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CUADERNO DE LECTURAS

DEL VALLE DE SAN FRANCISCO


Nº 1 / Caracas agosto 2017
ADVERTENCIA

Estos Cuadernos del Valle de San Francisco surgen como una necesidad en
tiempos difíciles: la necesidad de acompañar la ansiedad y la aflicción, la
incertidumbre y las expectativas, con lecturas que mantengan abiertos nuestros
espacios de reflexión mientras las circunstancias dificulten la realización de los
cursos presenciales. Ya lo hemos dicho: hoy más que nunca queremos
defender los estudios liberales como una de las formas más tenaces de
resistencia a la barbarie.
Estos Cuadernos, a pesar de lo heterogéneo de los textos, la amplitud de los
enfoques y la mezcla de géneros, no se han concebido como una revista
literaria ni como un portal entretenido. Aspiran solamente a prolongar la
experiencia y el espíritu de nuestro Programa de Estudios Liberales,
manteniéndonos en el ámbito de las disciplinas y los temas habituales: los
vínculos entre la modernidad y la tradición desde el oleaje y las fracturas del
presente.
Asumo la arbitrariedad y subjetividad en que reposa esta primera selección. La
prisa por abrir este canal y la soledad en que debí trabajar, me obligaron a
realizar una travesía inevitablemente personal. Sé que apenas miramos el índice,
surgen cientos de nombres y títulos que podrían ampliarla, profundizarla y
mejorarla. La invitación entonces es a que cada quien prolongue este
cuaderno con sus propias lecturas, creando nuevas rutas de navegación o
persiguiendo rastros de olvidados o escondidos afluentes.

Además de algunos textos completos (artículos, ensayos, poemas), hallarán
amplios conjuntos de fragmentos de obras más vastas que valdría la pena
conocer o releer. Mezclamos aquí documentos clásicos con artículos recientes y
aun inéditos. Igualmente, aparecen páginas que son como estantes de
biblioteca o mesas de librería donde pueden hojear y ojear libros todavía recién
publicados, y por lo tanto accesibles, junto a las señas de otros hace tiempo
desaparecidos, de los que damos noticia como quien coloca uno de esos
famosos carteles de « Se Busca »—y en vez de «vivo o muerto», decimos: impreso,
en fotocopia o digital…
En este Valle de San Francisco estamos formando la Sociedad de Lectores sin
Fronteras, y esperamos que muchos de ustedes nos acompañen en esta nueva
actividad silenciosa y sigilosa.

m.f.p.

1
RAFAEL CADENAS

MUSA

Concédele al poeta,
si la humildad no lo ha abandonado,
las palabras justas
para su tarea: no decir lo que se espera
sino
ser vocero
de la más oculta necesidad.

Rafael Cadenas. Sobre abierto, 2012.

3
Entre la confusión y la reflexión:
una convicción no ilusa
Preámbulo al primer Cuaderno de Lecturas
del Valle de San Francisco

«Es preferible morir que odiar y temer; es preferible morir dos veces que hacerse
odiar y temer; tal ha de ser un día la suprema máxima de toda sociedad
organizada políticamente.» Nietzsche.
Con este epígrafe Camus abre sus Actuelles —la selección de editoriales que
publicó en Combat hasta 1946 y de una serie de artículos o testimonios
« suscitados por la actualidad », entre 1946 y 1948. En un breve prefacio aclara
que se trata del balance de una experiencia que « como es natural, se salda
con la pérdida de algunas ilusiones y el fortalecimiento de una convición más
profunda ».

Esta actitud y ese saldo es lo que me llevó a escoger este texto de Camus para
iniciar este Cuaderno, ya que “actuales” siguen siendo el espíritu, las emociones
y la letra de aquel balance. Las circunstancias pueden cambiar, los hombres no
tanto. Evoquemos entonces esa doble verdad camusiana, las dos orillas en
medio de las cuales fluye inexorablemente la experiencia en tiempos difíciles,
cuando la pérdida de algunas ilusiones trae aparejado el fortalecimiento de una
convición más profunda. ¿Acaso no sería esto un buen balance, el saldo, de
nuestras Actuales ?

Sin duda, Camus es el autor que sale al quite cuando necesitamos afrontar el fin
de las ilusiones sin dejar de sostener aquellas convicciones profundas donde se
refugia la esperanza.

La traducción española de Rafael Aragó (Losada 1978) cambia el título de


Actuales por el de una de sus secciones: Moral y política. Hizo bien, puesto que
Camus en todos estos textos se afana en conjugar esos términos aparentemente
excluyentes donde se juega la apuesta de la libertad.
El artículo que reproducimos es parte del conjunto titulado «Ni víctimas ni
verdugos» y es una muestra de la actitud que retrata a Camus como intelectual
y que él mismo ha resumido así: «no negar nada de lo que se ha pensado y
vivido en nuestra época» y al mismo tiempo, no dejar de «testimoniar la duda, la
certidumbre» y de «consignar el error que, en política, acompaña a la
convicción como su sombra.»

«En tanto que la verdad se acepte por lo que es y tal como es, aunque sea por
un solo espíritu, habrá lugar para la esperanza» — estas líneas de Camus resaltan
todavía hoy por la nobleza que invocan y el consuelo que provocan. Y es la
misma verdad que acompaña apasionadamente las palabras de Vaclav Havel
cuando se despide de la política y las de André Glucksman, cuando
apasionadamente despide a Havel cuando muere. Es la misma verdad que
acompaña la trayectoria de los hombres de bien, sean o no intelectuales, estén
donde estén en cualquier tiempo. Pero creo necesario añadir la gota fría, un

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"pero" que introduce cierta penumbra en la claridad de estas líneas y las baña
de melancolía. Porque hoy más que nunca abundan entre nosotros los hombres
despiadados y sin ley, intelectuales y políticos de renombre y poder, lo bastante
informados y convencidos, lo bastante sordos y ciegos hacia sus propias
acciones, que leyendo estas mismas líneas y, sin cinismo alguno, que es lo
peor, las hacen suyas, esgrimiéndolas contra esa verdad que allí se invoca. Por
supuesto, Camus, que escribió Los justos y El hombre rebelde, sabía esto de sobra
y, aun así, nunca renunció a seguir otorgándole un sentido superior a la verdad,
como parte de esa esperanza indispensable a la vida.

Este primer Cuaderno de lecturas quiere mantener viva no una determinada


esperanza en particular sino la emoción que nos sostiene esperanzados contra
toda esperanza. Quiere contribuir a que la reflexión y la emoción, juntas, nos
alejen del desierto del odio, la desesperanza y la postración; a no confudir el
dolor, la pena, la justa rabia y el coraje, con venganza o desesperación. Esto es
lo que ha orientado la escogencia de estos textos, y es asi como concebimos la
lectura en estos tiempos difíciles donde campean la ansiedad y la confusión.

Ryszard Kapuściński, en su libro Otro día con vida, donde recoge su experiencia
como periodista en Angola durante la guerra civil de los años setenta, nota que
la palabra confusão tenía en esos días un sentido intraducible: significaba caos,
desorden, anarquía…pero observa además que era una situación creada por
gente que en el proceso de lo que hacían perdían el control y la dirección de lo
que suscitaban, y ellos mismos se convierten en víctimas de la confusión que
estaban creando. Entonces surge, en la confusão misma, «una especie de
fatalismo» ; entonces, todo aquel que quiere «hacer algo» para desviarla o
detenerla tan sólo la potencian, provocando más confusão. Entonces, dice
Kapuściński, confusión es un estado de absoluta desorientación: «los que se han
visto dentro de la confusão no pueden comprender lo que ocurre alrededor
suyo o dentro de sí mismos, ni especificar qué causó ese estado particular de
confusão» . Y agrega que existen transmisores de confusión, portadores de
confusão y hay que estar alertas porque hay ocasiones en que cualquier
persona, uno mismo, puede ser un perpetrador de confusão contra su voluntad.
Por confusão —dice— también se entienden nuestros estados de perplejidad y
de impotencia. Si no podemos detenerla de un brochazo, si quien lo intenta
también cae en confusão y la incrementa, es necesario esperar a que pierda
energía y se debilite. Esta espera que dice Kapuściński no implica postración, es
la pausa reflexiva que acompaña la acción consciente y responsable, no un
lapso de tiempo muerto, sino un tempo y un temple en las acciones
indispensable para sostenernos en ese otro día con vida —donde la vida sea
vida.

María Fernanda Palacios


Caracas, agosto 2017

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ALBERT CAMUS
EL SOCIALISMO
MISTIFICADO

Actuelles. Écrits politiques. Paris: Gallimard, 1950

Notas y contexto del artículo


A finales de 1946, después de una pausa, Camus vuelve a escribir en Combat
la serie de artículos «Ni víctimas ni verdugos». El contexto inmediato remite al
debate dentro del socialismo cuando debe afrontar las contradicciones de la
revolución en el poder y el surgimiento del stalinismo. En tal sentido, la reciente
derrota de Léon Blum en el Congreso Socialista ante la posición dogmática y
radical de Guy Mollet, inquieta a Camus. Pero el fondo del artículo se refiere a
un dilema moral que todavía subsiste y parece congénito al ideal socialista y al
idealismo revolucionario, un dilema que ya estaba presente en lo orígenes de
la República, en las jornadas que desembocaron en el terror revolucionario y la
guillotina cayendo sobre quienes la erigieron. Ese debate, sabemos, no ha
concluido; comienza cuando ciertas conciencias despiertan y retroceden ante
el horror. Es el momento en que Camus, sin renunciar al ideal, ve llegar la hora
dichosa de utopías más modestas y menos ruinosas. Este artículo nos conduce
a otra lectura, cada día más actual: la de El hombre rebelde.

Si se admite que el estado de terror, confesado o no, en que vivimos de diez


años a esta parte no ha cesado aún y es en la actualidad el mayor responsable
del malestar que experimentan los individuos y las naciones, es preciso ver qué
se puede oponer al terror. Esto plantea el problema del socialismo occidental.
Porque el terror sólo se legitima cuando se admite el principio: «el fin justifica
los medios». Y este principio no se admite más que en el caso en que la
eficiencia de una acción se plantee como un absoluto, como en las ideologías
nihilistas todo está permitido, lo que importa es el éxito), o en las filosofías que
hacen de la historia un absoluto (Hegel, después Marx, la sociedad sin clases
es el fin, todo lo que conduzca a ella es admisible).

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Éste es el problema que se les ha planteado a los socialistas franceses, por
ejemplo. Hoy sienten escrúpulos. Han visto actuar a la violencia y a la opresión
de las que hasta ahora no habían tenido más que una idea bastante abstracta.
Y se preguntaron si aceptarían, como quiere su filosofía, ejercer ellos la
violencia, aunque provisionalmente y con un propósito sin embargo distinto. Un
reciente prologuista de Saint Just, hablando de hombres que tenían escrúpulos
semejantes, escribía con desprecio: «Retrocedieron ante el horror».* Nada hay
más cierto. Y por ello merecieron incurrir en el desprecio de almas tan fuertes y
superiores que se instalaron sin titubear en el horror. Pero, al mismo tiempo,
ellos dieron voz a este clamor angustiado de los mediocres —nosotros también
lo somos— que son millones y que constituyen la materia prima de la historia y
a los que habrá un día que tener en cuenta, pese a todos los desdenes. Por el
contrario, nos parece más serio tratar de comprender la contradicción y la
confusión en que se encuentran nuestros socialistas. Desde este punto de vista
es evidente que no se ha reflexionado bastante sobre la crisis de conciencia del
socialismo francés, tal como se ha manifestado en un congreso reciente. Es
evidente que nuestros socialistas bajo la influencia de León Blum, y más aún
bajo la amenaza de los acontecimientos sienten como preocupación prioritaria
los problemas morales (el fin no justifica todos los medios) que hasta ahora no
habían destacado. Su legítimo deseo era remitirse a algunos principios que
fueran superiores al homicidio. No es menos evidente que esos socialistas
quieren mantener la doctrina marxista; unos porque piensan que no se puede
ser revolucionario sin ser marxista, otros por una fidelidad respetable a la
historia del partido, historia que los persuade también de que no se puede ser
socialista sin ser marxista. El último congreso del partido puso de relieve estas
dos tendencias y la tarea principal de este congreso fue conciliarlas. Pero no se
puede conciliar lo inconciliable.
Pues está claro que si el marxismo es una doctrina verdadera, y si hay una
lógica de la historia, el realismo político es legítimo. Es igualmente claro que si
los valores morales preconizados por el partido socialista están fundamentados
en derechos, entonces el marxismo es absolutamente falso porque pretende
ser absolutamente verdadero. Desde este punto de vista, la famosa superación
del marxismo en un sentido idealista y humanitario es sólo una humorada y un
sueño sin consecuencias. Marx no puede ser superado porque fue hasta el
límite de la consecuencia. Los comunistas pueden razonablemente utilizar la
mentira y la violencia que no quieren los socialistas apoyándose en los

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principios mismos y en la dialéctica irrefutable que los socialistas quieren, sin
embargo, conservar. No era extraño, entonces, que el congreso socialista
terminara por yuxtaponer simplemente las dos posiciones contradictorias cuya
esterilidad se vio sancionada en las últimas elecciones.
Desde este punto de vista, la confusión continúa. Era necesario elegir y los
socialistas no quisieron o no pudieron elegir.
No he escogido este ejemplo para abrumar a los socialistas, sino para ilustrar
las paradojas en que vivimos. Para abrumar a los socialistas, sería necesario
ser superiores a ellos. No es el caso. Por el contrario, me parece que esta
contradicción es común a todos los hombres de quienes he hablado, que
desean una sociedad que sea al mismo tiempo feliz y digna, que quieren que
los hombres sean libres en un contexto de justicia, pero que hesitan entre una
libertad en la que —lo saben bien— la justicia es finalmente burlada, y una
justicia en la que —y lo saben bien— la libertad es suprimida desde un
comienzo. Esta angustia intolerable se convierte generalmente en motivo de
burla para quienes saben lo que hay que creer o hacer. Pero opino que en vez
de burlarse de ella, es necesario razonarla y aclararla, ver qué significa, traducir
la reprobación casi total que vierte sobre el mundo que la provoca y despejar la
debil esperanza que contiene.
Y la esperanza reside precisamente en esa contradicción que obliga u
obligará a los socialistas a optar. O bien admitirán que el fin justifica los medios,
y por consiguiente que el homicidio puede ser legitimado, o bien renunciarán al
marxismo como filosofía absoluta, limitándose a conservar de él el aspecto
crítico, al menos frecuentemente valedero. Si eligen el primer término de la
alternativa, la crisis de conciencia habrá terminado y las situaciones se habrán
clarificado. Si admiten el segundo, demostrarán que esta época marca el fin de
las ideologías, es decir de las utopías absolutas que se desruyeron a sí mismas,
en la historia, por el precio que terminaron por costar. Será preciso, entonces,
elegir otra utopía, más modesta y menos ruinosa. Es así, al menos, como la
negativa a legitimar el homicidio obliga a plantear la cuestión.Sí, ésta es la
cuestión que debe plantearse y nadie, creo, osará responder con ligereza.
* Se refiere al prólogo de Jean Gratien (Editions de la Cité Nouvelle) cuando acusa a
intelectuales y artistas de fariseos, porque «en verdad, todo se debe a que retrocedieron ante el
horror».

Tomado de : Albert Camus. Moral y política.Traducción de Rafael Aragó. Buenos Aires: Losada,
Biblioteca Clásica Contemporánea, 1978.

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VACLAV HAVEL
Adiós a la política

Aún conservo vivos recuerdos del concierto de hace casi 13 años, en


febrerode 1990, cuando Nueva York me acogió como presidente electo
deChecoslovaquia. Naturalmente, no se celebró sólo para honrarme a
mí personalmente. Fue una forma de honrar a través de mi persona a
todos mis compatriotas que habían sido capaces de derrocar sin
violencia el corrompido régimen que gobernaba el país. Y también fue
para honrar a todos los que, antes que yo, o conmigo, habían resistido a
este régimen, de nuevo sin violencia. Muchos amantes de la libertad de
todo el mundo vieron la victoria de la Revolución de Terciopelo de
Checoslovaquia como estandarte de la esperanza en un mundo más
humano, un mundo en el que los poetas puedan tener una voz tan
poderosa como los banqueros.

Nuestra reunión de hoy, no menos cálida e impresionante, me lleva de un


modo casi natural a la cuestión de si he cambiado o no en estos casi 13
años, qué ha hecho de mí esa permanencia incomprensiblemente larga
como presidente, y cómo me han cambiado las innumerables
experiencias que he vivido en estos tumultuosos tiempos.

Y he descubierto algo asombroso: aunque cabría esperar que esta


riqueza de experiencias me hubiera dado más tranquilidad, más
confianza en mi mismo y rodaje, lo cierto es que ha sucedido todo lo
contrario. En este tiempo he perdido mucha seguridad en mí mismo, y soy
mucho más humilde. Puede que no me crean, pero cada día padezco
más y más el miedo al público; cada día tengo más miedo de no estar
amla altura de mi tarea, o de estropearlo todo.
Cada vez me resulta más difícil escribir mis discursos, y cuando los
escribo, tengo más miedo que nunca de repetirme una y otra vez. Cada
vez tengo más miedo de quedarme lamentablemente sin expectativas,
de que de alguna forma pondré de manifiesto mi falta de preparación
para este trabajo, de cometer errores aún mayores a pesar de mi buena
fe, de dejar de ser alguien en quien se pueda confiar y, por consiguiente,
perder la legitimidad para hacer lo que hago.

Y mientras otros presidentes, más jóvenes que yo en términos de tiempo


de permanencia en el cargo, disfrutan de cada oportunidad de
conocerse, o de conocer a gente importante, o de aparecer en
televisión o dar un discurso, a mí todo esto me produce cada vez más

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temor. A veces se dan situaciones que debería agradecer por ser una
gran oportunidad, y deliberadamente intento evitarlas por el miedo casi
irracional a desperdiciar la oportunidad de una u otra forma, y quizá
incluso a perjudicar una buena causa. En pocas palabras, parece que
cada vez tengo más dudas, incluso de mí mismo. Y cuantos más
enemigos tengo, más me pongo de su lado mentalmente, con lo que me
convierto en mi peor enemigo.

¿Cómo podría explicar esta evolución completamente imprevisible de mi


personalidad?

Quizá reflexione más detenidamente sobre esto cuando ya no sea


presidente, cosa que ocur rirá a principios del próximo febrero, cuando
tenga tiempo para alejarme un poco, para distanciarme un poco de la
política y cuando, como hombre completamente libre otra vez, empiece
a escribir cosas que no sean discursos políticos.

Pero, de momento, permítanme sugerir una de las muchas posibles


explicaciones para esta situación. Conforme voy envejeciendo, a
medida que maduro y adquiero experiencia y razón, me voy dando
cuenta plenamente del alcance de mi responsabilidad y de las
extrañamente diversas obligaciones derivadas del trabajo que acepté.
Además, se va acercando inexorablemente el momento en que quienes
me rodean, el mundo y -lo que es peor- mi propia conciencia, ya no me
preguntarán cuáles son mis ideales y objetivos, ni qué es lo que deseo
conseguir ni cómo quiero cambiar el mundo, sino que empezarán a
preguntarme qué es lo que efectivamente he logrado, cuáles de
mis propósitos he hecho realidad y con qué resultados, cuál me gustaría
que fuera mi legado, y q ué tipo de mundo me gustaría dejar detrás. Y de
repente siento que la misma intranquilidad espiritual e intelectual que una
vez me llevó a hacer frente al régimen totalitario e ir a la cárcel por ello,
ahora me hace dudar completamente del valor de mi propio trabajo, o
del trabajo de quienes he apoyado, o de aquellos cuya influencia yo he
hecho posible.

Antes, cuando recibía títulos honoríficos y escuchaba los discursos


laudatorios que se pronunciaban en ocasiones así, muchas veces me reía
al ver que en muchos de esos homenajes se me describía como un héroe
de cuento de hadas, un muchacho que, en nombre del bien, se lió a dar
cabezazos contra el muro de un castillo habitado por reyes malvados,
hasta que el muro cayó y él mismo se convirtió en rey y gobernó
sabiamente durante muchos largos años. No es mi intención quitar
importancia a esas ocasiones: valoro profundamente todos mis
doctorados y siempre me conmueve recibirlos.

