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PRÓLOGO
EPÍLOGO
A mi Amado Señor Jesucristo, Quien con su infinito amor cautiva mi corazón; en Quien encontré mi
identidad y Quien restauró mi valía como hombre, haciéndome el hijo y siervo que ahora soy.
PRÓLOGO
Compartiendo esta respuesta integral, he podido ayudar en casi cuarenta años de ministerio
pastoral, a muchos hombres y mujeres que llegaron a los pies de Cristo, destruidos por la secuela
del rechazo, y que aprendieron a odiarse y menospreciarse como reacción al dolor de las heridas
emocionales que sufrieron.
En este libro, sin agotar el tema, presento esas verdades revelacionales que nos ayudan a
desarrollar un sano concepto de nosotros mismos, y que nos permiten encontrar la “fuente” de la
auoestima y la autoconfianza: el amor de Dios manifestado en Jesucristo.
Es mi oración que, a través de las páginas de este libro, Dios Papá restaure todas aquellas áreas
de su vida en las que aún permanece en esclavitud y, como fruto de verse como Él le ve, su vida
nunca jamás sea la misma.
(Tomado del libro “Cómo vencer la depresión”, de Tim La Haye, con permiso del autor.)
“Aquél, respondiendo, dijo: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”
(Lucas 10:27)
Sin excepción alguna, todas las personas deprimidas han tenido problemas de autoaprobación. Al
decir esto no hemos descubierto nada nuevo, ya que prácticamente todos los seres humanos tienen
una inadecuada imagen de sí mismo. En algún momento de su vida, hasta los más intrépidos y
seguros de sí, se ven obligados a luchar contra el autorrechazo. Si bien la mayoría recupera su
confianza, ninguno es inmune a él.
Existen algunas ideas equivocadas sobre el hecho de amarnos a nosotros mismos. A continuación
analizaremos algunos puntos que nos permitirán tener mayor claridad y precisión sobre este
asunto.
La mayoría de las personas comete un curioso error con respecto a la autoimagen: permiten que la
opinión de los demás influya y modifique la opinión que tienen de sí mismas. Por el contrario, lo
que una persona piensa de sí misma afectará lo que otra gente piensa de ella.
Hay tres buenas razones por las cuales no deberíamos permitir que la actitud de los otros influya
sobre lo que pensamos de nosotros mismos. La primera, es que debemos aceptarnos tal cual nos
valoriza Dios, y no según lo hagan los demás. La segunda, es que no siempre podemos aceptar lo
que los demás piensan de nosotros, pues pudieran estar juzgando las apariencias y estar
refiriéndose a algo totalmente. La tercera razón es que lo que los demás piensan de nosotros
generalmente es un reflejo de nuestra propia autoimagen. Si nos sentimos inferiores, exageramos
el sentido de inferioridad y, por consiguiente, los demás nos mirarán como inferiores.
Si creemos realmente que Dios nos ama y nos ha hecho para una razón especial, tal como la Biblia
lo enseña, podemos aceptar con gratitud nuestra apariencia, capacidades, linaje, y medio ambiente.
Una vez que aceptamos estas cosas por fe en Dios y en su Palabra, resulta fácil aceptarnos a
nosotros mismos. Si rechazamos a una o más de estas características, sufriremos la desdicha que
acompaña al autorrechazo.
Sería imposible analizar todos los resultados del autorrechazo porque, práctica y literalmente,
afectan todas las actitudes y comportamientos en la vida de una persona. No obstante, expondré a
continuación ocho consecuencias de gran importancia.
Depresión
El resentimiento que sigue al rechazo, debido a la apariencia física, las capacidades, el linaje o el
medio ambiente, lentamente se transforma en autoconmiseración, que invariablemente desemboca
en la depresión. Esta depresión se agravará con la edad, a menos que aprendamos a aceptar estas
reacciones como instrumentos que Dios quiere utilizar en nuestra vida, para su gloria. Algunos
cambios en nuestro medio ambiente o en las circunstancias de la vida pueden significar un alivio
temporal, pero a menos que modifiquemos nuestros esquemas mentales de autoconmiseración,
permaneceremos encadenados a la esclavitud de la depresión.
Es totalmente imposible desarrollar una fe vital y personal en Dios, a menos que nos aceptemos a
nosotros mismos. Nuestra , tanto de la forma en que Dios hizo nuestro cuerpo, como de nuestro
talento, nuestros padres y del medio ambiente que nos dio, nos conduce a un espíritu de
sometimiento, que es lo que se espera de un cristiano alegre y eficaz. Para lograr una óptima y
vital relación con Dios, tenemos que agradecerle por nuestro aspecto, por nuestro talento, por
nuestros padres, y por el medio ambiente en que vivimos. Esto es esencial, si queremos vernos
libres de la depresión.
Mucha gente se critica duramente a sí misma en público, pero los cristianos deberían saber que no
pueden censurarse verbalmente, porque de hacerlo así, descienden del elevado nivel que Dios les
fijó. Bill Gothard, un gran hombre de Dios, sabiamente nos recuerda que, por imperfectos que
seamos, “Dios todavía no ha terminado con nosotros”. Como hijos, Dios todavía nos está plasmando
y retocando para sus divinos propósitos. En lugar de rechazarnos, y de acuerdo con la Biblia,
tendríamos que presentarnos ante Él y anticipar por fe, lo que Él quiere que hagamos en nuestra
vida. Tal concepto espiritual engendrará una actitud mental conducente a la productividad que, a
su vez, nos ayudará a aprobarnos a nosotros mismos.
Rebelión
El autorrechazo, cualquiera que sea su origen, avivará el fuego de rebelión en nuestros corazones,
contra Dios y contra nuestros semejantes, sean los padres, el jefe, el socio de toda la vida, o
cualquiera que tenga autoridad sobre nosotros.
Vivimos en una sociedad rebelde. No es de sorprender que vivamos en una sociedad desdichada.
Meditemos un instante: a pesar de que la ciencia y la tecnología han avanzado como en ningún otro
momento de la historia, brindando al hombre grandes comodidades imposibles 25 años atrás, la
gente es hostil y, en su mayor parte, desdichada. Es el resultado típico de la gente que se rechaza,
pues, tienden a rebelarse contra todos y contra todo lo que les rodea.
Ensimismamiento
Cuando alguien se rechaza a sí mismo, es difícil que pueda disfrutar de los demás. Se vuelve
hipersensible, e interpreta mal las actitudes de los otros hacia su aspecto, sus capacidades, el
origen de sus antepasados o el medio ambiente del que proviene. Por lo tanto, se condena a un
ostracismo voluntario para evitar todo conflicto y los sentimientos poco agradables que suscita. A
medida que más se aparta, más se entrega a rumiar sobre sus propias necesidades, sus
sentimientos y pensamientos. Como de cualquier manera no está satisfecho consigo mismo, se
torna cada vez más desdichado.
El rechazo hacia uno mismo crea desorbitadas ansias materiales. Las mismas pueden manifestarse
en forma de narcisismo, en el deseo de dar demasiada importancia a los vestidos, o en el afán de
amasar una gran fortuna; pero nada de eso conduce a la felicidad. Resulta difícil convencer a los
jóvenes de que el logro de posesiones materiales no engendra la felicidad. Puedo nombrar por lo
menos a 15 hombres que poseen grandes fortunas, para quienes el dinero no ha sido la fuente de
felicidad. En algunos casos, su riqueza destruyó la felicidad de que gozaban cuando eran menos
ricos.
Jesucristo dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas.” (Mateo 6:33). A modo de contraste con lo que dije anteriormente, conozco
personalmente a millonarios que son muy felices, pero no fue el dinero lo que les trajo felicidad. Su
principal meta fue servir a Dios, y sus posesiones materiales fueron el premio a su leal servicio.
Negativismo y “fracasitis”
“Imitacionitis”
Los que se rechazan no solamente se comparan con los demás, sino que tratan de imitarlos, y esto
puede ser una práctica nefasta. El Doctor Maxwelaltz nos advierte lo siguiente: “Recuerden esto y
recuérdenlo todos los días: jamás serán felices, si se pasan la vida tratando de ser algún otro. Dios
los creó como individuos únicos en su género. Son poseedores de una auténtica grandeza que les
pertenece exclusivamente. ¡ Úsenla, no la malgasten !. La malgastan cuando tratan de ser algún
otro, y digo que la malgastan, por la sencilla razón de que no son ningún otro”.
Como resultado del autorrechazo, evitamos que nos utilice Dios, pues Él ha proyectado un plan
para cada uno. El máximo de felicidad se logra cuando se realiza ese plan de plenitud; así, el
resistirlo resulta en la máxima desdicha. Al rechazarnos a nosotros mismos, no sólo nos
abstenemos de utilizar nuestros naturales talentos, sino que coartamos a Dios, impidiéndole
inyectar en nuestra vida su milagroso poder. ¡Una vida de fe es una vida fascinante!. La mayoría
de la gente jamás llega a experimentar esa clase de vida, porque en lugar de aceptar la
declaración de Cristo “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia ”
(Juan 10:10b), se rechazan y, como resultado de su incredulidad, provocan un corto circuito; por lo
tanto, el poder de Dios no los alcanza. Ellos jamás experimentarán la vida abundante, en tanto no
comprendan, por fe, que Dios los puede bendecir.
El ridículo en el niño
No hay individuo que al crecer no sea ridiculizado por sus padres. Para muchos niños, el
ridículo puede llevarlos a encontrar defectos en su personalidad, lo que los llevará a un
profundo autorrechazo.
