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La coincidencia de este nombre con el de Juan el Evangelista y el autor de otros escritos del Nuevo

Testamento es en gran parte la razón por la cual se atribuye el libro de manera tradicional al apóstol
San Juan (a quien se le atribuyen también el cuarto Evangelio y tres cartas: 1 Juan, 2 Juan y 3 Juan).
Sin embargo en el Apocalipsis, el autor sólo menciona su nombre, sin identificarse nunca con el
mismo apóstol Juan de los Evangelios, o que se trate siquiera del mismo autor de los otros escritos
atribuidos al apóstol.

La mayoría de los Padres de la Iglesia primitiva, o Padres Apostólicos, como san Papías, san Hipólito,
san Ireneo, san Policarpo o san Justino y otros más, afirmaban que el autor de este Libro inspirado
era el propio Evangelista, discípulo del Señor; en el año 633 el IV Concilio de Toledo intentando
despejar la duda creada recién a partir del último tramo del siglo III, cuando ya no vivía ningún
discípulo que hubiese tratado o conocido al autor del Cuarto Evangelio, afirmó que el Apocalipsis era
obra del Evangelista y que debía tenerse por obra divina y ciertamente canónica, fulminando la
excomunión para quienes lo negasen.3

De manera tal que la Iglesia Católica considera normalmente al Libro como de la autoría del Apóstol
Juan, el mismo llamado Evangelista, que se trata de un libro divinamente inspirado y que forma parte
de las Sagradas Escrituras que deben ser creídas con fe católica.

De cualquier manera, una corriente dentro de las investigaciones modernas suele agrupar los escritos
atribuidos a Juan y algunos llegan a afirmar que pertenecen a una supuesta comunidad denominada
"joánica". Esta postura no indicaría necesariamente la autoría directa del apóstol Juan, pero sí que
una comunidad ya sea fundada por él o fuertemente influenciada por él, sería la que generaría estos
documentos (Hahn, 2001). Así, sostiene que, aunque Juan no hubiera escrito de puño y letra el
Apocalipsis, sería como si lo hubiera hecho a través de esta comunidad.

Además, piensan que asignar como autor de las obras a un personaje de renombre era común en la
tradición de la literatura apocalíptica, no para darle un crédito extra aunque falso a la obra, sino porque
de hecho el autor verdadero se identifica plenamente con el personaje que se marca como autor de la
obra (Vanni, 1982: 18-19).

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