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Sin embargo, menciono este otro aspecto de las cosas, en cierto sentido
cómico, porque estoy empezando a entender que, en realidad, todo ha
sido una trampa diabólica que el destino me ha puesto. Porque
efectivamente me vi catapultado de un día para otro a un mundo de
cuento de hadas, y después, en los años posteriores, tuve que volver al
mundo real, para darme cuenta de que los cuentos de hadas sólo son
una proyección de los arquetipos humanos, y que el mundo no está en
absoluto estructurado como un cuento de hadas. Y así, sin ni siquiera
haber intentado convertirme en un rey de cuento de hadas, y a pesar de
encontrarme prácticamente obligado a ocupar este cargo por un
accidente de la historia, no he recibido ninguna inmunidad diplomática
por esa dura caída a la tierra, del estimulante mundo de revolucionaria
emoción al mundo terrenal de la rutina burocrática.

Por favor, entiéndanme: no estoy diciendo que haya perdido mi lucha, ni


que todo haya sido en vano. Por el contrario, nuestro mundo, la
humanidad, y nuestra civilización, se encuentran actualmente en la que
quizá sea la encrucijada más importante de su historia. Tenemos más
oportunidades que nunca en los últimos tiempos de comprender nuestra
situación y la ambivalencia del rumbo que llevamos, y escoger el camino
de la razón, la paz y la justicia, no el que nos lleve a nuestra propia
destrucción.

Sólo digo esto: seguir el rumbo de la razón, la paz y la justicia conlleva


mucho trabajo, abnegación, paciencia y conocimiento, un análisis
general sosegado, la voluntad de arriesgarse a no ser comprendido. Al
mismo tiempo, significa que todos deberíamos poder juzgar nuestra
propia capacidad y obrar en consecuencia, con la expectativa de que
nuestras propias fuerzas crezcan con las nuevas tareas que nos
marcamos, o se agoten. En otras palabras, ya no vale confiar en cuentos
de hadas ni en héroes de cuentos de hadas. Ya no vale confiar en los
accidentes de la historia que alzan a los poetas a lugares donde caen
imperios y al ianzas militares. Se debe escuchar detenidamente las voces
de alarma de los poetas y tomarlas muy en serio, quizá mucho más en
serio que las voces de los banqueros y los agentes de bolsa. Pero, al
mismo tiempo, no podemos esperar que el mundo se transforme en un
poema de la mano de los poetas.

Sea como fuere, de una cosa sí estoy seguro: independientemente de la


forma en que haya desempeñado el papel que se me ha adjudicado,
independientemente de si lo quería desempeñar, o de si lo merecía o no,
e independientemente de lo mucho o lo poco satisfecho que esté de mis
esfuerzos, entiendo que mi presidencia ha sido un magnífico regalo del

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destino. Al fin y al cabo, he tenido la oportunidad de participar en unos
acontecimientos históricos que verdaderamente han cambiado el
mundo. Y eso, como experiencia vital y oportunidad creativa, ha valido
la pena a pesar de todas las trampas que lleva ocultas.
Y ahora, si me permiten, intentaré finalmente distanciarme un tanto de mi
persona y formular tres ideas que siempre he dado por ciertas o, más
bien, tres viejas observaciones, que mi estancia en el mundo de la alta
política no ha hecho sino confirmar:

1. Si la humanidad quiere sobrevivir y evitar nuevas catástrofes, el orden


político mundial tiene que ir acompañado por un respeto mutuo y sincero
entre las diversas esferas de la civilización, la cultura, las naciones o
los continentes, y por un esfuerzo sincero por su parte para buscar y
encontrar los valores o imperativos morales básicos que tienen en común,
y transformarlos en los cimientos de su coexistencia en este mundo
globalmente conectado.

2. Hay que hacer frente al mal en su propio seno y, si no hay otra forma,
habrá que hacerlo mediante el uso de la fuerza. Si es necesario utilizar el
increíblemente sofisticado y caro armamento moderno, que se use de
una forma que no dañe a las poblaciones civiles. Si esto no es posible, se
habrán derrochado los miles de millones gastados en esas armas.

3. Si examinamos todos los problemas que el mundo afronta hoy en día,


ya sean económicos, sociales, ecológicos, o los problemas generales de
la civilización, queramos o no siempre nos encontraremos con el
problema de si un determinado derrotero es o no adecuado, o de si es
responsable desde el punto de vista planetario a largo plazo. El orden
moral y sus fuentes, los derechos humanos y las fuentes de legitimación
de esos derechos humanos, la responsabilidad humana y sus orígenes, la
conciencia humana y la penetrante visión de aquello a lo que nada
puede ocultarse con un manto de nobles palabras, son, según mis más
profundas convicciones y experiencia, los temas políticos más
importantes de nuestro tiempo.

Queridos amigos, al mirar a mi alrededor y ver a tantas personas famosas


que parecen haber descendido de algún lugar ahí arriba, en el
firmamento estrellado, no puedo evitar s |entir que al final de mi larga
caída desde un mundo de cuento de hadas a la cruda realidad, de
repente me encuentro nuevamente en un cuento de hadas. Quizá sólo
haya una diferencia: ahora puedo valorar esta sensación más que
cuando hace 13 años me encontraba en circunstancias similares.

Vaclav Havel (1916 — 2011) Tomado de: Diario El País. 8 de noviembre de 2001

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ANDRÉ GLUCKSMANN
Václav Havel
es la Europa del futuro

«Un intelectual no está jamás en su sitio». Con estas palabras, lejos de


lamentar este desajuste original, el poeta Havel, en la huella de Beckett,
Ionesco y Lou Reed, instaura el desarraigo como moderna norma de vida
y estrategia de pensamiento. No se trata de una pose. Disidente nada
convencional, presidente bohemio, su negativa inexorable a
considerarse un Mesías conductor de pueblos fue una forma de cortar de
raíz con las pretensiones de los comprometidos de otras épocas. En los
últimos tiempos de la Revolución Francesa, Joseph de Maistre sostenía
que el poder espiritual y temporal de un Papa era lo único que podía
salvar Europa. Y de una infalibilidad como la que se atribuía al Papa era
de lo que presumían los dirigentes comunistas, Lenin y los que vinieron
detrás, igual que los führers y los ayatolás.

Por el contrario, la modestia rigurosa de Havel, por un lado escritor, por


otro jefe de Estado, le impedía mezclar cielo y tierra: “Soy de un país lleno
de impacientes. Quizá son impacientes porque llevan tanto tiempo
esperando a Godot que tienen la impresión de que ya ha llegado. Ese es
un error tan monumental como el de esperarlo. Godot no ha llegado. Y
menos mal, porque, si llegara un Godot, no sería más que el Godot
imaginario, el Godot comunista”.

A base de tergiversar las más puras convicciones, el despiadado siglo XX


desencadenó unas guerras totales con la excusa de defender la paz y
justificó en nombre de un bien supremo esa abominación que fueron los
campos de exterminio y los gulags. Ante semejante cataclismo mental,
los 242 primeros firmantes de la Carta 77 optan por adoptar una “filosofía
negativa”. Los disidentes, que se enorgullecen de sus diferencias —entre
ellos figuran católicos, protestantes, judíos, ateos, de izquierdas, de
derechas, nacionalistas y cosmopolitas—, deciden ponerse de acuerdo
no en favor de sino contra. La desgracia que comparten les hace

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solidarios en y por su soledad. «A veces nos hace falta hundirnos en lo
más profundo de la miseria para reconocer la verdad, del mismo modo
que nos hace falta caer hasta el fondo del pozo para descubrir las
estrellas».

La fortaleza de Václav Havel, la fuerza de la disidencia, ese «poder de los


sin poder» fue lo que el filósofo Patocka denominó « solidaridadde los
quebrantados ». Un nombre que aquel intelectual que tanto inspiró a
Havel explicaba con detalle: « Quebrantados porque se ha sacudido su
fe en la luz, la vida, la paz...».

El disidente no es una noble alma indignada que vocifera desde el


pedestal de su virtud presuntamente perfecta, sino alguien que ha
sabido volver su indignación contra sí mismo y contra los sueños
complacientes con los que había alimentado hasta entonces la
pasividad general y la complicidad individual. El enemigo no es un
demonio maloliente ni el sistema todopoderoso, sino nuestra servidumbre
voluntaria, esa afición tan común a cerrar los ojos y dormir tranquilos,
suceda lo que suceda.

Después de la caída del Muro de Berlín, el optimismo invadió desde los


palacios hasta las cabañas; todo el mundo celebraba el fin de la Historia,
de las guerras sangrientas y las grandes crisis, ¡todo va bien, señora
baronesa! Hoy nos encontramos en la situación contraria: la fatalidad de
un apocalipsis (ecológico, financiero o moral) paraliza al ciudadano, le
hace volver a refugiarse en su concha. En los dos casos, tanto en la
euforia como en la depresión, un destino que el individuo imagina
imparable le reduce a la impotencia y la indiferencia. En cambio, Vaclav
Havel y el disidente encarnan una Europa responsable, capaz de
examinar y superar las situaciones más trágicas.

Los últimos tiempos: pese a su enorme debilidad, Havel no se quejaba de


lo que sufría. La última manifestación: Havel protesta delante de la
embajada de la China comunista contra el encarcelamiento de Liu
Xiaobo y los firmantes de la Carta 08. El último llamamiento: Havel escribe
para interceder porJulia Timoshenko, encerrada en las mazmorras
postcomunistas de Kiev.

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Pese a encontrarse postrado en la cama, Václav se levanta para recibir y
felicitar públicamente a dos personas incómodas, el Dalai Lama, a quien
los autócratas de Pekín no dejan de vilipendiar públicamente, y el
georgiano Mijail Saakashvili, al que Putin siguiendo las tradiciones de su
oficio, quiere «agarrar por los huevos». Yo estaba allí, fue hace poco
tiempo.

El disidente no se pliega, está locamente enamorado de la libertad. Mi


amigo me ha dejado. Y es irremplazable.

Pero además es victorioso: el 10 y el 24 de diciembre de 2011, una marea


humana formada por manifestantes de toda condición, desafía al
Kremlin para “no vivir en la mentira”, como decía Václav Havel. Sus
herederos están en la calle.

André Glucksmann (1937 – 2015) Tomado de: Diario El País. 29 de diciembre de 2011.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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WOLE SOYINKA
CLIMA DE MIEDO

El escritor y dramaturgo nigeriano Wole Soyinka (1934 Abeokuta) Durante


la guerra civil en Nigeria luchó contra la dictadura y pasó más de dos
años en prisión, donde escribió, The man died, publicado luego durante
su exilio con el subtítulo The Prison Notes of Wole Soyinka. En 2007
desconoció públicamente las elecciones generales en Nigeria,
denunciando el fraude y el clima de violencia en que se realizaron.

Soyinka recibió el Premio Nobel de Literatura en 1986. En 1993 y 2005


respectivamente, recibió los Doctorados Honoris Causa de las
universidades de Harvard y de Princeton y en 2014 se le otorgó el
International Humanist Award.

En 2004, con el título Climate of Fear. The Quest for Dignity in a


Deshumanized World, Wole Soyinka dictó en Londres las cinco
conferencias del prestigioso ciclo de las Reith Lectures.

Penetrando en el "clima de miedo" como el común denominador


de los estados de sometimiento y represión de la libertad humana,
Soyinka reflexiona sobre « la esencia misteriosa del poder »,
arraigada en las oscuridades de la condición humana y los
impulsos colectivos. Estas conferencias son el resultdao de lo que
él mismo califica de una búsqueda casi obsesiva de pistas
clarificadoras, « cuando uno ha participado en el tipo de lucha a
muerte que tiene lugar cuando un solo individuo, un simple mortal,
sin ninguna cualidad excepcional discernible, se convence a sí
mismo de que su misión es coaccionar a un pueblo de algunos
millones de personas —diez, veinte, cien o más millones— para que
se someta. »

No es necesario añadir nada más acerca de la actualidad y el


interés que tiene este libro para nosotros, los venezolanos,
enfrentados y sujetos como estamos a las consecuencias de este
nefasto enigma humano.

NOTA : Las Reith Lectures fueron instituidas por la BBC de Londres desde hace
más de setenta años. La suma de las reflexiones de reconocidos filósofos, artistas y
científicos invitados conforma un valioso panorama contemporáneo del
pensamiento y la cultura mundial. Como prueba de ello, basta con algunos
ejemplos: en 1948, Sir Bertrand Russell leyó sus textos sobre “Authority and the
Individual” y en 1960, el iconólogo Edgard Wind los trabajos de su libro “Art and
Anarchy”; J.F. Galbraith, en 1966 dictó sus charlas sobre “The New Industrial
State”; en 1984 John Searle lee sus conferencias sobre “Mind, Brain and Science”
y en 2006, Daniel Baremboin, ofrece sus clases magistrales “In the Begginning
there Was Sound”.

17
WOLE SOYINKA. CLIMA DE MIEDO
FRAGMENTOS

Wole Soyinka. Clima de Miedo. Traducción de Jordi Beltrán Ferrer. Barcelona: Tusquets, 2007.

I. «Una máscara cambiante de miedo»


[Un pasaje de la primera conferencia donde el autor distingue ciertos contextos en los que el
miedo adquiere su cualidad especial ]

…………………………
Me gusta creer que todos estamos de acuerdo acerca de lo que constituye el
temor. Si no es así, al menos podemos estar de acuerdo en los síntomas del
miedo, reconocer cuándo el condicionamiento del miedoha afligido o se ha
impuesto a un individuo o a una comunidad. Desde luego, hemos aprendido a
asociar la emoción del miedo con la medida determinable de una pérdida en la
volición acostumbrada. La sensación de libertad de la que se disfruta o, para
ser más exactos, que se da por sentada en la vida normal, se contrae
agudamente. La cautela y el cálculo reemplazan una norma de espontaneidad
o costumbre. A menudo el habla normal queda reducida a un susurro, incluso
en la intimidad del hogar. Las opciones pasan a ser limitadas. Uno se vuelve
más reservado, menos impulsivo. Un violador anda suelto por la sociedad. Un
asesino en serie aterroriza a toda una comunidad, comosucedió recientemente
en el estado norteamericano de Maryland, donde dos hombres, un adulto y su
protegido, pusieron en jaque a todo un estado mientras iban eliminando
víctimas al azar.
Ahora bien, la sensación que provoca semejante perturbación es totalmente
distinta de la que produce una situación de guerra en la que se pone sitio a una
ciudad. Aunque lluevan incesantemente bombas y cohetes sobre la población,
el proceso mismo de la guerra permite cierto espacio de volición y reduce así el
debilitamiento interno que acompaña a una sensaciónde impotencia. En el caso
de Maryland, la pareja de asesinos logró que el miedo se convirtiera en el factor
de control para una población. Esta fuerza anónima cerró escuelas e
instituciones y desestabilizó la existencia normal. Los padres acompañaban a
sus hijos hasta el aulamisma, mirando hacia atrás, por encima del hombro.
Obviamente, mientras duró la serie de asesinatos hubo un resentimiento
profundo, incluso rabia, contra el desconocido atacante, pero el fruto más

18
común de aquella fase fue sencillamente el miedo no dirigido. Un aspecto
notable del miedo que todo lo invade es que provoca un grado de pérdida de
percepción propia: parte del yo ha sido expropiada, un nivel de conciencia, y
esto hasta puede llevar a una reducción de la autoestima; en suma, una
pérdida de la dignidad interior. No ocurre siempre, hay que reconocerlo, y las
veces en que no ocurre nos ofrecen la oportunidad de hacer algunas
distinciones importantísimas entre los diversos contextos dentro de los cuales el
miedo adquiere su cualidad especial.
Da la casualidad de que recientemente viví una experiencia que me permite
reforzar semejante distinción, una experiencia que puede explicar por qué el
miedo es más tolerable en algunas circunstancias que en otras; dicho de otro
modo, existe una clase de temor con la que se puede vivir, que se puede
superar, que, de hecho, puede absorberse como incidencia terapéutica,
mientras que otras son sencillamente de todo punto degradantes. Me refiero a
los incendios que en 2003 asolaron el sur de California y cuyo resultado fue la
devastación de más territorio, según nos dicen, que la que haya provocado
cualquier otro incendio en la historia de los Estados Unidos. Yo fui una de las
miles de personas que se encontraron con que sus hogares se veían
amenazados por el voraz invasor, sin poder predecir —literalmente— en qué
dirección soplaría el viento.
Bien, permítanme describir lo que observé en el comportamiento de los
vecinos. Estaban preocupados, por supuesto, y asustados. Vigilantes e
inseguros. Pero su humanidad no se veía maltratada ni degradada por la
amenaza que se les venía encima. Al contrario, mantuvieron su espíritu
combativo, intercambiando constantemente noticias además de sugerencias
tácticas para salvar al vecindario. Dormir estaba descartado. Nos habían
advertido que en cualquier momento las sirenas de la policía y los bomberos
podían señalar que había llegado el momento de la evacuación obligatoria. A
medida que el fuego se acercaba, las opciones iban reduciéndose. Los
regadores giratorios perdieron fuerza, las mangueras de riego se quedaron sin
agua y empezamos a preguntarnos si la corriente eléctrica también estaba
amenazada. En efecto, pronto se apagaron todas las luces. Nuestra comunidad
en peligro empezó a temerse lo peor: pero nadie se sintió verdaderamente
intmidado ni hubo la menor señal de pérdida de dignidad.
La relación entre aquel incendio, fuerza desnuda de la naturaleza —aunque
probablemente fue provocado— y la humanidad que se veía amenazada era

19
muy diferente del ejercicio del poder de un individuo sobre otro, o el de un
estado totalitario sobre su población. Existe un abismo de sensibilidad inmenso
entre, por un lado, la fuerza bruta que llamamos Naturaleza, y, por otro lado, el
ejercicio de la fuerza por parte de un ser humano sobre otro. Sugiero que esto
tiene que ver con otro bien humano, un atributo que es tanto una adquisición
social como inherente a la especie humana: la dignidad. Varios filósofos —
Locke o Hegel, por ejemplo— incluso amplían este concepto en la autoestima e
incluyen en él la necesidad hunana de reconocimiento. Esto último es un
concepto que no me entusiasma demasiado, y el grueso de lo que se ha escrito
sobre este impulso ampliado lo encuentro en su mayor parte insatisfactorio:
volveremos a ocuparnos de este tema en una cuarta conferencia, "La búsqueda
de la dignidad". De momento nos limitaremos a señalar que el ataque contra la
dignidad humana es uno de los objetivos principales del miedo, un preludio de
la dominación de la mente y el triunfo del poder.

