidos rápidamente.
En Mesia se sublevó el ejército al mando de Pacatiano, contra el cual Filipo el
Arabe envió un senador de origen panonio, C. Mesio Decio. Este derrotó al
usurpador, pero sus tropas le forzaron a proclamarse emperador y a marchar
hacia Italia contra Filipo. En septiembre del 249, Decio derrotó a Filipo en
Yerona. Filipo fue asesinado y luego lo sería su hijo en Roma por los
pretorianos (249). Un senador eliminaba a un miembro de la carrera ecuestre;
un pagano eliminaba a un emperador grato a los cristianos.
Bajo Décio (249-251) la situación del Imperio se fue haciendo cada vez
más difícil. Con él, que asoció al imperio a sus hijos Etrusco y Hostiliano,
vuelve de nuevo el poder al Senado y aparece una radical política anticristia
na. El Estado romano había llegado a una gran intolerancia. Su corto
mandato viene señalado por un edicto de persecución contra los cristianos. Su
éxito, sin embargo, fue bastante limitado: los nuevos mártires, la Iglesia,
impulsaron el proselitismo de ésta.
Por otra parte, Decio tuvo que hacer frente a un gravísimo problema
militar: la resistencia contra los godos que presionaban las fronteras del
Danubio. Los godos, guiados ahora por un jefe valeroso y capaz, Chiva,
pasaron de nuevo el Danubio Inferior e invadieron Mesia. Detenidos en el
asedio de Nicópolis, Decio pudo infringirles una gran derrota, pero la guerra
se extendía hacia la costa del mar Negro. La victoria decisiva se dio junto a
Abrittus (251), donde Decio y su hijo Etrusco encontraron la muerte. El
desastre fue probablemente debido a la traición del legado de Mesia, C.
Treboniano Galo, que posteriormente fue proclamado emperador por sus
propias tropas (251). Este, para legitimar su elección, adoptó a Hostiliano,
hijo de Decio. Luego nombró como Caesar a su hijo Volusiano que más tarde
recibiría el título de Augusto. Galo concedió a los godos una vergonzosa paz:
retendrían el botín y los prisioneros y se les concedía un año de paga. A su
llegada a Roma recibió el reconocimiento del Senado.
Dos años después, los godos de nuevo pasaron el Danubio, pero fue
ron derrotados por el gobernador de Mesia Inferior, M. Emiliano,
quien, a su vez, fue proclamado emperador por sus soldados. Otra nueva
guerra civil comenzaba en Italia durante la cual Galo y Volusiano perecie
ron (253).
El nuevo emperador, Emiliano, trató de acercarse al Senado, pero sus
soldados se lo impidieron, asesinándole a los pocos meses de su subida al
trono. Su lugar fue ocupado por otro senador descendiente de la vieja
nobleza, P. Licinio Valeriano, que había ocupado el cargo de censor durante
el gobierno de Decio. Una vez llegado a Roma, desde Raetia, donde había
sido proclamado emperador, asoció al trono a su hijo Galieno (253).
278 CRISIS Y RESTAURACION DEL IM PERIO
Valeriano (235-260) era de origen ilustre, tal vez italiano, casado con una
noble peninsular. Naturalmente, su política estuvo a favor de la tradición y de
los senadores. Por tanto, también su política económica favorecía los ideales
económicos de éstos. Pero en aquellas circunstancias ello perjudicaba al
Imperio, sobre todo porque la completa desorganización de la defensa de las
fronteras romanas no pasó desapercibida a los pueblos bárbaros fronterizos.
Los godos y alemanes se lanzaron sobre la frontera danubiana y los francos
sobre la del Rhin. Otra tribu germana —los sajones— instalada en el litoral
del mar Negro saqueó las costas del Canal de la Mancha y amenazó las
comunicaciones entre Galia y Britannia. Las tribus bereberes de la Mauritania
Caesariense también atacaron las fronteras romanas. Y, en Oriente, en la
frontera del Eufrates, Sapur ocupó Armenia, invadió Mesopotamia y penetró
en Siria donde se apoderó de Antioquía (256). Por todas partes el Imperio
romano estaba amenazado.
Valeriano encargó a Galieno defender el frente del Rhin y él se puso al
mando de las tropas contra los persas. Galieno derrotó con éxito a los
alamanes y, al partir su padre contra Oriente, fue nombrado gobernante del
Imperio occidental. Pero la situación cada vez se hacía más desastrosa. Los
francos se asentaron en la Galia central y occidental y en el Este de Hispania,
mientras que los alamanes penetraron en la misma Italia. Galieno derrotó a
los invasores cerca de Milán (258), pero tuvo que acudir de nuevo a la
frontera danubiana para suprimir al gobernador de Panonia, Ingenuo, que se
había proclamado emperador; poco después surgió otro pretendiente, Rega-
liano, que también fue rápidamente eliminado (260). Parecía inevitable que
cada región fuera ocupada por un peligro local que lo amenzaba y que en
cada una el comandante del ejército fuera saludado «como emperador». Es la
época que señala la Historia Augusta con el nombre de los «treinta tiranos»,
utilizando una comparación arbitraria y anacrónica con la historia ateniense.
La mayoría de ellos fueron fácilmente suprimidos, pero eran síntomas
evidentes de la debilidad romana frente a los continuos ataques bárbaros. Los
únicos usurpadores que consiguieron un relativo éxito fueron los de Galia y
Asia.
Al alejarse del Rhin, Galieno había dejado en Colonia a su hijo Salonino
en calidad de Caesar, pero pronto éste entró en conflicto con el jefe de las
tropas, Postumo, quien, tras ser proclamado emperador por sus tropas, lo
asesinó (260). Durante nueve años, Postumo fue, de hecho, emperador de las
provincias germánicas y galas. Su autoridad fue reconocida en Britania e
Hispania. Consiguió mantener la frontera sur del Rhin, aunque perdió el
control de los Campos Decumates. Trató de construir un Imperium Galliarum
a imitación del propio Imperio romano.
Entre tanto, en Oriente, los godos y los persas seguían atacando. En el
254, los primeros atacaron Mesia y Tracia y, más tarde, capturaron Calcedo
nia e hicieron un avance por Asia Menor. Valeriano, que había llegado al
Oriente, pudo entrar en Antioquía y trató de liberar Mesopotamia. Tras un
revés sufrido en Emessa y unas infructuosas negociaciones, el rey persa,
Shapur I, lo derrotó y lo mantuvo en cautividad hasta su muerte. Esto era un
hecho insólito en la historia del Imperio (la versión persa de los hechos dice
que Shapur derrotó y capturó personalmente a Valeriano). La caída de éste
LA CRISIS DEL IM PERIO EN EL SIGLO III 279
algunos oficiales ilirios (entre los que posiblemente se incluían los futuros
emperadores Claudio II y Aureliano) formaron un complot contra él y lo
asesinaron (268).
En política interior, Galieno puede considerarse como un gran reforma
dor. La tradición literaria le es hostil por su supuesta enemistad con el Senado,
cuya manifestación más significativa es la exclusión de los senadores de los
mandos militares. Trató de solucionar la crisis monetaria y para ello realizó
una verdadera revolución. Quería defender la moneda de la pequeña burgue
sía y para ello creyó necesario eliminar la emisión senatorial de la moneda de
cobre, competencia del Senado. Al arrebatar al Senado esta prerrogativa, al
alejar a los senadores de los mandos militares y del control del ejército,
renunciaba a las preferencias aristocráticas y a la clase de donde él provenía.
Por tales razones fue considerado por la tradición literaria como un desertor
de su rango senatorial. Con Galieno se restituyó la libertad de culto a los
cristianos y se les devolvieron las propiedades arrebatadas en la persecución
de Valeriano. Su edicto de tolerancia abría un periodo de paz para la Iglesia
cristiana.
Las reformas administrativas y militares del emperador continúan las de
los Severos y apuntan hacia las de Diocleciano. Fue más allá que Septimio
Severo transfiriendo el mando de las legiones de los senadores a los caballe
ros. El legatus legionis de rango senatorial fue sustituido por el p ra efectu s
legionis de rango ecuestre. Los senadores no perdonaron a Galieno esta
reforma. Dio un gran impulso al desarrollo de la caballería: creó regimientos
completamente autónomos y un cuerpo central (los equites D alm atae, al
mando de Aureolo). Ello se debía a la exigencia de la centralización, como
también la innovación de los p ro te c to re s divini lateris, bajo la tutela del
praefectu s legionum : eran una especie de estado mayor imperial formado por
centuriones y oficiales cualificados, defensores de la persona del emperador
durante el combate.
