You are on page 1of 236

PRESENTACIÓN

La Antropología Urbana se ha convertido en los últimos años en


un importante foro donde confluyen las reflexiones, análisis y de­
bates que en el seno de la comunidad antropológica suscitan los
procesos que han dado lugar a la última reestructuración del capi­
talismo y a la profunda transformación de las ciudades y los siste­
mas urbanos, los cuales están hipotecando sobremanera los futuros
desarrollos de la sociedad. Los antropólogos, especialistas y no es­
pecialistas en el campo urbano, compartimos un común interés y
preocupación por los cambios que conllevan los nuevos fenómenos
de globalización, que afectan por igual a las sociedades del Primer
y del Tercer Mundo, a las grandes conurbaciones y a las áreas de
población dispersa, a las megalópolis y a las ciudades pequeñas, a
las sociedades campesinas y a las sociedades terciarizadas. En vir­
tud de tales procesos, temas que hasta hace poco parecían de inte­
r és exclusivo o preferente de ese campo de especialización discipli­
nar que es la Antropología Urbana, se hallan ahora en el punto de
mira de otros antropólogos con intereses, sensibilidades y objetos
de estudios distintos.
Difícilmente podría ser de otra manera, porque todo parece in­
dicar que nos hallamos inmersos en un acelerado proceso de ur­
banización del planeta. En efecto, a lo largo de todo el siglo xx la
población urbana no ha hecho sino aumentar a un ritmo crecien­
te: si a principios de siglo sólo vivía en ciudades un ínfimo por­
centaje de la población mundial (el 4 %), ahora lo hace más de la
mitad de la población total. Es más, a nivel universal se prevé que
t o do el crecimiento de la población esperado entre el 2000 y el
2030, calculado en unos 2.000 millones de personas, se concentra­
rá en las áreas urbanas del mundo. 1 En buena medida, el actual

l. Según las previsiones de la ONU, a nivel mundial, en el periodo que va entre los años
2000 y 2030, las áreas urbanas pasarán de contener 2.900 millones de personas a contener
4.900 millones de los 8 . 100 m illones de la población mundial total esperada para el año 2030 .
La m ayo ría de este incremento (1.900 millones de personas) se espera que se produzca en los
r>aíses m enos desarrollados del mundo, a un promedio de 2.3 % anual. que significa que la
8 ANTROPOLOGÍA URBANA

boom urbano es el resultado de la emigración de los rurales y los


indígenas -esos colectivos por los que la antropología se interesa­
ba tradicionalmente- a las ciudades. Seguir a sus objetos habi­
tuales de estudio en su éxodo a la ciudad supuso a la antropología
afrontar un doble reto: el que representaba, por un lado, repensar
la diversidad sociocultural a la luz de un contexto nuevo; por otro,
el que implicaba aplicar a la ciudad unos conceptos y unas técni­
cas que habían sido elaboradas para estudiar pequeñas comunida­
des, tribales o campesinas.
Los testimonios de los antropólogos sobre los desarrollos y pro­
blemas urbanos, en los que se entremezclan los desafíos que la ciu­
dad plantea a los actores sociales pero también a la propia discipli­
na, vienen produciéndose desde hace bastante más de medio siglo.
Se inician, por ejemplo, en los años 40 cuando Whyte ( 1 95 5 ) se de­
dicó a observar aquella particular « Sociedad de las esquinas» que
con su interacción construían día a día los jóvenes emigrantes ita­
lianos en Chicago; o cuando los integrantes de la Escuela de Man­
chester empezaron a desarrollar lo que después se reveló como un
coherente programa de análisis sobre el proceso de urbanización
africano.2 Se continúan con trabajos como los de Osear Lewis,
quien etnografió diferentes contextos urbanos y grupos sociales po­
pulares en México, Puerto Rico y Nueva York ( 1 969) , sometiendo a
revisión algunos de los paradigmas centrales planteados por los teó­
ricos de la Escuela de Chicago ( 1 986a y b); o con estudios como los
de aquellos antropólogos que reunidos bajo la experta batuta de
Mangin ( 1 970), mostraban cómo era la vida de los campesinos en
algunas ciudades del Perú y del norte de Zambia, en Río de Janei­
ro, Puerto Rico, México y Medam (Indonesia). A medida que pasa
el tiempo la relación de la producción antropológica sobre el cam­
po urbano se hace más densa y también más amplia. De hecho, tra­
zar una genealogía del cúmulo de testimonios y procesos (de los in­
migrantes y pobladores urbanos), de desafíos y problemas (científi­
cos y disciplinares) de los que dan fe o a los que se enfrentan los
antropólogos urbanos es ahora una tarea enciclopédica que ocupa-

población urbana de estos países se habrá doblado en treinta años. El proceso de urbanización
continuará creciendo en los países más desarrollados. en Jos que Ja población urbana pasará
del 76 % actual (año 2000) al 84 % en el 2030. En los países menos desarrollados la población
urbana pasará del 46 % al 56 % durante el mismo periodo.
2. Me refiero a la larga serie de estudios que inicia en 1941 Wilson con su estudio sobre
Broken Hill (1941, 1942) y que se continuará con Jos estudios de Epstein (1958, 19 82); Kapfe­
rer (1966); Little (1957, 1965, 1967, 1970, 1974) y Mitchell (1956, 1970, 1980 , 1987 ) , entre otros.
En Hannerz (1983) y Pujadas (1996) puede verse una revisión bastante completa de la referi­
da Escuela de Manchester.
PRESENTACIÓN 9

r ía muchas más páginas de las que aquí disponemos. Seguir los ava­
ta res y andanzas de los habitantes urbanos a lo largo y ancho del
mundo, explorar diacrónicamente las contribuciones de los antro­
pól ogos al conocimiento de las ciudades y a la elaboración de la teo­
ría urbana es, sin duda, una tarea apasionante. Entre otras razones,
p orque la problemática urbana es un factor que ha coadyuvado sig­
nifi cativamente a reestructurar el proyecto antropológico y ha per­
mitido también mostrar la fecundidad de sus instrumentos concep­
t uales y metodológicos para abordar algunos aspectos claves de las
urbes contemporáneas, en las que la fuerza de la diversidad no cesa
de crecer o manifestarse.
Esta es una empresa en la que con distinto éxito e influencia
han acometido ya un buen número de antropólogos desde hace más
de treinta años.3 Por eso, mi intención en este libro no es redundar
en tal labor. Más bien lo que pretendo es conectar la trayectoria de
la antropología urbana que ya han trazado otros colegas con los de­
sarrollos últimos de ésta, mostrando al mismo tiempo la continua
interacción entre dicha especialidad y el desarrollo de la teoría y la
práctica de la disciplina antropológica. En el fondo, estos son los
objetivos centrales entorno a los cuales se construye el libro: pre­
sentar un estado de la cuestión de la antropología urbana que más
que abundar en lo ya conocido (evolución de la especialidad e in­
ventario de sus contribuciones al conocimiento urbano a lo largo de
su historia), fija su atención en los procesos de transformación que
están actualmente en marcha (globalización y localización, creci­
miento urbano y migración, multiculturalismo y segregación) y
también en los enfoques y tendencias analíticas que aspiran a dar
cuenta de tales procesos. Esta visión panorámica de la situación ac­
tual se halla presidida por dos premisas básicas en las que quiero
incidir de nuevo: la no separabilidad de las trayectorias de la an­
t ropología urbana y las trayectorias generales de la disciplina; la ne­
cesidad de dar cuenta de los énfasis, convergencias y/o mutuas in-

3. Esta tarea enciclopédica ha sido abordada a lo largo de las últimas décadas por di­
\'ersos autores como por ejemplo Basham ( J 978), Eames y Goode (1974 ) , Fox (1977 ) , Hannerz
(1983), Kenny y Kertzer (1983), Pujadas (1996 ) , Sanjek ( 1 990, 1 99 6 ) , Signorelli ( 1 999), Sobre­
ro ( 1 993) , Southall ( 1 973) . Por lo general . mientras que los textos norteamericanos destacan la
obra de Robert Redfield y la tradición sociológica de la Escuela de Chicago, trabajos europeos
como los de Hannerz, Sobrero y Pujadas consideran a la Escuela de Manchester como la úni­
ca perspectiva clásica propiamente antropológica en los estudios urbanos. A estas obras habría
que añadir las compilaciones publicadas en revistas en diferentes lenguas, ya sea de las espe­
c ializadas Urban Life y Urban Anthropology, o los números monográficos editados por ejemplo
P or L'Homme , 1982; Ethnologie franfaise, 1983; L'homme et la société, 1 992; La ricerca folklori­
ca. 1 989 ; Revue internationale des sciences sociales, 1996; Revista d'Etnologia de Catalunya ,
199 8; Zainak Cuadernos de A ntropología-Etnografía , 2000 ; Revista de A ntropología Social, 2001;
Reche rches en Anthropologie au Portugal, 200 1 .
10 ANTROPOLOGÍA URBANA

