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20/2/2018 “Escuchen, por favor, este sueño”.

La historia de José y sus hermanos | Ejemplos de fe

Testigos de Jehová
Publicaciones > Revistas > La Atalaya  |  agosto de 2014

EJEMPLOS DE FE | JOSÉ

“Escuchen, por favor, este sueño”


JOSÉ mira con angustia hacia el este. ¡Cómo quisiera salir corriendo y huir de
la caravana! Detrás de aquellas colinas, no muy lejos de allí, está su hogar, en
Hebrón. Su padre, Jacob, tiene que estar a punto de irse a dormir sin
imaginarse lo que le ha ocurrido a su hijo preferido. Pero no hay manera de
escapar, y lo más probable es que jamás vuelva a ver los tiernos ojos del
hombre que le dio la vida. Los mercaderes lo vigilan mientras arrean sus
camellos por la ruta que baja al sur. Han comprado al muchacho y no piensan
quitarle la vista de encima. Seguro que obtendrán jugosas ganancias cuando
lo vendan en Egipto junto con las resinas y los aceites aromáticos de su
cargamento.

José debe de tener a lo más 17 años. Ahora mira al oeste, hacia el mar
Grande. Con ojos entrecerrados observa el Sol, que se oculta en el horizonte.
¿Cómo es posible que su mundo se haya derrumbado de esa manera? ¿Cómo
es posible que sus hermanos hayan estado a punto de matarlo y que lo hayan
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vendido como esclavo? Apenas puede contener las lágrimas. ¡Y lo peor es que
no tiene ni idea de lo que sucederá con él!

A José le arrancaron su libertad, pero no su fe

¿Qué fue lo que sucedió exactamente? ¿Y qué podemos aprender de la fe de


este joven que sufrió tanto a manos de su propia familia?

UNA FAMILIA COMPLICADA


José pertenecía a una familia numerosa que ni era feliz ni estaba unida.
Su familia es prueba indiscutible de los graves problemas que produce la
poligamia, una costumbre muy arraigada de los judíos que Dios toleró hasta
que su Hijo restableció la norma original de la monogamia (Mateo 19:4-6).
Jacob, el patriarca de dicha familia, tuvo al menos 14 hijos con cuatro mujeres:
sus dos esposas, Lea y Raquel, y las siervas de ellas, Zilpá y Bilhá. La mujer de
la que Jacob estaba enamorado era Raquel. En cambio, a Lea —hermana
mayor de Raquel— nunca la amó. En realidad se casó con ella porque su
suegro lo engañó. Siempre hubo envidias entre las dos hermanas, y esa
rivalidad afectó a sus hijos, pues también entre ellos había envidias (Génesis
29:16-35; 30:1, 8, 19, 20; 37:35).

Aunque Raquel fue estéril durante mucho tiempo, finalmente logró quedar
embarazada y dio a luz a José. Jacob le dio un trato especial a este hijo de su

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vejez. Veamos un ejemplo. En cierta ocasión, Jacob fue a encontrarse con


Esaú, su hermano. Tenía mucho miedo, pues Esaú había dicho años atrás que
quería matarlo. Como llevaba a toda su familia, tomó medidas para
protegerla, pero sobre todo pensó en Raquel y el pequeño José: a ellos los
colocó al final de la caravana. Aquel tenso día debió de quedar grabado en la
mente del niño también por otra razón. Jacob era un hombre entrado en
años, pero todavía estaba fuerte. Sin embargo, al despertar esa mañana, José
lo vio cojeando. Y qué sorprendido debió de quedar al enterarse de la razón:
su padre había pasado toda la noche luchando con un poderoso ángel para
conseguir la bendición de Jehová. Dios lo bendijo dándole un nuevo nombre,
Israel. De él saldría una nación entera que llevaría este nombre (Génesis
32:22-31). Con el tiempo, José descubrió que él y sus hermanos serían los
padres de las tribus que formarían esa nación.

