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Desarrollo Económico, v.

25, NO 100 (enero-marzo 1986)

UN CUARTO DE SIGLO DE HISTORIOGRAFIA ARGENTINA


(1960-1985)

TULlO HALPERIN DONGHI*

La idea de celebrar el cuarto de siglo de vida de Desarrollo Económico


trazando un balance de lo que esta etapa aportó en distintos aspectos a la
vida nacional no podría a primera vista parecer más convencional; cualquier
intento de llevarla adelante revelará de inmediato lo que ella tiene de para-
dójico. En efecto, la serena regularidad con que la aparición de cada número
de la revista acompañó al sucederse de las estaciones ha venido siendo más
bien un indefectible milagro que un rasgo representativo del tono general
de la vida nacional en ese cuarto de siglo; en cuanto a la historiografía (y
es de temer que no sólo a ella), el examen de su trayectoria en esta etapa
convulsa invita menos a inventariar qué vino durante ella a agregarse al
acervo previamente acumulado que a preguntarse en qué medida y con qué
modalidades pudo mantenerse la continuidad de la actividad historiográfica
a través de una tormenta que devastó tanto el contexto institucional en
que se habían dado sus previos avances como las certidumbres en que habían
venido apoyándose.
A esta formulacion puede sin duda reprochársele una exagerada alarma
retrospectiva; preguntarse cómo una actividad que logró capear las tormen-
tas desencadenadas por Atila y Gengis Kan pudo sobrevivir a una crisis de
intensidad sin precedentes en nuestra historia nacional, pero no sin duda eri
la del mundo, puede parecer en efecto un modo excesivamente truculento
de volverse sobre nuestra experiencia reciente. La caracterización sólo apa-
recerá menos exorbitante si se tiene en cuenta que esa continuidad no es
la de cualquier esfuerzo por mantener viva la memoria del pasado, sino la
de otra empresa más específica, desde el comienzo paradójica, y que ha
venido ganando en complejidad (y por lo tanto en fragilidad) desde los
tiempos de Atila y Gengis Kan. Esa paradoja, que la historia arrastra quizá
desde que se perfiló como disciplina, puede resumirse en el hecho de que
el historiador se propone entender algo que es diferente de lo que le ofrece
su experiencia del mundo contemporáneo (y es esta diferencia la que lo
hace objeto de consideración histórica) guiado por inspiraciones y utili-
zando criterios que por el contrario no podrían derivar sino de esa expe-
riencia.
He aquí cómo la exploración del pasado se da necesariamente a partir
del presente, y ello no sólo porque de ese presente surgen los estímulos que
• Departamento de Historia, Universidad de California, Berkeley.

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llevan al historiador a volverse a tal hecho o problema del pasado antes


que a otros, sino porque de su experiencia presente deriva también el mundo
de referencia que le permitirá postular toda una red de acciones humanas
a partir de los testimonios indirectos y fragmentarios que de algunas de
ellas le proporcionan sus documentos. Pero si el historiador no puede renun-
ciar a esa apelación al presente que es un instrumento irreemplazable de su
particular modo de conocimiento, debe a la vez mantenerse alerta a los
riesgos que su uso comporta. Recordar siempre que, aunque el presente es
un instrumento necesario para conocer el pasado, el pasado no es el presente:
he aquí el punto de partida de lo que se llamara sentido histórico. El sentido
histórico ha de insuflar una unidad y un criterio orientador al conjunto de
reglas maduradas empíricamente a lo largo de siglos de esfuerzos por devol-
ver su pureza originaria a los textos literarios llegados del pasado clásico, y
transformará así al que fue método filológico en método histórico, antes de
extender sus criterios básicos a categorías cada vez más amplias de testimo-
nios acerca del pasado; así la historia parece haber coronado con éxito una
metamorfosis que no sólo le hará posible superar las vallas que esa peculiar
relación con su objeto pone a la empresa de conocerlo, sino que al asumirla
por fin explícitamente logrará perfilar mejor su específica metodología, y
adquirir gracias a ello un rigor antes desconocido.
Así la historia parece haber encontrado su camino; para que lo recorra
con éxito deben sin embargo reunirse condiciones que no siempre han de
darse juntas: en primer lugar el enraizamiento del historiador en una firme
y precisa -aunque no necesariamente explícita- visión del presente y sus
perspectivas de futuro; en segundo término la adecuación de instrumentos
metodológicos recogidos de la específica tradición de su disciplina a la
tarea de construir una imagen coherente de cierta etapa del pasado a partir
de su experiencia actual, iluminada por esa visión del presente.
Cuando nos referimos a una historiografía que como la argentina se
desarrolla en un área marginal se hace preciso subrayar con particular ener-
gía la necesidad de integración de esos dos requisitos para alcanzar un cono-
cimiento historico logrado, porque para ella la tradición específica de la
disciplina no avanza en el mismo contexto histórico en cuyo marco se defi-
nen esas visiones del presente y del futuro. Si tendemos a olvidarlo es quizá
porque la presencia en el punto de partida de nuestra historiografía nacional
de esa obra plenamente lograda que fue la de Mitre anticipaba muy mal
las celadas que ella debería afrontar en su curso sucesivo. Pero la solidez de
la construcción historiográfica de Mitre se apoyaba en la de su fe en una
visión del presente centrada en el avance mundial de la democracia, en el
marco de estados-naciones organizados según las pautas del constituciona-
lismo liberal; era ella la que aseguraba la perfecta pertinencia de un método
histórico aprendido por Mitre en obras que por su parte habían partido de
una perspectiva análoga para reconstruir el pasado europeo, pero esa armo-
nía entre visión del presente y método de aproximación al pasado, siempre
frágil en una historiografía marginal, no estaba desde luego destinada a
durar.

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Por el contrario, por treinta años la historiografía argentina iba a vivir


una suerte de crisis permanente, bajo el impacto de ese abrumador punto
de partida ofrecido por la obra de Mitre, que aparecía tan imposible de
continuar como de dejar de lado. De esa crisis sólo iba a salir gracias a la
propuesta de una camada de historiadores, agrupados a partir de 1905 en
la llamada Nueva Escuela Histórica, que reclamaban un nuevo comienzo
para la historiografía argentina, regenerada gracias a una más estricta disci-
plina de trabajo, aprendida en el escrupuloso cumplimiento de los requisi-
tos formales fijados al conocimiento histórico por el que había llegado a
constituirse en su método específico.
Es sabido que ese proyecto se apoyaba en un acervo teórico y me-
todológico de los más modestos: los manuales de Bernheim, de los que
esperaba recoger los criterios que le permitirían separar el trigo de la
paja vana, reunían sin integrar las ya recordadas conclusiones de buen
sentido, tan atinadas como pedestres, que se habían acumulado en algunos
siglos de manejar fuentes documentales, con planteas que aspiraban a alcan-
zar mayor vuelo especulativo, con resultados a menudo consternantes. La
pobreza de una fuente de inspiración intelectual no siempre permite pre-
decir la de los esfuerzos emprendidos bajo su estímulo, y en el caso de la
Nueva Escuela las limitaciones que era incapaz de percibir en Bernheim ten-
drían consecuencias menos graves que su insistencia exclusiva en el rigor
metódico como única piedra de toque de la validez de cualquier construc-
ción historiográfica. Esta última le impediría advertir que, en una Argentina
que no era ya la de Mitre, y en el marco de una disciplina que ya no bus-
caba sus modelos en Guizot o Macaulay, cualquier esfuerzo por poner a la
historiografía a la altura de los tiempos debía también incluir una renova-
ción de las preguntas que el historiador formula al pasado, y del específico
bagaje cultural con que se vuelve hacia él.
Porque no incluía esa renovación en su agenda de trabajo, la Nueva
Escuela iba a continuar antes que renovar las líneas interpretativas de la
historiografía anterior, con la que venía así a establecer una relación a la
vez polémica y parasitaria. Si aceptaba encuadrarse en la visión liberal-
nacionalista que subtendía la obra de Mitre, no era porque reconociese en
ella, con la misma fe del fundador de la historiografía nacional, las claves
para la historia en proceso de hacerse en el presente, sino porque este aspecto
de la aproximación al pasado le interesaba demasiado poco para incluir
entre sus tareas la de modificar un marco que podía servirle tan bien como
cualquier otro para llevar adelante sus ejercicios de aplicación del método
histórico. La elaboración de articuladas interpretaciones de complejos pro-
cesos pasados no era en efecto para la Nueva Escuela un momento necesario
en la tarea del historiador científico, y si no cabía renunciar al deber ritual
de ofrecerlas como supuesta conclusión del trabajo erudito, ello se justificaba
como una concesión retórica a las limitaciones de un público aun incapaz de
apreciar una historia pura e inadulterada, que se encontraba ya toda en los
hechos, tal como en su inmediatez los registraban los documentos.
En 1930 esas compartidas convicciones legitimaban la presencia de un

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grupo de historiadores que se definían como plenamente profesionales;


algunos de ellos advertían sin embargo lo que esa mutación tenía de incom-
pleto, y así tanto Diego Luis Molinari como Emilio Ravignani buscaron en
estilo muy diferente ampliar el frente de ruptura con una trad~ción historio-
gráfica a la que reprochaban, a la vez que su metodología sólo aproximativa,
su frecuente servidumbre a finalidades patrióticas o facciosas. Pero ya para
entonces el más prolífico y menos polémico Ricardo Levene se estaba trans-
formando en figura central de nuestra historiografía; a partir de 1930
esa posición central no le iba ya a ser disputada, y con él precisamente se
en<;.aminaba a su pleno triunfo esa concepción circunscripta al nivel meto-
dológico de la renovación historiográfica que colegas más inquietos comen-
zaban a hallar clamorosamente insuficiente.
Lo que aseguró el triunfo de esa concepción, en el momento mismo
en que su insuficiencia comenzaba a transformarse en un secreto a voces,
fue su perfecta adecuación al clima creado por el desencadenamiento de la
crisis argentina (que, conviene recordar, se abre precisamente en esa fecha).
Bajo su égida vinieron a introducirse limitaciones antes desconocidas a la
libertad ideológica en el ámbito universitario y académico; en este marco
quienes habían antes visto en la elaboración de líneas interpretativas tan
sólo una concesión a la frivolidad del público se hallaban particularmente
bien preparados para elaborar ahora otras (o reformular las anteriores) con
vistas a satisfacer las imperiosas preferencias del poder de turno. En ese
nuevo contexto Levene iba a ponerse al frente no de una escuela sino de dos:
en la Facultad de Derecho de Buenos Aires el Instituto de Historia del Dere-
cho albergaría una que iba a extremar la comprensión simpática del pasado
colonial (antigua en Levene, pero que antes lo había ubicado en la estela
de Mitre y su postulación de una constitutiva vocación democrática argen-
tina, patente ya en la temprana colonia); en la Facultad de Humanidades
de La Plata su otra escuela prohijaba trabajos de historia político-adminis-
trativa de la provincia que, aunque desprovistos de toda intención hagio-
gráfica, se ubicaban sin incomodidad en el cauce de una experiencia histó-
rica cuyas fallas ocasionales inventariaban escrupulosamente, pero con cuyo
marco ideológico no mantenían ninguna querella de fondo; ambas corrien-
tes cubrían casi por entero el abanico de opciones toleradas por el poder
político en las iJ:istituciones que prohijaba, y su perduración se debía a que
habían sabido asumir plenamente las consecuencias de la entrada en una
etapa en que el ritmo y cauce del avance historiográfico no estaba ya deter-
minado sobre todo por exigencias internas a la disciplina, y era cada vez
más influido por el de una crisis nacional que no cesaba de ampliarse y
profundizarse.
Al señalarlo, no se buscará negar que esa adaptación penosa era, en
una corriente de estudios históricos que había encontrado en la universidad
su único marco posible, imprescindible para su supervivencia misma. La
justeza de la apuesta a la que Levene se atuvo fielmente a partir de 1930
iba a ser plenamente reivindicada por el curso que la historiografía argen-
tina iba a tomar en el marco de la crisis nacional abierta en esa fecha: las

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corrientes que desde entonces promovió, y que a lo largo de más de medio


siglo han sufrido modificaciones menos profundas de lo que cabría suponer,
siguen siendo hoy las dominantes, si no en toda la historiografía nacional,
en la fracción cuantitativamente mayoritaria que se elabora en centros
universitarios y académicos: es preciso subrayarlo aquí con particular ener-
gía porque en un examen como el presente la tentación es fuerte de concen-
trar la atención en las innovaciones que aporta cada etapa, olvidando lo
que sobrevive a través de todas ellas.
Es preciso recordar a la vez que esa supervivencia tenía un precio muy
alto: para adaptarse al clima creado por la crisis argentina, el conocimiento
histórico debía ofrecer garantías de su total irrelevancia al presente y al
futuro, limitando sus perspectivas a aquellas que los poderosos de turno
juzgasen inofensivas. Es muy comprensible que quienes se volvían hacia el
pasado en busca de claves para la crisis presente no esperasen nada de la
guía que los historiadores profesionales habían renunciado de antemano
a proporcionarles, es comprensible también que a esa "historia oficial" se
haya contrapuesto pronto otra que veía en la toma de conciencia de la crisis
en que el país aparecía cada vez más hundido el necesario punto de par-
tida para una empresa de exploración del pasado inspirada en la esperanza
de encontrar en él claves y orientaciones para el futuro.
Se iba a hacer cada vez más evidente, sin embargo, que esa corriente
revisionista no iba a ser capaz de suplir las insuficiencias que muy justificada-
mente denunciaba en la historia oficial. La aproximativa metodología y la
arbitrariedad de enfoques que iban a frustrar esa promesa daban a su modo
testimonio de la extrema gravedad de la crisis, que hacía imposible a quie-
nes habían tomado a su cargo la formulación de esa alternativa historio-
gráfica no sólo alcanzar la segura visión del presente y el futuro que había
estado presente gracias a Mitre en los orígenes de la historiografía argentina,
sino ni aun una imagen razonablemente precisa de esa crisis misma, cuya
hondura advertían plenamente, pero de la cual, como consecuencia tanto
de su formación intelectual como de sus preferencias ideológico-políticas,
sólo serían capaces de proponer versiones fuertemente mitológicas.
El avance del revisionismo histórico iba a constituir así un fenómeno
lleno de interés en cuanto reflejaba el impacto progresivo de la crisis en la
mentalidad colectiva, pero si sus propuestas son esclarecedoras en cuanto
enriquecen la sintomatología de esa crisis, por esa misma razón no podrían
orientar ningún esfuerzo de análisis de la crisis misma, y esa limitación es
doblemente válida cuando se examinan las producciones de esta tendencia
desde una perspectiva propiamente historiográfica: así contemplados, sus
aportes, tras de medio siglo de esfuerzos, parecen particularmente modestos.
Así, veinticinco años después de abierta la crisis nacional, la historio·
grafía parecía haber quedado encerrada bajo su influjo en un doble callejón
sin salida. Precisamente entonces hubo quienes creyeron posible, y por lo
tanto urgente, intentar sacarla de esa encrucijada; retrospectivamente esa
noción aparece tan extravagante que se hace preciso examinar con alguna
detención las circunstancias que la hicieron posible. El derrumbe del primer

