You are on page 1of 1

XI.

DESCUBRIRSE NO ES CONOCERSE - Actualidad

Lunes, 13 de septiembre de 2010 - josemari20 46 6 visualizaciones

En realidad, cuando descubrimos, en concreto, quiénes somos y cuál es nuestra finalidad aquí en la Tierra, aún no alcanzamos a conocernos.
Igual nos sucede con el comportamiento con Dios.

Cuando descubrimos a Dios, en verdad no le conocemos; solamente hemos visto su resplandeciente faz. Pero no hemos sabido, en concreto,
tener oídos ni tener la suficiente paciencia para escuchar lo que Él quiere de nosotros. Y cuando digo "escuchar" quiero decir grabar en nuestro
corazón sus enseñanzas y grabar en nuestro corazón las cosas del Padre.

Y en esto, en concreto, no sabemos, en realidad, tener ese conocimiento o, por lo menos, tener el acceso a ese conocimiento. Por la sencilla
razón de que andamos tan inmiscuidos en cosas mundanas, en cosas tan vanas y tan superfluas. Porque en realidad, nos comportamos como un
humano más, en realidad nos comportamos como una persona más.

Si la simiente en nosotros ha sido puesta, nosotros hemos de aportar esa tierra y hemos de aportar ese abono para que fructifique en nosotros.

Pero lo que pasa es que, de alguna forma u otra, se seca; o, de alguna forma u otra, no da fruto; o, de alguna forma u otra, permanece estéril.
Entonces la tierra nuestra, donde ha sido puesta la semilla, no es buena porque no hemos sabido guardar la Palabra de Dios cuando nos ha sido
dada. Entonces queremos retornar, de alguna forma, a esos buenos comienzos o a esos buenos principios en los cuales la esperanza resplandecía
por doquier. Pero no hemos sabido salir airosos de la prueba que Dios nos mandó. Entonces nos damos cuenta de nuestra ignorancia, que hemos
puesto nuestra voluntad por encima de la de Dios. Entonces ésto nos causa ya no aquel gran gozo de la esperanza, sino una gran tristeza y
soledad en nuestro corazón.

Y de alguna forma u otra, queremos volver a hacer resplandecer aquella luz, pero ya no puede ser con la misma intensidad. Es más; "queremos".
O sea, siempre queremos poner nuestra voluntad por delante. Yo creo que es momento de pararnos a reflexionar, a pensar en el misterio de
Dios, a pensar en el misterio de la Trinidad. Es momento de poder parar todas las cosas mundanas y darnos cuenta que hemos sabido cometer un
error. Que, aparte de todo, si estamos pronto para cometer otro error y no lo hemos cometido, no quiere decir con esto que venga la salvación.
Porque todo es prácticamente matemático.

Si alguna ecuación de alguna raíz ha fallado, el resultado no será el mismo. Entonces, ¿qué es importante hacer? ¿Continuar? No, hemos de
comenzar de nuevo a hacer las primeras operaciones para entonces llegar al punto donde hemos fallado y darnos cuenta de nuestro fallo. Pero
no detenernos en ese fallo, porque aún no ha sido encontrada la fórmula final; sino proseguir, precisamente, a partir de la de la solución de ese
fallo hasta hallar esa fórmula final.

Lo que no podemos hacer, una vez que os hemos dado cuenta del problema o, más bien, del error que hemos cometido en el planteamiento del
problema que nos ha llevado hasta el error, es repasar; porque estaremos cometiendo el mismo error. Porque nosotros no llegamos a saber del
error, de ese error matemático, hasta que hemos abordado todo el problema y lo hemos concluido. Entonces es, cuando comparamos las
respuestas, que nos damos cuenta que no son iguales. Entonces lo primero que nos lleva o nos incita es el repasar una y mil veces, si preciso
fuera, el mismo problema, para, de alguna forma, darnos cuenta dónde hemos cometido el fallo o dónde hemos cometido el error. Pero lo que
nos lleva ese principio es, precisamente, a creer que todas las ecuaciones o fórmulas están bien planteadas y que todas las fórmulas están bien
hechas o resueltas. Y siempre llegaremos al final y nos daremos cuenta del mismo error, que no hemos hallado el error. Entonces, para mi
entender, lo importante es, precisamente, saber comenzar de nuevo y no sobre el error. Volver con la primera fórmula, la fórmula que nos
enseñaron nuestros ancestros. Y de ahí, a partir de ahí, darte cuenta que si quieres llegar a una ecuación final has de seguir diferentes caminos
a los que te habías planteado inicialmente o antes. Es decir, siempre, por ejemplo, si me ponen en el esquema una fórmula final y, en esa
fórmula final, he de llegar a partir de otra fórmula, que no tiene nada que ver con la ecuación final, he de buscar fórmulas similares que
compensen, de alguna forma u otra, y me den esa solución final. Así, podemos llegar a esa solución final, sea cual sea nuestro punto de partida,
pero sin basarnos en el error, sino corrigiéndolo cada vez que sea necesario y nos acerque al contenido final de dicha fórmula.

You might also like