Seamos más conscientes de los propios errores que de los errores de los demás
Siempre ha sido un motivo de asombro para mí, el hecho de que algunos perfeccionistas admiren a
personas que, en su desempeño, son hasta menos capaces que ellos, como resultado de la baja
autoestima que poseen. Los pecados del perfeccionista rondan a su alrededor, precisamente porque
busca siempre “ser perfecto”, y sus fracasos le afectan más que a otros. En realidad, se torna
obsesionado con sus propios defectos.
Las personas maduras no son perfectas por definición, pero al menos han aprendido a aceptarse
por lo que son; esto incluye, tanto sus fuerzas como sus debilidades. Estas personas se
proyectarán y tratarán de ajustarse a un programa, para vencer sus debilidades. Sin darse cuenta,
este tipo de autoaprobación se manifestará inconscientemente en sus acciones y reacciones y, a
medida que crece y progresa en su vida espiritual, madurará emocionalmente. Tal madurez será
un cumplimiento andante de los dos mandamientos, tal como fueron definidos por Jesucristo, los
que contienen los sellos de garantía de la verdadera autoaprobación.
“Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”
(Lucas 10:27)
Las personas maduras pueden amar a los demás, y compartir con ellos los éxitos de la vida. La
Biblia nos enseña que debemos alegrarnos con los que se alegran, y llorar con los que lloran. Si
nuestro vecino gana en una rifa, un carro último modelo, ¿somos capaces, honestamente, de
regocijarnos con él?. El egoísta inmaduro refunfuñará: “¿Por qué nunca me pasan estas cosas a
mí?”. Pero si muriera la esposa del vecino, no es difícil llorar con él, sin desear una desgracia
similar. La persona verdaderamente madura amará y aceptará a los otros por lo que son, y se
alegrará por sus éxitos.
No debemos tener ningún reparo en amarnos a nosotros mismos. Algunos cristianos piensan,
equivocadamente, que el amarse a sí mismo constituye un pecado, pero Cristo no dijo: “No te ames
a ti mismo”, sino “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, consciente de que el amor a uno mismo,
en su adecuada dimensión y perspectiva, es esencial. Todo el mundo, en alguna medida, se ama a
sí mismo, aún al acariciar pensamientos de autodesprecio. Pero algunos se aman a sí mismos, más
que a Dios o a los demás. Jesús da un amplio margen para amarse a uno mismo, siempre y
cuando ese amor aparezca tercero en la lista de prioridades (*). Es fácil advertir una adecuada
autoaprobación, por la manera como las personas aceptan el elogio sobre su trabajo o su aspecto
físico. En lugar de ignorar el elogio, con cierta vergüenza, o de disculparse a sí misma, la persona
madura reconoce cortésmente la alabanza. Los que se rechazan se aturden y confunden, y
aumentan su desconcierto, diciendo algunas tonterías que no vienen al caso.
Las personas maduras son de confiar, pues siempre aceptan la plena responsabilidad de sus actos.
Esto se observa especialmente cuando las cosas salen mal. Los que cuentan con su propia
aprobación jamás echan sobre terceros la culpa de su errores, porque reconocen que su seguridad
y autoaprobación no dependen de una sola experiencia aislada en la vida. Más les interesa
aprender de sus errores, que urdir culpas ajenas. Ese tipo de madurez hace excelentes líderes.
Es emocionantemente expresivo
Las personas maduras gozan de la libertad no solamente de reír y de llorar, si la ocasión lo exige,
sino también de responder emocionalmente a los que le rodean. Su gozo no depende de la gente o
de las circunstancias; ellos irradian alegría desde adentro. El apóstol Pablo en su Epístola a los
Efesios, declara que el hombre lleno del Espíritu Santo tendrá una canción en su corazón, un
espíritu de gratitud y una actitud sumisa. Tal individuo jamás estará deprimido.
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando
entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en
vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo. Someteos unos a otros en el temor de Dios”.
(Efesios 5:18-21)
(*) Aunque respeto el planteamiento del autor, lo que siempre he enseñado, a la luz de la Biblia, es
que el orden correcto es: primero, amar a Dios; segundo, amarnos a nosotros mismos; tercero,
amar al prójimo. Amaremos a otros en la medida en que nos amemos a nosotros mismos.
Mantiene una flexibilidad creativa
Las personas maduras no se sienten amenazadas cuando alguien las corrige o les propone un
método mejor. Todo lo contrario, agradecen la sugerencia de los demás y procuran encontrar
mejores métodos para la consecución de sus metas.
Si asumimos que el logro de una buena imagen es muy importante para superar la depresión, vale
la pena detenernos un poco para considerar algunos métodos que ayudan a su obtención. Aquí
presento diez pasos para alcanzar la victoria sobre la depresión:
Agradezcámosle a Dios que somos objeto de su amor, y que nos hizo tal cual somos. Hagámonos el
propósito de agradecerle especialmente por nuestra naturaleza o nuestro aspecto, que en alguna
medida lamentamos que sea como es. Conociendo que es Dios quien controla los genes, durante la
concepción, constituye un acto de desobediencia resentirnos por las áreas de nuestra vida que no
pueden ser cambiadas. Agradezcámosle por lo que somos, y confiemos en Él para que nos haga la
persona que Él quiere que seamos.
Por supuesto que si constatamos pecados en nuestra vida, debemos confesarlos. Cuantas veces
nos examinemos en la pantalla de nuestra imaginación, naturalmente enfocaremos nuestra
atención en los errores y pecados del pasado. Pero una vez confesados, demos gracias a Dios por
su perdón.
Agradezcamos a Dios de una manera real y práctica, por su presencia en nuestra vida.
Recordemos, como lo hizo el apóstol Pablo, que “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”
(Filipenses 4:13).
No hay lugar para el negativismo en la vida de un cristiano. Ligados como estamos al divino poder
de Dios, no debemos anticipar otra cosa que el éxito. Evitemos al quejoso, al insistente, y al crítico;
sobre todo, evitemos imitarlo. Debemos mantener bajo signo positivo todas nuestras
conversaciones y nuestra mente. Prestemos atención a la clara instrucción que sobre este asunto
nos da la Sagrada Escritura: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto,
todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si
algo digno de alabanza, en esto pensad”. (Filipenses 4:8).
Dios ha proyectado para nuestra vida un plan completo, pero flexible. Este plan incluye la buena,
aceptable y perfecta voluntad de Dios: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional." (Romanos 12:1).
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”
(Mateo 6:33). Este versículo deja claramente sentado, que el cristiano no puede permitirse
actitudes codiciosas o egoístas en su vida. Si bien no le está vedado alcanzar posiciones o
garantías materiales, nunca éstas pueden ser su objetivo principal. Su primer objetivo es buscar el
reino de Dios y su justicia.
No hay en la vida recompensa y gozo mayor que el servir a otros. Además, esto hace las veces
de terapia emocional. Los deprimidos piensan demasiado en sí mismos; servir a Dios ayuda a
la gente, nos hace pensar en otros, y no tanto en nosotros. Personalmente, estoy convencido
de que Dios ha dispuesto la psiquis humana de tal manera que, a menos que haga amigos,
jamás podrá estar satisfecha. Las recompensas por tales servicios no solamente significan un
beneficio para la eternidad, sino que nos ayudan en esta vida.
“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” (1
Tesalonicenses 5:18). Este versículo brinda una garantía absoluta contra la depresión emocional.
Durante varios años he anunciado a miles de personas, en conferencias sobre la familia, que la
garantía absoluta contra la depresión la encontramos en esta porción de la Biblia. Hasta ahora no
he hallado una sola excepción. Es absolutamente imposible que se deprima una persona sana que
está llena del Espíritu Santo y que da gracias en todo.
CAPÍTULO 2
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más
alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida
de fe que Dios repartió a cada uno.”
(Romanos 12:3)
El autoconcepto es el conjunto de ideas que tenemos acerca de nosotros mismos. Cada uno de
nosotros, nos demos cuenta o no, tenemos una imagen de nosotros mismos. Nos vemos, de alguna
manera, listos, pausados, cariñosos, bien intencionados, perezosos, incomprendidos, meticulosos, o
astutos; podríamos tomar muchos adjetivos para describirnos. Este es el “yo” que está detrás de la
cara que se ve en el espejo; el “yo” que piensa, sueña, habla, siente y cree; el “yo” que ninguno
conoce completamente.
Todo el mundo tiene una imagen de sí mismo, buena o mala, pero cualquiera que ella sea, esa
imagen afectará su comportamiento, actitudes, productividad y, en última instancia, su éxito
en la vida. Dos expresiones populares sobre la autoimagen, en el campo de la psicología, ilustran
esta tesis fundamental: "Somos lo que creemos ser". "Lo que los demás piensan de mí, no es tan
importante como lo que yo pienso de mí mismo".
Un autoconcepto saludable es fundamental para tener bienestar emocional: nos sentimos cómodos
con nosotros mismos y disfrutamos de una paz interior duradera. Cuando se desarrolla un sano
autoconcepto, la persona lleva una vida útil y productiva: piensa con claridad para lograr mejor
rendimiento y se concentra en metas definidas con la motivación suficiente para lograrlas.