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peronismo, en 1955, no significó por cierto el desenlace, y sí en cambio


un punto de inflexión en esa interminable crisis nacional que en cada uno
de ellos venía sólo a ampliarse y profundizarse; esto, que hoy es sabido,
era más firmemente sospechado de lo que explícitamente se admitía por
muchos de los que celebraban la caída del régimen. A la vez, la revolución
militar vino también a poner inesperado fin a la cerrazón ideológica im-
puesta por la restauración conservadora y celosamente mantenida por la
revolución peronista: ahora todas las audacias estaban permitidas, mientras
no se tradujesen en un acercamiento a los vencidos; bien pronto aun esta
barrera iba a derrumbarse ante la vigorosa presencia que éstos habían sabido
conservar en la vida nacional. Sin duda las tensiones que esa presencia no
reconciliada provocaba, agravadas por las que en toda América Latina si-
guieron a la eclosión de la revolución cubana, hicieron pronto temer por el
futuro de esa apertura. Pese a su fragilidad cada vez más evidente, ella iba
sin embargo a hacer posible por una década esa renovación en los supuestos
básicos de la vida cultural argentina que -luego de la interminable edad
glacial anunciada por la restauración conservadora e impuesta en plenitud
por el peronismo- muchos juzgaban también impostergable.
Esa coyuntura paradójica, en que un régimen de restauración socio-
política desbloqueaba un horizonte ideológico que había venido sufriendo
durante el previo cuarto de siglo las consecuencias de una progresiva clausu-
ra, iba a ofrecer ocasión también para una tentativa de actualización histo-
riográfica con la cual comienza en rigor la historia que aquí debe ocuparnos.
Ella nació marcada -como todas las que por entonces buscaron renovar
áreas enteras de la vida de la cultura y de las ideas- por la conciencia in-
fructuosamente reprimida de la incurable fragilidad de sus raíces en una
Argentina que no había encontrado la paz consigo misma; fue sin duda esa
conciencia la que vino a dar a su esfuerzo renovador un ritmo que pasó de
intenso a febril, a medida que el esfuerzo por ganar el tiempo perdido en
el pasado dio paso al afán por disputarlo a un futuro catastrófico que se
temía cada vez más inminente; ese ritmo peculiar contribuyó a hacer de esa
década tan vibrante como cargada de presagios sombríos una suerte de ré-
plica austral de la vivida por Alemania en el breve apogeo y vertiginosa deca-
dencia de la república de Weimar.
Como en la era de Weimar, la presencia ruidosa de grupos cada vez
más vastos que ostentosamente adoptaban pautas cada vez más lejanas de
las vigentes hasta la víspera en la vida colectiva invita a olvidar qué super-
ficial y parcialmente la renovación estaba afectando las estructuras institu-
cionales; si en Alemania ello se había debido a que el orden republicano no
había sido aceptado como legítimo por un viejo estado que había sobre-
vivido intacto a la derrota y el derrumbe imperial, y cuyos servidores, en las
academias y universidades como en la magistratura, cerraban filas contra
quienes se identificaban con el nuevo régimen, en la Argentina se debía
en cambio a que el deshielo ideológico-cultural era sólo un subproducto
inesperado de una frágil restauración político-social, cuyas prolongaciones
universitarias y académicas iban a disputar casi siempre con éxito el terreno

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a las tendencias renovadoras cuyo afloramiento ese deshielo hacía posible.


En el campo de la historiografía, que nos interesa más específicamente, el
rasgo que retrospectivamente resulta más notable es la extrema margina-
lidad de las posiciones ganadas por esas tendencias renovadoras.
El mapa universitario que viene a diseñarse durante la década inaugu-
rada en 1955 puede trazarse muy rápidamente: en La Plata la orientación
auspiciada por Levene conservó plena hegemonía; sustancialmente el mismo
desenlace se alcanzó en el Instituto de Historia del ·nerecho de Buenos
Aires; aunque el interés por la etapa colonial se iba a hacer allí gradual-
mente menos predominante, la inspiración que dominaba los estudios de
la independiente no era muy distinta de la que había subtendido los de la
anterior; también en Buenos Aires el Instituto de Investigaciones Históricas,
que durante la década peronista y bajo la dirección algo fatigada de Diego
Luis Molinari había caído en parálisis casi total, retornó al cauce tradicional
de la Nueva Escuela bajo la del profesor Ricardo Caillet-Bois, pero -aunque
retomó un ritmo más vivaz de publicaciones- no lograría rl'!cuperar ya el
lugar central que en la actividad historiográfica le había asegurado Emilio
Ravignani, cuyo nombre ahora llevaba; en Mendoza un retoño de la escue-
la sevillana de estudios históricos americanos, que había echado sólidas
raíces en la etapa peronista, iba a prosperar y expandirse en la siguiente.
Sin duda otros centros (tanto la multitudinaria cátedra de Historia Econó-
mica de la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires como las
escuelas de historia surgidas en el interior, desde la venerable de Córdoba
hasta la novísima de Bahía Blanca) reflejaban orientaciones menos unívocas,
pero por eso mismo, aunque estaban menos programáticamente cerrados
a la innovación, eran aun así incapaces de albergar ningún esfuerzo vigoroso
de reorientación de los estudios históricos. Sólo en el Instituto de Investiga-
ciones Históricas de Rosario, y aun allí sólo paulatinamente, se vería surgir
un centro de investigaciones definido en sentido renovador y capaz de ofre-
cer orientación a una escuela y una carrera.
Esa extrema marginalidad de las presencias renovadoras en el aparato
universitario de investigación histórica desmiente la imagen de la década
abierta en 1955 como una de avance incontrastado de esas tendencias;
sería a la vez peligroso concluir que éstas tenían sólo gravitación insignifi-
cante; otros aspectos de la situación universitaria y extrauniversitaria venían
a compensar en parte su implantación institucional demasiado frágil. En
la universidad misma, la expansión (ésta sí vertiginosa) de las ciencias socia-
les, hasta entonces mínimamente representadas en ella, y ahora organizadas
en nuevas carreras, abría entre ellas y las humanidades más tradicionales
una precaria tierra de nadie, sobre la cual, a falta de alternativas mejores,
buscarían arraigo algunas de esas tentativas de actualización de la disci-
plina. Pero la internacionalización creciente de la activid historiográfica
tenía en este aspecto efectos aún más significativos: frente al creciente
arcaísmo de las corrientes dominantes, el hecho de que quienes se les opo-
nían en nombre de exigencias más actuales eran más capaces de integrarse
como interlocutores de pleno derecho en ese diálogo cada vez más denso

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entre historias e historiadores de todos los horizontes ayudaba también a


compensar lo exiguo de su presencia institucional en la universidad argentina.
Así, dos centros de mucho más frágil arraigo que el rosarino supieron
asegurarse sin embargo gravitación considerable en el avance de los estudios
históricos. En la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires el de Estu-
dios de Historia Social, al que José Luis Romero constituyó en una suerte
de refugio y baluarte para quienes, trabajando en campos muy diversos,
coincidían en hallar inhóspito el clima de los institutos que los tenían for-
malmente a su cargo, ofrecía un ejemplo que parecía resumir todas las para-
dojas de la situación. Su director era un medievalista de altísimo prestigio
profesional, y por añadidura figura influyente en la vida institucional de la
Universidad; a la vez sus relaciones con el Instituto de Historia Antigua y
Medieval, donde sabía que no le esperaba ninguna cálida bienvenida, eran
deliberadamente distantes, y para el refugio alternativo que había cons-
truido no sólo para sí mismo prefirió la denominación menos ambiciosa
de Centro de Estudios, sin duda menos chocante para colegas de orienta-
ción más tradicional, que por razones que preferían no hacer explícitas se
rehusaban a reconocerle plena respetabilidad académica. En Córdoba peri-
pecias gobernadas por el genius loci restauraron en la Universidad la gravi-
tación del patriciado liberal; en ese contexto Ceferino Garzón Maceda,
agudísimo y erudito cultor de la historia, pudo crear en el Centro de Estu-
dios Americanistas una verdadera escuela de investigadores, cuya irradia-
ción en la carrera fue sin embargo limitada, debido sobre todo a la distan-
cia que puntillosamente mantuvieron la mayor parte de los catedráticos
de ella. Pero aquí también la recusación implícita en esas tomas de distancia
podía ser recibida con mayor ecuanimidad porque en el vasto mundo que se
extendía más allá de Córdoba eran esos impugnadores quienes hallaban
cada vez más difícil ser tomados en serio.
Hasta ahora hemos hablado insistentemente de una oposición entre
corrientes tradicionales y renovadoras, sin hacer esfuerzo alguno por carac-
terizar mejor a estas últimas; lo único que podría justificar esta indiferencia
a la necesidad de mejor definirlas es que continúa la que dominaba a esas
corrientes mismas. Las razones para ella se encuentran en parte en que lo que
hacía posible encarar esa renovación que postulaban no era la superación
de la crisis argentina que había estancado por tanto tiempo el avance de la
historiografía, sino algunas modalidades paradójicas que ella exhibía en
una etapa necesariamente efímera de su avance; esa renovación no podía
fundarse entonces en ninguna imagen clara del presente y futuro argentinos,
y ello no sólo porque el hecho mismo de que esa renovación ideológica era
fruto inesperado de una restauración sociopolítica cada vez más fieramente
resistida hacía desaconsejable poner en primer plano los vínculos necesarios
entre la indagación del pasado y esa demasiado quemante experiencia pre-
sente, sino por una razón todavía más poderosa: a saber, que aun dejando
de lado esas consideraciones de prudencia, los protagonistas de esa renova-
ción historiográfica no sólo no sabían hacia dónde se encaminaba esa inter-
minable crisis argentina, sino -lo que era más grave- no estaban siempre
seguros de saber hacia dónde deseaban verla encaminarse.

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Si la situación general de la Argentina no estimulaba a definir mejor


los vínculos entre ese proyecto de renovación historiográfica y cualquier
imagen del presente y futuro nacionales, por razones distintas el estado de
la historiografía argentina parecía hacer innecesario perfilar mejor ese pro-
yecto en su dimensión propiamente historiográfica. El inventario de las
gravísimas carencias que ella había venido acumulando parecía anticipar ya
las principales direcciones en que debía volcarse el esfuerzo renovador, y
hacer innecesaria la formulación de una agenda más precisa.
Esa imprecisión era vista aun menos problemáticamente en cuanto
estaba ya presente también en la corriente de estudios históricos que ejercía
más poderoso influjo sobre ese grupo, pero el de los Annales -él mismo pasa-
blemente heterogéneo en sus inspiraciones, -él mismo más dispuesto a defi-
nirse sobre todo negativamente, en contraposición a la pobreza de ideas
que afligía a la histoire événementielle- ofrecía a la vez inspiración más
precisa, en cuanto, a falta de una común visión histórica, definía un terreno
común de acción en una etapa -que se quería propedéutica- de recopilación
de datos, no concebida en el espíritu de la histoire événementielle (y en la
Argentina de la Nueva Escuela), que habían también encontrado en la labor
heurística un terreno común de acción para historiadores de concepciones
muy diversas, pero la habían hecho consistir en la recolección indiscrimi-
nada y exhaustiva de toda la información escondica en las fuentes; ahora
se trataba en cambio de seleccionar los hechos para su ordenación en series
en cuyo marco se harían inteligibles; la historia se construía así como un
haz de historias paralelas centradas en la evolución de ciertos fenómenos,
reconstruida mediante la recolección exhaustiva de sólo los datos relevantes
a esa evolucion misma, examinados en aquellos aspectos susceptibles de
cuantificarse, y dotados por lo tanto de la homogeneidad necesaria para ser
integrados en esas series.
Así el más prestigioso modelo historiográfico asequible al grupo reno-
vador parecía ofrecer una doble lección: enseñaba a no temer las consecuen-
cias de una apertura a todas las curiosidades temáticas y problemáticas,
pero definía a la vez un área de tareas previas dominada por esa recolección
sistemática de hechos cuantificables y seriables. Esa tarea sistemática iba a
dejar testimonios particularmente ricos en el único centro en que esa corrien-
te renovadora logró alcanzar predominio: varios volúmenes sucesivos del
Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas de Rosario 1 reflejan los
resultados de un esfuerzo colectivo en el campo de la historia de los tráficos
mercantiles y sobre todo de la demográfica; en Buenos Aires, en un marco
institucional menos sólido, la misma ambición se volcó en un estudio serial
de las variables básicas de la economía argentina en el último siglo, que

1 Se trata de los anuarios 6, 7 y 8 (1963-65). Los temas de historia demográfica fueron des-
arrollados predominantemente en el marco del Estudio de Area en el Valle de Santa María, abordado
por distintos institutos de la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario (sobre las modalidades de este
esfuerzo multidisciplinario; véase Albert MEISTER, Susana PETRUZZI y Elida SONZOGNI: Tradi-
cionalismo y cambio social, Rosario, Facultad de Filosofía y Letras, 1963).

