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Instituto Superior del Profesorado N° 6

Profesorado de Lengua y Literatura

LITERATURA EUROPEA II

Material de cátedra

Antología – Lírica Española del siglo XX


(Hernández, Otero, Rodríguez)

Año 2016
Miguel Hernández (1910-1942)

Elegía Quiero escarbar la tierra con los dientes,


(En Orihuela, su pueblo y el mío, se quiero apartar la tierra parte a parte
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a dentelladas secas y calientes.
con quien tanto quería.)
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
Yo quiero ser llorando el hortelano y besarte la noble calavera
de la tierra que ocupas y estercolas, y desamordazarte y regresarte.
compañero del alma, tan temprano.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
Alimentando lluvias, caracolas por los altos andamios de las flores
y órganos mi dolor sin instrumento. pajareará tu alma colmenera
a las desalentadas amapolas
de angelicales ceras y labores.
daré tu corazón por alimento. Volverás al arrullo de las rejas
Tanto dolor se agrupa en mi costado, de los enamorados labradores.
que por doler me duele hasta el aliento.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
Un manotazo duro, un golpe helado, y tu sangre se irán a cada lado
un hachazo invisible y homicida, disputando tu novia y las abejas.
un empujón brutal te ha derribado.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
No hay extensión más grande que mi herida, llama a un campo de almendras espumosas
lloro mi desventura y sus conjuntos mi avariciosa voz de enamorado.
y siento más tu muerte que mi vida.
A las aladas almas de las rosas
Ando sobre rastrojos de difuntos, del almendro de nata te requiero,
y sin calor de nadie y sin consuelo que tenemos que hablar de muchas cosas,
voy de mi corazón a mis asuntos. compañero del alma, compañero.

Temprano levantó la muerte el vuelo,


temprano madrugó la madrugada, Elegía primera
temprano estás rodando por el suelo. Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
No perdono a la muerte enamorada, donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
no perdono a la vida desatenta, y llueve sal, y esparce calaveras.
no perdono a la tierra ni a la nada.
Verdura de las eras,
En mis manos levanto una tormenta ¿qué tiempo prevalece la alegría?
de piedras, rayos y hachas estridentes El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
sedienta de catástrofes y hambrienta. y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto Se ha llevado tu vida de palomo,
vienen una vez más a nuestro encuentro. que ceñía de espuma
Y una vez más al callejón del llanto y de arrullos el cielo y las ventanas,
lluviosamente entro. como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.
Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada, Primo de las manzanas,
amasado con ojos y bordones, no podrá con tu savia la carcoma,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y un rabioso collar de corazones. y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.
Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada Cegado el manantial de tu saliva,
del agua, del sollozo, hijo de la paloma,
del corazón quisiera: nieto del ruiseñor y de la oliva:
donde nadie me viera la voz ni la mirada, serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
ni restos de mis lágrimas me viera. esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra ¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
despacio, y despaciosa y negramente pero qué injustamente arrebatada!
vuelvo a llorar al pie de una guitarra. No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.
Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno, Tú, el más firme edificio, destruido,
por haber resonado más en el alma mía, tú, el gavilán más alto, desplomado,
la mano de mi llanto escoge uno. tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.
Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama. Caiga tu alegre sangre de granado,
Ayer tuvo un espacio bajo el día como un derrumbamiento de martillos feroces,
que hoy el hoyo le da bajo la grama. sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres! caigan sobre la mancha de su frente.
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres, Muere un poeta y la creación se siente
de tus dientes arrancas y sacudes, herida y moribunda en las entrañas.
y ya te pones triste, y sólo quieres Un cósmico temblor de escalofríos
ya el paraíso de los ataúdes. mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo, Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
de indiferencia armado y de respeto, veo un bosque de ojos nunca enjutos,
te veo entre tus cejas si me asomo. avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos, Los bueyes doblan la frente,
llantos tras otros llantos y otros llantos. impotentemente mansa,
delante de los castigos:
No aventarán, no arrastrarán tus huesos, los leones la levantan
volcán de arrope, trueno de panales, y al mismo tiempo castigan
poeta entretejido, dulce, amargo, con su clamorosa zarpa.
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales, No soy de un pueblo de bueyes,
largo amor, muerte larga, fuego largo. que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
Por hacer a tu muerte compañía, desfiladeros de águilas
vienen poblando todos los rincones y cordilleras de toros
del cielo y de la tierra bandadas de armonía, con el orgullo en el asta.
relámpagos de azules vibraciones. Nunca medraron los bueyes
Crótalos granizados a montones, en los páramos de España.
batallones de flautas, panderos y gitanos, ¿Quién habló de echar un yugo
ráfagas de abejorros y violines, sobre el cuello de esta raza?
tormentas de guitarras y pianos, ¿Quién ha puesto al huracán
irrupciones de trompas y clarines. jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
Pero el silencio puede más que tanto instrumento. prisionero en una jaula?

