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siglo de oro
Los siglos XVI y XVII supusieron para España, casi por castigo: un torrente de oro –
el que a borbotones llegaba de las Indias– y otro de acero –el que se empuñó sin
descanso hasta que no quedaron brazos sanos que lo sostuvieran–. De entonces ha
perdurado poco a parte de cicatrices. Un curioso legado es el de los poetas
soldados, armados de versos y de acero.
Lo más leído
1. Juego de tronos y la historia
2. ¿Existió el Gran Capitán?
3. Guerra de los 30 años
4. Armas de Tercios de Flandes
5. Rocroi: La bella derrota
6. IGM: De repente, el estrépito
7. Lenguaje Tercios de Flandes
8. Sobre la Armada Invencible
9. ¿Era Farnesio un temerario?
10. Las 7 mentiras sobre Lepanto
Aquellos genios de las letras –como todo hijo de vecino– quisieron participar de la
vida marcial que por honor, por reputación, o por honradez todos los españoles de
su tiempo se creían obligados a asumir. En la mayoría de casos, su presencia
sobrepasó la mera anécdota y desplegaron tanto arrojo con la espada como
audacia con la pluma.
A continuación presento una lista de los que considero, según mi parecer, los
literatos más belicosos –tanto por la magnitud de las batallas en las que tomaron
parte, como por su particular intervención en estas–.
Francisco de
Quevedo (1580-
1645)
Posiblemente a razón de su cojera o de su acomodada posición social nunca
alcanzó a enrolarse en compañía alguna; sin embargo, sus dilatados servicios como
espía y su mítica fama como hábil espadachín –en los últimos años Arturo Pérez
Reverte se ha encargado de recordarlo en la saga del capitán Alatriste– le hacen
merecedor de ser tenido en alta belicosidad.
Diego Hurtado de
Mendoza (1503-
1575)
Más un diplomático que un militar, fue un destacado poeta del siglo XVI al que
muchos investigadores achacan la autoría de, ni más ni menos, que el Lazarillo de
Tormes –la primera novela moderna en español–. Procedente de la ilustre casa de
los Mendoza, el poeta ejerció varios puestos de mando en los que tuvo ocasión de
exhibir la arraigada capacidad militar de su apellido, como hizo gala en la revuelta
de Siena o en la rebelión de las Alpujarras de 1568.
Félix Lope de
Vega (1562-1635)
Cuando alguno de sus contemporáneos quería atentar contra el aparatoso orgullo
de Lope de Vega le mentaba su timorata carrera militar. Pese a sus esforzados
intentos –dirán muchos que no suficientes– por granjearse un provecho militar, la
suerte no le favoreció en las dos grandes campañas en las que se aventuró: la
batalla naval de las Azores 1582, y la infortunada empresa de la llamada Armada
Invencible.
Lope de Vega
Aunque en principio las dos campañas mencionadas no son mala ocasión donde
distinguirse, lo cierto es que no ha trascendido que el Fénix de los Ingenios tuviera
un comportamiento imperioso en ninguna de ellas. La batalla de las Azores –la
primera gran contienda de la historia entre galeones– se saldó con una aplastante
victoria de los bajeles españoles frente a la escuadra franco-portuguesa. El Tercio
del legendario Lope de Figueroa –en el que servía el propio de Lope de Vega– tuvo
un papel determinante en el desarrollo de la refriega al protagonizar la memorable
defensa del San Mateo, que llegó a estar acorralado por tres galeones franceses.
Desafortunadamente para Lope de Vega, el poeta se encontraba lejos del San
Mateo, en un lugar donde suponemos que apenas se vislumbró la auténtica
contienda.
Pedro Calderón de la
Barca (1600-1681)
Se dice que su muerte da por clausurado el Siglo de Oro. Fraguado en ese
Madrid tan pendenciero como ancho de cornudos, desde su juventud se vio
envuelto en diversas rencillas que en pronta ocasión le obligaron a enrolarse en el
ejército por prevenirse de malas estocadas.
Calderón de la Barca
Tenido en fama de gran espadachín –constan varios duelos singulares de los que
salió vencedor– participó en diferentes fases de la guerra de los 30 años, entre
otras en la inmortal rendición de Breda. En sucesivos reenganches al ejército, la
mayoría causados por su ligereza tirando de acero, se distinguió como soldado en
el sitio de Fuenterrabía (1638) y en la guerra de Cataluña (1640).
Su muerte marca el fin del Siglo de Oro en lo literario, en lo militar, a tales alturas,
andábamos también de honrosa retirada. El autor de La vida es sueño es la nítida
prueba de que hasta la última gota derramada de los Tercios de Flandes era
sangre superdotada.
Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho
que el pecho adorna al vestido.
Miguel de Cervantes
Saavedra (1547-
1616)
Apodado el Manco de Lepanto, toda su vida quedó sacudida por dicha batalla. En
ella perdió la movilidad de un brazo, en ella se colmó de gloria, por ella fue
capturado cuando regresaba a la península y en ese largo cautiverio escribió la más
alta ocasión que los tiempos podrán leer: “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha”.
Si por desgracia no alcanza un lugar más notorio de esta lista, no es por falta de
espíritu, sino de tiempo. Como hombre libre se mostró elevado en la batalla, y
como cautivo escribió más holgado de lo que alcanzó nunca ningún mortal.
Francisco de
Aldana (1537-1575)
Al igual que ocurre con Garcilaso de la Vega, se trata de un poeta que consagró su
vida en la misma intensidad a su carrera militar y a su carrera literaria. Poeta del
renacimiento –introductor de las tendencias italianas en España– conquistó tanta
consideración como para que años después Cervantes le apodara el “divino”.
Garcilaso de la
Vega (1498-1536)
Si Calderón marcó el final, Garcilaso es el génesis. Su primer contacto con la milicia
fué como miembro de la guardia regia de Carlos V, con el cual combatió en la
Guerra de los Comuneros, donde fue herido. Por ese tiempo, su integridad personal
volvió a verse comprometida en la expedición de socorro a la isla de Rodas en
1522.
Garcilaso de la Vega
Las guerras italianas de 1530, la expedición a Túnez de 1535, el asedio de La Goleta
–donde también fue herido de gravedad– figuran en el curriculum vitae del poeta,
cuya compañía –como ya he mencionado– se disputaban gente de la estima
de Carlos V o el duque de Alba. Precisamente cuando el Emperador se enfureció
con Garcilaso por participar como testigo en la boda de un comunero familiar
suyo, la Casa de Alba, previniendo males mayores, incluyó al poeta en la célebre
expedición para levantar el asedio turco a Viena en 1529, comandada por Fernando
Álvarez de Toledo.
Pensaran algunos que vaya desperdicio de valor y de talento, ante lo que el poeta
podría protestar con uno de sus sonetos sobre el amor:
Fuentes:
- Articulo la batalla de
Lepanto http://www.revistanaval.com/armada/batallas/lepanto.htm
-Foto: http://imagenesqueyoveo.blogspot.com.es/2013/10/tras-las-huellas-de-los-
escritores-del.html