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contó con los auspicios de instituciones francesas orientadas por la escuela


de los Annales 2 •
Pero si para la adopción de un cierto orden de trabajo, que separaba
rigurosamente un esfuerzo de recolección y ordenación de datos emprendido
colectivamente y una más libre actividad individual, sistemáticamente
abierta a todas las curiosidades, el influjo de los Annales era quizá determi-
nante, en la definición de esas curiosidades mismas y de las direcciones que
bajo su estímulo se abrían a la historiografía argentina los Annales ofrecían
un término de referencia mucho menos significativo. Había ante todo un
aspecto de esa apertura que pesaba en la Argentina mucho más que en Fran-
cia: ella incluía una tentativa de retomar contacto con los desarrollos más
recientes de la historiografía, de los que los estudiosos de historia argentina
habían permanecido largamente aislados. El grupo renovador se proponía
así realizar por fin esa integración de la historia argentina en la historia
universal que había figurado entre los objetivos de la Nueva Escuela, pero
que ésta había creído cumplida mediante la adopción de esa clavis univer-
salis que creía haber encontrado en el método histórico. Esa impaciencia
frente a las fronteras nacionales de la historiografía hacía posible que dos
de los centros más influyentes en sentido renovador tuviesen a su frente a
estudiosos en cuya obra el estudio del pasado argentino había tenido hasta
entonces papel incidental: mientras José Luis Romero dedicaba entonces
lo mejor de su esfuerzo de estudioso a completar su gran obra sobre el
surgimiento de la burguesía medieval, Nicolás Sánchez Albornoz por su
parte lo consagraba a explorar los avances y limitaciones del mercado nacio-
nal en la España del siglo XIX 3 • Y si en la breve y depurada obra de histo-
riador de Ceferino Garzón Maceda predomina en cambio el tema argentino,
ella realiza también de modo diferente esa exigencia de universalización
en cuanto su mundo de referencia aparece dominado por la problemática
de economía natural y monetaria, tal como clásicamente la planteó Dopsch
para la Edad Media europea. Aunque la impaciencia frente a las fronteras
nacionales como barrera a curiosidades temáticas o problemáticas estaba
tambien presente en el grupo de los Annales, las consecuencias de su supera-
ción debían ser desde luego menos significativas en una gran tradición histo-
riográfica, cuyos lazos recíprocos con otras igualmente centrales a la marcha
de la disciplina nunca se habían quebrado del todo (y que por otra parte
no aprendía sólo ahora a reivindicar en la entera Europa a su territorio
propio) que en otra precariamente arraigada en un área marginal.

2 En el marco de este proyecto (de cuyas ambiciones da idea el trabajo de A. FRACCHIA, H.


GOROSTEGUI DE TORRES y R. CORTES CONDE: "Producto bruto en el período 1869-1914:
identificación de fuentes y sugerencias sobre métodos de estimación posibles", en Instituto de Inves-
tigaciones Históricas, Universidad Nacional del Litoral e IDES, Jornadas de Hisroria y Econom{a
Argentina en los Siglos XVIII y XIX, Rosario-Buenos Aires, 1964) iba a completarse la serie homoge-
neizada y corregida a valores de mercado de un siglo de exportaciones argentinas, llevada adelante
por R. Cortés Conde, H. Gorostegui de Torres y T. Halperin Donghi, que permanece inédita.
3 Nicolás SANCHEZ ALBORNOZ : Las crisis de subsisrencias de España en el siglo XIX, Rosa-
rio, Instituto de Investigaciones Históricas, 1963.

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Si ya cuando creía continuar la inspiración de los Annales el grupo


renovador se apartaba de ella más de lo que podía advertir, en otros aspectos
ese apartamiento se hacía del todo explícito. Así ocurría sobre todo en
aquellos en que se hacía sentir el influjo de la sociología, cuya incorporación
a la vida universitaria argentina como disciplina que requería cultivo siste-
mático fue -se ha indicado ya- contemporánea de esta tentativa de reno-
vación historiográfica. Junto con ese influjo pesaba el de una economía que
buscaba recuperar esa dimensión histórica que había sido suya en su etapa
clásica, y por añadidura a las sugestiones de ambas disciplinas se sumaban
a menudo las de un marxismo asimilado en etapas previas de la formación
política, antes que científica, de algunos de los integrantes del grupo renova-
dor. La heterogeneidad profunda de esos influjos no impedía que fuesen
inesperadamente coincidentes en sus efectos: la sociología aportaba la
problemática de la modernización, la economía la del desarrollo, ese difuso
marxismo la del surgimiento del orden capitalista: eran tres modos de
abordar un único proceso, que había atraído muy escasamente la atención
de la escuela de los Annales, concentrada en cambio en la problemática no
sólo económica de la Europa preindustrial.
Lo que daba unidad a influjos de origen tan heterogéneo era el que a
través de todos ellos estaba ejerciendo esa etapa mundial de pujante y con-
fiado avance que, abierta con el fin de la Segunda Guerra Mundial, iba a
culminar precisamente en la década de 1960, durante la cual inspiraría a
políticos sazonados, tanto como a otros que aun en sus prir..~eras armas des-
plegaban una admirable destreza, una audacia utópica para planear y anti-
cipar el futuro inmediato que iba a ser rasgo c;omún a las rapsodias del presi-
dente Johnson sobre la Great Society, a los anuncios de Jrúschov sobre el
inminente tránsito de la URSS del socialismo al comunismo, a las promesas
de que era pródiga la primera etapa de la revolución cubana y aun a la deci-
sión nueva con que la Iglesia Católica se disponía a afrontar un futuro cuya
llegada había venido intentando postergar prudentemente por más de un
siglo.
Esa confianza en un avance que parecía destinado a prolongarse inde-
finidamente hacia adelante animaba a sociólogos y economistas a afrontar
más decididamente la tarea de pronosticar un futuro, la dirección de cuyos
avances era de antemano conocida; por añadidura esa develación de los
enigmas del porvenir aclaraba también a sus ojos los menos misteriosos que
escondía el pasado; en una obra tan típica del clima de ese momento como
el "manifiesto no comunista" que W. W. Rostow tituló The Stages of Econo-
mic Growth 4 puede seguirse muy bien el proceso a través del cual una irra-
zonada pero no infundada ufanía colectiva, inspirada por una onda de pros-
peridad sin precedentes en memoria de hombre, halla expresión en la arro-
gancia político-ideológica y la arrogancia científica que en el libro campean
por igual.

4 Walt W. ROSTOW: The Stages of Economic Growth. A non.Communist Manifesto, Cambrid·


ge, Cambridge University Press, 1960.

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Sin duda las ciencias sociales que en la Argentina no habían logrado


ver universalmente reconocido como legítimo el lugar que finalmente esta-
ban ganando en la estructura universitaria y de investigación no cultivaban
la misma arrogancia, pero expresaban en lenguaje menos desafiante seguri-
dades no menos firmes; los ensayos sociológicos que Gino Germani iba a
reunir en Economía y sociedad en una época de transición s reflejaban desde
el título mismo la serena convicción de que su autor había desentrañado el
nexo entre pasado y futuro; la misma convicción subtiende otra obra igual-
mente característica de ese momento, La economía argentina 6 , de Aldo
Ferrer, en que la dirección que esa economía seguiría en el porvenir era
especificada con tanta firmeza como la que había seguido en el pasado.
Esa convicción iba a estar en cambio menos presente en la nueva promoción
de historiadores, que encontraban en las ciencias humanas en avance un
conjunto sugestivo de temas y problemas para tratar históricamente, pero no
reconocían dentro de sí mismos esa fe tan firme de sociólogos y economistas
en la posibilidad de develar con precisión el rumbo general del proceso histó-
rico, que alcanzaba su más extrema audacia en el ejercicio de la prospectiva,
pero cuyos intentos de develar los enigmas del pasado, que estaban en me-
jores condiciones de juzgar con conocimiento de causa, no siempre encon-
traban del todo convincentes.
La conciencia de todo lo que los separaba de la actitud que veían domi-
nante en las nuevas ciencias humanas quizá no les permitía sm embargo
advertir del todo lo que la suya tenía en común con ella; si su proyecto de
exploración del pasado aparecía por comparación con el de esas ciencias
excesivamente titubeante e inseguro, las ambiciones que en él se desplega-
ban sólo hubiesen parecido viables sobre una base menos frágil que la que la
Argentina de la década abierta en 1955 les había asegurado, y con un hori-
zonte futuro menos sombrío que el que sabían ineludible y quizá inminente;
lo que les dio la fuerza para sostener esas ambiciones era también para ellos
el influjo de ese prodigioso avance mundial, fuente secreta de una confianza
en el futuro capaz de sobrevivir a las razones de desesperar que el contexto
argentino ofrecía con abundancia creciente.
Por decisivo que fuese este estímulo llegado del espíritu del tiempo,
él no era más capaz de dar precisión a la agenda de trabajo del grupo renova-
dor que los recibidos de las nuevas ciencias sociales. Para los integrantes de
ese grupo que habían dado por cerrada su etapa formativa, esa abigarrada
' riqueza de influjos intelectuales era por el contrario un estímulo a mantener
una irrestricta libertad de opciones temáticas; lo que caracterizaba su produc-
ción en esta etapa era una dispersión que sólo alcanzaría a ser integrada en
torno de ciertos núcleos temáticos luego de 1966 7 •
S Gino GERMANI: PolJ'tica y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós, 1962.
6 Aldo FER.RER: La econom{a argentina: las etapas de su desarrollo y problemas actuales,
México, Fondo de Cultura Económica, 1963.
7 Si se me permite mencionar mi propio caso, los libros que publiqué entre 1960 y 1966
(Tradición polz'tica española e ideolog{a revolucionaria de Mayo, Buenos Aires, Eudeba, 1961, Historia
de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 1962 y Argentina en el callejón, Monte-
video, Arca, 1964} dan testimonio de una dispersión de temas no todos los cuales serían recogidos e

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Esa libertad de opciones, aun más marcada para quienes ya antes de


1955 habían perfilado su personalidad de historiadores a través de una obra
de rasgos bien definidos, no iba a ser concedida a quienes se incorporaban
a la corriente renovadora como discípulos, especialmente allí donde ésta
animaba una auténtica escuela de formación histórica; si en Buenos Aires
(donde a la insuficiente implantación institucional se sumaba la escasa dispo-
sición de J. L. Romero a·volcar su influjo intelectual sobre historiadores y
aprendices de historiadores, que iba a ser tan fuerte, en los cauces tradicio-
nales de una relación entre maestro y discípulos) esa división jerárquica del
trabajo historico no llegó demasiado lejos, en Córdoba y Rosario alcanzó
su pleno imperio; la evocación que ofrece C. S. Assadourian de su incorpo-
ración discipular al grupo cordobés ofrece sin duda una imagen representa-
tiva de la situación en ambos centros:

Siendo yo todavía estudiante, el doctor Ceferino Garzón Maceda, deseando


formarme como historiador, me nombró colaborador del Instituto que él dirigía
señalándome dos lineas de trabajo. La primera era la lectura de los historiadores
americanos y europeos que él apreciaba. La segunda consistía en realizar un trabajo
sobre la economía regional de Córdoba, para lo cual debía ir todos los días al
archivo a fichar actas notariales de los siglos X VI y X VII. Varios intentos míos
por escapar de este último y rutinario trabajo fueron sofocados, siempre, por las
razones y la autoridad de Garzón Maceda 8.

Esta experiencia que no parece haber sido demasiado grato vivir es


póstumamente reivindicada por Assadourian: "Esos cinco años -concluye-
fueron decisivos para mi formación; si mis análisis llegaron a poseer alguna
virtud, ello se debe al apoyo, empeño y generosas enseñanzas de Garzón
Maceda". Aunque Assadourian es sin duda el más brillante de los historia-
dores formados por ese duro aprendizaje, no es el único que tendría motivos
para celebrar retrospectivamente sus frutos; ello no impide que esa concen-
tración de quienes eran iniciados al trabajo histórico en una tarea que se
definía como propedéutica, pero en la que corrían peligro de aclimatarse
definitivamente, amenazaba con devolver a esta renovación historiográfica
a un cauce no demasiado alejado de aquel en que se había extraviado la
Nueva Escuela; sin duda el énfasis en la recolección de datos cuantüicados
y seriados no suponía un retomo a la fe conmovedora de la Nueva Escuela
en el progreso de la disciplina como resultado de la acumulación indiscri-
IJlinada de hechos recogidos en orden disperso, pero no es seguro que quie-
nes eran incorporados como principiantes a aquella nueva tarea tuviesen
acceso a aquellos niveles del trabajo histórico para los cuales esa düerencia
de actitud se tomaba plenamente relevante, que para ellos la austeridad de
ese aprendizaje del oficio a partir de sus tareas más humildes fuese compen-
sada por una conciencia suficientemente clara del sentido y propósitos de
la empresa para la cual eran reclutados, a la luz de esa más rica y actual
integrados en Revolución y gue"a. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos
Aires, Siglo XXI, Argentina, 1972.
8 Carlos Sempat ASSADOURIAN: El sistema de la econom{a colonial. Mercado interno, regio·
nes y espacio económico, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1982 , p. 12.

