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Ojo por ojo

Luis Brun
Yorgos Lanthimos es uno de los directores con más personalidad actualmente,
es bastante conocido en el circuito de películas festivaleras y, además, ha
logrado cierta difusión en el mercado comercial, en partes por el perfil de sus
actores, aunque quiero creer que también ha logrado cultivar un público que lo
va siguiendo silenciosamente. Ahora que está en la cartelera de Prime Cinemas
de Cochabamba, no deja de ser conmovedor y a la vez extraño ver propuestas
como estas en salas locales que hace tiempo parecían estar condenadas a
mostrar solo comedias recocinadas y películas de terror mal hechas (que
asustan poco o nada). Esta es pues una muy buena noticia.
La personalidad a la que hago referencia tiene que ver con una serie de recursos
cinematográficos que Lanthimos ha ido consolidando y que configuran un
discurso inconfundible. Puesta en imagen, tono de actuación, diálogos,
estructura narrativa, todos estos elementos se acoplan naturalmente
conformando el universo que plantea este director griego: una mirada
antropológica en la que se va escaneando o diseccionando los nexos o ligas que
nos unen como sociedad, para esto Lanthimos usa, a manera de laboratorios
imaginados, escenarios improbables e intencionalmente desprovistos de
emoción o intensidad dramática.
En medio de este ambiente o atmósfera de aparente asepsia, Lanthimos plantea
problemáticas realmente importantes: la incomunicación, el lenguaje y el
aislamiento (Canino, 2009), o la re-significación de la muerte (Alps, 2011), la
mecanización, el racionalismo pos moderno llevado al extremo en un escenario
distópico (The Lobster, 2017). Estas películas tienen en común que van
adquiriendo una estructura fabulesca, mítica y por ende religiosa. “El sacrificio
de un ciervo sagrado”, es el ejemplo más claro de esa tendencia. De estas
estructuras míticas religiosas, Lanthimos resalta las relaciones de poder, los
vehículos racionales que accionan los comportamientos más básicos, más
viscerales, usando lo paradójico, el humor negro, y hasta el absurdo para
narrarlos, aunque el absurdo no sea otra cosa que una forma de confrontación
con el patetismo de nuestros propios ritos.
En “El sacrificio…” este “humor negro”, por ponerle una etiqueta de género, es
en realidad un mecanismo de distanciamiento, una suerte de efecto contrario al
frío y mecánico comportamiento de sus personajes, siempre excesivamente
estructurados y racionales, buscando controlar todo y distanciarse lo más posible
de la superstición. Los giros de la trama, absurdos en su superficie, enfrentan a
los personajes con lo desconocido, lo inclasificable e incontrolable. Lanthimos
produce un clima de extrañeza con estos contrastes, son el humor y en algunos
casos la violencia, los que crean puentes de equilibrio y desequilibrio constante,
es decir generan tensión.
La última película de Lanthimos, puede decirse que es la pesadilla de cualquier
médico: un paciente muere en la mesa de operaciones del Dr. Steven Murphy,
(Colin Pharrell), un paciente que posiblemente podía ser salvado. Ya sea por
negligencia, mala praxis, error involuntario, o simplemente mala suerte o fuerzas
sobrenaturales, Murphy queda de alguna forma marcado por la situación e
inconscientemente intenta compensar a la familia afectada haciéndose amigo
del hijo de su paciente. Lo que pasa luego con el huérfano en cuestión es
realmente de terror, una especie de ley del Talión, una tragedia judeo-cristiana,
descarnada como el primer plano que nos muestra la película. Latinos lo
reconoce, el horror, es un género con el que coquetea, pero solo porque juega
con los extremos, por que cuestiona, porque maneja la tensión en momentos
improbables, incómodos y aprensivos para el espectador, pero siempre
atrapantes, porque si hay una cualidad que destacar del director y además co-
guionista de la película, es su capacidad de hilar historias atractivas, con giros
inesperados.
A esto sumemos una puesta en escena que muchos han comparado con la de
Stanley Kubrick. Salvando las diferencias, Lanthimos recuerda al genial cineasta
inglés, no necesariamente por la plástica de sus imágenes en sí mismas (basta
ver a Nicole Kidman, para recordar a su personaje en Eyes wide shut, 1999),
sino por esa búsqueda por usar la corporalidad como vehículo de la pugna entre
lo racional y lo emotivo, y también el uso de la violencia como el signo de un
paradigma en decadencia, algo que Michael Haneke ha trabajado
magistralmente en su obra.
Esta especie de crítica a la deshumanización de la sociedad moderna y post
moderna que hace Lanthimos, tema que está muy presente en las películas
“serías” de hoy, fluye y seduce, sin la saturación de símbolos que podríamos
encontrar en una película como ¡“Madre!”, de Aronofsky, o la tragedia fácil de
Gonzales Iñarritu, sin diluirse en la intrascendencia que se critica, como le
sucede a la reciente “Square”, de Ruben Östlund.
Posiblemente, como pasa con muchos directores, Lanthimos se ablande con el
tiempo. De hecho “El sacrificio …”, es una de sus películas más accesibles, sin
embargo, el proceso de maduración de su obra ha mantenido su estilo intacto, y
nos promete aún más. Por ahora disfrutemos mientras podamos está película en
la pantalla grande. Al terminar la proyección, algo en nosotros se habrá movido
y saldremos con muchas preguntas.

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