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Tomemos el caso de la fermentación del vino. Este proceso se conoce desde hace
miles de años: los griegos, por ejemplo, creían que el dios Dionisio era el responsable
de la sorprendente transformación de los azúcares presentes en el mosto (el zumo o
jugo de la uva) en alcohol. La fermentación alcohólica, en definitiva, libera energía al
producir dióxido de carbono, que termina desplazando al oxígeno de los receptáculos
destinados al proceso.
Si nos remitimos a un uso más coloquial de la noción de fermentación, hay que
asociarlo a la exaltación o agitación del ánimo. Una persona que fermenta se
encuentra alterada y muy nerviosa por alguna causa. Por ejemplo: “Las palabras del
gerente ocasionaron una fermentación entre los empleados, que se declararon en
huelga de manera casi inmediata”.