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cultura histórica cuya adquisición constituía el otro aspecto del programa


que Garzón Maceda propuso a, Assadourian. He aquí un escrúpulo que José
Luis Romero llegó a sentir con intensidad creciente, pero que no sé hasta
qué punto hubiera sido justificado por el rumbo que, de haberle sido posi-
ble seguir avanzando sin obstáculos, hubiese tomado un proceso en cuyo
curso la tormenta de 1966 iba a suponer una perturbación profunda.
Ese escrúpulo era paradójicamente fortificado por el cambio de acti-
tud que se insinuaba entre algunos estudiosos de historia argentina, inequí-
vocamente integrados en el cauce de las corrientes dominantes desde antes
de 1955, que comenzaban ahora a mostrarse más dispuestos a reconocer sin
escándalo la presencia de tendencias renovadoras que por su parte buscaban
sus términos de referencia en otras tradiciones historiográficas, en ruptura
implícita con la que en el país se había consolidado a partir de la Nueva
Escuela. Esta actitud nueva halló confirmación en el eco inesperadamente
amplio que encontró la iniciativa de Garzón Maceda, que buscó agrupar a
los estudiosos de historia económica y social en una asociación no identifi-
cada exclusivamente con ninguno de los grupos, corrientes o tendencias que
actuaban en ese campo de estudios. Pero precisamente la iniciativa tendía a
desleír una propuesta que comenzó por ser la de un modo radicalmente
nuevo de aproximarse a la historia en la de incorporación de nuevos temas
al campo de acción de estudiosos que al volverse hacia ellos no creían nece-
sario renovar radicalmente sus perspectivas.
La resistencia (bien pronto superada) que despertó en el grupo reno-
vador la invitación a acomodarse a un contexto de líneas menos definidas
que el que al lado de sus propios esfuerzos por crear una historiografía a la
altura de los tiempos sólo reconocía la presencia de una tradición historio-
gráfica demasiado anquilosada para ofrecer ningún punto de partida válido
a esa actualización necesaria, reflejaba hasta qué punto estaba aún dominado
por una ambición de protagonismo exclusivo que, sin duda necesaria para
animarlo a una empresa que no se anunciaba fácil, se apoyaba sin embargo
en una imagen inexacta porque incompleta del marco en que ese grupo se
proponía incidir.
Lo que la halagüeña imagen que el grupo renovador quería mantener
de sí misino dejaba fuera no era tan sólo que la aproximación a los nuevos
temas por él favorecidos podía alcanzarse por otros caminos y siguiendo
otros ejemplos que los preferidos por éste, y que ello estaba ya ocurriendo
en el campo de la historia colonial, donde Levene había esbozado el desliza-
miento de la historia institucional a la socioeconómica, y ahora tentativas
orientadas en la misma dirección iban a darse entre los estudiosos nuclea-
dos en el Instituto de Historia del Derecho de Buenos Aires, donde José
María Marih.iz Urquijo comenzaba a ofrecer trabajos de historia mercantil e
industrial porteña, que reflejaban un seguro oficio erudito, pero que no
siempre concedían toda la atención necesaria a los mecanismos económicos
en juego 9 , y de modo más sistemático en el centro mendocino, donde era

9 Entre otros, "La regulación del aprendizaje industrial en Buenos AirE"s, 1810-35", Revista

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una indiferencia más global por el análisis propiamente económico (así fuese
éste elemental) de los hechos estudiados la que limitaba más seriamente el
interés de estudios apoyados en algunos casos en investigaciones eruditas
aún más exhaustivas 10•
Si es comprensible que el grupo renovador no se haya sentido forzado
a revisar la exaltante imagen qu~ se había formado de su propio papel ante
el surgimiento de esfuerzos de cuyas insuficiencias estaba quizá demasiado
consciente, había sin embargo otras tentativas de aproximación a esa temá-
tica nueva que hubieran quizá debido inducir más eficazmente a esa revi-
sión, en cuanto desmentían con considerable eficacia una noción que ofrecía
fundamento implícito pero necesario a esa imagen que el grupo renovador
hallaba tan difícil modificar: esa noción postulaba que los problemas de la
historiografía argentina sólo podrían resolverse por el camino de una profe-
sionalización plena; su corolario era una voluntad de rigor reflejada en la
recusacion de cuantos no encaraban de esta manera la tarea histórica.
No era éste sin embargo el único modo posible de paliar las consecuen-
cias del marasmo de la historiografía como disciplina; precisamente José
Luis Romero había encabezado unos años antes, desde !mago Mundi, un
esfuerzo por alcanzar una aproximación al pasado utilizando las contribu-
ciones que estudiosos de disciplinas muy diversas podían ofrecer para llenar
los vacíos dejados por la incuriosidad y la pobreza cultural de los historia-
dores profesionales, en el campo de la historia argentina, la Revista de Histo-
ria 11 , aunque alcanzó sólo a publicar unos pocos números, ofreció una con-
tribucion importante, reuniendo bajo la égida del más agudo de los conti-
nuadores de la Nueva Escuela, Enrique Barba, a estudiosos independientes
y autodidactas, desde Roberto Etchepareborda hasta Luis V. Sommi, Boles-
lao Lewin y Sergio Bagú, autor ya de dos volúmenes sobre la economía y
la sociedad coloniales, que anticipaban en hmpido lenguaje las perspectivas
que veinte años más tarde dominarían el debate histórico en ese campo 12 ;
por otra parte, retomando una tradición que había alcanzado envidiable
vigor a comienzos del siglo XX, estudiosos y expertos de distintos aspectos
de la vida nacional venían ofreciendo visiones retrospectivas iluminadas, si
no por las perspectivas de la historia económica, por las que da un conoci-
miento íntimo de los problemas del área en estudio; desde la Historia Eco-

del Instituto de Historia del Derecho, Buenos Aires, 14, 1963, y "Protección y librecambio durante
el período 1820-1835 ", Academia Nacional de la Historia, Boletz'n, Buenos Aires, 34:2, 1964.
10 Son ejemplares en este aspecto los estudios de Pedro Santos MARTINEZ, desde la Historia
económica de Mendoza durante el Vi"einato, 1776-181 O, Madrid-Mendoza, Ediciones de Cultura
Hispánica y Universidad Nacional de Cuyo, 1961, en que esa ausencia de todo criterio económico
limita la utilidad del vasto aporte de datos, hasta el más conciso Las industrias durante el Vi"einato
(1776 -1810 ), Buenos Aires, Eudeba, 1969, donde ese rasgo negativo se exaspera hasta tal punto que
la pesca con lombrices en la laguna de Guanacache puede aparecer incluida entre esas industrias
virreinales (p. 122).
11 En efecto, la Revista de Historia sólo iba a publicar tres números en 1957-58.
12 Sergio BAGU: Economz'a de la sociedad colonial, Buenos Aires, El Ateneo, 1949, y Estruc-
tura social de la colonia: ensayo de historia comparada de América-t:átina, Buenos Aires, El Ateneo,
1952.

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nómica Argentina, de Ricardo Ortiz, hasta la de la ganadería de Horacio


Giberti, de la industria de Adolfo Dorfman, o la admirable monografía
sobre los saladeros del ingeniero Montoya ofrecían un rico tesoro de datos
y aun de líneas de análisis que desde luego los integrantes del grupo reno-
vador no eran los únicos en agradecer y poner a contribución 13 •
Si pese a ello seguían manteniendo intransigentemente que el historia-
dor sólo podía realizarse válidamente en el marco de una profesionalización
estricta, para lo que su rigor tenía quizá de excesivo podría invocarse, si no
como justificacion, por lo menos como circunstancia atenuante el hecho
de que el grupo renovador no era el único que parecía considerar ya inacep-
table cualquier concepción más inclusiva de las tareas que la hora proponía:
ahora Enrique Barba alentaba a algunos de sus discípulos a probar fuerzas
en esa temática nueva, en el marco exquisitamente profesional de sus tesis
doctorales, pero por desdicha los resultados no ofrecían argumentos dema-
siado convincentes contra el solipsismo sin duda excesivamente arrogante
del grupo renovador 14 .
Aunque la exigencia de ceñir la renovación temática y problemática
a un marco de rigurosa profesionalización no era exclusiva al grupo reno-
vador, éste se definía a partir de ella con la misma puntillosidad que en su
momento había caracterizado a la Nueva Escuela, quizá sin advertir del
todo que con ello se ofrecía a sí mismo como rehén al destino; esa exigen-
cia sólo era realizable en un marco institucional al que la política universi-
taria de la Revolución Argentina iba a dar un golpe devastador pero no ines-
perado. Pese a que las insuficiencias de · su implantación en la Universidad
habían sido en parte compensadas por la hospitalidad y la cooperación de
instituciones oficiales y privadas vinculadas con otras ciencias sociales 15 ,
y la exigüidad de los fondos de investigación suplida en parte por subsidios
llegados de fuera (ellos mismos por cierto muy reducidos en comparación
con los que se volcaban sobre otras disciplinas cercanas), y los igualmente
escasos que el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas derivaba
hacia un campo de estudios al que estaba lejos de conceder atención priori-
taria, todo eso no podía ofrecer base suficiente para la continuación del
proY,ecto renovador luego de 1966 16 •

13 Ricardo M. OR TIZ: Historia económica de la Argentina, 1850-1930, Buenos Aires, Raiga!,


1955; Horacio C. GIBERTI: Historia económica de la ganaderia argentina, Buenos Aires, Raiga!, 1954;
Adolfo DORFMAN, Evolución industrial argentina, Buenos Aires, Losada, 1942; Alfredo J. MON-
TOY A: Historia de los saladeros argentinos, Buenos Aires, Raigal 1956.
14 Como puede advertirse, por ejemplo, en la Historia de la conversión del papel moneda de
Buenos Aires, de Horacio J. CUCCORESE (La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1959).
15 Así el lOES, a más de copatrocinar las jornadas de historia y economía retrospectiva mencio-
nadas en nota 2 (cuyas sesiones porteñas contaron con la hospitalidad del Consejo Federal de Inver-
siones), iba a albergar a las primeras convocadas por la Asociación Argentina de Historia Económica
y Social, en pleno derrumbe universitario de 1966; las segundas, de 1969, iban a sesionar en la sede
que el Instituto Torcuato Di Tella tenía entonces en Florida. Y es innecesario señalar aquí la atención
que Desarrollo Económico ha venido y sigue prestando a temas históricos.
16 Esos fondos por otra parte se hacían habitualmente accesibles a través de proyectos interdis-
ciplinarios; así la Fundación Rockefeller dio apoyo a un proyecto conjunto del Instituto de Sociolo·
gía y el Centro de Estudio de Historia Social de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires

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UN CUARTO DE SIGLO DE HISTORIOGRAFIA ARGENTINA 503

Y en efecto, éste no iba a sobrevivir como empresa colectiva a la tor-


menta universitaria de ese año; sin duda quienes se habían identificado con
las exigencias que habían animado esa empresa no renunciaban a ellas, pero
debían hallar nuevos cauces para satisfacerlas. Para algunos, éste se encon-
traba todavía en la Universidad, pero era obvio que en el nuevo clima allí
reinante esta solución se iba a revelar en e.xtremo precaria; también lo fueron
las tentativas de retomar en ámbitos privados las tareas interrumpidas en
el universitario, que alcanzaron particular tenacidad en Rosario, pero aun
allí perdieron gradualmente envergadura.
La reinsercion en el mundo del trabajo histórico iba a ser encarada en
orden disperso: universidades del extranjero y centros privados de investi-
gaciones sociales ofrecían refugio a algunos, pero no habrían podido desde
luego proporcionar una sede supletoria para el que había sido proyecto
colectivo; se hizo también más frecuente entre los más jóvenes el uso de
la alternativa ofrecida por los estudios graduados en el extranjero, que a
más de suplir las carencias ya clamorosas de la universidad nacional abría
un compás de espera hasta la llegada de una normalización que obstinada-
mente quería creerse aun posible.
A la vez la presencia del grupo se hizo paradójicamente más visible a
través de publicaciones ahora más nutridas; mientras entre los historiadores
de promociones anteriores que lo habían guiado y tutelado José Luis Ro-
mero iba a coronar durante su retiro su obra de medievalista con ese gran
libro que es La revolución burguesa en el mundo feudal, a la aparición de
una Historia argentina que contaba con la colaboración de varios de ellos se
sumaba la primera versión de la La población de América Latina, de Nicolás
Sánchez Albornoz, . y una briosa y límpida presentación de La formación
de la Argentina moderna, de Roberto Cortés Conde y Ezequiel Gallo, que
del mismo modo que el estudio de José Carlos Chiaramonte sobre Libera-
lismo y nacionalismo económicos en Argentina, 1860-1880 17 , llevaba a
término trabajos encarados en la etapa anterior, si estas publicaciones demos-
traban que aquélla no había sido estéril, no señalaban el camino para seguir
avanzando en un contexto tan diferente.

sobre el impacto de la inmigración masiva en el Río de la Plata, del que iban a surgir estudios luego
recogidos en parte en T. S. DI TELLA, G. GERMANI y J. GRACIARENA (eds.): Argentina, sociedad
de masas, Buenos Aires, Eudeba, 1965 (entre ellos "Los inmigrantes en el sistema ocupacional argen·
tino", de G. BEYHAUT, R . CORTES CONDE, H. GOROSTEGUI y S. TORRADO, y "Problemas
del crecimiento industrial en la Argentina (1870-1914)", de R. CORTES CONDE). Por su parte, las
investigaciones sobre el valle de Santa María, que como se indica en nota 1, integraron los esfuerzos
del Instituto de Investigaciones Históricas y el de Antropología de Rosario, contaron con el "auxilio
indirecto" del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas.
17 José Luis ROMERO : La revolución burguesa en el mundo feudal, Buenos Aires, Sudameri·
cana, 1967; Tulio HALPERIN DONGHI (ed.): Historia argentina (7 volúmenes publicados), Buenos
Aires, Paidós, 1972; los historiadores que colaboran en ella son, a más del editor, C. S. ASSADOU-
RIAN, G. BEATO, J. C. CHIARAMONTE, H. GOROSTEGUI DE TORRES, E. GALLO y R. CORTES
CONDE; Nicolás SANCHEZ ALBORNOZ y José Luis MORENO: La población de América Latina,
Buenos Aires, Paidós, 1968 ; Roberto CORTES CONDE y Ezequiel GALLO: La formación de la
Argentina moderna, Buenos Aires, Paidós, 1967 ; José Carlos CHIARAMONTE: Nacionalismo y libe-
ralismo económicos en Argentina, 1860-1880, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1971.

