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Centro

de estudios
mexicanos y
centroamericanos
Poder y desviaciones | Georges Baudot, Charlotte Arnauld, Georges Baudot, et
al.

4. Prácticas en espejo:
estructura, estrategias y
representaciones de la
nobleza en la nueva
España
Frédérique Langue
p. 135-169

Texto completo
1 Los debates historiográficos son sin duda alguna el momento y el lugar por
excelencia de confrontaciones cuyos notorios desafíos ideológicos son aún
más perceptibles con el tiempo. Así sucedió, en el campo americanista, con la
polémica iniciada sobre el tema del “feudalismo” –y no tanto de la
“feudalidad”, que habría conferido una dimensión muy diferente al debate si
nos referimos a los escritos de Marc Bloch. No por ello la zona europea evadió
estas discusiones, cuyo mérito a partir de entonces fue superar el economismo
que impregnaba, que informaba, en el sentido aristotélico del término, las
investigaciones anteriores. Como subraya Visceglia en una reciente
elaboración acerca de la nobleza napolitana, esta reconsideración de los
términos de la reflexión, este abandono mismo de la primacía de la economía
desembocó en varias orientaciones cuya riqueza aún dista mucho de haber
sido agotada. El redescubrimiento de una dimensión urbana del tema
abordado (en aquel caso de la historia del Mezzogiorno y de una nobleza
citadina y provincial a la que no cuadra la interpretación “patricia” postulada
para Italia del Norte, pero no reductible a la interpretación “feudal”), el
interés atribuido en lo sucesivo a las estructuras e identidades familiares a
partir de las experiencias de la antropología y por último el “perfil cultural” de
dicha nobleza, identificado a través de sus “representaciones ideológicas”
(diversos tratados y escritos) y sobre todo de sus “prácticas sociales” como
componente de una “cultura aristocrática” no anclada en el tiempo. Desde
entonces, la nobleza se presenta como un “cuerpo social” diferenciado y
estratificado a la vez y, además, atormentado por antagonismos que sin
embargo no implican la autonomía de los subconjuntos que la constituyen:
muchas de sus expresiones son en efecto manifestaciones de tendencias
unifícadoras cuyo vector esencial es el lenguaje.1
2 Sin que por ello sean absolutamente conformes con la categoría social que nos
interesa en el marco de este artículo (es indudable que existen herencias
perceptibles en términos de representaciones y de comportamientos, pero
también adaptaciones y “recreaciones” en el marco del Nuevo Mundo), estas
reflexiones acerca de un conjunto cultural antaño unificado desde el punto de
vista socio-político (el imperio español) revalorizan sin embargo –
procedimiento que sigue siendo una excepción para la zona “americana”-a un
grupo social contrastado, extremadamente ambiguo. En este sentido, y a
pesar de patentes diferencias estructurales (la nobleza de seggio, con una
estricta definición territorial, tal cual nos la describe Visceglia, no tiene
equivalente en tierras americanas), estas observaciones se incorporan a las
problemáticas que abordamos inicialmente al estudiar a la nobleza minera de
Zacatecas y más recientemente, con los matices regionales que se imponen, a
la aristocracia mantuana de la provincia de Caracas.
3 Tomando como pretexto este enfoque europeo en un marco geopolítico y en
una época común (la evolución diferencial en el tiempo de estos dos grupos
permite realzar algunas de sus características, en una especie de prisma o
mejor dicho de “kaleidoscopio”),2 lo que desearíamos aquí es dar un enfoque
cultural complementario de dichas investigaciones, más globalizante ya que
su objeto es la Nueva España en su conjunto, más consciente asimismo de las
aportaciones de la antropología cultural, presentando al mismo tiempo los
primeros elementos de una futura síntesis. Identificar a esta nobleza, élite
social, económica y cultural que evoluciona (característica de las “élites
principales”) hacia una implantación cada vez más urbana, y por lo tanto su
espacio social; determinar así su estructura y las identidades familiares, o
incluso ciánicas, que se constituyen, el funcionamiento en redes que no por
ello implican –como al parecer sucedió con la nobleza napolitana– la
decadencia de los lazos verticales pero que permiten la profusión de los
vínculos “horizontales”; las formas sociales y las estrategias, factores de
permanencia –de una estructura social a pesar de la estirpe de los individuos,
de las generaciones-, y, por último, más difícilmente identificables, las
visiones del mundo, los modelos, esto es, los códigos culturales que presiden a
dichas representaciones (las más notables y también las más contradictorias
surgen en la “ambigüedad”, en el contraste que se afirma entre la
“modernidad” económica abiertamente pregonada y modos de pensar
tradicionales persistentes, así como las constantes referencias a situaciones
“peninsulares”), yacen tras el conjunto de estos comportamientos, revalorados
no sólo por las prácticas sino también por el discurso de esos aristócratas
(difícil de reconstituir pero “accesible” en parte y de manera significativa
gracias a los testamentos). Sin embargo, este enfoque conlleva una limitación
cronológica. Por razones que obedecen a la modificación de los envites
introducidos por la guerra de independencia y a la intrusión determinante de
lo político en los debates que agitaron a los grupos dominantes a finales del
siglo , este estudio no abarcará más que el campo “colonial”, reservando a
trabajos ulteriores el análisis de las fracturas inducidas por dicho proceso
constitutivo de una identidad percibida y ya no de categorías sociales: de
cuerpos, de estamentos, luego de grupos de intereses (fuertes implicaciones
económicas), en definitiva identidad de orden en categorías, pero en lo
sucesivo constitutiva de una nación.3

