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1 Se trata de los anuarios 6, 7 y 8 (1963-65). Los temas de historia demográfica fueron des-
arrollados predominantemente en el marco del Estudio de Area en el Valle de Santa María, abordado
por distintos institutos de la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario (sobre las modalidades de este
esfuerzo multidisciplinario; véase Albert MEISTER, Susana PETRUZZI y Elida SONZOGNI: Tradi-
cionalismo y cambio social, Rosario, Facultad de Filosofía y Letras, 1963).
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9 Entre otros, "La regulación del aprendizaje industrial en Buenos AirE"s, 1810-35", Revista
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una indiferencia más global por el análisis propiamente económico (así fuese
éste elemental) de los hechos estudiados la que limitaba más seriamente el
interés de estudios apoyados en algunos casos en investigaciones eruditas
aún más exhaustivas 10•
Si es comprensible que el grupo renovador no se haya sentido forzado
a revisar la exaltante imagen qu~ se había formado de su propio papel ante
el surgimiento de esfuerzos de cuyas insuficiencias estaba quizá demasiado
consciente, había sin embargo otras tentativas de aproximación a esa temá-
tica nueva que hubieran quizá debido inducir más eficazmente a esa revi-
sión, en cuanto desmentían con considerable eficacia una noción que ofrecía
fundamento implícito pero necesario a esa imagen que el grupo renovador
hallaba tan difícil modificar: esa noción postulaba que los problemas de la
historiografía argentina sólo podrían resolverse por el camino de una profe-
sionalización plena; su corolario era una voluntad de rigor reflejada en la
recusacion de cuantos no encaraban de esta manera la tarea histórica.
No era éste sin embargo el único modo posible de paliar las consecuen-
cias del marasmo de la historiografía como disciplina; precisamente José
Luis Romero había encabezado unos años antes, desde !mago Mundi, un
esfuerzo por alcanzar una aproximación al pasado utilizando las contribu-
ciones que estudiosos de disciplinas muy diversas podían ofrecer para llenar
los vacíos dejados por la incuriosidad y la pobreza cultural de los historia-
dores profesionales, en el campo de la historia argentina, la Revista de Histo-
ria 11 , aunque alcanzó sólo a publicar unos pocos números, ofreció una con-
tribucion importante, reuniendo bajo la égida del más agudo de los conti-
nuadores de la Nueva Escuela, Enrique Barba, a estudiosos independientes
y autodidactas, desde Roberto Etchepareborda hasta Luis V. Sommi, Boles-
lao Lewin y Sergio Bagú, autor ya de dos volúmenes sobre la economía y
la sociedad coloniales, que anticipaban en hmpido lenguaje las perspectivas
que veinte años más tarde dominarían el debate histórico en ese campo 12 ;
por otra parte, retomando una tradición que había alcanzado envidiable
vigor a comienzos del siglo XX, estudiosos y expertos de distintos aspectos
de la vida nacional venían ofreciendo visiones retrospectivas iluminadas, si
no por las perspectivas de la historia económica, por las que da un conoci-
miento íntimo de los problemas del área en estudio; desde la Historia Eco-
del Instituto de Historia del Derecho, Buenos Aires, 14, 1963, y "Protección y librecambio durante
el período 1820-1835 ", Academia Nacional de la Historia, Boletz'n, Buenos Aires, 34:2, 1964.
10 Son ejemplares en este aspecto los estudios de Pedro Santos MARTINEZ, desde la Historia
económica de Mendoza durante el Vi"einato, 1776-181 O, Madrid-Mendoza, Ediciones de Cultura
Hispánica y Universidad Nacional de Cuyo, 1961, en que esa ausencia de todo criterio económico
limita la utilidad del vasto aporte de datos, hasta el más conciso Las industrias durante el Vi"einato
(1776 -1810 ), Buenos Aires, Eudeba, 1969, donde ese rasgo negativo se exaspera hasta tal punto que
la pesca con lombrices en la laguna de Guanacache puede aparecer incluida entre esas industrias
virreinales (p. 122).
11 En efecto, la Revista de Historia sólo iba a publicar tres números en 1957-58.
12 Sergio BAGU: Economz'a de la sociedad colonial, Buenos Aires, El Ateneo, 1949, y Estruc-
tura social de la colonia: ensayo de historia comparada de América-t:átina, Buenos Aires, El Ateneo,
1952.
