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Una historia de Asia oriental: De los orígenes de la civilización al siglo XXI
Una historia de Asia oriental: De los orígenes de la civilización al siglo XXI
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Una historia de Asia oriental: De los orígenes de la civilización al siglo XXI

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Una historia de Asia oriental proporciona una historia general de la región, desde el siglo xii a.C. hasta la actualidad. Charles Holcombe se ocupa primero de definir lo que denomina "Asia Oriental" para después escribir una historia que incluye las particularidades de cada pueblo y los rasgos que comparten entre sí. Para el autor resulta fundamental enlazar esta narración con el proceso de globalización actual, perfilando así una explicación de por qué estos países son hoy grandes potencias económicas no sólo en el continente, sino en todo el mundo.
LanguageEspañol
Release dateNov 14, 2016
ISBN9786071644411
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    Una historia de Asia oriental - Charles Holcombe

    CHARLES HOLCOMBE es doctor en historia por la Universidad de Michigan y profesor de la University of Northern Iowa. Ha dedicado su vida al estudio de la historia de China, en especial de las dinastías Han y Tang y del proceso de formación de la comunidad cultural de Asia oriental. Es autor de In the Shadow of the Han (1994) y The Genesis of East Asia, 221 B.C.-A.D. 907 (2001).

    SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA


    UNA HISTORIA DE ASIA ORIENTAL

    Traducción de

    ARTURO LÓPEZ GÓMEZ

    CHARLES HOLCOMBE

    Una historia de Asia oriental

    DE LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN

    AL SIGLO XXI

    Primera edición en inglés, 2011

    Primera edición en español, 2016

    Primera edición electrónica, 2016

    Título original: A History of East Asia. From the Origins of Civilization to the Twenty-First Century © 2011, Cambridge University Press

    Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

    D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4441-1 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    SUMARIO

    Introducción. ¿Qué es Asia oriental?

    I. Los orígenes de la civilización en Asia oriental

    II. La era formativa

    III. La edad del cosmopolitismo

    IV. La creación de una comunidad: China, Corea y Japón (siglos VII-X )

    V. Trayectorias maduras independientes (siglos X-XVI )

    VI. La modernidad temprana en Asia oriental (siglos XVI-XVIII )

    VII. El encuentro de civilizaciones en el siglo XIX

    VIII. La edad de la occidentalización (1900-1929)

    IX. El valle oscuro (1930-1945)

    X. Japón a partir de 1945

    XI. Corea a partir de 1945

    XII. China a partir de 1945

    Epílogo

    Cronología: Dinastías y principales periodos históricos

    Guía de pronunciación

    Glosario

    Bibliografía

    Índice analítico

    Índice de figuras y mapas

    Índice general

    Introducción

     ¿QUÉ ES ASIA ORIENTAL? 

    En los albores del siglo XXI tres de las cinco mayores economías nacionales del mundo estaban en Asia, y la segunda y tercera más grandes, China y Japón, se encontraban específicamente en Asia oriental.¹ Esto representaba un asombroso cambio de la situación que había prevalecido un siglo antes, cuando un puñado de potencias de Europa occidental, junto con los Estados Unidos y Rusia (y con Japón ya como socio minoritario emergente), dominaba económica, militar y políticamente gran parte del planeta. Incluso hasta la mitad del siglo XX, Asia oriental seguía siendo en gran medida preindustrial, a menudo duramente empobrecida y devastada gravemente por la guerra. Incluso Japón, que había tenido éxito en imponerse como una potencia moderna significativa al principio del siglo XX, quedó abatida y en ruinas al final de la segunda Guerra Mundial en 1945. En Japón se necesitaba un nuevo comienzo, que cobró impulso al inicio de la década de 1960. Desde aquel entonces, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur y, con el tiempo, incluso la República Popular de China se unieron a Japón —aunque cada uno en caminos con características diferentes— y alcanzaron también muy notables niveles de moderno despegue económico. Más allá de cualquier duda, el crecimiento económico de Asia oriental ha sido uno de los sucesos más importantes de la historia mundial reciente.

    Además, podría argumentarse de manera persuasiva que más que representar un viraje fundamentalmente inédito de la experiencia pasada, el reciente crecimiento económico de Asia oriental en realidad es más un regreso a lo normal. Durante gran parte de la historia de la humanidad, China —el más grande componente autónomo de Asia oriental— disfrutó de una de las economías más desarrolladas del planeta. En especial después de la desintegración del Imperio romano de Occidente, China fue probablemente el país más rico del mundo por un milenio, aproximadamente a partir del año 500, no sólo en monto global sino en términos per capita. Incluso hasta 1800, cuando la Revolución industrial comenzaba en Gran Bretaña, se estima que China debió representar una parte más grande (33.3%) del total de la producción mundial que toda Europa, incluida Rusia (28.1 por ciento).²

    Es bien sabido que tecnologías cruciales como la pólvora, el papel y la imprenta se inventaron en China. Es menos conocido que el papel y la imprenta tuvieron en realidad un impacto significativo en China mucho tiempo antes de que estas tecnologías transformaran Europa. El papel y la imprenta ayudaron a hacer libros y, por consiguiente, también a difundir el conocimiento, que estaba relativamente disponible en la China premoderna. Se ha sugerido seriamente que China pudo haber producido más libros que todo el resto del mundo antes del siglo XVI.³

    Pese a que, cuando se comparan con China, los otros países de Asia oriental premoderna eran bastante pequeños en tamaño —en 1800 la población china pudo haber sido más o menos de 300 millones, la de Japón aproximadamente de 30 millones y la de Corea de ocho millones—, cada uno hizo notables contribuciones y produjo variantes únicas de la civilización asiática oriental. Por ejemplo, Corea fue pionera en el desarrollo de la imprenta de tipos móviles metálicos en 1234 (aunque los tipos móviles hechos de arcilla cocida, en lugar de metal, ya habían sido usados en China en la década de 1040). Japón, de manera bastante sobresaliente, se convirtió quizá en la primera sociedad no occidental del mundo en modernizarse con éxito. A pesar de su tamaño relativamente pequeño, en la era moderna, Japón, en muchas maneras, ha eclipsado a China volviéndose dominante a nivel regional en Asia oriental, y, durante gran parte del pasado siglo XX, Japón fue la segunda potencia económica más importante del mundo, sólo después de los Estados Unidos.

    Aun cuando Asia oriental fue relativamente más pobre y más débil a principios del siglo XX, siguió siendo globalmente significativa. La segunda Guerra Mundial, por ejemplo, empezó en Asia oriental, en un puente cercano a Beijing, en 1937. Hoy no debe haber ninguna duda sobre la importancia de la región. China es la potencia mundial con mayor crecimiento y, aunque continúa siendo pobre y subdesarrollada en términos per capita, partes de lo que a veces se denomina la Gran China ya se comparan favorablemente con casi cualquier parte del planeta. Hong Kong, por ejemplo, que ahora es una región semiautónoma de la República Popular de China, hoy en día disfruta de un ingreso per capita por encima del de algunos países altamente desarrollados como Australia, Canadá, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Japón, Suiza o, ciertamente, casi todos exceptuando a un puñado de las tierras más prósperas del mundo. Taiwán y Singapur son dos lugares de etnias predominantemente chinas que también han conseguido un notable éxito económico. Incluso Singapur tiene ahora un mayor ingreso per capita que los Estados Unidos.⁴ Aunque puede ser que recientemente ya haya sido sobrepasado por China en términos del tamaño real total de su economía (medida en términos de paridad de poder adquisitivo), Japón aún sigue siendo probablemente la segunda economía más industrializada completamente madura del mundo. Corea del Sur es un ejemplo espectacular de historia de éxito moderno de la Cuenca del Pacífico, y Corea del Norte, aunque ciertamente menos próspera que el sur, atrae, sin embargo, la atención global como potencia nuclear imprevisible y a veces beligerante.