Algunos años después, José experimentó en carne propia el dolor de perder a


la persona más querida de su corta vida: su madre murió mientras daba a luz
a su hermano, Benjamín. Jacob sufrió terriblemente. Imagíneselo limpiándole
las lágrimas a su joven hijo y hablándole de la resurrección, una esperanza
que en el pasado consoló a su abuelo, Abrahán. ¡Cómo debió de haber
aliviado a José saber que algún día Jehová le devolvería la vida a su querida
madre! Es probable que esa esperanza hiciera crecer aún más su amor por el
“Dios [...] de vivos” (Lucas 20:38; Hebreos 11:17-19). Jacob siempre trató con
mucho cariño a los dos hijos que le dio Raquel (Génesis 35:18-20; 37:3; 44:27-
29).

Con tantos mimos, muchos adolescentes se harían unos malcriados, pero José
imitó las hermosas cualidades de sus padres y cultivó una fe sólida, así como
un agudo sentido del bien y del mal. A los 17 años, mientras estaba ayudando
a sus hermanos a cuidar las ovejas, se dio cuenta de que habían hecho algo
malo. ¿Se quedaría callado pensando que así ellos lo aceptarían? La Biblia
no dice lo que pasó por su mente, pero sí dice que hizo lo correcto: se lo

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contó a su padre (Génesis 37:2). Tal vez esa acción valiente confirmó la
opinión que Jacob tenía de su hijo. José es un excelente ejemplo para los
jóvenes cristianos. Si saben que su hermano o un amigo han cometido un
pecado grave, no deben quedarse callados, sino asegurarse de que se enteren
quienes estén en posición de ayudar al pecador (Levítico 5:1).

Pero hay otras lecciones que podemos aprender de la familia de José. Aunque
hoy día los siervos de Dios no practican la poligamia, existen entre ellos
muchas familias con padrastros, hijastros y hermanastros. Los miembros de
esas familias deben recordar que el favoritismo causa divisiones. Los padres
sabios hacen todo lo posible por confirmarles tanto a sus hijos como a sus
hijastros que los quieren, que cada uno tiene cualidades valiosas y que todos
pueden contribuir a la felicidad de la familia (Romanos 2:11).

LAS ENVIDIAS AUMENTAN


Jacob le concedió un gran honor a José, tal vez
debido a que había defendido con valor lo que es
justo: mandó que le hicieran una prenda de vestir
especial (Génesis 37:3). Es muy probable que se
tratara de una elegante túnica de manga larga,
como la que se pondría un príncipe.

Sin duda, Jacob tenía buenas intenciones, y José


debió de estar muy agradecido por las atenciones
y el cariño de su padre. Pero esa prenda le causó
muchísimos problemas al muchacho. Para
empezar, José era pastor, una labor de campo muy
difícil. Ya podemos imaginarlo vestido con
Jacob bendijo a José
semejante túnica y caminando con dificultad por
por su fe y rectitud
entre la hierba crecida, trepando rocas o tratando
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de liberar una oveja perdida de un arbusto


espinoso. Pero eso no era lo peor. ¿Qué iban a pensar sus hermanos cuando
se enteraran de que su padre le había hecho este regalo tan especial?

La Biblia cuenta que cuando sus hermanos vieron que su padre lo amaba más
que a ellos, “empezaron a odiarlo, y no podían hablarle pacíficamente”
(Génesis 37:4).* Aunque es comprensible que se pusieran celosos,
no debieron dejarse llevar por esta emoción tan dañina (Proverbios 14:30;
27:4). ¿Le ha sucedido a usted algo parecido? ¿Alguna vez ha sentido envidia
porque alguien recibió la atención que usted quería? Pues no olvide a los
hermanos de José. La envidia los empujó a hacer cosas terribles de las que
más tarde se arrepintieron. Su ejemplo nos recuerda a los cristianos que lo
mejor es “[regocijarse] con los que se regocijan” (Romanos 12:15).