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sobre el impacto de la inmigración masiva en el Río de la Plata, del que iban a surgir estudios luego
recogidos en parte en T. S. DI TELLA, G. GERMANI y J. GRACIARENA (eds.): Argentina, sociedad
de masas, Buenos Aires, Eudeba, 1965 (entre ellos "Los inmigrantes en el sistema ocupacional argen·
tino", de G. BEYHAUT, R . CORTES CONDE, H. GOROSTEGUI y S. TORRADO, y "Problemas
del crecimiento industrial en la Argentina (1870-1914)", de R. CORTES CONDE). Por su parte, las
investigaciones sobre el valle de Santa María, que como se indica en nota 1, integraron los esfuerzos
del Instituto de Investigaciones Históricas y el de Antropología de Rosario, contaron con el "auxilio
indirecto" del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas.
17 José Luis ROMERO : La revolución burguesa en el mundo feudal, Buenos Aires, Sudameri·
cana, 1967; Tulio HALPERIN DONGHI (ed.): Historia argentina (7 volúmenes publicados), Buenos
Aires, Paidós, 1972; los historiadores que colaboran en ella son, a más del editor, C. S. ASSADOU-
RIAN, G. BEATO, J. C. CHIARAMONTE, H. GOROSTEGUI DE TORRES, E. GALLO y R. CORTES
CONDE; Nicolás SANCHEZ ALBORNOZ y José Luis MORENO: La población de América Latina,
Buenos Aires, Paidós, 1968 ; Roberto CORTES CONDE y Ezequiel GALLO: La formación de la
Argentina moderna, Buenos Aires, Paidós, 1967 ; José Carlos CHIARAMONTE: Nacionalismo y libe-
ralismo económicos en Argentina, 1860-1880, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1971.
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Ese avance menos tormentoso fue quizá facilitado por el marco institu-
cional en que iba a desenvolverse, en que alternaban centros extranjeros y
el más antiguo de los creados en el país para la investigación en ciencias
sociales, que no aparecía embanderado ya en un proyecto científico o ideo-
lógico-cultural tan preciso como otros más recientes. La reorientación
opuesta iba a darse sobre todo en el marco muy diferente de una universidad
en que la Revolución Argentina, en su última y ya desesperada etapa, iba a
prohijar una politización más desaforada que la que en 1966 había decla-
rado intolerable: ello iba a dar a algunos integrantes del grupo que fue reno-
vador oportunidad para recuperar en la estructura universitaria una base
que iban a descubrir aún más estrecha y precaria que la asegurada luego
de 1955. Quienes así retornaban al ámbito universitario hacían de su orien-
tacion política un aspecto más significativo de su identidad académica que
en el pasado, e iban en general a unirse, con un entusiasmo que en la mayor
parte de los casos se descubría con sorpresa que era totalmente sincero, a
la tumultuosa experiencia comenzada en 1973, pero ese compromiso polí-
tico ahora más abarcador no excluía un puntillo profesional más intenso
que nunca, y aguzado quizá por la denegación de legitimidad de que el
grupo era víctima, a manos de unos inesperados colegas que se habían
hecho fuertes en reductos bautizados "cátedras nacionales"; la visión histó-
rica propuesta desde ellas aparecía desplegaJa en un macizo volumen debido
a la pluma de Gonzalo Cárdenas, que prometía ser el primero en una serie
sobre las luchas contra la dependencia en la historia argentina 18 • Contra
esos arbitrarios delirios quienes retornaban a la universidad reivindicaron la
coherencia a la vez ideológica y científica de un marxismo que, clausurada
la etapa stalinista, redescubría toda la varia riqueza de su propia tradición;
a él invocaban contra ese André Gunder Frank en quien habían buscado
aval ideológico los fautores de una historia y una ciencia social nacionales
y tercermundistas 19 •
Ese desquite ideal no restaba nada a la fragilidad de las bases institu-
cionales reconquistadas; la marginalidad de las posiciones alcanzadas en
esa universidad revulsiva no sería computada en su favor cuando llegó la
hora de desmantelarla; ahora el desenlace no sólo los expulsó de la univer-
sidad sino a muchos de ellos del país, que debían abandonar no sólo en
busca de un ambiente en que el trabajo fuese todavía posible, sino de protec-
ción para su libertad y aun su vida, ya que la modicidad de sus pasados
desafíos al orden vigente no la ofrecía suficiente contra el terror inaugurado
en 1976.
Mientras silencios y ausencias imponían a ese esfuerzo obstinado de
actualización historiográfica un hiato que por un momento pareció hacerse
casi total, luego de 1976 adquirió perfil más nítido un aparato institucional
18 Gonzalo H. CARDEN AS: Historia social argentina, I, Las luchas nacionales contra la depen-
dencia, Buenos Aires, Macchi, 1974.
