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de estudios
mexicanos y
centroamericanos
Poder y desviaciones | Georges Baudot, Charlotte Arnauld, Georges Baudot, et
al.
4. Prácticas en espejo:
estructura, estrategias y
representaciones de la
nobleza en la nueva
España
Frédérique Langue
p. 135-169
Texto completo
1 Los debates historiográficos son sin duda alguna el momento y el lugar por
excelencia de confrontaciones cuyos notorios desafíos ideológicos son aún
más perceptibles con el tiempo. Así sucedió, en el campo americanista, con la
polémica iniciada sobre el tema del “feudalismo” –y no tanto de la
“feudalidad”, que habría conferido una dimensión muy diferente al debate si
nos referimos a los escritos de Marc Bloch. No por ello la zona europea evadió
estas discusiones, cuyo mérito a partir de entonces fue superar el economismo
que impregnaba, que informaba, en el sentido aristotélico del término, las
investigaciones anteriores. Como subraya Visceglia en una reciente
elaboración acerca de la nobleza napolitana, esta reconsideración de los
términos de la reflexión, este abandono mismo de la primacía de la economía
desembocó en varias orientaciones cuya riqueza aún dista mucho de haber
sido agotada. El redescubrimiento de una dimensión urbana del tema
abordado (en aquel caso de la historia del Mezzogiorno y de una nobleza
citadina y provincial a la que no cuadra la interpretación “patricia” postulada
para Italia del Norte, pero no reductible a la interpretación “feudal”), el
interés atribuido en lo sucesivo a las estructuras e identidades familiares a
partir de las experiencias de la antropología y por último el “perfil cultural” de
dicha nobleza, identificado a través de sus “representaciones ideológicas”
(diversos tratados y escritos) y sobre todo de sus “prácticas sociales” como
componente de una “cultura aristocrática” no anclada en el tiempo. Desde
entonces, la nobleza se presenta como un “cuerpo social” diferenciado y
estratificado a la vez y, además, atormentado por antagonismos que sin
embargo no implican la autonomía de los subconjuntos que la constituyen:
muchas de sus expresiones son en efecto manifestaciones de tendencias
unifícadoras cuyo vector esencial es el lenguaje.1
2 Sin que por ello sean absolutamente conformes con la categoría social que nos
interesa en el marco de este artículo (es indudable que existen herencias
perceptibles en términos de representaciones y de comportamientos, pero
también adaptaciones y “recreaciones” en el marco del Nuevo Mundo), estas
reflexiones acerca de un conjunto cultural antaño unificado desde el punto de
vista socio-político (el imperio español) revalorizan sin embargo –
procedimiento que sigue siendo una excepción para la zona “americana”-a un
grupo social contrastado, extremadamente ambiguo. En este sentido, y a
pesar de patentes diferencias estructurales (la nobleza de seggio, con una
estricta definición territorial, tal cual nos la describe Visceglia, no tiene
equivalente en tierras americanas), estas observaciones se incorporan a las
problemáticas que abordamos inicialmente al estudiar a la nobleza minera de
Zacatecas y más recientemente, con los matices regionales que se imponen, a
la aristocracia mantuana de la provincia de Caracas.