De seguro, José percibió el odio de sus hermanos. ¿Se habrá quitado la túnica
cuando estaba con ellos? Tal vez se sintiera tentado a hacerlo. No obstante,
debemos recordar que Jacob se la había dado como muestra de su cariño y
aprobación, y José no quería perder la confianza de su padre, por lo que
siempre la llevaba puesta. Su ejemplo nos enseña mucho. Aunque Dios no es
parcial, a veces trata con especial favor a algunos de sus siervos. Además,
espera que su pueblo se distinga de este mundo corrupto e inmoral.
La conducta de los cristianos verdaderos es como la túnica de José: los hace
diferentes de quienes los rodean. Claro está, en ocasiones, su manera de
comportarse produce envidias y rechazo (1 Pedro 4:4). ¿Deberían ocultar lo
que son para evitarse problemas? No, tal como José no ocultó su túnica
(Lucas 11:33).

LOS SUEÑOS DE JOSÉ


Al poco tiempo, José tuvo dos sueños extraordinarios. En el primero se vio a sí
mismo y a sus hermanos, cada uno atando una gavilla, o manojo de cereal.
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Entonces la gavilla de él se levantó y las de sus hermanos la rodearon y se


inclinaron ante ella. En el segundo sueño vio al Sol, la Luna y 11 estrellas
inclinarse delante de él (Génesis 37:6, 7, 9). Sus sueños fueron muy reales,
pero muy extraños. ¿Qué debía hacer José ahora?

Los dos sueños vinieron de Jehová y los dos eran proféticos. Dios quería que
José diera a conocer el mensaje que contenían. En cierto sentido, el muchacho
debía actuar como los profetas de épocas posteriores, quienes informarían los
mensajes y advertencias de Dios a su pueblo rebelde.

Con tacto, José les dijo a sus hermanos: “Escuchen, por favor, este sueño que
he soñado”. Ellos comprendieron de inmediato lo que les dijo y no les gustó
nada, así que le reclamaron: “¿Vas a ser rey sobre nosotros de seguro?, ¿o vas
a dominar sobre nosotros de seguro?”. El relato dice que “hallaron nueva
razón para odiarlo por sus sueños y por sus palabras”. Cuando les contó el
segundo sueño a ellos y a su padre, la reacción no fue mucho mejor: “Su
padre empezó a reprenderlo y a decirle: ‘¿Qué significa este sueño que has
soñado? ¿Acaso yo y también tu madre y tus hermanos vamos a venir de
seguro e inclinarnos a tierra ante ti?’”. Con todo, Jacob se quedó pensando en
el asunto. ¿Podría ser que Jehová se estuviera comunicando con su hijo?
(Génesis 37:6, 8, 10, 11.)

José no fue ni el primer ni el último siervo de Dios a quien rechazaron y
persiguieron por el mensaje que se le pidió proclamar. El principal mensajero
de Jehová fue Jesús, y él les advirtió a sus discípulos: “Si ellos me han
perseguido a mí, a ustedes también los perseguirán” (Juan 15:20). Los
cristianos de todas las edades tienen mucho que aprender de la fe y el valor
del joven José.

EL ODIO ALCANZA UN PUNTO CRÍTICO


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No mucho después, Jacob le encargó algo a José. Sus hijos mayores estaban
cuidando los rebaños en el norte, cerca de Siquem, lugar donde hacía poco
habían hecho muchos enemigos. Era lógico que Jacob estuviera preocupado
por ellos, así que envió a José a comprobar que no les hubiera pasado nada
malo. ¿Cómo se habrá sentido José? Sus hermanos lo odiaban a muerte y él lo
sabía. ¿Qué harían cuando les dijera que su padre lo había enviado?
Independientemente de la reacción, José estaba decidido a obedecer (Génesis
34:25-30; 37:12-14).