    Asia oriental es, por lo tanto, una región de importancia crítica en el mundo, pero ¿qué es Asia oriental? ¿Qué los hace asiáticos orientales? Asia, como un todo, no es en realidad una entidad cultural y geográfica coherente. El concepto de Asia lo heredamos de los antiguos griegos, quienes dividieron al mundo en general en dos partes: Europa y Asia. Sin embargo, para los griegos esta Asia original era principalmente sólo el Imperio persa. Conforme el alcance de Asia se expandió más allá de Persia y de lo que ahora llamamos Asia Menor, fue incluyendo tantas culturas y pueblos diferentes que la etiqueta perdió casi todo su significado. A finales del siglo XVIII, por ejemplo, dos tercios del total de la población mundial y 80% de la producción del mundo se localizaban en Asia. Esta Asia era nada menos que todo el Viejo Mundo, exceptuando Europa. Sin embargo, si Asia en su totalidad no es un término muy significativo, la palabra aún puede ser útil como ancla terminológica para ciertas subregiones geográficas, como Asia meridional y Asia oriental, que tienen más coherencia histórica.

    Hasta estas subregiones, por supuesto, deben ser definidas aún un tanto arbitrariamente. Los asiáticos orientales premodernos ciertamente no pensaron en sí mismos como asiáticos ni como asiáticos orientales. Hoy en día, el Departamento de Estado de los Estados Unidos agrupa el sureste asiático e incluso Oceanía junto a Asia oriental en su Agencia de Asuntos Asiáticos Orientales y del Pacífico. Las regiones geográficas pueden definirse de muchas formas y a ellas pueden aplicarse diversas etiquetas para adecuarse a diferentes propósitos. Sin embargo, en términos históricos, y especialmente considerando la cultura premoderna compartida, es más útil definir a Asia oriental como la región del mundo que usó de manera extensiva el sistema de escritura chino y que absorbió por medio de estas palabras escritas muchas de las ideas y los valores de lo que llamamos confucianismo, gran parte de la estructura de gobierno legal y política asociada, y ciertas formas específicas de budismo asiático oriental. Una premisa fundamental de este libro es que Asia oriental es realmente una región coherente cultural e históricamente, que merece atención seria como un conjunto y no sólo como un grupo aleatorio de países individuales o algunas líneas arbitrarias en un mapa.

    MAPA 1. Mapa físico de Asia oriental.

    Al mismo tiempo, Asia oriental también es parte de una experiencia humana compartida universalmente. En la era de la globalización actual, por supuesto, el planeta se encuentra, al día de hoy, especial y estrechamente interconectado, pero los vínculos humanos globales se remontan en realidad al inicio mismo de la existencia humana. Tales interconexiones se mantuvieron siempre razonablemente activas, en particular dentro del Mundo Antiguo Euroasiático. En el otro extremo del enfoque de esta perspectiva global, Asia oriental en sí misma (como Europa occidental) también está compuesta de varios países independientes, cada uno de los cuales tiene, a su vez, varios niveles y tipos de subdivisión interna.

    Específicamente, Asia oriental incluye hoy en día lo que a veces se llama la Gran China (la República Popular de China, Hong Kong, Taiwán y, de manera más periférica, Singapur), Japón y Corea. Asimismo, Vietnam representa un caso marginal, puesto que ocupa una zona transicional que cruza el este y el sureste asiáticos. Vietnam mantuvo sin duda significativos lazos históricos con China. Un libro sobre Vietnam publicado a mediados del siglo XX incluso se tituló Little China.⁶ Sin embargo, en aquel tiempo, Vietnam quizá fue más comúnmente conocido como Indochina, una designación compuesta (que refleja las influencias china e india por encima del mosaico de culturas nativas) que transmite con propiedad parte de la verdadera complejidad cultural de Vietnam. Como Vietnam se incluye por lo regular en estudios del sureste asiático, será incluido sólo de manera marginal en este libro.

    Asia oriental tiene una coherencia histórica como civilización que es más o menos equivalente a lo que pensamos de la civilización occidental, con el prototipo de la Edad de Bronce como la primera que surgió en la alta Antigüedad en la región que ahora llamamos China, misma que proveyó aproximadamente el mismo tipo de núcleo de legado histórico para los países modernos de China, Japón y Corea que las antiguas Grecia y Roma dejaron para las modernas Italia, Francia, Gran Bretaña, Alemania y lo que concebimos de manera vaga e imperfecta como Occidente. Esta obra, en tanto que pone atención en las interconexiones globales más amplias y en las diferencias locales, intentará presentar una historia relativamente integrada de Asia oriental como un todo. De manera un tanto inusual, se enfocará también, de forma relativamente precisa, en el periodo de la Antigüedad media (empezando más o menos en el siglo III d.C.) cuando surgió por vez primera una región cultural asiática oriental coherente, que incluyó a China, Japón y Corea.

    No obstante, se debe enfatizar que ninguna civilización así constituye una realidad concreta permanentemente fija y aislada. Las que llamamos civilizaciones son meras abstracciones que la gente imagina acerca de ciertas continuidades y conexiones históricas que alguien ha decidido que son significativas: sin realidad concreta. Las fronteras son siempre permeables, todas las culturas interactúan e intercambian artefactos e ideas y por todas partes pueden discernirse múltiples capas anidadas que las diferencian dentro de lo que es en última instancia una comunidad humana global única.

    Asimismo, en la presente era de la globalización, todas estas distinciones regionales civilizadoras son en cierta medida borrosas. Desde el siglo XX, gran parte de las características que hacían que Asia oriental fuera asiática oriental, como el sistema único de escritura, el confucianismo y las monarquías de corte tradicional, han sido cuestionadas, rechazadas o abandonadas, a veces plenamente por conciencia propia, en nombre de la modernización universal o el nacionalismo local, o incluso de ambos. Las distintas naciones de la Asia oriental moderna son hoy en día, de algunas formas, más diferentes unas de las otras y, al mismo tiempo, paradójicamente, más parecidas a cualquier otro país moderno exitoso del planeta, que lo que pudo haber sido el caso (al menos en el nivel de la élite educada) en tiempos premodernos. Aun así, el legado del viejo vocabulario sigue vivo. Corea del Sur, por ejemplo, es al mismo tiempo un país moderno occidentalizado por completo con lazos especialmente estrechos con los Estados Unidos, que a veces es llamado también ¡el país más confuciano de Asia! El mismo hecho del éxito económico moderno y dinámico, que se concentra de manera tan desproporcionada en la región de Asia oriental, sugiere también que ahí podría haber aún algo que distingue a Asia oriental.

    Si Asia oriental continúa siendo una región cultural moderadamente coherente hasta hoy, del otro lado, Asia oriental también ha sido siempre diversa internamente. No sólo las naciones más importantes de Asia oriental son a menudo claramente diferentes unas de las otras, sino que cada nación también contiene dentro de sí misma una serie de capas con diferencias internas. De igual forma, Asia oriental ha cambiado mucho a lo largo del tiempo, de manera más obvia y abrupta en el periodo moderno, pero también a través de la historia. No hubo una eterna continuidad tradicional en la Asia oriental premoderna.

