You are on page 1of 2

MI ENCUENTRO CON …

Amanecí con el mismo desasosiego que sentí el día en que murió mi padre. Uno de esos días en qué no sé
quién soy, ni por qué estoy aquí. Peor aún, intenté contestar la primera pregunta y surgieron respuestas
complicadas: soy un cúmulo de ser y no ser. En la línea del tiempo, gran parte del día no soy, vivo en un
estado de inconsciencia. Cuando duermo, dejo de ser. Mi estado consciente de lo que soy, dónde estoy y
qué hago, desaparece para dar rienda suelta al no ser. Cada día nazco y dejo de existir. Mi vida es una
cadena de vivir y morir.
En vez de que mi vida se centre en encontrar una respuesta que me permita diferenciarme, la solución
podría ser vivir en el ahora y sólo existir para que el sentido me lo dé el disfrutar el camino y no la reflexión
constante de cómo ser: conectarme con el Universo sin estar sometido a mis ansiedades.

¿Dónde estaba? Sólo sé que era 17 de abril y él estaba allí, esperando el bus. Lo he admirado toda mi vida,
no por la forma como escribe, que es por lo que todos los demás lo hacen, sino por cómo había alcanzado
el éxito. Desde sus entrañas, esa emoción de comunicar cómo encontró el método para contar, cuando
leyó: “Una mañana después de un sueño tormentoso, Gregorio Samsa se encontró convertido en un
gigante insecto”. O cuando Pedro Paramo lo libera del tiempo lineal en el relato, lo que le permite
manipularlo para reconstruirlo. O como Hemingway y Faulkner le iluminaron inicialmente el camino. O
ante la pregunta: ¿cuál es su novela preferida de las que ha escrito? Que a cualquier escritor lo hubiera
puesto a titubear, pero él lo tenía claro, aquella en la que quería que sucediera todo sin salir de Macondo,
“una humana con los pies en la tierra, sobre lo que somos en realidad” y no como las otras, que dejaba de
leerlas porque su corrección se volvería interminable. La verdad es que yo no las he leído. Soy flojo para
leer novelas; su final está tan lejos para mi actitud cortoplacista, por eso prefiero los cuentos. En cambio,
si he visto algunas películas basadas en sus relatos y algunos videos en los que lee algunos párrafos, los
cuales son música para mis oídos; sonoridad Caribe que no percibo al yo leerlos.
Al pasar tomé conciencia de quien estaba allí, un personaje cuyos rasgos eran similares al del video que
había visto hace más de 20 años. Estaba sólo, esperaba en la parada de bus. Ambos teníamos el mismo
destino: el no saber a dónde ir. Estaba apartado del bullicio que le genera la fama, aquel distractor que no
lo dejaba entrar nuevamente en ese estado magistral como cuando en México Cien Años de Soledad se
dejó escribir.
Unas horas antes, había terminado la cita con el sicólogo, en la que me transmitió claramente que no me
conectaba con mis emociones. Entre palabras, me dijo que dejara de planear tanto y tener controlado
todo lo que hacía:”¿Eso, para qué?”.
En el transcurso de la terapia el deseo de romper en llanto se acrecentaba, ante el ejercicio de conectarme
con la tristeza por el hecho de sentirme sólo: sin encontrar el sentido de mi vida. No quiso que sintiera la
vergüenza de verme llorar por lo que dio por terminada la sesión: “Es suficiente por hoy”.
Salí para abordar mi auto y aún tenía esa sensación desagradable, al seguir con ese sentimiento que me
desgarraba el alma, sentirme en una isla. No crucé palabras con mi familia. El plato quedó igual a como me
lo sirvieron. Me acosté para ver la televisión, pero la apagué a los pocos minutos. No le conté nada a mi
esposa, como normalmente lo haría sobre el acontecer diario. Me fui a la otra alcoba. Dudé si me tomaba
o no una pastilla para dormir porque temía que esa emoción me mantuviera despierto toda la noche,
haciendo más largas las horas y no descansase lo suficiente para afrontar la cantidad de trabajo que me
esperaba al día siguiente. Sin darme cuenta, el sueño no permitió decidirme. Hasta donde tengo uso de
razón soy de los que no recuerdan sus sueños, o tal vez no lo fue.
Se incorporó, al darse cuenta que sería otro día más que el esperado bus no llegaría. Ese lugar se había
vuelto la posibilidad de regresar a Aracataca a rencontrarse con sus abuelos y tener nuevamente aquellas
conversaciones que le recordaban sus raíces. Las visitas al paradero se volvieron más frecuentes desde que
la clínica se tornó tan familiar.
Me di cuenta de que se iría y no lo vería más. Le di alcance, aunque lo abordé con timidez. Me dio valor
cuando me preguntó el nombre y sólo así me atreví a comentarle que me gustaba escribir, pero que estaba
desmotivado al no saber cómo hacerlo bien: “Consigue una historia y deja que tu voz interior la narre”.
“Eso si que el primer párrafo hipnotice al lector y no lo dejes que despierte”:”El día en que lo iban a matar,
Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana….”.
Le pedí el E: Mail para enviarle mis escritos y conocer su opinión sobre ellos. Le pasé mi pequeña libreta y
escribió allí donde ubicarlo. Obtuve además su autógrafo, lo que me permitiría tener una prueba para
alardear que había hablado con él.
Por fin llegó, tomó el bus que tanto tiempo había esperado y que definitivamente decidí ya no tomar,
después de escuchar que me llamaban: “Rafael, amor, ya es hora”.
No quería salir de ese estado, finalmente opté por continuar pero escribiendo estas líneas. Tenía algo que
contar. De mi mano fluían las palabras, no escuchaba a nadie, estaba absorto en lo que hacía. Había
perdido el sentido del tiempo, sentía que no había otra forma de decir lo que estaba queriendo decir. Volví
a sentirme vivo, me siento pleno.
Al revisar mi pequeña libreta, decidí dar el primer paso, definir el título de mi relato:”Mi encuentro con
Rafael”.

Agosto, 2015 GAJORGE

You might also like