Cuando se tiene una autoimagen adecuada, se enfrentan los problemas de la vida y hay dedicación
para resolverlos. La persona no tiene qué dividir sus esfuerzos entre atender sus ansiedades
interiores y enfrentar la circunstancia del momento. Podrá gozar los logros obtenidos sin presumir
de ello; se desenvuelve competentemente en la vida, porque sabe que ya "es". No está tratando
siempre de "llegar a ser".
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FILTROS PARA VER LA REALIDAD
El autoconcepto proviene del conjunto de toda la vida; viene de ideas pasadas. Es el resultado de
vivir un proceso para llegar a ser mejores. El autoconcepto es importante porque cada cosa que
hacemos o decimos, cada cosa que oímos, sentimos o percibimos, está influenciada por la manera
como nosotros nos vemos a nosotros mismos.
Los fotógrafos frecuentemente colocan un filtro rojo sobre el lente de su cámara, para tomar
fotografías de las nubes con películas en blanco y negro. El filtro previene que algunos rayos de luz
alcancen la película, de tal forma que la fotografía muestra el cielo más oscuro, y más brillante, el
blanco de las nubes. El autoconcepto es como un filtro que discierne o quita lo que nosotros no
queremos ver u oír. En sentido contrario, el autoconcepto da una idiosincrasia particular a nuestra
conducta. ¿Quién de nosotros no ve su nombre en medio de un montón de palabras de una
página?, ¿Y oye su nombre, anunciado en medio del ruido de un aeropuerto, entre anuncios que no
alcanza a comprender?. Esto se llama oído selectivo. Es una función de nuestro autoconcepto.
La forma como nos vemos a nosotros mismos determina generalmente nuestra reacción, lo que
percibimos y, en términos generales, como nos conducimos.
Veamos un caso: Imaginemos dos ejecutivos, A y B, en situaciones idénticas. Cada uno llama a un
subordinado y le delega un trabajo.
El ejecutivo A dice: “Tomás, estoy preocupado acerca de nuestras relaciones con la Compañía XYZ.
Sus compras han declinado últimamente en una forma brusca. Usted sabe nuestra situación con
ella. Investigue y encontrará la causa de esta reducción de volumen. Déjeme saber si se encuentra
con algo que no puede comprender.”
El Ejecutivo B, por otro lado, dice: “Jorge, la Compañía XYZ, ha disminuido sus compras a nosotros
por el tercer mes consecutivo. Tenemos que ver esto y rápido. Ahora, vaya y visítelos. Hubiera
deseado ir, pero estoy muy ocupado aquí. Hable con el agente de compras, ¿cuál es el nombre de
este señor? Hum....(revolviendo papeles)....aquí está...Fernando. No.... Mejor hable con el
Ingeniero Jefe, es un buen muchacho ...llamado...este ... el nombre se me escapa en este
momento .... pero usted lo podrá saber por medio de Fernando. Pero no se acerque a Samuel
Triana, de cualquier forma sabrá lo que pasa, y podrá usar su visita como señal de que estamos
asustados de la XYZ. Necesito tener algunas respuestas en este asunto... El jefe está sobre mí, pero
bueno…..”
El ejecutivo B está, obviamente, actuando con menos confianza. Él parece asustado por la
situación. No confía en que Jorge use su sentido común, guiado por sus indicaciones explícitas de
lo que debe y no debe hacer. Posiblemente, porque a él también le falta confianza.
Los seres humanos constantemente cambian de conducta, como podemos ver si nos examinamos a
nosotros mismos y a otros, en una forma suficientemente crítica. Es una observación muy
superficial decir que "fulano de tal" es la misma persona que hace cinco años atrás. Técnicamente,
no es exactamente la misma persona hoy que ayer. Ante todo, es un día más vieja. Debe haber
aprendido algo nuevo, por imperceptible que esto sea. Su percepción de los hechos de hoy es
diferente, aunque esta diferencia sea tenue e indetectable. Quizá no le haya pasado nada
“significativo”, ninguna promoción, o accidente, ni disturbio anímico, pero será diferente, aunque
solamente una persona con la sabiduría de Salomón se dé cuenta de ello. En todo hombre, el
cambio de conducta es constante.
Cuando lideramos a otros, ya sea en el trabajo o en el ministerio, a veces tenemos dificultades para
pensar en cambios en la conducta de nuestros discípulos o subalternos, y esto viene de nuestra
inhabilidad para discernir los cambios, porque a veces nos escudamos detrás de pensamientos
mentirosos como: “No se puede enseñar a perros viejos, nuevos trucos” o “Nació así”, o “Él siempre
ha sido así desde que lo conozco.”
Por otro lado, algunas veces, los cambios superficiales de conducta han sido considerados
erróneamente básicos. Por ejemplo, considerar el simple cambio de conducta que viene con el
aumento de conocimiento y habilidades, fruto de entrenamiento y adiestramiento adecuado. Si lo
que queremos es que ellos crezcan en el sentido profundo de la palabra, es necesario algo más
efectivo y básico para que se desarrollen. Este profundo crecimiento es, naturalmente, un cambio
en el autoconcepto. Es lograr que crezca el discípulo o subalterno que es caprichoso o poco serio en
sus juicios, o a quien le falta ímpetu o decisión: que se encamine hacia la seriedad o hacia la
firmeza o decisión.
Como consecuencia de que una persona cambie su percepción de sí misma, también cambia su
actitud hacia la vida, hacia sí misma, hacia su trabajo, etc. Este crecimiento trae notables cambios
en la conducta exterior.
Este crecimiento demanda la plena participación de la persona. Una persona cambia porque quiere
hacerlo, no porque se le dice que cambie o porque es lo que hay qué hacer. El crecimiento implica
cambios en el hombre mismo, en cómo usa sus conocimientos, en los fines con los cuales aplica sus
habilidades y, en resumen, en la visión de sí mismo. El asunto es bien claro. La persona que crece
es porque se examina a la luz de Dios y, mientras hace esto, emerge con nuevo sentido de
motivación, con un más agudo sentido de dirección, y un mayor deseo vital de vivir en la dimensión
para la cual Dios le diseñó. De esta manera, crece en su autoconcepto, lo que le llevará a un
continuo desarrollo personal.
CONFLICTOS EN EL AUTOCONCEPTO
Cada ser humano tiene varios “yo”, pues, asume diferentes roles: padre, esposo, hombre de
negocios, ejecutivo, jugador de football, etc. Pero a veces hay conflicto entre alguno de esos
papeles, y la disconformidad aparece. Tales conflictos traen tensión, sentimientos de culpa, y
compensación.
Déjeme ilustrarle con un ejemplo familiar: "Un hombre se ve a sí mismo como un buen padre y un
buen hombre de negocios. Como padre, pasa tiempo con sus hijos, pero como hombre de negocios
se siente abrumado con la demanda de su tiempo. ¿Qué es lo que hace? Obviamente, no puede
estar en su hogar con su familia muchas de las noches y también, al mismo tiempo, estar afuera de
su casa en sus obligados viajes de negocios. No puede conciliar ambos autoconceptos
simultáneamente. Por lo tanto, ¿qué es lo que pasa?. Se las arregla, dedicándose a sus negocios
de lunes a viernes, y a su familia los fines de semana".
Esto parece una solución fácil. Por lo tanto, ¿cuál es el problema? El hombre de nuestro ejemplo ha
tenido que modificar ambos autoconceptos y pudiera sentirse insatisfecho con esta necesidad. Por
lo tanto, su disconformidad, su insatisfacción psicológica, y el conflicto básico en sus autoconceptos,
puede mostrarse en su conducta. Puede criticar sin cuidado a sus asociados o subordinados que no
sigan su ejemplo, y dejen su vida familiar de lado durante la semana. O puede enojarse con sus
hijos, quienes sin darse cuenta, atienden sus propias actividades los fines de semana, ignorándolo a
él. Y si por casualidad su hijo adolescente desarrolla cualquier problema emocional, tal como
“rechazo por su padre”, nuestro hombre realmente explota: ¿Cómo puede ser esto?, ¿No he dado
yo a mi muchacho cada fin de semana?”, preguntará.
Cuando en nuestros diferentes roles (autoconceptos) hay conflictos, nuestra conducta será
inefectiva. Por definición, la conducta efectiva consiste en la conducta integrada, mientras que la
conducta sin integrar es la conducta de los conflictos.
IRREALISMO EN EL AUTOCONCEPTO
Agregado a los conflictos en el autoconcepto, como una causa de conducta inefectiva, está el
asunto crucial de la disparidad entre “cómo nos vemos a nosotros mismos” y “cómo nos ven los
otros”. Una realista autovaloración ha costado a muchas personas su trabajo. Piense en los
hombres que han sido despedidos, postergados o desplazados, porque “no dan la medida del
zapato en el trabajo”. ¿No ha quedado en muchos de esos casos el refinado sabor de la
inadaptabilidad, de una rígida inhabilidad de la persona para ajustar sus impresiones a un nuevo rol
cuando los tiempos cambian?.
Más familiar son los casos trágicos de los hombres que no saben envejecer con gracia, y resultan
ridículos con conductas y actitudes que no corresponden a su edad. Son innumerables las
equivocaciones que ocurren cuando no hay una comprensión realista de nuestro verdadero valor.
Por ejemplo, tomemos el caso del vicepresidente de una compañía, que fracasa en su labor porque
él nunca se da cuenta de su incapacidad para soportar el rigor de ser un hombre clave. Hay muchas
causas de fracaso, generadas por la disparidad entre “¿quién soy yo?” y “¿quién creo que soy yo?”.