3 Tomando como pretexto este enfoque europeo en un marco geopolítico y en
una época común (la evolución diferencial en el tiempo de estos dos grupos
permite realzar algunas de sus características, en una especie de prisma o
mejor dicho de “kaleidoscopio”),2 lo que desearíamos aquí es dar un enfoque
cultural complementario de dichas investigaciones, más globalizante ya que
su objeto es la Nueva España en su conjunto, más consciente asimismo de las
aportaciones de la antropología cultural, presentando al mismo tiempo los
primeros elementos de una futura síntesis. Identificar a esta nobleza, élite
social, económica y cultural que evoluciona (característica de las “élites
principales”) hacia una implantación cada vez más urbana, y por lo tanto su
espacio social; determinar así su estructura y las identidades familiares, o
incluso ciánicas, que se constituyen, el funcionamiento en redes que no por
ello implican –como al parecer sucedió con la nobleza napolitana– la
decadencia de los lazos verticales pero que permiten la profusión de los
vínculos “horizontales”; las formas sociales y las estrategias, factores de
permanencia –de una estructura social a pesar de la estirpe de los individuos,
de las generaciones-, y, por último, más difícilmente identificables, las
visiones del mundo, los modelos, esto es, los códigos culturales que presiden a
dichas representaciones (las más notables y también las más contradictorias
surgen en la “ambigüedad”, en el contraste que se afirma entre la
“modernidad” económica abiertamente pregonada y modos de pensar
tradicionales persistentes, así como las constantes referencias a situaciones
“peninsulares”), yacen tras el conjunto de estos comportamientos, revalorados
no sólo por las prácticas sino también por el discurso de esos aristócratas
(difícil de reconstituir pero “accesible” en parte y de manera significativa
gracias a los testamentos). Sin embargo, este enfoque conlleva una limitación
cronológica. Por razones que obedecen a la modificación de los envites
introducidos por la guerra de independencia y a la intrusión determinante de
lo político en los debates que agitaron a los grupos dominantes a finales del
siglo , este estudio no abarcará más que el campo “colonial”, reservando a
trabajos ulteriores el análisis de las fracturas inducidas por dicho proceso
constitutivo de una identidad percibida y ya no de categorías sociales: de
cuerpos, de estamentos, luego de grupos de intereses (fuertes implicaciones
económicas), en definitiva identidad de orden en categorías, pero en lo
sucesivo constitutiva de una nación.3
REPRESENTACIONES
28 Las contradicciones inherentes a la nobleza de la Nueva España, sus aparentes
ambigüedades estructurales, su sistema de valores y de representaciones
habían sido percibidos con mucha precisión por algunos contemporáneos. La
obra de Lizardi (El Periquillo Sarniento), a la que ya nos referimos en otro
estudio, o la de Manuel Payno, ligeramente posterior en sus referencias pero
no menos precisa, Los bandidos de Río Frío, ya son conocidas desde entonces.
29 Pero los viajeros extranjeros no se quedan atrás: así, Humboldt señalaba,
entre otros símbolos que se ofrecían a las miradas ajenas sin mediación
alguna, que un noble estaba obligado a montar a caballo, aunque careciera de
calzones... Brading recuerda con justa razón que la mayor parte de las cruces
de las órdenes de caballería, que eran “órdenes nobiliarias”, fueron
concedidas a lo largo del siglo . Se esperaba que habitaran en suntuosas
casas con una servidumbre numerosa (hasta 42 personas, en el caso de
Gabriel de Yermo), como lo demuestran los palacios de tezontle que adornan
las calles de la ciudad de México, y de los cuales los más conocidos son tal vez
los de la calle San Francisco, obra de los marqueses de Jaral. Los retratos de
los nobles, esas galerías completas de retratos que a menudo se observan en
las iglesias o conventos fundados por aquellos poderosos personajes (véase
Santa Prisca en Taxco y los retratos de los De la Borda, o el convento de
Guadalupe en Zacatecas, en donde dominan los retratos de cuerpo entero de
los... Campa Cos, o también los antiguos palacios de los condes de San Mateo
y marqueses de Jaral, actuales sedes del Banco Nacional de México)
confirman por otro lado esas suntuosas costumbres, el “afán de emulación en
la indumentaria” y el gusto de la apariencia en general (incluyendo el uso de
joyas y de armas, la abundancia de criados –esclavos africanos-, caballos y
coches que en la ciudad de México, de manera más ostentosa que en las
grandes ciudades del virreinato –Guanajuato, Zacatecas-, traduce una
pertenencia tanto social como étnica. El papel del prestigio y de la notoriedad
en la preeminencia social hace que en una sociedad de Antiguo Régimen
toque “naturalmente” a las élites representar al conjunto de los subditos del
monarca. En este sentido, y contrariamente a la situación observada en
Francia, la dualidad de las élites novohispanas de que hablamos antes
(resultado sobre todo de su modernidad económica al mismo tiempo que de
comportamientos tradicionales perceptibles en la búsqueda de honores –
títulos nobiliarios o el estilo de vida-) va en contra de la correlación señalada
habitualmente entre la transformación de las élites superiores en aristocracia
y la decadencia progresiva de las estructuras representativas. La presión de los
acontecimientos a principios del siglo tiene sin duda un papel esencial en
esta evolución diferencial observada en América.
30 Sin embargo, el “margen de maniobra” frente a los modelos
institucionalizados sigue siendo más importante en la cima de la escala social.