fluencias que hoy en día se observan entre la antropología, su es­


pecialidad urbana y las ciencias sociales en general.
Pero antes de presentar el plan de la obra me gustaría dejar al
descubierto una pequeña parte de ese hilo conductor, o si se quiere
ese aliento común, que conectan el pasado y el presente de la An­
tropología Urbana, y a ésta con el conjunto de la disciplina. Para
hacerlo, me serviré de dos recientes estudios en los que Bauman
( 1 996) y Sanjek ( 1 998) analizan, respectivamente, los barrios de
Southall en Londres y el de Elmhurst-Corona en Nueva York; en
ellos nos presentan un vívido y poco convencional relato etnográfi­
co de un importante aspecto de la vida urbana contemporánea: el
multiculturalismo y la pluralidad étnica. Sus protagonistas repre­
sentan el reverso de la moneda de esos otros actores sociales que
otorgan a las «ciudades mundiales» su aire más cosmopolita: los tu­
ristas, los agentes financieros y empresariales transnacionales, y el
grupo de profesionales integrado por intelectuales, artistas, diseña­
dores, etc. (Hannerz, 1 998). En tales barrios, poblados por gentes
de muchas partes del mundo, los viejos y los nuevos residentes se
enzarzan en relaciones que tienden a ser conflictivas y/o competiti­
vas, pero establecen al mismo tiempo marcos de interacción y coo­
peración; construyen identidades que afirman su diferencia étnica,
pero en paralelo reflexionan sobre el sentido de su «herencia cultu­
ral» y crean mixturas irrepetibles con los viejos y nuevos elementos.
Hablar de multiculturalidad es ciertamente otra forma de nombrar
a la diversidad sociocultural y a la alteridad. Como se ha repetido
hasta la saciedad que lo que mejor distingue a los antropólogos es
su preocupación central por el otro y por los otros. Sin embargo, el
otro ya no es aquel que es extraño y está territorialmente alejado,
sino el multiculturalismo constitutivo de la ciudad en la que habi­
tamos (García Canclini, 1 997c).
Tal y como está estructurado, el libro posibilita un acercamien­
to a la antropología urbana desde dos ángulos diferenciados. Desde
el primero se observa la naturaleza y los últimos desarrollos de la an­
tropología urbana y está integrado por los tres primeros capítulos.
En el capítulo 1 se analiza la cambiante naturaleza de la especiali­
dad urbana a la luz de una serie de tópicos que circulan desde hace
tiempo y que erosionan o ponen en cuestión la legitimidad su exis­
tencia. La revisión de tales estereotipos me permite presentar por
un lado el carácter de la antropología urbana y desvelar al mismo
tiempo sus énfasis y titubeos, sus aportaciones teórico-metodológi­
cas, su especificidad pero también su imbricación con el conjunto
de la disciplina antropológica. El capítulo 2 muestra como la glo­
balización y sus correlatos han dado lugar a un cuestionamiento de
PRESENTACIÓN 11

c ie r tos paradigmas sobre el ámbito urbano que parecían bien asen­


tado s desde los tiempos de la Escuela de Chicago, espoleando a la
,·e z la creatividad teórica y metodológica de los antropólogos y otros
cie n tíficos sociales. Tras establecer los nexos entre globalización, di­
,·ersidad cultural y transformación del espacio, se observa cómo ha
a fectado el despliegue globalizador de la modernidad a las catego­
ría s socioculturales de tiempo y, sobre todo, de espacio; en lo que a
este último respecta se hace una revisión de las transformaciones
ocurridas, de las cuales dan cuenta conceptos como localidades fan­
ta sm agóricas y procesos de desanclaje, espacio de los flujos y los no
Jugares, desterritorialización y territorialización.
El capítulo 3 cierra este primer bloque temático. En él se ex­
plora esa idea que consiste en ver a la ciudad como síntesis y pa­
ra digma de los amplios procesos que atraviesan a toda formación
social, de la que deriva la actual consideración de las ciudades
como laboratorios de lo global. Lugar de práctica cotidiana, la urbe
nos proporciona además valiosos conocimientos que permiten es­
tablecer los vínculos entre los macroprocesos y la textura y la fá­
brica de la experiencia humana. En antropología, al igual que en
conjunto del pensamiento social, existe una gran diversidad de dis­
cursos interpretativos que pretenden precisar el sentido del proce­
so de urbanización que viene afectando al mundo desde el último
tercio del siglo xx . Para captar la heterogeneidad de los conceptos
e i deas que los antropólogos utilizan para analizar la ciudad con­
temporánea tomo como base la imaginativa serie de metáforas que
emplea Seta Low ( 1 999a ) , la cual me permite construir una visión
p anorámica de las múltiples facetas de la poliédrica ciudad de
nuestro tiempo.
La segunda mitad del libro plantea un ángulo de aproximación
a la antropología urbana distinto del anterior: en él nos acercamos
a esta especialidad tomando como punto de mira las estructuras de
mediación y los movimientos sociales . En conjunto, lo que pretende
resaltar tal perspectiva es que los habitantes de las ciudades no son
recipientes pasivos de los grandes procesos que están transforman­
do las ciudades y el mundo. Se trata de recuperar por tanto su di­
m e nsión de actores y de sujetos políticos. Frente a unas visiones
que destacan el triunfo del capital informacional y se deslumbran
ant e el llamado espacio de los flujos, que convierten al Estado y a
sus i n stituciones en una especie de daguerrotipo desvaído, y que di­
b uj an a la ciudad como un mosaico de individuos y colectivos ato­
� i zados en la multiplicidad y ambigüedad de sus posiciones e iden­
ti dade s sociales, se opta por perfilar otras siluetas urbanas. En ellas
se des taca la recomposición de las relaciones sociales y las redes de
12 ANTROPOLOGÍA URBANA

ayuda mutua, la aparición de nuevas formas de identidad y de ocu­


pación del espacio, de nuevas estrategias relacionales, económicas
y simbólicas que permiten a los individuos enfrentarse a lo conoci­
do y domar lo desconocido. De ahí la importancia de las redes, los
agrupamientos y las movilizaciones sociales, que propician el desa­
rrollo de una nueva cultura ciudadana capaz de cuestionar los po­
deres establecidos.
Los capítulos 4 y 5 forman en realidad un solo bloque temático
que gira entorno a una figura conceptual, las llamadas estructuras
de mediación, que engloba a fenómenos como la sociedad civil, la
sociabilidad, las asociaciones voluntarias y las redes y grupos in­
formales. El énfasis del capítulo 4 es más teórico y en él se aborda
el problema de las mediaciones entre estructura y acción social, en­
tre cultura y praxis cultural a la luz de las mencionadas estructuras
de mediación, de las que se perfila tanto su evolución como sus ca­
racterísticas principales. Por su parte, en el capítulo 5 se vislumbra
la emergencia y ulterior consolidación de nuevos protagonismos so­
ciales a partir de la década de los 80. En unas ocasiones, se trata de
fenómenos que han experimentado una considerable expansión y
que, con la mutación social en marcha, adquieren un significado y
alcance nuevos. En otras, aparecen elementos y procesos que son
ahora visibilizados, valorados o redescubierto por el conjunto de las
ciencias sociales. La eclosión de las asociaciones voluntarias, el des­
cubrimiento del Tercer Sector y de la sociabilidad de las mujeres, el
redescubrimiento de las comunidades y las redes de proximidad pa­
recen avenirse bastante bien a las tendencias mencionadas.
Los capítulos 6 y 7 abordan finalmente el tema de los movi­
mientos sociales, un fenómeno que no sólo es esencial para la com­
prensión de las sociedades contemporáneas sino también para el
desarrollo de la teoría social. En el capítulo 6 se observa a los mo­
vimientos sociales a la luz de su contexto más actual: la crisis de la
modernidad; tomando como punto de partida la década de los 60,
se desgranan los avatares de sus sucesivas mutaciones y se analizan
los rasgos más descollantes de los movimientos urbanos contempo­
ráneos. Finalmente, en el capítulo 7 se hace un apretado repaso de
los principales enfoques teóricos que han abordado el estudio de los
movimientos sociales y se observa la incidencia, bastante pobre y
tardía, de la antropología en este campo.
Es evidente que los temas que aquí presento no agotan el cam­
po de la antropología urbana, que cubre un abanico de contenidos
tan amplio que en la práctica resulta imposible abarcar todas sus
dimensiones. Por eso he optado por primar aquellos temas y as­
pectos que me parecen más sugerentes, que permiten además abor-
PRESENTACIÓN 13

dar algunos de los debates presentes tanto en el ámbito de la an­


tropología como del conjunto de las ciencias sociales, unos debates
q ue inc iden en aspectos de la realidad social que son objeto de in­
terés y preocupación social en la actualidad.
Acabaré esta breve presentación con unas palabras de recono­
cimiento y una dedicatoria. Mi reconocimiento es para con la ge­
nerosidad y ayuda que me han prestado algunas personas, colegas
v a m igo s todos y todas. Los nombraré de corrido, sin mencionar la
�alidad específica de sus dones, de sus apoyos y estímulos. Pero
cuando lean sus nombres cada uno sabrá con claridad lo que le es
debido. Al expresarlo así mi agradecimiento para con Joan Josep
Pujadas -pionero en la docencia y en la investigación en campo ur­
bano-, Beatriz Santamarina y Albert Moncusí -jóvenes compañe­
ros de aventuras antropológicas-, Joan Prat, Teresa San Román y
Joan Frigolé -lectores minuciosos y críticos- se proclama públi­
camente, pero una parte de él permanece al mismo tiempo en el
ámbito de lo íntimo. La dedicatoria es por último para alguien que
es para mí único pero que ya no tengo conmigo. A mi hermano Al­
fons Cucó, per tot, més que mai, le dedico este libro.