En resumen, mientras más realista sea el concepto que uno tiene de sí mismo, mayor garantía
habrá en su efectividad personal. Voy a narrar un ejemplo que enfatiza este punto:
"Jorge, vicepresidente de ventas de una compañía con un gran capital, con doscientos cincuenta
vendedores a sus órdenes, estaba en una seria dificultad organizacional. Había constantes quejas
de los vendedores, tales como: “¿Para quién trabajo?”, “Nadie sabe si estoy trabajando bien o mal”,
“No tenemos ningún sistema para hacer seguimiento del servicio a nuestros clientes”. Los
ejecutivos, a las órdenes de Jorge, trataban de hacer dos o tres veces más de lo que antes habían
hecho, sin lograr nada; la situación era realmente un caos.
Jorge, como persona, era bien visto y respetado. Democrático, atento con los otros, de habla
suave, no le gustaba “ordenar”, siempre “sugería”, inseguro de sí mismo como administrador. En
general, era un hombre que se vio a sí mismo como un estimulador y coordinador de hombres, un
excelente vendedor, pero no un supervisor. De alguna forma, había perdido completamente el
sentido de que había hombres esperando que él los dirigiera. Él pensaba que todo vendedor debía
saber qué hacer. Su propia percepción de sí mismo y la percepción que de él tenían sus hombres
como vicepresidente de ventas eran diferentes.
La situación fue superada cuando un hombre ajeno a la compañía, en el cual Jorge confiaba
plenamente, le dijo sin rodeos: “Jorge, su gente está esperando que usted clarifique la atmósfera.
Ellos seguirán cualquier plan organizacional que quiera. Es un paso que sólo usted puede dar. Ellos
le respetan y quieren su liderazgo. Le valoran, no les pregunte; dígales, por el amor de Dios, cómo
usted va a organizar sus actividades.
Jorge trató de integrar esta nueva dimensión en su autoconcepto, como vicepresidente de ventas.
Al principio se fue al extremo y se volvió muy estricto. Hizo grandes demandas, amenazó, le dijo a
cada uno: “Yo sé lo que quiero y cuándo lo quiero, y esto es ahora mismo.” Pero pronto abandonó
su pretensión y absorbió en su autoconcepto el nuevo aspecto de sus funciones. Preparó un plan
organizacional, señaló políticas y procedimientos que solucionaron problemas de ventas y servicios.
Discutió plenamente dicho plan con quienes estaban involucrados, y dijo finalmente: “esto es,
vamos”. Al fin, Jorge pudo ver, como vicepresidente de ventas, las necesidades de sus hombres.
Este punto ciego le costó un prolongado caos, y aun le hubiera podido costar la pérdida de su
trabajo, si hubiera seguido sin solución".
RESISTENCIA NATURAL
Pero todavía hay una gran pregunta por responder. Si los cambios en el autoconcepto son
deseables, ¿qué es lo que nos motiva a cambiar? Con seguridad,¿ son posibles los cambios en el
autoconcepto? Naturalmente, los cambios son posibles, pero hay una dificultad para crecer.
Aunque muchas personas quieren cambiar su autoconcepto, tienen la velada sospecha de que tal
esfuerzo es fútil. Imperceptibles murmullos de descontento tienden a anularse con la idea de que
“un perro viejo no puede aprender nuevos trucos”. Y la básica conformidad del “status quo” parece
sobrepasar el deseo de una nueva manera de comportarse.
Cuando la persona madura y cambia, lo hace en contra de una resistencia natural; pero cuando su
resistencia es una cubierta que le hace inalcanzable, la cuestión se torna difícil. La resistencia,
bien puede ser o una piedra en el camino o una forma de impulsarnos.
¿Hemos deseado que Dios nos madure instantáneamente. La madurez inmediata ha parecido
preferible a todo el dolor y el sufrimiento que, con tanta frecuencia, forman parte de nuestro
crecimiento personal. Sin embargo, Dios nos hace pasar por ciertas experiencias que se requieren
para el proceso de maduración. Este crecimiento algunas veces se da en forma inexplicable; otras
veces, con lentitud agonizante. Hay ocasiones en que el verdadero aprendizaje es tan
profundamente inconsciente, que no se manifiesta en forma clara por un largo tiempo.
Todos estamos en este proceso de crecimiento, en el cual, mediante nuestra relación con Dios,
llegamos a vernos como Él nos ve. El conocimiento de esta realidad se convierte en base estable
sobre la cual puede descansar y desarrollarse sanamente nuestro autoconcepto.
Es necesario que busquemos la luz de Dios para conocernos a nosotros mismos y discernir en qué
nivel de madurez estamos y a dónde nos quiere llevar el Señor.
El Salmo 36:9 dice: “Porque contigo está el manatial de la vida; en tu luz, veremos la luz” y David
sabía cómo orar cuando se trataba de conocerse a si mismo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi
corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame
en el camino eterno”. (Salmo 139:23 y 24). Sólo Dios, quien conoce más de lo que nosotros
conocemos, nos puede dar un diagnóstico de nuestro crecimiento.
Examinarnos a la luz de Dios es preparar el terreno para conocernos realmente, sin lo cual el
crecimiento no puede ocurrir. Cuando nos conocemos realmente a la luz de Dios y no seguimos los
juicios de nuestro engañoso corazón, estamos dando el paso para comprendernos, lo que llevará a
un cambio de conducta.
La expectación hace referencia al conocimiento de la dirección en la cual queremos crecer. Son esas
nuevas demandas que nosotros mismos nos colocamos, proyectándonos hacia lo que queremos ser
como consecuencia del proceso de maduración.
Cuando nos conocemos a nosotros mismos a la luz de Dios, también conocemos la dirección en la
cual debemos crecer. Esta dirección la encontramos en Efesios 4:13: “Hasta que todos lleguemos
a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”.
El aspecto clave para tener una adecuada imagen de nosotros mismos, es tener una visión clara de
quién es Cristo, e identificarnos con Él, renovando nuestra mente con los pensamientos de Dios. La
madurez en la vida cristiana consiste en una plena identificación con Cristo, como resultado de una
vida intercambiada: esto significa que Él toma nuestra vida para actuar a través de ella y nosotros
tomamos su naturaleza divina, para disfrutar así de una experiencia de gracia divina.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora
vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
(Gálatas 2:20)
Así como toda persona debe tener la convicción del pecado, para recibir a Jesucristo como Señor y
Salvador Personal, así es necesario que aceptemos cuán lejos estamos de la meta, en lo referente
al crecimiento y la madurez para ser lo que Dios quiere que seamos.
Aquí tenemos un caso que ilustra la importancia de conocernos para avanzar en el proceso de
madurez:
"Juan era un quejoso crónico. Nada de lo que sucedía era a causa de sus errores.
Frecuentemente, compadeciéndose de sí mismo, predisponía a sus subordinados, a sus compañeros
y a sus competidores, en contra de su jefe. Era un trabajador capaz, con conocimientos, tenaz y
crítico.
Los esfuerzos hechos, tanto por su jefe, como por sus amigos, para desarrollar la compresión de
Juan acerca de este asunto, parecían desperdiciados. Las explicaciones lógicas, hechas
pacientemente, eran naturalmente fútiles. Enojarse con él solamente servía a Juan para comprobar
que tenía la razón. La tolerancia gentil solamente le daba una mejor oportunidad para explayarse
tal como era.
Un día, en una reunión de trabajo, en la cual se buscaba encontrar la respuesta a una situación
particular que había sacudido a todos (una sorpresiva rebaja de precios por uno de los grandes
competidores), él sostuvo, por un tiempo, la inutilidad de la investigación de mercado respecto de
la situación del competidor. Alegaba que su departamento (ventas) no podía ser culpado por no
anticiparse a los caprichos de las normas de precio de la competencia, etc. Finalmente calló y, como
si hubiera sido arreglado de antemano, el grupo, posiblemente disgustado por su inmadurez e
irreverencia, quedó en completo silencio. Al poco tiempo, el silencio se hizo tan opresivo que a Juan
le surgió la idea de que él era simplemente un quejoso inmaduro. Recordó lo que le decían sus
colegas sobre su poco nivel de conciencia, respecto de su quejumbre permanente. Él se vio a sí
mismo en este punto. Ahora podía fácilmente encontrar muchas oportunidades para apagar los
sentimientos de autocompasión y encarar la realidad en una forma más varonil, porque ahora él
esperaba una actitud más madura de sí mismo".
La verdad de la Biblia referente a usted y a mí, es el punto de partida para formar un concepto
saludable y positivo de nosotros mismos. Para vernos como Dios nos ve - como somos realmente-
debemos comprender nuestra posición en Cristo, la "VERDAD POSICIONAL". Esta visión adecuada
de nuestra persona en Él, es clave.
La siguiente lista contiene algunas de nuestras necesidades esenciales y la manera como Cristo
suple cada una de ellas.
Amados
Con demasiada frecuencia olvidamos la verdad básica de que Dios nos ama, con amor
incondicional. Se trata de un amor inmerecido e inmotivado, el cual fue demostrado por Dios al
mandar a su hijo a morir por nosotros. Quizá hemos aceptado de un modo intelectual este amor
¿pero lo estamos experimentando?. No es nuestra fe lo que genera el amor de Dios. La fe
simplemente se apropia del amor que Dios nos tiene.