II. «Del poder y la libertad»


[Pasajes de la segunda conferencia donde el autor reflexiona sobre cómo en las sociedades
contemporáneas, los totalitarismos, mutando en las formas furtivas del cuasi-estado, imponen
su control en un clima de miedo]

El estado totalitario es fácil de definir, fácil de identificar y, por tanto, ofrece un


blanco reconocible contra el que los arqueros de la libertad humana pueden
disparar sus dardos. En cambio, no da tantas facilidades lo que he denominado
el cuasi-estado, ese ente escurridizo que puede abarcar todo el espectro de
ideologías y religiones, que lucha por el poder pero no es definido por límites
físicos como los que identifican al Estado soberano. Especialmente
desalentador es el hecho de que el cuasi-estado suele comenzar con una
posición cuyo objetivo básico —desafiar un statu-quo injusto— hace que sea
difícil separarlo de movimientos disidentes de signo progresista, con los cuales,
además, a veces forma alianzas con un propósito común. Al mismo tiempo, sin
embargo, acecha dentro de su intención social un desprecio no menos
profundo de las virtudes que constituyen las metas de otros amantes de la
libertad. Así pues, para entender plenamente la esencia del poder, debemos
mirar más allá de la franca «demostración de fuerza", la demostración de un
poder declarado cuyo propósito es enseñar al pueblo exactamente quién es el
amo. Estamos obligados a incluir —de hecho, a ver como socio paritario en el
proyecto de poder— al ente escurridizo que aquí se denomina

20
convenientemente cuasi-estado. Volveremos enseguida a este ente mimético
pero potente.
El Estado formal, en su mutación dictatorial o belicosa, representa el poder en
su aspecto más crudo: las naciones africanas, atrapadas en una espiral
interminable de dictauras y guerras civiles están sobradamente familiarizadas
con esta exégesis del poder. También son conocidas, para algunos, las tropas
de choque diurnas o nocturnas del Estado que irrumpen en los domicilios y las
oficinas de los disidentes de un orden político y se llevan a sus víctimas con
total desprecio del resentimiento abierto o escondido. La saturación de la
sociedad por parte de agentes secretos casi invisibles, la cooptación de
amigos y familiares —como se ha visto notoriamente documentado en la
Etiopía del DERG, en la antigua Alemania Oriental o en la Uganda de Idi Amin,
entre otros países, todos ellos obligados a informar de los menores síntomas de
descontento o indiferencia al Estado— constituyen parte de las fuerzas
declaradas y estructuradas de subyugación. Para comprender del todo la
neutrralidad del poder del miedo en tiempos recientes, con independencia de
la base religiosa o ideológica, basta con comparar los testimonios de las
víctimas etíopes bajo el orden ateo de Mengistu Hai-le Mariam con los que
surgieron del bastión teocrático de Irán bajo la orgía purificadora de los líderes
religiosos. Los talibanes siguen siendo un recuerdo lacerante de antihumanismo,
y lo mismo puede decirse del terror estalinista en la antigua Unión Soviética.
Sin embargo, por horribles que nos parezcan las historias de las dictaduras
formales, tanto de izquierdas como de derechas, es dudoso que el miedo que
engendran tales regímenes lograra alguna vez penetrar hasta un nivel visceral ,
como lo hace el estado acechante, que es totalmente imprevisible, un estado
que repudia incluso los códigos mínimos de responsabilidad que, forzoso es
reconocerlo, los estados formales infringen a menudo. Son éstos los que
constituyen los cuasi-estados, que con frecuencia son corporaciones de poder
meticulosamente estructuradas pero imprecisas que imitan el estado formal en
todos los aspectos excepto en tres: la inexistencia de fronteras, la inexistencia
de secretariados gubernamentales, con ministerios identificables y, por
extensión, la responsabilidad de gobernar. El cuasi-estado, con sus
correspondientes jerarquías de élites y sus propios organismos de control —a
saber, la policía y los servicios de seguridad— puede en verdad esperar un
futuro orden mundial, pero con ello la humanidad es declarada abiertamente
prescindible y la realización de ese nuevo orden se limita a una camarilla

21
cerrada que prolifera a través de barrios y ciudades, y menosprecia los límites.
La Unión Soviética de Stalin ha desaparecido. El Afganistán de los talibanes ya
no existe. Es el cuasi-estado el que hoy dia infunde el mayor miedo, condición
que se vuelve casi neurótica en aquellos lugares donde el Estado verdadero
reniega de sus principios para llevar sus asuntos y cultiva el cuasi-estado, lo
cual significa en realidad quererlo todo. Aliado con un agente del terror que se
deriva de sus poderes normales y goza de su connivencia, luce dos rostros,
igual que Jano, denegando a su aliado furtivo todo reconocimiento formal, pero
al mismo tiempo, dándole poder. [...]
………………..
Siempre resulta bastante fácil abordar los factores materiales de los conflictos
y sabemos que en la mayoría de los casos nos encontramos con que éstos
constituyen las causas principales. Pueden identificarse y entenderse y suelen
proporcionar una base para la negociación incluso en los momentos en que los
conflictos son más intensos. Las naciones luchan por la tierra, por el
abastecimiento de agua y por otros recursos naturales y, en las guerras civiles,
también a causa de la marginación política: son causas de descontento
accesibles, convincentes en su manifestación. Llegan al fondo del sentido que
un pueblo tiene de la tranquilidad social y de la necesidad de sobrevivir.
Entrelazado con ella, sin embargo, pero no en forma tan intrincada que las haga
totalmente inseparables, hay un factor muy olvidado por derecho propio: el
coeficiente de poder, la voluntad de dominar, de controlar, ese extraño impulso
que persuade a ciertos temperamentos de que pueden realizar su existencia
individual o colectivamente sólo por medio de la dominación de los demás.
Estamos hablando de la fase en que la lucha va más allá de sus causas
materiales —restaurar la paridad dentro de un orden explotador, por ejemplo—
y se convierte en una lucha cuyo objetivo es la conquista y el ejercicio del
poder puro. Llega al fondo del fenómeno de esos dictadores que, cuando hace
ya mucho tiempo que dejaron atrás su utilidad creativa, siguen aferrándose
desesperadamente al poder. Un ejemplo contemporáneo de ello lo tenemos en
la lastimosa condición del otrora revolucionario y hoy simplemente penoso
dirigente de Zimbabue, cuyo gobierno no se sostiene gracias a la aceptación
popular, sino al empleo del terror.
Así pues, no limitemos el estremecimiento del poder a sus manifestaciones
estructuradas. La expresión territorial —es decir, física— de la voluntad de
dominar es sólo parte de la historia. Existe también su ejercicio furtivo, que, a

22
menudo superado en potencia de fuego y de maniobra, incluso puede
renunciar a todo interés por el control territorial, pero no al anhelo de dominar.
Podemos equipararlo a ese dispositivo tecnológico hoy tan común que se
denomina control remoto, el cual, dicho sea de paso, desempeña un papel letal
en el diálogo explosivo de las partes en conflicto. Estamos hablando del
estremecimiento del poder obtenido por medios que no son la acción de
gobernar propiamente dicha; del poder como vocación por derecho propio, un
conncentrado, extracto o esencia que produce adicción. Es un hecho que no
tiene por qué estar anclado en terrenos materiales, sino que sigue siendo una
vocación por derecho propio, anhelado por él mismo.[...]
Creo que ha llegado el momento de hacer frente a una realidad intensificada
—digo intensificada porque no es precisamente nueva— e incluir el factor
poder, el instinto de poder, entre los componentes que motivan la personalidad
humana y los movimientos sociales, un elemento no cuantificable que siempre
ha gobernado gran parte de las relaciones sociales y las de las naciones entre
ellas. La historia otorga a figuras excepcionales, pasadas y presentes —
Alejandro, Solimán, el rey Darío, el jefe zulú Chaka, Ataturk, Indira Gandhi, etc—
temperamentos de constructores de naciones así como de cultivadores del
poder. Esta última impulsión no la glosan ni los historiadores ni los
psicoanalistas de los superhombres y las supermujeres. Lo que es diferente en
nuestra situación contemporánea es que el disfrute del poder ya no es un
atributo del individuo sobresaliente, excepcional, sino que resuta cada vez más
accesible incluso para el individuo anodino cuya pertenencia a una camarilla o
cuyas actividades en nombre de los Elegidos sacian sobradamente su hambre
de participar en la dieta de poder.
¿Es estrictamente por compromiso con la ley moral —no matarás— por lo
que el cruzado extremista antiabortista en Estados Unidos acecha y mata a
médicos que practican abortos, pacientes y transeúntes inocentes, actuando a
veces desde el interior de una red de células protectoras? ¿o es también por el
placer que da la pertenencia a un cuasi-estado que ejerce una forma de poder
que trasciende todos los acuerdos sociales establecidos? [...]
De momento me permitirán que les asegure que si desean observar el rostro
del poder en su manifestación más prosaica, no tienen que buscarlo muy lejos.
No necesitan pagar para ver a Marlon Brando encarnando al Padrino de una
organización mafiosa. Ese rostro es omnipresente —desde el oficinista del que
depende la aparición de un archivo esencial hasta los miembros anónimos de

23
una organización terrorista no reconocida en Estados Unidos llamada IRS, es
decir, el Internal Revenue Service [Hacienda]. ¡Bastará con recibir una carta de
requermiento de este organismo para construir en su retina la personalidad
obstinada de quien la ha escrito!
………………………….

La dependencia mutua del poder y la libertad se reconoce desde hace


mucho tiempo y su consumación se ha llevado a cabo, durante toda la historia
de la asociación humana, con el acompañamiento de orgías de sacrificios
humanos. Tanto si creemos en la Imaculada Concepción como si no, es útil
tomar la naturaleza del poder como hacemos con la de aquel milagro
reproductivo, un fenómeno autógeno —aunque es un fenómeno que puede ser
fruto de la imitación voluntaria— y luego reconocemos que, para saborearlo
plenamente, el poder no tiene por qué echarse encima cargas tan banales
como la responsabilidad social o las restricciones de la moral. Todos los días
atrocidades de una dimensión otrora inimaginables nos recuerdan este hecho,
acontecimientos que se remontan al momento en que a un individuo, que ya se
encuentra en su propia existencia enrarecida, se le hace la boca agua ante un
momento exquisito de realización al contemplar cómo sus víctimas , que en su
mayor parte ya existen en esa media vida de invalidación social —la otra mitad
está hipotecada por el miedo a lo inesperado— se retuercen, llenos de temor
reverencial, ante la eficacia de su control. Sin duda no es una proyección
meramente fabulosa ver a semejante individuo, solo en su mundo hermético,
inundado por una sonrisa íntima de satisfacción: «Os tengo en mi poder. En
este momento yo, sólo yo, conozco vuestra suerte y estoy a punto de decidir
sobre ella».

Ya no recuerdo el título de la película sobre las Brigadas Rojas que se hizo en


Italia después del secuestro y asesinato del ex primer ministro Aldo Moro. Si
podemos dejar a un lado las dudosas ideas políticas de aquel asesinato y el
movimiento que las sustentaba, lo que sigue siendo ineluctable es el ejemplo
de petulantes pretensiones de superioridad moral de sus secuestradores al
decidir la suerte de su prisionero. Échenle la culpa al director, si lo desean, por
no extraer un sentido de necesidad, o de inevitabilidad, ideológica en la
decisión de eliminarlo. Lo que se hizo patente, en vez de ello —quizás era, de
todos modos, la intención del director— fue el sentido de un «espacio

24
sagrado» como entorno dominante de la célula revolucionaria, una evocación
de lo irreal que se vio acentuada por el extracto psicológico real, la autonomía
del poder, expresado en el comportamiento de estos individuos, jóvenes en su
mayoría. Este extracto omnipresente era, a mi modo de ver, el ejercicio del
poder. Estos individuos, separados de un mundo al que despreciaban
sinceramente, o fingían despreciar, se alojaban en el recinto hermético del
absolutismo. Un entorno limitado, sí, pero un entorno que controlaban en su
totalidad, y del cual eran los porteros privilegiados. Esto era lo que más
importaba. Pensé que no estaban decidiendo la suerte de un individuo, ni
siquiera de un símbolo, sino que se hallaban enfrascados sin más en el
ejercicio de la dominación secreta y esto fue lo que dio a la película su
intensidad sombría y patética. Uno se sentía transportado a otro mundo cuyo
producto básico, compartido equitativamente dentro del círculo de los Elegidos
y celebrado con todo el ritual y la solemnidad que le son debidos era
simplemente... el poder. No identificado, no reconocido, el poder era, a pesar
de ello, el fetiche palpable al que se rendía culto.
Bien, teorizaciones aparte, los jóvenes verdugos, imbuidos de un sentido de
«santa misión», o sencillamente —aunque con todas las apariencias de
profunda reflexión— deleitándose en el puro ambiente de poder, lograron que
al mundo capitalista, occidental, no le cupiera ninguna duda sobre cuál era su
producto esencial: una atmósfera de miedo que envolvió a la gente
adinerada, a sus parientes, a las personas relacionadas remotamente con ellas,
a la clase política, a la clase media y, de vez en cuando, a las víctimas
inocentes de lo que a los militares les encanta llamar «daños colaterales».
Debo continuar insistiendo en que no hay que subestimar la importancia de
una base material —incluso una justificación— de la «santa misión» en todo
esto. Sin embargo, hasta la base más evidentemente objetivizada de la «santa
misión» se complica con frecuencia a causa del puro placer que se
experimenta al controlar a otras personas. No es posible rechazar de forma
absoluta la idea de que uno —tal vez sólo uno de cada cuatro, de cada diez,
de cada dos docenas— puede ser gobernado por un impulso de dominar de
forma secreta, furtiva, de que ese individuo se sienta realizado gracias a un
momento de abandono a esta misteriosa esencia del poder. Lo sé porque he
conocido a individuos semejantes. Y estoy seguro de que algunos de los
presentes también los han conocido. De momento, lo mejor que puede hacerse
es tratar de penetrar en el núcleo de este producto, un producto que ha

25
desconcertado a los psicólogos y a los filósofos —Hegel, Hobbes, Nietzsche y
todos los demás— y, como todos los enigmas de la condición humana y los
impulsos sociales, deja a uno con más preguntas que respuestas. Se convierte
en una búsqueda casi obsesiva de algunas pistas clarificadoras, iluminadoras
—no más especulaciones oscurantistas— cuando uno ha participado en el tipo
de lucha a muerte que tiene lugar cuando un solo individuo, un simple mortal,
sin ninguna cualidad excepcional discernible, se convence a sí mismo de que
su misión es coaccionar a un pueblo de algunos millones de personas —diez,
veinte, cuarenta, cien o más millones— para que se someta.
………………………

V. «Yo tengo razón; ¡tú estás muerto!»


[Pasajes de la quinta y última conferencia donde el autor reflexiona sobre la intolerancia y el
fanatismo en regímenes seculares y teocráticos]

……………………………..

[...] En las zonas selváticas de Tailandia o Camboya, en unos cuantos puntos


de América del Sur, sigue operando la mente de los secularistas fanáticos,
encerrada en una visión de la Utopía para la que la humanidad «no iluminada»
es un elemento desechable. Pol Pot, sin embargo, ha muerto, ha seguido el
camino de aquellos otros arquitectos de la necrópolis que fueron Adolf Hitler,
Stalin y otros, tanto de la izquierda como de la derecha. Hoy día, la fuente
principal de fanatismo es la religión, y su temperamento, que, irónicamente, se
funda en la doctrina de la sumisión, desdeña cada vez más a la humanidad,
caracterizándose por la arrogancia, la intolerancia y la violencia, casi como una
recompensa vengativa inconsciente por su aprendizaje dentro del principio
espiritual de la sumisión.
En juego está la tolerancia, así como el lugar de la disidencia en la interacción
social. Haríamos bien, con todo, en tomar nota —para fines prácticos— de las
diferencias entre el funcionamiento de la intolerancia secular y la del orden
teocrático. Tales diferencias pueden ayudarnos a evaluar la amenaza muy real
para la libertad humana que el mundo cerrado del fanatismo representa para la
humanidad. La ideología secular extrae sus teorías de la historia y del mundo
material. La mente, por tanto ha aprendido a detenerse de vez en cuando para
reflexionar sobre los procesos que vinculan el mundo material a doctrinas que
se derivan de él o lo gobiernan, para examinar los cambios en dicho mundo,

26
cotejar las teorías con realidades viejas y nuevas, ya sean económicas,
culturales, industriales o incluso medioambientales. La totalidad dinámica del
mundo real recibe un espacio racional. Incluso el anhelo de exhaustividad e
infalibilidad —como en el caso del marxismo— puede dar por resultado la
denuncia de falacias y contradicciones o, como mínimo, zonas ambiguas
dentro de la teoría.
Así pues, dentro de un régimen secular, incluso bajo el orden totalitario más
rígido, la ideología que lo sostiene —esto es, el equivalente de la teología—
permanece abierta a la impugnación. La impugnación franca puede ser
reprimida, el debate abierto puede ser restringido o prohibido por el Estado o el
partido en el poder, pero el funcionamiento de la mente, su capacidad de
crítica —incluso de autocrítica— nunca cesa. La autocrítica fue, por supuesto,
una expresión de la que se abusó mucho bajo los órdenes totalitarios: la Unión
Soviética estalinista, China durante la Revolución Cultural o Camboya bajo los
jemeres rojos de Pol Pot. En el seno de estos regímenes pagados de su propia
rectitud, la autocrítica significaba una sola cosa: la retractación y la consabida
recitación de promesas de lealtad —de acuerdo con fórmulas prescritas— a la
línea del partido. A pesar de estos rituales pervertidos, sin embargo, la mente
seguía siendo libre dentro de su propio espacio, libre de ir más allá de los
confines del orden totalitario, de buscar y a menudo encontrar almas gemelas o,
por lo menos, de escépticos. Este factor lleva tarde o temprano a una visión
alternativa y tal vez a la erosión paulatina del sistema hermético.
Con el régimen teocrático, sin embargo, cuya autoridad no se deriva de las
teorías que surgen de las condiciones materiales de la sociedad, sino de los
espacios secretos de revelación, esta disposición de la mente hacia conceptos
alternativos o variantes es practicamente imposible. La curiosidad sucumbe
ante el miedo, que a menudo se disfraza de sumisión piadosa. El orden
teocrático recibe su mandato de lo desconocido. Sólo unos cuantos elegidos
tienen el privilegio de haber penetrado en el funcionamiento de la mente de lo
desconocido, cuya constitución —las llamadas Escrituras— sólo ellos pueden
interpretar. El fanático que nace de esta estructura dogmática de lo inefable, la
religión, es el ser más peligroso de la tierra.
Por otra parte, hay que reconocer que existen, naturalmente, numerosas
variantes de la espora fanática, así como entornos habilitadores. Mientras que
los psicólogos y los científicos sociales teorizan sobre la causa y el efecto, la
comunidad hace frente a una elección inmediata: o someterse o protegerse. La

27
pobreza es un poderoso agente de reclutamiento para el ejército del alma, eso
es bien conocido; también lo es la injusticia política, pero la sociedad se
engaña si imagina que éstos son los únicos parámetros para prever, impedir o
responder a un fenómeno donde toda la sociedad es encausada de manera tan
indiscriminada que se declara culpables a cuantos no comparten la forma de
pensar del fanático o que se atreven a proponer una cosmovisión diferente de
la que los motiva. La filosofía que sustentaba al nazismo no era una filosofía
para el mejoramiento de la condición de los pobres; al contrario, era una
filosofía de elitismo, una filosofía de los Elegidos contra el Resto. Y lo que
debemos buscar es el común denominador que una los extremos opuestos de
creencias e ideologías, pero que también cría y nutre la mente fanática,
intolerante. Mientras nos hallamos embarcados en esa búsqueda, nosotros, el
Resto, sea cual fuere el aspecto de la creencia que nos defina así, debemos
poner mansamente el cuello sobre este versátil tajo del verdugo o buscar con
imaginación medidas remediadoras. Esto supone, desde luego, acabar con las
condiciones que actúan como agencias de reclutamiento —la pobreza, la
injusticia política y otras formas de alienación social—, pero, lo que es aún más
importante, demostrar de manera igualmente determinada y estructurada,
nuestro derecho, mejor dicho, nuestra obligación de poner en práctica
estrategias de autoprotección, dejando bien claro que la otra doctrina de los
Elegidos es intolerable para la humanidad. Hacer lo contrario representa
condonar la doctrina que pasa arrogantemente del Yo tengo razón, tú estás
eqivocado a su manifestación fatal de Yo tengo razón; tú estás muerto.
Por supuesto, sería más fácil enfrentarse al mundo si la religión no saliera del
dominio de lo espiritual. Históricamente nunca ha sido el caso. Con el ejército
ciegamente sumiso de vigilantes, a punto de que los suelten contra la
humanidad profana, el religioso es un orden que sigue siendo incapaz de
permanecer dentro de una zona privada que no se traduzca en poder —y no en
orientación— sobre los demás. [...]
La sumisión, es el fundamento mismo de la fe. Es sobre todo dentro de ese
orden teocrático donde encontramos esos vástagos que elevan el valor de los
recursos retóricos, que ya hemos mencionado, hasta el límite definitorio de la
existencia. El origen de la fe es el alma y, por extensión, la morada material del
alma, el cuerpo mismo. La declaración materialista Toda propiedad es un robo,
asciende fácilmente a Toda vida es un robo. El ideólogo secular podría darse
en gran parte por satisfecho con no tolerar ninguna disidencia mediante la

28
máxima Yo tengo razón, tú estás equivocado, pero la ambición última del
fanático del orden teocrático es Yo tengo razón; tú estás muerto.
El orgullo homicida es el distintivo último del fanático. El piolet que le clavaron
en el cuello a Lev Trotski, refugiado en la engañosa seguridad de México, se
forjó en el mismo horno que el cuchillo que buscó la garganta de Naguib
Mahfouz.
……………………………..

…En todo caso, el mundo cristiano no es uno solo, como tampoco lo es el


islámico, ni su autoridad combinada habla a todo el mundo o en mombre de
todo el mundo, pero el mundo del fanático es uno solo y afecta a todas las
religiomes, ideologías y vocaciones. Los tributarios que alimentan el pozo negro
del fanatismo pueden proceder de fuentes separadas por la historia, el clima y
la raza, por imjusticias y numerosas privaciones, pero llegan al mismo destino
—la zona de certidumbre ciega—, empujados por un ímpetu común que da
licencia a cada uno de ellos para proclamarse puros y sin mancha entre los
contaminados. Un fanático es alguien que crea un Ser Supremo o Propósito
Supremo a su propia imagen, luego cumple las órdenes que este recurso
solipsista da desde dentro, en altivo distanciamiento de la sociedad y la
comunidad, a las que desprecia de forma absoluta.
El dogmatismo fracasado de Yo tengo razón, tú estás equivocado ha descrito
un círculo completo desde el enfrentamiento de las ideologías, y ha alcanzado
una vez más su apoteosis de Yo tengo razón; tú estás muerto. El monólogo del
unilateralismo aspira constantemente a cubrirse con el manto de los Elegidos y,
por supuesto, aumenta aún más la división del mundo en dos partes,
invitándonos, bajo pena de las consecuencias, escoger entre "ellos" y
"nosotros".[…]
……………………….