Rabell lo percibió bien a propósito de la ilegitimidad muy difundida en la
región de Guanajuato: para las “élites secundarias” que aspiraban más que sus
mayores a “ascender en la escala social”, el respeto de las costumbres, códigos
y modelos no padece alteraciones en lo que se refiere al individuo. En un nivel
“superior” al de los españoles/peninsulares tanto como de los criollos, la
estirpe es la que constituye el punto de referencia, la dinastía: es el honor de
una familia, de una estirpe lo que importa, y los accidentes que jalonan la
trayectoria de un individuo pueden ser aminorados o simplemente callados,
desechados. Esta visión, desde luego no desprovista de ambigüedad, es
presentada de manera explícita en los votos formulados por el conde de San
Mateo a propósito de su hija y heredera Ana María. Y de hecho es el nombre
de una “casa” lo que queda y se transmite a la posteridad si se sabe prevenir la
dispersión de un patrimonio por herederos poco solícitos.30
31 El aristócrata como mediador cultural (y más aún si se trata de un criollo) vive
en realidad en un doble universo, pero en una cotidianidad profundamente
americana, como lo subraya Alberro, en el seno de su propia clase (comodidad
de lenguaje) y de la sociedad novohispana en su conjunto: tiene valor de
ejemplo, en su comportamiento tanto como en su apariencia; con frecuencia
es un benefactor reconocido y celebrado, cuya caridad cristiana y la
compasión que experimenta por los pobres es una constante y una realidad
inmediata, más tangible que la autoridad de un lejano virrey o de un monarca
peninsular.31 Las fiestas coloniales –por otro lado insuficientemente
estudiadas– con su delimitación muy estricta del espacio social (lugares
especiales reservados para los representantes de la nobleza y de la iglesia,
para el cabildo y para los funcionarios reales, las corporaciones, etc., lo que a
veces provoca querellas de precedencia y la multiplicidad de las normas y de
los símbolos que revelan), tienen valor de ejemplo para la vida social y política
del periodo barroco; las inversiones rituales propias de la cultura popular –
celebradas muy a menudo fuera del medio urbano– lo confirman a contrario.
En el momento de afirmar, durante las celebraciones públicas de carácter
ostentatorio, el poder y el prestigio de la corona, sus principales vasallos
ocupan un lugar de elección: la fiesta, ya sea civil o religiosa, tiene como
virtud “honrar” a los participantes, y no exclusivamente a la persona a la que
se rinde homenaje en la ocasión; de ahí su carácter ejemplar, incluso selectivo,
que a veces presenta (exclusión, a semejanza de la “selección” practicada en
las cofradías que participan en ellas o las organizan directamente, de las
personas que se consagran al comercio y demás oficios “mecánicos”: en
particular, hay que evitar la “confusión de clases”, en el sentido étnico del
término); de ahí la existencia de cofradías “elitistas”, como la de Santa
Catarina en la ciudad de México (fundada en 1536) o la de la Preciosa Sangre
de Cristo (1605).
32 La preponderancia de la apariencia (y la jerarquización de los participantes:
las élites son el espectáculo...), propia del mundo hispánico por una parte, y
de la sensibilidad barroca por la otra (y que se observa también en las
“inversiones suntuosas” realizadas por los grandes aristócratas en iglesias,
conventos y catedrales) sigue siendo sin embargo una constante entre las
prácticas desarrolladas por la nobleza local durante las grandes celebraciones
colectivas. Las fiestas son la ocasión por excelencia para poner en escena las
evoluciones de las personas y las asociaciones de colores (mascaradas,
alegorías, danzas); el mecenazgo ocupa también en ellas un lugar especial. La
ambición y la energía de muchos representantes de las “élites principales”
pueden canalizarse en la organización de dichas festividades. Éste fue el caso
de Catalina Espinosa de los Monteros Híjar y Bracamontes, abuela de la
condesa de Miravalle de quien hablamos antes, célebre en la ciudad de México
por las fiestas que organizaba regularmente a fin de festejar a San Nicolás
Obispo en la iglesia de las Mercedes, en la que además su familia disponía de
una capilla privada.32
33 En lo tocante a las formas “privadas” de devoción y a las representaciones a
veces perfectamente oficializadas a las que dan lugar, hay que señalar
asimismo las preferencias manifestadas por los aristócratas en favor de una u
otra cofradía pero también de tal o cual establecimiento religioso. Éstos son
por excelencia el centro de lo que llamamos “inversiones suntuarias” y no sólo
de actividades caritativas o misioneras (realizadas en general a través de las
obras pías): la iglesia de San Juan, edificada por el marqués de Rayas en
Guanajuato; el colegio jesuita financiado por el de San Clemente; el convento
de San Agustín, obra de la munificencia del conde de la Laguna (Zacatecas),
sin olvidar la iglesia churrigueresca de Santa Prisca en Taxco, obra podría
decirse de José de la Borda. Ya mencionamos las capillas privadas creadas en
el interior mismo de las catedrales (ciudad de México, Zacatecas), sitios
privilegiados para el reposo eterno de esos poderosos personajes, al igual que
prestigiosos conventos como el de San Francisco (sobre todo la iglesia
frecuentada por los terciarios), el del Carmen, el de Santo Domingo (capilla de
Nuestra Señora del Rosario o de San Raimundo) y el de San Agustín, en
diversas ciudades del virreinato. En la ciudad de México, la familia Fagoaga
había elegido inhumar a sus difuntos en el convento del Carmen, práctica
iniciada por el fundador de la dinastía, Francisco Fagoaga (en 1736). Los
funerales de su viuda, Josefa Arozqueta, se transformaron en una celebración
pública, con la participación de 114 religiosos...