Silencioso, desierto, polvoriento Asturianos de braveza,


en la muerte desierta, vascos de piedra blindada,
parece que tu lengua, que tu aliento, valencianos de alegría
los ha cerrado el golpe de una puerta. y castellanos de alma,
labrados como la tierra
Como si paseara con tu sombra, y airosos como las alas;
paseo con la mía andaluces de relámpagos,
por una tierra que el silencio alfombra, nacidos entre guitarras
que el ciprés apetece más sombría. y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
Rodea mi garganta tu agonía extremeños de centeno,
como un hierro de horca gallegos de lluvia y calma,
y pruebo una bebida funeraria. catalanes de firmeza,
Tú sabes, Federico García Lorca, aragoneses de casta,
que soy de los que gozan una muerte diaria. murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
Vientos del pueblo me llevan del hambre, el sudor y el hacha,
Vientos del pueblo me llevan, reyes de la minería,
vientos del pueblo me arrastran, señores de la labranza,
me esparcen el corazón hombres que entre las raíces,
y me aventan la garganta. como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada: Pero tu sangre,
yugos os quieren poner escarchada de azúcar
gentes de la hierba mala, cebolla y hambre.
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas. Una mujer morena
Crepúsculo de los bueyes resuelta en lunas
está despuntando el alba. se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Los bueyes mueren vestidos Ríete, niño,
de humildad y olor de cuadra: que te traigo la luna
las águilas, los leones cuando es preciso.
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo Tu risa me hace libre,
ni se enturbia ni se acaba. me pone alas.
La agonía de los bueyes Soledades me quita,
tiene pequeña la cara, cárcel me arranca.
la del animal varón Boca que vuela,
toda la creación agranda. corazón que en tus labios
relampaguea.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta. Es tu risa la espada
Muerto y veinte veces muerto, más victoriosa,
la boca contra la grama, vencedor de las flores
tendré apretados los dientes y las alondras.
y decidida la barba. Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
Cantando espero a la muerte, y de mi amor.
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles Desperté de ser niño:
y en medio de las batallas. nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Nanas de la cebolla Siempre en la cuna
La cebolla es escarcha defendiendo la risa
cerrada y pobre. pluma por pluma.
Escarcha de tus días
y de mis noches. Al octavo mes ríes
Hambre y cebolla, con cinco azahares.
hielo negro y escarcha Con cinco diminutas
grande y redonda. ferocidades.
Con cinco dientes
En la cuna del hambre como cinco jazmines
mi niño estaba. adolescentes.
Con sangre de cebolla
se amamantaba. Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma. La boca
Sientas un fuego Boca que arrastra mi boca:
correr dientes abajo boca que me has arrastrado:
buscando el centro. boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Vuela niño en la doble Alba que das a mis noches
luna del pecho: un resplandor rojo y blanco.
él, triste de cebolla, Boca poblada de bocas:
tú satisfecho. pájaro lleno de pájaros.
No te derrumbes. Canción que vuelve las alas
No sepas lo que pasa hacia arriba y hacia abajo.
ni lo que ocurre. Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
Canción Primera dos fúlgidos aletazos.
Se ha retirado el campo El labio de arriba el cielo
al ver abalanzarse y la tierra el otro labio.
crispadamente al hombre.
Beso que rueda en la sombra:
¡Qué abismo entre el olivo beso que viene rodando
y el hombre se descubre! desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
El animal que canta: Astro que tiene tu boca
el animal que puede enmudecido y cerrado
llorar y echar raíces, hasta que un roce celeste
rememoró sus garras. hace que vibren sus párpados.