    Como una muestra de este continuo proceso de cambio, podríamos formularnos una pregunta sorprendente: ¿qué tan vieja es China? A menudo se supone que la civilización china es la más antigua que existe en el mundo tras haber surgido en la tardía Edad de Piedra (el Neolítico), haber florecido en el auge de la civilización de la Edad de Bronce, que surgió en 2000 a.C., y haber sobrevivido a partir de entonces sin interrupción hasta el día de hoy. De hecho, hay algo cierto en esta leyenda popular. Aunque quizá pueda ser difícil determinar muchos aspectos de la cultura de la tardía Edad de Piedra que aún pueden observarse hasta hoy en día (aunque la seda, la preferencia por la carne de puerco y el cultivo del arroz pueden citarse como conspicuos identificadores culturales antiguos), es altamente significativo que las primerísimas muestras de escritura encontradas en el área de China, datadas aproximadamente en 1200 a.C., hayan sido escritas en una versión arcaica de la misma lengua china y en el mismo sistema de escritura china que se sigue usando hoy en día. En este sentido, China es realmente muy antigua.

    Los primeros libros escritos en esa lengua china, producidos durante el curso del último milenio antes de Cristo, formaron el eje de un canon literario muy apreciado que siguió siendo fundamental de manera continua para lo que llamamos civilización china, al menos hasta inicios del siglo XX. Durante el curso de este mismo último milenio formativo antes de Crsto, también puede decirse que surgió una conciencia discernible del ser chino (denominado Huaxia), en oposición a los pueblos extranjeros vecinos como el Rong, Di, Man y Yi. De esta manera, los Estados Combatientes de la tardía era Zhou (403-221 a.C.), aunque cada uno eran países soberanos independientes, también podrían describirse como diferentes reinos chinos rodeados por varios pueblos no chinos.

    Después de la unificación Qin de estos Estados Combatientes para formar el primer imperio en 221 a.C., un ideal de unidad perdurable bajo un único gobierno imperial centralizado también se planteó firmemente. Aunque el notable registro chino subsecuente de unidad política perdurable se explica a veces en términos de supuesta homogeneidad étnica y cultural (es muy fácil asumir que el chino estaba unificado naturalmente porque, después de todo, todos ellos son chinos), esto más bien podría ser de otra forma: la relativa homogeneidad étnica y cultural china es al día de hoy el producto final de milenios de unidad política. Desde luego, la temprana población del Imperio chino estaba bastante mezclada.

    Incluso después de esa primera unificación imperial en 221 a.C., China continuó cambiando. Habían existido más o menos 80 dinastías premodernas históricamente reconocidas en el lugar que llamamos China (aunque sólo cerca de una docena de estas dinastías eran consideradas verdaderamente importantes). Cada dinastía era, en cierto sentido, un estado separado. Muchas tenían gobernantes que se podían identificar como no chinos. Además, China también había sufrido no pocos periodos de división desde aquella primera unificación imperial e incluso durante periodos de gran unidad las modas siguieron cambiando. Como Guo Maoqian (fl. 1264-1269) observó en el siglo XIII: Las canciones populares y las costumbres nacionales también tienen un nuevo sonido cada generación.⁷ China premoderna estaba lejos del estatismo.

    Si China puede ser llamada una antigua civilización, en el otro extremo también es posible argumentar que el mismo concepto de una nación china no existía sino hasta cerca de 1900. En general se cree que el Estado-nación es una invención del Occidente moderno, y desde luego la palabra nación (minzu, que designa un pueblo en vez de un país o un Estado) fue importada por el idioma chino sólo a fines del siglo XIX.⁸ China intentó reconfigurarse primero como un Estado-nación de corte occidental sólo después del derrumbe del imperio y el establecimiento de la República de China en 1912. Además, el país concreto, en el que muchos de nosotros pensamos hoy en día simplemente como China, más formalmente conocido como República Popular de China (RPC), data apenas de 1949. Tampoco fue éste meramente el nuevo nombre para una vieja realidad: en toda la historia del planeta ha habido escasamente unas cuantas rupturas revolucionarias que pretendieron ser tan absolutas y radicales como la de la Nueva China tras su liberación en 1949. En retrospectiva, por supuesto, muchos de los cambios revolucionarios impuestos después de 1949 no han resultado ser muy perdurables, y en años recientes ha habido incluso cierta reactivación de viejas tradiciones; aun así, la República Popular de China marca un evidente quiebre en la continuidad de la historia.

    Incluso la palabra China no es china en sí misma, literalmente. La palabra inglesa y castellana China probablemente deriva del sánscrito (indio) Cina, la cual sucesivamente pudo haber derivado del nombre del importante reino chino de la frontera noroeste y primera dinastía imperial, Qin. Además de que los chinos no se llamaban a sí mismos chinos, podría argumentarse que no hay ningún término equivalente preciso en la lengua nativa, por lo menos antes de los tiempos modernos. Un estudioso distinguido llegó incluso al extremo de afirmar que el concepto y la palabra China simplemente no existían, excepto como una ficción extranjera.

    De lo que no cabe duda es que los antiguos chinos ya tenían algunas autoconcepciones razonablemente coherentes. Los nombres con los cuales se identificaban a sí mismos los primeros chinos son frecuentemente aquellos de reinos específicos o dinastías imperiales, como la Qin, la Chu o la Han, pero había también unas cuantas palabras de la antigua lengua china que nosotros podríamos traducir razonablemente como China o chino, como Huaxia 夏, el cual ya ha sido mencionado, y Zhongguo. Sin embargo, ni siquiera éstos eran sinónimos perfectos de las palabras inglesa y castellana China. Al principio, Huaxia parece haber sido un identificador cultural algo elástico, que no se refería ni a la raza ni a la etnicidad ni a cualquier país particular, sino a poblaciones civilizadas, asentadas, instruidas y agrícolas que se ceñían a rituales comunes establecidos, a diferencia de los bárbaros.¹⁰

    Zhongguo, el país central (o los países centrales, ya que la lengua china no hace distinciones gramaticales entre singular y plural), el cual a menudo se traduce de manera pintoresca como el Reino del Medio, de alguna manera también contrastaba a los países civilizados del centro contra la periferia de los bárbaros. Inicialmente, el término Zhongguo pudo haberse referido realmente sólo a la ciudad capital real. Después, durante el periodo de los Estados Combatientes, Zhongguo definitivamente debió entenderse como plural porque entonces existían múltiples países centrales.