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”
(1 Juan 4:10)
Aceptados
Dios no sólo nos ama incondicionalmente, sino que también nos acepta tal como somos. No hay
ninguna evidencia, en las Escrituras, de que debamos "actuar" para ser aceptados por Dios. La
aceptación de parte de Dios no está basada en nuestros logros o actitudes, o en lo que hagamos
por éll. El hecho de que Dios nos acepta como somos debería ser suficiente motivación para
aceptarnos nosotros mismos.
Si no somos capaces de aceptarnos como somos, con nuestra limitaciones y ventajas, debilidades,
puntos fuertes, defectos y actitudes, entonces no podemos confiar en que ninguna otra persona lo
haga. Al no darse lo anterior, siempre estaremos aparentando, mostrando una fachada a nuestro
alrededor; no permitimos que la gente sepa cómo somos realmente en lo profundo de nuestro ser.
Cuando creemos que Dios nos acepta, podemos también aceptarnos incondicionalmente; confiar en
la aceptación de otras personas y, a la vez, aceptar a otros como son.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no
por obras, para que nadie se gloríe”.
(Efesios 2:8 y 9)
Seguros
Si Dios nos ama y nos acepta, él está obrando en todo sentido para nuestro bien y para su gloria.
Dios conoce y controla los asuntos alrededor de nuestra vida: está llevando a cabo su plan perfecto
para cada uno de nosotros.
Valiosos
Martín Lutero dijo: "Dios no nos ama porque seamos valiosos; somos valiosos porque Dios nos
ama". Dios nos ha manifestado su amor al habernos creado a su imagen y semejanza, y luego
rescatarnos nuevamente en Cristo. Somos valiosos no sólo por la forma en que fuimos creados, sino
porque, debido a la cruz, poseemos un valor mayor. Somos valiosos a causa de nuestra creación y
la redención obtenida por Cristo Jesús.
“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?.
(Mateo 6:26)
Perdonados
Aunque sabemos que Cristo murió por nuestros pecados y nos hizo dignos, a veces nos cuesta
perdonarnos a nosotros mismos y proyectar ese perdón a los que nos ofenden. Muchas veces
exigimos más de nosotros y nos imponemos más condiciones para nuestro perdón, que nuestro
Padre Celestial. Lo más hermoso en cuanto a desarrollar un concepto saludable, es no sólo ser
capaz de perdonarse a uno mismo, sino ser canal o instrumento para perdonar a otros.
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios
también os perdonó a vosotros en Cristo”.
(Efesios 4:32)
Competentes
Cuando al tratar de vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas fracasamos, se debilita de
manera irremediable nuestro sentido de competencia. Las pautas de la vida cristiana son
demasiado elevadas para alcanzarlas por nosotros mismos. Esta vida fue concebida para que se
viviera únicamente en el poder del Espíritu Santo. Basado en el sentido de aptitud que le daba su
experiencia con el Espíritu Santo, Pablo pudo decir: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"
(Filipenses 4:13). Pablo reconocía que su eficiencia no era de él sino de Dios, a quien ahora conocía
y era parte integral de su vida. Dios toma nuestras debilidades y las transforma en puntos fuertes.
Dios nunca nos llama a hacer algo para lo cual no nos haya equipado con habilidades naturales y
dones espirituales. El Espíritu Santo es el agente personal que nos capacita para llevar a cabo la
obra de Dios.
“No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos,
sino que nuestra competencia proviene de Dios”.
( 2 Corintios 3:5)
A la luz de lo anterior, es necesario que cada cristiano reciba ayuda pastoral para que aprenda a
verse a sí mismo a la luz de Cristo. Aquí tenemos un ejemplo:
"Pablo era un agudo autocrítico, a menudo hasta el punto de que su miedo a fracasar lo
inmovilizaba. Demoraba la toma de decisiones, se perdía en detalles y, generalmente, buscaba ser
perfecto. A través de la pastoral teoterápica que comenzó a recibir con su líder espiritual, quien le
aceptó genuinamente sin críticas, ni hostilidad, él pudo ver cómo sus actitudes autocríticas
realmente venían de su orgullo. Pablo creía que debía ser perfecto, porque se sentía “seguro” de
estar exento de la crítica y el fracaso. El conocimiento de que él era humano, después de todo, le
liberó para cambiar su autoconcepto".
El concepto que una persona tiene de sí misma está estrechamente relacionado con el que la
persona tiene de su entorno; por lo tanto, si ve un mundo muy pequeño (como un niño lo hace) su
concepto de sí mismo será necesariamente estrecho; si se ve a sí mismo como ciudadano del
mundo (como un viajero lo haría), su autoconcepto envuelve el mundo. Esta es la diferencia entre
el real provinciano, y el verdadero sofisticado.
Una de las quejas más comunes de los jefes es que su subordinado es muy estrecho en sus miras.
Por ejemplo, el gerente de ventas promovido a vicepresidente irrita a los del área de producción o
investigación, pues tiene únicamente el punto de vista de un vendedor. El exjefe de producción,
ahora vicepresidente, es odiado por los de ventas, debido a su actitud de “lo hacemos a bajo costo,
y está en usted venderlo; no me molesten con pedidos especiales, clientes o cambios de modelos;
¡vendan!”. Ambos hombres sufren por limitar su autoconcepto: perciben sus trabajos (y a sí
mismos) muy estrechamente.
AMPLIAR LA VISIÓN DE NOSOTROS MISMOS
No basta vernos a nosotros mismos como somos ahora. Esa comprensión es un punto
necesario para la partida, pero también debemos ver lo que nosotros mismos podríamos
ser, y crecer hacia esa visión.
Los hombres sobresalientes de la historia han tenido una característica en común: Ellos parecen
haber sido simplemente ellos mismos como personas: Miguel Angel, peleando contra la adversidad
para poder esculpir; Beethoven, continuando su composición luego de haberse vuelto sordo ;
Milton, en quien la ceguera no fue obstáculo para sus escritos.
Tales hombres han dado sentido a la frase, “cumpliendo su destino”. Estamos llamados a desplegar
todo nuestro potencial, siendo nosotros mismos. En este sentido nuestro autoconcepto está en
un desarrollo continuo a lo largo de nuestra vida.
Una persona que siempre está creciendo, siempre tendrá capacidades por desarrollar. La
diferencia entre un hombre fuerte y uno débil, tal vez no sea una diferencia de habilidad, pues hay
muchos hombres con inteligencia brillante, y ambiciosos, que no consiguen nada. De alguna forma,
el hombre fuerte “hace” su oportunidad. La diferencia se basa en el autoconcepto. ¿Cuánto
valoro mi vida?, ¿Qué es lo que quiero hacer con ella?, ¿Qué debo hacer para ser yo
mismo?
Los hombres fuertes han aparecido con respuestas definidas a estas preguntas; los hombres débiles
se han equivocado, han sido condescendientes con ellos mismos, no se han exigido lo suficiente, y
nunca se han atrevido a buscar respuesta a los conflictos que enfrentan.
CAPÍTULO 3
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó
de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10)
En la vida de todo hijo de Dios, ha sido colocada una huella, una marca de bendición. Esta huella
nos ha dado características propias y singulares, que han sido diseñadas para que nuestras vidas
transcurran en los caminos más altos. Hay, además, un palpitante sello de libertad que hace que
nos rebelemos contra toda forma de esclavitud, pues, fuimos diseñados para la libertad.
Cuando recibimos a Cristo, su Espíritu viene a morar en nuestra vida y, al entrar en ella, empieza
un proceso de gran restauración. Esto es necesario, pues, los años vividos en la ceguera espiritual
han dejado en el alma heridas que sangran. Estas profundas y dolorosas huellas del pecado, son las
que han desfigurado la imagen de Dios, en cada uno de nosotros.
Muchos no estamos en capacidad de aceptarnos a nosotros mismos. Hay cuatro rasgos que
fundamentalmente no se pueden cambiar en nuestra vida, sobre las cuales la mayoría de la gente
expresa un rechazo: nuestro aspecto o apariencia externa; nuestras capacidades, habilidades o
talentos naturales; nuestro linaje, herencia o ancestro; y nuestra herencia social, ubicación social o
medio ambiente.
Ampliaré un poco más estas cuatro áreas inmodificables del ser. Hablemos de la primera: la
apariencia externa: Prácticamente todo el mundo está inconforme con su aspecto. El problema está
en que nos comparamos muchas veces con artistas que son muy hermosos, bien atractivos y con
mucho talento. Al compararnos con ellos, nos damos cuenta de que no somos tan atractivos y,
naturalmente, es muy fácil sentirse inferior a ellos.
Hay un pasaje en la Biblia que nos ayudará a entender esto de la apariencia externa: en él se nos
dice que Dios nos ha hecho talentosamente.
"No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más
profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas".
(Salmo 139:15 y 16)
Este hermoso pasaje nos muestra cómo Dios Papá, como perfecto Diseñador, estuvo presente en el
momento de nuestra concepción y atendió cada aspecto de nuestro cuerpo.
¡Ay del que pleites con su Hacedor! ¡el tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que labra:
¿Qué haces?; o tu obra: No tiene manos? ¡Ay del que dice al padre: ¿Por qué engendrastesY a la
mujer: ¿Por qué diste a luz?!
(Isaías 45:9 y 10)
Dios está representado como un "alfarero”: “¿¡Ay del que pleitea con su Hacedor! ¡el tiesto con los
tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra:¿Qué haces?; o tu obra: No tiene manos? ¡Ay del
que dice al padre: ¿Por qué engendraste? y a la mujer: ¿Por qué diste a luz?!”. Este pasaje nos
dice que Dios tiene el derecho a conformarnos como Él quiere, como vasos de barro en sus diestras
manos. Podemos concluir, entonces, que somos la creación perfecta que Dios quiso que fuéramos.