Con estas reformas, Galieno preparaba el terreno para las de Diocleciano
y Constantino, que tendrían un carácter más radical.
dor. Por entonces, los godos invadieron Asia Menor y llegaron hasta Cilicia.
Tras una victoria, el emperador volvió a Europa, dejando a su prefecto del
pretorio, A. Floriano, encargado de concluir la campaña. Pero durante el
camino fue asesinado en Capadocia (276). Ya no se volvió a pedir ayuda al
Senado; las tropas de Asia Menor aclamaron a Floriano. Pero, al mismo
tiempo, el ejército de Siria y Egipto aclamó a su jefe, Probo, uno de los
mejores oficiales de Aureliano y también ilirico. Floriano abandonó la guerra
contra los godos y se retiró a Tarso (Cilicia), donde su ejército se encontró
con el de Probo: fue abandonado y muerto por sus propias tropas.
monetaria. De ahí que los cargos curiales en los municipios —que sufren de
forma especialmente dramática los efectos de la crisis— se hagan obligatorios,
al igual que los collegia profesionales. Los miembros de las corporaciones y de
los organismos productivos-contribuyentes quedaron ligados a su origo: esta
situación afectó a Roma, al parecer, con Aureliano, y es previsible que se
extendiera a otras ciudades, como Alejandría o Çartago. En cualquier caso, se
trata de una medida que anticipa la dureza represiva característica del
dominado.
Se ha señalado respecto del siglo ni la decadencia de la cultura intelectual
clásicas. El Occidente sólo produjo algunos fragmentos de literatura latina
pagana; no obstante, el mundo griego cuenta con algunas individualidades
notables: el historiador ateniense Dexipo, el filósofo y retórico Longino, el
neoplatónico Plotino y sus discípulos Porfirio de Tiro y Yámblico de Calcis,
etc. Se produjeron también transformaciones significativas en el arte, motiva
das por el despertar de las culturas locales. La Galia vio la aparición de estilos
no clásicos en la cerámica y la decoración; en Egipto nacen las primeras obras
en copto, aunque son casi siempre traducciones de textos cristianos griegos.
Surgen en el arte oficial los primeros indicios del abandono de las formas
artísticas clásicas tradicionales y la difusión de las diferentes formas de las
artes locales. En definitiva, mientras se transforma la estructura socioeconó
mica sobre la que se fundara, la cultura clásica, típica de las clases superiores
helenístico-romanas, va cediendo paso a nuevas energía espirituales. Se ha
hablado de la democratización de la cultura que comienza entonces, cuando
las masas populares empiezan a dejar oír su voz. El siglo m ve la emersión de
las «culturas provinciales» en el interior del Imperio, como fruto de la
oposición de las clases dependientes a la hegemónica: estilos de vida, lenguas,
instituciones, formas artísticas anteriores a la conquista romana comienzan a
salir a la superficie, rompiendo la delgada capa uniformadora de la cultura
clásica.
Asimismo, uno de los cambios sociales más importantes del período fue el
desarrollo del cristianismo, aunque lo más significativo no fue su difusión
geográfica, sino los progresos de la organización de la Iglesia, que era ya una
organización importante a mediados del siglo m, pese a las persecuciones de
muchos emperadores. Los principales centros se encontraban en Roma,
Cartago y Antioquía; desde ellos el Cristianismo se extendió por todas las
regiones del Imperio.
En resumen, el siglo ni presenció una prolongada crisis que se manifestó
en todos los campos; pero, al mismo tiempo, puede verse en él un período de
transformación y aún de vitalidad, puesto que aparecieron nuevas formas
culturales y artísticas, interpretaciones místicas monoteístas de la religión
tradicional. Para la Iglesia fue el período de los primeros conflictos importan
tes con el Estado, a los que logró sobrevivir para consolidarse como una
organización social dispuesta a intervenir con autoridad en los asuntos del
mundo.
D IO C LEC IAN O Y EL RESTABLECIMIENTO DEL IM PERIO 287
III. D IO C LE C IA N O Y EL R E S T A B L E C IM IE N T O
DEL IM P E R IO (285-312)
balcánica. El objetivo primario de esta tetrarquía era, sin duda, militar, pero
también el de asegurar la sucesión y conservar intacta la unidad del Imperio.
Para reforzar aún más el sistema, Diocleciano planeó una prudente política de
alianzas familiares que ligaba estrechamente a los cuatro emperadores. En
virtud de su autoridad personal Diocleciano seguía siendo en realidad el jefe
de todos ellos y el único Augusto.
Constancio Cloro tuvo que enfrentarse, en Occidente, a un tal Allecto,
sustituto de Carausio en Britannia, al que consiguió derrotar en el 293 y
restaurar así la unidad del Imperio. Por su parte, Galerio puso orden en el
Danubio y luego se hizo cargo de la guerra contra los persas. Obtuvo dos
victorias consecutivas, en Carrae y en Ctesifonte, sobre los ejércitos del persa
N arses (298). A raíz de estas derrotas los persas reconocieron el protectorado
romano sobre Armenia, donde se estableció como rey al filorromano Tirida
tes III. Con estas operaciones las fronteras romanas quedaron seguras durante
los años siguientes.
El sistema de Diocleciano parecía muy bueno por los resultados obteni
dos: los cuatro emperadores habían cumplido bien su oficio; habían asegura
do la unidad del Imperio y la integridad de las fronteras. Pero el sistema no
era perfecto. El éxito se debía, en parte, al ascendiente personal de Dioclecia
no, ¿qué pasaría cuando éste desapareciera? Se suponía, puesto que el sistema
había sido creado en abstracto, que los Césares serían capaces de esperar a
que los Augustos dimitieran en el plazo fijado y que todos preferían el interés
público y de Estado a su interés personal. Pero, como más adelante veremos,
el proceso no iba a desarrollarse de esta manera, sino que la tretarquía va a
deshacerse con sus inmediatos sucesores. El edificio tetrárquico, como ense
ñan sus resultados, era más ingenioso que realista.
3. D io c le c ia n o y el C r is t ia n is m o
4, El fin a l d e la t e t r a r q u í a
BIBLIOGRAFIA
LA C O N S T IT U C IO N DEL
« IM P E R IU M C H R IS T IA N U M » (306-379 d. de C.)
Francisco Marco
I. EL R E I N A D O D E C O N S T A N T I N O (3 0 6 - 3 3 7 )
1. Crisis d e la T e t r a r q u í a
295
Hércules Júpiter
EL REINADO DE CO N STAN TIN O 297
2. C o n s t a n t in o y el C r is t ia n is m o
Entre el 312 y 324 estas continuas guerras tienen casi todas como motivo
de fondo la tensión religiosa. La conversión de Constantino fue un lento
progreso acompañando a su obra política. De hecho, duró aproximadamente
de 312 a 324, y se distinguen diversos periodos en su itinerario espiritual.
Como su padre, era un fiel adepto al culto solar, y la aparición divina del 312
no fue la única en su vida: también se le apareció un Apolo solar durante su
estancia en los Vosgos. Era, claramente, si no un monoteísta, un hombre
dispuesto a serlo y, hasta el 312, Sol Invictus fue su patrón exclusivo.
La política religiosa de Constantino prueba la complejidad de su persona
lidad, tratada de forma enormemente benévola por la tradición cristiana
(Lactancío y Eusebio de Cesarea). Su conversión es la de un hombre
ambicioso, inculto, supersticioso y apasionado, sinceramente entregado a la
religión de un dios pujante, cuya doctrina nunca comprendió en el fondo.
Hasta el 320, el Cristianismo fue tolerado y favorecido, pero nunca convertido
en la religión oficial del Estado. Es la época de compromiso con la antigua
religión —Constantino seguía siendo pontifex maximus— y de balance equili
brado entre cristianos y paganos, en virtud de las influencias contradictorias
que se ejercían sobre el emperador (es fundamental la de Osio de Córdoba
por el lado cristiano). Hay aspectos relevantes, con todo, en la política cons
tan tiniana de este periodo.
En 313 interviene —inaugurando una línea de conducta «césaropapista»—
en los asuntos internos de la Iglesia contra los donatistas. U na carta escrita al
procónsul de Africa, Anulino, incluía dos puntos notables para conocer la men
te del emperador: el concepto de la catholica ecclesia —es decir, universalmente
reconocida— y la exención de sus clerici de las cargas (numera) curiales; la
concesión de la inmunidad eclesiástica, nunca seguida antes por el Estado
respecto de comunidades sacerdotales no estrictamente romanas, es uno de los
aspectos más originales de la revolucionaria política cristiana de Constantino.