34 Más excepcional es la exigencia formulada por José María Valdivieso,
marqués del Aguayo, en su testamento de 1828: si bien para el marqués es
importante ser enterrado vestido con el hábito de san Francisco, velado en la
capilla de San Raimundo del convento de Santo Domingo y luego sepultado en
la de San Fernando en la ciudad de México, desea en cambio que la ceremonia
se realice con la mayor simplicidad, hasta con discreción: “sin la más [leve]
insinuación de pompa y absolutamente en secreto”. Sin embargo, este deseo
(¿hay que atribuirlo a las dificultades económicas que enfrentaban entonces
las más grandes familias aristócratas?) ya había sido expresado por la primera
esposa del marqués, Teresa Sagarzurieta, en 1810: “sin concurrencia, pompa
ni ostentación”. En cuanto al segundo conde de San Pedro del Álamo, José
Francisco Valdivieso y Azlor, estipula que en esa ocasión habrán de respetarse
las reglas prescritas por la orden de Calatrava, de la que era caballero.
Asimismo se tendrían que evocar otras elecciones consignadas a este
propósito en los testamentos, reveladoras de múltiples actitudes colectivas, así
como los actos piadosos: tantas misas por la salvación del alma, hasta cinco
mil, como fue la voluntad de Francisco Fagoaga, quien dispuso otras mil (cifra
razonable conforme a la mayoría de los testamentos consultados) para la
salvación del alma de parientes difuntos; por su parte, el conde de San Pedro
del Álamo, José Francisco de Valdivieso y Azlor, decidió que se dirían dos mil
misas (a un peso cada una) por la salvación de su alma (en 1850, Dolores
Valdivieso, condesa del Álamo, exigirá seis mil misas en esas mismas
condiciones, pero celebradas por padres pobres y de buena conducta);
limosnas para hospitales e instituciones de caridad; donaciones destinadas a
viudas y huérfanos (dotes) o, de manera totalmente diferente, beatificaciones
o canonizaciones. Más razonable, Gertrudis de Lorca, marquesa de Aguayo,
indicó en su testamento que deseaba ser enterrada con el hábito de Nuestra
Señora del Carmen, en la iglesia de San Raimundo, situada en el convento de
Santo Domingo en la ciudad de México. Lo mismo sucede con Pedro Ignacio
Echevers Espinal Valdivieso y José María Valdivieso, ambos marqueses de
Echev
Aguayo, quienes insisten en el papel que tuvieron los protectores, los
“patronos” de la familia. En el capítulo de las donaciones figuraban, en su
debido lugar, como sucedía con frecuencia a fines del siglo , las mandas
forzosas y otras donaciones incluyendo en lo sucesivo a la Virgen de
Guadalupe, a la que se veneraba en una colegial situada entonces en los
“alrededores” de la capital, así como a Gregorio López, a la madre María de
Jesús Agreda, a don Juan de Palafox y Mendoza, a fray Sebastián de Aparicio
y a fray Antonio Margil de Jesús.33
35 Pero en el seno de las élites novohispanas se desarrollan antagonismos tanto
como solidaridades (ciánicos, familiares y de redes). La definición plural de
este grupo dominante, de estas élites locales, dista de resolverse al final del
periodo colonial (empieza a darse una distinción entre élites económicas y
élites intelectuales, apadrinadas por las primeras, como es el caso de la
universidad de Guadalajara, donde encontramos como padrinos de
estudiantes a grandes mineros-hacendados de Zacatecas, por ejemplo a
Fermín de Apezechea), como lo indican dos textos con un propósito ideológico
innegable y objetivos evidentes, que ofrecen, ambos, una visión contrastada
del mundo americano. El primero es la Representación que hizo la ciudad de