Garras que revestía Beso que va a un porvenir


de suavidad y flores, de muchachas y muchachos,
pero que, al fin, desnuda que no dejarán desiertos
en toda su crueldad. ni las calles ni los campos.
¡Cuánta boca enterrada,
Crepitan en mis manos. sin boca, desenterramos!
Aparta de ellas, hijo.
Estoy dispuesto a hundirlas, Beso en tu boca por ellos,
dispuesto a proyectarlas brindo en tu boca por tantos
sobre tu carne leve. que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
He regresado al tigre. Hoy son recuerdos, recuerdos,
Aparta, o te destrozo. besos distantes y amargos.

Hoy el amor es muerte, Hundo en tu boca mi vida,


y el hombre acecha al hombre. oigo rumores de espacios,
y el infinito parece ¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
que sobre mí se ha volcado. corazón de alborada, carnación matutina?
Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
He de volverte a besar, Tu sangre es la mañana que jamás se termina.
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol:
hacia los hondos barrancos todo ocaso.
como una febril nevada Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
de besos y enamorados. La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu insondable mirada nunca gira al poniente.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro Claridad sin posible declinar. Suma esencia
con tu lengua. Tres palabras, del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
tres fuegos has heredado: Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
vida, muerte, amor. Ahí quedan acercando los astros más lejanos de lumbre.
escritos sobre tus labios.
Claro cuerpo moreno de calor fecundante.
Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el Trago negro los ojos, la mirada distante.
mío Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.
Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
claridad absoluta, transparencia redonda. Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
Limpidez cuya extraña, como el fondo del río, donde brotan anillos de una hierba sombría.
con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda.. En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es de día.
Blas de Otero (1916-1979)

Digo vivir Yo doy todos mis versos por un hombre


Porque vivir se ha puesto al rojo vivo. en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.) mi última voluntad. Bilbao, a once
Digo vivir, vivir como si nada de abril, cincuenta y uno.
hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo, En el principio


y publicar, columna arrinconada. Si he perdido la vida, el tiempo, todo
Digo vivir, vivir a pulso, airada- lo que tiré, como un anillo, al agua,
mente morir, citar desde el estribo. si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro Si he sufrido la sed, el hambre, todo
del hombre aquel que fui cuando callaba. lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra me queda la palabra.
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra. Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
A la inmensa mayoría me queda la palabra.
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces En castellano
comprendió: y rompió todos sus versos. Aquí tenéis mi voz
alzada contra el cielo de los dioses absurdos,
Así es, así fue. Salió una noche mi voz apedreando las puertas de la muerte
echando espuma por los ojos, ebrio con cantos que son duras verdades como
de amor, huyendo sin saber adónde: /puños.
a donde el aire no apestase a muerto.
Él ha muerto hace tiempo, antes de ayer. Ya
Tiendas de paz, brizados pabellones, /hiede.
eran sus brazos, como llama al viento; Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro.
olas de sangre contra el pecho, enormes Adelantando el paso a través de las ruinas,
olas de odio, ved, por todo el cuerpo. hermosa como un viaje alrededor del mundo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces Mucho he sufrido: en este tiempo, todos
en vuelo horizontal cruzan el cielo; hemos sufrido mucho.
horribles peces de metal recorren Yo levanto una copa de alegría en las manos,
las espaldas del mar, de puerto a puerto. en pie contra el crepúsculo.
Borradlo. Labraremos la paz, la paz, la paz, etcétera.
a fuerza de caricias, a puñetazos puros. Digo
Aquí os dejo mi voz escrita en castellano. «del hombre y su justicia»,
España, no te olvides que hemos sufrido «océano pacífico»,
/juntos. lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.
Canción Cinco
Por los puentes de Zamora,
sola y lenta, iba mi alma. Basta
Imaginé mi horror por un momento
No por el puente de hierro, que Dios, el solo vivo, no existiera,
el de piedra es el que amaba. o que, existiendo, sólo consistiera
en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en
A ratos miraba al cielo, viento.
a ratos miraba al agua.
Y que la muerte, oh estremecimiento,
Por los puentes de Zamora, fuese el hueco sin luz de una escalera,
sola y lenta, iba mi alma. un colosal vacío que se hundiera
en un silencio desolado, liento.
Pido la Paz y la Palabra
Escribo Entonces ¿para qué vivir, oh hijos
en defensa del reino de madre, a qué vidrieras, crucifijos
del hombre y su justicia. Pido y todo lo demás? Basta la muerte.
la paz
y la palabra. He dicho Basta. Termina, oh Dios, de maltratarnos.
«silencio», O si no, déjanos precipitarnos
«sombra», sobre Ti —ronco río que revierte.
«vacío»
Claudio Rodríguez (1934-1999)

