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Blog de terapia y desarrollo personal

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El futuro de la psicología y la tercera ola de terapias (terapias de tercera


generación)

Unos de los objetivos de este blog es divulgar información acerca de la Psicología. En anteriores artículos
hemos tratado de exponer nuestro punto de vista acerca de esta apasionante ciencia y nos parece interesante
seguir profundizando en el tema.

¿Por qué insistimos en esta cuestión? No resulta sencillo explicar qué es la psicología al público en general,
hay mucho prejuicio e ideas poco ajustadas a la realidad. Pero esto no es culpa de la gente, especialmente si
consideramos que entre los propios psicólogos nos resulta difícil ponernos de acuerdo para definir, explicar y
reivindicar la importancia de nuestra labor. Hay psicólogos clínicos, generalistas sanitarios, educativos,
coaches, de recursos humanos, jurídicos, psicoanalistas, conductistas, cognitivo-conductuales, gestálticos,
transpersonales, contextuales, sistémicos…Efectivamente, hay una gran variedad en cuanto a tipos de
profesionales, tecnologías, metodologías, epistemologías, ontologías, ideologías y ámbitos de actuación.
Para tratar de que entendáis nuestra filosofía de trabajo en Eureka Benimaclet y ofreceros nuestro punto de
vista acerca del estado de la psicología en la actualidad, en este artículo vamos a recurrir a una clasificación
que refleja la evolución de las terapias psicológicas en tres fases: terapias de primera, segunda y tercera
generación.

Terapias de primera generación (primera ola)

Las terapias de primera generación (también conocidas como primera ola de terapias) están asociadas al
conductismo, corriente que surge como oposición al psicoanálisis. Las críticas a los modelos intrapsíquicos
(ello, yo y superyo) y a los constructos hipotéticos (complejo de Edipo, fase oral, eros y thanatos…) promovieron
una tendencia que trataba de alejarse lo más posible de los aspectos más cuestionados del modelo
psicoanalítico. Por eso, esta primera ola de terapias de conducta se focalizó sobre el comportamiento
problemático observable, basándose en los principios del condicionamiento y del aprendizaje. La investigación
experimental básica en procesos de aprendizaje se extendió al desarrollo de técnicas de aplicación
terapéutica.

Este nuevo modelo clínico, basado en el manejo directo de contingencias con objetivos claramente definidos,
tales como la modificación de la conducta que se puede observar y medir, se caracteriza por enfocarse en
cambios de primer orden (más adelante, en este mismo artículo, explicaremos la diferencia con los de segundo
orden). En esa época, todo conocimiento acerca de cómo aprendíamos (condicionamiento clásico,
condicionamiento operante, contingencias entre estímulos y respuestas…) se llevaba al ámbito de la terapia
psicológica. Hans J. Eysenck (1964) definió la terapia conductual  como “el intento de cambiar el
comportamiento humano y la emoción en forma benéfica según las leyes de la moderna teoría del aprendizaje”

Terapias de segunda generación (segunda ola)

Las terapias de segunda generación se relacionan con el auge de los métodos cognitivos, llevando a un nuevo
paradigma cognitivo-conductual, que surgió como respuesta a las limitaciones del conductismo. Las carencias
más relevantes de las terapias de primera ola fueron: dejar fuera de su ámbito de estudio fenómenos
complejos y omitir la intervención en conductas internas, difíciles de notar y medir en un laboratorio (diálogo
interno, emociones…). Este paradigma también estaba enfocado principalmente en la consecución de cambios
de primer orden, aunque no se nutrió tanto de la experimentación básica como de la práctica clínica.

En palabras de A. Beck (1993): “La terapia cognitiva se puede definir como la aplicación del modelo cognitivo
en un trastorno particular mediante el uso de una variedad de técnicas diseñadas para modificar las creencias
disfuncionales y el procesamiento erróneo de la información que es característico de cada trastorno”. En otras
palabras: el cambio en el contenido o la frecuencia de las cogniciones se consideraba el medio más
adecuado para lograr el cambio conductual. Por tanto, el foco ya no es tanto la conducta observable, sino los
pensamientos asociados a dicha conducta.