El segundo aspecto inmodificable de nuestra vida son las habilidades y talentos. En nuestra
sociedad estamos rodeados de personas que siempre han sobresalido; por lo tanto, es fácil llegar a
sentirse inferior. Esta evaluación que hacemos de nosotros mismos, al compararnos con ellos, es
muy injusta, pues miramos lo mejor de los otros y lo comparamos con lo peor nuestro: la resultante
es un complejo de inferioridad. Hay muchas personas que no son excelentes jugadores de fútbol,
pero hacen de excelentes maestros, padres, y esposos.
El tercer rasgo hace referencia al linaje, o herencia ancestral. Los que se avergüenzan de sus
padres, tendrán un serio problema de autoaprobación. Nada destruye tanto como la amargura,
particularmente cuando va dirigida contra los padres; por lo tanto, debemos confesar estas
actitudes erradas.
El cuarto rasgo es nuestra herencia social. La corriente del Determinismo enseña que el ambiente
determina quiénes somos. Si decidimos aceptar esta filosofía, nos llevará a pensar que si venimos
de un nivel inferior, nunca podremos salir de allí, o que si nuestros padres hicieron mal, nosotros
también tenemos que ser como ellos fueron. Parcialmente, esto es cierto: “No te inclinarás a ellas,
ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres
sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. (Éxodo 20:5)
Dice que el pecado de nuestros padres puede llegar a repercutir hasta la tercera y cuarta
generación, pero esto no lo podemos usar como una excusa, pues la Biblia también dice que un hijo
puede ser correcto, aunque sus padres sean corruptos, y que cada persona lleva la responsabilidad
de su propio pecado: “Y si dijereis: ¿Por qué el hijo no llevará el pecado de su padre? Porque el hijo
hizo según el derecho y la justicia, guardó todos mis estatutos y los cumplió, de cierto vivirá. El
alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del
hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él ” (Ezequiel 18:19-
20).
Un ejemplo es Moisés, quien se levantó en un ambiente no temeroso de Dios; sin embargo, Dios
usó esa circunstancia de acuerdo con sus propósitos. Moisés prefirió sufrir con el pueblo de Dios,
que gozar de los placeres de Egipto.
“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser
maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado ”
(Hebreos 11:24 y 25)
Por lo general, una mala imagen de nosotros mismos nos lleva al pecado de la autocompasión, que
es un túnel que desemboca en la depresión. Veamos algunos problemas que son el resultado de
tener una mala imagen de uno mismo:
Una primera evidencia de la falta de aceptación es una preocupación obsesiva por la apariencia
externa. Mucha gente gasta tiempo tratando de ponerse el vestido adecuado, pues piensan que de
todas maneras se van a ver un poco mal. Es muy común, sobre todo en las damas, verlas con
frecuencia frente al espejo, desperdiciando un tiempo que podría ser empleado en otras
actividades. A otras personas les cuesta valorarse en la justa medida o amarse a sí mismas;
desarrollan incredulidad con respecto al elogio que puedan recibir de otros. Son incapaces de
enfrentar responsabilidades o desafíos en la vida.
Otro error en el que caen muchos es en el de compararse con los demás. Si decimos, “yo quisiera
ser como fulanito de tal”, no nos estamos aceptando desde el punto de vista de Dios, ni desde la
perspectiva que Dios tiene para nosotros.
Finalmente, cuando una persona no acepta la autoridad de las demás personas, tampoco puede
aceptar la autoridad de Dios. La meditación del corazón sería algo así: “Dios, quien es la máxima
autoridad, me privó de 'mis derechos'. Esto no es justo. Me resiento contra Él porque me debe
mucho; otras autoridades también me restringen de la misma forma y, por eso, no me gusta
aceptar la autoridad de los demás”.
Dios tenía una idea de cómo íbamos a ser, aún antes de haber nacido. Dios sabía lo que estaba
haciendo cuando nos hizo, y lo hizo bien. Pero, Dios todavía no nos ha formado totalmente. Él no
ha concluido su obra en nosotros; continúa todavía con su proceso de perfeccionamiento. Es injusto
juzgar a un artista cuando todavía va en la mitad de la obra; Dios todavía continúa realizando el
plan que Él tiene para nuestra vida en particular.
“Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta
el día de Jesucristo”.
(Filipenses 1:6)
En este punto, es válido aclarar que el plan que Dios tiene para la vida de una persona no es el
mismo que tiene para otra; por lo tanto, no debemos compararnos con otras personas.
Recordemos que Dios ha equipado a otros en aspectos en los cuales no me ha equipado a mí, pues
son dos planes diferentes.
En este proceso, Dios puede sacrificar la belleza externa, para desarrollar cualidades internas,
porque son más importantes para Él. También, Dios puede permitir ciertas debilidades, con el
propósito de manifestar su poder a través de ellas. Un ejemplo es el caso de personas que siendo
ignorantes, fueron muy usados por Dios, y suplieron sus faltantes en Dios.
"Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de
buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en
persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte."
(2 Corintios 12:9-10)
Finalmente, entendamos que Dios quiere usarnos; por eso, debemos aceptar que Él no va a colocar
premeditadamente cosas en nuestras vidas, que entorpezcan su plan con cada uno de nosotros.
Para aprender a aceptarnos a nosotros , necesitamos vernos y valorarnos desde el punto de vista
de Dios y de lo que Él mismo nos ha declarado en su Palabra, con respecto a lo que somos para Él
en Cristo.
En la medida que le demos más crédito a los pensamientos de Dios (Su Revelación) que a los
nuestros, respecto de nosotros mismos y de todo aquello que nos rodea, podremos superar
cualquier distorsión de nuestra autoimagen, ocasionada, tanto por nuestra naturaleza pecaminosa,
como por el trauma de no haber construído una actitud apropiada frente a situaciones que nos
sucedieron.
"Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más
alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida
de fe que Dios repartió a cada uno"
(Romanos 12:3)
Como dije anteriormente, Dios no tiene un mismo modelo para cada uno de nosotros en el aspecto
físico, pero sí tiene el mismo para nuestro aspecto interior: El carácter de Cristo. Dios quiere
conformarnos a la imagen de Cristo y quiere desarrollar en nosotros el Fruto del Espíritu Santo.
Nuestro problema es que siempre miramos la parte externa, pero Dios mira el corazón.
No son las habilidades naturales las que dan la felicidad, sino la forma como la imagen de
Cristo llegue a desarrollarse en nosotros. De acuerdo con esto, nuestra felicidad depende de
nuestras actitudes y cualidades interiores. Viviremos inseguros si dependemos de lo externo,
pues de un momento a otro puede suceder algo grave, como un accidente, y perder nuestro
atractivo externo, y ese sería el final de nuestra felicidad.
Necesitamos confesar a Dios la amargura, al no aceptarnos, y orar como el apóstol Pablo. Si Dios
no quita el aguijón, es porque éste juega un papel muy importante en el plan de Él para nuestra
vida. Puede ser que no podamos comprender por qué Dios puso ciertos rasgos débiles en nuestra
vida. Puede que sea por algo que va a ocurrir mucho más allá del horizonte de lo que alcanzamos a
visualizar en este momento. Lo importante es entender que la base de nuestra
autoaceptación es no sólo la comprensión y aceptación de los valores de Dios, sino
también su propósito en nuestra vida.
CAPÍTULO 4
“Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré,
pues, hombres por ti, y naciones por tu vida.”
(Isaías 43:4)
DEFINIENDO LA AUTOESTIMA
Las siguientes ocho preguntas nos guían a reflexionar qué nivel de autoestima
tenemos:
¿Es usted argumentador?
¿Es criticón?
¿Es poco tolerante con los demás o con sus ideas?
¿Es una persona que se enoja fácilmente?
¿Le cuesta perdonar a los que le ofenden?
¿Es excesivamente celoso(a)?
¿Le cuesta escuchar a otros?
¿Es un mal perdedor?
Recuerde que usted es una obra perfecta de Dios; que él le amó y nunca le
dejará de amar. Permita que el amor de Dios lo sature; viva según su
identidad en Cristo Jesús.
Pídale perdón a Dios por el pecado de odiarse y rechazarse a sí
mismo, negando el principio bíblico expresado en Lucas 10:27
“...Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo COMO A TI MISMO.”
Enfatice en sus fortalezas. Parta del principio de que lo que usted puede
hacer ayuda a otras personas dentro de las inevitables limitaciones humanas.
Aborde nuevas experiencias, como oportunidades para aprender; esto
aumenta su sentido de autoestima y le ayuda en el crecimiento personal.
LA AUTOCONFIANZA
Los padres juegan un papel muy importante en cuanto a hacer que sus hijos
aprendan a sentirse competentes, cuando los estimulan a desafíos y tareas
nuevas. Cuando no se les estimula, los hijos crecen con un sentido de habilidad
subdesarrollado; después, cuando adultos, les costará trabajo desempeñarse con
éxito en sus labores.