Este envió, además, apoyo económico a la «única iglesia católica», personifi
cada en el obispo Ceciliano de Cartago, violentamente contestado por los
donatistas, que le reprochaban haber sido consagrado por un traditor, un
obispo traidor que había entregado los libros santos en los tiempos de la gran
persecución de Diocleciano, Surgió así el cisma donatista (de Donato, uno de
sus jefes), movimiento puritano y rigorista de fuerte carga social, englobando
a coloni y braceros estacionales —circumcelliones—, que se consideraban
soldados de Cristo —agonistici.
A partir de 313, los símbolos cristianos se multiplicaron en las monedas y
las menciones de los dioses paganos desaparecieron poco a poco (a excepción
de Sol Invictus, noción moral que el Cristianismo podía tolerar). Y en 319 fue
extendida la exención de los munera, hasta entonces restringida a los clérigos
africanos, a Italia. Entre 320 y 324, Constantino manifiesta ya una inclinación
decidida hacia el cristianismo, determinada ante todo por la rivalidad que lo
enfrenta a Licinio (política que le iba a ganar el apoyo de las amplias
comunidades cristianas de Oriente). La defensa que Constantino llevó a cabo
de la Iglesia católica implicó, como contrapartida, un fuerte intervencionismo
EL REIN AD O DE C O N STAN TIN O 299
3. La o b ra d e C o n s t a n t in o
II. LOS S U C E S O R E S DE C O N S T A N T I N O (3 3 7 -3 6 3 )
1. El i m p e r i o c o le g ia l (3 3 7 -3 5 0 )
Hijo de Julio Constancio —en lugar del cual los soldados prefirieron en
306 a su hermano menor Constantino— nunca olvidará el drama de 337
(llamará a Constancio, en 361, «el asesino de mi familia»). Pasó su infancia y
su adolescencia entre Homero y la Biblia, en Macellum (Capadocia), donde
era lector de una comunidad cristiana (allí se forman dos de sus grandes
pasiones: el interés por los colonos y humiliores y la cultura helenística), en
Constantinopla, Nicomedia y los círculos intelectuales de Asia Menor y
Atenas. Juliano descubrió el mundo espiritual de los griegos —en él influye
ron especialmente Pitágoras, Platón y Jámblico— y abandonó, todavía no
oficialmente, la religión cristiana por la helénica en la interpretación neopla-
tónica. Con el apoyo de Eusebia, esposa de Constancio, fue nombrado César
en 355, y pronto reveló sus extraordinarias dotes militares, venciendo a
francos y alamanes, y su interés por los humildes: para mejorar la condición
de los campesinos redujo la capitatio de 25 a 7 solidi, y en la Belgica II
sustrajo la exacciones tributarias a los burócratas para pasarlas a manos de
los curiales de cada localidad.
En su reinado, no por breve menos apasionante, Juliano rompió con la
política de la casa de Constantino. Su ideal de gobierno es el Imperio de
Augusto, Trajano y, sobre todo, Marco Aurelio. Como princeps restaurador
de la res publica se sienta entre los senadores; y, sin embargo, Juliano es
también un hombre de su tiempo, lo que explica las contradicciones de su
obra. Unico emperador, pudo dedicarse a la reconstrucción del Estado. Una
comisión de elementos que consideraba «puros» (entre ellos Mamertino,
308 LA C O N S TITUC IO N DEL «IM PE R IU M C H R IS T IA N U M »
o
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BRITAN NIA
310 LA C O N S TITUC IO N DEL «IM P E R IU M C H R IS T IA N U M »
una intensa cura limitum, y creó un sabio sistema defensivo de castra, castella y
turres (¿a cargo más de las municipalidades que de los possessores?), auténtica
«línea Maginot», que Amiano estima capaz de crear una mentalidad defensiva
y estática, peligrosa para la moral de las tropas. El emperador contó con la
ayuda inestimable del hispano Teodosio —padre del futuro emperador—, que
defendió el litus Saxonicum contra los piratas, venció en Britania a pictos y
escotos, rehaciendo el muro de Adriano, y combatió en Retia y Panonia
contra los alamanes y sármatas. En Africa (373-375) suprimió la revuelta
originada por la administración opresiva de Draconcio, al igual que el
donatismo —renacido con la tolerancia de Juliano—, obligando a Firmo a
sucumbir.
La política económica de Valentiniano continúa, con notoria moderación,
la tendencia julianea de preocupación hacia los intereses de las ciudades y los
provinciales (provincialium commoda) y de limitación de los abusos de los
gobernadores. En 368 se creó la institución del defensor plebis, representante
de ésta frente a las ofensas de los poderosos. La implantación de un
baremo fijo —certa taxatio— para limitar los abusos de los burócratas milita
res en el precio de la adaeratio (pago en dinero de los impuestos en especie) es
una de las medidas más importantes de Valentiniano y Valente en política
económica. A la certa taxatio se acompaña una cierta tendencia a disminuir el
valor del suelo — imminutio solidi— con el fin de mejorar el de la moneda de
cobre. Pero, por otro lado, la política de Valentiniano hará más rígida la
jerarquización estatal. Ya en 364 el edicto de Adrianópolis —promulgado con
Constante— fijaba la hereditariedad de los empleos y oficios, y el régimen
corporativo hereditario será reforzado por el emperador. En 371 se extiende a
lliria la institución del colonato, a la par que surge una militarización de las
funciones: toda función pública es concebida como militia (372). A la
realización de este ideal de Estado jerarquizado (Zósimo le acusará de
incumplimiento de sus promesas iniciales y de dureza en la percepción de los
tributos en la segunda parte de su reinado) se oponía la clase de los poderosos,
que defiende sus riquezas y su tradición cultural. Esto explicará el conflicto
con el Senado y la represión de los últimos tiempos sobre los hombres
cultivados, los ricos y los nobles, según Amiano.
2. V a le n te (364-378)
Valente fue mucho más brutal que su hermano, sin poseer su capacidad
militar, y los juicios de sus contemporáneos son extraordinariamente duros.
Pese a las pruebas iniciales de buena voluntad (impuestos que no suben hasta
367, alivio de la condición de los decuriones), el emperador agravó la
situación de los colonos y promulgó mçdidas para sujetar a cada uno a su
condición (369, caza a los mineros fugitivos; 371, a los curiales). Según
Temistio, el descontento de los pobres era tal, que no hacían distinción entre
el amo romano y el invasor bárbaro. Se caracterizó especialmente por su
violento desprecio a los intelectuales, y fue un feroz quemador de libros,
llenando las prisiones de mathematici y de filósofos neoplatónicos.
Su intolerancia hornea contrastó con el niceísmo liberal de Valentiniano en
Occidente, y desencadenó una persecución —desarrollada más libremente a la
muerte de éste— contra niceanos y homeusianos, sin poder impedir los
progresos de aquéllos en el este. Antes de abandonar Antioquía para el frente
danubiano, a fines de 377, Valente publicó un edicto que revocaba las
LOS V ALEN TIN IA N O S 313
IV. A S P E C T O S E C O N O M IC O S Y S O C IA LE S
1. El dirigisme» e co n ó m ico
Treverorum
316 LA C O N S TITUC IO N DEL «IM PE R IU M C H R IS T IA N U M »
6. La Iglesia
7. La vida c u ltu ra l
la basílica romana adornada con mosaicos, perfecta para una religión mistéri
ca por su aislamiento del exterior y por la creación interna de un «espacio-
tensión» ordenado a un solo punto jerarquizado, no concéntrico (lo que exige
preferentemente plantas rectangulares mejor que centrales). La propaganda
imperial ha pasado a querer manifestar el papel de «ungido» del emperador a
través de una estatutaria inmensa, que marca la distancia casi metafísica entre
éste —dominus noster— y el resto de los hombres. Los colosos constantinianos
o el Valentiniano de Berletta, hieráticos y terribles, de proporciones desmesu
radas, son todo un resumen de la idea del Imperio en el siglo iv.
BIBLIOGRAFIA
TEODOSIO Y LA SO CIEDAD
DE SU T IE M P O (379-395 d. de C.)