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Aunque de modo paulatino, la conciencia de que ese cambio, que se


revelaba ya irreversible pese al clamoroso fracaso de la Revolución Argen-
tina que lo había desencadenado, restaba relevancia al programa implícito
del grupo renovador, la conciencia también de que la construcción de una
historiografía a la altura de los tiempos, tal como el grupo la había enten-
dido, era propuesta que encontraba eco cada vez más limitado se traducía
en la búsqueda de orientaciones alternativas, en el curso de la cual la coinci-
dencia en tomo de un programa de trabajo, antes mantenida por historia-
dores divididos a menudo en sus orientaciones teóricas o ideológicas, dejaba
paso a una creciente dispersión de rumbos.
El punto de partida común a partir del cual los caminos iban a dividirse
era una constatacion que no todos estaban dispuestos a formular explícita-
mente: a saber, que las razones que hacían ya impracticable en los hechos
el proyecto de una "historia a la altura de los tiempos" incitaban a pregun-
tarse retrospectivamente si no había habido en ese proyecto, desde su origen
mismo, una inadecuacion a los concretos requerimientos de la situación
argentina que hacía imposible considerar a la peripecia que vino a cerrarlo
un mero accidente en el camino. Si, como se ha indicado más arriba, había
sido la confianza en la fuerza avasalladora de esa gran ola mundial de avance
la que había inspirado el optimismo necesario para postular una renovación
profunda de los estudios históricos en una Argentina que se advertía muy
bien que estaba mal preparada para recibirla, el proceso abierto con la Revo-
lución Argentina confirmó lo que ya hubiera sido posible vislumbrar antes
de ella: a saber, que ese clima mundial no era suficiente para frenar los pro-
gresos cada vez más rápidos de la crisis argentina, que parecía finalmente
acercarse a la confrontación resolutiva que hasta entonces aun los más irre-
conciliables adversarios habían contribuido a eludir, pero que un país cada
vez más agotado por esa congelada e incruenta guerra civil que ya se había
arrastrado por cuatro décadas parecía ahora anticipar con sentimientos en
que la esperanza por primera vez se mezclaba al temor. Ante esa inminente
tormenta que cubría por entero el horizonte la exigencia de una historio-
grafía "a la altura de los tiempos" no podía sino encontrar en ella su refe-
rente principal; la exigencia de actualización y enriquecimiento cultural y
científico dejaba paso a la de relevancia más estrecha a esa confrontación
que se había transformado en el dato central de la vida argentina.
De las alternativas que se afrontaban en ella era la que se orientaba en
sentido políticamente más conservador la que paradójicamente innovaba
menos en relacion con un proyecto historiográfico cuyo amor por la novedad
había sido visto a menudo como solidario con las opciones políticas hostiles
al orden establecido con que más de uno de los integrantes del grupo en
efecto había simpatizado. Así, la continuidad en la trayectoria de historia-
dores de Roberto Cortés Conde y Ezequiel Gallo, desde unos comienzos
en que surgieron en el marco de nuestra izquierda ideológica hasta una madu-
rez que los encuentra ubicados en un lugar muy diferente, se hace evidente
apenas se recorren sus escritos históricos de tres décadas, en que se ve ma-
durar y enriquecerse una problemática que no sufre a lo largo de ellas revi-
siones radicales.

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UN CUARTO DE SIGLO DE HISTORIOGRAFIA ARGENTINA 505

Ese avance menos tormentoso fue quizá facilitado por el marco institu-
cional en que iba a desenvolverse, en que alternaban centros extranjeros y
el más antiguo de los creados en el país para la investigación en ciencias
sociales, que no aparecía embanderado ya en un proyecto científico o ideo-
lógico-cultural tan preciso como otros más recientes. La reorientación
opuesta iba a darse sobre todo en el marco muy diferente de una universidad
en que la Revolución Argentina, en su última y ya desesperada etapa, iba a
prohijar una politización más desaforada que la que en 1966 había decla-
rado intolerable: ello iba a dar a algunos integrantes del grupo que fue reno-
vador oportunidad para recuperar en la estructura universitaria una base
que iban a descubrir aún más estrecha y precaria que la asegurada luego
de 1955. Quienes así retornaban al ámbito universitario hacían de su orien-
tacion política un aspecto más significativo de su identidad académica que
en el pasado, e iban en general a unirse, con un entusiasmo que en la mayor
parte de los casos se descubría con sorpresa que era totalmente sincero, a
la tumultuosa experiencia comenzada en 1973, pero ese compromiso polí-
tico ahora más abarcador no excluía un puntillo profesional más intenso
que nunca, y aguzado quizá por la denegación de legitimidad de que el
grupo era víctima, a manos de unos inesperados colegas que se habían
hecho fuertes en reductos bautizados "cátedras nacionales"; la visión histó-
rica propuesta desde ellas aparecía desplegaJa en un macizo volumen debido
a la pluma de Gonzalo Cárdenas, que prometía ser el primero en una serie
sobre las luchas contra la dependencia en la historia argentina 18 • Contra
esos arbitrarios delirios quienes retornaban a la universidad reivindicaron la
coherencia a la vez ideológica y científica de un marxismo que, clausurada
la etapa stalinista, redescubría toda la varia riqueza de su propia tradición;
a él invocaban contra ese André Gunder Frank en quien habían buscado
aval ideológico los fautores de una historia y una ciencia social nacionales
y tercermundistas 19 •
Ese desquite ideal no restaba nada a la fragilidad de las bases institu-
cionales reconquistadas; la marginalidad de las posiciones alcanzadas en
esa universidad revulsiva no sería computada en su favor cuando llegó la
hora de desmantelarla; ahora el desenlace no sólo los expulsó de la univer-
sidad sino a muchos de ellos del país, que debían abandonar no sólo en
busca de un ambiente en que el trabajo fuese todavía posible, sino de protec-
ción para su libertad y aun su vida, ya que la modicidad de sus pasados
desafíos al orden vigente no la ofrecía suficiente contra el terror inaugurado
en 1976.
Mientras silencios y ausencias imponían a ese esfuerzo obstinado de
actualización historiográfica un hiato que por un momento pareció hacerse
casi total, luego de 1976 adquirió perfil más nítido un aparato institucional

18 Gonzalo H. CARDEN AS: Historia social argentina, I, Las luchas nacionales contra la depen-
dencia, Buenos Aires, Macchi, 1974.
19 C. S. ASSADOURIAN , C. F. S. CARDOSO, H. CIAFARDINI, J. C. GARAVAGLIA, E.
LACLAU: Modos de producción en América Latina , Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, 1973;
las críticas a Frank en los escritos de Assadourian y Laclau.

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que, preparado para el trabajo histórico bajo la égida del gobierno militar
de 1966, no había sido ni aun rozado por las convulsiones universitarias de
1973-75. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas se
il>a a transformar en la pieza central de ese nuevo aparato, a través de la
expansión de su Carrera de Investigador y la multiplicación de centros pri-
vados a los que acuerdos al efecto hacían beneficiarios de subsidios de capi-
tal y funcionamiento; en el campo histórico los trabajos así estimulados
iban a ser difundidos sobre todo gracias a la Academia Nacional de la Histo-
ria, que desde 1966 había derivado a una publicación periódica nueva,
lnveatigaciones y Ensayos 20 , cuya aparición regular contrastaba con la
continuidad cada vez más precaria de los órganos de institutos universitarios,
los estudios y comunicaciones que desde 1962 había comenzado a publicar
en su boletín, al margen de las informaciones sobre la actividad académica a
las cuales lo había consagrado por entero hasta esa fecha. Aun más signifi-
cativo iba a ser el papel de los congresos de historia argentina y regional,
también organizados por la Academia, que, a partir del primero, convocado
en Tucumán en 1971, iban a ofrecer al público un número cada vez más
abrumador de trabajos, debidos en proporción muy considerable a becarios
del Consejo 21 •
Ese nutrido caudal de publicaciones ofrece una imagen más exhaus-
tiva que enaltecedora de lo que ese aporte estatal, sin duda mayor que el
nunca disponible en el pasado, estaba logrando en el campo historiográfico.
Si se presta atención a los índices de las actas de los sucesivos congresos, o
a los del periódico académico, parece poder concluirse de ellos que la amplia-
ción temática propuesta por la marginada tendencia renovadora ha logrado
una paradójica victoria póstuma: el primero de esos congresos reúne veinte
trabajos sobre "aspectos sociales", veintitrés sobre "aspectos económicos",
once sobre "aspectos culturales" y sólo ocho en la única sección que en
sentido lato toca la historia política, titulada "Historia regional: La acción
de Güemes en el Norte Argentino"; los siguientes no modifican ese equili-
brio inesperadamente novedoso.
Si se examinan los trabajos mismos, se advierte de inmediato que la
innovación es extremadamente superficial: en todos los campos la atención
pocas veces se despega de la dimensión institucional, que es aquella sobre
la cual las fuentes utilizadas proporcionan datos que no requieren ninguna
complicada manipulación y cuya presentación no exige tampoco un dema-
siado intenso esfuerzo interpretativo. Los casos menos numerosos en que se
adopta un enfoque menos pedestre justifican la prudencia con que la mayor

20 En el primer número de la nueva publicación, Ricardo ZORRAQUIN BECU, tras de señalar


que ella no aspira a ser "un órgano de conducción en esta disciplina", promete que en ella "tendrán
cabida todas las opiniones y temas más variados" (Investigaciones y Ensayos, l, oct.-dic. 1966,
PP- 9-10) . .
21 Academia Nacional de la Historia, Primer Congreso de Historia Argentina y Regional cele-
brado en San Miguel de Tucumán dell4 al16 de agosto de 1971, Buenos Aires, 1973, y sucesivos.
En esta misma etapa las Jornadas de Historia Económica Argentina iban a ofrecer otro foro para tra-
bajos en los cuales los rasgos aquí señalados, aunque menos exclusivos, siguen siendo claramente pre-
dominantes.

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UN CUARTO DE SIGLO DE HISTORIOGRAFIA ARGENTINA 507

parte de los colaboradores limitan sus ambiciones: un tema como el de las


corrientes comerciales entre provincias, que han dejado abundante huella
documental gracias a las series de recaudación de impuestos con ellas vincu-
lados, es explorado a menudo, pero mientras la exactitud de los datos reco-
gidos parece por lo general digna de confianza, la presentación que de ellos
se ofrece no es demasiado útil o interesante, porque los autores no han alcan-
zado una comprensión ni aun rudimentaria de las exigencias del análisis
histórico-económico, y no advierten por ejemplo que las cifras de un año
aislado ofrecen base muy insegura para alcanzar conclusión alguna sobre la
envergadura del tráfico mercantil entre dos provincias. ·
En parte sin duda esa impresión de abrumadora irrelevancia proviene
del hecho de que tanto las actas congresionales como el periódico acadé-
mico ofrecen hospitalidad quizá demasiado indiscriminada a producciones
de investigadores en sus primeras armas, que anteriormente no solían circu-
lar fuera del ámbito del curso para el cual habían servido de trabajos prácti-
cos22. Pero las carencias que en ellos alcanzan sus manifestaciones extre-
mas están presentes también en las producciones de investigadores más
aplomados: no es exclusiva de los principiantes la indiferencia hacia cual-
quier planteo de un tema como problema a dilucidar, agravada por un aisla-
miento progresivo respecto de desarrollos historiográficos que podrían quizá
estimular enfoques menos cerrados a todo horizonte problemático. Ese
aislamiento se refleja en el también creciente arcaísmo de los textos de
referencia, y a menudo en su creciente falta de pertinencia específica al tema
tratado, que intenta en vano disimular la ignorancia de la literatura más
directamente relevante 23 . En este contexto aun quienes se hubiesen sentido
atraídos por una manera de encarar el trabajo histórico menos implacable-
mente cerrada a toda perspectiva problemática se veían trabados por la
falta de toda orientacion para encararla, ya que hubiera sido tan vano solici-
tarla de sus maestros como de la historiografía a la cual tenían acceso 24 •
22 Aunque a veces parece que aun en ese ámbito su aceptación tal como son presentados signi-
ficaría excesiva indulgencia. Así, una ponencia sobre relaciones comerciales entre Catamarca y Cór-
doba entre 1810 y 1814 se abre con el siguiente exordio, que nos retrotrae más bien a la escuela secun-
daria: "La provincia de Catamarca está situada entre los 26°52 ' y 29030' de latitud sud y los 65°55' y
69028' de longitud oeste del meridiano de Greenwich, limitando con las siguientes provincias: Tucu-
mán, Santiago del Estero y Córdoba; Salta; La Rioja y la Cordillera de los Andes". (véase ANH, op.
cit. nota anterior, p. 211).
23 En cuanto a arcaísmo, un estudio sobre el trigo en Buenos Aires colonial se apoya en la auto-
ridad de textos de Bernard Moses, venerables por otra parte por edad pero no por excelencia (Investi-
gaciones y Ensayos, V, jul.-dic. 1968, p. 375) ; un trabajo sobre la consolidación de vales reales en el
Plata, que se recomienda por el excelente uso de fuentes de archivo, conmovedoramente busca su
término de referencia mexicano a través de Lucas Alamán (citado en la edición princeps de 1849), y
el español en las obras sin duda más recientes pero muy generales de Carrera Pujals y Vicens Vives; al
parecer su autora ignora que en la última década el tema ha atraído la atención de los estudiosos de
la tardía colonia (Investigaciones y Ensayos, ene-dic . 1969, pp. 295-332); un estudio que promete
caracterizar a Ambrosio Funes como "un burgués del interior de fines del siglo XVIII y principios
del siglo XIX" proclama haber hallado inspiración en la contribución no demasiado relevante de
Régine Pernoud, pero de hecho se limita a glosar textos del archivo Funes y otras fuentes sin intentar
referirlos a ese contexto (o a ningún otro). (Primer Congreso . . . , cit. nota 21, pp. 571 y ss.).
~Sobre este Último aspecto es ilustrativa la obra de Daisy RIPODAS ARDANAZ: El matri-
monio en Indias. Realidad social y regulación juddica, Buenos Aires, Fundación para la Educación,
la Ciencia y la Cultura, 1977, que se recomienda por su riqueza de información y lúcida estructura,

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Sería tentador ver aquí tan sólo un reflejo en el campo histórico de


esa tristísima etapa argentina en que con cruel pedagogía se buscó enseñar
a la nación entera a acallar cualquier veleidad inquisitiva o crítica; sería a
la vez peligroso no advertir que esa situación aberrante sólo estaba hiper-
trofiando rasgos que no eran nuevos en nuestra tradición historiográfica, y
que un contexto en que la renuncia a buscar explicaciones y satisfacer curio-
sidades se constituía en regla básica de savoir vivre (a veces en sentido
inesperadamente literal) no podía sino fortificar inclinaciones que una cierta
indolencia intelectual había logrado por sí sola dotar de temible vigor ya
en tiempos menos desdichados, y que aun luego de superada esa dura etapa,
ella no podría sino dejar en herencia un contingente aun más vasto que
de costumbre de estudiosos que habían buscado diligentemente formarse
como historiadores, habían adquirido en algunos casos y gracias a un prolon-
gado y meritorio esfuerzo cierta destreza profesional, y durante todo ese
tiempo no habían encarado nunca problemáticamente su tarea, y no pare-
cían sentir que habían perdido algo al no hacerlo.
Esta conclusión poco halagüeña admite un corolario menos sombrío:
puesto que el clima vigente estimulaba e intensificaba, pero no hacía en
rigor inescapable, esa incuriosidad que se ha deplorado, él no alcanzó tam-
poco a hacer imposible la supervivencia de una actividad historiográfica no
sofocada por esa sistemática timidez e indolencia intelectual, y era siempre
grato ver surgir en los lugares más impensados el testimonio de su conti-
nuada vitalidad: así cuando en 1981 la Academia Nacional de la Historia
publicó, con el patrocinio del Banco de la Nación, una Historia económica
de Corrientes en el período virreinal. 1776-1810 25 , de Ernesto Maeder,
admirable monografía que ateniéndose deliberadamente al marco de una
historia descriptiva ilumina su tema gracias a la segura comprensión de los
procesos económicos y las trasformaciones imperiales que subtienden las
vividas por ese rincón rioplatense en la etapa estudiada.
Entre los estudiosos que no habían dejado del todo atrás su etapa de
formacion hubo quienes lograron dar testimonio que la indigencia de ideas
nacida del aislamiento cultural, pero no sólo de él, no necesitaba ser un
destino inescapable: en La Plata Samuel Amaral iba a desplegar un seguro
dominio de los laberintos de la historia financiera de la tardía colonia y tem-
prana época independiente, pero no deja de ser sugestivo que el trabajo en

que paradójicamente hacen resaltar con mayor nitidez las limitaciones de un enfoque que, una vez
más, no alcanza a completar con felicidad la incorporación de la perspectiva social que el título pro·
mete, y que pese a estar apoyado en la más actualizada bibliografía, retoma para el examen d_e la
transición entre los tiempos prehispánicos {o, como la autora prefiere a ratos llamarlos, "de la antigua
gentilidad") y los coloniales las perspectivas generales de los primeros cronistas, no atenuadas en sus
efectos negativos por la curiosidad de realidades concretas que permitió a más de uno de ellos trascen·
derlas en su visión del mundo americano. Textos como éste invitan de nuevo a reflexionar sobre las
extrañas afinidades entre el estilo de este reciente ensayo de reorganización de nuestra vida cultural
y el vigente en la URSS; aquí como allá, aunque en un contexto y mediante mecanismos radicalmente
diferentes, el acceso a novedades llegadas de fuera sólo parece haber sido fácil para quienes contaban
con la suficiente fortaleza interior para resistir a sus seducciones.
25 Ernesto J. A. MAEDER: Historia económica de Corrientes en el periodo virreinal, 1776-
1810, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1981.