El buscar a alguien como modelo de confianza es tan simple como leer las palabras
de Jesús, desde los doce años, cuando en forma respetuosa les hizo frente a sus
padres. ÉL sabía quién era; por eso, a través de los tres años conocidos de su
ministerio, se describió a sí mismo diciéndole a la gente: “Yo soy el pan de vida ;
Yo soy el Mesías; Yo soy el Eterno; Yo soy la luz del mundo; Yo soy el Hijo de
Dios; Yo soy el Alfa y la Omega; Yo soy el primero y el último; Yo soy el camino, la
verdad y la vida”. No nos podemos equivocar: Jesús sabía muy bien quién era él
y lo que significaba para la humanidad.
El miedo
La falta de objetivos
Desde su temprana edad, Jesús sabía cuál era su misión: los negocios de su Padre.
Jesús no vino a la tierra por el sólo hecho de vivir, y usted y yo tampoco; hay una
razón y un propósito en el estar aquí. Cada uno de nosotros necesita, en
Jesucristo, descubrir ese propósito especial.
La necesidad de estarse justificando constantemente
Sea cual sea su cargo: portero, secretaria, trabajador, gerente, o el gran jefe,
todos deben hacer el esfuerzo por acabar con ese problema tan destructivo. Si
usted es jefe o líder, encuentre la manera de elevar el nivel de integridad de su
empresa. Comience por disculparse con todo el personal y haga las enmiendas
necesarias. Si es un subalterno, le quedan dos alternativas, si es que quiere
aumentar la confianza en sí mismo:
1. Renuncie
2. En lugar de justificarse, póngase erguido y con mucha educación. Pregúntele si
lo está llamando mentiroso. Los líderes que se respetan no lo desafiarán sobre
este punto, sobre todo si usted tiene la razón.
CLAVES DE LA CONFIANZA
Personalmente, cada vez que estudio la vida de los doce apóstoles me conmueve
ver lo que Dios puede hacer “en” y “a través” de hombres comunes y corrientes.
Los evangelios nos los muestran como hombres con debilidades, miedosos,
inseguros, pero, eso sí, dispuestos a ponerse en las manos del Gran Alfafero. ¿El
resultado? Hombres trasnformados, con autoconfianza, formados como agentes de
cambio que impactaron y transformaron el entorno social de aquel tiempo.
Es un hecho indiscutible que, hace cerca de 2000 , llegó Jesús a Palestina. Sus
amigos le amaron; era para ellos un profeta, acaso un futuro rey. Sus enemigos lo
tacharon de fanático y de perturbador. Su vida fue la expresión perfecta del amor
que se manifiesta en obras amorosamente encaminadas a servir por igual a pobres
y a ricos. Su ternura cautivó el corazón de los niños y de los humildes; su filosofía
de la vida llamó la atención de los sabios y de los mejores. Pero su valeroso
radicalismo encolerizó a los celosos partidarios de lo existente...y ésos acabaron
crucificándolo.
Hubiera podido evitar tan espantosa muerte. Pudo haber huído de Jerusalén. Aún
estando allí, el gran número de amigos que tenía en la ciudad le hubiese permitido
escapar de sus enemigos. Pudo transigir; pero con firme resolución marchó a
Jerusalén, aunque le advirtieron lo que allí le esperaba. Una vez llegó, soportó con
serena constancia el odio, la envidia y el deseo de herirle en lo más vivo. Ni un
solo reproche asomó a sus labios ante el beso del traidor, ni ante el abandono en
que lo dejaron hasta sus discípulos más amados.
La hiriente burla de los sacerdotes, la insolencia de Herodes, la cobardía criminal
de Pilatos, la grosería del populacho, la brutalidad de los soldados, todo lo
sobrellevó sin el más leve movimiento de rencor.
Muchos son los descubrimientos e inventos del hombre en esta época. Cosas que
hace unos años nadie se hubiera atrevido a creer. En la actualidad acogeríamos
con una sonrisa compasiva cualquier expresión de asombro ante lo que hoy es
común y corriente, como la comunicación satelital, la telefonía celular, el internet,
etc. Sin embargo, no faltan hoy quienes, al referirse a lo que nos dicen que
aconteció en Jerusalén, exclaman: “absurdo”, “imposible”.
El valor con que hablan y la impresión que causan en la multitud que los escucha,
se explican únicamente por lo profundo del convencimiento que los anima. Están
fiando la vida, la suerte, el honor, a la veracidad del hecho increíble que relatan.
Los persiguen y los encarcelan. Ven ante sí la decapitación, o la crucifixión, o la
hoguera en que arderán vivos. Pero nada hace flaquear la fe con que sostienen la
verdad de lo acontecido, en la mañana de aquel domingo de pascua y en los días
siguientes.
Conocer esto me cautiva; por eso, cada día renuevo una vez más mi entrega, para
vivir como resucitado y traer a otros al conocimiento de una vida de poder y
unción. ¿Verdad que es sencilla y humilde mi fe? Es la fe lo que dulcifica lo
amargo de la vida; lo que pone un destello de amor y valentía en la diaria faena; y
lo que presta sus alas al alma.
DURANTE LAS PRÓXIMAS DOCE HORAS, ¿ DE QUIÉN EXPERIMENTO
AUTOCONFIANZA?
Desde hace mucho tiempo, conozco un folleto titulado “POR LO MENOS HOY”.
Meditando en él, veo que responde a algunos principios bíblicos que fomentan en
nosotros la autoconfianza. He aquí el contenido, al cual le he añadido algunos
versículos:
“* Por lo menos hoy, me propongo tratar de vivir no más que este día y para este
día, y no me empeñaré en resolver el problema de mi vida entera. En doce horas,
puedo hacer algo que me aterraría, si supiera que debía continuar haciéndolo toda
la vida.
“Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su
afán. Basta a cada día su propio mal.”
(Mateo 6:34)
“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres”
(Romanos 12:17)
* Por lo menos hoy me propongo ser feliz. Recordemos que Abrahan Lincon tenía
razón cuando dijo: “La mayor parte de los hombres somos tan felices, como
resolvemos serlo”
“…Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”
(Juan 10:10b)
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los
hombres” (Colosenses 3:23)
* Por lo menos hoy, me propongo presentar el mejor aspecto que pueda; vestiré
adecuadamente; hablaré en tono moderado; me portaré cortésmente; no criticaré
ni maltrataré a nadie.
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria
del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por
el Espíritu del Señor.”
(2 Corintios 3:18)
* Por lo menos hoy, me propongo tener un programa para el día. Quizá no lo siga
exactamente, pero lo tendré. Evitaré dos males comunes: la precipitación, por una
parte, y la vacilación, por la otra.
* Por lo menos hoy, me propongo pasar media hora solo. Durante esta media
hora, trataré de lograr una perspectiva mejor de mi vida.
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones;
enaltecido seré en la tierra. ”
(Salmo 46:10)
“Un maestro de la sabiduría pasaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio
a lo lejos un sitio de apariencia pobre y decidió hacer una breve visita al lugar.
Durante la caminata, le comentó al aprendiz sobre la importancia de las visitas;
también de conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que nos brindan
estas experiencias.
Llegando al lugar, constató la pobreza del sitio: la casa de madera y los habitantes:
una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas, y sin calzado.
Un bello día, el joven resolvió abandonar todo lo que había aprendido, y regresar al
lugar y contarle todo a la familia, pedir perdón y ayudarlos. Así lo hizo, y a medida
que se aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con árboles floridos, todo
habitado.
“No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de
nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios”.
(2 Corintios 3:5)
Si la imagen que tenemos de nuestra competencia o habilidad para hacer las cosas
es débil, nos sentiremos amenazados cuando alguien cercano a nosotros triunfe; o
tal vez nazca dentro de nosotros un sentimiento de orgullo, al oír de las debilidades
o fracasos de los demás.
La persona con autoestima cree en sus capacidades; tiene una sensación general
de que controla su destino; piensa, con razón, que es capaz
de hacer lo que planea. Tiene expectativas realistas, y cuando descubre que
algunas no lo son, mantiene una actitud positiva y se acepta como es. Puedo
decir, sin temor a equivocarme, que la persona que se acepta, se estima y tiene
confianza en sí misma; donde quiera que esté y cualquiera que sea su función, se
volverá un gran LÍDER: le buscarán, le imitarán, le consultarán. Sobresaldrá entre
muchos, pues posee esas características que atraen de todo líder.
En el liderazgo es más importante lo que usted es, que lo que usted hace.
Podemos decir que un hombre o una mujer pueden fracasar en su ministerio o
trabajo, pudiendo tener éxito, simplememte porque no están dispuestos a
aceptarse a sí mismos, como Dios lo ha hecho.
CARACTERÍSTICAS DE UN LÍDER EFICAZ
A continuación, quiero citar esas características típicas de las personas que se
aman y se valoran a la luz de Dios:
La persona que posee una sana autoestima sabe hacia dónde se dirige; tiene una
visión clara, unos objetivos definidos y es capaz de hacer que otros tomen acción
efectiva. Es sensible como persona, pero a la vez “hueso duro de roer”, es decir,
desarrolla capacidad de resistencia a la oposición. Siempre encontraremos
dificultades y tropiezos, ante los cuales muchos desertan y se desaniman, pero el
verdadero líder seguro de sí mismo sigue adelante, olvidando lo que queda atrás, y
prosiguiendo al blanco.
El líder eficaz debe tener una voluntad enérgica y dinámica, de tal manera que
cuando se le presente cualquier situación difícil pueda afrontarla. Esta
característica es sumamente importante para nuestra vida en general, y en
nuestro desempeño laboral o ministerial. Implica estar atento para detectar el
momento en que tengamos que tomar decisiones dramáticas, a pesar del temor de
perder imagen.