    El término Zhongguo se mantuvo por mucho tiempo más como una descripción geográfica que como un nombre propio, relativo simplemente a los países en lo que se imaginaba que era el centro del mundo: la Planicie Central del área norte de China. Incluso hasta los siglos III y IV d.C., unos 500 años después de la primera unificación imperial en 221 a.C., toda la mitad sur de lo que hoy pensaríamos perfectamente como China podría ser explícitamente excluida del Zhongguo. Después de la conquista del Estado Wu del Sur (chino) en 280 a manos del norte, unos versos para niños predecían, por ejemplo, que algún día "Zhongguo [el norte] sería derrotado y Wu [en el sur] ascendería de nuevo al poder".¹¹

    Hoy es probable que Zhongguo sea el equivalente más cercano en lengua china a la palabra inglesa y castellana China. Aun así, tanto la República Popular, en el continente, y la República de China (confinada a la Isla de Taiwán desde 1949) siguen siendo oficialmente conocidas, en cambio, con una combinación híbrida de los dos términos antiguos Zhongguo y Huaxia: Zhong-hua

    Hoy en día, la idea de que China sea el Reino del Medio es considerada por muchos occidentales como ofensiva y arrogante, o simplemente ridícula. No obstante, semejante etnocentrismo fue difícilmente exclusivo de China. Casi todas las primeras civilizaciones, de hecho, se veían a sí mismas como si ocuparan el centro del mundo. Si bien China podría ser un tanto inusual en preservar esta antigua concepción en un nombre que aún se usa hoy, piénsese en nuestro nombre para el Mar Mediterráneo: también viene originalmente de la expresión latina que significa en el centro de la tierra. Simplemente nos hemos acostumbrado al nombre, comprendemos poco el latín y hemos olvidado lo que significa.

    Lo que es más, fueron los occidentales quienes se refirieron de manera más literal a los extranjeros como bárbaros. Bárbaro es una palabra castellana que deriva de la antigua expresión griega para aquellos sonidos ininteligibles bar-bar emitidos por extraños quienes eran tan incivilizados que no hablaban griego. Naturalmente, los antiguos chinos no sólo no usaban la palabra griega, sino que no tenían palabra en chino clásico que fuera el equivalente exacto de ésta. Ciertamente, hay varios términos chinos que se traducen comúnmente de manera vaga al español como bárbaro, pero esto (como es frecuente en el caso de traducciones) es un poco engañoso. Para ser precisos, estos términos son todos nombres genéricos chinos para varios pueblos no chinos. La palabra Yi, por ejemplo, fue usada para referirse a pueblos no chinos del este. Tales nombres fueron a menudo tan inexactos o poco auténticos como el nombre de indio, erróneamente aplicado por los primeros europeos modernos a los nativos de América. Con todo, así como el término indio americano, continúan siendo fundamentalmente nombres y no tanto palabras que significan bárbaro.

    Si China no es un nombre chino, entonces, ¿qué sucede con los nombres que nos resultan familiares para los otros países del este asiático? La palabra castellana Japón es actualmente una versión deformada, vía el malayo, de la pronunciación china (Riben en el mandarín unificado actual, el cual también puede ser pronunciado Jih-pen en un antiguo sistema fonético) del nombre de dos caracteres que 日本, en japonés se pronuncia Nihon (o Nippon). El nombre Nihon origen del Sol— es, sin embargo, uno de los primeros nombres japoneses nativos genuinos para Japón, aunque probablemente podría haber sido concebido sólo desde el exterior de Japón, en territorio más hacia el oeste, y pudo haber sido usado por primera vez por inmigrantes del continente en Japón. Al parecer, el nombre fue adoptado conscientemente por la corte japonesa a finales del siglo VII, debido al favorable significado de sus caracteres escritos.¹²

    En ciertos sentidos, podría argumentarse que Japón ha sido menos quimérico como país y ha demostrado más continuidad histórica desde la Antigüedad que China. Desde los albores de la historia que podemos considerar fidedigna, Japón ha tenido, ininterrumpidamente, y de manera única en todo el mundo, una sola familia gobernante. Ha habido sólo una dinastía japonesa, en contraste con las aproximadamente 80 dinastías chinas y las dos repúblicas posdinásticas. Sin embargo, por otro lado, los emperadores japoneses raras veces han ejercido gran parte del poder real, la corte y el emperador a menudo han sido completamente irrelevantes para la historia en general de las islas japonesas, y Japón, también, ha estado dividido. Además, gran parte de la tradición japonesa no es realmente tan vieja y partes importantes de ésta finalmente pueden rastrearse en orígenes extranjeros. El budismo zen japonés, por ejemplo, es especialmente una forma china de lo que originalmente fue una religión india. El esencial arte japonés de la ceremonia del té (chanoyu) nació apenas a finales del siglo XV, aunque los japoneses habían aprendido a tomar el té (de China) siglos antes. El sushi, como lo conocemos, empezó como una comida rápida de la calle en el siglo XIX en la era Edo en Tokio. El deporte nacional japonés del judo fue inventado, como tal, sólo hacia fines del siglo XIX, por el mismo hombre que fungió como el primer miembro japonés del Comité Olímpico Internacional. Incluso es probable que el propio Estado-nación japonés no haya adoptado su forma final sino hasta el siglo XIX.¹³

    .) Aunque Corea es hoy un ejemplo excepcional de Estado-nación moderno étnicamente homogéneo (deformado por una división política e ideológica, norte contra sur, desde 1945), se puede argumentar que Corea, como tal, realmente nunca existió antes de la primera unificación de la península bajo el gobierno nativo en 668.

    Vietnam no será abordado exhaustivamente en este volumen, pero la historia de cómo obtuvo su nombre, sin embargo, es pertinente y fascinante. El nombre Vietnam fue el primero que se propuso, increíblemente, desde Beijing en 1803. Antes de ese momento, lo que concebimos como Vietnam había sido llamado comúnmente Annam. (Todavía después, como colonia francesa, era ampliamente conocido en Occidente como Indochina, como se dijo antes.) El nuevo nombre del siglo XIX, Vietnam, estaba pensado a conciencia para evocar a la memoria a un antiguo reino (208-110 a.C.) llamado Viet del Sur (pronunciado en vietnamita Nam Viêt). No obstante, como la capital del antiguo reino Viet del Sur estaba donde ahora se encuentra la moderna ciudad de Cantón (Guangzhou), en China, el Vietnam del siglo XIX estaba obviamente más al sur. Cuando el viejo nombre fue restablecido, por lo tanto, quedó claro que habría que alterarlo para cambiar Viet del Sur por Al Sur de Viet. Este ajuste se logró en vietnamita (y en chino) simplemente trasponiendo el orden de las palabras: de Nam Viêt a Viêt Nam.¹⁴ De este modo, la razón por la cual la capital del antiguo reino de Viet del Sur estaba sorprendentemente localizada al norte del moderno Vietnam, lo que en la actualidad es China, fue porque el reino de la muy temprana Edad de Bronce llamado Viet (en chino, Yue), del que todos estos nombres presuntamente derivan, finalmente, se había localizado más allá del norte, cerca de la moderna provincia china de Zhejiang, ¡casi a mitad del camino costa arriba de lo que hoy es China! De hecho, textos chinos tempranos se refieren a gran parte de lo que es ahora el sureste de China como la tierra de los Cien Viets.

    Este repaso ayuda a ilustrar qué lejos estaba Asia oriental de ser estática y de poseer tradiciones inmutables. No sólo el nombre Vietnam era nuevo en 1803, sino que también el conjunto total de los territorios y grupos étnicos que ahora constituyen Vietnam era bastante nuevo y sin precedentes en ese tiempo. Vietnam independiente se originó (en el siglo X) sólo en el área del valle del Río Rojo de lo que ahora es el norte. Después de siglos de expansión hacia el sur (y a veces división), cuando un nuevo emperador finalmente unificó todo Vietnam a inicios del siglo XIX, se convirtió de alguna manera en un reino […] que nunca antes había existido.¹⁵

    Decir que Vietnam no existió antes del siglo XIX, por supuesto, es, en algunos sentidos, tan absurdo como tratar de demostrar que China tampoco existió hasta la época moderna. Sin embargo, antes, en realidad, ni China ni Vietnam habían existido bajo sus nombres y configuraciones actuales exactas, a pesar de sus genuinos linajes antiguos. Ningún país, pueblo o civilización existe inmutable para siempre. Hay corrientes antiguas dinámicas que son renovadas continuamente. Toda la historia es sobre cambio y Asia oriental ha experimentado tantos cambios como casi cualquier región con la que se le compare. Éste es el relato de la historia de Asia oriental.

