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AÑO DEL BUEN SERVICIO AL CIUDADANO

EL LAICO EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

I SEMANA TEOLOGICA

I.E. IGNACIO MERINO

DOCENTE: MARITZA GARCIA CANALES


EL LAICO EN LA HISTORIA

Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como


todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la
obligación general y gozan del derecho tanto personal como asociadamente,
de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido
por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía
más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los
hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo.
¿QUIENES SON LOS LAICOS?

Los fieles laicos son:


Los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que
forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo:
sacerdotes, profetas y rey. Ellos realizan, según su condición, la
misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.
Aparecida 209
Está claro que la Iglesia no se puede reducir o limitar a la actividad de
la Jerarquía. Normalmente las actividades de la Iglesia discurren por
el campo de los cristianos corrientes, a los que se les conoce con el
nombre de laicos. El término laico deriva del griego “laos” y significa
“hombres del pueblo” o “ciudadanos”. Los laicos (o seglares) son por
tanto, todos los fieles cristianos, no sacerdotes ni religiosos, que,
incorporados a Cristo por el bautismo, forman parte de la Iglesia y
desde su vocación concreta: matrimonio, soltería, etc, se esfuerzan en
santificarse en el ejercicio de su trabajo y en el cumplimiento de sus
responsabilidades

¿CUÁL ES LA MISIÓN DE LOS LAICOS?

“El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo


vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía,
como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida
internacional, de los “mass media”, y otras realidades abiertas a la
evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños
y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento”
 Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal
modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyen a la
transformación de las realidades y la creación de estructuras
justas según los criterios del Evangelio.
 Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan,
mostrando autenticidad y coherencia en su conducta.
 Los laicos también están llamados a participar en la
acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su
vida y, en segundo lugar con acciones en el campo de la
evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado,
según las necesidades locales bajo la guía de sus pastores.
Ellos estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a
confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde
todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano.
 Para cumplir su misión con responsabilidad personal, los laicos
necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y
un adecuado acompañamiento para dar testimonio de Cristo y
de los valores del Reino en el ámbito de la vida social,
económica, política y cultural.

EL LAICO EN EL CORRER DE LA HISTORIA


Para comprender mejor nuestro pasado, edificar el presente y
proyectar un futuro donde el cristiano laico dé de si todas sus
capacidades al servicio del Reino, es importante conocer cuál ha sido
el lugar que se le ha adjudicado al laico en la vida eclesial durante
siglos, y el servicio que el Espíritu Santo le ha llevado a realizar en la
vida eclesial.
Se estudia también el Magisterio de la Iglesia a partir del Vaticano II
sobre los laicos. A través de los discursos y homilías se incluye el
pensamiento del Papa Francisco sobre el papel que deben ocupar los
laicos en la Iglesia.

El laicado en la historia de la Iglesia

En la Sagrada Escritura está muy presente la invitación a escuchar a


Dios, que habla por medio de Moisés (Dt 30,8.10); por medio de los
Profetas (Jr 35,13), o por las circunstancias históricas que vivirá el
pueblo de Israel (Jr 27,22).
San Pablo reconocía que el Espíritu Santo daba a los miembros de las
comunidades cristianas distintos carismas para la edificación de la
Iglesia: “a uno le capacita el Espíritu para hablar con sabiduría,
mientras a otro le concede expresarse con profundo conocimiento de
las cosas. […] El mismo Espíritu otorga a uno el de comunicar
mensajes en nombre de Dios, o el de distinguir entre falsos espíritus y
el verdadero Espíritu. […] Todo lo realiza el mismo y único Espíritu,
repartiendo a cada uno sus dones como él quiere” (1 Cor 12, 7-11).
Porque Dios concede gracia a quien concede gracia (cf. Ex 33,19).