Valencia, abril de 2003


1

LA NATURALEZA DE LA ANTRO POLOGÍA URBANA

Pocas especialidades de la antropología se han tenido que en­


frentar a tantas y tan duraderas reticencias como la antropología
urbana. Sobre ella corren desde hace tiempo una serie de tópicos
que erosionan o cuestionan la legitimidad de su existencia. En el
fondo, lo que tales estereotipos vienen a decir es que nuestra disci­
plina ha llegado tarde y mal al estudio del ámbito urbano, de ahí el
carácter problemático de esta especialización. Cuando se emplea
el calificativo de « tarde» se hace no pocas veces en un doble senti­
do: se señala por un lado que sus comienzos son demasiado tardíos
(su fecha de nacimiento se situa a finales de la década de los 60,
cuando otras ciencias sociales, en especial la sociología, llevaban ya
décadas de andadura urbana); se deja caer por otro que su conso-
1 i d ac i ón como subdisciplina antropológica también ha tenido lugar
a deshora, precisamente cuando los procesos propios de la globali­
zación están vaciando de significado la especificidad de lo urbano
(¿o es que ahora todo es antropología urbana?). Y decimos que «lle­
ga mal » porque la antropología urbana parece poseer el extraño don
d e convertir en vicios las virtudes antropológicas: así se señala la
p roblemática adecuación de la observación participante y del tra­
bajo etnográfico al espacio urbano, o la práctica de una antropolo­
g ía en la ciudad, una ciudad descontextualizada donde flotan sin co­
nexió n islas de guetos.
Revisar algunos de estos tópicos es cuanto menos una forma
ori g i nal, o si se quiere una excusa, de abordar la antropología ur­
ba n a que me permitirá desvelar a un tiempo sus énfasis y titubeos,
s�i espe cificidad pero también su imbricación con la evolución de la
d is c ip lina antropológica de la cual es parte inseparable. Concreta­
n�ent e, los cuatro tópicos que sucesivamente abordaré tratan de lo
siguiente: los antropólogos son los recién llegados al ámbito urba­
no; se ha hecho antropología en la ciudad con un enfoque de isla­
gheto ; la fuerte carencia de una teoría y una metodología antropo-
16 ANTROPOLOGÍA URBANA
'
'

lógica sobre lo urbano; y por último, la dificultad de acotar un cam·!


po específico a la antropología urbana. i

1. Los nouveaux arrivés a la ciudad

Con la antropología urbana ocurre como con un tipo de vino jo·


ven francés, el beaujolais nouveau : de ambos se vocea periódica·
mente su llegada. «le beaujolais nouveau est ª"ivé» , anuncian con
júbilo año tras año numerosos establecimientos parisinos. Los an·
tropólogos, se repite hasta la saciedad dentro de la propia antropo·
logía urbana, son los recién llegados al estudio de lo urbano; para
que se rompiera la característica agorafobia disciplinar (Hannerz,
1 98 3 ) tuvo que producirse lo que se ha convenido en llamar la ter·
cera revolución en antropología, tras la que supusieron respectiva·
mente el estudio de primitivos y campesinos. Pero mientras que en
aquella particular clase de vino la juventud es una cualidad apre·
ciada, la bisoñez antropológica en el campo urbano resulta más
bien un síntoma de inmadurez e inconsistencia. En principio, no
pretendo poner en cuestión la precisión o certeza de esta afirma·
ción, sino de destacar simplemente que la referida frase se ha con­
vertido en una especie de muletilla que se repite sin apenas varia­
ción desde hace más de treinta años. ¿Cuánto tiempo tiene que pa­
sar para que la antropología urbana adquiera el pedigrí de otras
especialidades antropológicas?
Por lo general, se data el nacimiento de la antropología urbana
en un momento indeterminado que grosso modo se sitúa allá por los
años 60 y principios de los 70; es en este periodo cuando se acuña
por primera vez el concepto ( 1 963) y se publican tanto el primer
manual ( 1 968) como la primera revista de antropología urbana
( 1 972). Sin embargo, para que cristalizaran dichos hitos en el pro­
ceso de reconocimiento y normalización como especialidad de la
antropología social tuvieron que producirse previamente una am­
plia serie de acontecimientos y obviamente, de investigaciones.
Cambios ocurridos dentro y fuera de la antropología que propicia­
ron estudios, trabajos, actividades, escuelas de pensamiento, ten­
dencias, enfoques y foros de discusión, los cuales posibilitaron a su
vez que se conformara primero y se institucionalizara después algo
que se convino en llamar «antropología urbana» .
En s u espléndida Antropología della citta, Alberto Sobrero se
propone reconstruir la historia de la antropología de las sociedades
complejas como la progresiva definición de una especialización au­
tónoma en el ámbito de la antropología general ( 1 993: 3 8 ) . Lo cu-
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 17

r i os o del caso es que para referirse a tal especialidad utilizará in­


di stintamente tanto el referido concepto de «antropología de las so­
c ie da des complejas» como el de antropología urbana, en una apa­
rente ceremonia de confusión a la que el mismo título de la obra,
a ntro pología de la ciudad, no hace sino echar más leña al fuego. Se
p od rá o no estar de acuerdo con su forma de nombrar las cosas.
p ara algunos ambos conceptos denotan campos distintos de la rea­
l idad social, por lo que son difícilmente intercambiables; otros por
el c ontrario dirán sencillamente que se trata de maneras diferentes
de nombrar lo mismo. A Sobrero esta ambigüedad terminológica no
le preocupa, es más, parece encontrarse a gusto en ella. En el fon­
d o, dice, lo que denotan ambos conceptos es la manera (o maneras)
con que la antropología aborda su relación con la modernidad, con
ese mundo moderno cuya exploración tardó bastante en abordar.
En uno y otro se hallan inscritas las distintas etapas de ese largo
« camino intelectual a través del cual una disciplina nacida para in­
d a gar sobre los primitivos de Australia llega a considerarse capaz
de decir alguna cosa de los habitantes de Nueva York» (Sobrero,
1993: 46).
Por otra parte, si tenemos en cuenta las diferentes tradiciones
nacionales, resulta difícil establecer cuales son los momentos fun­
dadores de la antropología urbana: según unos, ya se puede hablar
de antropología urbana a partir de los años 20; otros consideran
que hay que esperarse al período de la Segunda Guerra Mundial; to­
davía unos terceros afirmarán que su nacimiento no tiene lugar has­
ta principios de los 70. Y no se trata sólo ·de que el interés por las
sociedades complejas y el urbanismo surge en momentos, contextos
:v por motivos diferentes, sino que dentro de cada tradición nacio­
nal, los nuevos intereses antropológicos se enfrentarán invariable­
me nte con resistencias diversas. Mientras que la tradicional fasci­
n ación por lo urbano característica de las ciencias sociales en USA
ti en de, entre otros factores, a favorecer en ese país una más tem­
p rana consolidación de la antropología urbana, en otras sociedades
oc ci de ntales su andadura corre por derroteros distintos. Así por
ejemplo, en el caso de la antropología social británica se responsa­
b il iz a a la perspectiva evolucionista tradicional y a la no menos tra­
d i ci o n al costumbre de no teorizar más allá de la investigación con­
creta de retardar unas cuantas décadas el efecto del shock discipli­
n ar i mplícito en los estudios auspiciados por el Instituto Rhodes­
l i v i n gs tone de Lusaka. En el caso de Francia e Italia, el retraso en
1� i mp la ntación de este nuevo sector de estudios se achaca, respec­
t ivame n te, a la influencia del estructuralismo y al peso de la tradi­
ció n meridionalista y folklórica. Por su parte, el desarrollo de la an-
18 ANTROPOLOGÍA URBANA

tropología urbana en España es también bastante reciente. Excep:.


ción hecha de ciertos estudios aislados como los de Kenny ( 1 961�
sobre una parroquia de Madrid o de San Román sobre los gitanos
de Madrid y Barcelona ( 1 97 5 , 1 976a , 1 976b , 1 9 86, 1 990) , podemos
datar su eclosión a mediados de los años 80 ante la influencia corn.
binada de una serie de demandas institucionales, del clima ideoló�
gico generado por el impulso de la «movida» cultural, el auge de l�
posmodernidad y la presión de una nueva generación de antropó�
logos (Feixa, 1 993a : 24-2 5 ) . i