    LECTURAS COMPLEMENTARIAS

    Diferentes formas de definir Asia oriental se estudian en la introducción de John H. Miller, Modern East Asia: An Introductory History, M. E. Sharpe, Armonk, 2008. Una colección particularmente valiosa de ensayos dirigida a Asia oriental como un área cultural coherente es la de Gilbert Rozman (ed.), The East Asian Region: Confucian Heritage and Its Modern Adaptation, Princeton University Press, Princeton, 1991. Para una fascinante, aunque ahora algo obsoleta, exploración de cómo fueron concebidas geográficamente China y Asia por mentes occidentales, véase Andrew L. March, The Idea of China: Myth and Theory in Geographical Thought, Praeger, Nueva York, 1974.

    Algunos estudios reconocidos sobre la historia de Asia oriental son los de Warren I. Cohen, East Asia at the Center: Four Thousand Years of Engagement with the World, Columbia University Press, Nueva York, 2001; Patricia Buckley Ebrey, Anne Walthall y James B. Palais, East Asia: A Cultural, Social, and Political History, Houghton Mifflin, Boston, 2006; John K. Fairbank, Edwin O. Reischauer y Albert M. Craig, East Asia: Tradition and Transformation, ed. rev., Houghton Mifflin, Boston, 1989, y Conrad Schirokauer, Miranda Brown, David Lurie y Suzanne Gay, A Brief History of Chinese and Japanese Civilization, 3ª ed., Wadsworth, Boston, 2006.

    I. LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN

    EN ASIA ORIENTAL

    FUERA DE ÁFRICA:

    LOS PRIMEROS ASIÁTICOS ORIENTALES

    De acuerdo con un Registro antiguo, ahora perdido, citado en la Historia de los Tres Reinos (Samguk yusa), texto coreano del siglo XIII, la divinidad Hwanung descendió del cielo al monte T’aeback, cima sagrada en la fuente de los ríos Yalu y Tumen, en la frontera actual entre Corea y China; allí se unió con una osa a la que había ayudado a transformarse en humana. De esta unión nació el gran señor Tan’gun, supuestamente en 2333 a.C., quien fundó el país conocido como Antiguo Chosŏn y a quien se reconoce comúnmente en la actualidad como el padre de la nación coreana.

    Por otro lado, de acuerdo con el Registro de hechos antiguos (el Kojiki japonés, compilado en 712 d.C.), el nieto de Amaterasu, la diosa del sol, fue enviado del cielo a la tierra como portador de las tres insignias reales sagradas del Imperio japonés —el abalorio recurvo magatama, el espejo de bronce y la espada— para convertirse en el fundador de la línea imperial de Japón (la misma que ocupa hasta el día de hoy el Trono de Crisantemo en Tokio) y en el origen de la nación japonesa.

    Mucho antes, en China, varias antiguas casas reales también se atribuyeron orígenes divinos o milagrosos, aunque, en general, los investigadores occidentales se han admirado de la relativa ausencia de importantes mitos desde los albores de la historia china. La versión tradicional de la historia de China comienza, en cambio, con una edad más aparentemente humana de héroes culturales (legendarios). El primero de ellos fue Fuxí (que se remonta supuestamente a 2852 a.C.), que domesticó animales por primera vez; el segundo, Shennong (hacia 2737 a.C.), que inventó la agricultura, y el emperador Amarillo (cuyo reino empezó en 2697 a.C.), quien se concibe popularmente como el ancestro del pueblo chino.

    A pesar de que el emperador japonés abjuró oficialmente de su divinidad después de la segunda Guerra Mundial en 1946 y de que en realidad hoy en día existe poca gente que crea literalmente en la historia del origen del Imperio japonés a partir de la diosa del sol, algunos de estos mitos y leyendas son todavía bastante atractivos.¹ Es dudoso, sin embargo, que muchos no nativos, provenientes de religiones y tradiciones culturales diferentes, hayan dado mucho crédito a estas historias de origen divino. Los europeos del periodo moderno temprano, por ejemplo, tenían suposiciones propias muy diferentes acerca de los posibles orígenes de los asiáticos orientales. De manera no poco común, en un libro publicado en Ámsterdam en 1667, Atanasio Kircher especuló que los chinos debían de descender de Ham, hijo del bíblico Noé, a través de Egipto, lo cual explicaba también la aparente (pero bastante superficial) similitud entre la escritura china y los jeroglíficos egipcios.²

    Incluso después de que los europeos se informaron mejor acerca de Asia oriental continuó la amplia aceptación de la teoría según la cual la civilización debía de haberse difundido a China (y a todas partes) desde un punto de origen, universal y común, en algún lugar de Medio Oriente. Implicar que toda la civilización se origina en Occidente (no obstante el hecho de que sea un Occidente cuya historia haya comenzado, extrañamente, en el Creciente Fértil que comprende ahora Irak y Egipto) y que, por lo tanto, todos los pueblos no occidentales debieron haber sido incapaces de alcanzar la civilización por sí mismos, era comprensiblemente ofensivo para muchos no occidentales. A medida que se acumulaban incesantemente, durante el siglo XX, los vestigios arqueológicos que probaban que la civilización de la Edad de Bronce en China era en efecto muy antigua, y que mostraba muy poca evidencia de una importación directa de Occidente, muchos investigadores optaron por preferir la teoría contraria de un origen autóctono casi completamente independiente. Por ejemplo, Ping-ti Ho, en su estudio clásico de 1975, nombró a China La Cuna de Oriente, en un paralelismo consciente con la llamada Cuna de la Civilización (occidental) en el Creciente Fértil de Egipto y Mesopotamia.³

    Sin embargo, probablemente siempre fue un error asumir que la única alternativa era una opción binaria entre difusión desde un punto de origen común y desarrollo local enteramente independiente. Siempre han existido los viajes y la comunicación frecuente a través de largas distancias, pero también es cierto que el movimiento era, en general, extremadamente lento y difícil en la Antigüedad, y las comunidades locales, sobre todo las relativamente distantes y aisladas, se desarrollaron naturalmente de forma independiente. La explicación más probable de todas las diferentes civilizaciones históricas del mundo es una combinación de orígenes humanos últimos y múltiples procesos constantes de diversificación local e intercambio, en un proceso de interacción que se ha descrito como no tanto difusión sino dialéctica.

    Nuevos descubrimientos en el campo de la genética, en especial en el estudio del ADN mitocondrial, hacen que parezca cada vez más probable que todos los seres humanos modernos alrededor del mundo compartan ancestros en común relativamente recientes y que tengan un parentesco cercano. Una teoría influyente en la actualidad es que los humanos modernos se expandieron por todo el planeta a partir de una tierra natal ancestral común en África tan sólo en los últimos 100 000 años. Gracias al fechado por carbono 14, sabemos que los humanos modernos alcanzaron Eurasia oriental por lo menos alrededor del año 25000 a.C., y acaso tan tempranamente como hace de 50 000 a 60 000 años. Incluso científicos destacados que se mantienen escépticos ante esta teoría fuera de África han aceptado que resultan improbables unos orígenes por entero independientes para las diferentes poblaciones humanas y simplemente sugieren, en cambio, que se desarrollaron variaciones humanas locales a lo largo de un periodo de tiempo mucho mayor, dentro de una red laxa de intercambios genéticos suficientes para conservar aquello que es común a toda la especie humana.