Pero este modelo tampoco está libre de limitaciones o inflexibilidad al abordar algunos temas referentes a la
condición humana. Y por eso surgen las terapias de tercera generación, cuyas características pasamos a
explicar.

Terapias de tercera generación (tercera ola)

Las terapias de tercera generación, también llamadas de tercera ola, comparten una serie de características
comunes que justifican su agrupación en la misma categoría: despsicopatologización y desmedicalización;
métodos y principios contextuales, holísticos y sistémicos; flexibilidad y construcción de cambios en diferentes
niveles; terapias aplicables al terapeuta (no sólo al paciente); integración de técnicas y herramientas de las
terapias de segunda generación y, por último, la capacidad de abordar temas complejos en el contexto de una
intervención psicológica integral.

Para entender el surgimiento de esta nueva corriente podemos acudir a las palabras de Steven Hayes: “Cuando
emergen varios abordajes nuevos que son difíciles de clasificar, es posiblemente una señal de que el campo
mismo se está reorganizando. Esto ha sucedido antes en terapia conductual. Parece estar sucediendo
nuevamente” (Hayes, 2004).
Encontramos en esta tercera ola aspectos que están presentes en la tradición de la psicología humanista, la
logoterapia de Viktor Frankl, el análisis transaccional de Eric Berne, la pragmática de la comunicación humana,
la teoría general de sistemas, la cibernética, la psicoterapia sistémica, la psicoterapia breve estratégica, la
terapia Gestalt, la programación neurolinguística, el DBM® y otros campos relacionados, que comparten
importantes similitudes en su aproximación al estudio del ser humano y en su concepto de salud mental.

Características básicas:

Despsicopatologización y desmedicalización

Es bastante evidente la tendencia a patologizar la experiencia humana desde las instituciones que
supuestamente velan por nuestra salud. Existen varias razones para ello, entre las cuales se incluyen el
predominio del modelo biomédico en el ámbito de la salud mental y, especialmente, de los intereses de la
industria farmacéutica. Pero también observamos como se promueve esta tendencia por parte de médicos
psiquiatras y de psicólogos clínicos, cuya identidad y prestigio profesional dependen de aceptar ese modelo
clínico como el único válido en el ámbito de la salud mental, tachando a cualquier otro modelo como poco
serio o no científico.
Las terapias de tercera generación ponen el foco en los graves problemas y la irresponsabilidad que supone
patologizar emociones humanas normales y saludables como la tristeza, el miedo o la rabia sin importar las
circunstancias en las que aparecen, su frecuencia o su intensidad. Una consecuencia que se deriva del
planteamiento o la filosofía anterior, es considerar que todo aquello que genere malestar o nos produzca dolor
ha de ser rápidamente erradicado o eliminado a través de todos los medios disponibles; especialmente,
enfatizando el empleo de estrategias o técnicas de control (tales como la eliminación, supresión, evitación,
sustitución, etc.) de los eventos privados (en la perspectiva de la tercera ola de terapias un evento privado es, a
grandes rasgos, una experiencia que no se comunica de forma abierta y explícita).

Como afirma Israel Mañas Mañas, de la Universidad de Almería, en la Gaceta de psicología, Nº 40, p-p 26-34 :

“Esta asunción o premisa fundamental es compartida por la mayoría de las personas en nuestra cultura, es decir,
la lógica subyacente de las terapias de la segunda generación está ampliamente difundida y potenciada en
nuestro contexto más inmediato. Esta planteamiento o filosofía se adapta perfectamente, es más configura y
determina, lo establecido socialmente como correcto o lo que ha de hacerse dadas ciertas circunstancias; y,
sobre todo, con los modos de hablar y explicar que tienen las personas en nuestra sociedad, con el modelo
médico o psiquiátrico y, por tanto, con la idea de “enfermedad mental” y con la actual industria farmacológica.”