Tanto en las primeras comunidades, como más tarde en los primeros


siglos de la Iglesia, eran conscientes de que Dios podía llenar de
sabiduría a cualquier bautizado, fuera joven o anciano, laico o clérigo,
hombre o mujer. Existía una actitud de escucha a lo que Dios quisiera
comunicar a través de los bautizados. Ello lo recordará Juan Pablo II,
en Novo Millennio Ineunte, “Es significativo lo que san Benito recuerda
al Abad del monasterio, cuando le invita a consultar también a los más
jóvenes: «Dios inspira a menudo al más joven lo que es mejor». Y san
Paulino de Nola exhortaba así: «Estemos pendientes de los labios de
los fieles, porque en cada fiel sopla el Espíritu de Dios»” (n. 45).
A raíz de la paz constantiniana y de la irrupción de los pueblos bárba-
ros en la Iglesia, se generó una relación dialéctica entre los
espirituales (monjes y clero) por una parte, y el resto (los laicos)
considerados como los carnales, por otra y en el caso de Occidente,
no de Oriente, laico era sinónimo de iletrado e inculto. En la
compilación legislativa de Graciano (hacia el 1140), hecha para el uso
escolástico y por ello de notable influjo, consagró durante siglos la
disociación entre clérigos y laicos en el famoso canon que comienza:
«duo sunt genera christia- forum» (hay dos clases de cristianos). De
acuerdo con él, a los clérigos y monjes, su condición eclesial les
brindaba un camino real para el encuentro con Dios; a los otros, su
condición laical más parecía un estorbo que una ayuda para encontrar
a Dios.

Los laicos, considerados durante siglos como “Iglesia discente” (la


Iglesia que ha de escuchar y aprender), no parecían aptos para llevar
ninguna misión en la Iglesia. Aunque si es cierto que surgieron en
plena edad media, las cofradías y terceras órdenes, los montes de pie-
dad del siglo XIV, las fraternidates de la devotio moderna(en los
Países Bajos), y más tarde, las escuelas de la doctrina cristiana (Milán
1536), las congregaciones marianas, los oratorios al gusto de San
Felipe Neri y otras obras semejantes en la edad moderna.
La actitud de atenta escucha de lo que dice el Espíritu Santo a
cualquier fiel y el reconocimiento de los carismas que El dona
libremente para la edificación de la Iglesia, se verá truncada en la
Iglesia o mermada significativamente en el pasado, por asimilar las
deformaciones de la sociedad que la rodeaba. En particular la
sociedad estamental, propia de la edad Media y del llamado Antiguo
régimen, en la que unos rezan, los otros luchan y los otros trabajan,
pero éstos últimos eran infravalorados cuando no menospreciados.

A pesar de que hacía décadas que las monarquías absolutistas habían


caído, su modo de gobierno pervivía en la Iglesia, que se organizaba
de forma piramidal. En la cúspide estaba el Papa, los obispos y los
presbíteros, poseedores del Espíritu Santo, sólo ellos podían enseñar.
En cambio los laicos sólo tenían que obedecer, aprender, rezar, callar
y pagar. O dicho de otro modo, el laico en la Iglesia, en primer lugar,
debía estar de rodillas ante el altar; en segundo lugar sentarse ante el
púlpito y en tercer lugar debía poner la mano en el monedero para
contribuir a subvenir a las necesidades de la Iglesia. Al laico se le
negaba el derecho a inmiscuirse en los asuntos que afectaban al
gobierno de la Iglesia. Dom Guéranger, en 1857 escribía: “La masa del
pueblo cristiano es esencialmente gobernada y radicalmente incapaz
de ejercer ninguna autoridad espiritual, ni directamente ni por
delegación” [1].