I. H E C H O S POLITICOS Y M IL IT A R E S
1, La persona de Teodosio
324
HECHOS POLITICOS Y M ILITAR ES 325
2. Teodosio, A ug usto
3. El p ro b lem a religioso
dente, encerró al pueblo en el circo y realizó una matanza que produjo unos
tres mil muertos y muchísimos heridos. Ambrosio lanzó entonces la exco
munión contra Teodosio, quien, por su parte, reaccionó nombrando pre
fecto del pretorio de Italia a un pagano famoso, Nicómaco Flavio. Sin
embargo, el día de Navidad de este mismo año se humilló a los pies de
Ambrosio. Este acto de sumisión del emperador ante el obispo ha sido
interpretado de maneras muy diversas. Para algunos no pasa de ser una
simple anécdota justificada por el carácter enérgico y fanático de ambos
personajes; otros magnifican el episodio, considerándolo como una resolución
de la dialéctica de poder entre la Iglesia y el Estado a favor de la primera. No
resulta fácil desde luego, esclarecer los factores psicológicos que hayan podido
operar por ambas partes, y especialmente por la del emperador, que debía
conciliar su doble condición de súbdito, desde el punto de vista religioso, y
señor, desde el punto de vista político; lo que sí parece claro, sin embargo, es
que la iglesia postulaba su independencia frente al príncipe y la necesidad de
que éste se sometiera a la jerarquía eclesiástica ratione pecati. Parece deducirse
de ello que, al imponer la penitencia al emperador, Ambrosio se atreve a
llevar a la práctica lo que hasta entonces no había sido más que elaboración
doctrinal con aportaciones de Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo. Con
ello se refuerza en Occidente la tendencia a evitar las intromisiones del poder
secular en los asuntos eclesiásticos.
4. La p o lític a e x te rio r
5. La usurpación de M á x im o
Por otra parte, Teodosio, que había enviudado de Flacila, deseaba como
esposa a Gala, hermana de Valentiniano II, y se encontró con que Justina
ponía como condición para este matrimonio el castigo del asesino de Gracia
no, es decir, de Máximo.
c) La derrota de Máximo. En el 388 se iniciaron, al fin, las hostilidades.
Hubo una serie de escaramuzas navales, tendentes a provocar el desembarco
de Valentiniano en Ostia, mientras que Teodosio se acercaba por tierra con un
ejército de tropas bárbaras, compuestas por hunos, alanos y godos, y con
altos cargos bárbaros.
El ejército de Máximo, vencido en Petovio, buscó refugio en Aquilea,
a donde sé dirigió Teodosio en su persecución. Desertaron muchos soldados
de Máximo, que quiso entregarse a Teodosio, pero éste no aceptó: dejó que
muriera a manos de la soldadesca y que su cabeza fuera paseada por todas las
provincias del Imperio. Valentiniano II fue restablecido en sus dominios y
obtuvo también los de Graciano, pasando a controlar todo el Occidente,
aunque ello fuera de un modo más teórico que práctico. De hecho, Teodosio
permaneció en Italia hasta el 391, teniendo bajo su control todo el Imperio.
II. A D M IN IS T R A C IO N
El aumento de los prefectos del pretorio que había llevado a cabo Constan
tino daba pie a una nueva reorganización administrativa, desde el momento en
que se les asignaban circunscripciones territoriales muy amplias, que agrupaban
una serie de diócesis y que se conocían con el nombre de prefecturas. Estas no
tuvieron nunca el mismo número ni fueron creadas a la vez, pero generalmen
te funcionaron tres: la de «Oriente» (con las diócesis de Egipto, Oriente,
Ponto, Asia y Tracia), la de las «Galias» (con las diócesis de Britania, Galia,
las siete provincias de Hispania) y la de «Italia» (con las diócesis de Mace
donia, Dacia, Ilírico-Panonia, Italia Annonaria, Italia Suburbicaria y Africa).
Los límites de estas tres prefecturas parecen no haber sufrido modificaciones
durante el reinado de Teodosio; más tarde, sin embargo, a la muere te Teo-
333
A D M IN IS T R A C IO N
Fici. 41. El Im perio R om ano en el 395. <i. d e
334 TEODOSIO Y LA SO C IEDAD DE SU TIEM PO
2. Personal
Ί
ción de la annona, ya que debía proveer los géneros en natura necesarios para
el pago de los funcionarios y del ejército, y para el aprovisionamiento de las
dos capitales o de algunas otras importantes ciudades del Imperio. Supervisa
ba, pues, en los territorios de su competencia, las imposiciones y exenciones
del impuesto, la recogida de los productos y el transporte hasta su destino.
Debía calcular previamente cada año las necesidades presumibles de los
funcionarios y del ejército. Los ocupantes más significativos de este cargo
bajo Teodosio fueron Cinegio (384-388), Taciano (388-392) y Rufino (392-
395).
Estos altos jerarcas, que debían atender a cometidos múltiples, contaban
con. una amplia burocracia. Sabemos, por Lido, que estuvo en el oficio de la
prefectura de Oriente, que al inicio de su carrera tenía 1.000 exceptores
(notarios).
III. E C O N O M IA
1. La tie rra
una entrega absoluta a sus patronos, que los considerarían en adelante como
un objeto de su propiedad y podrían castigarlos, según concesión de Valenti
niano, si se les escapaban. Ésta explotación llegó a tales abusos que Teodosio
tuvo que prohibir en el 388 las prisiones privadas.
Después de la muerte de Teodosio el acogerse a la protección de un
poderoso para no satisfacer los impuestos parece haberse convertido en una
práctica general, con las dos consecuencias graves que ello implicaba para el
Estado, a saber, en el terreno económico, la falta de percepción de los tributos
del campesinado modesto, y, en el terreno político, el aumento del poder de los
grandes propietarios, que en ocasiones llegan a convertirse en verdaderos
señores.
2. Las m inas
4. La m oneda
IV . LA S O C IE D A D
1. Los h onestiores
pagar esta cantidad se veía forzado a dejar la dignidad senatorial. Para que
este impuesto de clase llegara con puntualidad y se pudiese contar con él de
modo seguro, se exigía a los recién admitidos al senado que hiciesen ante los
consulares declaración de sus propiedades.
Las dificultades económicas por las que han atravesado sin duda algunos
senadores no deben, sin embargo, generalizarse, para no sacar una visión
errónea de la situación general del sector. Había diferencias económicas
globales entre el Senado romano y el constantinopolitano, como puede
apreciarse indirectamente por las cuantías gastadas en los juegos programados
en una u otra capital, pero, en cualquier caso, las sumas manejadas por los
miembros de ambos senados eran cuantiosas. Un senador de recursos medios,
como Símaco, se gastó para celebrar la pretvxra de su hijo dos mil libras de
oro.
Indudablemente, la nobleza senatorial la componían ricos terratenientes,
cuyas posibilidades económicas se aprecian en las villae construidas en sus
domicilios rurales, que estaban acondicionadas con todo lujo. Mosaicos,
paredes pintadas, instalaciones de confort, muebles y todo lo necesario para
pasar la vida del modo más agradable posible se encuentra en las descripcio
nes que hacen de ellas las fuentes literarias y en los testimonios que va
sacando a la luz la Arqueología en las diversas partes del Imperio. Además, el
traslado de estos aristócratas de la ciudad al campo y su cómoda instalación
en él presagian el modo de vida feudal, con sus labradores dependientes y sus
esclavos, todo lo cual afianza su autonomía respecto al poder central.
Llegaron a constituir una especie de ejércitos privados con los que defendían
sus propiedades contra los ladrones, y a ofrecer abierta resistencia a los
recaudadores de impuestos. Además, presionaban sobre los campesinos y
acaparaban sus tierras, como muestran las amargas denuncias de los padres
de la Iglesia Gregorio de Nisa y Basilio el Grande. Presa el Estado de una
debilidad de base y afectado profundamente por la corrupción, no contaba
con los resortes necesarios para poder defender a las capas humildes contra
estos señores de un modo eficaz.
A la vista del deterioro reinante en todos los aspectos y de que el
emperador se desentendía de los problemas de las comunidades, favoreciendo
los intereses de la clase aristocrática terrateniente, los labradores individual
mente y a veces las aldeas enteras buscaban protección a la sombra de esta
clase aristocrática, que se iba consolidando con fuerza y tenía en sus manos
los medios eficaces de defensa y presión. Las amargas quejas que el orador
pagano Libanio dirigía a Teodosio se debían más al menoscabo que producía
esta situación para el poder central que a la presión que bajo este patrocinio
se practicaba. Las continuas disposiciones legales, con su carga punitiva, no
pudieron impedir ni frenar el desarrollo de este patrocinio ante el cual el
Estado se sentía impotente, pues era ejercido por sus propios altos cargos
militares y senatoriales.
en vigencia, como la trata llevada a cabo por piratas o la venta de recién naci
dos, contra lo que tuvo que intervenir Teodosio en el 391. Además, si acepta
mos el testimonio de Ambrosio, reaparece de nuevo el fantasma de la escla
vitud por deudas.
