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Derecho
Los escolásticos eran teólogos y, por tanto, sus preocupaciones primarias no eran
las cuestiones jurídicas y políticas. No obstante, al estudiar la teología moral debían
referirse a las virtudes y al hacerlo no tenían más remedio que tratar de la justicia y,
por tanto, del derecho. En este ámbito, el dominico Tomás de Aquino realizó
aportaciones especialmente interesantes. Puede ser considerado el principal
expositor teórico de la que hemos llamado mentalidad romanista. Por otra parte, la
actitud de Tomás se debe también a su aristotelismo ético.
- La virtud de la justicia para Santo Tomás
Santo Tomás de Aquino trató las cuestiones jurídicas al estudiar, dentro de la
Teología moral, la virtud de la justicia.
Los fines humanos tienen una entidad que no obedece al capricho o arbitrio de cada
individuo y constituyen las metas de una vida auténticamente humana. Tienen,
aunque Tomás no utilice esta expresión, una base racional que toda persona
inteligente deberá aceptar. Los asuntos humanos son variables y circunstanciales,
por eso la objetividad de los bienes y fines de la vida ha de tener en cuenta esa
mudanza.
Tomás de Aquino sostiene que Dios proporciona las directrices últimas, pero al
mismo tiempo crea al hombre como ser autónomo capaz de elaborar las normas a
partir de las circunstancias y características del momento en el que vive. Dicho de
otra forma, el mundo moral no está completamente conformado por Dios; el hombre
cuenta con principios morales básicos que capta como participación en el orden
racional de lo creado, pero construye libremente su cotidianidad.
En casi todas las virtudes los elementos para establecer la corrección del
comportamiento proceden de características del sujeto agente, y ahí reside la
especificidad de la justicia frente al resto de las virtudes: en ella su objeto no
depende de las personas que intervienen sino que tiene un carácter externo a la
personalidad; en la justicia el comportamiento virtuoso depende de unas realidades
o circunstancias que no son personales sino “reales”.
La justicia tiene un carácter “real” para Tomás de Aquino. Real en este sentido no
significa que sea algo verdaderamente existente y no imaginado, sino que reside en
las cosas (cosa en latín se dice res). Una relación de justicia se constituye
precisamente a causa de ciertos objetos o fines independientes de las propias
características personales de los sujetos intervinientes; en virtud de esa finalidad
uno de ellos le debe algo al otro; esa deuda es el objeto de la justicia, porque su
cumplimiento equivale al comportamiento justo. Y al comportamiento justo Tomás lo
llama ius.
Al precisar el objeto de la justicia, Tomás explica que algo puede ser justo de dos
formas: por derivación desde la naturaleza de la cosa o por convención. Lo primero
ocurre cuando a partir de la estructura de una situación humana típica es posible
derivar de forma muy clara cuál es el comportamiento debido; en tales casos lo justo
deriva de la misma “naturaleza de las cosas”. Al lado del ius naturale está el derecho
positivo, que nombra lo justo cuando éste sólo deriva de un acuerdo o convención
humana. Se trata de asuntos en los cuales la naturaleza de las cosas no proporciona
apenas datos.
a) La ley eterna
b) La ley natural
Es una realidad normativa un tanto compleja. Según Tomás, la ley natural sigue las
inclinaciones naturales del hombre. Consiste en la participación (o en la captación)
humana de la ley eterna. Tomás quiere decir con esto que el hombre, gracias a su
inteligencia, es capaz de conocer la presencia de estas tendencias; en cambio el
resto de los seres de la creación se limita a seguirlas de manera necesaria y
mecánica.
Esas inclinaciones naturales son de tres tipos o, dicho de otro modo, comprenden
tres clases de preceptos. En primer lugar, el hombre siente una inclinación hacia el
bien que es común a todas las sustancias: cada criatura se inclina a la conservación
de su propio ser; por eso todos los seres vivos buscan su propia supervivencia. En
segundo lugar, el hombre se inclina hacia bienes más concretos, comunes con los
animales, como la unión de hombre y mujer o la educación de los hijos; Tomás
explica que este sector de la ley natural se corresponde con el derecho natural que
según los romanos (Ulpiano) era común a hombres y animales. En tercer lugar, los
hombres tienen inclinaciones hacia los bienes exclusivos de su naturaleza racional;
estos preceptos son: conocer a Dios, vivir en sociedad y evitar la ignorancia.
c) La ley humana
Tomás afirma que la ley humana deriva de la ley natural, pero es un error concebir
la relación entre los diferentes tipos de leyes al modo de una cadena de
deducciones. Efectivamente, la ley humana desciende de la ley natural, pero no
como la concreción deducida desde un axioma superior. La relación entre leyes
naturales y humanas es más sutil.
Hay dos formas en las que ésta se deriva de la ley natural. La primera, por
conclusión; en ella sí hay una auténtica deducción desde la ley natural a la ley
humana: si la ley natural prohibe hacer daño a un inocente, el homicidio debe ser
castigado. Tomás llama derecho de gentes a este conjunto de leyes, porque son
comunes a todos los pueblos.
Esta relación peculiar con la ley natural es una muestra de la complejidad que posee
la ley humana. Tomás la define como una ordenación de la razón, promulgada por
el que tiene a su cuidado la comunidad y dirigida al bien común. En esta definición
están presentes dos elementos: la razón y el poder. No existe ley si es irracional, es
decir, si no está dirigida al bien común. Tampoco una ordenación razonable hecha
por un particular es ley: debe dictarla quien ostenta el poder político.
El ius o derecho es siempre concreto, es decir sólo existe cuando estamos ante un
caso concreto, con “nombre y apellidos”. En cambio, la ley tiene siempre carácter
general. La integración de esa diferencia de planos debe hacerla el jurista
determinando la solución justa mediante la interacción de la ley y las características
del problema concreto.
Los problemas son muy cambiantes, y las necesidades no son inmutables y eternas.
Un caso presenta muchas veces peculiaridades que no están comprendidas por las
reglas generales, destinadas en principio a regularlos. Sin embargo, esto no quiere
decir que el juez deba decidir según su sano sentido de la justicia contando sólo con
las exigencias e intereses en juego. Realmente esto sería lo ideal, afirma Tomás,
pero añade al mismo tiempo que no resulta factible: para juzgar así el juez debería
tener una capacidad que se encuentra raramente. Por eso es mejor dejar
preestablecidas una serie de soluciones en las leyes y juzgar siempre según esas
leyes.
Al mismo tiempo Tomás reconoce la imposibilidad de que la ley recoja todas las
particularidades del problema: por eso es necesaria la prudencia en el juzgador.