29
BENJAMIN CONSTANT
(1767 — 1830)
La libertad individual
[Curso de política constitucional (1818—1820)]

Todas las constituciones que ha tenido Francia garantizaban


igualmente la libertad individual, y bajo el imperio de esas constituciones,
la libertad individual ha sido violada sin cesar. Es que no basta una
simple declaración, son necesarias garantías; son necesarios cuerpos
bastante potentes para emplear en favor de los oprimidos los medios de
defensa que consagra la ley escrita. Nuestra actual constitución es la
única que ha creado sus garantías e investido de bastante poder a los
cuerpos intermedios. La libertad de la prensa colocada encima de todo
ataque, gracias a los juicios con jurados; la responsabilidad de los
ministros, y sobre todo la de sus agentes inferiores; finalmente la
existencia de una representación numerosa e independiente, tales son
los bulevares de los cuales la libertad está hoy día rodeada.

En efecto, esta libertad es la finalidad de toda asociación humana;


sobre ella se apoya la moral pública y privada; sobre ella reposan los
cálculos de la industria; sin ella no hay para los hombres ni paz, ni
dignidad, ni felicidad. La arbitrariedad destruye la moral; pues no existe
moral sin seguridad, no existen amables afectos sin la certeza de que los
objetos de esos afectos reposan arropados bajo la égida de su inocencia.
Cuando la arbitrariedad golpea si escrúpulo a los hombres que le son
sospechosos, no es sólo a un individuo a quien persigue, es a la nación
entera a quien en primer lugar indigna y luego degrada. Los hombres
tienden siempre a liberarse del dolor; cuando lo que ama está
amenazado, ellos se apartan o lo defienden. Las costumbres, dice M. de

30
Paw, se corrompen repentinamente en las ciudades atacadas por la
peste; los moribundos se roban entre sí; la arbitrariedad es a lo moral lo
que la peste a lo físico.

Es enemiga de los lazos domésticos, pues la sanción de los lazos


domésticos es la esperanza fundada en vivir juntos y libres bajo la
protección que la justicia garantiza a los ciudadanos. La arbitrariedad
fuerza al hijo a ver como se oprime a su padre sin poder defenderle, a la
esposa a sopotar en silencio la detención de su marido, a los amigos y
los vecinos a negar los más sagrados afectos.

La arbitrariedad es el enemigo de todas las transacciones que fundan


la prosperidad de los pueblos; quebranta el crédito, aniquila el comercio,
afecta todas las seguridades. Cuando un individuo sufre sin haber sido
reconocido culpable, si carece de inteligencia se creerá amenazado, y
con razón; pues destruida la garantía, todas las transacciones se
resienten por ello, la tierra tiembla y sólo se vive con terror. Cuando la
arbitrariedad es tolerada, se disemina de tal modo que el ciudadano más
desconocido puede de golpe encontrarla dispuesta a atacarle. No basta
mantenerse aparte y dejar golpear a los demás. Mil lazos nos unen con
nuestros semejantes y el egoísmo más inquieto no consigue romperlos
todos. Os creéis invulnerables en vuestra voluntaria oscuridad pero tenéis
un hijo, la juventud lo arrastra; un hermano menos prudente que vosotros
se permite una murmuración; un antiguo enemigo que en otro tiempo
habéis herido, ha sabido conquistar alguna influencia. ¿Qué haréis
entonces? Después de haber censurado con amargura todo reclamo,
rechazada toda queja, ¿vais a quejaros a vuestra vez? Estáis
condenados de antemano por vuestra propia conciencia y por esta
opinión pública envilecida que vosotros mismos habéis contribuido a
formar. ¿Cederéis sin resistencia? Pero ¿se os permitirá ceder? ¿No se
desechará, no se perseguirá un objeto inoportuno, monumento de una
injusticia? Habéis visto a los oprimidos; les habéis juzgado culpables;
habéis, pues, abierto el camino donde camináis a vuestra vez.

31
La arbitrariedad es incompatible con la existencia de un gobierno
considerado bajo la razón de su institución, pues las instituciones
políticas no son sino contratos; la naturaleza de los contratos es la de
establecer límites fijos; así igualmente la arbitrariedad siendo
precisamente opuesta a un contrato, socava en su base toda institución
política.

La arbitrariedad es peligrosa para un gobierno, considerado bajo el


producto de su acción; pues, aun cuando precipitando su marcha le da a
veces aire de fuerza, no obstante quita siempre a su acción la
regularidad y la duración. Diciendo a un pueblo: vuestras leyes son
insuficientes para gobernaros, se autoriza a ese pueblo para responder:
si nuestras leyes son insuficientes queremos otras leyes; y con esas
palabras, toda la autoridad legítima es puesta en duda: no queda más
que la fuerza; pues también sería demasiado creer en la ingenuidad de
los hombres el decirles: habéis consentido en que se os imponga tal o tal
obligación para asegurarnos tal protección, ahora os quitamos esta
protección, pero os dejamos la obligación; soportaréis, por un lado, todas
las trabas del estado social, y por el otro, estaréis expuestos a todos los
azares del estado salvaje.

La arbitrariedad no es de ninguna ayuda para un gobernante, desde la


perspectiva de su seguridad. Lo que un gobernante hace por la ley
contra sus enemigos, sus enemigos no pueden hacerlo contra él por la
misma ley, pues ella es precisa y formal; pero lo que él hace contra sus
enemigos por la arbitrariedad, sus enemigos también pueden hacerlo del
mismo modo contra él, pues la arbitrariedad es vaga y sin límites.

Cuando un gobierno regular se permite el empleo de la arbitrariedad,


sacrifica la finalidad de su existencia a las medidas que toma para
conservarla. ¿Por qué se quiere que la autoridad reprima a aquellos que
atacarían nuestras propiedades, nuestra libertad o nuestra vida? Para
que esos goces nos sean asegurados. Pero si nuestra fortuna puede ser
destruida, nuestra libertad amenazada, nuestra vida perturbada por la

32
arbitrariedad, ¿qué bien sacaríamos de la protección de la autoridad?
¿Por qué se quiere que ella castigue a aquellos que conspirarían contra
el Estado? Porque se teme ver sustituida una organización legal por un
poder opresivo.

Pero si la autoridad ejerce ella misma este poder opresivo, ¿qué ventaja
conserva? Una ventaja de hecho, quizás, durante algún tiempo. Las
medidas arbitrarias de un gobierno consolidado son siempre menos
numerosas que las de las facciones que tienen aún que establecer su
poder; pero incluso esta ventaja se pierde en razón de la arbitrariedad.
Una vez admitidos sus medios, tan concisos, tan cómodos, no se quiere
emplear otros. Presentados primeramente como un recurso extremo en
circunstancias infinitamente escasas, la arbitrariedad llega a ser la
solución de todos los problemas y la práctica de cada día.

Lo que preserva la arbitrariedad es la observancia de las formas. Las


formas son las divinidades tutelares de las asociaciones humanas; las
formas son las únicas protectoras de la inocencia, las formas son las
únicas relaciones de los hombres entre ellos. De hecho, todo es oscuro;
todo está entregado a la conciencia solitaria, a la opinión vacilante.
Unicamente las formas son evidentes, es únicamente a las formas que el
oprimido puede acudir. Lo que remedia la arbitrariedad es la
responsabilidad de los agentes. Los antiguos creía que los lugares
mancillados por el crimen debían sufrir una expiación, y yo creo que en el
porvenir el suelo manchado por un acto arbitrario necesitará, para ser
purificado, el castigo manifiesto del culpable, y toda vez que veré en un
pueblo un ciudadano arbitrariamente encarcelado y no así el pronto
castigo de esta violación de las formas, diré: Ese pueblo puede desear
ser libre, puede merecer serlo; pero desconoce aún los primeros
elementos de la libertad. Algunos no perciben en el ejercicio de la
arbitrariedad sino una medida de policía; y como aparentemente ellos
esperan ser siempre los distribuidores de ello, sin jamás ser los objetivos,
la encuentran muy bien calculada para la paz pública y el orden correcto;
otros más sombríos no disciernen, sin embargo, más que una vejación

33
particular; pero el peligro es mucho mayor. Dad a los depositarios de la
autoridad ejecutiva el poder de atentar contra la libertad individual y
anularéis todas las garantías, que son la primera condición y la única
finalidad de la asociación de los hombres bajo el imperio de las leyes.

¿Queréis la independencia de los tribunales, jueces y jurados? Pero si los


miembros de los tribunales, los jurados y los jueces pudieran ser
detenidos arbitrariamente, ¿en qué se transformaría su independencia?
Del mismo modo, ¿qué sucedería si la arbitrariedad fuera permitida
contra ellos, no por su conducta pública, sino por causas secretas?

La autoridad ministerial, sin duda, no les dictaría sus fallos, cuando


estuvieran sentados en sus bancos, en el recinto en apariencia inviolable
en que la ley les habría colocado. Ella no osaría siquiera, si ellos
obedecen a su conciencia, en despecho de sus voluntades, detenerles o
exiliarles, como jurados y como jueces. Pero les detendría, les exiliaría,
como individuos sospechosos. A lo más esperaría que el juicio que
mostrase su crimen fuese olvidado, para asignar algún otro motivo al
rigor ejercido contra ellos. No sería, entonces, algunos oscuros
ciudadanos los que habréis entregado a la arbitrariedad de la policía;
sería todos los tribunales, jueces, jurados, acusados, por consecuencia,
los que pondríais a su merced.

En un país donde ministros dispondrían sin juicio de los arrestos y de


los exilios, en vano parecería, por el interés de las luces, acordar alguna
extensión o alguna seguridad a la prensa.

Si un escritor, en total conformidad con las leyes, enfrentara las


opiniones o censurara los actos de la autoridad, no se le detendría, no se
le exiliaría como escritor; se le detendría, se le exiliaría como un individuo
peligroso, sin asignársele la causa.

¿De qué vale proteger con ejemplos el desarrollo de una verdad tan
manifiesta? Todas las funciones públicas, todas las situaciones privadas
estarían igualmente amenazadas. El inoportuno acreedor que tendría por

34
deudor un agente de poder, el padre intratable que le rehusaría la mano
de su hija, el esposo molesto que opondría contra él la sabiduría de su
mujer, el rival cuyo mérito o el vigilante cuya vigilancia le fueren tema de
alarma, sin duda no se verían ni detenidos ni exiliados como acreedores,
como padres, como esposos, como vigilantes o como rivales. Pero la
autoridad pudiendo detenerles, pudiendo exiliarles por razones secretas,
¿dónde estaría la garantía que no inventaría tales razones? ¿Qué
arriesgaría ella? Se admitiría que no se le puede pedir cuenta legal; y en
cuanto a la explicación que quizás por prudencia creería deber acordar a
la opinión, como nada podría ser profundizado ni verificado, ¿quién no
prevé que la calumnia sería suficiente para motivar la persecución? Nada
está protegido de la arbitrariedad una vez que es tolerada. Ninguna
institución se le escapa. Las anula todas en su base. Engaña a la
sociedad con formas que vuelve impotentes. Todas las promesas se
vuelven perjuros, todas las garantías trampas para los desgraciados que
en ellas confían. Cuando se excusa la arbitrariedad, o se quiere paliar
sus peligros, se razona siempre como si los ciudadanos no tuvieran más
relaciones que con el depositario supremo de la autoridad. Pero se tienen
otras más directas e inevitables con todos los agentes secundarios.
Cuando permitís el exilio, la prisión, o toda vejación que no autoriza
ninguna ley, que ningún juicio ha precedido, o es bajo el poder del
monarca que colocáis a los ciudadanos, ni siquiera bajo el poder de los
ministros: es bajo la vara más subalterna de la autoridad. Ella puede
alcanzarles con una medida provisoria y justificar esta medida por un
relato mentiroso. Triunfa puesto que engaña, y la facultad de engañar le
está asegurada. Pues mientras el príncipe como los ministros están
felizmente situados para dirigir los asuntos generales y para favorecer el
crecimiento de la prosperidad del Estado, su dignidad, su riqueza y su
poder, la amplitud misma de sus importantes funciones les vuelve
imposible el examen detallado de los intereses de los individuos;
intereses minuciosos e imperceptibles, cuando se les compara con el
conjunto, y, sin embargo, no menos sagrados, puesto que ellos
comprenden la vida, la libertad, la seguridad de la inocencia. El cuidado

35
de esos intereses debe ser, así pues, remitido a aquellos que pueden
ocuparse de ello, a los tribunales encargados exclusivamente de la
averiguación de las quejas, de la verificación de los reclamos, de la
investigación de los delitos; a los tribunales, que tienen el gusto como el
deber de profundizar todo de pesar todo en una balanza exacta, a los
tribunales, de los cuales es suya la misión especial, y quienes
únicamente pueden realizarla.

No separo en absoluto de mis reflexiones los exilios, los arrestos y los


encarcelamientos arbitrarios. Pues erróneamente se considera el exilio
como una pea más suave. Estamos equivocados por las tradiciones de la
antigua monarquía. El exilio de algunos distinguidos hombres nos ilusiona.
Nuestra memoria nos describe a M. de Choiseul, rodeado de homenajes
de amigos generosos, y el exilio nos parece una pompa triunfal. Pero
bajemos a líneas más oscuras, y transportémonos a otras épocas.
Veremos en esas oscuras líneas el exilio arrancando al padre sus hijos, al
esposo su mujer, al comerciante sus empresas, forzando a los padres
interrumpir la educación de su familia o confiarla a manos mercenarias,
separando a los amigos de sus amigos, perturbando al anciano en sus
hábitos, al hombre industrioso en sus especulaciones, al talento en sus
trabajos. Veremos el exilio unido al descrédito, rodeando aquellos que él
golpea, de sospechas y desconfianzas, precipitándoles en una atmósfera
de proscripción, entregándoles por turno a la frialdad del primer
extranjero, a la insolencia del último agente. Veremos el exilio congelando
todos los afectos en su fuete, la fatiga quitando al exiliado el amigo que le
seguía, el olvido disputándole los otros amigos cuyo recuerdo
representaba a sus ojos su patria ausente, el egoísmo adoptando las
acusaciones por apologías de la indiferencia, y el proscrito desamparado
esforzándose en vano por retener, en el fondo de su alma solitaria, algún
imperfecto vestigio de su vida pasada.

El gobierno actual es el primero de todos los gobiernos de Francia que


haya renunciado formalmente a esta terrible prerrogativa en la
constitución que ha propuesto. Es consagrando de este modo todos los

36
derechos, todas las libertades, es asegurando a la nación lo que ella
quería en 1789, lo que todavía quiere hoy, lo que venía pidiendo, con una
perseverancia imperturbable desde hace veinticinco años, siempre que
recobraba la facultad de hacerse oír; así es como este gobierno anclará
cada día raíces más profundas en el corazón de los franceses.

Tomado de : Selección de textos políticos de Benjamin Constant. Introducción y selección de


Oscar Godoy Arcaya . Traducción : Ximena Godoy Arcaya.
Fuente: Cours de politique constitutionelle ou collection des ouvrages publiés sur le
gouvernement représentatif par Benjamin Constant. Paris: Librairie de Guillaumin et Cie., 1872.

37
WA

WALTER BENJAMIN
El carácter destructivo

Puede ocurrirle a alguno que, al contemplar su vida retrospectivamente,


reconozca que casi todos los vínculos fuertes que ha padecido en ella
tienen su origen en hombres sobre cuyo "carácter destructivo" está todo
el mundo de acuerdo. Un día, quizás por azar, tropezará con este hecho,
y cuanto más violento sea el choque que le cause, mayores serán las
probabilidades de que se represente el carácter destructivo.

El carácter destructivo sólo conoce una consigna: hacer sitio; sólo una
actividad: despejar. Su necesidad de aire fresco y espacio libre es más
fuerte que todo odio.

El carácter destructivo es joven y alegre. Porque destruir rejuvenece, ya


que aparta del camino las huellas de nuestra edad; y alegra, puesto que
para el que destruye dar de lado significa una reducción perfecta, una
erradicación incluso de la situación en que se encuentra. A esta imagen
apolínea del destructivo nos lleva por de pronto el atisbo de lo muchísimo
que se simplifica el mundo si se comprueba hasta qué punto merece la
pena su destrucción. Este es el gran vínculo que enlaza unánimemente
todo lo que existe. Es un panorama que depara al carácter destructivo
un espectáculo de la más honda armonía.

El carácter destructivo trabaja siempre fresco. Es la naturaleza la que, al


menos indirectamente, le prescribe el ritmo: porque tiene que tomarle la
delantera. De lo contrario será ella la que emprenda la destrucción.

Al carácter destructivo no le ronda ninguna imagen. Tiene pocas


necesidades y la mínima sería saber qué es lo que va a ocupar el lugar
de lo destruido. Por de pronto, por lo menos por un instante, el espacio
vacío, el sitio donde estuvo la cosa que ha vivido el sacrificio. Enseguida
habrá alguien que lo necesite sin ocuparlo.

38
El carácter destructivo hace su trabajo y sólo evita el creador. Así como
el que crea, busca para sí la soledad, tiene que rodearse
constantemente el que destruye de gentes que atestigüen su eficiencia.

El carácter destructivo es una señal. Así como un punto trigonométrico


está expuesto por todos lados al viento, él está por todos lados expuesto
a las habladurías. No tiene sentido protegerle en contra.

El carácter destructivo no está interesado en absoluto en que se le


entienda. Considera superficiales los empeños en esa dirección. En nada
puede dañarle ser malentendido. Al contrario, lo provoca, al igual que lo
provocaron los oráculos, instituciones destructivas del Estado. El más
pequeño burgués de todos los fenómenos, el cotilleo, tiene lugar sólo
porque las gentes no quieren ser malentendidas. El carácter destructivo
deja que se le entienda mal; no favorece el cotilleo.

El carácter destructivo es el enemigo del hombre-estuche. El hombre-


estuche busca su comodidad y la médula de ésta es la envoltura. El
interior del estuche es la huella que aquél ha impreso en el mundo
envuelta en terciopelo. El carácter destructivo borra incluso las huellas de
la destrucción.

El carácter destructivo milita en el frente de los tradicionalistas. Algunos


transmiten las cosas en tanto que las hacen intocables y las conservan;
otros las situaciones en tanto que las hacen manejables y las liquidan. A
estos se les llama destructivos.

El carácter destructivo tiene la consciencia del hombre histórico, cuyo


sentimiento fundamental es una desconfianza invencible respecto del
curso de las cosas (y la prontitud con que siempre toma nota de que
todo puede irse a pique). De ahí que el carácter destructivo sea la
confianza misma.

El carácter destructivo no ve nada duradero. Pero por eso mismo ve


caminos por todas partes. Donde otros tropiezan con muros o con
montañas, él ve también un camino. Y como lo ve por todas partes, por
eso tiene siempre algo que dejar en la cuneta. Y no siempre con áspera
violencia, a veces con violencia refinada. Como por todas partes ve

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caminos, está siempre en la encrucijada. En ningún instante es capaz de
saber lo que traerá consigo el próximo. Hace escombros de lo existente, y
no por los escombros mismos, sino por el camino que pasa a través de
ellos.

El carácter destructivo no vive del sentimiento de que la vida es valiosa,


sino del sentimiento de que el suicidio no merece la pena.

Walter Benjamin (1892 —1940). Discursos interrumpidos I. Madrid: Taurus, 1973.