19 C. S. ASSADOURIAN , C. F. S. CARDOSO, H. CIAFARDINI, J. C. GARAVAGLIA, E.
LACLAU: Modos de producción en América Latina , Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, 1973;
las críticas a Frank en los escritos de Assadourian y Laclau.
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que, preparado para el trabajo histórico bajo la égida del gobierno militar
de 1966, no había sido ni aun rozado por las convulsiones universitarias de
1973-75. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas se
il>a a transformar en la pieza central de ese nuevo aparato, a través de la
expansión de su Carrera de Investigador y la multiplicación de centros pri-
vados a los que acuerdos al efecto hacían beneficiarios de subsidios de capi-
tal y funcionamiento; en el campo histórico los trabajos así estimulados
iban a ser difundidos sobre todo gracias a la Academia Nacional de la Histo-
ria, que desde 1966 había derivado a una publicación periódica nueva,
lnveatigaciones y Ensayos 20 , cuya aparición regular contrastaba con la
continuidad cada vez más precaria de los órganos de institutos universitarios,
los estudios y comunicaciones que desde 1962 había comenzado a publicar
en su boletín, al margen de las informaciones sobre la actividad académica a
las cuales lo había consagrado por entero hasta esa fecha. Aun más signifi-
cativo iba a ser el papel de los congresos de historia argentina y regional,
también organizados por la Academia, que, a partir del primero, convocado
en Tucumán en 1971, iban a ofrecer al público un número cada vez más
abrumador de trabajos, debidos en proporción muy considerable a becarios
del Consejo 21 •
Ese nutrido caudal de publicaciones ofrece una imagen más exhaus-
tiva que enaltecedora de lo que ese aporte estatal, sin duda mayor que el
nunca disponible en el pasado, estaba logrando en el campo historiográfico.
Si se presta atención a los índices de las actas de los sucesivos congresos, o
a los del periódico académico, parece poder concluirse de ellos que la amplia-
ción temática propuesta por la marginada tendencia renovadora ha logrado
una paradójica victoria póstuma: el primero de esos congresos reúne veinte
trabajos sobre "aspectos sociales", veintitrés sobre "aspectos económicos",
once sobre "aspectos culturales" y sólo ocho en la única sección que en
sentido lato toca la historia política, titulada "Historia regional: La acción
de Güemes en el Norte Argentino"; los siguientes no modifican ese equili-
brio inesperadamente novedoso.
Si se examinan los trabajos mismos, se advierte de inmediato que la
innovación es extremadamente superficial: en todos los campos la atención
pocas veces se despega de la dimensión institucional, que es aquella sobre
la cual las fuentes utilizadas proporcionan datos que no requieren ninguna
complicada manipulación y cuya presentación no exige tampoco un dema-
siado intenso esfuerzo interpretativo. Los casos menos numerosos en que se
adopta un enfoque menos pedestre justifican la prudencia con que la mayor
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que paradójicamente hacen resaltar con mayor nitidez las limitaciones de un enfoque que, una vez
más, no alcanza a completar con felicidad la incorporación de la perspectiva social que el título pro·
mete, y que pese a estar apoyado en la más actualizada bibliografía, retoma para el examen d_e la
transición entre los tiempos prehispánicos {o, como la autora prefiere a ratos llamarlos, "de la antigua
gentilidad") y los coloniales las perspectivas generales de los primeros cronistas, no atenuadas en sus
efectos negativos por la curiosidad de realidades concretas que permitió a más de uno de ellos trascen·
derlas en su visión del mundo americano. Textos como éste invitan de nuevo a reflexionar sobre las
extrañas afinidades entre el estilo de este reciente ensayo de reorganización de nuestra vida cultural
y el vigente en la URSS; aquí como allá, aunque en un contexto y mediante mecanismos radicalmente
diferentes, el acceso a novedades llegadas de fuera sólo parece haber sido fácil para quienes contaban
con la suficiente fortaleza interior para resistir a sus seducciones.
25 Ernesto J. A. MAEDER: Historia económica de Corrientes en el periodo virreinal, 1776-
1810, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1981.
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26 Samuel AMARAL "El empréstito de Londres de 1824", en Desa"ollo Económico, vol. 24,
NO 92, enero-marzo 1984.
27 Carlos MAYO: "Estancia y peonaje en la región pampeana en la segunda mitad del siglo
XVIII", en loe. cit. nota anterior.