Pero habrá que llegar a los albores del siglo XX, con la emergencia de
la Acción Católica, para encontrar textos autorizados que atribuyan al
laicado una verdadera tarea apostólica. Pío X (Il fermo proposito)
señala que el ámbito de la acción de los seglares abarca “todo lo que
directa o indirectamente pertenece a la misión de la Iglesia…, es decir,
guiar a las almas a Dios y restaurar todas las cosas en Cristo”
Fundamentos teológicos
El Documento de Aparecida retoma la visión del Vaticano II, al definir a
los laicos como "los cristianos que están incorporados a Cristo por el
bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones
de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición,
la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo". Son
hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo
en el corazón de la Iglesia (DA 209).
En esta visión positiva, se reconoce en los laicos su vocación de
discípulos y misioneros de Jesús. Por tanto, de un laico y una laica
debe esperarse lo propio de todo seguidor de Jesús de Nazaret:
oración, subversión de los falsos valores vigentes en la sociedad,
fidelidad a los criterios evangélicos de la vida, amor prioritario y
práctico a los pobres, solidaridad, sentido de Iglesia.
El ser discípulos o discípulas lleva a asumir desde la perspectiva del
Reino las tareas (las causas de Jesús) prioritarias que contribuyen a la
dignificación de todo ser humano: el amor de misericordia para con
todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus
dimensiones, socorrer en las necesidades urgentes, colaborar con
otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas
en los órdenes nacionales e internacionales, crear estructuras que
consoliden un orden social, económico y político en el que no haya
inequidad y donde haya posibilidades para todos, posibilitar
estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que
impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo
para los necesarios consensos sociales (DA 384).

La misión de los laicos es hacia fuera y hacia dentro de la Iglesia:


Hacia fuera, "su misión propia y específica se realiza en el mundo, de
tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la
transformación de las realidades y la creación de estructuras justas
según los criterios del Evangelio" (DA 210).
Hacia dentro, "los laicos están llamados a participar en la acción
pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su vida y, en
segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la vida
litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales
bajo la guía de sus pastores. Ellos estarán dispuestos a abrirles
espacios de participación y a confiarles ministerios y
responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera
responsable su compromiso cristiano…" (DA 211).
Los laicos, según lo señalado antes, son corresponsables de la misión
de la Iglesia. Y la corresponsabilidad no tiene que ver con tareas
accesorias o auxiliares de la misión, sino con lo fundamental de la
misión: " (Jesús) Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un
encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las
naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es
misionero, pues, Jesús lo hace partícipe de su misión… Cumplir este
encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad
cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma"
(DA 144).
Ahora bien, sea hacia fuera de la Iglesia o hacia dentro, deberá
realizar la misión propia de la identidad cristiana con su estilo propio,
con el sello de la laicidad. En su momento, Medellín planteó que lo
típicamente laical está constituido por el compromiso en el mundo,
entendido este como marco de solidaridades humanas, como trama de
acontecimientos y hechos significativos. En ese compromiso, según
Medellín, el laico goza de autonomía y responsabilidad propias, sin
esperar pasivamente consignas y directrices (cf. Medellín, 10,9).
Aparecida, poniendo más énfasis en las debilidades, sostiene que
para cumplir su misión los laicos necesitan una sólida formación
doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento (cf. DA
212).

El laicado a partir del Vaticano II


La reflexión precedente sobre el laicado cristalizó y se profundizó
durante el Concilio Vaticano II. Se reconoce como mérito del Concilio
Vaticano II el desatar definitivamente las ligaduras que tuvieron
recluido al laicado cristiano en un discreto e irrelevante segundo plano
de la vida eclesial[2]. El Vaticano II, quiso abandonar la eclesiología de
la sociedad perfecta, y retornar a la eclesiología del Nuevo
Testamento y de los Padres de la Iglesia, la Iglesia como pueblo de
Dios. En esta eclesiología no sólo se reconoce la igual dignidad de
todos sus miembros, sino también que el Espíritu Santo puede llenar
de dones y carismas a cualquier fiel.
La Lumen Gentium dedicará todo el capítulo IV de esta Constitución
Dogmática hablar de los laicos. En él definirá quien es el laico en el
seno de la Iglesia: “Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los
fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un
orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la
Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a
Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos
partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de
Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano
en la Iglesia y en el mundo” (n. 31).

Para el Concilio Vaticano II, la misión de la Iglesia consiste en


propagar el reino de Dios, haciendo a todos los hombres partícipes de
la redención, y ordenando todo el mundo hacia Cristo. A toda esta
tarea la llama apostolado, y dice que la Iglesia la ejerce a través de
todos sus miembros de diversas maneras (AA 2. LG 5. 31). Por lo
tanto, el apostolado de los laicos o apostolado seglar es la participa-
ción del laicado, de forma individual o asociada, en la misión de la
Iglesia antes descrita. Sin embargo, en virtud del principio que
sanciona la unidad de misión y diversidad de tareas en la Iglesia (LG
7, 32, 33. AA 2), es el propio Concilio quien señala algunas
peculiaridades al apostolado de los laicos, que corresponden pre-
cisamente a su carácter secular[3].