Poema I (de Don de la ebriedad) que hay que estar limpios cuando llegue la hora!
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas Ya están ahí, ya vienen
sino muy por encima, y las ocupa por el raíl con sol de la esperanza
haciendo de ello vida y labor propias. hombres de todo el mundo! Ya se ponen
Así amanece el día; así la noche a dar fe de su empleo de alegría
cierra el gran aposento de sus sombras. ¿Quién no esperó la fiesta?
¿Quién los días del año
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados no los pasó guardando bien la ropa,
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda cuánto refajo de lanilla, cuánto
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda Cuánto manteo, cuánta media blanca,
a la manera de los vuelos tuyos cuánto refajo de lanilla, cuánto
y se cierne, y se aleja y, aún remota, corto calzón. ¡Bien a lo vivo, como
nada hay tan claro como sus impulsos! esa moza se pone su pañuelo,
poned el alma así, bien a lo vivo!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla Echo de menos ahora
quemándose a sí misma al cumplir su obra. aquellos tiempos en los que a sus fiestas
Como yo, como todo lo que espera. se unía el hombre como el suero al queso.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba? Entonces sí que daban
su vida al sol, su aliento al aire, entonces
Y, sin embargo esto es un don, mi boca sí que eran encarnados en la tierra.
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola Para qué recordar. Estoy en medio
mortal como el abrazo de las hoces, de la fiesta y ya casi
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja. cuaja la noche pronta de febrero.
y aún sin bailar: yo solo.