Lo cierto es que hay testimonios esporádicos procedentes de las distintas
partes del Imperio a favor de la existencia de cantidades de esclavos relativa
mente grandes. Amiano Marcelino nos habla de amplios grupos de esclavos
propiedad de los nobles romanos; Juan Crisóstomo presenta como normal
para los dominios de Antioquía la posesión de dos mil esclavos; Melania,
por su parte, quiso dar la libertad a ocho mil. El trato dado al esclavo había
experimentado también una mayor suavización, debida a las influencias de
las ideas estoicas y cristianas, que en algunos casos provocaron su manu
misión. Pero más que con estas ideas, debe ponerse en relación el descenso
del número de esclavos con la competencia que hacían al trabajo servil, en la
agricultura, el trabajo del colono y, en la industria, las corporaciones obreras
vinculadas a fas fábricas estatales: estas formas de trabajo resultaban más
rentables para el Estado y para los particulares que la mano de obra esclava.
BIBLIOGRAFIA
LA S U C E S IO N DE T E O D O S IO Y EL FIN
DEL I M P E R I O DE O C C ID E N T E (395-476 d. de C.)
I. EL IM P E R IO R O M A N O EN EL S IG LO V
da paso a una pluralidad de reinos bárbaros entre los que destaca con
creciente pujanza la Iglesia de Roma como nuevo poder universalista.
El Imperio de Oriente pasó también por una profunda crisis en el siglo v,
determinada por los mismos factores que en el Occidente, pero, mientras allí
se trataba más bien de una lucha por la hegemonía, aquí las tendencias
disgregadoras fueron más fuertes: había una intensa corriente de afirmación
de lo indígena y una marcada hostilidad al poder central, por cuanto que
representaba una continua sangría económica y era, sin embargo, incapaz de
defender los terriotrios contra los bárbaros, que se movían por ellos a su
albedrío; la Iglesia, por su parte, seguía una línea de marcada autonomía y de
rivalidad con el Estado.
Desde la muerte de Teodosio en el 395 hasta la deposición del último
emperador de Occidente, Rómulo Augusto, en el 476, se sucede casi un siglo
de accidentada historia política, tanto por lo que se refiere a las continuas
intrigas de la corte, protagonizadas por las mujeres de la familia imperial y
por las camarillas, formadas éstas sobre todo por los magistri militum, como
por las incursiones diversas de los bárbaros, cuya presencia en el Imperio es
ya una realidad irreversible, o por los intentos de independencia de algunos
altos funcionarios provinciales.
II. LA S U C E S IO N DE T E O D O S IO EN O C C ID E N T E
1. Estilicón
Cuando Honorio subió al trono, se hizo cargo del poder como regente y
con el título de magister utriusque militiae el vándalo Estilicón, hombre de
gran energía y habilidad diplomática, pero odiado por todos, que finalmente
fue ejecutado por orden del emperador en el año 408. Fueron muchos los
problemas a los que tuvo que hacer frente Estilicón y, aunque mediara la
ambición personal, hay que admitir que prestó un servicio eficaz al Imperio.
La provincia de Africa se hizo independiente por iniciativa del comes
Gildón; en Inglaterra hubo también movimientos de usurpación. La presión
de los bárbaros fue, en fin, tan seria que hubo de ser trasladada desde Milán
la residencia del emperador a Rávena, ciudad de mayores posibilidades
defensivas.
Desde luego, el enfrentamiento de Estilicón con el Oriente perjudicó
mucho al Imperio, en la medida en que debilitó la política defensiva de
conjunto frente a los bárbaros. Parece que reclamaba en un principio la
administración de las dos partes, la de Occidente y la de Oriente, alegando
que Teodosio le había encomendado a sus dos hijos al morir; más tarde la
disputa se centró en las proovincias de Dacia y Macedonia, pertenecientes a la
antigua prefectura de Italia, pero cuya administración había confiado Teodo
sio al gobierno de Constantinopla al emprender la campaña contra Eugenio.
Estilicón afirmaba que estas provincias pertenecían al lote de Honorio, pero
Arcadio y sus consejeros se negaban a cederlas, con el pretexto de que
Teodosio no había ordenado su devolución.
LA SUCESION DE TEODOSIO EN OCCIDENTE 349
2. C on stan cio
III. LA S U C E S IO N DE T E O D O S IO EN O R IE N TE
2. T eo do sio II
Teodosio II, que reinó desde el 408 hasta el 450, fue un monarca poco
amante de la política, pero gustaba de la caligrafía y de los libros. Durante su
reinado se reorganizó la Universidad de Constantinopla y se publicó el Codex
Theodosianus, que contiene la legislación imperial en edictos desde la época de
Constantino. Se construyó también entonces la gran muralla de Constantino
pla.
IV . LAS IN V A S IO N E S B A R B A R A S
1. B árbaros en el lim es
2. A la ric o
7. O doacro y T e o d o rico
V . LAS C A U S A S DE LA C A ID A
DEL IM P E R IO DE O C C ID E N T E
1. Causa religiosa
2. Causa p o lític a
3. Causa social
4. Causa c u ltu ra l
Muy relacionado con los dos anteriores, este factor ha sido puesto de
relieve por Rostovtzeff, que no ha hecho más que aplicar a la historia de
356 LA SU CESION DE TEODOSIO Y EL FIN DEL IM PER IO DE OCCIDENTE
5. Causa m oral
Son varios los autores de épocas anteriores, como Polibio o Cicerón, que
denuncian un cambio en las costumbres de los romanos, quienes habrían
pasado de una gran austeridad y continencia a lo más opuesto: la opulencia, el
vicio y la concupiscencia. Pero en el siglo v estas observaciones suelen
presentarse como causas de la inminente ruina del Imperio: parece, pues, que
había en esta época, al menos en algunas mentes, una sensación de final
bastante intensa. ¿Podría esto significar que la merma de la capacidad
defensiva que suele producir la molicie fue la causa más importante de la
liquidación del Imperio? Probablemente no. Contestar de un modo afirmativo
supondría, por lo pronto, admitir que el Bajo Imperio fue una etapa decadente,
lo cual vienen a ser negado por un sector mayoritario de la moderna
historiografía. Hay que tener en cuenta, además, que estos juicios parten
generalmente del lado cristiano y responden a un arquetipo teológico que
hace suyo el cristianismo, el de las comunidades humanas aniquiladas por la
divinidad a causa de vivir en pecado. Esta visión apocalíptica del fin del
Imperio debe ser, pues, rechazada y hay que reducir la cuestión a términos
más sencillos: en el Bajo Imperio se impone un marcado hedonismo en las
clases acomodadas, a consecuencia de un aumento de la riqueza individual;
ello comporta un repudio de las tareas que proporcionan incomodidad y
requieren esfuerzo, las cuales son confiadas a otros, en este caso los bárbaros.
De este modo se llega a una situación que parece aberrante: el servicio en el
ejército destinado a combatir a los bárbaros es realizado por los propios
bárbaros, que van integrándose en forma paulatina en el Imperio.
6. Causa e tn o ló g ic a
9. Causa d e m o g rá fic a
BIBLIOGRAFIA
I. LA IN STITU C IO N IM P E R IA L
1. El m ecanism o de la sucesión
359
360 LA A D M IN IS T R A C IO N Y DEFENSA DEL IM PERIO
cónsules suelen tener un mandato de dos meses, lo que contrasta con el del
Príncipe, ejercido a veces reiterativamente.
Menos atribuciones pierde la pretura, por ser un cargo más jurisdiccional
que político. Lo mismo el pretor urbano que el peregrino siguen siendo
depositarios tanto de la jurisdicción civil inter cives como inter peregrinos, y
continúan publicando su edicto al iniciar su cargo, si bien a partir de Adriano
se adopta una formulación estable, en la que sólo introduce modificaciones el
emperador. Otros pretores son de nueva creación, como los praetores aerarii
que administran las finanzas.
Los tribunos de la plebe pierden toda influencia política al recibir el
emperador. Otros pretores son de nueva creación, como los praetores aerarii
igual limitación de competencias queda para la edilidad curul y plebeya,
encargada de vigilar los mercados de Roma, las vías y construcciones
públicas, mientras que la organización de los juegos públicos pasa a los
pretores, y los suministros de víveres corresponden a unos nuevos funciona
rios imperiales, los praefecti annonae. Los cuestores, que ya no controlan el
erario, quedan unos a disposición del emperador y otros subordinados a los
cónsules y gobernadores provinciales.