Este asunto debería ser considerado seriamente por las instituciones científicas y sanitarias, ya que de acuerdo
con los nuevos paradigmas en salud mental, algunas premisas del modelo biomédico en el que se basan las
terapias de segunda generación pueden resultar contraproducentes y provocar más perjuicios que beneficios
en el paciente. Los intentos de control, reducción o supresión de los eventos privados (que son los objetivos de
intervención explícitos desde estas terapias) producen en muchos de los casos, paradójicamente, efectos
contrarios o efectos rebote.

Por eso nos parece muy acertado el cuestionamiento y la revisión de las aproximaciones a la salud mental,
desde una perspectiva obviamente científica pero también humana. Porque cuando a la ciencia se le olvida la
humanidad se puede llegar a convertir en un instrumento tan peligroso como cualquier otro. (La religión no ha
sido históricamente la única justificación para cometer atrocidades. En nombre de la ciencia se han promovido
también movimientos terroríficos como la eugenesia).

Por eso estamos comprometidos con los valores que se asocian a las terapias de tercera generación. Y por
eso conectamos con personas como Humberto Maturana o C. G. Jung en nuestra concepción del profesional
de la salud mental. Un profesional que debería ser a la vez ontólogo, epistemólogo, metodólogo, tecnólogo…
Pero, por encima de todo, “humanólogo”. Un profesional que vaya más allá de meras habilidades tecnológicas y
de eruditos planteamientos humanísticos abstractos. Un profesional conocedor de la persona y potenciador de
sus valores, que sepa utilizar las técnicas al servicio de la misma.

Métodos y principios contextuales, holísticos y sistémicos

No tiene sentido estudiar al individuo aislado de sus circunstancias. Para entender el origen y la función de una
conducta determinada debe estudiarse en relación al contexto. Si vemos a una persona llorar
desconsoladamente, sentir rabia y verbalizar que no tiene ganas de nada, podríamos aventurar un diagnóstico
de depresión. Si nos enteramos que esa persona acaba de perder a toda su familia en un accidente,
seguramente su conducta en ese preciso momento es muy normal y hasta se podría considerar deseable.

Patologizar y medicalizar la experiencia humana, como hemos explicado antes, es uno de los errores que las
terapias de tercera generación pretenden corregir. Los profesionales de la salud no podemos enviar de forma
irresponsable el siguiente mensaje, aunque nuestro prestigio profesional dependa de ello: “la experiencia
humana no incluye el malestar, dicho malestar no es sano y debe ser eliminado como sea, en nombre de la
salud mental”. Si responsabilizamos al cliente de sus experiencias, si le decimos que no es feliz porque no
quiere (o no lo desea con suficiente fuerza) y, además, le convencemos de que cualquier experiencia incómoda
es un signo de que tiene problemas de salud mental, no sería exagerado plantear que estamos siendo crueles
con estos clientes.
Y eso no se puede seguir permitiendo, teniendo en cuenta que, como profesionales de la salud mental,
deberíamos ser los mayores responsables de promover un modelo que no sólo sea científico, sino que también
sea beneficioso para el cliente y esté basado en valores comprometidos con el ser humano.

Flexibilidad y construcción de cambios en diferentes niveles

Las dos primeras olas ponen el foco en síntomas o signos concretos que deben ser detectados y modificados
(cambios de primer orden). La tercera pone el foco en las habilidades para interpretar y gestionar estos signos
(cambios de segundo orden). Un psiquiatra te recetará pastillas para eliminar la tristeza. Un psicólogo de
primera o segunda generación tratará de eliminar los comportamientos o pensamientos asociados a esa
tristeza. Un psicólogo de tercera generación te enseñará habilidades para que puedas aceptar, integrar y
gestionar tu tristeza de formas que tengan sentido en tu vida. La teoría de niveles lógicos de procesamiento de
información de Gregory Bateson es muy útil para entender este punto, ya que en la tercera ola de terapias
pasaríamos claramente a niveles superiores de procesamiento (aprendizajes II, III y IV) que amplían
exponencialmente las posibilidades y el sentido ecológico de las intervenciones.