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DESDE ESTAS TIERRAS

Foto : Ricardo Jiménez


EUGENIO MONTEJO
(1938 — 2008)

Esta tierra

Esta tierra jamás ha sido nuestra,


tampoco fue de quienes yacen en sus campos
ni será de quien venga.
Hace mucho palpamos su paisaje
con un llanto de expósitos
abandonados por antiguas carabelas.
Esta tierra de tórridas llanuras
llevamos siglos habitándola y no nos pertenece.
Quienes antes la amaron ya sabían
que no basta pagarla con la vida
o fundar casa en sus montes
para un día merecerla.
Y sin embargo hasta el final pemanecieron,
nunca desearon otra visión para sus ojos
ni otro solar para su muerte.
En ella están dormidos y hablan a solas,
a veces se oyen,
alzan sus voces en medio del follaje
y el viento las dispersa.
No serán nuestros sus vastos horizontes,
ninguna gota de sus ríos,
ni de quienes la pueblen después,
fue ajena siempre en cada piedra,
en cada árbol.
Demasiado verde son los bosques
de sus espacios sin nieve.
Sus colores desnudan las palabras;
en nuestras charlas siempre se delatan
sonidos forasteros.
Esta tierra feraz, sentimental, amarga,
que no se deja poseer,
no será de nosotros ni de nadie
pero hasta en la sombra le pertenecemos.
Ya nuestros cuerpos son palmas de sus costas,
aferrados a indómitas raíces,
que no verá nunca partir
aunque retornen del mar las carabelas.

Eugenio Montejo. Trópico absoluto, 1982

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JORGE LUIS BORGES
(1899 —1986)

Página para recordar al Coronel Suárez, vencedor en Junin

Qué importan las penurias, el destierro,


la humillación de envejecer, la sombra creciente
del dictador sobre la patria, la casa en el Barrio del Alto
que vendieron sus hermanos mientras guerreaba, los días inútiles
(los días que uno espera olvidar, los días que uno sabe que olvidará),
si tuvo su hora alta, a caballo,
en la visible pampa de Junín como en un escenario para el futuro,
como si el anfiteatro de montañas fuera el futuro.
Qué importa el tiempo sucesivo si en él
hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde.
Sirvió trece años en las guerras de América. Al fin
la suerte lo llevó al Estado Oriental, a campos del Río Negro.
En los atardeceres pensaría
que para él había florecido esa rosa:
la encarnada batalla de Junín, el instante infinito
en que las lanzas se tocaron, la orden que movió la batalla,
la derrota inicial, y entre los fragores
(no menos brusca para él que para la tropa)
su voz gritando a los peruanos que arremetieran,
la luz, el ímpetu y la fatalidad de la carga,
el furioso laberinto de los ejércitos,
la batalla de lanzas en la que no retumbó un solo tiro,
el godo que atravesó con el hierro,
la victoria, la felicidad, la fatiga, un principio de sueño,
y la gente muriendo entre los pantanos,
y Bolívar pronunciando palabras sin duda históricas
y el sol ya occidental y el recuperado sabor del agua y del vino,
y aquel muerto sin cara porque la pisó y borró la batalla...
Su bisnieto escribe estos versos y una tácita voz
desde lo antiguo de la sangre le llega:
—Qué importa mi batalla de Junín si es una gloriosa memoria,
una fecha que se aprende para un examen o un lugar en el atlas.
La batalla es eterna y puede prescindir de la pompa
de visibles ejércitos con clarines;
Junín son dos civiles que en una esquina maldicen a un tirano,
o un hombre oscuro que se muere en la cárcel.
1953

Jorge Luis Borges. El otro, el mismo, 1964

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GUILLERMO SUCRE

Tierra secreta

¡Qué poco pudimos darte, tierra!


Antes sentí que los mejores dones,
como en los partos, nacían del dolor.
Ahora sé que el dolor puede secarnos
y ya sólo somos sensibles a la rabia
diaria de la vida que no logramos
vivir ni rehacer, y así pervertimos.

Siempre creí, tierra, que sólo en ti misma


habías conocido la gracia y el perdón.
Más carácter tuviste que tus hombres
y más que ellos habías sido fiel
en la penuria o en la abundancia.
Nunca le sacaste el alma a la culpa
y nunca te sonrojó el oprobio:
la paciencia aliabas con la justicia.
Tu rectitud comparé al vuelo del ave
que sale con el sol y, sin perder el rumbo,
sabe asilarse en la noche. Fuiste
ese largo vuelo, sin desmayo; su inclemencia
fuiste, su desamparado fulgor.

En los ancantilados de la luz o del abismo,


migraciones entre sequías y relámpagos,
aromosa o áspera, torpe en la resolana
o ágil al soplo del celo y del tiempo,
aun en las cicatrices que resplandecen
en tu cuerpo las anchuras del goce
conocí, tu jovial sabiduría, sagrada.

45
Pero algo, tierra, ha desterrado en mí
esas imágenes. La usura del tiempo
pudo más que la limpidez. Ahora giran
en el vértigo del vacío. Remolinos son
de aguas en pena, red de escombros.

Dic. 21, 1988

Guillermo Sucre. La segunda versión, 1994

46
ALEJANDRO OLIVEROS

A María Constanza
15 aetatis sua

¿Cuál será nuestra herencia en estos tiempos indigentes?


Vacíos de claridad, desiertos de transparencia,
reducidos de altares y oraciones.
La opacidad del mundo se extiende en nuestra mesa.
El Cabriales es un fantasma herido de su sombra.
El lago se desvanece entre las islas.
La música es sorda en la soledad de los zaguanes.
¿Cuál será nuestro legado en estos tiempos despojados de
esplendor?
El cielo en ruinas, hija mía, heredamos y dejamos.
Fragmentos exiguos del deseo, piedra quebradiza para construir
un sueño.
No encontramos la palabra adecuada, apenas un quejido
balbuciente, una pretensión sin consecuencia.
Nos abandonó el alma a mitad de camino.
Búscala en el geranio.Recupera su dulzura en los ojos del gato,
en el dolor fugaz de su rasguño.
Ve y atrápala en la noche enamorada.
No la dejes huir. No la pierdas

Alejandro Oliveros. Territorios, 2004.

47
OCTAVIO ARMAND
ESCRIBIR ES CUBRIR
(PULPO DE ENSAYOS)
FRAGMENTO

Jaime Prats lo escribió, pero yo a quien recuerdo es a Barbarito diciendo


sombra es la ausencia, desolación…
Música y letra de un lugar común: ausencia quiere decir olvido, decir
tiniebla, decir jamás…
Comienzo a leer Escribir es cubrir de Octavio Armand, y su letra lenta y sus
súbitos arrestos, van penetrando en lo palpable intocable, en
irrepetible…Pero no,… no voy a comentar este libro, déjenme, primero,
bailarlo. Sin embargo, en este primer cuaderno de lecturas y en esta
patria “a pique”, cuando tanta falta nos hace esta tristeza acompasada,
esta dura alegría, con sus bocanadas de humo vivo… y su sabroso saber
tenía que escucharse la voz de Octavio Armand.
Copio entonces apenas un par de páginas del prefacio de Escribir es
cubrir, el libro de ensayos publicado en febrero de este año por El Estilete.
Copio estas páginas porque sé que más de uno hallará en ellas un poco
del más escaso de nuestros alimentos…terrestres.

[…]
Mi cubanía se acrecentó durante el primer exilio de la familia : Nueva
York, 1958. Pude comprobar entonces una de tantas paradojas que han
jalonado mi vida. Cuba no era sólo un paisaje íntimo, una tierra propia,
sino la ausencia de esas certezas elementales. Duro estreno en paradojas,
de repente tierra era destierro, y paisaje un horizonte diluido en abismos
sin los raros añiles que mi padre me había regalado.
¿Hasta cuándo me duró la patria fácil? ¿Habrá una fecha exacta? No
lo creo. Al exilio del 58 se sumó otro, incesante desde la Nochebuena de
1960; y la patria se fue trocando en una tarea muy difícil. Ser cubano,
como a mí me ha tocado serlo, no ha sido gentilicio sino vocación. Una
vocación tan ardua como la poesía..
En el repetido exilio me he sentido como cicatriz sin cuerpo. Cuba sí,
cubamos no : llegué a traducir así la consigna vociferada en la isla
durante décadas. Al parecer, Cuba me excluía. Su historia y yo no
compaginábamos.
A tal punto sentía la falta de asa y de marco para cuanto tuviera que
ver con mi café y mis imágenes, que al leer mi partida de nacimiento
concluí que era una obra de ficción y yo una sobra de ficción. O de

48
fricción. Municipal y guantanamera, la leí como un prolijo y torpe folletín
de ausencia: El derecho de no ser. Y precisamente por tratarse de un
documento tan documentado y tan minuciosamente cubano, tuve que
dudar de mi existencia. Hasta de mi nacimiento. ¿Acaso no me habían
despojado de la niñez, de la juventud? ¿Acaso no había quienes me
llamaban gusano y parafraseaban a Terencio para espetarme que todo
lo cubano me era ajeno?
Mi Cuba a pique era una nueva Atlántida. Pero no se sumergía en el
Caribe sino en un tiempo de implacables lejanías. Aferrado a los pecios
del naufragio, tuve que aprender un solitario paisajismo de ausencias.
Cinta de Moebio la cartilla, yo quedaba dentro por fuera y fuera por
dentro. Por dentro me excluía la historia que me incluía por fuera. De
inmediato y para siempre exclude me in fue mi acotación al include me
out de Samuel Goldwyn y exit in hizo lo propio con el entrance out de
Joyce.
Desde la fijeza súbitamente convertida en flujo; desde el espacio
vertido en tiempo, volumen desviado de sus tres palpables dimensiones,
se adivinaba un extraño espejo retrovisor donde las imágenes
aumentaban a medida que dejaban atrás el punto de partida.
Había que aprender ausencia y ser ausencia; había que faltar en el
espacio propio y sobrar en el ajeno, juego de desapariciones que al
cabo equivaldría a una difícil lección cuando el desasosiego se fue
asentando en una escalofriante frase de Marti: sé desaparecer *.
Imagen de las imágenes, imagen mayúscula de lo cubano, aquel
hombre capaz de afirmar su apoteosis precisamente en la desaparición,
resume con dos palabras la vida que entregaría un 19 de mayo en Dos
Ríos. La suya fue corta: cuarenta y dos años transcurridos mayormente
fuera de la isla, no al margen pero sí en el margen, su largo destierro tan
nevado y neoyorquino como los míos.
El exilio ni es ni se parece a la Calzada de Jesús del Monte, el
sitio,donde, según Eliseo Diego, tan bien se está. Sóío una desmesurada
ironiía podría sugerir tal cosa. Pero sí es posible afirmar que se trata de un
sitio tan martiano como la Calle Paula o Dos Ríos. Un sitio donde también
se está.
________
* « Sé desaparecer » escribe Martí exactamente un día antes de su muerte en la carta
interrumpida dirigida a su amigo mexicano Manuel Mercado, el 18 de mayo de 1895
desde el Campamento de Dos Ríos. Suspende la escritura, según los historiadores, por la
llegada del general Bartolomé Masó al campamento, y así queda sin despedida ni firma
la carta. Desaparece de ella como presagio de lo que sucederá al dia siguiente,
cuando con su lengua moribunda atravesada por dientes materialmente clavados en
ella, pronuncia sin palabras su último discurso. Elocuente oratoria póstuma de quien con
su cadáver firma en la manigua la carta al amigo.

49
HEBERTO PADILLA
(1932 — 2000)

En tiempos difíciles

A aquel hombre le pidieron su tiempo


para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una época difícil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lágrimas
para que no contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmación, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos difíciles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construcción o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.

50
Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles
ésta es, sin duda, la prueba decisiva.

Heberto Padilla. Fuera de juego. (1969)

51
DESDE OTRA ORILLA

El Transiberiano
YOLANDA PANTIN

POSTA

De aquel lado del mundo


que ignoramos
nos llegan noticias.

Yolanda Pantin. 21 caballos , 2011

52
Rafael Castillo Zapata

Boris Pilniak, 1938

Quiero trabajar mucho.


Tras una larga reclusión
me he convertido en otro hombre,
veo la vida con nuevos ojos.
Quiero vivir, trabajar mucho,
tener papel ante mí
para escribir una obra
que sea útil a los soviéticos.
Boris Pilniak

Toma a tu cargo ahora


el peso de esta pena
por la que no penaste y llévala,
llévala con ellos. Mira
en la mirada de esos otros
ojos eclipsados, la luz muerta
en las órbitas maduras por el
miedo, y guíalos
hacia donde tengan paz
en su ceguera. Siente
en ti la ola del mal que los aplasta
como una losa
sobre el puente de la nuca y siente
la herida del grillete, barracones
desnudos y débiles lámparas: un barril
donde sumergen cada tanto
la cabeza azorada de un hombre
para que confiese, pasadizos
donde el moho clava
pálido su diente.
Imagina los poemas que escribirá luego
de haber recibido su dosis
de horror y respondido
a los interrogatorios. No hablará,
por supuesto, del agua.
Se concentrará en el cielo, el amarillo
labio de la tierra
besando el techo bajo de nubes; fijará
su atención sobre las copas

55
morenas de los abedules, pero,
del río o del lago, no dirá nada,
como del agua estancada
del tonel donde dos manos
lo obligaban a devorar su imagen
en la superficie de un espejo
que cedía y abría su enorme
boca hacia la noche
profunda de la muerte, unos segundos
suficientes para hacerle creer
que ya no volvería. Pero
está una vez más ante la luz,
ante las cosas del mundo, de nuevo,
y quiere olvido, nada
que alimente el recuerdo oscuro
del agua en el tonel, e intenta
concentrarse en la verdura
de la tierra imaginando
un planeta sin torrentes,
sin espejos,
sin estanques,
sin toneles. El hombre
de la cabeza sumergida a la fuerza,
que ha bebido a fondo el agua
de su imagen
y no tiene rostro, prefiere,
ahora que puede, evitarse
recordar.
Recuerda tú por él, para los otros; diles
de la frialdad del agua como vidrio,
de la profundidad del agua como azogue, nieve
negra, del otro
lado del espejo que se hunde; háblales
de los pulmones inundados,
de la taquicardia, del tambor
mojado de las sienes y los
tímpanos cediendo
a la fuerza invasiva
del agua atropellada. Muestra
al que trata de olvidar
mientras camina por el sendero bordeado
de hierbas y de arbustos, el lugar
de donde viene, la casa
de su penúltimo renacimiento, su ser
de agua, como pez salvado
en el último minuto,
su origen oscuro de cosa
a punto de morir, amenazada. Tráele,
de vez en cuando, el sonido
del chapoteo retumbando
en medio de la celda, la irisada
revolución de las burbujas
en los bordes, como el agua

56
que corre por las piedras
del arroyo cercano. ¿De qué
va a escribir si no? ¿De estos
cielos que encandilan? ¿De estos
campos floreciendo? ¿Cómo,
si viene de la muerte? Hazlo
volver cada tanto a su casi muerte para
que no muera
realmente. ¿No es
su vida escribir? ¿No era
su último recurso acaso
bajo el agua pensar
precisamente en el papel
que tendría a gusto cuando
acabara todo aquello? Papel,
papel para escribir, hojas
en blanco, y tiempo. ¿No era
entonces eso lo único
que podría infundirle coraje, la promesa
de lo que iría a escribir? No dejes, pues,
que esa promesa muera, que esa luz
al fondo del pasillo, esa
corriente de aire al borde
del último suspiro ceda. Habla,
habla tú por él mientras el agua
sigue su curso y los espejos
reflejan su noche y su silencio
en la memoria de Boris
Pilniak, ajusticiado finalmente, vivo
en la memoria larga del papel.

Tomado de Verbigracia (Suplemento de El Universal) Caracas, 22 de mayo ,1999

57
BORIS PILNIAK
CAOBA
FRAGMENTOS

Boris Pilniak (1894 – 1937? /1938?) fue un hijo de dos siglos y dos
Rusias, de la vieja Santa Rusia del siglo diecinueve y de la que
llegaba « a todo vapor a través del pantano» . « Compañero de
viaje» de la Revolución, como no fue un adicto rápidamente pasó
a ser un convicto. Pilniak quería retratar y comprender la
revolución, pero la revolución no quería ser comprendida o
retratada, quería ser idealizada y venerada.
Pushkin (Cuentos del difunto Nikolai Petróvich Belkin), Gógol y
Andrei Bely ( San Petersburgo )son las huellas que persigue Pilniak
cuando narra. Igualmente, creo que en su escritura, en sus
composiciones, puede notarse hasta qué punto la estética futurista
rusa y su fantástico realismo, habían penetrado en la manera de
comprender y comprimir la experiencia. Cuando Pilniak escribe :
« en una orquesta lo más importante es el tambor », los comisarios
sonrien y la frase va al expediente. Esa frase estaba intercalada y
desarticulada en medio de la descripción de un Congreso de los
Soviets.
Fue así como la causa contra Boris Pilniak comenzó a instruirse. Era
parte de un clima general —¿aún no te han detenido?»— era,
según V. Shentalinski, el saludo habitual en esos días, mientras
Pilniak trabajaba en una novela acerca de sus raíces y el destino
de la Revolución rusa, extraía su libro de la vida, pero la vida
misma, recuerda Shentalinski, estaba tejiendo en torno a él una
historia triste sobre cómo el círculo luminoso de su existencia se
reducía hasta llegar a la celda de la Lubianka. En el verano de
1937 la novela estaba terminada, faltaba pasarla en limpio y
entones llegaron ellos. Pasternak lo vio todo. Eran vecinos. En la
Lubianka Pilniak pudo comprender lo que le sucedió a uno de sus
personajes, en uno de sus relatos : «Unicamente me queda el
cerebro, pero incluso éste se me ofusca. Hablo con una persona y
de pronto esta persona se esfuma y en su lugar, ante mí, se erige
una especie de Estado horroroso y sanguinario» .

58
Le confiscaron dos puñales y una máquina de escribir Korona,
además de la correspondencia y el manuscrito de su última
novela. En lugar de aquel manuscrito quedó un expediente del
género fantástico judicial, donde el interrogatorio se transforma en
confesión. Esta fue la última novela que firmó Pilniak, no tiene fin, la
ejecución fue suficiente.
m.f.p.

Raskazi [Caoba] 1929.

Para Sergio Pitol «Caoba» es « la más perfecta de sus novelas ».


« A través de breves anécdotas sobre ciertos incidentes patéticos y
triviales de una antigua pequeña ciudad del Volga, se revela el
universo soviético de la época. Estamos en la fase final de la NEP
(la Nueva Política Económica creada por Lenin) y en vísperas del
ascenso de Stalin.[…] No está ya lejana la época del gran terror. La
ciudad vive de las riquezas acumuladas en la época anterior; la
nueva administración no ha logrado crear otras. De todo nos
enteramos oblicuamente: de la lucha violenta de las facciones, la
descomposición del aparato administrativo, la lenta y difícil
transformación de una mentalidad que oscila entre valores que
han perdido su sustentación social y otros nuevos que no acaban
de tomar cuerpo [ … ] “Indigentes desparramados por el vasto
territorio nacional, expulsados de todas las organizaciones sociales,
locos puros de la Rusia Soviética por amor a la justicia en oración
constante por la paz y el comunismo…” Los episodios de la novela
se suceden en forma sincrónica. […] La estructura de la novela
resulta de un permanente combate entre la creación de un pathos
y su abatimiento inmediato. […Pilniak] Fue el épico cronista de una
época inmensa y de su envilecimiento. Su pasión por la verdad, su
honradez literaria, le hicieron conocer el acoso de los poderosos,
los necios y los oportunistas. Sus virtudes le llevaron a la prisión y a la
muerte. Fue hasta el final un empecinado creyente en la
regeneración de su pueblo.»

Del Prólogo de Sergio Pitol a su traducción de Caoba, selección de cuentos


publicados por Anagrama (Barcelona, 1987). Los fragmentos que transcribimos
fueron tomados de esta edición.

59
BORIS PILNIAK. CAOBA
FRAGMENTOS

Mendigos, visionarios, indigentes, peregrinos, plañideras, santones, lisiados,


adivinos, profetas, imbéciles, dementes, mentecatos, "inocentes", todos
ellos formaban las variantes necesarias a la vida cotidiana de la Santa
Rusia; mendigos errabundos sobre la piel de la Santa Tierra Rusa;
visionarios, peregrinos y pobres por el amor a Cristo, mentecatos e
"inocentes" por el amor al Cristo de la Santa Rusia; tales especies han
condimentado la vida de Rusia desde sus orígenes, desde los tiempos del
primer zar Iván y han engalanado un milenio de vida rusa. Historiadores,
etnólogos y escritores han derramado ríos de tinta en su descripción. Estos
videntes, beatos y profetas —ya fueran realmente enajenados o se
tratara de farsantes— eran considerados como un ornamento necesario
a la Iglesia, formaban una fraternidad destinada a Cristo, rezaban por la
salvación del mundo y tanto la historia como la literatura les reconoce
ese carácter.