j
2. Islas y guetos urbanos

La frase que a continuación expongo conforma algo así com


un esterotipo negativo compendiado, que reune hasta tres «errores» !
atribuibles a la antropología urbana en un pasado no muy lejano.
Dice así: « Durante bastantes años, la tendencia predominantemen­
te en la antropología urbana ha sido hacer una antropología en la
ciudad que centraba su atención en ghetos urbanos que recibían un
tratamiento descontextualizado e insular. La ciudad no era pues el
objeto central de estudio sino un mero receptáculo que contenía al
verdadero centro de interés, constituido generalmente por los po­
bres urbanos -campesinos emigrados, minorías étnicas, margina­
dos, etc.-, los cuales, a los ojos de los investigadores formaban ghe­
tos aislados y bien delimitados » (Fox, 1 977; Hannerz, 1 98 3 ; Sanjek,
1 990; Cátedra, 1 99 1 ; Pujadas, 1 99 1 ). El «modelo insular» del que
habla Cruces ( 1 997), a través del cual se observa la realidad y se
analizan los datos, permite trazar límites nítidos en torno al colec­
tivo o grupo objeto de estudio, que de este modo conforma un es­
pacio culturalmente homogéneo y holísticamente abarcable, aun­
que por lo común desgajado de su entorno inmediato.
Pero esta manera de ver las cosas resulta excesivamente sim­
plista. En primer lugar, porque a pesar de los reiterados esfuerzos
por distinguir lo que se ha convenido en llamar la antropología en
la ciudad (la ciudad como escenario del objeto de estudio) de la an­
tropología de la ciudad (la ciudad como objeto de estudio), la difi­
cultad de separar una y otra es muy grande. Por un lado, porque
para capturar la complejidad de la vida urbana, los antropólogos tu­
vieron que destacar desde el principio relaciones, formas y princi­
pios organizativos que iban más allá de los que implica el orden del
parentesco. Al hacerlo, se alejaron de la etnografía clásica repre­
sentada por los iroqueses, los trobriandeses o los nuer, desarrollan­
do al mismo tiempo dos tipos de enfoques: uno empeñado en do-
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 19

u m en ta r los que Sanjek ( 1 996: 5 5 5 ) denomina «micro-terrenos de


f ,¡da co tidiana» ; otro de carácter más holístico, interesado en cap­
a a� formas y cualidades del urbanismo. Una antropología en la
l s
t
��idad y de la ciudad evolucionando de forma paralela, pero tam-
ci
bién in te ra ctuan d o entre s1 pese a 1 as frecuentes ignorancias mu-
' · ·

as y a los notables desequilibrios existentes entre ellas. Por otro


tu
la o, p orq ue como indica Nestor García Canclini, «aunque desde el
d
sig:lo x1x la bibliografía antropológica se nutre de numerosos estu­
dios so bre ciudades, debemos reconocer que frecuentemente, cuan­
do los antropólogos hablan de ciudades, en realidad están hablan­
do de otra cosa. Aunque se ocupen de Lusaka o de Ibadán, de Sao
Paulo o de Mérida (México), lo que intentan saber muchas investi­
gaciones es cómo se producen los contactos culturales en el con­
texto colonial o las migraciones durante la industrialización, cuales
son las condiciones de trabajo o los hábitos de consumo, qué que­
da de las tradiciones tras el avance de la modernidad» ( 1 997c : 3 8 1 -
382).
En segundo lugar, porque al seguir a los destinatarios habitua­
les de la investigación antropológica en su éxodo hacia la ciudad, la
disciplina aceptó el desafío que este ámbito representaba para unos
c onceptos y técnicas que habían sido elaborados para estudiar co­
munidades pequeñas, ya fueran indígenas o rurales. Continuó pues
investigando a los Otros, siempre pobres (o marginales) y ahora de­
sarraigados, que se instalaban en las ciudades; al hacerlo siguió en
p a rte el mismo modelo de aproximación que había aplicado con
éxi to en las aldeas o pueblos natales de los emigrantes. Nos referi­
mos obviamente a ese modelo insular que contiene las ideas de isla
\/ de ciclo y que ha tenido tanto peso entre los antropólogos. Como
señala Francisco Cruces, el éxito de tal modelo no se debe al azar,
s i n o a que « es precisamente por la constitución de una isla espacial
\/ un tie mpo cíclico -es decir, de una localidad, de un lugar- por
l o qu e la gente puede llegar a identificarse y ser identificado como
difere nte » ( 1 997: 47). Existió -y ciertamente aún persiste- una an­
t ropolo gía urbana obsesionada por los ghetos y erigiendo islas por
tod as partes. Pero no está de más recordar que tales sesgos ya fue­
ro n sup erados hace por lo menos dos décadas. Como es bien sabi­
do, e n los años 80 tienen lugar toda una serie de cambios signifi­
c ativ o s en la antropología urbana, especialmente en lo que se refie­
re a la sustanciosa ampliación de los temas de estudio (Sanjek,
1990). En lo que respecta a los cambios a nivel teórico y metodoló­
g i c o cabe destacar dos cosas: que empezaron bastante antes y que
se h an incrementado en la última década para afectar al conjunto
de la antropología. En ese sentido, como destaca García Ganclini
20 ANTROPOLOGÍA URBANA

( 1 997c : 382), la problemática urbana se revela como un importante


factor que ha colaborado poderosamente a la reestructuración del
proyecto antropológico.
Los cambios a nivel metodológico se pueden resumir con una
sóla frase: consolidación de la etnografía acompañada por una con­
siderable apertura o flexibilidad metodológica. En efecto, por un
lado, la antropología, mediante el trabajo de campo realizado en el
ámbito urbano, ha podido mostrar la fecundidad de sus instru­
mentos conceptuales y metodológicos para abordar algunos aspec­
tos clave de las ciudades contemporáneas. Y esto es así porque las
técnicas de captación de datos intensivas y de larga duración utili­
zadas por los antropólogos -entre ellas la observación participan­
te- son las únicas que permiten establecer relaciones fiables con
la gente y, por tanto, resultan tan esenciales en un terreno urbano
como en una aldea de Samoa. Su cometido fundamental es des­
mantelar ideas previas inadecuadas y generar al mismo tiempo
ideas previas con sentido; por eso son la base para un buen plan­
teamiento del diseño teórico etnográfico y del diseño con nuevas
técnicas. 1
Pero como enfatizan Carrier y Miller ( 1 999), los antropólogos
son los primeros que deben creerse su (importante) historia de in­
mersión en la etnografía; por eso, estos autores, interesados por la
esfera económica, realzan la necesidad de estudiar etnográficamen­
te las instituciones financieras actuales y de poner en contacto las
finanzas globales -articuladas a un sistema de flujos cada vez más
abstractos- con las relaciones sociales que tienen lugar en su inte­
rior, cuyo carácter continua siendo eminentemente personal y local.
Investigaciones como la de Leyshon y Thrif ( 1 997) sobre la City de
Londres nos ayudan a desmitificar dichas instituciones, poniendo
en contacto sus abstractas y fluidas operaciones con la experiencia
cotidiana de la humanidad.
Por otra parte, pese a las indiscutibles ventajas que conlleva el
uso de la observación participante en ámbito urbano, no hay razón
alguna para abrazar un purismo metodológico como una cuestión
de principios. Lo razonable parece más bien lo contrario: preconi­
zar la necesidad de una gran flexibilidad metodológica, que com­
porta el reunir datos a partir de métodos, técnicas y fuentes distin­
tos. El método etnográfico, el trabajo de campo intensivo, debe ser
concebido como proteico, flexible y moldeable, capaz de adaptarse
contínuamente a los nuevos contextos y a los distintos intereses y
necesidades, ya sea modificando los procedimientos establecidos o

1 . Debo esta sugerencia metodológica a Teresa San Román.


LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 21

fa b ri cando nuevos instrumentos de análisis. Evidentemente, el uso


de ot ras técnicas -nuevas o no- es importante, porque la variedad
de té cnicas contrarresta los sesgos particulares introducidos por
cada una de ellas. Cada técnica, ya sea extensiva o intensiva, posee
vi rt udes diferentes: unas son adecuadas para generar hipótesis teó­
r i ca s e interpretativas, otras sirven para medir o calibrar la ampli­
tud de las generalizaciones. Lo urbano, por su tamaño y compleji­
dad, parece necesitar de un enfoque triangular -de « triangulación»
habla exactamente Hannerz ( 1 983: 380)-, consistente en combinar
tres métodos distintos pero complementarios: los métodos históri­
cos, los métodos cuantitativos y el método etnográfico.
La fertilidad de esta flexibilidad metodológica se hace evidente,
po r ejemplo, en la investigación de Teresa Caldeira (2000) sobre las
experiencias de violencia, la reproducción de la desigualdad social
v la segregación espacial en la ciudad de Sao Paulo. Aunque la cita
� s un poco larga, merece la pena escuchar sus propias palabras re­
tfr iéndose a los aspectos metodológicos de su obra. Dice así: «Mi in­
vestigación realizada en Sao Paulo desde 1 98 8 hasta la actualidad,
se basa en una combinación de metodología y tipos de datos. La ob­
servación participante, considerada generalmente como el método
por excelencia de un estudio etnográfico, no fue por lo general via­
ble en este estudio a causa diversas razones interconectadas. Pri­
me ra, la violencia y el crimen son difíciles, sino imposibles, de es­
tudiar mediante la observación participante. Segunda, la unidad de
a n álisis para el estudio de la segregación espacial ha sido la región
me tropolitana de Sao Paulo. Un área urbana con diez y seis millo­
nes de habitantes no puede ser estudiada siguiendo métodos dise­
ñados para el estudio de pueblos pequeños. Podía haber estudiado
barrios . . . sin embargo, mi interés fundamental no era hacer una et­
nografía de las diferentes áreas de la ciudad, sino un análisis etno­
gráfico de las experiencias de violencia y segregación, y éstas no po­
dían estudiarse de la misma manera en los diferentes barrios. Mien­
tr a s que en los vecindarios de clase trabajadora existe todavía una
vi da pú blica y están relativamente abiertos a la observación y a la
P art ic ip ación, en los vecindarios residenciales de clase media y cla­
se a lt a la vida social se ha recluido en el interior y se ha privatiza­
do l a ob servación participante no es allí viable. Utilizar la obser­
�ac.··ión participante en las áreas pobres y otros métodos en las
areas ric as podría significar "primitivizar" a las clases trabajadoras
Y negligir la relación entre clase social y espacio público. Final­