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28 En esta etapa las obras que extienden hacia el pasado el interés por un área específica de la
vida argentina con la cual el autor está ligado por su actividad científica o profesional se hacen menos
frecuentes (señalemos sin embargo el excelente Coliqueo. El indio amigo de Los Toldos, del P. Mein-
rado HUX, Eudeba, 1980, enriquecido por la experiencia adquirida por su autor en la acción pastoral),
y desde luego la continuada gravitación de Jorge Enrique Hardoy en el campo de la historia urbana,
en que, gracias a sus estudios como a sus actividades de promoción y organización, conserva la posi-
ción central ya alcanzada antes de 1966). Más frecuentes son en cambio las contribuciones surgidas de
un interés espontáneo por ciertos episodios o problemas históricos, desde las m u y desiguales de Andrés
M. CARRETERO (Dorrego, Bs.As., Pampa y Cielo, 1968; Los Anchorena. Politica y negocios en el
siglo XIX, Bs. As., Octava Década, 1970; Anarqu¡a y caudillismo. La crisis instirucional en febrero de
1820, Bs. As., Pannedille, 1971; La llegada de Rosas al poder, Bs.As., Pannedille, 1971), hasta las
excelentes de Hugo Raúl GALMARINl (Negocios y politica en la época de Rivadavia. Braulio Costa y
ID burgues¡a comercial porteña, 1820-1830, Bs. As., Platero, 1974) y de Juan Carlos NICOLAU
(Industria argentina y aduana, 1835-1854, Bs. As., Devenir, 1975; Dorrego gobernador. Econom¡a y
finanzas (1826-27), Bs. As., Sadret, 1977; Rosas y Garc1Íl. La econom1a bonaerense (1829-35), Bs.
As., Sadret, 1980), las dos últimas de las cuales son afectadas sin embargo en alguna medida por ese
deslizamiento hacia polarizaciones esquemáticas.
29 José Luis ROMERO: Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Bs.As., Siglo XXI, 1976.
30 Roberto CORTES CONDE: El progreso argentino. 1880-1914, Bs.As., Sudamericana, 1979.
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33 Sobre todo a través de los estudios recogidos ·en Indios y tributos en el Alto Perú, Lima,
Instituto de Estudios Peruanos, 1978.
34 Juan Carlos GARAVAGLIA : Mercado interno y economia colonial (tres siglos de historia
de 111 yerba mate), México, Grijalbo, 1983.
35 Así ocurrió hasta su supresión con la Universidad de Luján , donde pudo desarrollar tarea
docente Daniel J. SANTAMARIA, uno de los muy pocos que en esa etapa continuó realizando tarea
útil en historia colonial desde la Argentina (por ejemplo en "La propiedad de la tierra y la condición
social del indio en el Alto Perú, 1780-1810", Desarrollo Económico , NO 66, julio-setiembre 1977).
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ocurría con la gravitación de esas visiones apocalípticas incompatibles con
cualquier perspectiva histórica del pasado, que -tras de alcanzar quizá su
más vasto eco durante la breve etapa de venturosa embriaguez colectiva
del tardío verano de 1973- empezaban a evocar una revulsión cada vez
más honda a medida que se descubría hasta qué punto una nueva versión
de esos delirios ofrecía inspiración a la campaña de purificación por la san-
gre inaugurada en 1976; pero así ocurría también con ese potencial de
h<:>stilidad recíproca que subtiende la vida porteña y argentina, y que se
había volcado habitualmente en incompatibilidades políticas o ideológicas;
era precisamente esa extrema seriedad de la situación, que hacía imprescin-
dible utilizar en condiciones siempre difíciles las mínimas oportunidades
que la distracción o la atenuación de la vigilancia iba abriendo, la que obli-
gaba a atenuar (o a posponer hasta tiempos menos inhóspitos) esos inaca-
bables arreglos de cuentas que habían absorbido en el pasado tantas energías
que hubieran podido emplearse sin duda de modo más útil.
