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Antología de textos 2016

1. Leer los siguientes textos


2. Indicar género y sugénero

LA LLORONA

Cuenta la historia que una mujer que mató a su hijo porque lloraba mucho; la razón del llanto del niño era una enfermedad
que le aquejaba. Cuando la mujer lo mató, su marido le echó una maldición diciendo que sería condenada a andar por el
llano con el hijo a cuestas y llorando su destino. La mujer afligida por el pecado cometido y angustiada por la condena, se
suicidó. Su alma en pena deambula por todos los rincones del llano.
La presencia de este espanto se detecta por espeluznantes llantos que generalmente se oyen en épocas de Semana Santa,
sobre todo donde hay niños llorando. Se ha dicho que muchas personas solían oírla con frecuencia en los caseríos,
cementerios y lugares solitarios, siempre en horas de la noche, casi nunca visible a los humanos. El comentario de la gente
es que cuando los perros aúllan en la oscuridad de la noche es porque La Llorona anda rodando.
Otras versiones, también del Llano, contadas por balseros del río, dicen que la llorona se la pasa recorriendo las orillas
buscando los restos de un hijo que mató hace mucho tiempo. Por su crueldad fue castigada por Dios y condenada a llorar
por el resto de su vida hasta encontrar el último hueso de su bebé.
Las abuelas cuentan que a la llorona solamente le falta encontrar un huesito (la falange del dedo meñique de la mano
derecha) para que termine su pena.

EL SILBADOR

Se dice que es el espanto de un hombre parrandero y mujeriego que murió solo y abandonado, y busca la compañía de
alguien que cabalgue a altas horas de la noche por los senderos de la llanura. Otros dicen que persigue a las mujeres en
estado de embarazo. Emite un silbido largo y agudo espeluznante y que hace sentir un frío intenso, que congela.

LA PIEL DE ASNO
Érase una vez los reyes de un reino lejano, que tuvieron una hija. Mientras que la niña crecía muy hermosa, su madre, la
reina, enfermó, hasta llegar a la muerte. El rey, que tanto había amado a su mujer, enloqueció. Dado el parecido físico entre
la difunta reina y su hija, el rey quería casarse con su hija. Su hija fue pidiéndole cosas que sólo un rey podía conseguir: un
vestido con pétalos, otro lleno de perlas, otro totalmente de oro. En caso de que el rey no consiguiese alguno de estos
vestidos, la princesa no tendría que casarse con él, pero el rey consiguió todo. El único remedio que tenía la pobre princesa
era escaparse del castillo. Su hada madrina le dio un asno que al rebuznar echaba oro. Cogió sus vestidos y el burro y
marchó. Llegó a un reino vecino y se alojó en el castillo, pidiendo trabajo como criada. Estaba cubierta con la piel del asno,
por la que la pusieron a fregar los platos. Todo el mundo, incluso los príncipes, la llamaban “piel de asno”. Pero un día, un
príncipe vio como la princesa vestía un hermoso vestido que, sin duda alguna, no era ninguna piel de asno. Al poco tiempo,
el príncipe enfermó. Simplemente era una gripe, pero como decía que había visto a la chica con un vestido le tomaron por
loco. Al poco tiempo la descubrieron. La chica se puso uno de sus vestidos y fue a ver al príncipe. El chico se alegró
muchísimo y se casaron en poco tiempo.

LA LIEBRE Y LA TORTUGA
Esopo
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz. Por eso,
constantemente se reía de la lenta tortuga.
-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.
-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.
-¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.
-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy divertida, aceptó.
Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el camino y la llegada. Una vez estuvo
listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.
Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó remoloneando. ¡Vaya si le sobraba el tiempo para
ganarle a tan lerda criatura!
Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la
liebre se adelantó muchísimo. Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar.
Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. Le dejó ventaja y nuevamente
emprendió su veloz marcha.
Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse. Confiada en su
velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormida.
Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta llegar a la meta. Cuando la liebre
se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera.
Antología de textos 2016
Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No hay que burlarse jamás de los
demás. También de esto debemos aprender que la pereza y el exceso de confianza pueden hacernos no alcanzar nuestros
objetivos.

POLIFEMO
Polifemo, hijo de Poseidón, fue el cíclope que se encontró a Odiseo y sus hombres en su cueva cuando regresaban a casa
desde Troya. Devoró a varios de los hombres del héroe, pero éste le emborrachó y le sacó su único ojo. Él y sus hombres
huyeron aferrados al vientre de sus ovejas.
Poco antes de esto, Polifemo se había enamorado de la nereida Galatea. La ninfa marina ya estaba enamorada de Acis, hijo
de Pan, y quedó aterrorizada al ver el aspecto del cíclope que la pretendía y que, para conquistarla, se había arreglado el
pelo y la barba. Polifemo ignoró los consejos del vidente Telemo, que le había advertido que tuviese cuidado con Odiseo,
porque lo dejaría ciego, y se puso a componer una serenata para Galatea. La composición, en la que se quejaba de la
crueldad de la joven, lo convirtió en el hazmerreír de todos. Además, le proporcionó una lista de todo lo que le daría si se
iba con él -incluida una barba para que jugase con ella- y enumeró todas sus virtudes masculinas, alabando la cantidad de
pelo que tenía y su ojo que parecía «el disco del sol».
Cuando Galatea ni se inmutó ante el canto del cíclope, Polifemo abandonó sus buenas intenciones y volvió a su verdadera
naturaleza de bestia salvaje. En un ataque de celos mató a Acis, amante de Galatea, arrojándolo contra las piedras. Acis fue
después convertido en río.

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