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Calidad en la Educación

Mucho hablamos de calidad en nuestro presente cultural orientado al ámbito productivo.


¡Queremos productos de calidad! Y lo decimos como si esa palabra connotase algo que tiene
un valor es sí y que puede ser propio de aquello a que se aplica. “Esta ropa es de calidad”, po-
demos decir, pero los estudiantes hacen manifestaciones en las que piden una “educación
de calidad”, ¿qué piden? Cuando los estudiantes piden fin al “lucro” piden: “no más malver-
sación de los fondos destinados a la educación”, su petición es clara, y dice: “queremos que
los fondos destinados a la educación se gasten en la creación de una educación pública de ca-
lidad, y que no sean desviados hacia el enriquecimiento de los que son dueños de los colegios,
escuelas y universidades.” Pero, surge nuevamente la pregunta, “¿qué se quiere decir al hablar
de educación de calidad? “

Nos parece que la pasión que revelan las manifestaciones estudiantiles al pedir una educación
de calidad muestra que ellos piden algo que es vital para ellos, y que eso solo puede ser algo
que le dé sentido a su vivir más allá de la localidad o de las circunstancias particulares de su
quehacer laboral futuro cualquiera sea este. Nosotros pensamos que lo que los estudiantes nos
dicen, aunque no sepan cómo hacerlo, es: “Queremos que nuestras vidas tenga sentido en
nuestro habitar donde quiera que nos toque vivir como ciudadanos democráticos con cons-
ciencia social y ética.”

Y ¿cómo se logra eso? ¡Eso se logra con educación de calidad! … La educación ocurre como
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una transformación en la convivencia. Desde su concepción los niños, niñas, jóvenes,… se
transforman con los mayores con quienes conviven, ya sea pareciéndose a ellos porque ellos
los inspiran, o diferenciándose de ellos porque nos les gusta y no respetan el vivir que esos
mayores viven. El futuro de la humanidad no son los niños, niñas, jóvenes,… sino que noso-
tros, los mayores con quienes ellos conviven, porque el como esos niños, niñas, jóvenes… se
transformen en su inevitable crecimiento, dependerá de cómo vivamos nosotros con ellos.

Los niños, niñas y jóvenes… quieren mayores a quienes respetar… y, ¿a qué mayores respe-
tan ellos? Los niños, niñas y jóvenes respetan a los mayores que se respetan a sí mismos, ma-
yores que son responsables y serios en su quehacer, mayores que actúan con consciencia so-
cial y ética, mayores con sentido de responsabilidad en la colaboración consciente
e inconsciente en la continua creación de un convivir generador de bien-estar y equidad so-
cial. Y eso ¿cómo se logra? ¡Se logra con educación de calidad! La educación de calidad ocu-
rre cuando los mayores escuchan y tienen tiempo para contestar las preguntas de los niños,
niñas y jóvenes que conviven con ellos; cuando los mayores actúan con consciencia social
y ética en la realización de las tareas que les corresponde realizar; cuando los mayores se cui-
dan en hacer bien lo que hacen desde el respeto por si mismos; cuando los niños, niñas y jó-
venes aprenden a reflexionar con mayores que reflexionan haciéndose conscientes de que
ellos escogen el vivir que quieren vivir desde ellos y no desde otros; cuando los mayo-
res hacen lo que hacen en el placer de hacerlo porque les da sentido social ético a su vivir, y
los niños niñas y jóvenes aprenden ese vivir viviéndolo con ellos; cuando los mayores viven
el mutuo cuidado desde el amar y la ternura como el fundamento de la amistad y la intimidad
sexual; cuando los mayores viven y conviven entre sí y con los menores en el mutuo respeto
en la colaboración intencional a la vez que espontánea en la conservación de la armonía de la
antroposfera y la biosfera en su vivir y convivir cotidianos…

En fin, la educación de calidad ocurre cuando los mayores se ocupan de que todo lo anterior
suceda creando condiciones sensoriales-operacionales- relacionales donde la equidad social
permita el bien-estar psíquico corporal que hace a eso posible. Sin duda la educación de cali-
dad evocada en las reflexiones anteriores requiere un modo de convivir social fundamental en
el que podamos tener ese vivir como un proyecto común de país con consciencia ética y res-
ponsabilidad ecológica, proyecto común cuyo ocurrir que vamos generando, realizando y re-
visando en el mutuo respeto de personas que no están atrapadas en ningún formalismo ideoló-
gico.

Cuando convivamos así en las escuelas, los colegios y las universidades; conversando y refle-
xionando como personas que disfrutan lo que hacen estando enteros ahí, sin angustias econó-
micas que distraigan el alma, y que se han formado en un ámbito de acción y reflexión más
amplio que aquel que enseñan, y lo hacen sintiendo que están creado entre todos, maes-
tros, maestras y alumnos, un convivir de mutuo respeto y sentido social nacional con lo que
hacen, tendremos educación de calidad.