……………

Viacheslav Pavlovich Karazin había sido un barin, un señor que en sus


tiempos había servido al cuerpo de caballeros de la guardia y había sido
pensionado unos veinticinco años antes de la revolución debido a su
honestidad. Un colega suyo se había declarado culpable de peculado y
Karazin fue comisionado para realizar las investigaciones. Había referido
la verdad en un informe al alto mando militar, pero las autoridades
decidieron guardar silencio sobre el hecho, y el señor Karazin, sin poder
tolerar esa situación presentó su dimisión en un segundo informe y se
retiró a sus propiedades en el campo. Una vez a la semana iba a hacer
sus compras a la capital del distrito, viajando en una carroza con dos
lacayos. Con un gesto de la mano enguantada le ordenaba al
dependiente que le sirviera una libra de caviar, las tres cuartas partes de
un gran esturión ahumado y unos trozos de salmón; uno de los lacayos
pagaba, el otro tomaba los paquetes; un día un comerciante le tendió la

60
mano al señor Karazin, pero éste no la aceptó, explicando su rechazo
con un seco: "¡Sólo esto me faltaba!" Karazin, el señor, usaba el gorro del
uniforme de la nobleza y un abrigo militar de la época de Nicolás I; la
revolución lo había obligado a trasladarse del campo a la ciudad, pero
le permitía usar gorro y abrigo militares, y ahora él tomaba su sitio en las
"colas" con la cabeza cubierta por aquel gorro y acompañado no ya por
los lacayos sino por su mujer.

El señor Karazin se ganaba la vida con la venta de sus objetos antiguos;


para realizar esos negocios con frecuencia se entrevistaba con el director
del museo; en casa de éste reconocía objetos que le habían sido
incautados por órdenes de la revolución y los contemplaba con
indiferencia despectiva. Pero un día vio en el escritorio un cenicero que
tenía la forma de un gorro de la nobleza.

—¡Quítelo de ahí! —dijo bruscamente.

—¿Por qué? —preguntó el director.

—El gorro de un noble ruso no debe servir de escupidera a un cualquiera


—respondió el señor Karazin.

Los dos conocedores de antigüedades se disgustaron. Karazin, el señor,


salió de allí indignado. No volvió a poner un pie en casa del director del
museo.

En la ciudad vivía un carpintero, que recordaba con gratitud a Karazin,


como patrón. De muy joven había vivido y servido en su casa; un día
Karazin lo había castigado por su lentitud con un puñetazo que le hizo
perder siete dientes.

La ciudad vivía inmersa en un silencio inmóvil e impenetrable; dos veces


al día soltaba un alarido de tedio con las sirenas de sus barcos y el tañido
de sus antiguas campanas: hasta 1928, porque en ese año muchas
campanas fueron decomisadas y entregadas al trust metalúrgico.
Retiradas de los campanarios por medio de poleas, palos y cables, las
campanas eran descolgadas para luego caer al suelo. Mientras eran
arrancadas de sus habituales asideros, cantaban un lamento secular y

61
somnoliento y aquel llanto dominaba a la secularmente somnolienta
ciudad. Caían con un rugido en un grito de aflicción, hundiéndose hasta
metro y medio en el suelo.

Precisamente en los días a los que me refiero, la ciudad gemía con la voz
de aquellas antiguas campanas.

El documento más útil en toda la ciudad era la libreta sindical. En las


tiendas había dos colas, una para quienes poseían la libreta y otra para
los que estaban desprovistos de ella; las barcas para pasear por el Volga
costaban diez copeicas para los inscritos en el sindicato y cuarenta para
"los otros". Las entradas en el cinematógrafo costaban veinticinco,
cuarenta y sesenta copeicas para "los otros", pero para los inscritos: cinco,
diez y quince. En los casos en que se poseía esa libreta se la colocaba en
el sitio de honor, junto a la tarjeta para el pan. Entre paréntesis, la tarjeta
para el pan, y por consiguiente también el pan, se entregaba solamente
a quienes tuvieran derecho al voto, a razón de cuatrocientos gramos
diarios por cabeza. Los que no tenían derecho a votar y sus hijos, no
tenían acceso al pan.

………………………………..

Las autoridades de la ciudad vivían en un grupo cerrado, apartado del


resto, sospechoso, debido a la desconfianza innata de la población.
Habían sustituido la política por el compradrazgo y cada año se
reelegían entre sí, intercambiándose los cargos del distrito, según las
diversas maniobras que permite el compadrazgo, y, sobre todo,
siguiendo el principio de que se debe durar poco en un puesto para
durar mucho en la administración, o sea "el que la acorta, la alarga",
como dice la fábula de Krylov.

En los asuntos económicos regía el mismo sistema de compadrazgo. La

62
economía estaba representada por el complejo industrial (inaugurado el
año en que Iván Ochogov — protagonista de nuestro relato— se retiró
voluntariamente a vivir entre los locos). Eran miembros del complejo, el
presidente del Comité Ejecutivo Kuvarzin (marido de la famosa Kuvarzina)
y el encargado del Comité de Inspección de Obreros y Campesinos,
Presnuchin. El complejo estaba presidido por Nedogusov. Su labor
administrativa consistía en un lento despilfarro de las riquezas
acumuladas antes de la revolución, hecho con desparpajo y en bastante
buena armonía. La producción de mantequilla se llevaba a cabo con
pérdidas, así como también con pérdidas trabajaba el aserradero. La
curtiduría, si bien es cierto que no trabajaba con pérdidas, también lo es
que no producía beneficios ni tomaba en consideración la amortización
del capital.

En pleno invierno, bajo la nieve, a una distancia de cincuenta verstas,


empleando cuarenta y cinco caballos y a la mitad de la población del
distrito, fue arrastrada hasta la curtiduría una nueva caldera. La
transportaron para poco después abandonarla; no era la apropiada;
consignaron su costo en el renglón de beneficios y pérdidas. Entonces
adquirieron una máquina para desmenuzar la corteza de los árboles que
también fue abandonada porque resultó insatisfactoria. La anotaron
también en la sección de beneficios y pérdidas.

Más tarde, se obtuvo para la trituración de la corteza una máquina


desmenuzadora de forrajes que nunca pudo usarse ya que la corteza es
diferente de la paja, y también su costo fue registrado.

Con el propósito de mejorar la vida de los obreros se realizaron algunos


trabajos de construcción; se compró una casa de madera de dos pisos,
que fue transportada a la curtiduría y aserrada para aprovechar la leña,
ya que la madera había resultado podrida. Se descubrió que no tenía
sino trece vigas sanas. Con la suma de nueve mil rublos se construyó una
casa, cuya edificación terminó precisamente cuando cerraban la
curtiduría: no arrojaba pérdidas como las otras empresas pero tampoco
proporcionaba utilidades. Y por tal motivo la casa nunca fue habitada.

El complejo cubría sus propias pérdidas vendiendo la maquinaria de

63
empresas que habían dejado de funcionar aun antes de la revolución, o,
si no, procedía de la siguiente manera: Kuvarzin presidente le vendía leña
a Kuvarzin miembro al precio establecido por las autoridades más un
descuento del cincuenta por ciento, por la cantidad de veinticinco mil
rublos. Kuvarzin miembro volvía a vender aquella leña a la población, y
en especial a Kuvarzin presidente por una suma de cincuenta mil rublos,
al precio igualmente establecido por las autoridades pero sin descuento.

……………………………

64
MAXIM GORKI
PENSAMIENTOS INTEMPESTIVOS
FRAGMENTOS

En Novaia Zhin (Vida Nueva) Alexander Peshkov (1868-1936), es


decir, Maxim Gorki, publicó entre 1917 y 1918, una serie de
artículos-editoriales con el título de “Pensamientos intempestivos”
(Nesvoevremennye mysli). Suprimidos en la edición oficial de sus
Obras Completas, apenas circularon de manera incompleta y
dispersa fuera de la Unión Soviética hasta que en 1971 Herman
Ermolaev los reunió en una primera y más que meritoria edición
rusa. En 1975 la editorial L’Age d’Homme (Lausanne) la traduce al
francés —edición que he utilizado para retraducir al español esta
breve selección.

En estos textos podremos constatar las diferencias notables entre


el Gorki de los años treinta, vergonzoso vasallo de Stalin, y este otro,
un Gorki luchador y socialista, que vocea con franqueza su
indignación ante la barbarie revolucionaria y expone su profundo
desacuerdo con el rumbo sectario y cada vez más dictatorial que
los bolcheviques estaban imponiendo al inicio de la Revolución.

En estas «intempestivas» gorkianas podemos reconocer el tono del


escritor influyente y respetado por sus contemporáneos, la voz del
radical e idealista «discípulo» y amigo de Chejov y al intelectual
autodidacta que con cierta ingenuidad reverencial lucha por la
educación y la cultura como únicas vías para superar la barbarie y
el atraso de Rusia. Vemos entonces cómo se oponía sin medias
tintas a todo lo que a su juicio conduce a la destrucción de los
valores civilizados. Y en politica esto implicaba condenar
enfáticamente la manera en que Bakunin, Netchaev en el siglo
anterior, y ahora Lenin y Trotski convalidan, utilizando el bandidaje y
la destrucción como una fuerza revolucionaria. En estos escritos
Gorki parece exclamar, citando a Pushkin: «Dios nos libre de ver
una revuelta rusa, insensata y despiadada». Gorki le reclama a
Lenin y a Trotski, intelectuales educados como lo fueron Bakunin y
Netchaev, que «experimenten» incitando los bajos instintos del
pueblo inculto para hacer la revolución, que utilicen la fuerza

65
destructiva de las masas como una estrategia política y que
recurran a la censura y la cárcel para imponerse sobre sus
adverarios. La prensa bolchevique y el aparato de propaganda
desataron en esos meses una continua y feroz campaña de insulto
y descrédito contra Gorki y "Vida Nueva". No es descabellado
suponer que fueron los viejos lazos de su amistad con Lenin lo que
impedía la clausura de Novaia Zhin. Esa amistad, llena de altibajos
y ambivalencias, le garantizaron durante un tiempo cierta
inmunidad para publicar lo que pensaba hasta que el 18 de julio
de 1918 el mismo Lenin prohibió la circulación de Vida Nueva.
Novaia Zhin era una publicación abiertamente socialista, una
tribuna donde escribían tanto mencheviques y SR como
bolcheviques; allí, Lenin publicó varios de sus artículos del año 17.
Sin embargo, hoy no nos extraña saber que la mayoría de sus
principales redactores, con excepción de Gorki, murieron en los
sótanos del OGPU o en los campos del GULAG. Entre ellos estaban,
por ejemplo, V. Bazarov, traductor al ruso del Capital, N. Sujarov,
autor de unas Memorias de la Revolución Rusa que son fuente
obligada para historiadores y especialistas, y A. Lozovski, vice-
canciller y alto dirigente de las organizaciones sindicales soviéticas.
Es imposible saber si Gorki llegó a enterarse de las torturas y
vejaciones que sufrieron sus colaboradores.

m..f.p.

Contexto de la intempestiva del 18 de octubre 1917

Cuando Gorki escribe este artículo faltaba apenas una


semana para que se consumara la toma del poder por los
bolcheviques. El título sin duda alude al "No quiero callar" de
la célebre protesta de Tolstoi contra las ejecuciones de 1908.
La decisión de una insurrección armada ya había sido
tomada por el Comité Central Bolchevique el 10 de octubre
de 1917. La «situación revolucionaria» ya se hacía sentir, pero
la revuelta abierta contra el Gobierno provisional no se
decretaba aún. El Bolchevique era el único partido socialista
que había decidido —puertas adentro— no esperar la
convocatoria de la elección libre de una Asamblea
Constituyente, sabiendo que se hallarían en una reducida
minoría. Tampoco contaban con mayoría en los Soviets de
diputados obreros y soldados, cuyo órgano oficial, el 25 de
octubre, publicará el editorial «Una aventura insensata»,

66
descalificando la sublevación por considerar, como ha dicho
Gorki, que esto no significaba el poder para los Soviets, sino
«la toma del poder por un partido único, el bolchevique» y
«el sabotaje de la más bella conquista de la revolución: la
Asamblea constituyente.»
En este mismo número 156, del 18 de octubre de Novaia Zhin,
L. Kamenev escribe, en su nombre y en el de G. Zinoviev, que
considera «prematura» una insurrección armada
bolchevique. Y al día siguiente, el 19 de octubre, Trotski,
responde a Gorki afirmando que la insurrección todavía no
tiene fecha, pero que cuando el Soviet de Petrogrado la
convoque, toda la clase obrera y los cuarteles actuarán bajo
los estandartes de la revolución. Lenin, por su parte,
consideró que las declaraciones de Kamenev y Zinoviev
constituían una traición.

Al inicio de este artículo Gorki se refiere a las «Jornadas de


julio» (1917), cuando hizo crisis el forcejeo de poder entre el
Gobierno provisional y el Soviet (Consejo) obrero de
Petrogrado. Se refiere al intento frustrado de los grupos más
radicales, bolcheviques y anarquistas, por sacar del gobierno
a los sectores burgueses liberales y socialistas moderados,
aprovechando la crisis ministerial provocada por la dimisión
de los ministros «kadetes» (partido demócrata liberal) y las
condiciones desastrosas en que se prolongaba la matanza
en el frente. En julio pasado, traspasarle el poder al Soviet
habría implicado un gobierno de todos los partidos socialistas.
Pero el Soviet sólo representaba una minoría de la población
ello podía conducir a un enfrentamiento armado con las
masas campesinas, en buena parte fieles al orden
monárquico. Es decir: la contrarevoución podría triunfar. Los
mencheviques, que entonces dominaban el Soviet,
consideraban que Rusia necesitaba recorrer el camino
democrático y desarrollar la conciencia política de las clases
populares antes de instaurar las fórmulas socialistas. Algunos
bolcheviques, como Kamenev y Zinoviev, se oponían en julio
al derrocamiento del Gobierno provisional; y otros, como
Lenin, mantenían una posición doble: impulsar por la base los
motines de los agitadores y la soldadesca armada, mientras
evitaban apoyarla formalmente para no quedar aislados en
la directiva del Soviet. Lenin no estaba seguro de poder
ganar la partida. En esos primeros días de Julio hubo
continuos enfrentamietnos armados entre grupos

67
revolucionarrios, saqueos, motines callejeros y cerca de 400
muertos. La insurrección armada fue creciendo sin dirección
política, las guarniciones y milicias tomaron Petrogrado y le
exigieron al Soviet que tomara el poder. El Soviet se negó y el
18 de julio el Gobierno movilizó tropas del frente para
aplastar con las armas la revuelta.

El nuevo Gobierno provisional, que encabeza Kérenski no


tuvo suficiente autoridad para restablecer el orden y aquella
crisis se había prolongado y profundizado hasta octubre,
cuando, una vez más, se presenta una «situación
revolucionaria» favorable a una toma del poder por la fuerza.
El artículo de Gorki del 18 de octubre invoca el costo
sangriento e inútil de la reciente derrota del 18 de julio. Pero
una semana después sus temores se vieron desmentidos —en
parte. Lenin esta vez estaba seguro del triunfo, y el golpe
bolchevique acabó con el débil, provisional y chapucero
ensayo democrático ruso. Pero Gorki, en parte, también
tenía razón: la dirección bolchevique había comenzado su
obra de destrucción de los ideales revolucionarios.
m.f.p.

« ¡UNO NO PUEDE CALLARSE! »


Vida Nueva, N° 156, 18 de octubre 1917.

Corre el rumor, cada vez más insistente de que el 20 de octubre habrá


"una acción bolchevique"; en otras palabras, las odiosas escenas del 3, 4
y 5 de julio van a repetirse; de nuevo veremos camiones atestados de
gente apretando fusiles y revólves con las manos temblando de miedo;
de nuevo, esos fusiles dispararán hacia las vitrinas de los comercios, hacia
la multitud, ¡hacia cualquier parte! Dispararán esos fusiles por la simple
razón de que quienes los empuñan habrán querido matar su propio
miedo. Todos los sombríos instintos de una muchedumbre irritada por el
desmantelamiento de la vida cotidiana, la mentira y el pantano de la
política, estallarán, apestando de odioy de venganza, y la gente

68
comenzará a matarse entre si, incapaces como son de vencer su propia
estupidez bestial.
Una muchedumbre sin orden, comprendiendo mal lo que quiere,
bajará a las calles y, refugiándose detrás de ella, aventureros, ladrones,
asesinos profesionales emprenderan su tarea de «hacer la historia de la
revolución rusa».
En dos palabras, veremos repetirse esa sangrienta matazón absurda
que ya vimos y que, por todo el país, ha zapeado la autoridad moral de
la revolución y dañado su prestigio cultural.
Es muy posible que, esta vez, los acontecimientos tomarán el giro de
una sublevación aún más violenta y todavía más sangrienta y que el
golpe que recibirá la revolución será todavía más duro.
¿Qué necesidad hay de todo esto? ¿Y para qué? El Comité Central de
los Bolcheviques social-demócratas evidentemente no tiene parte en la
aventura programada puesto que hasta ahora no ha confirmado para
nada los rumores, aunque tampoco los ha desmentirlo aún.
¿Podría ser que algunos aventureros, viemdo debilitarse la energía
revolucionaria de una parte conciente del proletariado, piensen que es
posible despertarla con un baño de sangre?
¿O querrán estos aventureros, por el contrario, acelerar la contra-
revolución intentando desorganizar las fuerzas organizadas con tanto
esfuerzo?
El Comité Central de los Bolcheviques tiene el deber de desmentir todos
esos rumores; tiene el deber urgente, si en verdad es un órgano político
fuerte, libre en sus actos y capaz de conducir a las masas, y no un dócil
juguete de los humores de una muchedumbre salvaje, o un simple
instrumento en manos de aventureros sin escrúpulos y peligrosos fanáticos.

69
Contexto de las intempestivas del 7 y 10 de noviembre.

Hacía apenas diez días de la toma del poder por parte de los
bolcheviques. Todavía el enjambre de partidos socialistas de
izquierda constituían un bloque diverso que les dificultaba el control
absoluto de la revolución. Pero el fracaso del «golp» derechista del
general Kornilov y la desastrosa conducción política de Kerenski
minaron el ascendiente de los mencheviques entre las masas
obreras y las tropas, igualmente anulada se hallaba la autoridad
de los sectores liberales moderados. El aparato militar bolchevique
era eficiente y estaba preparado para actuar disciplinadamente.
Los anarquistas y los SR de izquierda actuaban de modo
desordenado, con atentados y acciones sin control. De allí que
Lenin y su grupo asumieran el gobierno con facilidad. Pero para
mantenerlo debían imponerse a sangre y fuego sobre los grupos
rivales. Defender la revolución implicaba también defenderla de
los otros revolucionarios. En esos días de noviembre va surgiendo
día a día el terror rojo. El comunismo todavía es una consigna
demasiado amplia y vaga, compartida por demasiados sectores,
una de las tantas rutas del socialismo. Lo que importa en esos
meses cruciales es mantener el poder, expulsar los elementos
moderados y liberales de los organismos de gobierno y, finalmente,
someter a una dirección única a las masas obreras y los soldados
en armas, desmovilizados o desertores.
La intempestiva del 7 de noviembre la escribe como si se tratara de
un memorandum, como quien se dirige «a la atención» de una
oficina u organismo llamado: «la democracia»… Es decir, a la
esencia o al espíritu democrático que, a su juicio, todavía debería
funcionar en la revolución. Lo escribe porque siente que
precisamente ésa es la única instancia a la que podría importarle
lo que allí denuncia, la cual parece no darse por enterada de lo
que está sucediendo ante sus ojos.
Pero el artículo también es una abierta repulsa al estilo «leninista»
de conducir la revolución.
A quien lo lee hoy, le cuesta imaginar que Lenin y Gorki eran
amigos, que paralelamente al debate público, mantenían una
correspondencia feroz sobre estos mismos asuntos. Una
correspondencia en la que Lenin deja en claro su profundo
desprecio por la intelectualidad, y hasta qué punto, en esos
momentos, sólo el poder importa.
Gorki comienza mencionando la injusta prisión de tres de los ex-
ministros liberales —es decir «burgueses»— del Gobierno provisional,
a quienes Lenin y Trotski dejaron en la cárcel formando el primer

70
núcleo de los presos políticos de la Revolución. Si bien el artículo es
un llamado a que los liberen, el fondo del asunto es la forma en
que la revolución está siendo degradada por el «veneno del
poder» que ha contaminado a Lenin, a Trotski y sus seguidores.
Denuncia algunos hechos concretos: *los combates entre los
cosacos de Krasnov y las milicias bolcheviques cerca de Tsarskoye-
Selo el 30 de octubre pasado; **la destrucción innecesaria que
provocó la artillería de los guardias rojos en la reciente toma de
Moscú, hechos que desmiente Bujarin en Pravda, acusando a Vida
Nueva de servir los intereses de la burguesía. Y, finalmente, denunia
cómo, a partir del 26 de octubre se suceden de manera creciente
los cierres y penalizaciones a periódicos liberales y aun socialistas
que no se pliegan a la línea bolchevique***. Comparar las
acciones de la revolución con la despiadada represión que
aplicaba V.K. Plehve, ministro del Interior de Nicolas II, asesinado en
un atentado terrorista en 1904, era sin duda un atrevimiento que
sólo Gorki podía permitirse.
En un discurso en el regimiento de los granaderos, publicado en
Pravda el 30 de noviembre, Trotski acusó a Gorki y a Korolenko de
oponerse a las medidas de censura por estar «imbuidos de
mezquinos y vulgares prejuicios pequeño-burgueses».
Sin embargo, para una mentalidad no digamos democrática sino
tan sólo humanamente «sana», la denuncia más grave que hace
Gorki es la intempestiva del 10 de noviembre, dirigida «A la
atención de los obreros», cuando acusa a Lenin y a Trotski de
aplicar la doctrina Netchaev, y cita la célebre frase: «a todo vapor
a través del pantano» que Dostoyevski emplea como consigna
central de sus Demonios. Todo ruso de entonces sabía bien de
quién se trataba: estaba emparejando a Lenin y a Trotski con aquel
ser sin escrúpulos, de bajeza y ambición de poder sin igual, que fue
Sergei Guennadievitch Netchaev, el Piotr Stepánovich Verjovenskii
de la novela de Dostoyevski, en la que supo intuir un futuro que se
estaba haciendo presente en 1917.
En esa misma intempestiva, Gorki acusa a Lenin y a Trotski de estar
«experimentando» con la revolución social a costa de los obreros;
pero al hacerlo estaba, de hecho, devolviéndoles, a la luz de los
hechos, sus propias palabras, cuando Trotski, refiriéndose a las
jornadas victoriosas de octubre, calificó a la Revolución de
«experimento sin precdentes ».
m.f.p.