México al rey don Carlos III en 1771, sobre que los criollos deben ser
preferidos a los europeos en la distribución de empleos y beneficios de estos
reinos (obra del abogado José González de Castañeda, portavoz de la élite
criolla, de los criollos de alcurnia de la ciudad de México). El segundo, igual de
explícito en cuanto a la visión “superior” de su “clase” que ofrecen los
firmantes (los grandes comerciantes peninsulares que habitan en aquélla), es
un Informe del Real Tribunal del Consulado de México sobre la capacidad de
los habitantes de la nueva España para nombrar representantes a las Cortes
(1811).34
36 Textos ambos que proceden desde luego de contextos muy diferentes, sin
duda alguna opuestos en su propósito y sus reivindicaciones (provienen de
dos sectores “privilegiados” que pretenden excluirse mutuamente) pero con
una retórica similar. En el primer caso, de lo que se trata es de tener acceso a
un poder al mismo tiempo civil y religioso y de consagrar así el poder
económico que efectivamente detentan los criollos. En el segundo caso, el
objetivo es desde luego oponerse a las pretensiones políticas antes expuestas y
al proceso que podrían determinar, incluido, en resumidas cuentas, el nivel
elemental que implicaría una representación formal de los “americanos” en
las Cortes de Cádiz. Los dos grupos se presentan pues, por separado, como los
únicos capaces de representar a la sociedad de la Nueva España y de
garantizar su gobierno (aunque por el momento no hay que ver en ello un
cuestionamiento del sistema colonial), basándose en argumentos que
competen al mismo tiempo a la historia, al medio natural y a las condiciones
culturales propias de la Nueva España, y por lo tanto al fundamento
antropológico señalado. Rechazo del mestizaje (étnico: como factor
degradante, de pérdida del honor, salvo en los primeros tiempos de la
conquista; el mestizaje cultural, por el contrario, parece haberse vuelto una
realidad vivida en lo cotidiano) y, elemento conexo y sistemáticamente puesto
en evidencia, la afirmación de su nobleza (hidalguía): los criollos subrayan en
la representación inicial mencionada que los primeros colonos eran
originarios de las “Provincias más limpias de la Península” (motivo reiterativo
de la limpieza de la sangre), ya que la mayoría pertenecían a la “nobleza de
primera categoría”. Las leyes de la monarquía habían conferido, en fin, el
estatuto de hijosdalgos a los españoles americanos descendientes
precisamente de esos primeros conquistadores. Sus condiciones de existencia
les permitían, por lo demás, desarrollar aptitudes y talentos naturales; sin
embargo, rechazan toda implicación en actividades productivas, actitud
sorprendente cuando recordamos la tendencia de las élites, incluso de las
principales, tanto españolas como criollas, a participar en el funcionamiento
de sus “empresas” (como los grandes mineros y comerciantes cuya
“modernidad” permite a las familias implantarse a largo plazo),
transformándose a veces en “capitanes de industria”; lo mismo sucede con sus
descendientes, de los que se dice:35
...se crían y educan con todo el mismo esplendor, gozando de la delizadeza de
las viandas, de el ornato de los vestidos, de la pompa y aparato de los criados y
domésticos, de la sumptuosidad de los edificios, de lo exquisito de sus muebles,
de lo rico de sus vajillas y de todo lo demás que sobre las reglas de la necesidad
natural introduxo en el mundo la ostentación; ignoran lo que es trabajo
corporal, se dedican los más a los estudios.