LINAJES (ESTIRPES) Y CLANES FAMILIARES: UN


DOBLE FUNDAMENTO DE IDENTIDAD. DE LO
SIMBÓLICO A LO REAL
4 El origen de las estirpes indianas debe buscarse en una fuente peninsular (con
la mayor frecuencia las provincias vascongadas) debidamente recordada en
las relaciones de méritos y servicios previos, como la concesión de la cruz de
una orden militar o de un “título de Castilla”. La familia noble, antes de
asentarse en la larga duración y de transformarse en dinastía, se estructura en
torno a un primer inmigrante que a menudo establece una alianza
(matrimonial) con los conquistadores o sus descendientes inmediatos. Para
los unos tanto como para los otros, este tipo de alianzas iniciales son la
condición sine qua non de su inscripción en la larga duración. Además vemos,
al leer los testamentos, las solicitudes de títulos de nobleza o de la fundación
de mayorazgos, verdaderos “reinos en miniatura”, cuyo valor inicial puede
superar el millón de pesos, como el del conde de Tepa, y en general los
trescientos mil pesos como los de los marqueses de Vivanco, de Rivas Cacho,
de Valle Ameno, etc.), que el sistema del parentesco se organiza no sólo en
torno al autor del documento, por importante que sea, sino que se jerarquiza
por generaciones y por estirpes que parten de antepasados comunes. Por otra
parte, y paralelamente a la elaboración de alianzas con familias con mayor
antigüedad en la región de nuestro estudio, están los que vienen a reunirse
con parientes (patrilaterales) que se encuentran en las Indias (como la familia
Campa Cos de Zacatecas). Tal es el caso en la Nueva Galicia, en la región de
Guadalajara, donde una dinastía se estructura a partir de tres conquistadores
del siglo , Juan Fernández de Hijar, Alonso de Ávalos y Alvaro de
Bracamonte: es la de los condes de Miravalle (título de 1690), representantes
de la más antigua aristocracia terrateniente. En cuanto al vasco Francisco de
Urdiñola, gobernador y capitán general de la Nueva Vizcaya, él es el origen de
la formación de las primeras dinastías zacatecanas.4 La evolución no concluye
simbólicamente hasta que la familia dispone de una residencia, de un palacio,
no sólo en la capital regional sino también en la capital del virreinato.
5 Desde la fase de asentamiento propiamente dicha (primera generación) se
forman clientelas y parentelas que sustentan relaciones de dependencia
medievales explícitamente manifiestas en el vocabulario empleado (criados,
paniaguados...). A este respecto, tuvimos la oportunidad de estudiar el caso
extremo del primer conde de San Mateo Valparaíso (el título data de 1727),
“dueño y señor” de la región de Zacatecas, según la confesión de sus propias
víctimas que fueron despojadas de sus tierras. La estructura piramidal
definida de esta manera funciona igualmente en círculos concéntricos, que
van de los parientes cercanos a los parientes por alianza (matrimonial, luego
espiritual); los padrinos (un padrino y una madrina para un joven aristócrata;
el padrinazgo exclusivamente masculino sólo se presenta, según todas las
apariencias, entre los grupos sociales no dominantes) eran elegidos en primer
lugar dentro de la esfera familiar y de todas maneras entre “iguales”, luego
entre amigos, dependientes, “obligados” y demás subordinados (el padrinazgo
tiene así un valor de lazo vertical, que induce una relación desde luego
complementaria de protección/dependencia); los encargados de las “bajas
faenas” (hacer reinar el orden instituido por el clan en la ciudad o la región,
efectos “prácticos” de este tipo de alianzas) y los diversos empleados pero con
una función precisa y que tienen responsabilidades por las cuales pueden ser
incluidos en los círculos anteriores (capataces de las minas, administradores
de las haciendas). Esta es también una prueba a contrario de los límites
sociales asignados al padrinazgo. De hecho, los lazos de parentesco que los
padrinos y madrinas, simples eslabones del rito de paso del bautizo,
establecen en esta ocasión con los padres del ahijado tienen una finalidad
inmediata e influyen en las relaciones que mantendrán con éstos. Observamos
a menudo el vínculo supuestamente afectivo y social privilegiado que se
establece con el ahijado en caso de una deposición (conflicto), o de la
redacción de un documento (por ejemplo de un testamento: uno de los
ejecutores testamentarios del marqués de Aguayo es en 1808 el ministro de la
Audiencia y suegro de Ambrosio de Zagarzurieta) que requiría la presencia de
testigos dignos de fe. Inútil decir que el padrinazgo como parentesco
espiritual y “complejo de amistades formalizadas y de parentesco ficticio”5 va
mucho más allá del intercambio de servicios y de honores; obliga al padrino a
desempeñar el papel de protector, a facilitar la inserción social y las
actividades económicas del ahijado, etc. La dimensión espacial del fenómeno
resulta de la aptitud para controlar un espacio específico, a veces una región
entera, como sucedió con el primer conde de San Mateo (y su ilustre sobrino
Juan Alonso Díaz de la Campa), de quien se decía que podía ir de sus
haciendas de Zacatecas a su palacio en la ciudad de México pasando
exclusivamente por sus tierras; era conocido también por el eficaz control que
ejercía sobre los miembros de la Audiencia de Guadalajara a cambio de
generosas aportaciones que hacen de él el amo y señor de la Nueva Galicia.6
6 De ahí las evidentes implicaciones económicas en lo tocante al
funcionamiento de las empresas, familiares por definición, debido
precisamente a la amplitud de la familia (recurso a los parientes cercanos: es
el “clan” familiar propiamente dicho). Francisco de Urdiñola, gobernador de
Nueva Vizcaya (este título es en realidad la concretización de una posición
social basada en las actividades mineras, la adquisición de haciendas y la
colonización del norte del virreinato, factor de aumento de su patrimonio),
cuyo título nobiliario data de finales del siglo , manejaba sus propiedades
por intermediación de administradores que eran en realidad miembros de su
familia: el ausentismo imputado con justa razón a numerosos hacendados –
que preferían los faustos de la capital a la vida más ardua de sus haciendas
provincianas– es relativo en este caso. Alianzas puntuales con representantes
del gran comercio y de las finanzas le permitieron fortalecer sus propias
actividades comerciales. En este sentido, por cierto, es en el que se puede
hablar de “red” si se incluyen los demás tipos de relaciones antes definidas (y
no exclusivamente los lazos de parentesco, sanguíneos o por alianza). A este
respecto, el papel de los “amigos” es clave: son los “aliados por elección”,7 que
no se confunden con los parientes, aun si son cercanos. Por último,
agreguemos que el sistema del compadrazgo permitía a las viudas nobles
fortalecer su posición social, brindándoles intermediarios masculinos cuando
eran necesarios, sin que los intermediarios elegidos en dichas ocasiones
gozaran de un poder permanente. La condesa de Miravalle recurrió a los
servicios de tres “compadres”: Pedro Vargas Machuca, su abogado, José
Cárdenas, su representante en la Santa Cruzada, y Pedro Romero de Terreros,
su yerno y socio.8
7 La amistad satisface también importantes funciones sociales: los amigos son
un “vivero de intermediarios complacientes”, de consejeros y de
banqueros/prestamistas, de fiadores, de arbitros en acuerdos concertados
amistosamente, hasta de oportunidad de acercamiento entre los padrinos. Las
amistades “útiles” y el parentesco espiritual se conjugan para formar un
círculo –de confianza-que se amplía poco a poco: dentro de él se reclutan
sobre todo los socios para alguna empresa económica (es el caso de los
Fagoaga, o de Manuel Calixto Cañedo y Francisco Javier Vizcarra, para citar a
personajes asentados en la región de Guadalajara/Zacatecas).9 Desde luego la
amistad tiende al parentesco pero no se confunde con él verdaderamente más
que en el plano espiritual. Es complementaria de los dos polos observados y
de su trama de relaciones: de la alianza propiamente dicha (relaciones de
parentesco, incluido el espiritual) y de la dependencia (protector/obligado).
Es el “complemento intersticial y geográficamente limitado de la alianza, que
ejerce sus efectos sobre todo ahí donde ésta no influye”.10 No implica sin
embargo y en principio más que a individuos, pues la superposición de las
demás formas de solidaridad descritas puede inducir desde luego una
integración más sólida (de otro grupo) a una red.
8 Aparte de los lazos de parentesco, es el compadrazgo el que ofrece las más
sólidas garantías del buen funcionamiento de las clientelas que operan en las
regiones distantes de la capital del virreinato (Zacatecas, Durango), pero
asimismo de las asociaciones de tipo familiar (casa comercial de Francisco
Ignacio de Iraeta o de los Fagoaga, compañías mineras “por acciones” de
finales del siglo en Zacatecas). En este sentido, la endogamia nobiliaria
obligada en el matrimonio encuentra un equivalente menos estricto en la
endogamia espiritual propia del padrinazgo, practicada desde luego en el seno
de las élites pero ampliada, como ya vimos, en función de intereses
económicos y, por qué no decirlo, políticos. A este respecto el papel del
padrinazgo es de regulador, de estabilizador de los vínculos verticales que
unen a individuos pertenecientes a grupos socioeconómicos diferentes. El
compadrazgo representaba al mismo tiempo una garantía para el poderoso
(existencia de una clientela o de aliados inmediatamente accesibles) y para los
más humildes, además de la protección, una relativa autonomía personal y
familiar que la relación de patronato no garantizaba de ninguna manera
(riesgo de coacción). Esto indica el interés que existe para completar el
enfoque genealógico clásico llamado “descendiente” (que se vuelve necesario
por las referencias que hacen los interesados a los méritos de sus
ascendientes, a veces la única razón que tienen ellos mismos de solicitar un
favor al monarca) por el método de las genealogías llamadas sociales
(utilizadas por ejemplo por Adelina Daumard), que permiten identificar en
parte estos diferentes estratos (su nivel y su composición), luego
evidentemente por la prosopografía, cuyo carácter sistemático de “biografía”
colectiva hace de ella una herramienta ideal para alcanzar una percepción más
completa de estas élites novo-hispanas. Señalemos que dicho modelo (aunque
éste no es el objeto del presente estudio) coincide con modalidades por cierto
diferentes al considerar envites menores (de ejercicio del poder y del recurso a
conocimientos precisos) en niveles “inferiores” de la sociedad indiana: basta
considerar las prácticas de exclusión de las castas entre la población de origen
africano más marcado.
9 La estructura familiar como tal sigue siendo ante todo una organización
patriarcal de las empresas dirigidas por las “grandes familias” de la ciudad de
México. Kicza evoca con justa razón el “imperio económico diversificado de
una familia extensa”.11 Sucede lo mismo en Zacatecas, en donde la integración
de las actividades económicas (verticalidad, dicho de otro modo: control de
todas las actividades necesarias para el buen funcionamiento de la economía
minera, desde el suministro por parte de las haciendas agrícolas a la familia y
todas las etapas de la producción, de la mina a la hacienda de beneficio, sin
olvidar el control de la administración local, como las alcaldías de Zacatecas,
Fresnillo y Sombrerete) queda garantizada por los miembros de una misma
familia, práctica particularmente desarrollada por los Campa Cos en
Zacatecas y Sombrerete y frente a la cual los visitadores son impotentes.
Además, esta práctica no era privilegio de las “élites” económicas: muchos
pequeños comerciantes o artesanos de la ciudad de México recurrían a ella
con frecuencia. Al igual que los “nuevos ricos”, como los representantes de la
familia Sánchez Navarro, que introducen con regularidad a otros parientes en
los negocios familiares del norte de la Nueva España. Las responsabilidades
contraídas en las altas esferas de la administración del virreinato no impiden
a algunos individuos asumir responsabilidades más inmediatas en el seno del
clan familiar: Kicza cita por ejemplo el caso del criollo Diego Fernández de
Madrid, durante largo tiempo oidor de la ciudad de México pero quien se puso
al servicio de su familia, administrando en particular la hacienda que su
hermano poseía en Nuevo León.12
10 En definitiva, y con excepción –pero relativa– de los “patriarcas” que dirigen a
los clanes familiares (papel en ocasiones asumido por la viudas), los
representantes de la nobleza de la Nueva España difícilmente pueden ser
percibidos como individuos autónomos, en particular en el uso de su nombre
y de su patrimonio. Se inscriben en una red de relaciones en las que el origen
común –con frecuencia ubicado en un solar español– y las alianzas de
parentesco proporcionan una cohesión segura. Contrariamente a los “grupos
de presión”, expresión de intereses económicos (Tribunal de Minas,
consulados de Comercio) que se afirman durante el último tercio del siglo
y en vísperas de la independencia, los grupos familiares, hasta la “gran