�ente, tuve que utilizar otros tipos de información porque estaba


interesada en un proceso de cambio social que la observación di­
rect a só lo puede captar de forma marginal» (2000: 1 1 - 1 2) . Para al-
22 ANTROPOLOGÍA URBANA

canzar su objetivo Caldeira combinó una pluralidad de fuentes y


métodos: analizó estadísticas de criminalidad y anuncios de prensa,
estudió la historia y las prácticas de la policía civil y militar, re­
construyó el proceso de urbanización de Sao Paulo, y realizó entre­
vistas en profundidad en tres áreas metropolitanas distintas.
En lo que se refiere a las preocupaciones teóricas de los antro­
pólogos urbanos es evidente que ahora, al igual que en épocas an­
teriores, coinciden con las del resto de los antropólogos sociales.
A ese tenor, uno de los temas que suscita mayor interés y debate es
el de la articulación entre los niveles micro y macro. ¿Qué caminos
permiten a la antropología mantener su confianza en la etnografía
y ocuparse al mismo tiempo de la relación entre lo que observan en
el trabajo de campo y los procesos globales? Las propuestas al res­
pecto están siendo muy diversas; las más fructíferas, sin embargo,
apuntan hacia un objetivo que Carrier y Miller explicitan con clari­
dad meridiana: «escapar de una antropología que, o se decanta por
ser una ciencia de las estructuras globales o universales como en los
años 70, o por ser una disciplina que esconde su cabeza en la are­
na de las "subjetividades nativas" como ocurre en los años 90»
( 1 999: 42). Esta ácida frase sobre la « antropología que emplea la
táctica del avestruz» hace referencia a las dos (graves) consecuen­
cias que entre nosotros tuvo el debate postmoderno relativo a la cri­
sis de la representación y a las críticas a las prácticas de exclusión
de la teorización occidental: la retirada al particularismo etnográfi­
co y el alejamiento (o incluso rechazo) de la teoría. Por decirlo sua­
vemente, ambas reacciones son, como mínimo, desafortunadas. Por
un lado, como observa agudamente Henrietta Moore, «el proble­
ma . . . es que una retirada al particularismo etnográfico no puede ser
nunca una respuesta apropiada a la acusación de que las metateo­
rías modernistas eran excluyentes, jerárquicas y homogeneizadoras.
Valorar las diferencias culturales requiere teoría; valorar las cone­
xiones entre formas de diferencia cultural y relaciones jerárquicas
de poder requiere teoría; unir las experiencias personales a los pro­
cesos de fragmentación y globalización requiere teoría» ( 1 999: 7).
Por otro, resulta bastante obvio que el alejamiento de la teoría fue
parcial e ilusorio. Por utilizar un simil sencillo y a la vez cercano, a
los postmodernos les ha pasado con la teoría lo mismo que a la dic­
tadura franquista con la política: si al proclamar su apoliticismo los
franquistas estaban haciendo política, la anti-teoría de los primeros
constituye su particular forma de hacer teoría.
Pero las islas (modelo insular) y los refugios (etnográficos) se
han resquebrajado. Los cambios habidos dentro y fuera de la disci­
plina han transformado sus tradicionales conceptos centrales; la di-
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 23

,·e rsidad y la diferencia han tomado nuevos significados. La antro­


pol ogía, al abordar estos aspectos en el ámbito urbano, explora un
te ma conocido aunque en un contexto nuevo. Y es un contexto nue­
,·o no tanto porque la ciudad sea un terreno desconocido para los
a ntropólogos, que no lo es, sino porque los profundos procesos de
tran sformación actualmente en marcha (procesos de multicultura­
l i s mo y de segregación, procesos de lo global y de lo local) han afec­
tado tanto y de tal forma a las ciudades que han puesto en entredi­
cho las teorías y definiciones vigentes hasta hace poco sobre la ciu­
dad y lo urbano. Según García Canclini ( 1 997c), la diversidad
so ciocultural, que constituye un factor de interrogación constante y
permanente de la antropología, es en la actualidad uno de los temas
más desestructurantes de los modelos clásicos propuestos por la
teoría urbana. Al menos en antropología, las grandes cuestiones
contemporáneas son en buena medida continuación de viejas cues­
tiones como ¿qué es la cultura?, ¿cómo se genera la diversidad?,
¿cómo se construye y se vive el multiculturalismo contemporáneo?,
etc étera. Pero sobre estos y otros interrogantes planea otro de ín­
dole superior que pone en entredicho el potencial explicativo de la
a ntropología urbana.

3. Estados carenciales

Destacaba Patricia Safa hace unos años que «los antropólogos


contamos ya con un cúmulo importante de información empírica,
pero hemos participado poco en la construcción de una teoría so­
c ial que permita, por medio del análisis, llegar a generalizaciones
e x plicativas sobre la experiencia urbana. . . La carencia de un es­
fuerzo explicativo . . . se debe, en parte, a que en la mayoría de los
c asos, los antropólogos, a diferencia de los sociólogos, hemos llega­
do a la ciudad tratando de utilizar enfoques, problemas y métodos
que si rvieron para estudiar comunidades étnicas o campesinas»
0 99 3 : 284). Estos énfasis negativos no son ni mucho menos novedo­
sos. Vienen repitiéndose con regularidad desde que fueron plantea­
das en la década de los años 70 (Gulick, 1 973; Fox, 1 977; K. Moore,
1975). Ta nto en la literatura anglosajona como en la latinoamerica­
na (Hannerz, 1 98 3 ; Sariego, 1 988) se resalta la carencia de una teo­
r ía Y una metodología antropológica sobre lo urbano, de ahí ese
c onc e p to de «estados carenciales » que encabeza este apartado.
Co mo contrapunto a esta empobrecedora y a mi entender erró­
ne a vi sió se puede anteponer aquella otra que planteaba Basham
h a c e casintreinta años, dice así: «el trabajo urbano no ha llevado a
24 ANTROPOLOGÍA URBANA

los antropólogos a ámbitos teóricos y metodológicos distintos, sino


que ha reflejado y revisado aquellos que ya existían anteriormente»
( 1 97 8 : 29). Según este autor, existe una clara continuidad entre lo
que él denomina la «antropología tradicional» y la «antropología ur­
bana y de las sociedades complejas » : ambas continúan interesadas
en cultivar los mismos tópicos antropológicos, tales como el paren­
tesco, el lugar del individuo en la sociedad, la aculturación que se
deriva del contacto entre culturas y la forma de unir la compara­
ción intercultural y la descripción etnográfica. Pero dicha continui­
dad no implica que la antropología urbana sea una simple exten­
sión del estudio de las sociedades primitivas y campesinas; por el
contrario, Basham reivindica la necesidad de innovar, de producir
nuevos enfoques a fin de poder afrontar el reto que supone el estu­
dio de la vida urbana ( 1 978: 30) .
Las palabras de Basham, proclamando la ininterrumpida línea
de continuidad entre la antropología y su especialidad urbana, pero
reclamando a la vez la necesaria y fertil autonomía de la segunda,
nos sugieren varias reflexiones complementarias. La primera es de
carácter defensivo y supone plantear sin ambages un argumento
que ya esgrimido anteriormente: en parte, la supuesta «indigencia»
teórico-metodológica de la antropología urbana y su incapacidad de
generalización explicativa no harían sino reflejar determinadas ten­
dencias y sesgos que, con diferentes variantes, que vienen distin­
guiendo a una parte de la antropología desde hace décadas. Porque
como es bien conocido, la desconfianza, el rechazo o el miedo a la
teoría, o más exactamente a hacer teoría, fue un hábito enraizado
en y difundido por la antropología británica desde los tiempos de la
antropología clásica. La conocida comparación de Lienhart entre
la relación entre teoría y etnografía, y un guisado de elefante y co­
nejo resulta muy ilustrativa de esta forma de ver las cosas. Lo que
se necesita, venía a decir Lienhart, es una etnografía de elefante y
una teoría de conejo. El arte de este particular guiso consiste pre­
cisamente en que predomine en él el aroma de conejo, pese a la pro­
porción mínima de este ingrediente.
Por su parte, como ya he mencionado antes, el debate decons­
truccionista o postmoderno2 forzó ciertamente a la antropología a
repensar aspectos de su práctica, pero lo hizo de tal manera que
alentó su alejamiento de la teoría acompañado de un volcarse en la
etnografía y/o en la interpretación. Pese a que entre los antropólo-
2. Que, entre otras cosas, supuso un cuestionamiento profundo tanto de los supuestos y
técnicas usados para desarrollar y trasmitir las representaciones culturales y las interpretacio­
nes, como de la autoridad del antropólogo como autor, y un fuerte énfasis en la parcialidad de
todas las interpretaciones.
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 25