    Globalmente, entonces, existen tres grandes centros de desarrollo cultural durante la Edad de Piedra tardía (Neolítico), con base en el descubrimiento crucial de la agricultura: uno en Eurasia occidental, que involucra el trigo y la cebada; uno en Eurasia oriental, que involucra el arroz y el mijo, y uno en las Américas, basado en el maíz. Por su parte, dentro de Eurasia oriental hubo múltiples culturas locales en la Edad de Piedra tardía. Estas culturas, además, no se alineaban necesariamente con alguna frontera nacional moderna. Es erróneamente anacrónico pensar que estos pueblos de la Edad de Piedra ya eran chinos o coreanos o japoneses, por ejemplo.

    Sólo dentro del territorio que consideramos ahora como propiamente China había una gran variedad local, y también una amplia división muy significativa entre norte y sur. Los pueblos del sur cultivaban arroz —desde, por lo menos, 8000 a.C. en el valle inferior del río Yang-tse—, gustaban de las barcas, tendían a elevar sus casas sobre el nivel del suelo con postes, producían cerámica impresa con diseños geométricos y probablemente hablaban lenguas más cercanas a las que ahora se hablan en el sureste de Asia que al chino moderno.

    Los pueblos del norte, por otro lado, centrados sobre todo alrededor del valle del río Amarillo y lo que comúnmente se conoce como la Planicie Central, cultivaban mijo y a menudo vivían en casas excavadas parcialmente bajo el nivel del suelo, tal vez con fines de aislamiento. Al menos algunos de estos pueblos del norte deben de haber hablado una versión temprana del chino. Arqueólogos modernos llaman Yangshao al más famoso de estos complejos culturales del norte (de alrededor de 5000 a.C.) y se conoce por su cerámica pintada, vívidamente decorada.

    A lo largo de la franja septentrional, aproximadamente en la región que ahora se denomina Mongolia interior, el clima se volvió al parecer un tanto más frío y seco cerca de 1500 a.C., y los pueblos allí asentados abandonaron gradualmente la agricultura para dedicarse a la cría de ganado. Los animales de pastoreo, que se alimentan con pasto silvestre, como los borregos y el ganado, comenzaron a predominar sobre los cerdos, que tradicionalmente habían provisto la carne de primera necesidad en la dieta china, pero que no podían pastar y necesitaban el apoyo de una sociedad agrícola. A medida que la técnica de la equitación —al parecer dominada por primera vez en las regiones occidentales colindantes con la gran zona de praderas llamada estepa, que se extiende hacia el este, desde la Planicie Húngara en Europa hasta Mongolia— finalmente se expandió a las cercanías de China, quizá hacia 500 a.C., estos pueblos del norte se volvieron verdaderos pastores nómadas.

    Estos nómadas criadores de ganado se convirtieron entonces en el gran otro cultural, y frecuente enemigo militar, del pueblo chino durante la mayor parte de la historia premoderna. No obstante, muchos de estos nómadas de hecho vivían en la frontera de lo que actualmente es China, en Mongolia interior y, algunas veces, incluso más al sur, en la propia China. Estos nómadas interactuaban de manera dinámica con la civilización china de base agrícola, y juntos conformaban lo que por otro lado podría concebirse incluso como un único sistema con dos polos opuestos. Los nómadas, o por lo menos los ganaderos seminómadas, aportaron no pocas de las familias reinantes de las dinastías imperiales chinas. Está claro, pese a las marcadas diferencias, que los pastores nómadas de Mongolia interior y los granjeros del norte de China estuvieron históricamente atados.

    En la península de Corea, por otra parte, existieron también múltiples culturas prehistóricas, algunas de las cuales se superpusieron con Manchuria, en la actual China. A finales de la prehistoria coreana, hay también algunas pistas tentadoras acerca de relaciones con las islas japonesas. Lo que en la actualidad aparenta ser la notable homogeneidad de la identidad nacional coreana, en sus orígenes fue probablemente forjada a partir de elementos diversos.⁵ Además, la uniformidad cultural de la Corea de hoy en día en realidad no se fundió sino hasta una época relativamente tardía. Aunque el cultivo de arroz se conocía en la península de Corea al menos desde 1000 a.C. y el trabajo en bronce apareció posiblemente pocos siglos después, los detalles de la historia coreana son en buena parte un misterio hasta que la península comenzó a mencionarse en documentos chinos de la era imperial temprana.

    Tiempo antes de esas primeras referencias documentales, es probable que la gente de la península de Corea haya empezado a cruzar los estrechos hacia el sur, a las islas japonesas. Mucho antes todavía, Japón podría haber estado conectado con Asia continental por una franja de tierra y también podrían haber existido antiguas relaciones marítimas entre Japón y el sureste asiático. Sin duda, hubo humanos en las islas japonesas desde tiempos muy antiguos. Japón se distingue, de hecho, por haber producido quizá la cerámica más antigua conocida en la tierra, alrededor de 11000 a.C. Sin embargo, la población de Japón en la Edad de Piedra tardía siempre fue escasa —probablemente nunca contó con más de un cuarto de millón de personas en todas las islas— y la agricultura y la metalurgia no aparecieron en las islas japonesas sino hasta cerca de 300 a.C. La oleada posterior, relativamente repentina, de grandes desarrollos, se asocia con nuevas llegadas desde la península de Corea. Como en el caso de Corea, además, la descripción escrita de Japón más antigua aparece en un texto chino, que data del siglo III d.C.

    Si todos los seres humanos modernos tienen ancestros en común y si siempre ha existido mayor contacto e intercambio entre diferentes grupos poblacionales de lo que se piensa, también es cierto que, en la Antigüedad, la movilidad era bastante limitada, sobre todo para pueblos agrícolas atados a la tierra de cultivo. En todas partes hubo mucho desarrollo cultural independiente y local. Algunas comunidades estaban relativamente más aisladas que otras y, dentro del mundo antiguo euroasiático, Asia oriental en especial pudo haber sido un mundo aparte. Un emblema particularmente visible de la singularidad cultural de Asia oriental fue el extenso uso en tiempos premodernos de un sistema de escritura notablemente diferente de los alfabetos y sistemas fonéticos derivados del Medio Oriente, que con el tiempo llegaron a ser utilizados en todo el resto del mundo.

    LENGUAS Y SISTEMAS DE ESCRITURA DE ASIA ORIENTAL

    Mucho más que los príncipes, los Estados o las economías, las comunidades-lenguaje son las protagonistas reales de la historia del mundo, escribe Nicholas Ostler.⁶ Se ha observado que la misma palabra que en inglés antiguo significaba pueblo o nación también podía indicar lenguaje.⁷ Con frecuencia, las lenguas son centrales para la autoidentificación de las comunidades humanas (y la primera barrera para comunicarse con otros), y constituyen una pieza vital en la historia de la civilización de Asia oriental. En efecto, lo más chino de China bien podría ser la lengua. Por lo tanto, para empezar, es fundamental una comprensión básica de las lenguas de Asia oriental, incluso si estas lenguas son por definición extrañas a los hablantes nativos de español, y cualquier discusión sobre este tema corra el riesgo de transformarse rápidamente en algo técnico y abrumador. Trataremos de que sea sencillo.

