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CAMPO, TEMA Y TÍTULO DE LA

TESÍS
Hay que distinguir entre campo, tema y título de la tesis. Depende del investigador y de su
director que se transiten o no estos apartados en el proceso inicial del trabajo.

Para algunos investigadores el tema es el título de la tesis, que desde el principio le trasladó
su director, o él mismo ofreció al director y este aceptó. «Investigue usted», dice el
director, «sobre este tema, que figurará en la portada de su trabajo». Hay directores
obsesionados con la idea de que un discípulo realice, al fin, un determinado trabajo con un
título más que definido.

En otras ocasiones el tema y el título de la tesis difieren con el tiempo porque, tras el
acopio y lectura de los materiales, el investigador concreta un aspecto interesante del tema
elegido previamente. El título de la tesis es sobrevenido y encontrado después de la
elección del tema, cuando el investigador descubre poco a poco que aquel es muy amplio
—quizá no pueda abarcarlo, o ha sido ya estudiado en términos generales— y es más
aconsejable centrarse en un aspecto del mismo poco estudiado. Un tema inicial sería
estudiar el terror en la Revolución francesa y un título sacado de este tema, «El terror en
Robespierre y Marat».

Y finalmente también cabe la posibilidad de que el director no le proporcione al


investigador un tema inicial —especialmente si este se muestra dubitativo o disponible
para emplear un tiempo en la búsqueda del tema—, y le remita a un campo de lecturas, no
dispersas, para extraer de ellas el tema definitivo. Pueden concurrir en este caso intereses
propios del director del trabajo, enviando al investigador a explorar un campo, que a él
mismo le interesa (aunque sólo sea para obtener de la mano del investigador una lista
bibliográfica exhaustiva). Con la finalidad de obtener una beca del CSIC en la Escuela
Hispanoamericana de Sevilla, me entrevisté con mi director del proyecto de investigación,
el catedrático de Historia del Derecho Indiano, quien me remitió al Archivo de Indias y a la
biblioteca de la Escuela para extraer un tema dentro del marco espacial y temporal sobre el
que le había mostrado mis preferencias: las ideas políticas extraídas de la legislación
indiana. «Así usted, Soriano», me dijo, «conocerá desde un principio los temores y las
preocupaciones del investigador, y no se engañará a sí mismo». Posteriormente, cuando
tuve que redactar mi tesis de licenciatura (entonces necesaria para obtener el grado de
licenciado), elegí el área de Historia del Derecho; el catedrático de la asignatura de la
Universidad Hispalense me remitió a la lectura informal de los ejemplares del periódico El
Liberal para extraer de él un tema futuro. En ambos casos, mis directores me enviaron a un
campo (más bien a un océano) de investigación, no a un terna, como era mi objetivo.

Cambié de tercio, entre otras razones porque estaba más interesado en la Filosofía del
Derecho y la Política, y acudí al catedrático de Filosofía del Derecho de la Hispalense,
personaje atípico y muy erudito. Me llevó a su biblioteca personal –la mejor de España en la
materia por aquel entonces–, me señaló unos anaqueles y me dijo: «Aquí tienes la tesina:
Francisco Alvarado y las Cortes de Cádiz. ¡A trabajar!». No tuve que pasar por la
desesperante tarea de acopiar materiales, de ir de una a otra biblioteca, de uno a otro
archivo, de uno a otro catálogo o repertorio bibliográfico, porque allí, delante de mí, tenía
todas las fuentes que necesitaba. Quizá un comienzo demasiado cómodo para quien se
inicia en la investigación.

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