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Unidad 1: Héroes y Heroínas

PERSEO

Perseo era hijo de una mujer mortal, Dánae, y del gran dios Zeus, el rey del cielo. El
padre de Dánae, el rey Acrisio, había sabido por un oráculo que algún día su nieto lo mataría
y, aterrorizado, apresó a su hija y expulsó a todos sus pretendientes. Pero Zeus era un dios
y quería a Dánae, así que entró en la prisión convertido en lluvia de oro y el resultado de su
unión fue Perseo. Al descubrir Acrisio que, a pesar de sus precauciones, tenía un nieto,
metió a Dánae y a su hijo en un arcón de madera y lo arrojó al mar, esperando que se
ahogaran.
El arcón llegó a tierra en una isla donde lo encontró un pescador. El rey Polidectes que
gobernaba en la isla recibió a Dánae y a Perseo y les ofreció refugio. Perseo creció allí fuerte
y valiente, y cuando su madre se sintió incómoda por las insinuaciones que no deseaba del
rey, el joven aceptó el desafío que lanzó este molesto pretendiente. El desafío consistía en
traerle la cabeza de la Medusa, la única de las Gorgonas que no tenía el don de la
inmortalidad. Perseo aceptó esta peligrosa misión no porque deseara adquirir gloria
personal, sino porque amaba a su madre y estaba dispuesto a arriesgar su vida para
protegerla.
La tarea parecía imposible y Polidectes dio por hecho que se había librado de Perseo,
quien seguramente moriría en el intento. Pero por su valentía y porque era hijo de Zeus, el
joven héroe contaba con la ayuda de los dioses. Para que lograra su cometido, Atenea, la
diosa de la sabiduría, de la guerra y de las artes, le regaló un escudo tan pulido que brillaba
como un espejo. Hades le dio su casco, que volvía invisible a quien lo llevaba puesto.
Hermes, el mensajero de los dioses, le entregó unas sandalias con alas que daban el poder
de volar. Y Hefesto, una indestructible espada de bronce.
Con esas armas y atributos, y un morral al hombro, Perseo fue en busca de su objetivo.
Y guiado por Atenea y Hermes, llegó a la morada de las hermanas de las Gorgonas: las Greas.
Estas espantosas mujeres habían nacido viejas y tenían, entre las tres, un solo ojo y un solo
diente, que dejaban en una cajita cuando estaban en su casa y que usaban solo cuando
salían. Perseo se apoderó del ojo y del diente, y les dijo que se los devolvería cuando le
confesaran dónde encontrar a las Gorgonas. Al principio, las horribles viejas se negaron.
Pero pronto comprendieron que no podrían vivir sin el ojo y sin el diente, y tuvieron que
explicarle cómo llegar a la casa de sus hermanas. Entonces, cumplió su promesa: les
devolvió el ojo y el diente, y voló hacia la guarida de sus enemigas.
Las Gorgonas eran todavía más feas que las Greas: sus enormes dientes parecían los
de un jabalí y tenían los pies de bronce. Aunque lo más espantoso era su poder de convertir
en piedra a todo el que se atrevía a mirarlas. Atenea ya le había hablado de ese maléfico
don, así que Perseo evitó mirarlas a la cara. Con la ayuda del escudo lustrado como espejo,
luchó con ellas de espaldas, guiando sus golpes hacia la imagen que se reflejaba en el
bronce. La diosa también le había revelado cómo distinguir a Medusa, la única Gorgona
mortal. Y de un golpe con la espada, logró cortarle la cabeza. Al ver a su hermana
decapitada, las dos Gorgonas inmortales se lanzaron sobre el héroe inútilmente, porque
Perseo consiguió huir poniéndose el casco de Hades, que lo volvió invisible.
Con esta cabeza monstruosa, convenientemente oculta en una bolsa, volvió de regreso
a casa. Durante el viaje vio a una doncella hermosa encadenada a una roca que había en la
playa, esperando la muerte a manos de un terrible monstruo marino. Supo que se llamaba
Andrómeda. Conmovido por su situación y por su hermosura, Perseo se enamoró de ella y
la liberó, convirtiendo al monstruo en piedra con la cabeza de la Medusa Gorgona. Después,
regresó con Andrómeda para presentársela a su madre que, en su ausencia, se había
sentido muy atormentada por las insinuaciones del malvado rey. Una vez más, Perseo
sostuvo en el aire la cabeza de la Medusa, convirtiendo en piedras a todos los enemigos de
su madre incluyendo a Polidectes. Después le entregó la cabeza a Atenea, que la colocó en
su escudo, convirtiéndola en su emblema.
Andrómeda y él vivieron en paz y armonía desde entonces y tuvieron muchos hijos. Su
único pesar fue que, cierto día, mientras tomaban parte en unos juegos atléticos, Perseo
lanzó un disco que llegó demasiado lejos impulsado por una ráfaga de viento, y
accidentalmente golpeó y mató a un anciano. Este hombre era Acrisio, su abuelo y rey de
Argos.
Al final, de esta forma se cumplió el oráculo que el difunto anciano tanto se había
esforzado por evitar.

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