plúgole al cielo así: ¡bendito sea! Amargo cáliz con placer agoto: mi alma reposa al fin: nada desea.
Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
¡nunca, si fuere error, la verdad mire! Que tantos años de amarguras llenos trague el olvido: el corazón respire.
Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano... Mas nunca el labio exhalará un murmullo para acusar tu proceder tirano.
De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras? No era tuyo el poder que irresistible postró ante ti mis fuerzas vencedoras.
Quísolo Dios y fue: ¡ gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento: ¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre... ni amor ni miedo al contemplarte siento.
Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro... Hice un mundo de ti, que hoy se anonada y en honda y vasta soledad me miro.
¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno, sabe que aún tienes en el alma mía generoso perdón, cariño tierno. Carolina Coronado
Cantad, hermosas
Las que sintáis, por dicha, algún destello
del numen sacro y bello, que anima la dulcísima poesía, oíd: no injustamente su inspiración naciente sofoquéis en la joven fantasía.
Si en el pasado siglo intimidadas
las hembras desdichadas, ahogaron entre lágrimas su acento, no es en el nuestro mengua que en alta voz la lengua revele el inocente pensamiento.
Do entre el escombro de la edad caída,
aún la voz atrevida suena, tal vez, de intolerante anciano, que en áspera querella rechaza de la bella el claro ingenio, cual delirio insano.
[…]
Dichas, amores, penas, alegrías,
lloros, melancolías, trovad, al son de plácidos laúdes, mas ¡ay de la cantora que a esa región sonora suba sin inocencia y sin virtudes!
Pues, en vez de quedar su vida impura
bajo de losa oscura en silencioso olvido sepultada, con su genio y su gloria, de su perversa historia eterno hará el baldón, la desdichada.
Cante la que mostrar la erguida frente
pueda serenamente sin mancilla a la luz clara del cielo; cante la que a este mundo de maldades fecundo venga con su bondad a dar consuelo.
Cante, la que en su pecho fortaleza
para alzar con pureza su espíritu al excelso templo, halle: pero, la indigna dama huya la eterna fama, devore su ambición, se oculte y calle.
Rosario de Acuña
Poetisa
Raro capricho la mente sueña:
será inmodesta, vana aprensión. Tal palabra no me cuadra; su sonido a mi oído no murmura con dulzura de canción; no le presta la armonía melodía y hace daño al corazón.
Tiemblo al escucharla. ¿Será manía?
Oigo el murmullo cerca de mí: no me cuadra tal palabra; que el murmullo que al arrullo de la sátira nació, me lastima con su giro y un suspiro me arrancó. Si han de ponerme nombre tan feo todos mis versos he de romper. No me cuadra tal palabra, no la quiero; yo prefiero que a mi acento lleve el viento y cual sombra que se aleja y no deja ni señal, a mi camino, que es mi llanto, arrebate el vendaval.