Junto a las magistraturas permanece la institución senatorial, que va
sufriendo diversas alternativas con los sucesores de Augusto. La composición
de dicha asamblea se revisa mediante sucesivas lectiones senatus, siendo
notable la renovación del año 18 a. de C., en la que se redujo a 600 la cifra de
senadores, excluyéndose las personas tachadas de indignidad. Al Senado se
accedía bien por el desempeño de las magistraturas, o, desde Claudio, por la
adlectio directa efectuada por el emperador en virtud de sus poderes censo
rios. Sus competencias van a quedar muy recortadas, si bien le corresponderá
durante una larga etapa la atribución conjunta de los poderes y títulos que
son recibidos por los príncipes, es decir, la investidura del nuevo César. En el
aspecto legislativo se afianza durante el siglo i d. de C., la capacidad
normativa de los senadoconsultos, inspirados en propuestas directas del
emperador (oratio principis), que serán consideradas como fuentes del dere
cho por los jurisconsultos de época severiana. También en el orden judicial se
afianza la capacidad del Senado para juzgar los delitos cometidos por sus
miembros. Cuando un príncipe muere es el Senado quien le otorga la
apoteosis, que supone su inclusión en el rango de los dioses, o bien decreta
contra su persona la damnatio memoriae, si su gestion política se estima
nefasta.
3. O rganos locales de g o b ie rn o
IBERIA
C U L T U R A Y RELIGION EN EL I M P E R IO
(siglos ( l - V d. de C.)
I. LAS A P O R T A C IO N E S C U LTU R A LE S
387
388 C U LTU R A Y RELIGION EN EL IMPERIO
olvidarse las creaciones de la literatura griega, con una vida propia en las
provincias orientales. A partir de la etapa augústea, y dentro de una evolución
que no se interrumpirá hasta época tardía, observamos una revitalización de
la historiografía en lengua helénica, que comparte este renacimiento con las
obras escritas por una importante serie de autores cristianos (Clemente de
Alejandría, Orígenes, S. Gregorio de Nisa, S. Juan Crisóstomo). No hay que
olvidar que el Estado romano intervino activamente en el movimiento
intelectual griego, propiciando el desenvolvimiento de una serie de enseñanzas
sostenidas a sus expensas. Fueron fundadas numerosas cátedras de Filosofía y
Retórica en la propia Grecia, así como en Asia Menor y Egipto, y algunos
emperadores, como Nerón o Adriano, se mostraron tan fervientemente
filohelenos como lo habían sido tiempo atrás ciertos generales del círculo
escipiónico. A su vez, la preeminencia política de Roma ejerció una notable
influencia sobre los ambientes cultos helénicos, y fueron muchos los autores
que, aún escribiendo en griego, lo hicieron sobre temas relativos a la historia
romana, e incluso residieron en la ciudad del Tiber.
Entre los tratadistas procedentes de las circunscripciones orientales del
Imperio surgen ya a fines de la etapa republicana e inicios de la imperial
algunas personalidades destacables. Por ejemplo, Estrabón, nacido en Amasia
(junto al Ponto) hacia el 60 a. de C., dotado de una enorme curiosidad por los
temas geográficos e históricos, que le impulsó a visitar gran parte del imperio
romano. Escribió una G eografía en 17 libros, describiendo los países circun-
mediterráneos, en especial Italia, Grecia y Asia Menor, centrando su libro III
en Hispania. Otro autor destacable es Diodoro de Sicilia, que nos dejó una
B iblioteca H istó rica en 40 libros, de los que se conservan solamente algunos.
Utiliza otras fuentes griegas, como Polibio y Posidonio, y son especialmente
interesantes los datos que aporta sobre Sicilia y las revueltas serviles. Por su
parte, Dionisio de Halicarnaso compuso una A rqueología R om ana, que
incluye referencias de indudable valor, muchas de ellas tomadas de otros
historiadores griegos y latinos, aunque se echa de menos el adecuado aparato
crítico.
El siglo il d. de C., es, indudablemente, un periodo de gran apogeo para la
historiografía sobre Roma en lengua griega. Todo el mundo helénico, supera
da ya la etapa inicial de amoldamiento en el seno del Imperio, se encuentra
incorporado definitivamente, y es objeto de una creciente atención por parte
de la política imperial. El género histórico se enriquece con nuevas aportacio
nes. Tenemos a Flavio Josefo, un verdadero ejemplo de judío helenizado,
protegido por los Flavios. Redactó, primeramente en arameo, una H istoria de
las guerras de los ju d ío s (había asistido personalmente al asedio de Jerusalén
por Tito), que luego tradujo al griego, y también su tratado de Antigüedades
Judías. Su fílorromanismo le situó, ciertamente, en una posición incómoda, y
lo mismo que en su C ontra A pión sirvió a los fines de la apologética judía,
escribió por el contrario una A u tobiografía como respuesta a quienes le
criticaban su adhesión a la causa romana.
A la misma corriente historiográfica pertenece Plutarco de Queronea,
quien en Roma estudió filosofía y política e hizo muchas amistades entre la
alta sociedad de su época, llegando incluso a obtener el rango consular.
Aparte sus numerosas obras de carácter científico y filosófico, interesa ahora
destacar su colección de escritos biográficos, agrupados bajo el título de Vidas
P aralelas, donde verifica un profundo análisis de una serie de grandes
personajes de la Antigüedad, parangonando biografías de griegos y romanos.
Se preocupa por destacar no sólo las grandes gestas, sino también todo ese
390 C U LTU R A Y RELIGION EN EL IM PER IO
3. El a rte im p eria l
a) A rqu itectu ra, género rom ano p o r excelencia. El arte romano, tras un
periodo de varios siglos, durante los que va asimilando influjos itálicos,
etruscos y helenísticos, inicia su gran apogeo a partir del gobierno de Augusto.
Desde entonces, las múltiples influencias recibidas, juntamente con las aporta
ciones propias, cuajan en el desarrollo de un arte verdaderamente imperial,
por su área de irradiación, pero con características muy peculiares, entre las
que destacan un amplio sentido del realismo, una finalidad práctica, muy
acorde con el temperamento del pueblo romano, y un gusto por la magnifi
cencia y la fastuosidad. Tales particularidades se conjugan esencialmente en la
arquitectura que, si bien dejó sus monumentos más importantes en la propia
Roma, sirvió eficazmente para lograr uno de los objetivos de la romanización,
LAS APO RTACION ES CULTURALES 395
4. El legado c ie n tífic o
Entre las ciencias que más progresaron durante el Imperio obtuvo un lugar
primordial la Geografía, producto de la ampliación del horizonte conocido en
virtud de las conquistas. Ya Agripa hizo preparar un mapa del orbe,
continuado por Augusto tras su muerte, que se dice iba acompañado de unos
comentarios publicados aparte. En el mismo sentido se dieron a conocer los
trabajos de Isidoro de Charax sobre Mesopotamia, y muy especialmente la
obra de Estrabón, que incluyó en su «Geografía» numerosas observaciones de
carácter económico, étnico, histórico, etc., sobre los países descritos. Más
tarde, en época de Adriano, Arriano, al componer una historia sobre la
expedición de Alejandro, le añadió un resumen del viaje de Nearco, y redactó
para el emperador un «Periplo del Ponto Euxino». Mucho más importante es
la «Geografía» de Ptolomeo, que aporta gran cantidad de datos astronómicos
y matemáticos, pero incurre en errores de bulto al calcular las coordenadas
geográficas. Tras él, además de Pausanias, cuya «Periegesis» de Grecia nos da
importantes datos de carácter arqueológico, no hay que olvidar los contactos
establecidos con China reinando Marco Aurelio. Más tardíos son los denomi
nados «Itinerarios», como el de Antonino y el contenido en la Tabla de
Peutinger.
En el campo de la Matemática hay que distinguir dos ramas, la aplicada y
la pura, sin olvidar las conexiones con otras dos ciencias, la Astronomía y la
Astrologia. Las novedades mecánicas son muy limitadas (balanza, guía),
teniendo más importancia los trabajos de los agrimensores y gromatici.
Respecto a la Astronomía, los romanos parecen haberla estudiado más en sus
aspectos descriptivos que matemáticos. Algunos datos se contienen en las obras
de Plinio y Plutarco. El tiempo se medía con ayuda de relojes de sol de origen
helénico, sustituidos en época de Vitruvio por los relojes de agua. La
Astrologia encontró un fuerte apoyo en determinados cultos llegados desde
Oriente, y a ella consagraron algunos trabajos autores como Censorino, en el
siglo in y Firmico Materno, en el iv. Dentro de la Matemática pura, Menelao
de Alejandría compuso un tratado de los volúmenes y Nicómano de Gerasa
constituyó la Aritmética en ciencia autónoma. Por su parte, Ptolomeo redactó
una suma astronómica, llamada luego «Almagesto», basada en un sistema
geocéntrico continuador de las tesis de Hiparco. En el siglo m aparece otra
generación de matemáticos notables, sobresaliendo los nombres de Diofanto,
398 C U LTU R A Y RELIGION EN EL IMPERIO
que estudió los diversos tipos de ecuaciones, Pappus de Alejandría, que trató
entre otros temas del foco de la parábola y las secciones cónicas, y finalmente
Esporo de Nicea, que investigó sobre la cuadratura del círculo y la duplica
ción del cubo. A principios del siglo iv, Jámblico, interesado en la mística de
los números, trabajó sobre sus armonías.