go s británicos y los postmodernos el énfasis parece el mismo, entre


�i nos y otros la suerte de la etnografía correrá por derroteros dis­
ti n t os. Mientras que entre los primeros la mitificación de la prácti­
c a etn ográfica aumentó ad infinitum su valor y su uso, a lo que han
cond ucido no pocas veces las críticas postmodernas3 es a un aban­
do no o a una devaluación-caricaturización de lo que Nancy Sche­
pe r-Hugues denomina «práctica de la etnografía descriptiva» ( 1 998:
38), unas críticas de las que esta autora se declara explícitamente
c a ns ada. En cualquier caso, me parece falaz hablar de oposición en­
tre teoría y etnografía, porque el conocimiento sobre algo construi­
do desde una disciplina académica es hacer teoría, no es reflejar la
reali dad. La descripción etnográfica es una construcción teórica he­
cha a base de generalizaciones empíricas, de causas e interpreta­
ciones. No se trata de hacer etnografía (descripción) o teoría (com­
p a ración), sino del nivel de las generalizaciones causales e inter­
pretativas y de su mayor o menor capacidad de dar cuenta de más
o menos fenómenos.
La última reflexión alude a la reacción de la antropología ante
los múltiples retos que plantea el estudio de lo urbano. En efecto,
cuando desde las culturas tradicionales se pasa al entorno urbano,
l a esperanza de que la unidad de análisis se pueda delimitar facil­
mente y que sea posible trabajar con esa aproximación holística que
otorgaba a la antropología una posición preeminente respecto a
otras ciencias se hace cada vez más difícil. A estos y otros retos,
además del ya mencionado enfoque del gueto,4 consistente en apli­
car a las ciudades modernas las técnicas y procedimientos metodo­
ló gicos usados en la investigación de las comunidades preindus­
t ri a l es , 5 la antropología antepone diversas perspectivas teórico-me-

3. Concretamente aquellas que destacan que • la etnografía y el trabajo de campo son


una intr usión
\a c i ó n antropolinjustificable en la vida de pueblos vulnerables y amenazados• , o que •la obser­
ógica es un acto hostil que reduce a los •sujetos• a meros «Objetos• de nues­
tra mirada científica discriminante e incriminante• (Scheper-Hugues, 1 99 8:38 ).
4. Concepto que utiliza Sobrero ( 1993) para representar la variante del modelo insular
dt•n t ro de la antropología urbana.
5. La aplicación de este modelo en el ámbito urbano da como resultado un estudio de
los enclav es urbanos y las comunidades étnicas, las minorías y los barrios pobres, etc. Como
;,...l' cihaudad
re petid o multitud de veces, en el paradigma del gueto los grupos sociales que habitan en
ll'to iorit-ario
t u n p rade
y no tanto la ciudad en la que viven los grupos sociales- se constituyen en el ob­
de estudio. El espacio urbano se presenta asf fragmentado en multitud de co­
d s que conforman otras tantas unidades • naturales• de análisis: son microcosmos
anu t osi u fi cie ntes dotados de una estructura particular y suficientemente delimitados como para
'L't· es
,

t udia dos de una manera etnográfica y holfstica. Esta clase de estudios hunde sus raíces
t' n . l a esc uela de Chicago, se desarrolla con especial ímpetu en USA y presta una especial aten­
Lt>n a los enclaves de la pobreza: las minorías hispanas de Nueva York (Lewis, 196 9 ) , la vida
'e los indi os en las grandes ciudades de norteamérica (Waddell y Watson, 1 971) el gueto ne­
gro de Washington (Hannerz, 1 96 9 ) , o los alcohólicos de Seattle (Spradley, 1970).
.
26 ANTROPOLOGÍA URBANA

todológicas, entre las que destacaré el análisis de redes, el análisis


situacional y los enfoques que Hannerz y Sanjek denominan «des­
de arriba» y «desde dentro » .

3. 1 . E L ANÁLISIS DE REDES
Posiblemente, el principal motivo por el que los antropólogos
adoptaron tan tempranamente el análisis de red fue, como indica
Hannerz ( 1 98 3 : 2 1 9) , su creciente interés por la vida social en me­
dio urbano y por las sociedades complejas en general. Es así como
a partir de los años 50, el anális de redes encuentra aplicación tan­
to en los estudios sobre la urbanización africana de la Escuela de
Manchester6 como en los trabajos realizados en Europa sobre la
cultura de las pequeñas comunidades urbanas o semi-urbanas (Bar­
nes, 1 954; Frankenberg, 1 966 y 1 980) y sobre familia y parentesco
en ambiente urbano (Bott, 1 99 1 ; Firth, 1 95 6 ; Firth et al. , 1 969).
Los trabajos de Banton ( 1 973) y de Southall ( 1 973) sobre el con­
cepto de rol constituyen una de las referencias más importantes de
los estudios que participan de este enfoque, algunas de cuyas ideas
centrales Sobrero ( 1 993: 1 66) sintetiza de la manera siguiente: pri­
mero, la sociedad puede describirse a partir de las relaciones que
unen a unos individuos con otros y de la configuración de sus roles
sociales, de la forma que toman las relaciones entre estos roles y las
reglas que ordenan tales relaciones. Segundo, estos roles-relaciones
pueden jugarse en muchos campos (parentesco, económico, religio­
so, sexual, etc.), a la vez que asumir un peso y unas características
muy diversas en las distintas sociedades; sin embargo la base siem­
pre será la misma: individuos que se relacionan unos con otros so­
bre la base de reglas, de sistemas de derechos y deberes, más o me­
nos ritualizados mediante ceremonias. Tercero, la descripción de la
sociedad tradicional aparece como relativamente simple dado que
los roles sociales son relativamente pocos y están por lo general bas­
tante bien definidos. Por último, lo que caracteriza a la sociedad
moderna y lo que complica su análisis es la gran cantidad de roles
atribuidos a cada individuo, la mayor extensión de las cadenas de
relaciones y, sobre todo, la no evidencia inmediata de las reglas que
determinan los roles-relaciones.
Durante muchos tiempo, el análisis de redes se ha asociado a la
microantropología. Ello se debe, a que desde los trabajos pioneros

6. Por ejemplo, véase a este tenor los trabajos de Mayer ( 1 96 1 , 1 962 ) y de M itchell
( 1 969, 1 973 y 1 974).
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 27

d e Bames y Bott hasta principios de los años 70 buena parte de los


estu dios se focalizaron sobre redes personales, frecuentemente ego­
c en tradas, en las que la interacción de los individuos era siempre
c ara a cara; el comadreo y control social informal, la micropolítica
,. manipulación del entorno para la consecución de recursos eran
a lgunos de los temas habituales de estudio. Junto a esta tendencia,
H annerz ( 1 992a) destaca la existencia de otra bastante menos co­
n ocida en la que la idea de red aparece vinculada a la macroantro­
p ología (cita el trabajo de Redfield y el de algunos de sus colegas y
d i scípulos que trabajaron sobre el modelo de organización socio­
cultural de la civilización de la India). Al reivindicar tal tendencia,
Hann erz está defendiendo la idoneidad del análisis de redes para
captar procesos de integración más amplios.
Así, por un lado, desde esta perspectiva más macro del análisis
de redes se puede observar a la ciudad (o a las ciudades) a partir de
su rol de mediación a lo largo de la escala de entidades territoriales
e institucionales, de su posición en las redes de relaciones imperso­
n ales y finalizadas que atraviesan el conjunto del territorio y que
unen los puntos centrales con la periferia. Adoptar esta perspectiva
re ticular nos permite fundamentalmente tres cosas: en primer lugar,
captar «la estructura de "célula abierta" de la ciudad, su esencia . . .
de relaciones siempre nuevas y el hecho de que la presencia de los
" otros" sea la condición normal de la vida ciudadana» (Sobrero,
1 99 3 : 1 76); superar en segundo lugar aquella oposición bipolar so­
c i e d ad urbana / sociedad folk que tanto quebraderos de cabeza ha
ocasionado a los estudiosos del campo urbano; por último, dejar de
c onsiderar como excepcional la presencia de aspectos comunitarios
(c a mpesinos, tribales u otros) en la ciudad o viceversa.
Por otro lado, el análisis de redes también se revela idóneo para
c a ptar el proceso de integración mundial a nivel cultural. «La red
-a firm a Hannerz- continua siendo una metáfora útil cuando in­
tentam os pensar de una manera ordenada . . . sobre algunos de los
h ete o géneos conjuntos de relaciones a larga distancia que organi­
r

z a l a cul tura en el mundo de hoy . . . Se puede concebir a la ecume­


n e global como una gran red única. . . como una "red de redes" »
( l 9 9 2a : 5 1 ) . Lo que hace atractivo el análisis de redes a los ojos de
H a n nerz es su apertura, su capacidad de atravesar las unidades de
a n álisis convencionales, de mostrar los vínculos transnacionales
que e x isten entre las diferentes esferas institucionales o entre los di­
fe ent
r es grupos o categorias sociales, un fenómeno que como sabe­
�o s se halla intimamente ligado a la revolución del transporte y de
os m ed ios de comunicación. Ellos han hecho posible ese amplio
ra ngo d e diásporas étnicas, corporaciones transnacionales, sociedad
28 ANTROPOLOGÍA URBANA

de la jet-set y fuga de cerebros, turismo, colegas científicos invisi•I


bles, intercambio de estudiantes, asociaciones voluntarias interna-i
cionales como Amnistía Internacional o la EASA, amen de un lar�
guísimo etc. Se trata de comunidades e instituciones dispersas, de1
agrupamientos de gente que se encuentra y se separa regularmen­
te, de relaciones a corto plazo y de encuentros efímeros que difícil-.
mente podremos captar si los observamos aisladamente; más bien
hay que verlos de una manera agregada, como un modelo de cone­
xiones que se solapan, se entrecruzan o siguen líneas paralelas. D�
ahí la propuesta de este autor de una network ethnography capaz de
captar cómo se conduce la gente que tiene una existencia más glo­
balizada ( 1 992a : 47 ) .