Aplicables al terapeuta (no sólo al paciente)

El terapeuta, en las terapias de tercera generación, no enfatiza su posición de autoridad científica (define la
realidad normal) y moral (define lo adecuado o bueno). La relación entre terapeuta y paciente, en las terapias
de primera y segunda generación, tiene un carácter desigual, el profesional es la autoridad y el cliente adopta
una postura de sumisión ante el conocimiento del psicólogo. Este tipo de relación no promueve un vínculo que
tenga carácter terapéutico, como en el caso de las terapias humanistas en las que se basan muchos de los
principios de los que se nutren las terapias de tercera ola. A modo de ejemplo, el título de la edición del Master
DBM® de la Universidad de Valencia: “Desde el desarrollo personal y profesional al trabajo con el cliente”.

Integración de técnicas y herramientas de las terapias de segunda generación

Las técnicas utilizadas por las terapias de tercera generación son totalmente eclécticas (no así las teorías que
les dan sentido). Esto sucede porque la tercera generación de terapias es una tendencia, más que un club
cerrado. Esta aproximación no se presenta como una ruptura radical con la segunda ola de terapias y la
frontera entre ambas no está clara para todos los profesionales. Actualmente existe un debate acerca de los
nombres que se utilizan para describir la evolución de las terapias, debido a que los límites son difusos y no
resulta sencillo definir las posiciones. En todo caso, lo que parece innegable es que la psicología sigue
evolucionando, es una ciencia viva y nos parece una noticia excelente que se cuestionen sus principios para
hacerla cada vez más humana, más emancipadora y más útil para mejorar la vida de los seres humanos.

Capacidad de abordar temas complejos en el contexto de una intervención psicológica

Así como la segunda ola supuso una ampliación del ámbito de intervención de los profesionales de salud
mental, la tercera ola también expande las fronteras de los contenidos trabajados en el trabajo terapéutico.

Suponemos (y deseamos) que la tendencia a trabajar con emociones, valores, habilidades de segundo grado y
otros conceptos relativamente novedosos en el ámbito de la salud mental, continúe creciendo y aportando
cada vez mejores herramientas para entender e intervenir en la compleja red de relaciones que se establece
entre un ser humano y su entorno.
Conclusiones

Consideramos que el modelo biomédico y las terapias de segunda generación son una etapa más en la
evolución de la Psicología, que no deberían considerarse las únicas válidas aunque sean las que mayor
respaldo científico, institucional y cultural cuenten en la actualidad. No defendemos romper radicalmente con
las fases anteriores de nuestro ámbito profesional, que pueden aportar técnicas y métodos adecuados para
determinados casos o circunstancias. Todo conocimiento es enriquecedor si se pone en contexto y en relación
con otros conocimientos de manera constructiva. Pero es inevitable y deseable el cambio de paradigmas en
cualquier ámbito de la ciencia para que ésta avance y se desarrolle.

Reivindicamos el papel de la psicología y de los psicólogos en el ámbito de la salud mental. Nuestra idea de
salud mental no es tan restrictiva como la del modelo biomédico, que asume la salud mental como un
equilibrio neuroquímico. Y que, por tanto, recurre a los psicofármacos como la mejor manera de “curar”,
restableciendo ese equilibrio para recuperar la salud mental.  También desde las instituciones (Ministerio de
Sanidad, colegios profesionales…) parece que se promueve la siguiente idea: los únicos profesionales con
capacidad de ocuparse de la salud mental de sus clientes son los psicólogos clínicos (o los médicos
psiquiatras).