También la Medicina de los siglos imperiales está marcada por la gran
influencia griega, que se manifiesta ya desde época muy temprana, observán
dose, junto a los médicos latinos, una activa presencia de griegos y orientales.
Antonio Musa se hizo célebre por su terapéutica de la hidroterapia fría que
curó a Augusto. Hacia el año 14 se fundó en Roma la primera escuela médica
oficial, que sirvió de ejemplo para los centros provinciales. Su creación va
vinculada al nombre de Asclepiades de Bitinia. La influencia de las escuelas
filosóficas se hizo sentir sobre los estudios de medicina, de ahí que se
recurriera a los cuatro elementos para fijar el origen de las enfermedades en
relación con los humores. En época de Tiberio escribió su «Enciclopedia»
Celso, en la que abarcó una temática muy diversa, consagrando su libro
VIII y algunos fragmentos del VII a la Anatomía y Cirugía, y situándose a
igual distancia de las dos corrientes médicas más conocidas, la empírica y la
dogmática.
En los decenios posteriores se tiende a la especialización, destacando la
autoridad de Dioscórides como botánico, médico y farmacéutico militar, y las
notables aportaciones de Demóstenes Filaleto, que estudió el pulso y la
circulación, redactando un tratado de Pediatría, y Rufo de Efeso, quien hizo
una distinción entre nervios motores y sensoriales, analizó los lóbulos hepáti
cos y determinó la relación entre pulsación y periodo sistólico. La figura que
sobresalió en la segunda centuria fue Galeno de Pérgamo, que se instaló en
Roma en el 161. Su gran sabiduría y sus dotes de observador y experimenta
dor se vertieron en descubrimientos importantes sobre el mecanismo de la
respiración, el funcionamiento del sistema arterial, riñones, cerebro, médula
espinal, estudios sobre los huesos, etc.
Respecto a la Física y Ciencias Naturales, cabe destacar los conocimientos
técnicos y acústicos de Vitrubio aplicados en la Arquitectura, las observacio
nes botánicas de Columela en su De re rustica, la catalogación realizada por
Dioscórides sobre más de 600 especies vegetales, y las numerosas observacio
nes que sobre Química, Zoología, Geología, Mineralogía, etc., incorporó
Plinio el Viejo en su vasta, pero deficientemente sistematizada, «Historia
Natural».
II. R E LIG IO N R O M A N A Y C U LT O S O R IE N TA LE S
para ello a veces ciertas pruebas físicas, buscaban por esa vía su salvación
personal.
En la otra vertiente tenemos los cultos astrales propagados desde Siria e
Irán, el del Sol y el de Mithra. Las conquistas orientales de Vespasiano y de
Trajano pusieron en contacto a los romanos con muchas divinidades semitas
de carácter astral, algunas de las cuales se asimilaron a Júpiter, aunque
conservando su epíteto local (así Iu ppiter D o lich en u s) . El terreno lo habían
preparado ciertas filosofías helenísticas que, en relación también con la
antigua ciencia astronómica babilonia, habían sustentado la idea de un dios
cósmico. Además, la inmortalidad cósmica, reservada al soberano, fundamen
tó la noción de apoteosis imperial. No obstante, estas aspiraciones religiosas
cósmicas sólo se concretizaron desde el ascenso al trono de los emperadores
sirios, y la tentativa de Heliogábalo presagia ya la instauración plena por
Aureliano en el 274 del culto al S o l Invictus, con su templo y colegio religioso
propios.
Por su parte, M ithra era el más antiguo dios iranio de la luz celeste y la
verdad, formando tríada con Zerván (el Tiempo infinito) y Ahura-Mazda
contra el mal, y adoptando la figura del Sol. Su culto progresó inicialmente en
medios sociales humildes. Las campañas orientales de Flavios y Antoninos
contra los partos originaron una amplia difusión del Mithraísmo, propagado
por los soldados en muchas zonas militares del Imperio, y traído, asimismo,
por esclavos y libertos oriundos de Asia Menor. El emperador Cómodo fue
iniciado en dicho culto que, paradójicamente, no decayó en nada durante el
siglo ni, cuando la dinastía Sasánida alzó en Persia la bandera del nacionalis
mo iranio más ferviente contra Roma. La mística solar de Aureliano coadyu
vó a su expansión, y M ithra fue honrado conjuntamente por Diocleciano,
Galerio y Licinio, quienes le sacrificaron en Carnuntum el año 307. La mejor
prueba de la difusión del culto mitraico la constituyen los numerosos m ithraea
que se han excavado en los más diversos puntos del Imperio, siempre
presididos por la estatua de M ithra inmolando al toro de la fecundidad. Los
iniciados acometían varias pruebas morales y físicas, purificaciones, y presta
ban un juramento religioso, pudiendo recorrer hasta siete grados. A través de
Mithra el dualismo iranio, que oponía en lucha permanente al bien contra el
mal, penetró en el mundo romano, y prolongó posteriormente sus raíces en
el maniqueísmo.
ADUATUCA (TUNGRORUM
© àcOLONIA AG RlPñN A
RELIGION R O M A N A Y CULTOS ORIENTALES
F i g . 46. El mundo cristiano en el Bajo Imperio (según A. F r e it a g ).
406 C U LTU R A Y RELIGION EN EL IM PERIO
BIBLIOGRAFIA
I. LA C O N Q U IS T A R O M A N A DE H IS P A N IA
410
LA C O N Q U IS TA R O M A N A DE H IS P A N IA
411
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414 H IS P A N IA R O M A N A
Con todo, las guerras no cesaron. Pues, por una parte, los generales y
gobernadores romanos que sucedieron a Sempronio Graco se preocuparon
ante todo de su lucro personal, originando escandalosos abusos que cristaliza
ron en una gran rebelión por parte de lusitanos y celtíberos y que llegaron a
inquietar muy seriamente a Roma. Por otra parte, los pueblos lusitanos no
cesaban en sus correrías sobre ciudades de la Bética y Levante. Muchos de los
cónsules enviados a Hispania conocen la derrota o deben pactar: Lucio
Mummio, Quinto Fulvio Nobilior, Marco Claudio Marcelo, Lucio Licinio
Lúculo. Con este cónsul vino el pretor Sergio Sulpicio Galba quien, derrotado
por los lusitanos en el 151-150, hubo de recurrir al engaño, al crimen masivo o
a la venta de gran parte de los habitantes para dominar a este pueblo.
La reacción ante los crímenes de Galba no se hizo esperar y uno de los
lusitanos, Viriato, un pastor de la Sierra de la Estrella, logró gracias a sus
cualidades personales dirigir la sublevación contra Roma durante ocho años,
en el transcurso de los cuales junto a algunas derrotas venció a diferentes
pretores y cuestores (Cayo Vetilio, Cayo Plaucio, Claudio Unimano, Quinto
F. Máximo Serviliano). Sólo la perfidia de Quinto Servilio Cepión y la
traición de tres emisarios —Audas, Ditalcón, Minuros— lograron contener el
ímpetu independentista de Viriato. En el año 139 caía este lusitano asesinado
mientras dormía. Las bandas lusitanas, agrupadas ahora en torno a Táutalos,
no pudieron continuar la lucha de resistencia, viéndose obligadas a rendirse,
siendo a continuación asentadas por Decio Bruto en la colonia de Valentia.
Mientras los lusitanos están enfrentados a Roma también los celtíberos, a
impulsos de Olónico, oponían seria resistencia a los ejércitos romanos. Desde
Numantia, ciudad de los arévacos, se efectúa una fuerte oposición al lograr
agrupar en torno a ella la mayoría de los pueblos de la cuenca del Duero
hostiles a Roma. Frente a Numantia chocan famosos cónsules y generales:
Quinto Cecilio Metelo, Quinto Pompeyo, Popilio Lenas, Cayo Hostilio
Mancino y Marco Emilio Lépido. Tampoco los cónsules Lucio Furio Filo y
Quinto Calpurnio Pisón alcanzaron el éxito. Sólo la habilidad, experiencia y
el abrumador ejército de Publio Cornelio Escipión Emiliano, el destructor de
Cartago, pudo doblegar la heroica resistencia de Numantia, que tras ser
implacablemente sitiada fue totalmente destruida en el año 133. Ello suponía
la práctica sumisión de Hispania, de la que sólo quedaban libres algunas
tierras al norte del Duero y la franja cantábrica.