3.2. E L ANÁLISIS SITUACIONAL


En el ámbito de los estudios urbanos el enfoque situacional sur­
ge en el fructífero marco del Instituto Rhodes-Livingstone y de la
que más tarde será conocida como la Escuela de Manchester. Como
señalan Rogers y Vertovec ( 1 995), uno de los intereses prioritarios
de dicha escuela fué el análisis de problemas sociales en «una so­
ciedad total» , un tema que hizo operativo a través de sus investiga­
ciones sobre la adaptación de los grupos tribales a las condiciones
de migración, industrialización y. urbanización del periodo de do­
minación colonial en África. Los integrantes de esta emergente tra­
dición pensaban que ningún investigador individual podía dar cuen­
ta de todos los variados fenómenos que se producían en el campo
de estudio. De ahí su interés en cuestiones metodológicas que im­
plicaran la delimitación de los tópicos de investigación o de las uni­
dades de análisis, las formas de interconexión entre campos de ac­
tividad humana y los órdenes o niveles de abstracción teórica. Pre­
cisamente, el análisis situacional se situa dentro de estas
preocupaciones metodológicas.
En contraste con la perspectiva que Guillermo de la Peña ( 1 993 )
denomina la «herencia malinowskiana»,7 el enfoque situacional

7. Según esta aproximación, las transformaciones que tuvieron lugar en el África subsa­
hariana tras la 11 Guerra Mundial se explican a partir del concepto malinowskiano de •contact o
cultural• . Se visualizaba el encuentro de una esfera tribal y una esfera europea del que surgirían
diversas culturas híbridas, en las que los diferentes grupos sociales irían incorporando los ele­
mentos que les resultarían más funcionales para satisfacer sus necesidades. Implícita o explíci­
tamente se preveía que la economía urbano-industrial se difundiría en las zonas rurales, vol­
viendo poco a poco obsoletas las antiguas culturas africanas, cuya funcionalidad dependía de una
situación preindustrial. Para De la Peña ( 1 993: 2 1 -22), los estudios de Little ( 1 957, 1 965) y Ban­
ton ( 1 957, 1 966) sobre el proceso de urbanización en Sierra Leona pueden ser considerados
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 29

as umió el hecho de que tras varias décadas de dominio colonial,


t anto el africano urbano como el africano tribal pertenecían al mis­
m o sistema sociocultural y político que el europeo. Las caracterís­
t i cas «premodemas» de las zonas tribales no derivaban un supues­
t o ai slamiento, ya que no estaban aisladas, sino de su articulación
s ubordinada en el sistema global. Al emigrar de su territorio ances­
t ra l a la ciudad, los africanos adquirían nuevos roles definidos por
s u nueva situación en el sistema. Pero esos roles no implicaban ne­
ce saria mente una transición de la cultura tribal a la cultura mo­
dern a. Podía tratarse de un mero « cambio situacional» , es decir, al
regresar a su lugar de origen la gente solía asumir sus papeles pre­
v i os. Por la misma razón, no debía pensarse que los inmigrantes ur­
b anos llegaban a la ciudad cargados con su cultura para ir luego
a daptándola a las nuevas necesidades. Por el contrario, como des­
t a ca De la Peña ( 1 99 3 ) , en el enfoque situacional, la cultura es de­
finida como la expresión idiomática de una situación determinada.
E sta expresión se operacionaliza para su análisis en lo que Gluck­
man ( 1 95 8 : 5 7-6 1 ) llama «costumbres» , a las que define como con­
ductas estandarizadas observables. Una misma costumbre, al en­
contrarse en situaciones diferentes, tendrá un significado distinto;
no podrá hablarse, entonces, de continuidad entre una situación y
otra sino en términos formales. Ahora bien: toda situación involu­
cra tanto relaciones de solidaridad como de conflicto; por eso, la
persistencia o cambio de costumbres tendrá que explicarse en tér­
m i nos de las oposiciones y formas de cooperación surgidas en una
situación específica. Así, la plasticidad de ciertas costumbres triba­
l e s en la ciudad puede relacionarse con las manifestaciones urbanas
d e la oposición existente entre los africanos y los europeos, entre los
a fri canos de distintas tribus, y entre los africanos urbanos de dis­
t i nto s grupos de status o clases sociales (Mitchell, 1 9 66: 5 6-6 0) .
Aunque codificado por Mitchell ( 1 9 8 3 , 1 9 8 7 ) , los orígenes del
a n á l i s i s situacional parecen remontarse al estudio de Gluckman so­
b re la ceremonia de inauguración de un puente en Zululandia
( 1 95 8 ) . Usando este acontecimiento como punto de partida, Gluck­
inan de sveló la naturaleza de la vida social y cultural africana den­
t ro del co ntexto de la dominación colonial blanca, mostrando cómo
los ele mentos del orden social más amplio se expresan a través de
a q u e llo s otros presentes en la situación.
------
� '. ' .' 110 representat ivos de este tipo de enfoque, y en ellos se emplean prolijamente conceptos ta­
�' c o m o integ ración, adaptación y significación funcional. Estas investigaciones no sólo desta­
L ,u i l a im portante función adaptativa desempeñada por las asociaciones voluntarias entre los
;;:'i gr\ '.inn tes africanos, sino que plantean además que las nuevas asociaciones irían sustituyendo
1 cu l os de parentesco y afiliación tribal, hasta alcanzar un nuevo patrón integrativo.
30 ANTROPOLOGÍA URBANA l
En palabras de Mitchell, el análisis situacional se define com j
«el aislamiento intelectual de un conjunto de acontecimientos dJ
contexto social más amplio en el que se inscriben con el fin de fa�
cilitar un análisis lógicamente coherente de esos acontecimientos�
( 1 9 8 7 : 7 ) , el cual permite a su vez la comprensión del contexto má�
amplio. Para lograr esto es necesario que el analista identifique Y!
especifique unos niveles de abstracción que aunque distintos y nd
reducibles unos con otros, se hallan relacionados entre sí de una:
manera lógica y reflexiva. Según este autor, el análisis situaciona�
permite especificar tres componentes de la estructura social episte ..
mológicamente distintos. El primero es un «Conjunto de aconteci"'I
mientos» , actividades o conductas sobre los que el analista posee al­
guna justificación teórica para considerarlos lógicamente interco­
nectados y como un problema. El segundo componente es la
«situación» , que consiste en el significado que los propios actores
atribuyen al acontecimiento, a las actividades o conductas; tales sig­
nificados pueden ser específicos para la ocasión, estar sujetos a la
negociación o a la contestación y pueden incluir el estudio de
la construcción simbólica. El tercer y último componente es el
«contexto estructural» (setting) dentro del cual tiene lugar el acon­
tecimiento o actividad y que es un constructo analítico que no ne­
cesariamente es compartido o conocido por los actores. El análisis
«consiste en una interpretación en términos teóricos de cómo la
conducta se articula tanto con el contexto estructural como con la
definición cognitiva del actor de la situación» (Mitchell, 1 9 8 7 : 1 7 ) .
Mitchell considera además que no existe un conjunto universal de
parámetros contextuales8 que sean aplicables a cualquier situación,
sino que éstos deben ser precisados en cada ocasión. Conviene te­
ner presente que lo que se obtiene del análisis situacional no es un
retrato en miniatura de la realidad social más amplia (recordemos
que el caso seleccionado no tiene porqué ser típico y repetitivo),
sino como dice Kapferer ( 1 99 5 ) , la esencia de la construcción y re­
construcción de realidades englobantes; se trata además de un mé­
todo en el que el peso del análisis recae plenamente sobre el inves­
tigador, ya que no se permite a los datos que hablen por sí mismos.
En el caso de los integrantes de la Escuela de Manchester, ejem­
plifican el uso de este enfoque, entre otros, los estudios de Mitchell
( 1 9 5 6 ) sobre el dominical Kalela Dance del grupo bisa y de Epstein

8 . Los parámetros o rasgos contextuales son elementos de un informe que el analista


suele dar por dados y que generalmente son considerados como fenómenos de un orden dife­
rente de la conducta social. Son externos a ésta, pero sólo en sentido analítico, ya que los ras­
gos contextuales no son algo aislado de la acción social ni impermeables al cambio. Su sepa­
ración conceptual es más una necesidad analítica que una afirmación sobre la naturaleza de
la realidad.
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 31