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UN CUARTO DE SIGLO DE HISTORIOGRAFIA ARGENTINA 509

que finalmente puso esa versación al servicio de un tema plenamenté digno


de ella (el magistral que copsagró al empréstito Baring 26 , que logra ofrecer
por fin una explicación inmediatamente persuasiva del papel del emprés-
tito en la política financiera porteña) publicada inmediatamente después
de la clausura de ese desdichado período, se origine sin duda en sus ya muy
aliviados tramos finales; y que a ellos debamos también la briosa presenta-
ción de su colega Carlos Mayo sobre el peonaje pampeano en la segunda
mitad del siglo XVIII 27 , que, lejos de eludir cualquier perspectiva proble-
mática, se entrega a ellas con una suerte de abandono, para ofrecer un esbo-
zo extremadamente sugestivo de un complejo momento transicional en la
historia de la sociedad rural pampeana.
He aquí cómo, aun en este momento sombrío, no dejan de emerger
algunos signos de que el modo de volverse hacia el pasado sostenido por
ese frágil sentido histórico se rehusaba a pesar de todo a morir. No más
que eso, sin embargo: la supervivencia marginal de esa actitud aun en algunos
recovecos del inhóspito aparato universitario y de investigación erigido bajo
los auspicios de las dictaduras militares ofrecía motivos para esperar aun
en el futuro; no tenía vigor suficiente para pone1 las bases de ese futuro.
Tampoco podrían ponerlas quienes, desesperando de que los esfuerzos
de los historiadores encuadrados en las corrientes dominantes diesen nunca
respuesta a las preguntas más obvias que el pasado plantea a cualquiera
que se aproxime a él con mente abierta, se dispusieron a suplir esa carencia
lanzándose a exploraciones para emprender las cuales no creyeron necesario
adquirir una formación sistemática como historiadores, pero que aun así
superaron no sólo en su apertura problemática (que contrastaba aun más
marcadamente con la cerrazón de un "revisionismo" condenado al parecer
a reiterar infinitamente planteas que reflejaban la fijeza creciente de sus
obsesiones retrospectivas) sino a menudo también en solidez y riqueza docu-
mental a cuanto esa corriente dominante tenía para ofrecer. Todas estas
cualidades no impiden que no siempre cuenten para esas exploraciones con
esa vision nítida del proceso histórico en su conjunto que les hubiese permi-
tido poner sus curiosidades personales al servicio de una problemática más
constantemente relevante a ese marco má.." amplio (y los hubiera defendido
de caer en polarizaciones excesivamente esquemáticas, que no siempre
tienen sobre las del revisionismo otra ventaja que su mayor originalidad).
Hay que agregar que este juicio no totalmente positivo sólo puede consi-
derarse válido en la medida que autoriza a concluir que este esfuerzo no
podía ofrecer un camino de salida para el marasmo del que estaba amenazada
la historiografía; hay que recordar a la vez que quienes lo emprendieron no
se proponían ese objetivo que sin duda excedía sus fuerzas (por el contrario,
los mejores de ellos lo definieron con una refrescante modestia, del todo
ausente entre sus colegas plenamente profesionalizados) y los que tomaron

26 Samuel AMARAL "El empréstito de Londres de 1824", en Desa"ollo Económico, vol. 24,
NO 92, enero-marzo 1984.
27 Carlos MAYO: "Estancia y peonaje en la región pampeana en la segunda mitad del siglo
XVIII", en loe. cit. nota anterior.

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a su cargo los alcanzaron más que satisfactoriamente; ignorarlo sería hacer


grave injusticia a contribuciones que contaron entre las más útiles y valiosas
de este opaco período 28
Tampoco estaban dispuestos a asegurar esa apertura al futuro quienes
en la década abierta en 1955 habían creído prepararlo, ni sus más inmediatos
continuadores en ese esfuerzo por devolver un rumbo al avance historio-
gráfico: una vez cerrada la catastrófica experiencia de 1973-75, casi todos
ellos, hubiesen participado en ella o no, parecieron perder toda esperanza
de que aún les fuese posible integrarse plenamente en un nuevo esfuerzo
colectivo que retomase (desde una perspectiva que se sabía necesariamente
diferente) el comenzado veinte años antes de esa última fecha.
Para unos y otros fue ésta en cambio una etapa de cosecha, en que
iban a madurar proyectos más ambiciosos que los completados en la espe-
ranzada década abierta en 1955: del momento más oscuro de esa etapa
data la última gran obra de José Luis Romero, que era a la vez la de mayor
envergadura que consagró a un tema americano, Latinoamérica: las ciudades
y las ideas 29 • En 1979 Roberto Cortés Conde dio en El progreso argentino,
1880-1914 30 a la vez algo menos y mucho más que un buen libro de histo-
ria: el esbozo y la cantera de un gran libro que no sabe exhibir ventajosa-
mente sus riquezas ni reflejar con entera limpidez la marcha de un pensa-
miento a la vez prudente y audaz. Esa trabada marcha expositiva no impedirá
al lector descubrir en El progreso argentino el primer intento digno de ese
nombre de ofrecer una descripcion, que es a la vez una explicación, del
rumbo tomado por el prodigioso crecimiento argentino en el tercio de
siglo anterior a la Primera Guerra Mundial; lo que el libro nos da es en efecto
el esqueleto de una visión estructural de ese proceso que, pese a que las
estimaciones de algunas de las variables básicas en que se apoya no siempre
eluden el carácter aproximativo imposible de esquivar del todo en una pri-
mera exploración, se aparece lo bastante sólido para que de futuros avances
en ella haya de esperarse su enriquecimiento antes que ninguna corrección

28 En esta etapa las obras que extienden hacia el pasado el interés por un área específica de la
vida argentina con la cual el autor está ligado por su actividad científica o profesional se hacen menos
frecuentes (señalemos sin embargo el excelente Coliqueo. El indio amigo de Los Toldos, del P. Mein-
rado HUX, Eudeba, 1980, enriquecido por la experiencia adquirida por su autor en la acción pastoral),
y desde luego la continuada gravitación de Jorge Enrique Hardoy en el campo de la historia urbana,
en que, gracias a sus estudios como a sus actividades de promoción y organización, conserva la posi-
ción central ya alcanzada antes de 1966). Más frecuentes son en cambio las contribuciones surgidas de
un interés espontáneo por ciertos episodios o problemas históricos, desde las m u y desiguales de Andrés
M. CARRETERO (Dorrego, Bs.As., Pampa y Cielo, 1968; Los Anchorena. Politica y negocios en el
siglo XIX, Bs. As., Octava Década, 1970; Anarqu¡a y caudillismo. La crisis instirucional en febrero de
1820, Bs. As., Pannedille, 1971; La llegada de Rosas al poder, Bs.As., Pannedille, 1971), hasta las
excelentes de Hugo Raúl GALMARINl (Negocios y politica en la época de Rivadavia. Braulio Costa y
ID burgues¡a comercial porteña, 1820-1830, Bs. As., Platero, 1974) y de Juan Carlos NICOLAU
(Industria argentina y aduana, 1835-1854, Bs. As., Devenir, 1975; Dorrego gobernador. Econom¡a y
finanzas (1826-27), Bs. As., Sadret, 1977; Rosas y Garc1Íl. La econom1a bonaerense (1829-35), Bs.
As., Sadret, 1980), las dos últimas de las cuales son afectadas sin embargo en alguna medida por ese
deslizamiento hacia polarizaciones esquemáticas.
29 José Luis ROMERO: Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Bs.As., Siglo XXI, 1976.
30 Roberto CORTES CONDE: El progreso argentino. 1880-1914, Bs.As., Sudamericana, 1979.

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sustancial. La pampa gringa 31 , que Ezequiel Gallo publicó en 1983, encierra


por el contrario en límpida estructura el examen del más exitoso de los
episodios de transformación rural en esta etapa argentina: la temprana colo-
nización agrícola en Santa Fe; este fruto en perfecta sazón de dos décadas
de paciencia equilibra sin duda, como quiere su autor, el temple nostálgico
con que éste se vuelve al pasado con "una apreciación realista de las debili-
dades inherentes a la naturaleza humana" (y también de los condiciona-
mientos y limitaciones que el marco argentino imponía al avance coloni-
zador), pero la índole del tema asegura de antemano que ese equilibrio no
impondrá seria desventaja al primero de esos sentimientos. Estas obras madu-
raron en la Argentina misma, y ese origen está muy presente en ellas; en el
tono nostálgico oe la segunda, en la apreciación sobriamente positiva que la
primera ofrece de la etapa más feliz de nuestra trayectoria económica, se
refleja muy bien un nuevo temple colectivo, en que la desesperanza del
presente y la cerrazón del futuro invitan a inventariar con más afecto todo
lo perdido en el camino.
Ese c:ontacto inmediato con el presente argentino está vedado a quie-
nes han continuado su actividad de historiadores fuera del país; sólo un
esfuerzo tenaz permitirá a algunos de ellos alcanzar tan sólo un pálido
sucedáneo de esa vinculacion insustituible; para otros, en la medida en que
ese nuevo marco, primero tenido por temporario, se torna permanente, él
trae consigo un nuevo elenco de interlocutores en diálogo con los cuales la
obra individual avanza, desde los colegas y estudiantes hasta aquellos con
quienes ese diálogo es sobre todo de ideas, a través de una red de actividades
y publicaciones que empuja cada vez más a considerar como propio un
marco de referencia que no es ya el argentino.
La hondura de esta transformación varía en buena medida con el área
temática que interesa al historiador: en la etapa independiente el marco
nacional gravita con mucha mayor fuerza 32 ; para la colonial se hace sentir
menos, y aun menos desde luego para aquellos estudiosos que desde el
comienzo no encontraron en el pasado argentino sus temas exclusivos.
Así, por más orgullo y afecto que C. S. Assadourian ponga en evocar sus
raíces cordobesas antes aun que argentinas, su pensamiento de historiador
ha madurado en un contexto en que las otras contribuciones argentinas
eran en verdad mínimas, y ese contexto define de modo esencial el rumbo
que esa maduración ha venido a tomar; si las densas lecciones de su Sistema
de la economía colonial ofrecen la base necesaria para cualquier reconstruc-
31 Ezequiel GALLO: La pampa gringa. La colonización agrícola en Santa Fe (1870-1895),
Buenos Aires, Sudamericana, 1983.
32 Si se me permite de nuevo mencionar mi caso, ése es el marco de referencia de Guerra y
finanzas en los orígenes del estado argentino (1791-1850), Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
Si se me permite seguir mencionándolo, aun cuando el cambio de circunstancias no supone un de c;-
tierro que entre ctras cosas separa al historiador de sus fuentes, la distancia de éstas hace con todo
difícil una concentración exclusiva en el tema argentino. Cuando lo supone, la dificultad obviamente
se agrava: así J. C. CHIARAMONTE, mientras trataba de no cortar el hilo de sus estudios argentinos,
iba a concentrarse aun más en los de historia latinoamericana (y en sus Formas de sociedad y econo -
m{a en Hispanoamérica, México, Grijalbo, 1984, para ejemplificar sus planteos generales debe ac;.'dir
al México borbónico).