familia” de los aristócratas a la que alude Doris Ladd con mucha razón desde
las primeras páginas de su obra, se inscriben en una estirpe noble
explícitamente presente en el uso de un apellido y de un título (al que a
menudo se asocian bienes vinculados o mayorazgos). Se trata en realidad de
un “actor colectivo” que induce solidaridades específicas (las de la estirpe
predominan sobre la de una estirpe originada en un solo individuo)
comparables a las de las “casas” de la Italia renacentista.
11 Se observan además estas solidaridades específicas en las últimas voluntades
manifestadas por los aristócratas: se elige sobre todo como ejecutores
testamentarios o tutores de los hijos, si éstos no han alcanzado la mayoría de
edad, al otro cónyuge o a parientes cercanos (a menudo los padres, luego los
hermanos o primos, como en el caso de Francisco Manuel Sánchez de Tagle,
primo del conde de San Pedro del Álamo, encargado por este último no sólo
de cuidar a sus herederos directos –sus hijos-, sino también de administrar las
propiedades reunidas en el seno de los extensos mayorazgos de San Pedro y
de San Miguel: sólo las haciendas de Parras y de Patos tenían un valor
estimado de más de un millón de pesos y el del conjunto de las propiedades
era de 3 797 309 pesos en 1781); luego vienen los parientes por alianza
(padres políticos), los compadres y los amigos. Durante la redacción de un
poder (“poder para testar”), las elecciones que se realizan son asimismo
significativas de las solidaridades antes evocadas: en 1748, Francisco
Valdivielso, quien reúne en su persona los títulos de conde de San Pedro del
Álamo y marqués de San Miguel del Aguayo, elige al obispo de Durango, don
Pedro Sánchez de Tagle, al lugarteniente coronel Antonio Sánchez de Tagle,
caballero de la orden de Santiago, regidor de México y compadre del conde, y
al general Francisco Sánchez de Tagle, caballero de la orden de Alcántara (el
obispo y el general eran sus sobrinos). A los tres personajes conferirá las
responsabilidades de ejecutores testamentarios y tutores de sus hijos, y la
expedición de los asuntos corrientes, incluyendo la solución de un litigio en
relación con la venta de una hacienda. La solidaridad de la estirpe resulta
determinante aun en el momento de la elección de un “patrón” para una de
estas “inversiones mixtas”, al mismo tiempo sociales y religiosas, como son las
capellanías: la fundada en 1763 por el mismo conde de San Pedro, con un
valor de cuatro mil pesos, debía corresponder a un hijo, o bien a un pariente
cercano del conde o de la condesa (se deben decir 25 misas por año por la
salvación de su alma así como por la de las personas mencionadas en esta
fundación; esto en el templo en el que sería enterrado el conde, y sobre todo
durante las festividades consagradas a la virgen María). Lo mismo sucede con
las ocho capellanías llamadas “laicas” (algunas fundadas por el abuelo
Dámaso de Zaldívar: cuatro de ellas valían cuatro mil pesos) que le tocaron a
Miguel de Berrio, marqués del Jaral, en 1779. La pertenencia a una
determinada familia contribuye a ampliar la influencia de ésta en un extenso
grupo al mismo tiempo que le brinda una poza en cuyo seno se eligen
negociantes y administradores. En un principio (al inicio de la “carrera”, o en
la transmisión de un patrimonio), los herederos directos se encuentran
situados desde luego en la primera fila; les siguen tíos, primos y sobrinos, que
se convierten rápidamente en socios muy apreciables, no fuese más que en el
ejercicio de responsabilidades complementarias (abogados, clérigos, alta
administración –jueces o funcionarios de finanzas-, comerciantes, militares),
capaces de garantizar la buena marcha de los asuntos familiares. Antonio de
Bassoco hizo venir de España a cinco de sus sobrinos, a los que colocó en sus
empresas comerciales. Pero ninguno de ellos heredó el título nobiliario o la
fortuna, que pasaron a otro sobrino del mismo origen, al parecer más
talentoso que sus alter ego.
12 Éste es también el camino recorrido por otros nobles comerciantes, como
Francisco Ignacio de Iraeta, quien hizo venir a por lo menos cuatro sobrinos y
un primo: dos de ellos siguieron la carrera eclesiástica, otro se hizo militar y
concluyó una alianza de intereses con la familia Alamán de Guanajuato. Otro
se hizo socio de primera importancia y administrador de una hacienda de
caña de azúcar. Otro más, después de haber desposado a una de las hijas de
Iraeta, dirigió la casa comercial de éste hasta su muerte. La familia Icaza,
emparentada con los Iraeta y los Iturbe, presenta una estructura similar: uno
de los hermanos, exportador de cacao en Guayaquil, trataba con sus parientes
de México, sin importar si se trataba de los Icaza, de los Iraeta o de los Iturbe.
A su vez, dos de los hijos de los hermanos Icaza llegaron a ser grandes
comerciantes, miembros del consulado de México. Una de las hijas de
Francisco Ignacio de Iraeta, Ana María, casó con el peninsular Cosme de Mier
y Trespalacios, alcalde del crimen en la ciudad de México. En cuanto a
Margarita, casó con su primo Gabriel de Iturbe e Iraeta, subteniente del
Regimiento de Comercio en la ciudad capital, alianza que ayudó a la noble
familia (originaria de Guipúzcoa) a asegurar su dirección (Gabriel remplazaba
a su tío durante las ausencias de éste) y al interesado a incrementar su
prestigio personal, ya que llegó a ser alcalde ordinario y luego regidor
honorario de la ciudad de México. La eficacia de las alianzas matrimoniales
fue tal que en 1812 estas tres familias contaban con cinco de sus miembros en
el Consulado (sólo uno era peninsular).13
13 Los principios de organización y de funcionamiento de los clanes familiares –
a veces singularmente extensos si se considera el papel atribuido a los
clientes, a los parientes “espirituales” (compadres) y a los amigos– se
superponen a los de las estirpes, llevando a cabo entonces una eficaz
complementación de los vínculos verticales y horizontales en sus diferentes
acepciones. Ésta es una de las explicaciones del éxito de los condes de Regla.
El compadrazgo y el padrinazgo funcionan tanto entre iguales (los padrinos de
un futuro conde o marqués siempre son nobles) como en una relación vertical
protector/obligado cuyos antecedentes medievales no es ya necesario
subrayar. Una vez más, las analogías con la Italia del Renacimiento son
evidentes: ¿acaso no encontramos en la conjunción de la parentela y de la
clientela de los poderosos de la Nueva España a ese “grupo personal” centrado
alrededor de un individuo, que evoca Klapisch-Zuber a propósito de los
toscanos de los siglos y ? Si se considera el ejemplo de los marqueses del
Apartado, ilustres representantes de la aristocracia criolla de la Nueva
España, esta conjunción es particularmente significativa. El marqués,
Francisco, desposó en 1772 (a los 47 años) a la hija del oidor decano de la
Audiencia de México, Antonio de Villaurrutia, de unos veinte años de edad.
Las hijas del marqués tuvieron un destino comparable al de su madre María
Magdalena y fueron los instrumentos de alianzas concertadas, con el conde de
Alcaraz (María Josefa) o con el sargento mayor del Regimiento de Lanceros de
Veracruz, el malagueño Manuel Rangel (María Ignacia), alianzas realizadas en
la capilla de San Francisco Javier, sita en la hacienda que los Fagoaga poseían
en Tlalnepantla. Josefa María habría de casarse con su primo José María
Fagoaga: en esa ocasión, los padrinos fueron el padre del novio, Juan Bautista
Fagoaga, y la madre de Josefa María, María Magdalena Villaurrutia, entonces
viuda y marquesa del Apartado. El sacerdote que confirmó esa alianza
pertenecía a su vez a la familia, pues se trataba de Ciro Ponciano Villaurrutia,
tío de la novia. El fundador de la dinastía, el guipuzcoano Francisco de
Fagoaga e Iragorri, fue quien inauguró este tipo de prácticas al unirse a la hija
de un comerciante también vasco, Juan Bautista Arozqueta.14
14 La referencia a una estirpe –más que a un linaje, no lo bastante inscrito en la
larga duración– se vuelve entonces una necesidad para los representantes de
las élites nobles. No carente de implicaciones ideológicas (véanse los
testamentos explícitos sobre este punto), la estirpe se vuelve materia de
reflexión en los casos en que la alianza (pero sólo cuando es generadora de
lazos horizontales, de parentesco efectivo), preside su mantenimiento e
incluso su supervivencia y su longevidad, característica esencial de las élites
llamadas principales, particularmente hábiles para eludir los riesgos que
conlleva la sucesión de las generaciones. Lo atestigua la importancia capital
que se daba a los apellidos y títulos (acompañados de los escudos de armas
que a menudo hacían referencia a antecedentes peninsulares), evocados sin
rodeos en los testamentos y tal vez más aún en ocasión de la fundación de
mayorazgos: la conciencia familiar pasa por la obligación de usarlos que se
impone a los beneficiarios y herederos principales, so pena de ser excluidos
definitivamente de los beneficios indicados. Se encuentran excluidos de su
beneficio también los religiosos renegados perseguidos por la Inquisición, por
el motivo que fuese, y los hijos naturales (aunque algunos, como Juan
Moncada, tercer marqués de Jaral, no dudan en “legitimizarlos”,
precisamente para que puedan tener acceso a una parte de la herencia, pero
esto después de la independencia...); todo heredero cuya salud física o mental
deje qué desear (mudos, ciegos, locos, etc.), o los residentes en Europa (caso
del mayorazgo de San Mateo Valparaíso/Jaral de Berrio, lo que permite
excluir con mayor seguridad de dicho beneficio al ambicioso marqués de
Moncada, esposo de la heredera Mariana de la Campa Cos...).
15 En lo que se refiere a la alta nobleza, no se trata entonces de “renovación” (por
integración de elementos exteriores a la aristocracia), práctica reservada a las
élites secundarias. Señalemos asimismo que, a diferencia de la situación
indicada para la Italia del Renacimiento (Toscana), el papel de las mujeres no
sólo es “utilitario” (forjar y concretar alianzas) y no son excluidas del sistema
de filiación y de herencia (aun cuando ocupan un lugar secundario con
respecto al heredero varón, sobre todo para la ascensión a un mayorazgo) ni
de la dirección de una empresa familiar. Baste mencionar la suntuosa dote
(proporcionada no sólo por sus padres sino también por su tío el conde) de la
que gozó María Magdalena Dávalos y Orozco, futura condesa de Miravalle:
entre otros, diez mil pesos en bienes muebles y siete haciendas y ranchos
situados en el noreste de México y otra hacienda ubicada a proximidad de la
capital (en Tacuba). La condesa del Álamo, María Joaquina de Valdivieso
Sánchez de Tagle, recordará sin embargo haber recibido una dote de 30 975
pesos y cuatro reales, debidamente señalada en su testamento. Asimismo, las
mujeres manifiestan una insistencia particular en evocar su dote en el
momento de la redacción de sus últimas voluntades, aun si ésta no fue objeto
de conflictos o de reivindicación familiar. Las arras y las dotes constituyen,
llegado el caso, un complemento no despreciable para el equilibrio financiero
de la pareja aristocrática: a raíz de su segundo matrimonio con Antonia
Villamil y Rodríguez, el marqués de Aguayo se encontraba en una situación
financiera poco envidiable, atribuida por el interesado a las “convulsiones
políticas de esta América”; su suegra, doña Ignacia Rodríguez de Velasco, le
entregó entonces seis mil pesos en especie: “Eran para que sobrellevara con el
lustre correspondiente los primeros días de nuestra compañía conyugal
interin se reponía a su elasticidad el resorte de bienes raíces y semovientes de
que había de ser dueño” (el mayor latifundio de la Nueva España, situado al
norte del virreinato, que constaba de los mayorazgos de San Miguel de Aguayo
y de San Pedro del Álamo).15 Al paso del tiempo, y tomando en cuenta la
extensión que llegaron a tener las empresas familiares de esta élite económica
y social, pero también la extrema dificultad para fundar un mayorazgo
(práctica reservada por añadidura a la muy grande nobleza y severamente
restringida por los decretos reales de 1795), las prácticas endogámicas
dominan las estrategias de las alianzas matrimoniales (entre primos, sobrinos
y tías, etc.). La propia familia Valdivielso recurre a ellas, a pesar de la
existencia de dos imponentes mayorazgos: en 1785, María Joaquina de
Valdivieso Sánchez de Tagle, condesa del Álamo, se casa con su primo José
Manuel de Valdivieso Barreda Gallo Azlor y Villavicencio, conde de San Pedro
del Álamo, capitán de las milicias provinciales de México. La conservación de
ciertas propiedades en el seno de la familia conduce al marqués de San Miguel
a favorecer otra unión de este tipo en 1808, entre su hijo Francisco Javier,
niño enfermizo, y su nieta, María Dolores, cuarta condesa de San Pedro del
Álamo. En este sentido, la endogamia tal como fue practicada por las élites
nobles de la Nueva España tiene como consecuencia el fortalecimiento de la
solidaridad del grupo, a semejanza de otras prácticas como la pertenencia a
hermandades y demás asociaciones corporativas (gremios).