El viaje fue largo, tal vez de cuatro o cinco días a pie. Siquem estaba a unos
80 kilómetros (50 millas) al norte de Hebrón. Pero al llegar, José se enteró de
que sus hermanos se habían marchado a Dotán, que estaba unos
22 kilómetros (14 millas) más al norte. Ya cerca de allí, sus hermanos
alcanzaron a verlo y sintieron que les hervía la sangre. Entonces se dijeron:
“¡Miren! Ahí viene ese soñador. Y ahora vengan y matémoslo y arrojémoslo en
una de las cisternas; y tenemos que decir que una feroz bestia salvaje lo
devoró. Entonces veremos en qué vendrán a parar sus sueños”. Rubén
intervino y los convenció de que no lo mataran; les dijo que solo lo arrojaran
en una cisterna. Su intención era rescatarlo en algún momento (Génesis
37:19-22).

Sin imaginarse lo que le esperaba, José llegó a donde sus hermanos,


seguramente con la esperanza de que su encuentro fuera pacífico.
No obstante, ellos se le echaron encima. Le arrancaron su hermosa túnica, lo
arrastraron hasta una cisterna vacía y lo arrojaron en ella. ¡Qué golpe debió de
darse al caer! Se puso de pie como pudo. No había manera de salir de allí sin
ayuda. Desde abajo solo se alcanzaba a ver la boca de la cisterna. A gritos les
rogó que lo sacaran, pero ellos lo ignoraron. Se fueron a comer sin ningún
remordimiento. Por alguna razón, Rubén se marchó y los demás empezaron a
pensar de nuevo en matar al muchacho. Ahora fue Judá quien los convenció
de no quitarle la vida, sino de venderlo a algún comerciante que pasara por

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allí. Como Dotán estaba cerca de la ruta comercial que llevaba a Egipto,
no tardó en pasar una caravana de ismaelitas y madianitas. El trato quedó
cerrado antes de que Rubén regresara: José fue vendido por 20 siclos (Génesis
37:23-28; 42:21).*

José hizo lo correcto y sus hermanos lo odiaron


por ello

Y así regresamos al punto de partida de este artículo. José se dirige al sur,


hacia Egipto. Parece que le han arrebatado todo. ¡Se ha quedado solo!
Pasarán años antes de que vuelva a saber algo de su familia, antes de que se
entere de la angustia que sintió Rubén al no encontrarlo y del dolor que sintió
su padre al pensar que su amado hijo estaba muerto. Tampoco sabrá nada de
su abuelo, Isaac, quien continúa vivo, ni de su querido hermano menor,
Benjamín, a quien extrañará con todo el corazón. Pero ¿realmente lo ha
perdido todo? (Génesis 37:29-35.)

No, José aún tiene algo que sus hermanos no han podido arrancarle: la fe. Él
conoce muy bien a su Dios, Jehová, y no hay nada que pueda cambiar eso,
ni la pérdida de su hogar ni los sufrimientos que vivirá durante el largo viaje a
Egipto; ni siquiera la humillación de ser vendido como esclavo a un egipcio
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rico llamado Potifar (Génesis 37:36). Las pruebas fortalecerán su fe y su deseo


de mantenerse cerca de Jehová. En futuros artículos veremos que la fe le dio
fuerzas a José para servir mejor a su Dios y socorrer a su familia. Sin duda, él
es un ejemplo de fe digno de imitar.

^ párr. 15 Según algunos investigadores, los hermanos de José interpretaron este regalo
como una prueba de que su padre tenía la intención de transferir al muchacho el derecho del
primogénito, es decir, del hijo mayor. Ellos sabían que José era el primer hijo que Jacob había
tenido con su esposa preferida, la mujer con la que él hubiera querido casarse primero.
Además, Rubén, el primogénito, había deshonrado a su padre al acostarse con una de sus
concubinas y había perdido el derecho que le correspondía (Génesis 35:22; 49:3, 4).

^ párr. 25 Incluso este pequeño detalle de la Biblia es exacto. Según documentos de la época,
el precio que se pagaba por un esclavo en Egipto era 20 siclos.

Copyright © 2018 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania.

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