Es un ejemplo consistente.
“Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el
ejemplo que tenéis en nosotros.”
(Filipenses 3:17)
Jesucristo tuvo un gran impacto como Maestro en la vida de sus discípulos, porque
sus enseñanzas eran fuertemente respaldadas por todo lo que él hacía. ¿Cuántos
discípulos tenemos que hablan de la manera que hablamos, que hacen las cosas
iguales o mejores que nosotros?, ¿ A cuántos hombres hemos logrado moldear
mediante nuestro ejemplo consistente? Esa será la evidencia de una persona que
aprendió a aceptarse y valorarse y, como consecuencia, está impactando a otras
vidas.
“Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo
lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios.”
(1 Pedro 2:20)
Así mismo, un líder debe afrontar la presión que a veces proviene de los
compañeros, de los propios discípulos y hasta de los familiares. La oposición, la
presión y la crítica pueden ser elementos que nos ayuden a desarrollarnos; no hay
que tenerles miedo. A Cristo le persiguieron, a nosotros también nos perseguirán
y nos resistirán. Si son con nosotros indiferentes, es porque no estamos haciendo
lo que nos corresponde, o no lo estamos haciendo bien.
En este sentido, Jesús es el máximo ejemplo. No vino para ser servido, sino para
servir.
“Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre
ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el
mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.
Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que
se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.”
Antes de hacerse obedecer, hay que aprender a obedecer; antes de ser servido,
hay que servir; antes de ser maestro, hay que ser discípulo. Lo importante no es
tanto dar dirección con convicción, sino estar convencido de que ya recibió la
dirección de su respectivo líder. Cuando una persona empieza a criticar, a
murmurar y a mostrarse insatisfecha, está mostrando que tiene dificultad en
obedecer órdenes, y sólo puede ser líder cuando ha aprendido el significado de la
obediencia.
Dios nos proveerá todos los recursos necesarios para hacer lo que él nos ha
llamado que hagamos. Este tipo de confianza se va desarrollando en la medida en
que aprendamos a caminar en el Espíritu Santo, y cultivemos nuestra comunión
con él.
Este concepto de la confiabilidad tiene que ver también con áreas de la vida
íntima. Es necesario cuidar lo que se lee, los hábitos que se practican, las
actitudes, las conversaciones, pues, a veces, resulta fácil sucumbir bajo el
bombardeo constante que hay en el mundo exterior.
Todos nosotros, como hijos de Dios, estamos llamados a ser colaboradores suyos
en la empresa de la Gran Comisión. En la medida en que como fruto de la
comunión con Dios, se desarrolle un sano concepto de nosotros mismos y
una adecuada autoestima, en esa medida estaremos capacitados para
ser instrumentos útiles en sus manos. Mucha gente querrá seguirnos. Muchas
vidas vamos a impactar cuando permitamos que el Señor realmente esté en el
centro de nuestro ser y nos dirija.
CARACTERÍSTICAS DE UN GRAN MOTIVADOR
Un líder eficaz es un individuo que cuenta con un grupo o equipo que se está
modelando y construyendo día a día. Su primera tarea es crear elementos en los
cuales él pueda obrar su motivación y llevar a su grupo a ser personas productivas
y de éxito. El líder, quien es un buen motivador, no es el que hace muchas cosas,
sino más bien, el que logra que las cosas se hagan a través de otros.
Las siguientes son las características que se deben cultivar sobre la base de una
adecuada auoestima, para llegar a ser un gran motivador:
Es altamente Contagioso
Un líder no puede ser una persona aislada. Tiene que cultivar unas altas relaciones
interpersonales, aun temiendo equivocarse. Los lazos personales, con aquellos que
están bajo nuestra dirección, deben ser estrechos y fuertes. Mientras más cerca
esté usted de la gente, habrá mayores posibilidades de contagiarlos.
Ahora bien, el secreto para encender a otros es: “enciéndete primero tú mismo”.
Un auténtico líder está llamado a motivar con lo que dice, con lo que hace, con lo
que tiene y con su propia vida. Por eso, debe evitar motivarse con cosas
indebidas. A la luz de la Biblia, nuestra principal motivación debe ser amar y servir
a la gente, tal como lo hizo nuestro Señor Jesucristo.
Percibe a las personas a la luz del potencial que representan y no del que
actualmente poseen.
La gente lo único que está esperando es que alguien crea en ellos, espere de ellos
lo mejor, y les dé una oportunidad. En realidad, nadie llegó a la vida cristiana con
sus capacidades desarrolladas; por el contrario, fruto de la restauración integral
que Dios opera en cada uno de sus hijos, se desempolvan los talentos que habían
estado dormidos.
Es autodinámico y autoiniciador
“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el
Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.”
(Juan 10:14 y 15)
El líder es quien siempre va delante, es quien “atrae y arrastra”. Esto implica que
tendrá que enfrentarse a los que le resisten, a los pesimistas, y a los negativos.
Siempre se debe evaluar qué efectos puede causar la actuación del líder en la vida
de las personas.
Hay líderes que son excelentes trabajadores, pero tienen dificultad en llevarse bien
con la gente. El amor es esencial en el liderazgo; de ahí que será buen líder aquél
, fruto de haberse saturado del amor de Dios, aprendió a amarse a sí mismo y le
queda fácil amar a otros.
Hay una frase reiterativa para mí: “Un líder no necesariamente será un hombre
cariñoso, pero un hombre cariñoso será siempre un líder”. Se espera que un líder
comunique carisma, don de gente, una personalidad atractiva; todo esto, como
resultado de la gracia de Dios en su vida, que le permite hallar gracia y buena
opinión ante los hombres.
Una vez más, nuestro modelo por excelencia es el Señor Jesucristo: aun en los
momentos de conflicto y tensión, manifestó su amor. Esto lo podemos ver en el
relato que hace San Lucas, en el capítulo 23. El día del arresto de Jesús en
Getsemaní, cuando uno de sus discípulos cortó la oreja derecha a un siervo del
sumo sacerdote, él tocó la oreja y le trajo sanidad. Su mensaje era fuerte, pero su
personalidad era amable y amorosa.
En muchas ocasiones, el Señor Jesús tuvo que desafiar y definir a sus discípulos
para ver si realmente estaban dispuestos a dedicarse a la causa. En una ocasión,
cuando fueron confrontados sobre si querían irse del lado de Jesús, Simón Pedro
respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan
6:68), dando a entender con esto su compromiso.
Los seres humanos siempre tenemos la opción de hacer o no hacer; ante esto, la
Biblia nos dice:
“Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.”
(Eclesiatés 5:5).
¿Quién pronunció esta frase? Nadie menos que Saulo de Tarso, el eminente judío
que reunía en sí, características y atributos que llenarían de orgullo a cualquier
hombre: su conocimiento de la naturaleza del hombre, su habilidad natural para la
estrategia, sus dotes en táctica militar y su reconocido talento para influir
ideológicamente en otros, le permitieron convertirse, sin lugar a dudas, en el
hombre más importante del primer siglo, más conocido en el mundo occidental
como Pablo.
Me llama la atención que el hombre que dice esta frase, y que gozaba de grandes
talentos, no se fio de sí mismo cuando tuvo que desarrollar su ministerio,
especialmente a los gentiles. Por el contrario, su autoconcepto y su confianza la
basó en la identificación con Cristo Jesús. Este es el mismo Pablo que dijo:
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener sino que piense de sí
con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
(Romanos 12:3)
Y hay otros pasajes como estos, que nos indican cómo su autoconcepto y su
confianza como líder, los desarrolló sobre la base del concepto que Dios tenía de
él, en Cristo Jesús.
Las siguientes son algunas características del hombre o mujer que desarrolla
liderazgo sobre la base de un sano autoconcepto, acrecentado en su identificación
en Cristo Jesús.
Es tal vez la tarea más difícil de un líder. Debe tener una voluntad enérgica,
robusta y dinámica, para afrontar cualquier situación por dramática que sea. Y son
las metas y los objetivos los que determinan la validez y el momento crucial en
que el líder toma una decisión; no son los sentimientos, ni la lógica.
Hay diferentes clases de líderes: El que trabaja como “loco”, del amanecer al
anochecer, sin ver los frutos. El que trabaja con reflexión: no se ve agotado, tenso,
neurótico, pero produce, rinde, porque trabaja estratégicamente. Debemos elegir
la alternativa de hacer las cosas, de tal manera que rindan los mejores resultados .
EPÍLOGO
Necesitamos descubrir que somos regalos de Dios al mundo, que nuestro Padre
Celestial nos creó con un propósito, y que él mismo está dispuesto a llevarlo a
cabo, en la medida en que nosotros nos dispongamos.
Preguntas como ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿de quién soy?, etc., tienen
respuesta en Dios como Padre y en su eterno amor, trayendo seguridad y
confianza en todo lo que somos y hacemos.
La opinión que Dios tiene de nosotros debe prevalecer sobre cualquier otra
opinión. En realidad, nadie nos puede hacer sentir inferiores, sin nuestro permiso.
Retomando las palabras de un discípulo, recordemos: DIOS NO HACE BASURA.
Sobre la base del amor de Dios nos podemos conocer y aceptar. Dejémonos
reprogramar para una vida de éxito y victoria. Somos valiosos, porque Dios ha
invertido en nosotros tiempo y paciencia, nos ha conquistado y él se hace
responsable de lo que conquista.