PERPETUARSE EN EL HONOR: LAS ESTRATEGIAS


16
DEL HONOR, DEL MÉRITO Y DEL DINERO
16 Las estrategias de inserción en el seno de las élites principales, coronadas
como lo vimos por un título de nobleza –aun cuando, paradójicamente, se
haga referencia a una nobleza previa debidamente corroborada desde la
Península-, difieren de manera sensible de las aplicadas a fin de preservar esta
condición social excepcional. Por otro lado, pareciera ser esta transición de la
simple preservación de un patrimonio y de una posición social significativa a
su revalorización (toma de conciencia de realidades económicas cambiantes) y
a su desarrollo lo que confiere realmente a la nobleza de la Nueva España la
característica de “élites”, con todas las variantes que ello supone. En caso
contrario, y tal como lo demuestran las dificultades que enfrentan los
aristócratas tradicionales –no implicados en “empresas” económicas
diversificadas e integradas-, como cuando deben pagar sus derechos de
“lanzas” (en ocasión de una sucesión) o de media-annata, correspondiente al
uso del título nobiliario, nos encontramos ante un conjunto de actitudes y de
comportamientos muy similares a los manifestados y criticados por sus
contemporáneos en la península. Señalada por John Kicza a propósito de los
“empresarios” de México, la diversificación de las inversiones y la persecución
de cargos honoríficos o la pertenencia a instituciones corporativas, como el
Consulado Comercial, son imperativos de los cuales no es posible sobreseerse.
Pero hay antecedentes: a partir del siglo , fueron los encomenderos
quienes supieron hacer mejor uso, y más rápido, de la fuerza de trabajo que
les era confiada, además de que diversificaron sus actividades (agricultura,
minas, comercios variados), fundando fortunas duraderas.17
17 Esta modificación o necesaria adaptación de los comportamientos se
manifiesta con mucha claridad en los linajes fundados por grandes mineros.
Determina en realidad la longevidad de las dinastías creadas. Sobre todo en la
segunda mitad del siglo , en que se renuncia a las actividades económicas
aleatorias (minas) aun cuando hayan sido el origen de una fortuna para
invertir en la tierra, fuente de prestigio social y... eventualmente de crédito
(sobre todo después de la intervención de la iglesia: censos).18 Las estrategias
de acumulación de las fortunas difieren pues sensiblemente de las aplicadas a
fin de preservar esas mismas fortunas a lo largo de las generaciones. El
procedimiento inicial consiste sin duda alguna en acumular capitales: éstas
son las posibilidades que ofrecen las minas y el comercio, pero un alto
funcionario o un encomendero podían utilizar sus prerrogativas también para
llevar a cabo dicha acumulación primitiva, operación siempre realizada dentro
del marco familiar antes descrito (véase el notable ejemplo en este sentido de
Francisco de Urdiñola).
18 Numerosos hombres de negocios prósperos empezaron su carrera en
modestas empresas pertenecientes a miembros de su familia, utilizando su
talento y los recursos familiares para hacer fortuna. Sin embargo, la
diversificación de las inversiones, factor de preservación de los patrimonios,
no carecía de riesgos, habida cuenta de la creciente orientación de la
economía novohispana en favor de ciertos tipos de mercado y de la
competencia existente. Así, pues, los marqueses de San Miguel del Aguayo, a
la cabeza del mayor latifundio de la Nueva España, se vieron en la obligación
de ceder algunas de sus propiedades a la familia Sánchez Navarro, entonces
en pleno ascenso social. Antes de que ocurriera esta desventura, la condesa de
Miravalle, heredera del mayorazgo del mismo nombre y descendiente de los
conquistadores Alonso de Ávalos y Alvaro Bracamonte, había sido intimada a
pagar las deudas de su difunto esposo, deudas que representaban una parte
importante de la sucesión, por un funcionario de la región de Tepic;
evadiendo la detención decidida por la Audiencia de la Nueva Galicia (“arresto
domiciliario”), la condesa se trasladó a la ciudad de México a fin de apelar,
refugiándose en la casa paterna en compañía de sus nueve hijos; sus derechos
de viuda fueron defendidos allí en representación de los intereses más
generales de la estirpe.19
19 Por otro lado, las élites secundarias, de tipo administrativo u otras, calcan sus
prácticas de las de la alta nobleza: las adquisiciones de haciendas y sobre todo
las estrategias matrimoniales están en la base del nivel y del ascenso social.
Sólo el arsenal de las Leyes de Indias y sus prohibiciones jurídicas,
prudentemente consignadas por la corona a fin de evitar las relaciones
demasiado estrechas entre sus ministros y sus administrados (lo que nunca
será más que una “adaptación” al medio americano) y demás vasallos (como
la prohibición a un alto funcionario de casarse en su jurisdicción), canalizan
en realidad prácticas destinadas a un notable porvenir.20 Lo mismo sucede
cuando se trata de entrar en las más selectas cofradías, como la de Nuestra
Señora de Aranzazú o la del Santísimo Sacramento, en la ciudad capital. Sin
embargo, en vista de estudios recientes, es evidente que “la pertenencia al
mundo de los cargos de finanzas garantizaba a sus titulares un prestigio no
despreciable en la sociedad colonial de la Nueva España”, haciendo de dichas
élites administrativas los “enlaces buscados en las estrategias sociales de las
élites coloniales”: y para las primeras, el matrimonio era sinónimo de
afirmación socioeconómica, incluso de “materialización del ascenso social”.21
20 Las estrategias matrimoniales, en tanto que alianzas concertadas y factores de
consolidación (más tal vez que de adquisición) de los patrimonios
(directamente por alianzas con los poseedores de bienes raíces y de capitales o
de manera más indirecta con personas susceptibles de garantizar su defensa,
como sucedía con los funcionarios reales, parientes o demás “aliados”),
alcanzan a veces un nivel de contradicción tal que, sin embargo, quizás no
iguala la extrema imbricación que se alcanza en la capitanía general de
Venezuela: con el objeto de preservar su patrimonio y por ende su honor, en la
aristocracia criolla de fines del siglo se realizan uniones entre primos
hermanos. Las dispensas por consanguineidad ponen de manifiesto múltiples
vínculos sanguíneos entre los interesados. Implicada en la publicación de las
reales pragmáticas sobre el matrimonio (de 1776 y 1778 para los territorios de
América, y sobre todo de 1803), la iglesia sanciona a la vez la segregación
económica, étnica y social (los padres pueden oponerse a una unión
“desigual”...). De lo que se trata en realidad es de preservar los intereses
económicos de las élites, lo que subraya con acrimonia el misántropo de El
Periquillo Sarniento:
Ordinariamente los matrimonios de los ricos se reducen a tales y tan
vergonzosos pactos que más bien se podrían celebrar en el consulado, por lo que
tienen de comercio, que en el provisorato, por lo que tienen de sacramento. Se
consultan los caudales primero que las voluntades y calidades de los novios.22