El baile de Águedas ¡Venid, bailad conmigo, que ya puedo


Veo que no queréis bailar conmigo arrimar la cintura bien, que puedo
y hacéis muy bien. ¡Si hasta ahora mover los pasos a vuestro aire hermoso!
no hice más que pisaros, si hasta ahora
no moví al aire vuestro estos pies cojos! ¡Águedas, aguedicas,
Tú siempre tan bailón, corazón mío. decidles que me dejen
bailar con ellos, que yo soy del pueblo,
¡Métete en fiesta; pronto, soy un vecino más, decid a todos
antes de que te quedes sin pareja! que he esperado este día
toda la vida! Oídlo.
¡Hoy no hay escuela! ¡Al río,
a lavarse primero, Óyeme tú, que ahora
pasas al lado mío y un momento, Mañana todo el pueblo por las calles
sin darte cuenta, miras a lo alto y la conocerán, y dirán: «Esta
y a tu corazón baja es su camisa, aquella, la que era
el baile eterno de Águedas del mundo, sólo un remiendo y ya no le servía.
óyeme tú, que sabes ¿Qué es este amor? ¿Quién es su lavandera?»
que se acaba la fiesta y no la puedes
guardar en casa como un limpio apero,
y se te va, y ya nunca... Alto jornal
tú, que pisas la tierra Dichoso el que un buen día sale humilde
y aprietas tu pareja, y bailas, bailas. y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
A mi ropa tendida y ve, pone el oído al mundo y oye,
(El alma) anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
Me la están refregando, alguien la aclara. su taller verdadero, y en sus manos
¡Yo que desde aquel día brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
la eché a lo sucio para siempre, para de corazón porque ama, y va al trabajo
ya no lavarla más, y me servía! temblando como un niño que comulga
¡Si hasta me está más justa! No la he puesto mas sin caber en el pellejo, y cuando
pero ahí la veis todos, ahí, tendida, se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
ropa tendida al sol. ¿Quién es? ¿Qué es esto? que ha sido todo, ya el jornal ganado,
¿Qué lejía inmortal, y que perdida vuelve a su casa alegre y siente que alguien
jabonadura vuelve, qué blancura? empuña su aldabón, y no es en vano.
Como al atardecer el cerro es nuestra ropa
desde la infancia, más y más oscura
y ved la mía ahora. ¡Ved mi ropa, Ajeno
mi aposento de par en par! ¡Adentro Largo se le hace el día a quien no ama
con todo el aire y todo el cielo encima! y él lo sabe. Y él oye ese tañido
¡Vista la tierra tierra! ¡Más adentro! corto y duro del cuerpo, su cascada
¡No tenedla en el patio: ahí en la cima, canción, siempre sonando a lejanía.
ropa pisada por el sol y el gallo, Cierra su puerta y queda bien cerrada;
por el rey siempre! sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
He dicho así a media alba con peligrosa generosidad,
porque de nuevo la hallo, le refresca y le yergue. Está muy clara
de nuevo al aire libre sana y salva. su calle, y la pasea con pie oscuro,
Fue en el río, seguro, en aquel río y cojea en seguida porque anda
donde se lava todo, bajo el puente. sólo con su fatiga. Y dice aire:
Huele a la misma agua, a cuerpo mío. palabras muertas con su boca viva.
¡Y ya sin mancha! ¡Si hay algún valiente, Prisionero por no querer, abraza
que se la ponga! Sé que le ahogaría. su propia soledad. Y está seguro,
Bien sé que al pie del corazón no es blanca más seguro que nadie porque nada
pero no importa: un día... poseerá; y él bien sabe que nunca
¡Qué un día, hoy, mañana que es la fiesta! vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo con sal y azúcar,
perdonar? Día largo y aún más larga con su trino hacia el cielo,
la noche. Mentirá al sacar la llave. herida y conmovida a ras de tierra.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
Junto a la hierbabuena,
Poema IX (Don de la ebriedad) este pequeño nido
Como si nunca hubiera sido mía, que está temblando, que está acariciando
dad al aire mi voz y que en el aire el campo, dentro casi
sea de todos y la sepan todos del surco,
igual que una mañana o una tarde. amapola sin humo,
tú, con tu sombra, sin desesperanza,
Ni a la rama tan sólo abril acude estás acompañando
ni el agua espera sólo el estiaje. mi olvido sin semilla.
Te estoy acompañando.
¿Quién podría decir que es suyo el viento, No estás sola.
suya la luz, el canto de las aves
en el que esplende la estación, más cuando
llega la noche y en los chopos arde
tan peligrosamente retenida?

¡Que todo acabe aquí, que todo acabe


de una vez para siempre! La flor vive
tan bella porque vive poco tiempo
y, sin embargo, cómo se da, unánime,
dejando de ser flor y convirtiéndose
en ímpetu de entrega. Invierno, aunque
no está, detrás la primavera, saca
fuera de mí lo mío y hazme parte,
inútil polen que se pierde en tierra
pero ha sido de todos y de nadie.

Sobre el abierto páramo, el relente


es pinar en el pino, aire en el aire,
relente sólo para mi sequía.
Sobre la voz que va excavando un cauce
qué sacrilegio este del cuerpo, este
de no poder ser hostia para darse.

Sombra de la amapola
Antes de que la luz llegue a su ansia
muy de mañana,
de que el pétalo se haga
voz de niñez,
vivo tu sombra alzada y sorprendida
de humildad, nunca oscura,

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