Lo que hacía menos costosa esa renuncia a la habitual litigiosidad
era que el botín por otra parte magro en torno del cual se habían des-
encadenado hasta la víspera las rivalidades había simplemente desapare-
cido del horizonte: el aparato estatal de investigación histórica estaba sin
duda expandiéndose, pero su control estaba firmemente en manos aje-
nas y hostiles, y cada uno de los individuos y mínimos grupos encuadrados
en esa tarea común debía crear su propio espacio, más bien que dísputar
a otros el que había sido preparado para todos ellos. En esos espacios
múltiples y diminutos iba a tratar de anidar el nuevo esfuerzo por ela-
borar una historiografía "a la altura de los tiempos", y ello le imponía
una difícil adaptación: si las universidades privadas no estaban cerra-
das a quienes lo habían tomado a su cargo, ellas no podían albergar
proyectos de investigación como los que las nacionales ·habían prohi-
jado antes de 1966, ni sus estudiantes -que habían perdido las ilusiones
aún vivaces antes de 1966 sobre el futuro de la historia como profesión-
podían ofrecer el equivalente, en número o en intensidad de esfuerzo, de
los mejores de esa etapa evocada ahora con nostalgia particularmente intensa
por quienes no la habían conocido. Así limitada en su irradiación, la ense-
ñanza no podía integrarse tan centralmente en un proyecto historiográfico
como en aquella etapa ahora añorada. Lo mismo ocurría en cuanto a esa
otra actividad tradicional del historiador: escribir historia. En este aspecto
la produccion fue más intensa que en aquella etapa paradigmática, pero
sólo un esfuerzo de vigilancia y disciplina mantenía el carácter y el nivel
historiográfico de páginas escritas a partir de otros estímulos inmediatos:
la actividad editorial y periodística en algunos casos, la preparación de pro-
yectos destinados a la obtención de fondos para investigación en otros.
La investigación misma, desde luego, era un objetivo irrenunciable, pero
era a la vez evidente que ella sólo podría encararse en el marco de proyec-
tos muy distintos de los que antes de 1966 se habían planeado como si
contasen con todo el tiempo por delante.
Esa adaptación necesariamente penosa a expectativas más modestas
se vio facilitada por la que paralelamente debía encarar el aparato de sostén
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36 Torcuato DI TELLA: La teorzá del primer impacto del crecimiento económico, Instituto de
Sociología, Facultad de Filosofía y Letras, Rosario, 1965.
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exasperadamente ideológicas de esa realidad · parecían conservar todo su
imperio- ofrecía quizá uno de los primeros signos de una fatiga que luego
iba a revelarse de modos menos indirectos 40 •
Asumir el hecho de que un libro ofrecido al público no es sólo un trans-
parente y neutro vehículo de ideas, válidas en la medida en que ofrecen un
fiel espejo de la realidad, sino un objeto fabricado sin duda con ese fin, pero
obedeciendo a una legalidad propia, era uno de los modos de extraer conse-
cuencias del abandono de ese indeclarado y a menudo inadvertido pero no
por eso menos vigoroso materialismo que había ofrecido inspiración al
esfuerzo de expansion de las ciencias humanas en la etapa anterior. Esa fe
simple sobrevivió mal no sólo a la desconcertante experiencia argentina, que
desmentía cuanto se creía haber aprendido sobre el país bajo la guía de disci-
plinas demasiado seguras de sí mismas, sino a los desarrollos de las ciencias
humanas y su teoría en los países que habían venido ofreciendo los más
importantes términos de referencia al proceso intelectual argentino. Cuando
Althusser propuso un materialismo consecuente que se parecía extraña-
mente a su opuesto, esa propuesta, cualesquiera, fuesen sus méritos filosófi-
cos, venía a justificar un nuevo sistema de aproximaciones entre ciencias
humanas que de hecho estaba ya comenzando a aflorar; bajo sus auspicios
la alianza privilegiada de la historia con la sociología y la economía iba a
dejar paso a una red más laxa y variada, en que otras disciplinas adquirían
un relieve antes ausente, y los desarrollos que siguieron bajo auspicios ideo-
lógicos ya diferentes no iban a hacer sino consolidar ese cambio: así ocurrió
con la historia y la crítica literarias, y sólo gracias a ese cambio de perspec-
tiva obras marcadas ellas mismas por un claro interés por la dimensión histó-
rica del fenómeno literario, como La literatura autobiográfica argentina 41
de Adolfo Prieto, o Literatura argentina y realidad política 4 2, de David
Viñas, iban a incorporarse restrospectivamente al mundo de referencia de
los historiadores.
Este iba a ampliarse todavía con una atención más seria hacia la histo-
ria de las ideas, que a su vez tiende a tornarse más centrada en sí misma
que en el pasado inmediato. Gregorio Weinberg o José Carlos Chiaramonte
veían sobre todo en la marcha de las ideas un aspecto parcial de un des-
arrollo más general; la conciencia, que se mantiene muy viva, de la vincula-
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46 Juan Carlos KOROL e Hilda SABATO: Cómo fue 111 inmigración irlandesa en Argentina,
Buenos Aires, Plus Ultra, 1981.
47 Luls Alberto ROMERO : La Sociedad de la Igualdad (Los artesanos de Santiago de Chile
y sus primeras experlenclas poll'ticas, 1820-1851), Buenos Aires, Instituto Di Tella, 1978.
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