71
[Dirigido] « A LA ATENCIÓN DE LA DEMOCRACIA »
Vida nueva, n° 174, 7 de noviembre 1917

Lenin y Trotski liberaron a los ministros socialistas presos en la fortaleza de


Pedro y Pablo, para que regresaran a sus casas, pero dejando a sus
colegas M.V. Beranatski, A.I.Konovalov, M.I.Terechtchenko y a otros, en
manos de hombres que no tienen ni la menor idea de lo que son los
derechos humanos, ni la libertad individual. Lenin, Trotski y sus
compañeros ya se han contaminado con el veneno del poder, algo que
se pone de manifiesto en su escandalosa actitud hacia la libertad de
palabra, la libertad individual y todos los derechos en nombre de los
cuales ha triunfado la democracia.
Fanáticos ciegos y aventureros se matan, lanzándose de cabeza en la
senda de una supuesta "revolución social", pero que, de hecho, es el
camino de la anarquía, la ruina del proletariado y de la revolución.
Comprometidos en ese camino, Lenin y sus hermanos de armas se
permiten todos los crímenes posibles : una matazón en las proximidades
de Petersburgo*, la destrucción de Moscú**, la supresión de la libertad de
expresión***, arrestos descabellados, en fin, todos los horrores que
llevaban a cabo Plehve y Stolypin.
Por supuesto, ellos, Stolypin y Plehve, actuaban contra la democracia,
contra todo lo que había de honesto y vivo en Rusia, mientras que, hasta
ahora, al menos, a Lenin lo sigue una fracción considerable de
obreros. Estoy convencido que el sentido común de la clase obrera, la
conciencia que ella tiene de su rol histórico, muy pronto abrirá los ojos del
proletariado haciéndole ver el carácter esencialmente quimérico de las
promesas de Lenin, toda la profundidad de su locura y su anarquismo,
heredado directamente de Netchaev y Bakunin.
La clase obrera no demorará en darse cuenta de cómo Lenin,
sencillamente, está tratando de llevar a cabo un experimento a costa de

72
su sangre y su pellejo; que trata de forzar los humores revolucionarios del
proletariado llevándolos hasta el paroxismo para observar el resultado.
Por supuesto, en las actuales circunstancias, él no cree en la posibilidad
de una victoria del proletariado en Rusia, pero quizá sí espera un milagro.
La clase obrera debe saber que los milagros no existen, que lo que le
aguarda es la hambruna, una industria totalmente desorganizada, la
ruina de los medios de transporte y un largo y sangriento período de
anarquía, seguido de un sombrío período de reacción no menos
sangriento.
He allí hacia dónde está siendo conducido el proletariado por su guía
del momento, y cada quien debe comprender que Lenin no es ningún
mago con innumerables poderes, sino un prestidigitador con cabeza fría
que no escatima ni el honor ni la vida del proletariado.
Los obreros no deben permitir que aventureros y locos les endosen la
responsabilidad de crímenes vergonzosos, insensatos y sangrientos por los
cuales luego ellos deberán pagar en lugar de Lenin.
Ahora quisiera plantear algunas preguntas:
¿La democracia rusa todavía recuerda cuáles fueron las ideas por las
que luchó cuando combatía el despotismo de la monarquía?
¿Todavía hoy se considera capaz de sostener ese combate?
¿Acaso recuerda que cuando los gendarmes de los Romanov
enviaban a las cárceles y los penales a sus guías
ideológicos, consideraba que semejante procedimiento era indigno?
¿Entonces, cuál es la diferencia entre la actitud de Lenin hacia la
libertad de expresión y la que mantenían Stolypin, Plehve y otros cuasi-
humanos?
¿Actúa el poder leninista de modo distinto al poder de los Romanov
cuando somete y arrastra al calabozo a todos los que no piensan como
él?

73
¿Por qué Bernatski, Konovalov y los otros miembros del gobierno de
coalición están aún en prisión? ¿En qué son más culpables que sus
colegas socialistas liberados por Lenin?
La única respuesta honesta a estas preguntas debe ser exigir la
liberación inmediata de los ministros y otras personas indebidamente
arrestadas y el restablecimiento integral de la libertad de expresión.
Después, los elementos razonables de la democracia deberán sacar las
conclusiones que se imponen y decidir si están dispuestos o no a seguir a
los conspiradores y anarquistas a la Netchaev?

[Dirigido] « A LA ATENCIÓN DE LOS OBREROS »


Vida nueva, n° 177, 10 de noviembre 1917

Vladimir Lenin introduce el régimen socialista en Rusia según el método


Netchaev: "a todo vapor a través del pantano".
Lenin, Trotski y todos los que como ellos corren tras su pérdida en las
aguas estancadas de la realidad rusa, están visiblemente convencidos,
como Netchaev, de que «el medio más fácil para seducir a un ruso es el
derecho al deshonor», y fríamente deshonran la revolución y deshonran
a la clase obrera, forzándola a organizar sangrientas matanzas,
aceptando los pogroms y los arrestos de inocentes como A.V. Kartachev,
M.V. Bernatski, A.I. Konovalov, etc.

Al forzar al proletariado a que acepte la supresión de la libertad de


expresión, Lenin y sus acólitos han transformado en algo perfectamente
lícito el derecho que invocaban los enemigos de la democracia para
amordazarla. Amenazando con hambruna y pogromos a todos los que
no estén de acuerdo con su despotismo, el tandem Lenin-Trotski legitima
el despotismo del poder contra el cual las mejores fuerzas de nuestro país

74
han sostenido una lucha tan larga y dolorosa.

«La incondicionalidad de la banda de colegiales y jóvenes tontos» que


juntos marchan detrás de Lenin y Trotski «ha alcanzado su nivel más alto»;
a veces injuriando por la espalda a sus cabecillas, a veces tomando un
camino distinto y, otras, regresando a sus filas, estos colegiales y jóvenes
tontos, a fin de cuentas no hacen sino servir dócilmente la voluntad de los
dogmáticos y suscitar entre los soldados y obreros más incultos, la
quimérica esperanza de una vida color de rosa. Creyéndose los
Napoleones del socialismo, los leninistas, ofreciendo gato por
liebre, rematan la obra de destrucción de Rusia, y el pueblo ruso expiará
todo esto en un lago de sangre.
En cuanto a Lenin, se trata de un hombre con una fuerza excepcional,
durante venticinco años se mantuvo en la primera línea de la lucha por
el triunfo del socialismo; es una de las figuras más destacadas y
considerables de la social democracia internacional; es un hombre de
talento que posee todas las cualidades de un «jefe», incluyendo el
cinismo indispensable para ese rol, y una auténtica dureza de Señor
(barin) hacia la vida de las masas populares.
Lenin es a la vez un «jefe» y un Señor ruso dotado de algunas
peculiaridades morales propias de esta clase en vías de desaparición;
también se cree con el derecho de hacer un experimento cruel con el
pueblo ruso, que, por adelantado, está destinado al fracaso.
El pueblo, que la guerra ha arruinado y vaciado de su fuerza, ya ha
expiado bastante esta experiencia con millares de vidas, que pronto
sumarán decenas de millares; sin contar que, además, el pueblo ruso por
mucho tiempo se verá privado de su élite.
Pero esta tragedia ineluctable no perturba a Lenin, esclavo del dogma,
ni a sus acólitos, esclavos, ellos, de Lenin. A este hombre, la vida en su

75
complejidad le es extraña; no conoce los estratos populares; nunca ha
convivido con el pueblo, pero aprendió en los libros cómo hacer que las
masas se ofusquen y, sobre todo, cómo excitar furiosamente los instintos
brutales de las muchedumbres. Para Lenin, la clase obrera es lo que el
mineral para el obrero metalúrgico. ¿Será posible, dadas las
circunstancias, fabricar con ese mineral un estado socialista? Todo hace
pensar que no. Pero una vez dicho ¿por qué no intentarlo? ¿qué arriesga
Lenin si la empresa fracasa?

Él trabaja como un químico en su laboratorio, sólo que con esta


diferencia: que el químico utiliza un material muerto y obtiene por su
trabajo resultados preciosos para la vida, mientras que Lenin trabaja con
un material vivo y conduce la revolución a su muerte. Los obreros
concientes que marchan detrás de Lenin deben comprender que esta
experiencia despiadada de la que es objeto la clase obrera ya está en
curso, y que esa experiencia aniquilará sus mejores fuerzas y paralizará
por mucho tiempo el desarrollo normal de la revolución rusa.

Contexto de lntempestiva «9 DE ENERO – 5 DE ENERO»

Gorki publica este artículo el 9 de enero de 1918, 4 días después del


llamémoslo “segundo” golpe bolchevique, cuando sabotearon y
disolvieron por la fuerza la primera Asamblea Constituyente rusa. El
9 de enero se conmemora en Rusia la masacre frente al Palacio de
Invierno de 1905, origen simbólico de la primera Revolución rusa.
Gorki se refiere a la orden que recibe y cumple la guardia de
disolver a tiros la manifestación pacífica en favor de la Asamblea
Constituyente que realizaron los sectores moderados el 5 de enero
de 1918. Esta inesperada y brutal represión ya sentaba el clima que
al día siguiente prevalece en la primera sesión de la Asamblea que
termina en la madrugada con su arbitraria disolución decretada
por la guardia de los fusileros letones.

76
Nota: un historiador muy en boga hoy en día, Orlando Figes,
sostiene que no hubo “golpe bolchevique” en Octubre del 17, ni
contra la Asamblea Constituyente en enero del 18. Sus argumentos
coinciden con la versión soviética oficial, aunque con una
“narrativa” distinta y una retórica actualizada. Su argumento se
centra en que la toma del poder por un “golpe de fuerza” es aquél
que no cuenta con el apoyo de un movimiento de masas
mayoritario. Algo con lo que que, a su juicio, sí contaron los
bolcheviques. En el caso de la Revolución rusa, Figes pasa por alto
dos hechos : omite la notable mayoría de las masas campesinas
que no fueron consultadas ni movilizadas y que, precisamente, fue
uno de los factores que pesó en la decisión bolchevique de dar un
“golpe de fuerza” (una insurrección armada) en Petrogrado. Según
la tesis de Figes, bastaría con tener suficiente fuerza para movilizar
masas en los centros de poder, para legitimar la acción como una
revolución de masas y no un “golpe”.

Me abstengo de entrar en una discusión terminológica y


conceptual careciendo de la formación académica adecuada
para ello. Además, esto nos llevaría a la estéril discusión sobre qué
es una revolución. Pero respecto a “los hechos de octubre y enero”
quiero aclarar que me atengo al espíritu y al tono con que Gorki
escribe y los describe. En este caso, llamo “golpe” a una
insurrección armada, llevada a cabo por una minoría, que se
impuso al amplio movimiento de masas que conujo, en febrero, al
fin del absolutismo y había electo delegados para una
Constituyente.
Lo que está en juego, en este caso es: 1) la manera en que esa
minoría, uno de los grupos radicales que formaba parte de la
mayoría revolucionaria, el partido bolchevique, toma el poder con
una insurrección armada en la capital; 2) la manera en que los
bolcheviques mantienen y ejercen el poder durante los primeros
meses recurriendo a la creación de aparatos especiales de
represión, a medidas de censura y persecución de sus adversarios,
y 3), finalmente, el ejercicio de la fuerza para sabotear y clausurar
una Asamblea Constituyente electa, en la que ellos estaban en
minoría. Todo eso, creo, justifica distinguir entre las jornadas
revolucionarias que pusieron fin al absolutismo zarista en febrero y
el golpe del partido bolchevique de octubre.

m.f.p.

« 9 DE ENERO — 5 DE ENERO »

77
Vida nueva, n° 6 (220), 9 de enero de 1918

El 9 de enero de 1905, cuando los soldados embrutecidos y extenuados


disparaban contra la multitud pacífica y desarmada de los obreros,
obedeciendo la orden del poder imperial; representantes de la
intelligentsia y de los obreros corrieron hacia los soldados —asesinos por
obligación— y les gritaron cara a cara:
«—¿Qué están haciendo, miserables? ¿A quién están matando? ¡Si son
sus hermanos, no tienen armas, no les desean mal alguno, vienen para
solicitarle al Zar que remedie sus penurias. No exigen nada, sólo solicitan,
sin amenazas, sin odio, humildemente! ¡Dénse cuenta de lo que están
haciendo, imbéciles!»
Uno podría creer que estas palabras simples y claras, motivadas por la
angustia y el sufrimiento ante los muertos inocentes, se abrirían camino
hasta el corazón del humilde campesino ruso que estaba debajo de ese
capote gris.
Pero el humilde y honrado campesino golpeó con la culata a estos
hombres leales a su conciencia, los atravesa coron las bayonetas y aun
chillaban temblando de furor:
«—¡Dispérsense, vamos a disparar!» Y como no se dispersaron, apuntó
ajustando el tiro y centenares de cadáveres quedaron tendidos sobre la
calzada.
Y todavía, la mayoría de los soldados del Zar respondían a las
exhortaciones y reproches con estas tristes y serviles palabras:
«Es una orden. Nosotros no sabemos nada, nos dieron una orden...»
Y, como máquinas, disparaban contra la multitud.
El 5 de enero de 1918 los demócratas de Petersburgo —empleados y
obreros— sin armas, hicieron una manifestación pacífica en favor de la
Asamblea Constituyente. Los mejores entre los rusos han vivido casi cien
años con la idea de una Asamble Constituyente — ese órgano político

78
que daría a todos los demócratas rusos la posibilidad de expresar
libremente su voluntad. En la lucha por esta idea, miles de intelectuales,
decenas de miles de obreros y campesinos murieron en prisiones, en exilio
o en los penales, en el cadalso o abatidos por las balas de los soldados.
En el altar de esta idea sagrada han corrido ríos de sangre y ahora resulta
que los «comisarios del pueblo» han dado la orden de disparar sobre la
multitud de los demócratas que hacían una manifestación en favor de
esta idea. Quiero recordar que entre los mismos «comisarios del pueblo»,
numerosos son aquellos que a lo largo de su actividad política le hicieron
comprender a las masas obreras que era indispensable luchar por la
convocatoria de una Asamblea Cinstituyente. Pravda (La Verdad)
miente cuando escribe que la manifestación del 5 de enero estaba
organizada por los burgueses, los banqueros, etc., y que eran burgueses,
«partidarios de Kaledin» quienes marcharon hacia el palacio Táuride.
Pravda (La Verdad) miente... Pravda (La Verdad) sabe muy bien que la
instalación de la Asamblea Constituyente no regocija a unos «burgueses»,
que nada pueden hacer en medio de 246 socialistas, miembros de un
mismo partido y de 140 bolcheviques.
Pravda (La Verdad) sabe que los obreros de la fábrica Obujov, de la
fábrica de municiones y de otras tantas fábricas, formaban parte de la
manifestación, que bajo las banderas rojas del partido social demócrata
ruso marchaban hacia el palacio Táuride obreros de los distritos de la isla
Vassilievski, de Vyborg y de otros más.
Fue precisamente a estos obreros a quienes han fusilado y Pravda (La
Verdad) podrá mentir todo lo que quiera, pero no podrá disimular este
acontecimiento infame.
Quizá los «burgueses» se regocijaron al ver como los soldados de la
guardia roja arrancaron de las manos de los obreros las banderas
revolucionarias, las pisotearon y quemaron. Pero también es posible que

79
este «agradable» espectáculo no haya alegrado a todos los «burgueses»
porque aun entre ellos hay hombres honestos que aman sinceramente a
su pueblo y su país. Andrei Ivánovitch Chingarev, cobardemente
asesinado por brutos salvajes, fue uno de ellos
Así pues, este 5 de enero dispararon sobre obreros de Petrogrado
desarmados. Dispararon sin aviso, les tendieron una emboscada, les
dispararon tras las ranuras de las rejas, cobardemente, como hacen los
verdaderos asesinos.
Y exactamente como sucedió el 9 de febrero de 1905, aquellos que no
habían perdido la razón ni traicionado su conciencia, exigían a los que
disparaban:
«—¿Qué están haciendo, imbéciles? ¿No ven que son de los nuestros?
¡Miren: por todas partes hay banderas rojas, ninguna consigna hostil a la
clase obrera, ningún grito de hostilidad contra ustedes! »
Y, al igual que los soldados del Zar —asesinos por obligación—
respondieron:
« Es una orden, nos ordenaron disparar. » Y como el 9 de enero de 1905,
espíritus estrechos, indiferentes a todo, que siempre se contentan con ser
espectadores de la tragedia de la vida, estaban extasiados:
« ¡Les dispararon como a conejos! »
Y, con perspicacia, añadieron:
« ¡Dentro de poco volverán a dispararles! »
Sí, enseguida... Y corren rumores entre los obreros qu ya la guardia roja
de la fábrica Erikson disparó sobre los obreros de la fábrica del barrio de
Lesnoe y a los obreros de la fábrica Erikson los tiroteó la guardia roja de
otra fábrica.
Hay muchos rumores semejantes. Quizá son infundados, pero eso no
quita su influencia en la psicología de la masas obrera.
Yo le pregunto a los « comisarios del pueblo », entre los cuales, no

80
obstante, debe haber personas honestas y sensibles: ¿No comprenden
que colocándo esta cuerda al cuello están estrangulando
inevitablemente toda la democracia rusa, que aniquilan todas las
conquistas de la revolución?
¿Comprenden esto? O, entonces, ¿será que piensan: « que todo el
poder sea sólo nuestro o que revienten todos » ?

Contexto de las intempestivas de mayo 1918

En la primavera de 1918 la guerra civil ya ha entrado en su


fase feroz: el terrorismo y las masacres se confunden con los
enfrentamientos militares regulares y conviven dentro de un
inmenso territorio sin fronteras. En agosto un desembarco de
tropas y armas llega como refuerzo a los ejércitos de
voluntarios de la contra-revolución, mientras la Legión Checa
controla el Transiberiano.
En el frente cultural dominan la propaganda de guerra, la
descalificación de clase y los ataques personales. El talante
democrático y los derechos fundamentales que Gorki
reclama hacia los adversarios son juzgados como vicios
pequeño-burgueses y sospechosos de «favorecer a los
enemigos del pueblo». En los órganos oficiales se le acusa
abertamente de calumniar a la revolución. Estos artículos del
3 y del 14 de mayo permiten hacerse una idea de los valores
que Gorki defendía y las acciones que combatía.
m.f.p.

PENSAMIENTOS INTEMPESTIVOS.
Vida Nueva, nº 82 (297), 3 de mayo de 1918

En estos días, unos malditos sabios han condenado a un joven de


diecisiete años a diecisiete años de trabajo social forzado porque este
joven proclamó honesta y francamente : «Yo no reconozco el poder de
los soviets».