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ción futura de nuestra historia colonial, esas lecciones no se circunscriben


por otra parte al espacio argentino. Del mismo modo, el hecho de que en
la obra de Nicolás Sánchez Albornoz el componente de historia americana 33
haya crecido desde que cerró su etapa argentina respecto del español no lo
acerca más al ámbito propio de la historiografía argentina, ni tampoco apa-
rece vinculado a ella en su génesis (aunque sí, es de esperar, a través de su
impacto) un estudio como ese Mercado interno y economía colonial 34 ,
en que Juan Carlos Garavaglia reconstruye tres siglos de historia de la yerba
mate. Y desde el momento mismo en que Reyna Pastor, que entre 1966 y
1976 se había esforzado c'o n más tesón que nadie por salvar lo salvable
del esfuerzo de renovacion historiográfica expulsado de sus ámbitos natu-
rales en esa primera fecha, debió buscar refugio en España, que había dado
ya tema a sus principales trabajos históricos, pareció inevitable que su labor
de historiadora la incorporase por entero a esa nueva órbita.
En otros casos la violenta dispersión lleva a menos previsibles cambios
de rumbo, que se traducen en otras tantas pérdidas para la historiografía
argentina; así Héctor Pérez Brignoli se transforma, primero junto con Ciro
F. S. Cardoso y luego solo, en protagonista de la actualización de los estu-
dios históricos centroamericanos; y más drásticamente Ernesto Laclau
abandona la historiografía a la vez que la temática argentina para integrarse
en la constelación intelectual de la nueva izquierda británica y europea.
A otros más jóvenes tocaría asegurar la apertura hacia el futuro, en una
coyuntura cuya extrema dureza es innecesario recordar de nuevo. Sin duda,
ese tétrico cuadro general conocía algunas atenuaciones (así, si bien la previ-
sión, basada en el recuerdo de pasados experimentos autoritarios, de que la
vigilancia ideológica había de ser más laxa en los centros menores iba a verse
casi siempre desmentida, con consecuencias en más de un caso trágicas
para quienes la habían hecho suya, ella iba a conocer alguna excepcional y
temporaria confirmacion 35 : por añadidura algunos mínimos espacios iban
paulatinamente a abrirse; así la nueva Universidad del Centro, en Tandil,
pudo ya comenzar en la última etapa del régimen militar un esfuerzo de
captación de historiadores que habían completado su formación en el
extranjero durante la previa y más dura).
Esas excepciones eran sin embargo demasiado escasas para ofrecer alivio
eficaz a un cuadro general que dejaba pocas razones a la esperanza; paradó-
jicamente otras iban a surgir como consecuencia inesperada de la misma
dureza de la situación, cuya radical novedad estaba sacudiendo hábitos
mentales y de conducta colectiva que habían parecido irremovibles. Así

33 Sobre todo a través de los estudios recogidos ·en Indios y tributos en el Alto Perú, Lima,
Instituto de Estudios Peruanos, 1978.
34 Juan Carlos GARAVAGLIA : Mercado interno y economia colonial (tres siglos de historia
de 111 yerba mate), México, Grijalbo, 1983.
35 Así ocurrió hasta su supresión con la Universidad de Luján , donde pudo desarrollar tarea
docente Daniel J. SANTAMARIA, uno de los muy pocos que en esa etapa continuó realizando tarea
útil en historia colonial desde la Argentina (por ejemplo en "La propiedad de la tierra y la condición
social del indio en el Alto Perú, 1780-1810", Desarrollo Económico , NO 66, julio-setiembre 1977).

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ocurría con la gravitación de esas visiones apocalípticas incompatibles con
cualquier perspectiva histórica del pasado, que -tras de alcanzar quizá su
más vasto eco durante la breve etapa de venturosa embriaguez colectiva
del tardío verano de 1973- empezaban a evocar una revulsión cada vez
más honda a medida que se descubría hasta qué punto una nueva versión
de esos delirios ofrecía inspiración a la campaña de purificación por la san-
gre inaugurada en 1976; pero así ocurría también con ese potencial de
h<:>stilidad recíproca que subtiende la vida porteña y argentina, y que se
había volcado habitualmente en incompatibilidades políticas o ideológicas;
era precisamente esa extrema seriedad de la situación, que hacía imprescin-
dible utilizar en condiciones siempre difíciles las mínimas oportunidades
que la distracción o la atenuación de la vigilancia iba abriendo, la que obli-
gaba a atenuar (o a posponer hasta tiempos menos inhóspitos) esos inaca-
bables arreglos de cuentas que habían absorbido en el pasado tantas energías
que hubieran podido emplearse sin duda de modo más útil.
Lo que hacía menos costosa esa renuncia a la habitual litigiosidad
era que el botín por otra parte magro en torno del cual se habían des-
encadenado hasta la víspera las rivalidades había simplemente desapare-
cido del horizonte: el aparato estatal de investigación histórica estaba sin
duda expandiéndose, pero su control estaba firmemente en manos aje-
nas y hostiles, y cada uno de los individuos y mínimos grupos encuadrados
en esa tarea común debía crear su propio espacio, más bien que dísputar
a otros el que había sido preparado para todos ellos. En esos espacios
múltiples y diminutos iba a tratar de anidar el nuevo esfuerzo por ela-
borar una historiografía "a la altura de los tiempos", y ello le imponía
una difícil adaptación: si las universidades privadas no estaban cerra-
das a quienes lo habían tomado a su cargo, ellas no podían albergar
proyectos de investigación como los que las nacionales ·habían prohi-
jado antes de 1966, ni sus estudiantes -que habían perdido las ilusiones
aún vivaces antes de 1966 sobre el futuro de la historia como profesión-
podían ofrecer el equivalente, en número o en intensidad de esfuerzo, de
los mejores de esa etapa evocada ahora con nostalgia particularmente intensa
por quienes no la habían conocido. Así limitada en su irradiación, la ense-
ñanza no podía integrarse tan centralmente en un proyecto historiográfico
como en aquella etapa ahora añorada. Lo mismo ocurría en cuanto a esa
otra actividad tradicional del historiador: escribir historia. En este aspecto
la produccion fue más intensa que en aquella etapa paradigmática, pero
sólo un esfuerzo de vigilancia y disciplina mantenía el carácter y el nivel
historiográfico de páginas escritas a partir de otros estímulos inmediatos:
la actividad editorial y periodística en algunos casos, la preparación de pro-
yectos destinados a la obtención de fondos para investigación en otros.
La investigación misma, desde luego, era un objetivo irrenunciable, pero
era a la vez evidente que ella sólo podría encararse en el marco de proyec-
tos muy distintos de los que antes de 1966 se habían planeado como si
contasen con todo el tiempo por delante.
Esa adaptación necesariamente penosa a expectativas más modestas
se vio facilitada por la que paralelamente debía encarar el aparato de sostén

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de la investigacion en ciencias sociales. En 1966, en el punto más alto de la


gran expansión económica de posguerra, fundaciones opulentas se negaban
a atender las subvenciones demasiado modestas que los proyectos de inves-
tigación histórica requerían; en los tiempos cada vez más duros que vinieron
luego, tanto una preocupación sincera por alcanzar el máximo impacto
con medios retaceados como el instinto de supervivencia burocrática las
llevó a ver con mayor simpatía a una disciplina acostumbrada a la frugalidad,
y capaz por ende de hacer milagros con los restos de su cada vez más parco
banquete.
Esa modificación del contexto externo era quizá más solidaria de lo
que parecía a primera vista con otras que afectaban en niveles más esenciales
la imagen misma de la disciplina, y por ende los objetivos de cualquier actua-
lización de ella en la Argentina. Hacia 1960, se ha indicado ya, ella buscaba
acercar su estilo de trabajo al de las otras ciencias humanas, y esa aspiración
-antigua en el grupo de los Annales, desde cuyas filas Lucien Febvre había
anunciado por décadas la buena nueva del fin de la etapa artesanal de la
historiografía- hallaba por fin modo de comenzar a realizarse gracias al
nuevo marco para el trabajo histórico proporcionado por los centros de
investigación desarrollados por el estado, ampliados por otra parte en su
eficacia gracias a las subvenciones de fundaciones internacionales.
Bien pronto iba a advertirse que los resultados de esa transformación
no eran únicamente positivos: y sin duda Witold Kula expresaba sentimien-
tos que no le eran exclusivos cuando, en pleno frenesí de las teorías de la
modernizacion, pedía de los historiadores una mayor comprensión por
todo lo que esa modernización venía a destruir, e invocaba para ello el
hecho de que son los historiadores los últimos que trabajan con pautas arte-
sanales, y saben apreciar mejor por lo tanto qué precioso legado se está
disipando junto con ellas; había ya entonces -quienes descubrían un privile-
gio en lo que Febvre había denunciado como una rémora.
Esas dudas nostálgicas sobre el rumbo que tomaba la historiografía
no hubiesen bastado a torcerlo si no fuese que las bases económicas e insti-
tucionales para la gran transformación asiduamente profetizada por Febvre
comenzaron a flaquear en el momento mismo en que los frutos de eHa se
revelaban cada vez más problemáticos. Sería absurdo concluir que el trán-
sito de la opulencia a la frugalidad fue suficiente para frustrar esa transfor-
mación misma; no lo es en cambio señalar que, al crear una situación en que
el éxito académico no requería entregarse confiadamente a su corriente de
avance, hizo posible que las perplejidades que su rumbo despertab~ aflora-
sen mucho más rápidamente. Esas perplejidades se intensificaban todavía
bajo el estímulo de las que estaban afectando con profundidad creciente
esas ciencias humanas cuya firmeza de métodos y resultados había desper-
tado la emulacion de los historiadores, y nada será más ilustrativo en este
punto que seguir la transformación gradual y sutil en una relación que
al cambiar de signo no iba a perder nada de su intimidad, que la historio-
grafía argentina iba a mantener con las otras ciencias humanas a lo largo
del cuarto de siglo aquí examinado.

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Hacia 1960, se ha indicado ya, el núcleo de esas relaciones se daba con


la economía y la sociología, y de ellas derivaban los historiadores una lec-
ción de confianza, no sólo, como también se ha indicado, en el sostén que
esa etapa mundial de ascenso sin precedentes ofrecüi para su empresa de
conocimiento, sino en la inexpugnable validez de sus representaciones de
la realidad socioeconómica, cuya firmeza de líneas repetía la de esa realidad
misma. Una suerte de implícita teoría del conocimiento doblemente marcada
por el materialismo (en cuanto veía en el proceso de conocimiento la aproxi-
mación progresiva a los rasgos básicos de un objeto externo, y en cuanto
esperaba descubrir esos rasgos en la esfera material de ese objeto) era revali-
dada en esa aproximación a las ciencias humanas, sobre las cuales esa concep-
ción ejercía un imperio igualmente secreto pero aun más firme (para usar
el lenguaje de Ortega, si en cuanto a ideas Germani que iba a ofrecer a los
historiadores el más rico y estimulante de esos contactos más allá de las
fronteras entre disciplinas, se apoyaba en análisis admirablemente sutiles
de las más complejas teonas y metodologías del conocimiento, sus creencias
compartían en cambio la firmeza algo tosca de eso que poco afectuosamente
suele denominarse "marxismo vulgar"). Bien pronto se hizo evidente, sin
embargo, que si esos contactos con las ciencias humanas ofrecían una rica
cosecha de informaciones llenas de interés para el historiador, la firmeza de
estructuras objetivas a las que por un momento se había esperado acceder
a través de ellos se revelaba cada vez más como un espejismo que la acrecida
cercanía se estaba encargando de disipar.
En sus primeras etapas, esa modüicación en las relaciones entre la his-
toria y las otras ciencias humanas era consecuencia de la complejidad cre-
ciente de los modelos explicativos propuestos por estas últimas, consecuen-
cia a su vez del conocimiento cada vez más detallado que ellas estaban alcan-
zando de su campo de estudios: así, precisamente porque en un trabajo
como La teoría del primer impacto del crecimiento económico 36 , de Tor-
cuato Di Tella, hay una preocupación mucho más viva que en las previas
teorías de la modernizacion por no traicionar la contradictoria complejidad
de ese proceso, precisamente por ello, si la utilidad directa de la versión
allí propuesta de lo ocurrido a la sociedad de las provincias interiores durante
esa etapa es mayor que la de las demasiado simples que le precedieron,
cumple menos bien que aquéllas la función de ofrecer un sólido cañamazo
de modelos sobre los cuales pueda el historiador insertar su abigarrada cose-
cha de hechos contingentes.
En un paso sucesivo, lo que ha comenzado como un esfuerzo por
acercar la teoría a la proteica riqueza de la realidad de la que pretende dar
cuenta se desliza, en más · de una de esas ciencias humanas, hacia una cre-
ciente pérdida de confianza (o .por lo menos de interés) en esa teoría misma;
el economista, el sociólogo hará suyo el prejuicio nominalista que es en el
historiador casi una deformación profesional, o por lo menos procederá

36 Torcuato DI TELLA: La teorzá del primer impacto del crecimiento económico, Instituto de
Sociología, Facultad de Filosofía y Letras, Rosario, 1965.

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como si en efecto lo hubiese adoptado. Así, estudios como los de Arturo


O'Connell, Jorge Fodor o Juan Carlos Torre 37 no ofrecerán el complemento
teórico que el historiador solía esperar de las disciplinas por ellos cultivadas:
lo que ofrecen son eil cambio ejemplos admirables de investigación histó-
rica. Y aun cuand"o el cientifico social se resiste a una metamorfosis que
amenaza borrar la especüicidad de su perfil ·de estudioso, ella seguirá avan-
zando contra. tales resistencias, si el historiador no es el único que en 1966-
1973. El estado burocrático autoritario. Triunfos, dérrotas y crisis 38, de
Guillermo O'Donnell, admira sobre todo la persuasiva evocación de un enma-
rañado proceso político -en que a la inmediatez propia de unas memorias
para servir a la historia de su tiempo se agrega una clarividente comprensión
de los mecanismos cotidianos de toda pohtica que no fue adquirida sin
duda en Yale- y se interesa. menos en establecer si ella ofrece una adecuada
piedra de toque para medir la validez de la noción de autoritarismo buro-
crático, su indüerencia por el que se presenta como objetivo ostensible de
este· vasto esfuerzo parecerá menos culpa,.ble desde que aparece anticipada
por la que por largos tramos el autor logra ocultar mejor a sí. mismo que
a sus lectores:
En este nuevo clima la perspect,iva herédada de esa etapa de amplia-
ción y definición del lugar de las ciencias sociales en la Argentina triunfa
sobre todo cuando aprende a fundar de otro modo una autoridad que hasta
la víspera había reivindicado a partir de su rigor metódico. Así ocuhió con
Buenos ·Aires: los huéspedes del 20 39 , de Francis Kom, que retoma uno de
los temas centrales de la escuela de Germani, el de asimilación de inmigran-
tes, y junto con él las perspectivas (y aun las irrazonadas convicciones) que
habían inspirado la aproximacion a él, pero lo elabora de un modo desafian-
temente heterodoxo: como un collage de testimonios que, aunque se procla-
ma reunidps renunciando de antemano a cualquier preciso criterio de selec-
ción, están muy claramente gobernados por dos; uno de ellos proviene de
la visión que la autora y sus colaboradoras no pueden evitar tener sobre el
proceso acerca del cual han reunido esos testimonios, y que -se ha indicado
ya- es muy cercana a la que Germani había desplegado en estilo muy düe-
ren~; el otro es art1stico: la voluntad de producir un objeto hermoso y pla-
centero está también ella muy presente, aunque sepa ocultarse con arte
refinado. Ambos gravitaron sin duda para asegurar a Los huéspedes del 20
una audiencia inusualmente amplia para obras del género; sobre todo gravitó
la avidez nueva por aprehender en su inmediatez la pululante y contradic-
toria realidad de la vida argentina, que -en .un momento en que versiones
V

37 Jorge FODOR y Arturo O'CONNELL: "La Argentina y la economía atlántica en la primera


mitad del siglo XX", Desa"oUo Económico, NO 49, abril-junio 1973; Juan Carlos TORRE: "La CGT
y el17 de Octubre", Todo es Historia, Buenos Aires, febrero 1972.
38 Guillermo O'DONNELL: 1966·1973. El estado burocrático.autorltarlo. Triunfos, de"otas
y crisis, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982. Otros trabajos logran incluir con menos esfuerzo
una dimensión histórica, en la medida en que buscan aclarar procesos. antes que proponer modelos.
Así en Osear OSZLAK (con lá colaboración de Andrés Fontana y Leandro Gutierrez): La formación
del estado argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
39 Francis KORN (con la colaboración de Susana Mugarza, Lidia de la Torte y Carlos Escudé):
Buenos Aires: los huéspedes del 20, Buenos Aires, Sudamericana, 1974.