Esto nos parece incoherente, injusto y perjucicial por las siguientes razones:

1) Limita el ámbito de la salud mental basándose en unos criterios económicos, políticos y de status social de
los profesionales, en lugar de establecer otros criterios pensando en el beneficio global de los pacientes
(clientes).

2) Provoca que toda intervención en salud mental no basada en el modelo biomédico esté desregulada. Esto, a
efectos legales y de acreditación, deja en la misma posición profesional a un licenciado en psicología con un
master en terapias de tercera generación que a cualquier otro profesional de otro ámbito que realice un curso
de coaching. Como ya comentamos en un artículo anterior:

“Es paradójico que, en un ámbito tan sensible como el de la salud mental, el prestigio profesional y
reconocimiento social de un abogado, economista o ingeniero que haya recibido algún tipo de formación y
certificación en coaching, pueda ser mayor que el de un licenciado en psicología, formado como mínimo durante
cinco años en el estudio profundo y metódico del ser humano, sus pensamientos, emociones y conductas.”

3) La psicología, los psicólogos y sus clientes siguen manteniendo un estigma y unas connotaciones muy
negativas, que no consideramos posible cambiar mientras no se produzcan cambios importantes en la
concepción de la salud mental y en los paradigmas que sostienen nuestra labor teórica y práctica.

Queremos pensar que la mayor parte de los psicólogos, en cualquier época, han compartido un genuino interés
por la naturaleza humana, por las diferentes manifestaciones del ser humano y por la posibilidad de mejorar las
condiciones de vida de las personas y de los grupos sociales. Por eso nos parece contraproducente todo
intento de limitar el ámbito de la salud mental a los entornos hospitalarios.

Si los psicólogos seguimos conformándonos con ser los pseudo-médicos del sistema sanitario actual en lugar
de tratar de transformarlo desde nuestra condición de psicólogos, no nos estamos haciendo ningún favor a
nosotros mismos (“de acuerdo, si somos psicólogos clínicos podemos trabajar en hospitales, llevar bata
blanca, diagnosticar y tratar, pero las cosas serias y científicas como recetar pastillas se lo dejamos a los
profesionales sanitarios de verdad”). Y lo que es peor, no estamos cumpliendo con nuestra principal función
social que debería ser promover las mejores condiciones de vida posibles para todo ser humano. Si no
podemos emanciparnos de las cadenas que nos imponen las instituciones, nos resultará mucho más difícil
emancipar a nuestros clientes de sus propias cadenas.

En Eureka Benimaclet apostamos por una psicología científica pero abierta, rigurosa pero humana y, por
encima de todo, emancipadora. Y llevamos ya muchos años haciéndolo, gracias especialmente a la formación
en DBM® que nos ayudó a tener una visión amplia, rica y compleja de nosotros mismos y de nuestra profesión.
Y nos enseñó que la vida es un desarrollo continuo en el que siempre se puede ir más allá. Y que por eso es
importante cuestionarlo todo, hasta la propia identidad personal y profesional. Y que el respeto a cualquier ser
humano es la base más adecuada sobre la que construir cualquier tipo de conocimiento.

Por todo lo expuesto confiamos en el futuro de la psicología. Y, por supuesto, seguiremos trabajando con
mucha dedicación e ilusión para hacerlo posible.
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es DBM®? Con 1 comentario es DBM®? (II)
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09/01/2017  Leave a reply

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PEC: Psicólogo Especialista en Coaching®

Acreditacion PEC Psicólogo


Especialista en Coaching®
(primera promoción, 2014) por
el Col·legi Oficial de Psicòlegs
de la Comunitat Valenciana,
reconocida por la FIAP
(Federación Iberoamericana de
Psicología) y basada en los
requerimientos de las
certificaciones EUROPSY
aplicables en el ámbito de la
Unión Europea, en cuanto a
investigación y supervisión.

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