CONCLUSIONES
39 La nobleza de la Nueva España logra sin duda alguna, a semejanza de la
nobleza napolitana que nos sugirió estas reflexiones, elaborar un modelo
cultural común a sus diferentes componentes, sujeto sin embargo a nuevas
formulaciones a lo largo del periodo colonial. Si en la primera mitad del siglo
la nobleza napolitana había conseguido, a pesar de la existencia de
facciones, “formular un código unitario”, un “modelo humanista-caballeresco”
que conjuga “virtudes militares y virtudes curiales”, la coyuntura
internacional contribuye a cuestionar su validez, haciendo que el debate
político se reactivara entre un grupo de nobles relativamente “recientes”, muy
fieles a España y a la autoridad del virrey, y la nobleza de seggio aferrada a sus
prerrogativas políticas y territoriales.37
40 Estos inesperados paralelismos encuentran un eco cierto en la Nueva España.
La convergencia de los intereses de una nobleza creada y controlada por el
gobierno madrileño y el estado español rebasa sin embargo por mucho las
similitudes esencialmente de orden político observadas en Italia. El decreto
real llamado de “consolidación de vales reales” (1804) pone desde luego a una
buena parte de la nobleza a la defensiva: a título de ejemplo, sólo el marqués
de Aguayo se encontró deudor de 462 409 pesos, los Fagoaga de 102 000 y el
conde de la Casa Rul de 83 328 pesos; únicamente sus representantes más
dinámicos desde el punto de vista económico logran salvar este escollo; pero
en vísperas de la independencia la nobleza de la Nueva España presenta
todavía una verdadera coherencia, que no es tanto de orden político o
económico (cualesquiera que fueran las alianzas realizadas en estos campos)
sino completamente de orden familiar.
41 En cuanto al discurso, si él pasa también y siempre por una fase de
reconstrucción de los orígenes “españoles” (incluyendo a la nobleza criolla, a
los hidalgos o a los “titulados”), integra comportamientos innovadores que sin
embargo no cuestionan –en lo que se refiere al periodo que nos interesa– el
ideal monárquico y el equilibrio de los poderes y de los estatus. El problema
de la fidelidad, que incluye su verdadero cuestionamiento y por consiguiente
la modificación de las “representaciones” culturales y el aumento del
sentimiento de identidad de la élite criolla, no se dará más que bajo la presión
de los acontecimientos, en un cuestionamiento más concreto, al mismo
tiempo individual y colectivo, en otras palabras durante el vacío constitucional
que se produce en la península (invasión napoleónica), y después ante la
insurrección popular y la guerra de independencia. Pero en el último tercio del
siglo el ejercicio de un poder político (cabildo) o económico (consulados
de comercio) se vuelve sin duda alguna el pretexto y el motivo profundo de
enfrentamientos de tipo ideológico y por ende de una mutación estructural
sostenida por el lento desafío originado por las nuevas capas sociales: sin
embargo, independientemente de la importancia de las innovaciones
observadas en el campo económico, no se observa un cambio decisivo de las
mentalidades (prevalece la continuidad en numerosos comportamientos),
sino más bien su adaptación y un desliz imperceptible hacia nuevas señales,
de las que en primera fila figura el dinero. En cuanto a la legitimidad de
representar a la nación, ésta se volvió la apuesta principal y desde entonces
orienta los términos del debate.38
Bibliografía
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Bertrand, Michel (1994), “Comment peut-on être créole? Sur les relations
e
sociales en Nouvelle-Espagne au siècle”, Caravelle, 62: 99-109.
DOI : 10.3406/carav.1994.2583
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Chaussinand-Nogaret, G. (coord.) (1991), Histoire des élites en France du
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Couturier, Edith (1992), “Una viuda aristocrática en la Nueva España del siglo
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D’Onofrio, Salvatore (1991), “L’atome de parenté spirituelle”, L’Homme, 118:
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Tutino, John (1983), “Power, class and family: men and women in the
Mexican elite, 1750-1810”, The Americas, 39 (3): 359-381, enero.
DOI : 10.2307/981230
Notas
1. Visceglia, 1993.
2. Véase a propósito de esta imagen, utilizada en un contexto diferente por Lévi-Strauss, del
rechazo de las jerarquías explicativas (así como de la primacía de lo económico) y por
consiguiente de la necesaria “redistribución” de los campos y objetos de la historia, el
comentario de Alberto (1992a).
3. Aparte de las referencias relativas a la nobleza de Zacatecas y a ciertas obras.
especializadas, este estudio se basará asimismo en documentos originales (testamentos)
redactados por aristócratas presentes en Zacatecas pero cuyos vínculos con el norte del
virreinato son aún más marcados (y no se estudian en nuestra obra), lo que permite en
realidad tomar en cuenta la dimensión espacial de los clanes familiares. En este sentido,
ofrece pues un complemento de información sobre las prácticas en uso en el seno de la
nobleza norteña. Agradecemos aquí a Verónica Zarate Toscano por la ayuda brindada en la
localización de dichos documentos.