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exasperadamente ideológicas de esa realidad · parecían conservar todo su
imperio- ofrecía quizá uno de los primeros signos de una fatiga que luego
iba a revelarse de modos menos indirectos 40 •
Asumir el hecho de que un libro ofrecido al público no es sólo un trans-
parente y neutro vehículo de ideas, válidas en la medida en que ofrecen un
fiel espejo de la realidad, sino un objeto fabricado sin duda con ese fin, pero
obedeciendo a una legalidad propia, era uno de los modos de extraer conse-
cuencias del abandono de ese indeclarado y a menudo inadvertido pero no
por eso menos vigoroso materialismo que había ofrecido inspiración al
esfuerzo de expansion de las ciencias humanas en la etapa anterior. Esa fe
simple sobrevivió mal no sólo a la desconcertante experiencia argentina, que
desmentía cuanto se creía haber aprendido sobre el país bajo la guía de disci-
plinas demasiado seguras de sí mismas, sino a los desarrollos de las ciencias
humanas y su teoría en los países que habían venido ofreciendo los más
importantes términos de referencia al proceso intelectual argentino. Cuando
Althusser propuso un materialismo consecuente que se parecía extraña-
mente a su opuesto, esa propuesta, cualesquiera, fuesen sus méritos filosófi-
cos, venía a justificar un nuevo sistema de aproximaciones entre ciencias
humanas que de hecho estaba ya comenzando a aflorar; bajo sus auspicios
la alianza privilegiada de la historia con la sociología y la economía iba a
dejar paso a una red más laxa y variada, en que otras disciplinas adquirían
un relieve antes ausente, y los desarrollos que siguieron bajo auspicios ideo-
lógicos ya diferentes no iban a hacer sino consolidar ese cambio: así ocurrió
con la historia y la crítica literarias, y sólo gracias a ese cambio de perspec-
tiva obras marcadas ellas mismas por un claro interés por la dimensión histó-
rica del fenómeno literario, como La literatura autobiográfica argentina 41
de Adolfo Prieto, o Literatura argentina y realidad política 4 2, de David
Viñas, iban a incorporarse restrospectivamente al mundo de referencia de
los historiadores.
Este iba a ampliarse todavía con una atención más seria hacia la histo-
ria de las ideas, que a su vez tiende a tornarse más centrada en sí misma
que en el pasado inmediato. Gregorio Weinberg o José Carlos Chiaramonte
veían sobre todo en la marcha de las ideas un aspecto parcial de un des-
arrollo más general; la conciencia, que se mantiene muy viva, de la vincula-

40 Lo revelaba aun mejor la popularidad de obras que arribaban a la crónica retrospectiva a


través de un itinerario intelectual menos complicado y con ambiciones más limitadas, y ello no sólo
las que se ocupaban de un pasado que seguía gravitando en el presente (como las de Félix LUNA, a
partir de El 45. Crónica de un affo decisivo, Buenos Aires, Sudamericana, 1971), sino -y cada vez
más- las que ofrecían en sus evocaciones un refugio contra el presente; así la vivaz crónica de Buenos
Aires en la década de 1850 ofrecida por María SAENZ QUESADA en El estado rebelde. Buenos Aires
entre 1850 y 1860, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
41 Adolfo PRIETO; La literatura autobiográfica argentina, Rosario, Instituto de Letras, Facul-
tad de Filosofía y Letras, s.f.
42 David VIÑAS : Literatura argentina y realidad politica, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1964.
Paradójicamente, esa apertura nueva de los historiadores coincidió con un abandono de la perspec-
tiva histórica en el estudio literario, que ha venido a corregirse sólo más recientemente (por ejemplo,
en los Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, de Carlos ALTAMIRANO y Beatriz SARLO,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983).

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ción de aquélla con su contexto histórico se equilibra hoy en los estudios


de Natalio Botana o de José Aricó con una conciencia igualmente aguzada
de lo que el mundo de las ideas tiene de específico, hasta tal punto que
en un libro que tiene tanto que ofrecer a los historiadores, la admirable
Tradición republicana 43 de Botana, la perspectiva dominante no podría
considerarse propiamente histórica. Tampoco parece serlo en la igualmente
admirable Locura en la Argentina 44, de Hugo Vezzetti, que, al alcanzar -a
través de un tratamiento impecablemente foucaultiano de un tema que se
presta admirablemente a él- una visión excepcionalmente precisa y lúcida
de un muy particular momento argentino, brinda de nuevo al historiador
algo que éste buscaría por el momento en vano en los trabajos de sus colegas.
Pero es de temer que este inventario de lo aportado en un cuarto de
siglo de avance por varias ciencias humanas tienda a exagerar el contraste
entre su riqueza y la parquedad de la cosecha que la historiografía puede
mostrar como fruto de su más reciente y difícil etapa. Aunque la compara-
ción entre cosas tan diferentes no podría justificar conclusión ninguna legí-
tima, esa parquedad misma es innegable, y sin duda inevitable. Lo es en
primer lugar porque el grupo humano que asegura la siempre amenazada
continuidad de ese esfuerzo por mantener en vida una visión propiamente
histórica del pasado es muy reducido; en segundo término porque, como se
ha indicado abundantemente más arriba, no sólo no podría consagrar una
atención exclusiva a esa tarea, sino a menudo sólo le es posible llevarla ade-
lante indirectamente, haciendo servir a ese propósito a otras a las que no
podría dejar de atender. A ello se agregan otras consecuencias indirectas que
para él tiene la dificultad de los tiempos: la cautela de nuestros editores,
aguzada primero por su razonable alarma ante las posibles reacciones de un
estado que reprimía enérgicamente los crímenes de opinión que procla-
maba estar descubriendo en los rincones más impensados, y luego por una
coyuntura económica que reducía vertiginosamente su mercado, contri-
buye a que permanezcan hasta hoy inéditas las tesis de quienes, concluidos
sus estudios en el extranjero, se incorporaban de una manera u otra a la
actividad histórica en la Argentina. Así ocurre con la de Hilda Sábato sobre
la cría de la oveja en Buenos Aires hasta 1880 (Londres), con la de Eduardo
Míguez acerca del papel de las compañías británicas de tierras en 1a expan-
sión pampeana (Oxford), con la de Enrique Tandeter sobre la .,.~nta minera
potosina 45 y las de Moutoukias y Gelman sobre el comercio porteño en los
siglos XVI y XVII (París), o la de Eduardo Saguier sobre la temprana econo-
mía porteña (Washington University~ St. Louis), que pone finalmente a
contribucion la abrumadora riqueza de datos previamente recogidos en su

43 Natalio R. BOTANA: La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas politicas de


su tiempo, Buenos Ail"es, Sudamericana, 1984.
44 Hugo VEZZETTI: La locura en la Argentina, Buenos Aires, Folios, 1983.
45 De algunas de ellas se han publicado anticipos parciales. Así Hilda SABATO: "Wool Trade
and Commercial Networks in Buenos Ail"es, 1840's to 1880's", Joumal of Latín American Studies,
Cambridge, XV, 1 (1983), y Enrique TANDETER: " Trabajo forzado y trabajo libre en el Potosí
colonial", Desa"ollo Económico, NO 80, enero-marzo 1981.

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exhaustiva reconstrucción del proceso de apropiación y transferencia de


tierras en la campaña de Buenos Aires.
Mientras estas riquezas se mantienen escondidas, sólo una fracción
comparativamente exigua de ellas logra volcarse en los cauces que serían
normales en tiempos normales, pero aun a través de esa muestra severamente
limitada, la nueva promoción de historiadores ofrece prueba fehaciente de
que en ellos aflora un sentido histórico que les permite integrar con felicidad
apertura problemática y rigor metodológico. Así ocurre en monografías
como la de Juan Carlos Korol e Hilda Sabato sobre la inmigración irlan-
desa46, que reúne un impecable estudio estadístico y una reconstrucción
admirablemente rica y precisa de una compleja realidad social, o la de Luis
Alberto Romero sobre las primeras agitaciones políticas de los artesanos
de Santiago de Chile 47 , que las ubica con pulso seguro en el marco de una
etapa histórica de desconcertante complejidad, tanto en Chile como en
Hispanoamérica.
Es sabido cómo el tinglado erigido a partir de 1976 iba a desinte-
grarse en un derrumbe cuyo ritmo vertiginoso y catastróficas proporcio-
nes iban a tomar por sorpresa tanto a protagonistas como a espectadores
y víctimas de esa aventura. Ello abría para la historiografía argentina
una transición también ella desconcertante, no sólo porque hacía suya
la rapidez de las transformaciones sufridas por el país mismo, sino
porque, como en cuanto a estas últimas, iba pronto a hacerse evidente
hasta qué punto las cargas negativas de la etapa dejada atrás seguían gravi-
tando a pesar de todos los cambios. Así, si ahora el país entero, con la excep-
ción de los más directamente responsables de la gestión cerrada en catás-
trofe, coincidía en juzgar con extrema dureza la etapa dejada atrás, ese
consenso podía ser tan vasto porque lo ampliaba la adhesión de quienes
sólo retrospectivamente habían descubierto en esa etapa los rasgos que
ahora los horrorizaban; muy comprensiblemente, no sólo no estaban ellos
dispuestos a extender su severidad de juicio hacia· su propia trayectoria
pasada, sino ni aun a aceptar recusación alguna de su derecho a ocupar
posiciones adquiridas en parte gracias a la actitud más comprensiva que
hasta la antevíspera habían desplegado hacia la experiencia ahora universal-
mente execrada. Consecuencia de ello fue que una transición política de
hondura sin precedentes en el país iba a tener en las instituciones en que el
estado alberga la actividad historiográfica un eco menos pronunciado que
otras previas y más leves. Esta circunstancia, sin duda previsible, aunque
no prevista por todos, fue agravada por otra que no se había esperado de-
biese gravitar con tanta dureza: esa experiencia dejaba también en herencia
un estado en quiebra, que, obligado como estaba a atender otros requeri-
mientos que le hubiese sido más peligroso ignorar, se había resignado ya a
permitir que el aparato de enseñanza e investigación, a cuya expansión había

46 Juan Carlos KOROL e Hilda SABATO: Cómo fue 111 inmigración irlandesa en Argentina,
Buenos Aires, Plus Ultra, 1981.
47 Luls Alberto ROMERO : La Sociedad de la Igualdad (Los artesanos de Santiago de Chile
y sus primeras experlenclas poll'ticas, 1820-1851), Buenos Aires, Instituto Di Tella, 1978.

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comenzado por imponer un ritmo sin precedentes, se transformase en un


esqueleto vacío de toda sustancia. Si ya en el período de prosperidad ésta
no había impedido -a causa sobre todo de las limitaciones de los encargados
de invertir esos fondos más abundantes que en el pasado- un grave dete-
rioro del aparato bibliotecario y otros auxiliares de investigación, no sólo
ese deterioro se agravaba ahora debido a la penuria, sino ésta se extendía a
las remuneraciones a personas, que habían gozado de prioridad en la visión
del gobierno militar y aun más en los criterios de los encargados de imple-
mentarla en el campo de las ciencias humanas. Tanto éstas como aquéllos
parecían haber entrado en caída libre en los últimos tramos de gestión de
ese gobierno, y el cambio político que le puso fin no podía desde luego
modificar los datos básicos de la situación que tenía por consecuencia ese
deterioro cada vez más vertiginoso.
Es ésta la coyuntura que deben afrontar quienes tienen ahora a su car-
go la tarea siempre inconclusa de asegurar la continuidad de un modo histó-
rico de volverse hacia el pasado. Esa tarea es hoy, por razones sólo en parte
distintas, tan difícil como en la víspera; quizá lo sea más en cuanto las difi-
cultades son hoy menos ostensibles. Su superación depende sin duda de
muchas cosas, pero sólo será posible si quienes la toman a su cargo advierten
que este duro y quizá promisorio tiempo nuevo se diferencia radicalmente
de cualesquiera de esos pasados que la nostalgia ha venido a dotar retrospec-
tivamente de todas las perfecciones, y que en él su lote sigue siendo por lo
tanto (lo mismo que ayer y más que ayer, puesto que su disminuida margi-
nalidad les impone responsabilidades nuevas), descubrir nuevos modos de
sacar fuerzas de flaqueza, para dar de la supervivencia de ese frágil sentido
histórico, sin el cual hacer historia es empresa sin sentido, el testimonio más
persuasivo de todos: el insustituible de las obras en que él se despliega.

RESUMEN

Este trabajo constituye un balance de avances como las certidumbres en que


la historiografía argentina en los últimos habían venido apoyándose.
veinticinco años. El autor sostiene que Con este enfoque, y tras un análisis
el examen de su trayectoria en esta etapa retrospectivo, se pasa revista a las más
convulsa invita menos a inventariar qué importantes escuelas historiográficas de
vino durante ella a agregarse al acervo pre- fines del '50 y principios del '60 -en su
viamente acumulado que a preguntarse en vinculación tanto con las corrientes univer-
qué medida y con qué modalidades pudo sales como con el desarrollo de otras
mantenerse la continuidad de la activi- disciplinas sociales en el plano local-
dad historiográfica a través de una tormen- hasta llegar a nuestros días, en una minu-
ta que devastó tanto el contexto institu- ciosa descripción de las orientaciones y
cional en que se habían dado sus previos contribuciones más relevantes.

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