21 Las costumbres y los códigos sociales que resultan en la práctica de la


endogamia nobiliaria son ratificados por la legislación, siguiendo con ello una
tendencia muy común del derecho indiano. De modo más simple, las alianzas
matrimoniales entre grandes hacendados y comerciantes se presentan como
una fuente de crédito particularmente vital si se conocen un poco los
mecanismos de funcionamiento del crédito en una economía, colonial y la
inexistencia de una institución bancaria formal: éste es el sentido de las
alianzas realizadas entre los Fagoaga y los Bassoco/Vivanco o también de las
prácticas identificadas por Lindley para la región de Guadalajara, que por otro
lado facilitan cierta circulación de los bienes (haciendas no “vinculadas”...) en
el seno de las familias implicadas. Otra manifestación más original de la
endogamia practicada por esas élites es la que orienta no la elección de los
cónyuges sino la de sus padrinos. Aunque siguiendo la lógica de las alianzas
antes descrita, los Fagoaga eligieron así a los padrinos entre sus parientes,
fortaleciendo así los lazos en el seno de la parentela y... las obligaciones de los
miembros de la familia: de 1716 a 1801, es decir unos veinte matrimonios y
bautizos, 44 % de las 36 personas solicitadas como padrinos o testigos eran
parientes cercanos del interesado. No por ello se menosprecia la alianza
“externa”: entre el número de los padrinos y testigos reclutados por los
Fagoaga figura el superintendente de la Real Casa de Moneda (1786, en una
fecha en que los Fagoaga ya habían perdido el monopolio del Apartado) y
varios vascos destinados a tener un papel importante en la empresa familiar,
incluso como ejecutores testamentarios. Hasta en la administración de los
sacramentos la familia recurre primero a sus miembros más cercanos, luego a
los parientes lejanos y por último a “amigos”, pero siempre originarios de
Guipúzcoa, Álava o Viscaya. Además, esta práctica existía desde mucho antes
de que Francisco Fagoaga emigrara a México y de que sus actividades
económicas (comercio y minas) le procuraran una posición social notoria en el
seno de las élites locales.23
22 Sin embargo, algunas familias de la más alta nobleza rechazan este tipo de
alianzas “oportunistas” consistentes en volver a dorar puntualmente su
blasón: tal fue el caso de los condes de Miravalle, quienes se niegan a dar a sus
hijas en matrimonio a comerciantes españoles. Semejantes prejuicios de casta
dejaban a la condesa heredera pocas alternativas: por una parte asegurar el
porvenir de sus hijos de manera que los matrimonios (como el de María
Antonia con el Rico Pedro Romero de Terreros, con una estirpe entonces poco
extensa...) y las profesiones (cargos del Tribunal de la Cruzada, del Tribunal
de Cuentas, en otras palabras prestigiosas carreras de altos funcionarios –
entonces en boga en México–, en particular en el caso de su hijo Joaquín; en
cuanto a su hija María Josefa, tomó los hábitos religiosos en el prestigioso
convento de Jesús María) incrementaran el patrimonio familiar, tanto en el
campo espiritual como en el material; por otra parte la administración
puntillosa de sus propiedades (préstamos del Fondo de la Inquisición, de
comerciantes y procedentes de las capellanías, administración familiar en
compañía del yerno y compadre Pedro. Romero de Terreros) y por último,
estrategia más sorprendente, una tendencia pleitista constante, en cuanto la
corona, los vecinos o los parientes amenazaban de alguna manera sus
derechos (cargos de la Santa Cruzada adquiridos por la familia en 1625 pero
cedidos en parte a los jesuitas por tíos maternos).24
23 El papel determinante de las empresas con carácter familiar es
particularmente significativo en esta fase de la evolución de las principales
élites, salvo excepción y los notables precursores que evocábamos en la
primera parte de este estudio (familia Campa Cos, de los condes de San Mateo
Valparaíso instalados en Zacatecas). Éste fue el caso de las familias
integradoras como los Cañedo, Porres Baranda, Portillo y Villaseñor en
Guadalajara, familias al mismo tiempo generadoras de crédito y de
inversiones en la economía local, pero también pilares de la vida religiosa,
cultural y política. El honor, el mérito y el dinero hacen, pues, que en 1805 los
representantes de una aristocracia terrateniente (de ahí al parecer el término
de oligarquía utilizado por Lindley) pero muy identificada con los grandes
comerciantes criollos (cereales, ganado y demás productos de las haciendas)
sean susceptibles de ser ennoblecidos (como Tomás Ignacio Villaseñor). Sin
embargo, se plantea un problema en la época de la independencia: ¿se
transforman las empresas familiares descritas por Lindley (más cercanas a las
élites secundarias, salvo excepción) en compañías con responsabilidad
limitada y en instituciones de crédito? Éste no es realmente el caso de los
grandes aristócratas afectados por el decreto llamado de “consolidación de
vales reales” en 1804... o de aquellos cuyas propiedades fueron destruidas por
la revolución y que debieron abandonar la Nueva España debido a sus
orígenes –o alianzas– “españoles” demasiado recientes.25 Las identidades (los
apellidos) y los vínculos políticos de las familias (élites) sufrieron pocos
cambios. Sin embargo, los acontecimientos de los años 1810 a 1821
modificaron en forma sensible las condiciones en que operaba la empresa
familiar. Las consecuencias finales de las nuevas formas de asociaciones
comerciales se manifestaron algunos decenios después. Bancos, fábricas,
ferrocarriles: la independencia abrió el camino a otra fuente de capital
comercial (inversiones extranjeras) y a la especulación sobre las tierras y, al
oficializar las transacciones basadas en el crédito, por el sesgo de dichas
asociaciones, que liberan públicamente a sus miembros de las numerosas
obligaciones que conllevaban los lazos de parentesco... pero demuestran
asimismo la capacidad de adaptación de algunas de dichas élites. Sin
embargo, las compañías descritas, en tanto que formas nuevas de asociación
mercantil, existían ya entre los “empresarios” de los grandes centros mineros;
piénsese en las verdaderas “compañías por acciones” que operaban en
Zacatecas en los años de 1790...
24 En cuanto a la fuente esencial que constituyen los testamentos, éstos proveen
tal vez más informaciones acerca del lugar del parentesco en las relaciones
sociales y el sistema de valores de la aristocracia de la Nueva España y, de
manera general, de las élites locales que de las reconstrucciones genealógicas
en el sentido estricto, aun cuando el interés que presentan estas últimas es
indiscutible. Además, el papel del parentesco sigue siendo igual de esencial en
la sucesión de las generaciones que, inevitablemente, provoca una división del
patrimonio. Salvaguardado muy a menudo por medio de un mayorazgo, éste
toca naturalmente al hijo mayor. Sin embargo, a partir del siglo se
multiplican las incitaciones paternas a que éstos guarden cierta forma de
solidaridad con su familia. Tal es el caso significativo del cuarto marqués de
Aguayo, Pedro Ignacio Echevers
Echev Espinal, quien confirma en su testamento de
1802 las modalidades de sucesión de su mayorazgo: “en cuyo mayorazgo
conforme a la fundación a que me remito deberá su-cederme mi primogénito
hijo varón, esperando atienda a sus hermanos y hermanas con las asistencias
correspondiendo a su ilustre cuna y sentimientos de amor...”.26
25 En este caso preciso, los mayorazgos de San Miguel y San Pedro ya habían
sido objeto de medidas de preservación: en 1772, se comprueba que los bienes
de la familia –entre otros estas haciendas descritas con admiración por el
padre Morfi– siguen indivisos, por voluntad de los fundadores de la dinastía y
de sus herederos, José Francisco Valdivieso y Azlor, conde de San Pedro del
Álamo, y su hermano Pedro Ignacio, marqués de San Miguel del Aguayo,
ayudados por Francisco Manuel Sánchez de Tagle, miembro de la orden de
Alcántara, ejecutor testamentario de su tío (es decir, el padre de José
Francisco y Pedro Ignacio) y tutor de estos últimos, pero bajo cuyo reinado se
producirá sin embargo la decadencia de la dinastía. Además, el papel asumido
por los condes de San Pedro (presidio del Pasaje) y los marqueses de San
Miguel del Aguayo, en calidad de fieles vasallos de la corona, en la defensa de
los territorios del norte de la Nueva España y en particular de la Nueva
Viscaya, víctimas de las constantes hostilidades de los indios “bárbaros”
(ataques de convoyes y de haciendas, lo que exige el mantenimiento en el
lugar de un verdadero ejército privado), es en parte el origen de las
dificultades financieras que enfrenta el clan familiar a partir de los años de
1750. Los condes de Valle de Súchil encararán dificultades comparables para
conciliar condición social y necesidad de garantizar la pacificación de los
territorios de la Nueva Vizcaya.27
26 De los dos mayorazgos correspondientes a los títulos de nobleza, se decía de
manera significativa “que están hechos un cuerpo y compañía...”. Se precisaba
con prudencia que, en la medida en que todos los bienes comunes estaban
grabados con hipotecas, el conde deseaba que después de su deceso el
conjunto de los bienes citados se conservara bajo la administración de su
hermano, el marqués de San Miguel del Aguayo, y que por esa razón no debía
haber ninguna repartición entre los herederos, todo ello manteniendo la “paz”
y evitando que reinara la “discordia”.28 El estudio de sus orígenes tanto como
de las estrategias de mantenimiento de las dinastías demuestra en realidad
que si las élites se definen primero por el honor (aristócratas o notables
procedentes de un “ascenso social” justificado por los valores predominantes),
“por su parte, las aristocracias se definen ante todo por su relación con el
poder, un poder en el que el prestigio de la estirpe y del patrimonio tiene
todavía un enorme papel”. El problema es entonces saber si las aristocracias –
las de la Francia del Antiguo Régimen tanto como las de la América española–
siguen siendo élites en el sentido antiguo del término. Tal parece que sí, si se
consideran sus comportamientos y sus estilos de vida:
Al mismo tiempo que se adhieren a las representaciones y a los valores
comúnmente recibidos, se transforman poco a poco, ya sea en instrumentos al
servicio impersonal del estado, o en grupos de presión que intentan canalizar y
monopolizar los influjos procedentes del poder central. Así pues, tienden a
reconciliarse con una lógica de dominio, pero en el plano institucional y
político; en el terreno social, se perciben todavía como pertenecientes al mundo
de la “gente de honor”.