4. Serrera Contreras, 1977, pp. 131ss; Ladd, 1976, p. 73. Sobre las primeras actividades del
“capitán de frontera” y conquistador Francisco de Urdiñola, véase la síntesis muy útil de
Vargas-Lobsinger, 1992, pp. 25ss.
5. Langue, 1992, pp. 244ss; Pitt-Rivers, 1983, p. 85; Mintz y Wolf, 1950. Para un estudio de
las bases rituales del padrinazgo/compadrazgo y de sus consecuencias prácticas (incesto del
tercer tipo), véase D’Onofrio, 1991. Archivo de Notarías (en lo sucesivo ), Joaquín
Barrientos, núm. 85, 20 de enero de 1808, fols. 5-7v.
6. Véase nuestro trabajo Langue, 1991.
7. Klapisch-Zuber, 1990, pp. 76ss, a propósito de los “parientes, amigos y vecinos” de los
aristócratas florentinos.
8. Couturier, 1992.
9. Lindley, 1987, p. 92.
10. Ibid.,p. 79.
11. Kicza, 1986, pp. 46-47.
12. Kicza, 1991, p. 79.
13. , Andrés Delgado, núm. 26, 27 de abril de 1763, fols. 146-153: testamento de José
Francisco de Valdivielso y Azlor, conde de San Pedro del Álamo; , Antonio Alejo Mendoza,
núm. 392, 31 de agosto de 1748, fols. 81v-88; poder para testar de Francisco Valdivielso,
conde de San Pedro del Álamo y marqués de San Miguel del Aguayo; Ladd, 1976, pp. 55 y 79;
Kicza, 1991, p. 80; Torales Pacheco, 1985 y 1991. Situación observada asimismo entre las
grandes familias florentinas. Cf. Berlihr y Klapisch-Zubei, 1978; Klapisch-Zuber, 1990,
introducción: “Écritures de famille, écriture de l’histoire”. A propósito de los vínculos –
comerciales y otros-mantenidos y cuidadosamente conservados con la “Península”, véase
Kicza, 1994.
14. Klapisch-Zuber, 1990, cap. III: “Parents, amis et voisins”, pp. 59ss; Pescador, 1992, pp.
227-229; Brading, 1975, passim.
15. Archivo Histórico de San Luis Potosí, Silvestre Suárez, 1794, fols. 118-216: fundación de
los dos mayorazgos por Ana María de la Campa Cos, condesa de San Mateo Valparaíso y
Miguel de Berrio y Zaldívar, marqués del Jaral de Berrio, San Luis Potosí, 24 de mayo de
1794; , Andrés Delgado, núm. 206, 22 de enero de 1772, fols. 13v-16: poder para testar de
Ana María de la Campa Cos, condesa de San Mateo Valparaíso; , Francisco Madariaga,
núm. 426, 5 de septiembre de 1839, fols. 760v-769: testamento de Juan Moncada, marqués
de Jaral de Berrio; Tutino, 1983; Couturier, 1992, p. 333; , Joaquín Barrientos, núm. 85, 11
de julio de 1799, fols. 226-228v: testamento de Ana Gertrudis Vidal de Loica; la marquesa del
Aguayo nombra como ejecutor testamentario y tutor de sus hijos a su marido Pedro Ignacio
Echevers Espinal Valdivieso y Azlor, marqués de San Miguel de Aguayo;
Echev , Joaquín
Barrientos, núm. 85, 10 de agosto de 1799, fols. 224v-226: testamento de María Joaquina de
Valdivieso Sánchez de Tagle; , García Romero, núm. 286, fols. 357v-363v, 20 de diciembre
de 1828.
16. Retomamos la triple caracterización utilizada en la obra de Chaussinand-Nogaret, 1991.
17. Kicza, 1986, pp. 244ss.
18. En este punto, las estrategias de los grandes mineros parecen diferir un poco de las
practicadas por los grandes comerciantes, mucho menos propensos –pero la naturaleza de
sus actividades da cuenta de ello– a abandonar las actividades fundadoras de una fortuna y de
un nivel social; véase Kicza, 1991, p. 77.
19. Idem (menciona sin embargo, y de manera bastante extraña, la conservación de minas en
el patrimonio); Couturier, 1992, pp. 327-363.