Lo que nosotros escuchamos que los niños, niñas y jóvenes nos dicen cuando piden calidad en
la educación nacional es:

“Queremos adultos que respetar, adultos que nos escuchan y que queremos escuchar, para
aprender juntos a hacer todo lo que hay que hacer, en la diversidad cultural que vivimos, para
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crear de manera cotidiana un mundo ético de equidad social en el arte de la democracia que es
la continua creación y conservación de la armonía entre la antroposfera de nuestro vivir hu-
mano y la biosfera como el mundo natural que nos contiene y hace posibles.”

¿Es esto difícil? Si no queremos hacerlo porque tenemos ambiciones y teorías que consciente
o inconscientemente justifican la inequidad social en que actualmente vivimos y que genera-
mos culturalmente, es imposible.

Pero si queremos hacerlo porque sentimos que ese convivir nos inspira porque tiene que ver
con el mundo que les ofrecemos a nuestros hijos e hijas, sí es posible. ¿Cómo hacerlo? Tal
vez no sabemos todos los detalles de cómo hacerlo, pero si sabemos que tenemos que comen-
zar ahora escuchándonos en el arte de la co-inspiración democrática de la equidad y nuestros
niños, niñas y jóvenes aprenderán a convivir en la colaboración en el mutuo respeto en su vi-
vir cotidiano si los mayores vivimos así, sin competir, sin ideologías que justifican la discri-
minación, sin ideologías que nos empujan a procesos lineales desbordados de ambición, de
competencia, de acumulación de riquezas generadoras de pobreza y dolor, respetando la di-
versidad en la consciencia de que todos los seres humanos somos inteligentes y creadores res-
ponsables de los mundos que generamos en nuestro convivir en la tierra. Las tecnologías son
instrumentos que podemos usar para crear lo más hermoso y lo más horrible, según lo
que queramos; las teorías son instrumentos lógicos que podemos usar para justificar cualquier
negación del respeto, de la colaboración o de la equidad, todo depende de lo que queramos;
nuestras emociones guían todo nuestro hacer, no la razón, por eso el tema final es siempre
¿qué modo de convivir aprenderán nuestros hijos e hijas? El convivir que nuestros hijos e hi-
jas así como de los amigos y amigas de nuestros hijos e hijas, dependerá siempre de cómo
convivamos con ellos.

Y en esta reflexión acabamos de tocar un tema central en la historia de la humanidad en los


últimos tres mil años: la democracia.

¿Será la democracia una ideología? ¿Será la democracia una justificación política para hacer
cualquier cosa? ¿Será la democracia una obra de arte…?

Estas preguntas serán nuestro tema en una próxima reflexión inesperada. Dávila&Maturana

FAMILIA I

Si existe una palabra que aprendemos muy tempranamente es la palabra familia. Si vamos a
la etimología de esta palabra nos encontramos con que puede provenir del latín fames (ham-
bre) y del término famulus (sirviente). Por lo tanto en sus orígenes la palabra familia se usaba
para hacer referencia a un convivir de un grupo de personas que incluía a criados o esclavos
que un hombre tenía como propiedad. He recurrido a algunas definiciones que dicen que fa-
milia es un modo de vivir que tiene ciertas características que con el paso del tiempo han ido
variando, hasta llegar a ser hoy una organización como un grupo de personas unidas por un
parentesco. Algunos expertos hablan de lazos, que pueden tener dos raíces: una vinculada a la
afinidad surgida a partir del desarrollo de un vínculo reconocido a nivel social como lo es el
matrimonio o adopción y de consanguinidad, como ocurre con una pareja cuando tiene hijos o
hijas que pasan a ser sus descendientes directos. Y hoy en día suele entenderse el término fa- 3
milia como el lugar donde las personas aprenden a proteger y son cuidadas más allá de sus re-
laciones de parentesco. Resulta notable cómo ha evolucionado un concepto tan antiguo como
nuestro propio origen humano. ¿Será la palabra familia un concepto, una organización, una
definición o un modo de convivir?. En este punto yo voy a proponer una abstracción de lo que
un observador distingue en este presente cuando distingue a una familia: “familia grupo de
personas que viven juntos en el placer de la convivencia”. Y si seguimos la reflexión desde
esta abstracción podemos darnos cuenta que una familia puede estar conformada por una
abuela con sus nietos, por un grupo de amigos y amigas, por un hombre y una mujer, por una
pareja con hijos… etc.… porque lo que hace a la familia, familia es el placer de estar juntos
en la convivencia y no la sola caracterización social.