27 Permanencen divididas entre el contenido “moral” de la preeminencia y las


prácticas dominadoras del poder.29

REPRESENTACIONES
28 Las contradicciones inherentes a la nobleza de la Nueva España, sus aparentes
ambigüedades estructurales, su sistema de valores y de representaciones
habían sido percibidos con mucha precisión por algunos contemporáneos. La
obra de Lizardi (El Periquillo Sarniento), a la que ya nos referimos en otro
estudio, o la de Manuel Payno, ligeramente posterior en sus referencias pero
no menos precisa, Los bandidos de Río Frío, ya son conocidas desde entonces.
29 Pero los viajeros extranjeros no se quedan atrás: así, Humboldt señalaba,
entre otros símbolos que se ofrecían a las miradas ajenas sin mediación
alguna, que un noble estaba obligado a montar a caballo, aunque careciera de
calzones... Brading recuerda con justa razón que la mayor parte de las cruces
de las órdenes de caballería, que eran “órdenes nobiliarias”, fueron
concedidas a lo largo del siglo . Se esperaba que habitaran en suntuosas
casas con una servidumbre numerosa (hasta 42 personas, en el caso de
Gabriel de Yermo), como lo demuestran los palacios de tezontle que adornan
las calles de la ciudad de México, y de los cuales los más conocidos son tal vez
los de la calle San Francisco, obra de los marqueses de Jaral. Los retratos de
los nobles, esas galerías completas de retratos que a menudo se observan en
las iglesias o conventos fundados por aquellos poderosos personajes (véase
Santa Prisca en Taxco y los retratos de los De la Borda, o el convento de
Guadalupe en Zacatecas, en donde dominan los retratos de cuerpo entero de
los... Campa Cos, o también los antiguos palacios de los condes de San Mateo
y marqueses de Jaral, actuales sedes del Banco Nacional de México)
confirman por otro lado esas suntuosas costumbres, el “afán de emulación en
la indumentaria” y el gusto de la apariencia en general (incluyendo el uso de
joyas y de armas, la abundancia de criados –esclavos africanos-, caballos y
coches que en la ciudad de México, de manera más ostentosa que en las
grandes ciudades del virreinato –Guanajuato, Zacatecas-, traduce una
pertenencia tanto social como étnica. El papel del prestigio y de la notoriedad
en la preeminencia social hace que en una sociedad de Antiguo Régimen
toque “naturalmente” a las élites representar al conjunto de los subditos del
monarca. En este sentido, y contrariamente a la situación observada en
Francia, la dualidad de las élites novohispanas de que hablamos antes
(resultado sobre todo de su modernidad económica al mismo tiempo que de
comportamientos tradicionales perceptibles en la búsqueda de honores –
títulos nobiliarios o el estilo de vida-) va en contra de la correlación señalada
habitualmente entre la transformación de las élites superiores en aristocracia
y la decadencia progresiva de las estructuras representativas. La presión de los
acontecimientos a principios del siglo tiene sin duda un papel esencial en
esta evolución diferencial observada en América.
30 Sin embargo, el “margen de maniobra” frente a los modelos
institucionalizados sigue siendo más importante en la cima de la escala social.
Rabell lo percibió bien a propósito de la ilegitimidad muy difundida en la
región de Guanajuato: para las “élites secundarias” que aspiraban más que sus
mayores a “ascender en la escala social”, el respeto de las costumbres, códigos
y modelos no padece alteraciones en lo que se refiere al individuo. En un nivel
“superior” al de los españoles/peninsulares tanto como de los criollos, la
estirpe es la que constituye el punto de referencia, la dinastía: es el honor de
una familia, de una estirpe lo que importa, y los accidentes que jalonan la
trayectoria de un individuo pueden ser aminorados o simplemente callados,
desechados. Esta visión, desde luego no desprovista de ambigüedad, es
presentada de manera explícita en los votos formulados por el conde de San
Mateo a propósito de su hija y heredera Ana María. Y de hecho es el nombre
de una “casa” lo que queda y se transmite a la posteridad si se sabe prevenir la
dispersión de un patrimonio por herederos poco solícitos.30
31 El aristócrata como mediador cultural (y más aún si se trata de un criollo) vive
en realidad en un doble universo, pero en una cotidianidad profundamente
americana, como lo subraya Alberro, en el seno de su propia clase (comodidad
de lenguaje) y de la sociedad novohispana en su conjunto: tiene valor de
ejemplo, en su comportamiento tanto como en su apariencia; con frecuencia
es un benefactor reconocido y celebrado, cuya caridad cristiana y la
compasión que experimenta por los pobres es una constante y una realidad
inmediata, más tangible que la autoridad de un lejano virrey o de un monarca
peninsular.31 Las fiestas coloniales –por otro lado insuficientemente
estudiadas– con su delimitación muy estricta del espacio social (lugares
especiales reservados para los representantes de la nobleza y de la iglesia,
para el cabildo y para los funcionarios reales, las corporaciones, etc., lo que a
veces provoca querellas de precedencia y la multiplicidad de las normas y de
los símbolos que revelan), tienen valor de ejemplo para la vida social y política
del periodo barroco; las inversiones rituales propias de la cultura popular –
celebradas muy a menudo fuera del medio urbano– lo confirman a contrario.
En el momento de afirmar, durante las celebraciones públicas de carácter
ostentatorio, el poder y el prestigio de la corona, sus principales vasallos
ocupan un lugar de elección: la fiesta, ya sea civil o religiosa, tiene como
virtud “honrar” a los participantes, y no exclusivamente a la persona a la que
se rinde homenaje en la ocasión; de ahí su carácter ejemplar, incluso selectivo,
que a veces presenta (exclusión, a semejanza de la “selección” practicada en
las cofradías que participan en ellas o las organizan directamente, de las
personas que se consagran al comercio y demás oficios “mecánicos”: en
particular, hay que evitar la “confusión de clases”, en el sentido étnico del
término); de ahí la existencia de cofradías “elitistas”, como la de Santa
Catarina en la ciudad de México (fundada en 1536) o la de la Preciosa Sangre
de Cristo (1605).
32 La preponderancia de la apariencia (y la jerarquización de los participantes:
las élites son el espectáculo...), propia del mundo hispánico por una parte, y
de la sensibilidad barroca por la otra (y que se observa también en las
“inversiones suntuosas” realizadas por los grandes aristócratas en iglesias,
conventos y catedrales) sigue siendo sin embargo una constante entre las
prácticas desarrolladas por la nobleza local durante las grandes celebraciones
colectivas. Las fiestas son la ocasión por excelencia para poner en escena las
evoluciones de las personas y las asociaciones de colores (mascaradas,
alegorías, danzas); el mecenazgo ocupa también en ellas un lugar especial. La
ambición y la energía de muchos representantes de las “élites principales”
pueden canalizarse en la organización de dichas festividades. Éste fue el caso
de Catalina Espinosa de los Monteros Híjar y Bracamontes, abuela de la
condesa de Miravalle de quien hablamos antes, célebre en la ciudad de México
por las fiestas que organizaba regularmente a fin de festejar a San Nicolás
Obispo en la iglesia de las Mercedes, en la que además su familia disponía de
una capilla privada.32
33 En lo tocante a las formas “privadas” de devoción y a las representaciones a
veces perfectamente oficializadas a las que dan lugar, hay que señalar
asimismo las preferencias manifestadas por los aristócratas en favor de una u
otra cofradía pero también de tal o cual establecimiento religioso. Éstos son
por excelencia el centro de lo que llamamos “inversiones suntuarias” y no sólo
de actividades caritativas o misioneras (realizadas en general a través de las
obras pías): la iglesia de San Juan, edificada por el marqués de Rayas en
Guanajuato; el colegio jesuita financiado por el de San Clemente; el convento
de San Agustín, obra de la munificencia del conde de la Laguna (Zacatecas),
sin olvidar la iglesia churrigueresca de Santa Prisca en Taxco, obra podría
decirse de José de la Borda. Ya mencionamos las capillas privadas creadas en
el interior mismo de las catedrales (ciudad de México, Zacatecas), sitios
privilegiados para el reposo eterno de esos poderosos personajes, al igual que
prestigiosos conventos como el de San Francisco (sobre todo la iglesia
frecuentada por los terciarios), el del Carmen, el de Santo Domingo (capilla de
Nuestra Señora del Rosario o de San Raimundo) y el de San Agustín, en
diversas ciudades del virreinato. En la ciudad de México, la familia Fagoaga
había elegido inhumar a sus difuntos en el convento del Carmen, práctica
iniciada por el fundador de la dinastía, Francisco Fagoaga (en 1736). Los
funerales de su viuda, Josefa Arozqueta, se transformaron en una celebración
pública, con la participación de 114 religiosos...
34 Más excepcional es la exigencia formulada por José María Valdivieso,
marqués del Aguayo, en su testamento de 1828: si bien para el marqués es
importante ser enterrado vestido con el hábito de san Francisco, velado en la
capilla de San Raimundo del convento de Santo Domingo y luego sepultado en
la de San Fernando en la ciudad de México, desea en cambio que la ceremonia
se realice con la mayor simplicidad, hasta con discreción: “sin la más [leve]
insinuación de pompa y absolutamente en secreto”. Sin embargo, este deseo
(¿hay que atribuirlo a las dificultades económicas que enfrentaban entonces
las más grandes familias aristócratas?) ya había sido expresado por la primera
esposa del marqués, Teresa Sagarzurieta, en 1810: “sin concurrencia, pompa
ni ostentación”. En cuanto al segundo conde de San Pedro del Álamo, José
Francisco Valdivieso y Azlor, estipula que en esa ocasión habrán de respetarse
las reglas prescritas por la orden de Calatrava, de la que era caballero.
Asimismo se tendrían que evocar otras elecciones consignadas a este
propósito en los testamentos, reveladoras de múltiples actitudes colectivas, así
como los actos piadosos: tantas misas por la salvación del alma, hasta cinco
mil, como fue la voluntad de Francisco Fagoaga, quien dispuso otras mil (cifra
razonable conforme a la mayoría de los testamentos consultados) para la
salvación del alma de parientes difuntos; por su parte, el conde de San Pedro
del Álamo, José Francisco de Valdivieso y Azlor, decidió que se dirían dos mil
misas (a un peso cada una) por la salvación de su alma (en 1850, Dolores
Valdivieso, condesa del Álamo, exigirá seis mil misas en esas mismas
condiciones, pero celebradas por padres pobres y de buena conducta);
limosnas para hospitales e instituciones de caridad; donaciones destinadas a
viudas y huérfanos (dotes) o, de manera totalmente diferente, beatificaciones
o canonizaciones. Más razonable, Gertrudis de Lorca, marquesa de Aguayo,
indicó en su testamento que deseaba ser enterrada con el hábito de Nuestra
Señora del Carmen, en la iglesia de San Raimundo, situada en el convento de
Santo Domingo en la ciudad de México. Lo mismo sucede con Pedro Ignacio
Echevers Espinal Valdivieso y José María Valdivieso, ambos marqueses de
Echev
Aguayo, quienes insisten en el papel que tuvieron los protectores, los
“patronos” de la familia. En el capítulo de las donaciones figuraban, en su
debido lugar, como sucedía con frecuencia a fines del siglo , las mandas
forzosas y otras donaciones incluyendo en lo sucesivo a la Virgen de
Guadalupe, a la que se veneraba en una colegial situada entonces en los
“alrededores” de la capital, así como a Gregorio López, a la madre María de
Jesús Agreda, a don Juan de Palafox y Mendoza, a fray Sebastián de Aparicio
y a fray Antonio Margil de Jesús.33
35 Pero en el seno de las élites novohispanas se desarrollan antagonismos tanto
como solidaridades (ciánicos, familiares y de redes). La definición plural de
este grupo dominante, de estas élites locales, dista de resolverse al final del
periodo colonial (empieza a darse una distinción entre élites económicas y
élites intelectuales, apadrinadas por las primeras, como es el caso de la
universidad de Guadalajara, donde encontramos como padrinos de
estudiantes a grandes mineros-hacendados de Zacatecas, por ejemplo a
Fermín de Apezechea), como lo indican dos textos con un propósito ideológico
innegable y objetivos evidentes, que ofrecen, ambos, una visión contrastada
del mundo americano. El primero es la Representación que hizo la ciudad de
México al rey don Carlos III en 1771, sobre que los criollos deben ser
preferidos a los europeos en la distribución de empleos y beneficios de estos
reinos (obra del abogado José González de Castañeda, portavoz de la élite
criolla, de los criollos de alcurnia de la ciudad de México). El segundo, igual de
explícito en cuanto a la visión “superior” de su “clase” que ofrecen los
firmantes (los grandes comerciantes peninsulares que habitan en aquélla), es
un Informe del Real Tribunal del Consulado de México sobre la capacidad de
los habitantes de la nueva España para nombrar representantes a las Cortes
(1811).34
36 Textos ambos que proceden desde luego de contextos muy diferentes, sin
duda alguna opuestos en su propósito y sus reivindicaciones (provienen de
dos sectores “privilegiados” que pretenden excluirse mutuamente) pero con
una retórica similar. En el primer caso, de lo que se trata es de tener acceso a
un poder al mismo tiempo civil y religioso y de consagrar así el poder
económico que efectivamente detentan los criollos. En el segundo caso, el
objetivo es desde luego oponerse a las pretensiones políticas antes expuestas y
al proceso que podrían determinar, incluido, en resumidas cuentas, el nivel
elemental que implicaría una representación formal de los “americanos” en
las Cortes de Cádiz. Los dos grupos se presentan pues, por separado, como los
únicos capaces de representar a la sociedad de la Nueva España y de
garantizar su gobierno (aunque por el momento no hay que ver en ello un
cuestionamiento del sistema colonial), basándose en argumentos que
competen al mismo tiempo a la historia, al medio natural y a las condiciones
culturales propias de la Nueva España, y por lo tanto al fundamento
antropológico señalado. Rechazo del mestizaje (étnico: como factor
degradante, de pérdida del honor, salvo en los primeros tiempos de la
conquista; el mestizaje cultural, por el contrario, parece haberse vuelto una
realidad vivida en lo cotidiano) y, elemento conexo y sistemáticamente puesto
en evidencia, la afirmación de su nobleza (hidalguía): los criollos subrayan en
la representación inicial mencionada que los primeros colonos eran
originarios de las “Provincias más limpias de la Península” (motivo reiterativo
de la limpieza de la sangre), ya que la mayoría pertenecían a la “nobleza de
primera categoría”. Las leyes de la monarquía habían conferido, en fin, el
estatuto de hijosdalgos a los españoles americanos descendientes
precisamente de esos primeros conquistadores. Sus condiciones de existencia
les permitían, por lo demás, desarrollar aptitudes y talentos naturales; sin
embargo, rechazan toda implicación en actividades productivas, actitud
sorprendente cuando recordamos la tendencia de las élites, incluso de las
principales, tanto españolas como criollas, a participar en el funcionamiento
de sus “empresas” (como los grandes mineros y comerciantes cuya
“modernidad” permite a las familias implantarse a largo plazo),
transformándose a veces en “capitanes de industria”; lo mismo sucede con sus
descendientes, de los que se dice:35
...se crían y educan con todo el mismo esplendor, gozando de la delizadeza de
las viandas, de el ornato de los vestidos, de la pompa y aparato de los criados y
domésticos, de la sumptuosidad de los edificios, de lo exquisito de sus muebles,
de lo rico de sus vajillas y de todo lo demás que sobre las reglas de la necesidad
natural introduxo en el mundo la ostentación; ignoran lo que es trabajo
corporal, se dedican los más a los estudios.