    Las lenguas de Asia oriental se descomponen en tradiciones nacionales separadas: chino, japonés y coreano. Lejos de estar unificada por sus lenguas, Asia oriental se divide en tres grandes sistemas nacionales, que a su vez se subdividen en, por lo menos, dos grandes familias lingüísticas completamente diferentes. Cada una de éstas, además, se extiende más allá de las fronteras de Asia oriental. No son tanto las lenguas habladas sino la lengua escrita —el uso compartido de un sistema premoderno de escritura común y, hasta cierto punto, sorpresivamente, incluso una lengua escrita común— lo que confiere a Asia oriental gran parte de su coherencia cultural y que la distingue como región.

    Las lenguas china y japonesa, por ejemplo, no podrían ser más diferentes. El japonés es polisílabo, con palabras compuestas de sílabas básicas simples apiladas de manera aglutinante para hacer elaboradas distinciones gramaticales, como la distinción entre estar haciendo algo ahora y haberlo hecho en el pasado. La característica más distintiva del japonés quizá sea que es una lengua de respeto (keigo), lo que significa que se utilizan terminaciones de palabras específicas y partículas honoríficas para indicar la relación entre el hablante y el oyente y también el grado de formalidad o informalidad. Por ejemplo, benkyō-shite-imasu es una manera formal de decir estoy estudiando, mientras que benkyō-shite-iru es una manera más informal de decir lo mismo. También se usan partículas gramaticales para indicar las diferentes partes de la oración. Un patrón oracional típico es sujeto-wa/ objeto-o/ verbo (p. ej., "yo wa/ libro o/ leo"), con el verbo colocado invariablemente en la última posición.

    El chino es casi lo opuesto. El orden de las palabras es similar al español, con el verbo antes del objeto (p. ej., yo leo [un] libro). Por otro lado, la lengua china no tiene declinación alguna, pues carece de tiempos verbales, plurales o modificaciones gramaticales al final de las palabras. En su mayoría, las partículas honoríficas no existen: el chino no es una lengua de respeto. El chino es además monosilábico, por lo menos hasta el punto que cada carácter chino (símbolo escrito) se pronuncia, sin excepción, como una sola sílaba y es una unidad separada de significado.

    En la práctica, no obstante, el chino moderno usualmente construye palabras compuestas más largas a partir de combinar dos o tres caracteres. Por ejemplo, el conocido lugar chino Tiananmen se escribe con tres caracteres: tian (cielo), an (paz) y men (puerta), o La puerta de la paz celestial. (La Plaza de Tiananmen añade dos caracteres: guang, que significa amplio o espacioso, y chang, que significa un área al nivel del suelo.) Aunque, como concepto, podemos considerar que Tiananmen es una sola palabra (y Plaza de Tiananmen, dos), los caracteres chinos escritos nunca se aglutinan en grupos de palabras separadas por un espacio: cada carácter individual ocupa siempre un espacio cuadrado o rectangular más o menos igual en la página. Tradicionalmente, el chino se escribía en columnas verticales, de arriba hacia abajo, y de derecha a izquierda. A partir del siglo XX, la dirección occidental de escritura, horizontalmente y de izquierda a derecha, se ha vuelto cada vez más común, pero no de manera uniforme.

    MAPA I. 1. Familias lingüísticas, lenguas y principales dialectos del chino.

    El chino hablado es también notoriamente diferente del japonés (y del español) en tanto que es una lengua tonal; esto es, en el habla (pero no en la escritura), el tono con el que se pronuncia una sílaba determina la palabra. El mandarín moderno, el dialecto estándar, tiene cuatro tonos y uno neutro adicional. Algunos dialectos tienen más.

    Existen múltiples dialectos regionales del chino. Algunos de ellos, además, no son mutuamente inteligibles. Pueden ser tan diferentes entre ellos como el inglés y el alemán —que, en general, consideramos como lenguas completamente diferentes más que como distintos dialectos de una lengua germánica común—. En parte es por esta razón que algunos especialistas rechazan por completo la etiqueta dialectos como una designación errónea para las variantes regionales del habla china y prefieren, en cambio, algo más neutral como regionalectos o topolectos (del griego topos, lugar).

    Como un solo ejemplo de las posibilidades de complejidad lingüística, una sólida mayoría (aproximadamente 69%) de los habitantes de la Isla de Taiwán hablan en la actualidad como lengua madre un dialecto (o topolecto, si se prefiere) que técnicamente se llama min del sur y que se originó en la provincia de Fujian (en la región continental, directamente del otro lado de los estrechos), pero que ahora simplemente se conoce como taiwanés. Este dialecto taiwanés es tan incomprensible para los hablantes de mandarín, que desde 1945 se promovió oficialmente en Taiwán como la (literalmente llamada) lengua nacional (guoyu). Quizá otro 15% de los habitantes actuales de Taiwán son hablantes nativos de incluso otro dialecto significativamente diferente llamado hakka. (De igual forma, existen también en la isla aún unos cuantos hablantes de lenguas nativas en absoluto chinas.)

    Por su parte, el hakka se habla en algunas regiones de China continental y el taiwanés es por lo menos similar a la lengua hablada directamente al otro lado de los estrechos, en su lugar de origen, la provincia de Fujian en el continente. Los dialectos de Fujian están también muy extendidos entre las comunidades chinas que viven en el extranjero, esparcidas en el sureste de Asia, mientras que la propia provincia de Fujian es hogar de algunas de las más extremas variedades dialectales de toda China. En general, los dialectos del chino que más varían están concentrados en la región costera del sureste.

    Sin embargo, todo esto hace que la situación lingüística de China parezca más confusa de lo que es en realidad. Actualmente, se habla un mandarín bastante estándar casi en todas partes del mundo chino y, pese a la diversidad a menudo desconcertante de los dialectos locales (o topolectos), en general, la característica más notable del chino hablado puede ser, de hecho, su sorprendente uniformidad. Se ha dicho que en ninguna otra parte de todo el mundo premoderno ha existido una unidad lingüística como la del norte de China.⁹ Unos tres cuartos de la población china, en especial en el norte y el oeste, hablan una versión relativamente uniforme de la lengua que llamamos mandarín (en español; los propios chinos en general se refieren a ella como putonghua, el habla común, o guoyu, lengua nacional). De hecho, en la actualidad, el dialecto mandarín de China es por mucho la lengua nativa más comúnmente hablada en todo el mundo, con cerca de 900 millones de hablantes. En contraste con esta uniformidad china, considérese el todavía muy variado mapa lingüístico de Europa.

    Se dice, por lo tanto, que todas las versiones locales del chino pertenecen a la más amplia familia lingüística sinotibetana, que enlaza a distancia las lenguas chinas con el tibetano, el birmano y algunas otras lenguas que se extienden más allá de Asia oriental. Dentro de Asia oriental, el contraste más importante con esta familia lingüística sinotibetana está representado por el japonés y el coreano, de los que en ocasiones se dice que pertenecen a la un tanto hipotética familia lingüística altaica (o uraloaltaica), que comprende la zona septentrional que se extiende hacia el oeste hasta Europa, y que incluye en particular el manchú, el mongol, las lenguas túrquicas e incluso, posiblemente, también el finés.