Esta no es una abstracción antojadiza pues se basa en nuestros orígenes humanos. Lo humano
tiene que haberse originado en la familia ancestral, como un grupo pequeño de primates bípe-
dos que vivían juntos de la caza y de la recolección de alimentos. Y es precisamente en este
grupo pequeño de primates bípedos donde se origina el lenguajear, como un modo de convivir
en la coordinación a través de la historia individual y grupal, de los sentires, haceres y emo-
ciones en la cotidianeidad del con-vivir. Este modo de vivir que pensamos que surgió hace
unos tres millones de años es el modo de vivir que nos dio origen como especie humana y que
aún conservamos como un aspecto fundamental de nuestro con-vivir.

¿Qué se ha conservado en el modo de vivir de la familia ancestral hasta nuestros días? Y


¿Qué no se ha conservado en el modo de vivir de la familia ancestral hasta hoy? Se ha con-
servado el vivir juntos, el compartir alimentos, o sea como tarea esencial el proveer a las per-
sonas que integran el grupo familiar de las necesidades básicas. Con los años esta responsabi-
lidad recayó en el hombre de manera prioritaria pero con el paso del tiempo es tanto el hom-
bre como la mujer quienes comparten la responsabilidad de proveer al núcleo familiar. Sin
embargo hemos notado una gran pérdida, que tiene que ver con la intimidad y la cercanía en
el placer de estar juntos. Corremos todo el día para poder cumplir de manera eficiente los re-
querimientos impuestos socialmente como pagar cuentas, ser exitosos profesionalmente, man-
tener uno o más trabajos para costear lo necesario. Y en este derivar hemos dejando de lado lo
más importante que es el bien-estar del espacio psíquico-emocional que es fundamental para
la armonía de las personas que componen el grupo familiar.

Cuando hablo de espacio psíquico-emocional ¿a que me estoy refiriendo? Bueno al espacio


de las conversaciones sin tiempo. A esas conversaciones donde nos escuchamos donde de
verdad me importa lo que le sucede al otro la otra. Esas conversaciones donde podemos dan-
zar juntos desde nuestros gustos, deseos y preferencias. Donde el que opinemos distintos no
significa que nos separamos, donde nos amamos en el disenso.

Un modo de relacionarnos donde es permitido el error como un ocurrir natural dada la natu-
raleza de la clase de seres que somos, que no distinguimos en la experiencia entre ilusión y
percepción, por lo tanto el error es posterior a la experiencia; donde entiendo que si mi hijo o
hija o esposo o esposa o compañera o compañero se equivoco, confío que fue un error, no du-
do, por lo tanto no castigo el error, pues cuando castigamos el error invitamos sin darnos
cuenta a la mentira. Un modo de relacionarnos donde prima el placer de la compañía, un lu-
gar calientito a veces con carencias materiales pero un lugar, una familia donde deseo volver
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cada vez que salgo de mis tareas cotidianas.

Por eso quiero invitarlo/ a preguntarse ¿me gusta volver a casa después de mi horario de tra-
bajo o no me gusta? Si me gusta, entonces mi tarea resulta genial en seguir relacionándonos
de modo que todos en el grupo familiar lo pasamos bien, nos escuchamos, somos vistos nos
sentimos amados. Y si me doy cuenta de que no me gusta volver, siento angustia de estar en
casa con los míos es hora de preguntarse ¿qué modo de relacionarme estoy conservando en mi
vivir cotidiano que no quiero conservar? Cuando nos damos cuenta de aquello tenemos un te-
soro en nuestras manos, pues cuando uno distingue lo que desea conservar todo lo otro puede
cambiar en torno a lo que se conserva. Nunca esta demás una buena conversación abierta ho-
nesta donde le muestro al otro o la otra o los otros que me está sucediendo, que hace que esté
en el mal-estar, y pedir ayuda para recuperar aquel espacio sagrado y ancestral que es nuestra
familia. Y también le damos la oportunidad a los otros y otras para que abran su corazón y
nos muestren sus sentires y emociones con respecto a cómo nos estamos relacionando. Así se
instala la posibilidad de seguir una nueva deriva en las relaciones familiares. Y es importante
también tomar consciencia de un decir que hemos convertido como en un mantra que es: ¡no
tengo tiempo¡ Pues cuando uno dice que no tiene tiempo para conversar, en el fondo está di-
ciendo, que no tiene ganas.

El tiempo siempre aparece cuando uno tiene ganas de encontrarse con el otro la otra o los
otros, las ganas son un primer movimiento que cambia la orientación de nuestro convivir.

Ximena Paz Dávila Yáñez Pichidangui, enero 2014

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