Los pastores siendo conscientes que no sólo ellos han recibido la


misión salvífica de la Iglesia, puesto que Jesús también envió a otros
72 discípulos diversos del grupo de los Doce, a comunicar la Buena
Noticia del Evangelio, y lo llevaron a término con tanta fe, entrega y
obediencia a sus indicaciones, que el Espíritu Santo llenó de alegría
el corazón de Jesús: “Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy
gracias porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se
lo has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así lo has querido tú”( Lc 10,
21). La Lumen Gentium, teniendo como supremo ejemplo a Jesús,
exhorta a los pastores, a que ejerzan de tal modo su ministerio de
pastorear los fieles, que reconociendo los servicios que estos prestan
y los carismas que tienen, los alienten a colaborar en la edificación de
la Iglesia y en su misión salvífica, (n. 30).
La Lumen Gentium recordará: “El mismo Espíritu Santo no solamente
santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los
ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que “distribuye sus
dones a cada uno según quiere” (1 Cor., 12,11), reparte entre los fieles
de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone
y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos
para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia
[…] Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más
sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles
a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento
y consuelo” (n.12).
Recogiendo una de las constataciones de Pío XII: “En las batallas
decisivas, las iniciativas más acertadas vienen a menudo del frente”.
La Lumen Gentium dirá: “En la medida de los conocimientos, de la
competencia y del prestigio que poseen, [los Laicos] tienen el derecho
y, en algún caso, la obligación de manifestar su parecer sobre las
cosas que afectan al bien de la Iglesia” (n. 37). Esta idea quedará
cristalizada en el Código de Derecho Canónico en el canon 212,3. Ello
será recordado por Juan Pablo II en Novo millennio ineunte: “hemos
de hacer nuestra la antigua sabiduría, la cual, sin perjuicio alguno del
papel jerárquico de los Pastores, sabía animarlos a escuchar
atentamente a todo el Pueblo de Dios” (n. 45).

La misión de los laicos en la Iglesia

El clericalismo, como señalaba el Papa Francisco a la Comisión del


CELAM, en Río de Janeiro, “explica, en gran parte, la falta de adultez
y de cristiana libertad en buena parte del laicado” no sólo
latinoamericano sino de otros continentes, incluido el europeo.
La Lumen Gentium recomendó a los Obispos: “Reconozcan y
promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia.
Hagan uso gustosamente de sus prudentes consejos, encárguenles,
con confianza, tareas en servicio de la Iglesia, y déjenles libertad y
espacio para actuar, e incluso denles ánimo para que ellos,
espontáneamente, asuman tareas propias. Consideren atentamente
en Cristo, con amor de padres, las iniciativas, las peticiones y los
deseos propuestos por los laicos. Y reconozcan cumplidamente los
pastores la justa libertad que a todos compete dentro de la sociedad
temporal” (n.37).

La exhortación apostólica post sinodal, Christifideles Laici, Juan Pablo


II señala -como casi la única misión de los laicos- el que se preocupen
de hacer llegar el Evangelio a los ámbitos donde no puede hacerlo la
jerarquía. Evidentemente ésta es su misión específica. Es
pues, Christifideles Laici, ante todo, un documento sobre la misión de
los laicos en el mundo, por ello apenas habla de su misión en el seno
de la Iglesia.

En cambio en el Código de Derecho Canónico se dice en el canon 212


§ 3 que “los fieles tienen derecho, y a veces incluso el deber, en razón
de su propio conocimiento de manifestar a los Pastores sagrados su
opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de
manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe
y de las costumbres y la reverencia hacia los Pastores”. Por tanto los
fieles laicos también pueden y deben dar su opinión sobre la marcha
de la Iglesia a sus pastores. Pero realmente ¿existen cauces válidos
para que hagan este servicio de forma eficaz?
En la actuación del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia a través de
su historia, nos muestra que los laicos han tenido un papel
determinante, tanto en la conservación de la verdadera fe, como en la
reforma de la Iglesia; incluso su labor ha sido decisiva en la
implantación de la Iglesia en determinados lugares del mundo.