    El japonés es sin duda más cercano al coreano que a cualquier otra lengua viva. Es posible que, en un origen, los dos se hayan separado de una lengua ancestral común; aunque, si ése fuera el caso, ya se habrían vuelto mutuamente diferenciados en los albores del periodo histórico, y sus similitudes actuales no deberían exagerarse. El japonés, a su vez, incluye todavía hasta la fecha algunos dialectos locales característicos. El Ōsaka-ben, o dialecto de Osaka, escuchado a menudo en las calles de la segunda ciudad más grande de Japón, localizada al oeste de la isla principal, por ejemplo, es diferente del japonés estándar basado en el dialecto de Tokio, al este. De todas las naciones modernas de Asia oriental, la actual Corea debe de ser la más homogénea, pero una descripción china del siglo III especifica que en ese tiempo, incluso en Corea, las personas que vivían en la esquina sureste de la península de Corea hablaban un idioma diferente al de la parte suroeste.¹⁰

    Si el japonés y el coreano pertenecen a la familia lingüística altaica y el chino a la sinotibetana, mucho de lo que ahora es el sureste de China puede haber estado habitado originalmente por hablantes de una tercera familia lingüística, por completo diferente, que puede haber sido la madre de las lenguas habladas actualmente en el sureste de Asia y más allá. Estas lenguas deben de haber sido desplazadas poco a poco del sureste de China por la expansión del chino. Dejaron quizá, como remanente, una contribución a la complejidad dialectal del sureste de China y algunas palabras de sustrato, como la comúnmente utilizada para río en el sur de China, jiang (como en Yanzi jiang, o río Yang-tse), que contrasta con la palabra común del norte de China para río, he (como en Huang he, o río Amarillo).¹¹

    Asia oriental se divide, por lo tanto, en por lo menos dos importantes familias lingüísticas radicalmente diferentes, así como en tres lenguas nacionales modernas y múltiples dialectos locales (sin mencionar otras lenguas por completo diferentes habladas por minorías étnicas). Con todo, una característica lingüística que compartió exclusivamente toda Asia oriental premoderna, y que sirvió como un poderoso vínculo de unificación, fue el uso extensivo del sistema de escritura chino.

    Globalmente, es probable que el uso de símbolos escritos para representar palabras habladas haya comenzado en Mesopotamia, alrededor de 3400 a.C. La idea parece haber sido reinventada de manera independiente en Egipto no mucho tiempo después. (El antiguo Egipto y Mesopotamia, pese a su proximidad, fueron civilizaciones llamativamente diferentes.) En China, la escritura no apareció sino hasta mucho tiempo después, cerca de 1200 a.C., alrededor de la época del sitio de Troya, inmortalizado por Homero. A pesar de la fecha relativamente tardía, la escritura china parece haber sido un caso más de invención independiente.

    Todos los primeros sistemas de escritura antiguos inventados en el mundo —cuneiforme mesopotámico, jeroglíficos egipcios, chino y maya— pueden describirse técnicamente como logográficos en el sentido de que no eran sistemas principalmente fonéticos sino que representaban, en cambio, el significado de las palabras tanto como su sonido. Los caracteres chinos (llamados hanzi en chino, que simplemente significa caracteres chinos) pueden haber comenzado como imágenes simples, muy abstractas, de las cosas que representaban. No obstante, las limitaciones de un sistema de escritura pictográfico deben de haber sido patentes desde muy temprano y la aplastante mayoría de los caracteres chinos muy pronto llegaron a tener dos componentes: uno que vagamente indicaba la pronunciación y otro que sugería un significado aproximado, como algo que tiene que ver con una mano, una boca, agua, fuego, peces, y así sucesivamente.

    Los diccionarios de chino actuales más completos cuentan con cerca de 50 000 caracteres diferentes, pero los diccionarios de escritorio normales incluyen sólo cerca de 7 000. Muchos de los caracteres de incluso estos diccionarios más pequeños raramente se utilizan, y puede alcanzarse un grado funcional de alfabetización con el dominio de unos cuantos miles. En 1946, el gobierno de Japón aprobó una lista oficial de 1 850 caracteres (conocida como la lista Tōyō Kanji) cuya intención era la de ser suficientes para cualquier uso. No obstante, comparado con el número mucho más reducido de símbolos utilizados en un alfabeto, memorizar incluso la lista más corta posible de caracteres chinos representa una tarea abrumadora. A pesar de la innegable dificultad que supone aprender el sistema, los usuarios de la escritura china lograron alcanzar un grado de alfabetización relativamente alto en las épocas tanto premoderna como moderna y no fue un obstáculo insuperable para producir algunas de las mejores obras literarias del mundo. Y se puede argumentar que el sistema sí tiene ciertos puntos fuertes inherentes.

    Existe una tendencia natural a asumir que los primeros sistemas de escritura logográficos, como el chino, el cuneiforme o los jeroglíficos, representan una primera etapa en algún desarrollo lineal universal hacia la evolución de un alfabeto. Un problema evidente de este supuesto, no obstante, es que aparentemente ninguna de estas escrituras logográficas antiguas evolucionó de manera directa hacia un sistema de escritura puramente fonético. En cambio, tanto en Asia oriental como en Medio Oriente, el desarrollo de sistemas de escritura fonéticos parece haber ocurrido sólo cuando otros pueblos tuvieron que adaptar las escrituras logográficas para escribir alguna lengua diferente de aquellas para las que se desarrollaron originalmente estos sistemas.¹²

    En el caso de la cultura clásica, el alfabeto original fue probablemente inventado antes de 1500 a.C. en Canaán o Biblos, a lo largo de la costa este del Mar Mediterráneo, por escribanos que conocían el egipcio (y posiblemente también el cuneiforme) y que querían idear un sistema que se adecuara más que el egipcio a su propia lengua. A partir de este alfabeto original de Canaán, se derivó el mejor conocido alfabeto fenicio (aproximadamente en 1000 a.C.) y, con el tiempo, también las escrituras griega, romana, árabe e india y la mayoría de las otras escrituras fonéticas que se utilizan actualmente.¹³ En Asia oriental, los sistemas fonéticos de escritura se derivaron de manera similar del chino logográfico, puesto que ambos, japonés y coreano, idearon con el tiempo nuevos sistemas para escribir sus lenguas radicalmente diferentes.

    La mayoría de los antiguos sistemas de escritura logográficos originales del mundo —cuneiforme, jeroglífico y maya— ha caído en desuso por completo, junto con sus respectivas lenguas. El árabe, por ejemplo, remplazó desde hace mucho tiempo la lengua egipcia antigua como idioma oficial de Egipto, a pesar de que ésta sobreviva vagamente en forma de copto. Sin embargo, la lengua china no sólo es todavía muy hablada, sino que es de hecho la más comúnmente hablada en el mundo actual. Ha habido, por lo tanto, poca necesidad de que los chinos abandonen su propio sistema original de escritura, que se adapta tan bien a su idioma.

    En China, durante los siglos previos a la primera unificación imperial de 221 a.C., surgieron formas regionales un tanto distintas de los caracteres escritos, pero la unificación imperial estandarizó a partir de entonces el sistema escrito; y el sistema de exámenes de la administración pública, que se convertiría en la institución definitoria de la China imperial tardía, uniría y estabilizaría en buena medida el plan educativo, por lo menos dentro de la élite. La palabra escrita, en caracteres chinos, llegó a adquirir un inmenso prestigio.

    A principios del siglo XX, conforme la posición de China como potencia regional preeminente se veía palpablemente desafiada por el moderno Occidente industrializado, China se hundió en un

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