37 En el mismo orden de ideas, se consagran a carreras honrosas, abrazan a


menudo el estado eclesiástico, recibiendo de todas formas una educación
esmerada, refinada; por consiguiente son capaces de asumir
responsabilidades elevadas. La argumentación de sus detractores
“peninsulares” de que el clima era un factor de flojera de carácter se presenta
aquí como una explicación de la dulzura, de las buenas maneras, de todo
aquello que convendría considerar como diplomacia. Tan nobles y viejos
cristianos como sus detractores, se consideran sin embargo muy favorecidos
por la educación recibida y las condiciones ambientales. Al contrario, los
nobles españoles del Consulado no consienten en diferenciarlos del indio más
que por su riqueza, su carrera, su lujo y sus maneras, que van hasta el
refinamiento en el vicio. Pereza, hipocresía en materia de religión, tendencias
al derroche y a la ostentación (que consumirían las herencias legadas por sus
ascendientes peninsulares) hacen a los criollos incapaces de asumir el papel
representativo reivindicado por los peninsulares. Vemos así que las élites
criollas se definen esencialmente como españolas y no indias, en tanto que los
“peninsulares” no ven en ellas más que mestizos más o menos distantes del
indio. Como indica Alberro, “a partir de una concepción idéntica del indígena,
las necesidades retóricas que se derivan de intereses políticos los llevan a
bosquejar un retrato contradictorio del criollo, fundamento de las
controversias de 1771 y de 1811”. Podríamos agregar que el aspecto exterior,
por no decir la apariencia, tiene aquí un papel esencial. Reivindicando la
misma herencia hispánica, los mismos valores y privilegios –vinculados sobre
todo al ejercicio de un poder político-, los criollos y los peninsulares se
muestran a la mirada del otro en un juego de espejos en el cual algunas facetas
(conceptos) experimentan desde luego una evolución pero que inspirará
numerosos debates y representaciones después de la toma del poder por parte
de los criollos y la formación de una identidad nacional. Renunciando a los
arquetipos iniciales, la mirada del español sobre sí mismo se fundamenta en
lo esencial en la oposición naciente que se insinúa entre los españoles
peninsulares y los criollos; el problema de la identidad de este último, de la
afirmación de su conciencia y de su sensibilidad propias no se plantea
verdaderamente hasta el siglo a través de la devoción a la Virgen de
36
Guadalupe.
38 Esta definición a contrario al mismo tiempo interna (peninsulares/ criollos,
hacendados/comerciantes) conlleva sin embargo oposiciones cada vez menos
marcadas a medida que se acerca el final del siglo : se observa en efecto
un verdadero dinamismo entre las élites principales, son ellas las que eligen el
camino de la “modernidad” económica, a pesar de las rivalidades a menudo
evocadas a propósito de los socios criollos y peninsulares emparentados de
una u otra manera (matrimonio o compadrazgo), parte integrante de la
imagen que les devuelven todos aquellos que aspiran al modelo aristocrático.

CONCLUSIONES
39 La nobleza de la Nueva España logra sin duda alguna, a semejanza de la
nobleza napolitana que nos sugirió estas reflexiones, elaborar un modelo
cultural común a sus diferentes componentes, sujeto sin embargo a nuevas
formulaciones a lo largo del periodo colonial. Si en la primera mitad del siglo
la nobleza napolitana había conseguido, a pesar de la existencia de
facciones, “formular un código unitario”, un “modelo humanista-caballeresco”
que conjuga “virtudes militares y virtudes curiales”, la coyuntura
internacional contribuye a cuestionar su validez, haciendo que el debate
político se reactivara entre un grupo de nobles relativamente “recientes”, muy
fieles a España y a la autoridad del virrey, y la nobleza de seggio aferrada a sus
prerrogativas políticas y territoriales.37
40 Estos inesperados paralelismos encuentran un eco cierto en la Nueva España.
La convergencia de los intereses de una nobleza creada y controlada por el
gobierno madrileño y el estado español rebasa sin embargo por mucho las
similitudes esencialmente de orden político observadas en Italia. El decreto
real llamado de “consolidación de vales reales” (1804) pone desde luego a una
buena parte de la nobleza a la defensiva: a título de ejemplo, sólo el marqués
de Aguayo se encontró deudor de 462 409 pesos, los Fagoaga de 102 000 y el
conde de la Casa Rul de 83 328 pesos; únicamente sus representantes más
dinámicos desde el punto de vista económico logran salvar este escollo; pero
en vísperas de la independencia la nobleza de la Nueva España presenta
todavía una verdadera coherencia, que no es tanto de orden político o
económico (cualesquiera que fueran las alianzas realizadas en estos campos)
sino completamente de orden familiar.
41 En cuanto al discurso, si él pasa también y siempre por una fase de
reconstrucción de los orígenes “españoles” (incluyendo a la nobleza criolla, a
los hidalgos o a los “titulados”), integra comportamientos innovadores que sin
embargo no cuestionan –en lo que se refiere al periodo que nos interesa– el
ideal monárquico y el equilibrio de los poderes y de los estatus. El problema
de la fidelidad, que incluye su verdadero cuestionamiento y por consiguiente
la modificación de las “representaciones” culturales y el aumento del
sentimiento de identidad de la élite criolla, no se dará más que bajo la presión
de los acontecimientos, en un cuestionamiento más concreto, al mismo
tiempo individual y colectivo, en otras palabras durante el vacío constitucional
que se produce en la península (invasión napoleónica), y después ante la
insurrección popular y la guerra de independencia. Pero en el último tercio del
siglo el ejercicio de un poder político (cabildo) o económico (consulados
de comercio) se vuelve sin duda alguna el pretexto y el motivo profundo de
enfrentamientos de tipo ideológico y por ende de una mutación estructural
sostenida por el lento desafío originado por las nuevas capas sociales: sin
embargo, independientemente de la importancia de las innovaciones
observadas en el campo económico, no se observa un cambio decisivo de las
mentalidades (prevalece la continuidad en numerosos comportamientos),
sino más bien su adaptación y un desliz imperceptible hacia nuevas señales,
de las que en primera fila figura el dinero. En cuanto a la legitimidad de
representar a la nación, ésta se volvió la apuesta principal y desde entonces
orienta los términos del debate.38