Entre los muchos servicios que han ofrecido para la vivificación de la


Iglesia y su obra evangelizadora, cabe destacar algunos nombres:

1. a) El beato J.H. Newman, estudiando la historia de la Iglesia primitiva,


constató que los laicos contribuyeron a salvar el depósito de la fe
católica en modo determinante, incluso más que los mismos pastores
contra los arrianos: “La tradizione divina affidata alla Chiesa infallibile
venne proclamata e sostenuta molto più dai fedeli cha
dall’episcopato”… “il Corpo dell’episcopato fu infedele al suo mandato,
mentre il Corpo dei laici fu fedele al suo battesimo”[4].

b). Los laicos y los monjes defendieron más fielmente la fe cristiana en


Hispania bajo el dominio del islam que los Obispos, algunos de ellos
por congratularse con las autoridades musulmanas, profesaron la
herejía adopcionista.

1. c) Santa Catalina de Siena, como laica fue llamada por Dios para
hacer sentir su voz profética tanto a los Príncipes como a la misma
jerarquía eclesial.
2. d) La implantación de la Iglesia católica en Corea se debe a la obra de
un solo laico, Lee Seug-houn. Las comunidades cristianas de Japón
se quedaron sin sacerdotes durante 200 años. Cuando los misioneros
volvieron, hallaron a todos bautizados, catequizados, y válidamente
casados por la Iglesia. Como recordaba el Cardenal Bergoglio, hoy
papa Francisco: “La fe había quedado intacta por los dones de la
gracia que alegraron la vida de los laicos, que sólo recibieron el
bautismo y vivieron su misión apostólica”[5]. ¡Cuánto bien no han
hecho los movimientos laicales para promover la oración, el amor a la
Virgen, la comunión intraeclesial, después de la gran crisis
postconciliar!…

Por todo ello, sería importante que la Curia romana elaborara un


documento donde se recogieran todos los servicios que los laicos
pueden realizar -también en el seno de la Iglesia- en virtud de su
bautismo, teniendo en cuenta el actuar del Espíritu Santo en toda la
historia de la Iglesia.

Hoy es una Iglesia demasiado clerical y piramidal, por lo que algunos


miembros revestidos de autoridad eclesial, impiden servicios a los
laicos que podrían ser grandemente valiosos para la Iglesia. Como
reconoce el mismo Papa Francisco, “Los laicos tienen una
potencialidad no siempre bien aprovechada”[6].

Los laicos desde el conocimiento teórico y experiencial que tienen de


las diversas ciencias humanas, pueden ayudar a descubrir muchas
dimensiones aún sin ahondar de la personalidad de Cristo, como
pedagogo, como psicólogo[7], como abogado[8], como promotor de la
salud[9]…. Entre otras. Este conocimiento puede ayudar no sólo a
mejorar el servicio que los hijos de la Iglesia realizan en estos ámbitos,
sino también puede ser un gran instrumento para evangelizar a los
intelectuales que trabajan en estos campos. Cuando los intelectuales
puedan constatar a la luz de las diversas ciencias humanas la
sabiduría de Jesús, algunos de ellos quizás podrán decir como el
centurión al pie de la cruz: “Jesús es verdaderamente Hijo de Dios”
(Mc 15,39), dado que su sabiduría deja traslucir su divinidad.

Si se promociona a los laicos para que puedan llegar a una verdadera


adultez, como pedía el Papa Francisco al Comité del Celam, toda la
Iglesia quedará enriquecida. Así lo preveía proféticamente la Lumen
Gentium: “Pues estos últimos [los pastores], ayudados por la
experiencia de los laicos, pueden juzgar con mayor precisión y aptitud
lo mismo los asuntos espirituales que los temporales, de suerte que la
Iglesia entera, fortalecida por todos sus miembros, pueda cumplir con
mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo” (n. 37).

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