LA C O N Q U IS TA R O M A N A DE H IS P A N IA 415
4. A ug usto en H ispania
II. H IS P A N IA D U R A N T E EL IM P E R IO R O M A N O
6. La H i s p a n i a d e l B a j o I m p e r i o
de origen hispano. Dicha sublevación, que no fue mal vista por Teodosio,
entonces al mando de Oriente y en línea política de paz con los visigodos, dio
el mando imperial de la prefectura de las Galias a Máximo quien se destacó
en sus escasos años de gobierno (383-388) por una política de mejoras sociales
y por la ortodoxia cristiana (decapitación de Prisciliano).
Muerto Máximo, que había abrigado el deseo de mandar en todo el
Imperio, el Occidente queda para Valentiniano II, hermano de Graciano, a
quien sucede Eugenio, el cual al enfrentarse con Teodosio es derrotado y
muerto en Aquilea (394). Después de este hecho Teodosio se convierte en
soberano único del Impero romano.
Tras el gobierno de Teodosio, que ha proclamado el cristianismo como
religión oficial y colaborado con el papa Dámaso en proclamar la primacía de la
Iglesia de Roma, se produce definitivamente la ruptura de la unidad imperial
(Arcadio recibe Oriente, Honorio el Occidente). El imperio de Occidente
gobernado por emperadores incapaces inicia una vertiginosa decadencia hasta
su total extinción en el 476.
Hispania es una de las primera víctimas de los bárbaros. Tras la muerte de
Teodosio, en el año 406, intentan penetrar en Hispania las primeras invasiones
de suevos, vándalos y alanos, siendo sólo los familiares de Teodosio —Didimo,
Vereniano, Teodosiolo y Lagodio—, quienes defendieron las fronteras, incluso
frente a la traición oficial.
En Hispania se producen en el siglo v importantes levantamientos bagaú-
dicos, cuyas consecuencias se agudizaron con la invasión de suevos, vándalos
y alanos, quienes, a partir del año 409, logran penetrar en Hispania y se
establecen en Gallaecia, Lusitania, Cartaginiensis y Bética. Hasta el asenta
miento de los visigodos Hispania será testigo de abandonos, saqueos, destruc
ciones y decadencia. Luego los visigodos organizarán sus dominios sobre la
Península iniciando una nueva era de nuestra Historia.
III. LA R O M A N IZ A C IO N
adhesión de varios miles de hispanos que se les unieron por la devotio. Junto a
este tipo de vinculación hubo otro de carácter menos radical, la clientela al
estilo romano, hecho, asimismo, constatado por las fuentes. Muchos miles de
hispanos sirvieron en las legiones y en otras unidades del ejército durante el
Imperio romano.
3. Sociedad
4. Econom ía
5. R eligión
6. El a rte
describen Ia via que desde Cádiz iba a las Aquae Apolinares y las de
autenticidad discutidas, «Tablas de barro de Astorga» (Oviedo), que describen
algunas vías norteñas. Un estudio de J. M. R o l d a n recoge todas estas fuentes
para el análisis de las vías romanas hispanas, entre las que destacaron la
Hercúlea o Augusta, reutilizada por los romanos y que partiendo de Cádiz
llegaba a Cartagena y de aquí a la Galia para finalizar en Italia; la de la Plata,
que enlazaba Asturica Augusta con Hispalis; la que atravesaba Lusitania
hasta morir en Bracara, y los diferentes ramales de la Vía Augusta, como los
que enlazaban el valle del Ebro con Tarraco por Caesaraugusta y continuaban
por el Duero hasta la legio VII Gemina y Asturica..
Respecto al arte paleocristiano cabe señalar su marcado carácter religioso
y su dependencia de las formas artísticas romanas, aunque pronto alcanzase
su identidad propia. Nos han llegado restos de basílicas con influencias
norteafricanas (Son Peretó, Manacor) y la más tardía de Bobalá (Lérida).
Entre los mausoleos funerarios debemos citar el de Centcelles (Tarragona) y el
Martyrium de la Alberca (Elche). Entre los baptisterios citamos el de la
basílica de la Vega del M ar (Málaga) y el de la iglesia de Santa María de
Tarrasa (Barcelona).
De gran importancia arqueológica es la necrópolis paleocristiana de
Tarragona, con gran variedad de tumbas (tegulae, ánforas, sarcófagos,
panteones, criptas), así como la serie de sarcófagos romano-cristianos halla
dos en Hispania.
7. Las letras
Serían los hispanos precisamente los que iban a dar el último brillo a las
letras latinas, conformando la denominada «Edad de plata» literaria romana.
Fue la Bética la más fecunda en oradores, filósofos y literatos, dada su mayor
romanización y su anterior apertura a otras influencias colonizadoras. Más
tarde, también de la Celtiberia, surgirán escritores de gran personalidad.
Los primeros escritores hispanos de nombre conocido fueron Julio Higinio
y Marco Porcio Latrón, de cuya producción literaria nada nos ha llegado.
Especial importancia alcanzaron los cordobeses Marco y Lucio Anneo
Séneca. El primero recopiló en las Controversarium y en el Suasorium liber
variados aspectos de la vida de su tiempo. Su hijo, Lucio Anneo Séneca (¿2?-
65 d. de C.), preceptor de Nerón, destacó por sus obras filosóficas y literarias.
Su producción en verso y prosa es considerable, aunque no toda ha llegado a
nosotros. Entre las obras filosóficas de corte estoico señalamos De ira, libri
III; De consolatione ad Helviam matrem liber; De consolatione ad Marciam y
De vita beata. Fruto de su madurez fueron, entre otras, De beneficiis y las
Epistolae ad Lucilium, consideradas como una de las obras más importantes
de la Antigüedad. Escribió también una serie de tragedias, así como una obra
científica (Quaestiones naturales).
Otro poeta importante fue Marco Anneo Lucano (39-65 d. de C.), sobrino
de Séneca y asimismo cordobés, del cual nos ha llegado únicamente un poema
épico-histórico, Pharsalia, donde describe las luchas entre César y Pompeyo.
De Bilbilis surgió Marco Valerio Marcial (42-104) que fue el más ingenio
so epigramista de la literatura latina. De Calagurris fue Marco Fabio
Quintiliano (¿307-95 d. de C.) del cual nos ha llegado en 12 libros su De
institutione oratoria. Entre otros escritores hispanos recogemos a Silio Itálico,
B IB LIO G R A FIA 445
BIBLIOGRAFIA
Los J u l i o C l a u d i o s La a n a r q u í a m i l i t a r
27 a.C.-14 d.C.. Augusto 235-238 Maximino
14-37 Tiberio 238 Gordiano I
37-41 Caligula 238 Gordiano II
41-54 Claudio 238 Balbino
54-68 Nerón 238 Pupieno
238-244 Gordiano III
C r is is d e l 68- 6 9 244-249 Filipo I
244-249 Filipo II
68-69 Galba 248-253 Uranio
69 Otón 248 Marino
69-70 Vitelio 249 Jotapiano
249-251 Decio
Los F la v io s 250-251 Herennio
69-79 Vespasiano 250-251 Hostiliano
71-81 Tito 251-253 Treboniano
81-96 Domiciano 251-253 Volusiano
253 Emiliano
Los A n t o n i n o s 253-259 Valeriano
253-268 Galieno
96-98 Nerva 258-268 Postumo
97-117 Trajano 260 Macriano
117-138 Adriano 261 Regaliano
138-161 Antonino Pío 267-268 Auréolo
161-180 Marco Aurelio 268 Leliano
161-169 Lucio Vero 268- Mario
176-192 Cómodo 268-270 Victorino
C r is is d e l 1 9 3 - 1 9 7
193 Pértinax Los llír ic o s
193 Didio Juliano 268-270
193-194 Pescenio Niger Claudio II
193-197 Clodio Albino 270-273 Tétrico
270 Quintilo
Los S e v e r o s
270-275 Aureliano
270-275 Domiciano II
193-211 Septimio Severo 270-271 Vabalato
198-217 Caracalla 275-276 Tácito
209-212 Geta 276 Floriano
217-218 Macrino 276-282 Probo
218-222 Heliogábalo 280 Saturnino
222-235 Severo Alejandro 282-283 Caro
447
448 LISTA DE EMPERADORES R O M AN O S