Bibliografía
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Notas
1. Visceglia, 1993.
2. Véase a propósito de esta imagen, utilizada en un contexto diferente por Lévi-Strauss, del
rechazo de las jerarquías explicativas (así como de la primacía de lo económico) y por
consiguiente de la necesaria “redistribución” de los campos y objetos de la historia, el
comentario de Alberto (1992a).
3. Aparte de las referencias relativas a la nobleza de Zacatecas y a ciertas obras.
especializadas, este estudio se basará asimismo en documentos originales (testamentos)
redactados por aristócratas presentes en Zacatecas pero cuyos vínculos con el norte del
virreinato son aún más marcados (y no se estudian en nuestra obra), lo que permite en
realidad tomar en cuenta la dimensión espacial de los clanes familiares. En este sentido,
ofrece pues un complemento de información sobre las prácticas en uso en el seno de la
nobleza norteña. Agradecemos aquí a Verónica Zarate Toscano por la ayuda brindada en la
localización de dichos documentos.
4. Serrera Contreras, 1977, pp. 131ss; Ladd, 1976, p. 73. Sobre las primeras actividades del
“capitán de frontera” y conquistador Francisco de Urdiñola, véase la síntesis muy útil de
Vargas-Lobsinger, 1992, pp. 25ss.
5. Langue, 1992, pp. 244ss; Pitt-Rivers, 1983, p. 85; Mintz y Wolf, 1950. Para un estudio de
las bases rituales del padrinazgo/compadrazgo y de sus consecuencias prácticas (incesto del
tercer tipo), véase D’Onofrio, 1991. Archivo de Notarías (en lo sucesivo ), Joaquín
Barrientos, núm. 85, 20 de enero de 1808, fols. 5-7v.
6. Véase nuestro trabajo Langue, 1991.
7. Klapisch-Zuber, 1990, pp. 76ss, a propósito de los “parientes, amigos y vecinos” de los
aristócratas florentinos.
8. Couturier, 1992.
9. Lindley, 1987, p. 92.
10. Ibid.,p. 79.
11. Kicza, 1986, pp. 46-47.
12. Kicza, 1991, p. 79.
13. , Andrés Delgado, núm. 26, 27 de abril de 1763, fols. 146-153: testamento de José
Francisco de Valdivielso y Azlor, conde de San Pedro del Álamo; , Antonio Alejo Mendoza,
núm. 392, 31 de agosto de 1748, fols. 81v-88; poder para testar de Francisco Valdivielso,
conde de San Pedro del Álamo y marqués de San Miguel del Aguayo; Ladd, 1976, pp. 55 y 79;
Kicza, 1991, p. 80; Torales Pacheco, 1985 y 1991. Situación observada asimismo entre las
grandes familias florentinas. Cf. Berlihr y Klapisch-Zubei, 1978; Klapisch-Zuber, 1990,
introducción: “Écritures de famille, écriture de l’histoire”. A propósito de los vínculos –
comerciales y otros-mantenidos y cuidadosamente conservados con la “Península”, véase
Kicza, 1994.
14. Klapisch-Zuber, 1990, cap. III: “Parents, amis et voisins”, pp. 59ss; Pescador, 1992, pp.
227-229; Brading, 1975, passim.
15. Archivo Histórico de San Luis Potosí, Silvestre Suárez, 1794, fols. 118-216: fundación de
los dos mayorazgos por Ana María de la Campa Cos, condesa de San Mateo Valparaíso y
Miguel de Berrio y Zaldívar, marqués del Jaral de Berrio, San Luis Potosí, 24 de mayo de
1794; , Andrés Delgado, núm. 206, 22 de enero de 1772, fols. 13v-16: poder para testar de
Ana María de la Campa Cos, condesa de San Mateo Valparaíso; , Francisco Madariaga,
núm. 426, 5 de septiembre de 1839, fols. 760v-769: testamento de Juan Moncada, marqués
de Jaral de Berrio; Tutino, 1983; Couturier, 1992, p. 333; , Joaquín Barrientos, núm. 85, 11
de julio de 1799, fols. 226-228v: testamento de Ana Gertrudis Vidal de Loica; la marquesa del
Aguayo nombra como ejecutor testamentario y tutor de sus hijos a su marido Pedro Ignacio
Echevers Espinal Valdivieso y Azlor, marqués de San Miguel de Aguayo;
Echev , Joaquín
Barrientos, núm. 85, 10 de agosto de 1799, fols. 224v-226: testamento de María Joaquina de
Valdivieso Sánchez de Tagle; , García Romero, núm. 286, fols. 357v-363v, 20 de diciembre
de 1828.
16. Retomamos la triple caracterización utilizada en la obra de Chaussinand-Nogaret, 1991.
17. Kicza, 1986, pp. 244ss.
18. En este punto, las estrategias de los grandes mineros parecen diferir un poco de las
practicadas por los grandes comerciantes, mucho menos propensos –pero la naturaleza de
sus actividades da cuenta de ello– a abandonar las actividades fundadoras de una fortuna y de
un nivel social; véase Kicza, 1991, p. 77.
19. Idem (menciona sin embargo, y de manera bastante extraña, la conservación de minas en
el patrimonio); Couturier, 1992, pp. 327-363.
20. Konetzke, 1953-1962, vol. 3, doc. 564, p. 825.
21. Bertrand, 1994b y 1994a.
22. Libro v, cap. , citado por Pescador (1992).
23. Pescador, 1992, pp. 233, 238 (comprende un estudio detallado del compadrazgo tal cual
lo practicaban los Fagoaga).
24. Lindley, 1987, pp. 57ss; Couturiei, 1992, p. 334.
25. Lindley, ibid., pp. 88-89 y cap. : “Los efectos de la independencia”, pp. 126ss.
26. , Joaquín Barrientos, núm. 85, 23 de julio de 1802, fols. 48-52.
27. , Francisco del Valle, núm. 700, 24 de julio de 1736, fols. 168-172: poder para testar de
María Josefa de Echev
Echevers y Azlor, marquesa de Aguayo y condesa de San Pedro del Álamo;
, Joaquín de Anzurez, núm. 22, 1 de diciembre de 1732, fols. 37v-42v: poder para testar de
José de Azlor e Ignacia Joaquina Echevers,
Echev marquesa de Aguayo (establecido debido a una
próxima visita a sus haciendas de la Nueva Vizcaya...); Vargas-Lobsinger, 1992, p. 59; Langue,
1992, pp. 200-201.
28. , Andrés Delgado, núm. 206, 1 de julio de 1772, fols. 137v-143: testamento de José
Francisco de Valdivieso y Azlor, segundo conde de San Pedro del Álamo.
29. Chaussinand-Nogaret, 1991, pp. 167-187.
30. Langue, 1992, pp. 231ss.
31. Sobre el ejercicio de la beneficencia actual (pero no carente de interés para el periodo que
nos interesa) y la reputación que se le asocia como parte integrante de un sistema de
“reciprocidades tácitas” fundadas en el honor y ...una clientela, véase Pitt-Rivers, 1983, p. 65.
32. Para una visión de conjunto de la fiesta barroca, aunque no exhaustiva, véase Gonzalbo
Aizpuru, 1993. Para un ejemplo significativo de exclusión (del juego de pelota), cf. Viqueira,
1987, pp. 260ss, y Langue, 1992, cap. 8. Sobre el poder federativo de la imagen sobre todo
durante las fiestas religiosas véase Gruzinski, 1990, p. 219. Para referencias más precisas pero
esencialmente descriptivas de la arquitectura y la iconografía de los centros mineros del norte
de la Nueva España (prácticamente no hay análisis del proceso histórico que presidió a esas
realizaciones), cf. Bargellini, 1991, pp. 279ss, a propósito de La Asunción en Zacatecas
(incluye ilustraciones). Couturier, op. cit., p. 331.
33. Pescador, 1992, p. 288; , Joaquín Barrientos, núm. 85, 27 de junio de 1788 (sin foliar):
testamento de José Manuel Valdivieso, conde del Álamo; , Andrés Delgado Camargo, núm.
206, 27 de abril de 176.3, fols. 146-153, y 1 de julio de 1772, fols. 137v-143; testamento de José
Francisco Valdivieso y Azlor, conde de San Pedro del Álamo; , Joaquín Barrientos, núm.
85, 11 de julio de 1799, fols. 226-228v; testamento de Ana Gertrudis Vidal de Loica; , García
Romero, núm. 286, fols. 357v-363v, 20 de diciembre de 1828; , Joaquín Barrientos, núm.
85, 29 de diciembre de 1810, testamento de Teresa Sagarzurieta; , Joaquín Barrientos,
núm. 85, 23 de julio de 1802, fols. 48-52; Joaquín Barrientos, núm. 85, 20 de enero de 1808,
fols. 5-7v; , Manuel Madariaga, núm. 431, 22 de mayo de 1850, fols. 47v-52: testamento de
Dolores Valdivieso, “ex condesa” de San Pedro del Álamo.
34. Citados por Alberro, 1991, vol. 1, pp. 139-159.
35. La mayoría de las siguientes observaciones, así como la cita, fueron tomadas del artículo
de Alberro, cit.
36. Véase sobre este punto Alberro, 1992, pp. 11, 27.
37. Visceglia, 1993, p. 850. La seductora expresión citada por el autor del “modelo humanista-
caballeresco” fue tomada de Bentley, 1987.
38. Ladd, 1976, cuadro 20 y passim; Brading, 1991; Alberro, 1992, pp. 115-116, 121.

Autor

Frédérique Langue

GRAL/CNRS
© Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 2007

Condiciones de uso: http://www.openedition.org/6540

Referencia electrónica del capítulo


LANGUE, Frédérique. 4. Prácticas en espejo: estructura, estrategias y representaciones de
la nobleza en la nueva España In: Poder y desviaciones: Génesis de una sociedad mestiza en
Mesoamérica, siglos XVI-XVII [en línea]. Mexico: Centro de estudios mexicanos y
centroamericanos, 2007 (generado el 15 febrero 2018). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cemca/1574>. ISBN: 9782821828063. DOI:
10.4000/books.cemca.1574.

Referencia electrónica del libro


BAUDOT, Georges (dir.) ; et al. Poder y desviaciones: Génesis de una sociedad mestiza en
Mesoamérica, siglos XVI-XVII. Nueva edición [en línea]. Mexico: Centro de estudios
mexicanos y centroamericanos, 2007 (generado el 15 febrero 2018). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cemca/1556>. ISBN: 9782821828063. DOI:
10.4000/books.cemca.1556.
Compatible con Zotero

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