20. Konetzke, 1953-1962, vol. 3, doc. 564, p. 825.
21. Bertrand, 1994b y 1994a.
22. Libro v, cap. , citado por Pescador (1992).
23. Pescador, 1992, pp. 233, 238 (comprende un estudio detallado del compadrazgo tal cual
lo practicaban los Fagoaga).
24. Lindley, 1987, pp. 57ss; Couturiei, 1992, p. 334.
25. Lindley, ibid., pp. 88-89 y cap. : “Los efectos de la independencia”, pp. 126ss.
26. , Joaquín Barrientos, núm. 85, 23 de julio de 1802, fols. 48-52.
27. , Francisco del Valle, núm. 700, 24 de julio de 1736, fols. 168-172: poder para testar de
María Josefa de Echev
Echevers y Azlor, marquesa de Aguayo y condesa de San Pedro del Álamo;
, Joaquín de Anzurez, núm. 22, 1 de diciembre de 1732, fols. 37v-42v: poder para testar de
José de Azlor e Ignacia Joaquina Echevers,
Echev marquesa de Aguayo (establecido debido a una
próxima visita a sus haciendas de la Nueva Vizcaya...); Vargas-Lobsinger, 1992, p. 59; Langue,
1992, pp. 200-201.
28. , Andrés Delgado, núm. 206, 1 de julio de 1772, fols. 137v-143: testamento de José
Francisco de Valdivieso y Azlor, segundo conde de San Pedro del Álamo.
29. Chaussinand-Nogaret, 1991, pp. 167-187.
30. Langue, 1992, pp. 231ss.
31. Sobre el ejercicio de la beneficencia actual (pero no carente de interés para el periodo que
nos interesa) y la reputación que se le asocia como parte integrante de un sistema de
“reciprocidades tácitas” fundadas en el honor y ...una clientela, véase Pitt-Rivers, 1983, p. 65.
32. Para una visión de conjunto de la fiesta barroca, aunque no exhaustiva, véase Gonzalbo
Aizpuru, 1993. Para un ejemplo significativo de exclusión (del juego de pelota), cf. Viqueira,
1987, pp. 260ss, y Langue, 1992, cap. 8. Sobre el poder federativo de la imagen sobre todo
durante las fiestas religiosas véase Gruzinski, 1990, p. 219. Para referencias más precisas pero
esencialmente descriptivas de la arquitectura y la iconografía de los centros mineros del norte
de la Nueva España (prácticamente no hay análisis del proceso histórico que presidió a esas
realizaciones), cf. Bargellini, 1991, pp. 279ss, a propósito de La Asunción en Zacatecas
(incluye ilustraciones). Couturier, op. cit., p. 331.
33. Pescador, 1992, p. 288; , Joaquín Barrientos, núm. 85, 27 de junio de 1788 (sin foliar):
testamento de José Manuel Valdivieso, conde del Álamo; , Andrés Delgado Camargo, núm.
206, 27 de abril de 176.3, fols. 146-153, y 1 de julio de 1772, fols. 137v-143; testamento de José
Francisco Valdivieso y Azlor, conde de San Pedro del Álamo; , Joaquín Barrientos, núm.
85, 11 de julio de 1799, fols. 226-228v; testamento de Ana Gertrudis Vidal de Loica; , García
Romero, núm. 286, fols. 357v-363v, 20 de diciembre de 1828; , Joaquín Barrientos, núm.
85, 29 de diciembre de 1810, testamento de Teresa Sagarzurieta; , Joaquín Barrientos,
núm. 85, 23 de julio de 1802, fols. 48-52; Joaquín Barrientos, núm. 85, 20 de enero de 1808,
fols. 5-7v; , Manuel Madariaga, núm. 431, 22 de mayo de 1850, fols. 47v-52: testamento de
Dolores Valdivieso, “ex condesa” de San Pedro del Álamo.
34. Citados por Alberro, 1991, vol. 1, pp. 139-159.
35. La mayoría de las siguientes observaciones, así como la cita, fueron tomadas del artículo
de Alberro, cit.
36. Véase sobre este punto Alberro, 1992, pp. 11, 27.
37. Visceglia, 1993, p. 850. La seductora expresión citada por el autor del “modelo humanista-
caballeresco” fue tomada de Bentley, 1987.
38. Ladd, 1976, cuadro 20 y passim; Brading, 1991; Alberro, 1992, pp. 115-116, 121.
Autor
Frédérique Langue
GRAL/CNRS
© Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 2007