Pasando por alto que en Rusia hay decenas de millones de gentes que

81
no reconocen la autoridad de los comisarios, y que no se puede
exterminar a toda esa gente, creo que es útil decirle algo a esos jueces
tan severos como nada inteligentes, acerca del origen de ese joven
honesto que han condenado tan severamente y de modo absurdo.
Este joven tiene la fibra de esos seres íntegros y valientes que durante
décadas, viviendo sometidos a una atmósfera de vigilancia policial,
espionaje y traición y arriesgando su libertad y sus vidas, han destruido el
yugo de la monarquía inculcando a las masas ignorantes de los obreros y
los campesinos las ideas de libertad, de derecho y de socialismo. Este
joven es el heredero espiritual de aquellos hombres que una vez
apresados, languidecieron en las cárceles negándose a hablar en los
interrogatorios, por desprecio al enemigo triunfante.
Este joven ha sido educado en el alto ejemplo de los mejores rusos que
murieron en las prisiones y los penales, sobre cuyos fundamentos hoy nos
disponemos a construir una Rusia nueva.
Es un romántico, un idealista que es hostil de nacimiento a la
«Realpolitik» de la violencia, la trapacería, y la política de los fanáticos
de un dogma, rodeados —como ellos mismos lo han confiesado— de
bandidos y charlatanes.
Para formar un joven con coraje y honesto en las condiciones abyectas
de la vida en Rusia, ha sido necesario invertir una enormidad de fuerzas
espirituales, todo un siglo casi de intenso trabajo. Y he aquí que personas,
hoy libres gracias a todo ese trabajo, personas que no comprenden que
un enemigo honesto vale más que un amigo cobarde, han condenado a
un joven con coraje porque —como era natural —él no puede ni quiere
reconocer un poder que pisotea la libertad.
[…]

82
PENSAMIENTOS INTEMPESTIVOS
Vida nueva, nº 89 (304), 14 de mayo de 1918.

ßEl poder de los Soviets de nuevo ha estrangulado algunos periódicos


que le son hostiles. Es inútil decir que semejante procedimiento de lucha
hacia sus enemigos es deshonesto, y es inútil recordar que bajo la
monarquía, las personas honestas consideraban unánimemente como un
acto vil la clausura de los periódicos. Es inutil puesto que las nociones de
honestidad y deshonestidad están abiertamente fuera de la
competencia y los intereses de un poder, absurdamente convencido de
que puede establecer una nueva estructura del Estado sobre las mismas
bases del antiguo: la arbitrariedad y la violencia.

Estas son las consideraciones —nada nuevas— que provoca este nuevo
acto de la sabiduría política de los comisarios.

La supresión de los órganos de expresión pública inoportunos no puede


tener las consecuencias prácticas deseadas por las autoridades porque
ante semejante acto de cobardía, es imposible contener el incremento
de sentimientos hostiles hacia los señores comisarios y la revolución.

Los señores comisarios golpean ciegamente, sin diferenciar entre aquel


que tan sólo es un enemigo de esos absurdos, y el enemigo de la
revolución en general. Estrangulando a los primeros, debilitan la voz de la
democracia revolucionaria, la voz del honor y de la verdad;
amordazando a los segundos, crean mártires en las filas de los enemigos.
Al adornar la creciente reacción con la aureola del martirio, la nutren
con el flujo de una energía nueva y crean justificaciones para futuras
bajezas, bajezas que se dirigirán no sólo contra toda la democracia, sino
sobre todo contra la clase obrera: ella será la primera en pagar, y más

83
caro, por las faltas de los otros y la estupidez de sus dirigentes.

Por lo tanto, liquidando la libertad de expresión, los señores comisarios


no sacarán ningún provecho para ellos y le inflingen un duro golpe a la
obra revolucionaria.

¿A qué le temen? ¿Por qué les falta coraje, hombres políticos y realistas,
capaces al parecer de apreciar las fuerzas creadoras de vida, acaso
piensan en verdad que pueden destruir la fuerza de la palabra con
medios mecánicos? Gentes acostumbradas a la clandestinidad no
pueden ignorar que una palabra prohibida adquiere un poder de
convicción particular. Y, finalmente, no puede ser que hayan perdido
hasta ese punto la confianza en sí mismos para temerle a un enemigo
que habla abiertamente, en voz alta, para tratar de sofocarla, así fuera
tan sólo un poco.

Una idea perseguida, incluso si es reaccionaria, adquiere un matiz de


grandeza y atrae simpatías. Pónganla en libertad, dénle tanta libertad
como sea posible… a la plabra… puesto que cuando los enemigos
hablan demasiado, siempre terminan por decir tonterías, y esto es muy
útil.

Contexto de la intempestivas del 6 de junio de 1918

Este es su penúltimo artículo. Podríamos decir que es el último antes


de la clausura de Vida Nueva. Los que le siguen: el del 11 de junio
son respuestas a algunas de las acusaciones que ha recibido; el 30
de junio reproduce un discurso que leyó en la reunión de la
Asociación “Cultura y Libertad” ; y el último, publicado el 2 de julio,
es una breve nota aclaratoria dirigida a los colaboradores de
Pravda, a La Comuna del Norte y otros órganos donde habían
desatado una sucia campaña de descrédito sobre el origen del
dinero que sostiene la publicación de Vida Nueva.

84
En este editorial del 6 de Junio, Gorki intenta por última vez hacer
un llamado a los ideales democráticos del movimiento socialista. En
este largo artículo confronta dos tipos de revolucionarios. Pero no
se trata de una tipología teórica.
Si bien el retrato del revolucionario eterno, romántico e idealista, no
tiene un referente en la realidad rusa de esos días. El revolucionario
temporal, del « momento presente », por el contrario, es la suma de
los rasgos negativos y despreciables que venía denunciando en sus
intempestivas desde hacía un año,y la figura de Lenin parece
asomarse detrás de este sombrío retrato. En un artículo anterior
vimos cómo lo identificaba con Netchaev, quien concibió y llevó a
la práctica política de los bolcheviques el « terror revolucionario »,
un objetivo que no estaba destinado a ganar el apoyo de las
masas sino a anular su capacidad de protesta y movilización a
través del miedo y las penurias, y así mantener bajo control todos
los mecanismos de poder.

Cuando Gorki exalta el idealismo revolucionario está apelando a


las ideas fundadoras del movimiento socialdemócrata ruso, que se
oponía enfáticamente a la utilización del terrorismo de los
movimientos populistas y nihilistas del siglo anterior. La esperanza
con que concluye este artículo se vió rápidamente desmentida. El
5 de septiembre de 1918 el « terror rojo » es una política oficial
decretada por Consejo de Comisarios del Pueblo.
Sin embargo, el escrito de Gorki sigue teniendo una doble vigencia.
Por un lado, sabemos que hoy más que nunca, el retrato de ese
otro revolucionario, el vengativo, incapaz de elevarse por encima
de su propio encono, que degrada todos los fines por los que cree
luchar, empleando la misma brutalidad que dice combatir, no es
un especimen del pasado.
Por otra parte, Gorki resalta en el revolucionario histórico la
dimensión arquetípica del rebelde y recuerda que en esa
insatisfacción se encuentra la semilla de una verdad siempre fresca,
que rechaza la esclavitud y aspira vencer los sentimientos
mezquinos de venganza —en situaciones de confusión y
desamparo, cuando campean el odio, el desprecio y la falta de
ilusión, estas palabras, dichas en aquellos días malditos, abren un
rincón de serenidad y reflexión.
m.f.p.

85
PENSAMIENTOS INTEMPESTIVOS
Vida Nueva, nº 109 (324), 6 de junio 1918

Cuando examinamos el trabajo de los revolucionarios de nuestra


época, podemos distinguir dos tipos: uno que podríamos llamar el
revolucionario eterno, otro, el revolucionario temporal, el del instante
actual.
El primero encarna el principio revolucionario de Prometeo, aparece
como heredero espiritual de todo ese conjunto de ideas que han
conducido a la humanidad hasta su cumplimiento, y esas ideas están
grabadas no sólo en su espíritu, sino también en sus sentimientos, incluso
en el subconsciente. Él es el eslabón vivo y vibrante de la cadena sin fin
de las ideas dinámicas, y en cualquiera que sea el régimen social, todos
esos sentimientos e ideas lo obligan a seguir siendo siempre un
insatisfecho, porque sabe y cree que la humanidad es capaz de
transformar indefinidamente lo bueno en lo mejor. Ama
apasionadamente una verdad eternamente joven, pero nunca de un
modo tan literal y excesivo como para encajarla a puños en el corazón y
la cabeza de quienes viven sumisos a las verdades muertas del pasado, o
a de aquellos incurablemente enamorados del pasado. Además, para él
las personas son una fuerza inextinguible, viva y creadora de nuevas
sensaciones, pensamientos, ideas, cosas, formas de vida, y su propósito
es animar e inspirar toda esa materia gris, mientras algo de ella repose en
la cabeza de los hombres de esta tierra. Sin embargo, en la persecución
de ese único objetivo, auténticamente revolucionario, no es capaz de
recurrir a la violencia contra un hombre, a no ser en caso de una extrema
necesidad y, aún así, lo haría con un sentimiento de asco físico hacia
toda acción violenta.
Tiene la firme convicción de que, según dijo justamente uno de los más

86
notables pensadores rusos: « el horror de la historia y su mayor desgracia
residen en que el ser humano siente que ha sido cruelmente ofendido »
[N.K. Mijailovski] : ofendido por la naturaleza que lo creó, lanzándo al
desierto del mundo como bestia entre las bestias y concediéndole para
su desarrollo las mismas condiciones de las demás bestias; ofendido por
los dioses que creó con demasiada precipitación, torpemente, y
demasiado a su imagen y semejanza; ofendido continuamente por su
prójimo más fuerte y artero; y ofendido aun más amargamente por sí
mismo, por sus propias vacilaciones, indeciso entre la antigua bestia y el
hombre nuevo.
Pero el revolucionario eterno no experimenta sentimientos de ofensa
personal hacia los otros, porque sabe situarse siempre por encima del
plano personal y sabe vencer dentro de sí el deseo mezquino y malvado
de vengarse de quienes le han inflingido infortunios y sufrimentos. [...]
El revolucionario eterno es la levadura que excita constantemente la
inteligencia y los nervios de la humanidad; es, o bien un genio que
destruyendo las verdades establecidas anteriores a él, crea otras nuevas;
o bien un hombre afable, tranquilo y seguro de su fuerza, que arde con
un fuego sereno y a veces invisible, iluminando el camino del porvenir.
El revolucionario temporal, el del instante presente, es un hombre que
resiente con una enfermiza agudeza las ofensas y heridas sociales y los
sufrimentos que la gente le ha inflingido. Aceptando en su espíritu las
ideas revolucionarias inspiradas por la época, sigue siendo un
conservador en el fondo de sus sentimientos y ofrece el triste y a menudo
tragi-cómico espectáculo de una criatura venida al mundo
expresamente para deformar, denigrar y rebajar hasta el ridículo, la
vulgaridad y el absurdo, el contenido culto, humanitario y universal de las
ideas revolucionarias.
En primer lugar, se encuentra herido por sí mismo porque carece de

87
talentos y porque no tiene bastante fuerza; y herido porque lo han
ofendido y, en algunos casos porque ha estado en prisión, en el exilio, o
porque ha tenido que aguantar la dura vida del inmigrante. Está
totalmente impregnado como una esponja del sentimiento de venganza
y quiere hacer pagar cien veces más por ello a quienes lo han herido. Las
ideas que sólo ha aceptado su espíritu pero que no se han arraigado en
su alma, se hallan en directa e irresoluble contradicción con sus actos.
Las formas de lucha que emplea contra el enemigo son exactamente las
mismas que el enemigo utiliza en contra suya. Es incapaz de hallar otros
medios dentro de sí mismo.
Esclavo en rebeldía por un rato de un dios vengativo y castigador, no
siente la belleza del dios de la misericordia, del perdón universal y la
alegría. Al no percibir su vínculo orgánico con sus semejantes, se
considera enteramente libre, pero, de hecho, está encadenado
interiormente por el pesado conservadurismo de los instintos zoológicos,
trabado en una cerrada malla de mezquinas sensaciones de ofensa, por
encima de las cuales no tiene fuerzas para elevarse. Sus hábitos mentales
lo obligan a buscar en primer término, tanto en la vida en general, como
en las personas, los rasgos y fenómenos negativos. En el fondo de su alma
está lleno de desprecio hacia los hombres en nombre de lo que ha
sufrido; y lo sufre demasiado para poder darse cuenta y considerar los
sufrimientos de los demás. Tratando de cambiar las formas exteriores de
la vida social, el revolucionario temporal no es capaz de darle a esas
nuevas formas un contenido nuevo, y mantiene los mismos sentimientos
que cree haber combatido. Y si, ya sea milagrosamente o a la fuerza,
llegara a crear un nuevo modo de vida, él sería el primero en sentirse
extranjero y solitario en esa atmósfera, ya que en su naturaleza profunda,
no es socialista, ni siquiera presocialista, sino individualista.
El se comporta hacia la gente tal como un experimentador se

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comporta hacia los perros y las ranas objeto de sus crueles experiencias
científicas.[...]
Para él, mientras menos culto sea un hombre, más lo considera como
un material para sus prácticas. Y si el nivel de conciencia personal y social
de un hombre llegara a elevarse para protestar contra ese espíritu
revolucionario suyo, puramente formal y exterior, el revolucionario
temporal, sin escrúpulo alguno, amenaza al que protesta con castigos,
tal como lo están haciendo hoy en día numerosos representantes del tipo
que he descrito en estas líneas.
Se trata de un fanático frío, un asceta, que mutila la fuerza creadora de
la idea revolucionaria y, sin duda, no es alguien que pueda calificarse de
creador de una historia nueva, no es él quien puede ser su héroe ideal.
Quizá su mérito reside en el hecho de que, habiendo despertado en la
masa humana a esa antigua bestia cruel, con eso haya precipitado el fin
de la bestialidad.
La crueldad cansa y, finalmente, puede inspirar un asco físico y en ese
asco hallar su fin.
Parece que en nosotros ese asco fisiológico a todo lo que es sangre,
crueldad y pantano comienza a despertar: es necesario que ese asco
crezca para convertirse en la idiosincrasia de la mayoría.

Tomado de: Maxime Gorki. Pensées intempestives,1917—1918. Texte établi et annoté par
Herman Ermolaev. Taduction française Lucille Nivat et Sylvaine Drablier. Préface deBoris
Souvarine. Lausanne: L’Age d’Homme, 1975.

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LECTURAS SIN FRONTERAS
… DE LA MESA DE EL ESTILETE

VICTORIA DE STEFANO
DIARIOS
1988 — 1989
LA INSUBORDINACIÓN DE LOS MÁRGENES

Lea la reseña de diciembre 15 1916 en elestilete.com


VICTORIA DE STEFANO: ESCRIBIR ES UNA DIARIA
INSUBORDINACIÓN MARGINAL
Por Rafael Castillo Zapata

JOSÉ BALZA
TRAMPAS
EJERCICIOS POLÍTICOS Y OTROS RELATOS
ANTOLOGÍA
La reflexión sobre los aconteceres políticos de Venezuela asoma frecuentemente, no
sólo en los ensayos de José Balza, sino también en numerosos textos de su extensa obra
narrativa. De allí surge la primera parte de esta selección (cuentos y fragmentos de
novelas), realizada por el mismo autor, donde bien pueden encontrarse referencias a
hechos o personajes de inmediato reconocibles, como recurrencias a otros espacios y
momentos para reflejar con igual intensidad su inquietud por nuestro devenir histórico.
Cinco décadas han pasado entre relatos como “Un libro de Rodolfo Iliackwood” y los
recientes “Uno” y “Trampas”, tiempo en que las circunstancias políticas y sociales del
país han sufrido cambios radicales; no obstante, más allá del siempre impecable y
sensual estilo del narrador, es posible encontrar inalterable una conciencia atenta,
preocupada y fiel a la inmediata realidad. Excepto “El vencedor”, todos los “ejercicios
narrativos” que conforman la segunda parte de esta antología.
Tomado del prólogo :
JOSÉ BALZA,ÉMULO DE RODOLFO ILLIACKWOOD
Por Silda Cordoliani

OCTAVIO ARMAND
ESCRIBIR ES
CUBRIR
PULPO DE ENSAYOS

Lea la reseña de julio 19 1917 en elestilete.com


METAMORFOSIS TENTACULAR (“CRAZY HORSE”)
Por Alejandro Sebastiani Verezza

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ELEAZAR LEÓN
A LA ORILLA DE LOS DÍAS
REFLEXIONES Y NOTAS DE POETA
Edición, selección y presentación :
Samuel González-Seijas

A la orilla de los días nos coloca casi que de inmediato ante la rara sensación de una
imagen, si no insólita, al menos poco usual. Al recorrer este título, sentimos de entrada
que el autor ha optado por ofrecer una metáfora sobre la vastedad de la existencia, y,
de seguidas, el espacio que un sujeto asume frente a esa inmensidad que lo rebasa. La
«orilla» quiere cumplir aquí el papel del mínimo lugar donde esa grandeza nos deja a
diario: el tiempo inmedible, la sucesión como oleaje, y la hondura de su realidad que
sólo otorga fuerzas para la intuición o la palabra imaginada. El sabor del naufragio es
evidente, y con él la fragilidad y la pequeñez de un sujeto en trance de dar cuenta de
su viaje por el tiempo, el exclusivo que le ha tocado vivir. Esta parece ser la actitud
sentimental y la tonalidad de conciencia que recorren el libro.
Tomado de la presentación :
LA CIFRA MÁGICA DE LA EXPERIENCIA
Por Samuel González-Seijas

… Y DE LOS ESTANTES DE UNA BIBLIOTECA


VACLAV HAVEL. El poder de los sin poder.
Prólogo Belén Becerril Atienza
Madrid: Ediciones Encuentro, 1990.

RAFAEL CASTILLO ZAPATA. Tratados. Diarios III. La alienación necesaria.


Caracas: La Laguna de Cmpoma, 2014.

ANDRÉ GLUCKSMANN, NICOLE BACHARAN, ABDELWAHAB Medded. La plus belle histoire de


la liberté. Postface de Vaclac Havel
Paris: Seuil, 2009.

BORIS PILNIAK. Caoba. (cuentos)


Prólogo y traducción de Sergio Pitol.
Barcelona, Anagrama, 1987

VITALI SHENTALINSKI. Esclavos de la libertad. Los archivos literarios de la KGB


Traducción del ruso por Ricard Altes Molina.
Barcelona: Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, 2006.

MAXIME GORKI. Pensées Intempestives 1917-1918


Edición rusa establecida y anotada por Herman Ermolaev.
Traducción francesa por Lucile Nivat y Sylvaine Drablier. Prefacio de Boris Souvarine.
Lausanne: L’Ade D’Homme, 1975
[ En 1977 la Editorial Blume retradujo al español esta versión francesa con el título Pensamientos
inoportunos ]

NINA BERBEROVA. Moura Budberg. Historia de la baronesa Budberg.


Traducción del francés por Rafael Sender.
Barcelona: Circe, 1991

91
JEAN MEYER. Rusia y sus imperios, 1894-1991.
México: Fondo de Cultura Económica, 1997.

RYSZARD KAPUŚCIŃSKI. Another Day of Life.


New York : Vintage Books-Random House, 2001
[Existe traducción al español]

VIKTOR SKLOVSKI. Viaje sentimental. Crónicas de la revolución rusa.


[ Sentimental’noe putesestire, 1923]
Traducción de la versión italiana de Carmen Artaf
Barcelona: Anagrama, 1972

¡ SE BUSCAN !
USADOS, EN FOTOCOPIA, DIGITALIZADOS…

Se agradece informarnos rastros o noticias de estos ejemplares

WOLE SOYINKA. Partirás al amanecer (Memorias)


Traducción de Marcelo Cohen
Barcelona: RSA, 2010.

OCTAVIO ARMAND. Son de ausencia.


Caracas, Casa de la Poesía J. A. Péerez Bonalde, 19

BORIS PILNIAK. El año desnudo.


Preliminar de Augusto Vidal. Traducción de Pedro Mateo Merino.
Barcelona: Planeta, 1975.

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CESAR VALLEJO
(1892 — 1938)

¡Y si después de tántas palabras,


no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hasta la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da!...
¡Y si después de tánta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena…
Entonces… ¡Claro!… Entonces… ¡ni palabra!

César Vallejo. Poemas humanos (1939)

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