( ¡ 982 ) sobre el nacimiento de un argot urbano; ambos trabajos, rea­


l i zad os en las postrimerías del colonialismo sobre la ciudad minera
de Lu saka (antigua Rodesia del norte, hoy Zambia), muestran res­
p e cti vamente cuales eran los rasgos centrales de la estructura social
urbana y el surgimiento de un nuevo modo de vida urbano.
La razón que hace relevante la aplicación del análisis situacio­
n a l al contexto urbano tiene que ver con la variación de los pará­
m e tros contextuales. Al contrario de lo que pensaban Wirth y otros
t e óricos de la modernización, hoy en día está generalmente acepta­
do que no existe una definición universal de lo urbano, válida para
todas las culturas y épocas. Esto no significa que no sea importan­
t e identificar las condiciones específicamente urbanas que forman
p a rte de un conjunto de parámetros contextuales. Aunque el tama­
fi o , l a densidad y la heterogeneidad pueden ser apropiados para de­
fi nir el contexto, están lejos sin embargo de agotarlo. Otros ele­
mentos definitorios de lo urbano también pueden ser relevantes,
como el consumo colectivo, la proximidad espacial, etc. En una era
de transformaciones tan rápidas y profundas como la nuestra, al­
gunos de los antiguos rasgos continúan en vigor aunque combina­
d o s con otros nuevos. La consolidación de las culturas globales, al
i gual que los procesos de mestizaje e hibridación requiere una in­
vestigación urbana sensible, capaz de captar las permanencias y los
cambios en el marco de unos contextos tan cambiantes como los ac­
tu a l es . A este tenor, la pertinencia del análisis situacional parece in­
cuestionable, tal y como muestran algunos recientes estudios.9 Tal
es el caso de Rogers ( 1 99 5 ) , quien recientemente se ha inspirado en
l a influyente The Kalela Dance de Mitchell para analizar las relacio­
nes étnicas entre afroamericanos y latinos en la ciudad de Los Án­
g eles. Su estudio, como veremos sucintamente a continuación, evi­
de n cia otra de las ventajas del enfoque situacional: al reconocer lo
i nevit abl e del conflicto abierto o latente, nos obliga a hablar de las
c ul turas urbanas, esto es, de los diversos conjuntos de valores, sím­
b ol os, categorías y normas institucionales que expresan oposiciones
\ alian za s, y cuyo grado de relevancia varía.
En el mencionado trabajo Rogers describe dos celebraciones
P ú b l i c a s que cada año tienen lugar en Los Ángeles. La primera con­
��1 e rnora la batalla del 5 de mayo de 1 8 62 , cuando las fuerzas me­
! 1 ca n as derrotaron al ejército francés, que simboliza la lucha anti­
i ni p e rialista y la solidaridad nacional mexicana. Aunque en Méxi­
c o és ta e s una fiesta poco importante, en USA se ha convertido en
, 1. 9. Como una buena muestra de ellos, véase al respecto los trabajos reunidos en la obra
' 'lada
.

po r
Rogers y Vertovec ( 1 995) en homenaje a Mitchell.
32 ANTROPOLOGÍA URBANA

una de las celebraciones más importantes de la comunidad chica.,


na. Pese al carácter básicamente latino de los actos, consistente en'
un gran desfile y una pequeña ceremonia final, resulta paradójico
que en ellos dominen tanto los estilos culturales como los partid�
pantes afro.americanos. « Por un día -señala Rogers- un aconte�
cimiento consigue reunir en un solo acto a las comunidades loca•
les latina y afro-americana» ( 1 99 5 : 1 2 1 ) . Pero el significado de est�
ritual sólo se consigue captar cuando se le compara con la segun1
da celebración. 1
En contraste con la anterior, la conmemoración del 1 5 enero deJ
1 9 8 4 (fecha en la que la comunidad de Los Ángeles pudo homena..i
jear a Martin Luther King, rotulando con su nombre una escuela y
una avenida que hasta entonces estaban dedicadas a Santa Bárba.:
ra) tuvo un impacto muy pequeño, siendo su carácter más político
que festivo. Pese a los deseos de los organizadores y de los speakers,
el acto proporcionó a la población afro-americana de Los Ángeles
la ocasión de afirmar su identidad. La ironía de esta ceremonia era
que al mismo tiempo que la calle y la escuela perdían su nombre la­
tino y recibían una nueva identidad afro-americana, la población
afro-americana de esa área era sustituida por la latina. Siguiendo
con fidelidad los pasos de Mitchell, Rogers analiza primero el con­
texto estructural o setting que enmarca a ambos casos para retornar
después a las dos ceremonias e interpretarlas. Desarrolla la idea de
que la competición existente entre latinos y afroamericanos tiene un
carácter más latente que abierto. Ambos grupos ocupan distintas
posiciones en la economía, en la política local y en el espacio urba­
no, aunque los latinos se hallan en proceso de expansión demográ­
fica y en el momento del estudio estaban mudándose a los barrios
afro-americanos. Rogers utiliza la observación de esas ceremonias
para explorar la naturaleza de las relaciones de los dos grupos ét­
nicos. Al hacerlo, nos muestra cómo es posible la movilización de
los sentimientos étnicos sin que se genere necesariamente la hosti­
lidad hacia otro grupo.

3.3. Los ENFOQUES DESDE ARRIBA y LOS ENFOQUES DESDE DENTRO

Es evidente que el análisis de redes y el análisis situacional sólo


representan algunas de las perspectivas utilizadas por los antropó­
logos para enfrentarse al complejo urbano. Otra forma de aproxi­
marse a las perspectivas urbanológicas de los antropólogos consis­
te en tomar como punto de partida lo que primero Hannerz ( 1 9 8 3 :
3 66 ) y más tarde Sanjek ( 1 99 6 ) han denominado enfoques «desde
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 33

n r riba» y enfoques «desde dentro » , que sólo coinciden en parte con


] n s co munmente conocidas como perspectivas macro y micro.
Podemos considerar las aproximaciones teóricas de Fox ( 1 9 77 ) ,
L e e ds ( 1 994 ) y Southall ( 1 99 8 ) como representativas de la primera
p erspectiva. A partir de una mirada que metafóricamente podemos
si tuar en el ojo de un águila, la ciudad se observa como un todo y
c o mo un producto de una estructura social más amplia, de manera
q ue s ó lo a partir del análisis de esta última es posible entender su ori­
e:en y funciones. Es la aproximación que el propio Fox ( 1 9 77 ) deno­
;n i na «urbanismo» , interesada por captar cómo los procesos societa­
l es se focalizan a través de las ciudades y en la que priman la in­
ves tigación comparativa y el análisis diacrónico, que permiten
nproximarse a la diversidad de las formas urbanas y a la evolución
de las mismas. 1 0
Dentro de la perspectiva procesual e histórica de Leeds,1 1 el ám­
bito de lo urbano posee un carácter general y englobante que con­
si ste en la vinculación sistemática entre localidades y tecnologías, lo­
grada a través de la mediación de instituciones como el gobierno, la
i gl e sia, el comercio o el sistema de tasas ( 1 994: 53 y ss.). Para este
autor, la sociedad urbana no se limita a ningún tipo de «localidad»
-llámesela ciudad o «nucleamiento» específico-, sino que involu­
cra la circulación de personas, de información, de dinero, de ali­
mentos y bienes que atraviesan todo tipo de fronteras (locales, re­
gion ales y nacionales) e incluye también a las áreas rurales de la po­
bl ación ( 1 99 4: 2 1 1 y ss.). Destaca el carácter urbano de toda sociedad
que posea ciudades o núcleos urbanos, y enfatiza la concentración
de funciones (económicas, políticas y sociales) caracteristica de estos
últimos. Su unitario concepto de lo urbano se disuelve, sin embargo,
c uan d o entra en juego la noción de poder, porque para Leeds la so­
cie d ad urbana es una sociedad conflictiva en la que se hallan en pug­
na tres formas distintas de poder ( 1 994: 1 6 5 y ss.). El primero es el
� o d er de los recursos «supralocales» (capital, corporaciones, crédito,
in s t ituciones gubernamentales, policía, etc.), controlado por la clase
al ta y sus elites. Contra él se alza el «poder de los números» , inte­
grad o por las clases trabajadoras urbanas y los pobres que movilizan

1 O. Ese es precisamente el caso de Fox, quien en su obra Urban Anthropology. Cities in


ll
l· icir C11/tura/ Settings ( 1 990) identifica hasta cinco tipos de ciudades a lo largo de la historia:
.

" « re a l-ritual» , la administrativa, la mercantil, la colonial y la industrial.


,¡d ' ' · �n un conjunt ? de artículos publicados entre las � écadas de l � s 60 y los 80 que h an
. 0 1 ec opilados por San1ek en 1 994, este antropólogo americano nos brmda tanto una crítica
.

_
�'. ';1 10 u na reorientación de la antropología urbana. Interesado por los procesos y flujos regio­
¡ ' " c·s Y tra nsnacionales (de trabajo, mercancías, crédito y dinero), Leeds urgió a los antropó-
1:1g"' a t ra bajar en las sociedades complejas, tal v como hizo él mismo en sus estudios sobre
' "" t ugal y Brasil.
·
34 ANTROPOLOGÍA URBANA

mediante el voto la protesta y la acción directa. Entre ambas formas


de poder, mediando entre ellas, se situa el poder lubrificante de la
clase media, que corresponde a los burócratas, los técnicos y los ex­
pertos. Considera que en las sociedades urbanas, el conflicto surgeJ
de la oposición entre el poder de los números (con sus organizacio1
nes de masas supralocales, tales como sindicatos, organizaciones d�
vecinos y movimientos sociales) y las formas antagónicas de poder;
centradas en el Estado y las clases a las que éste sirve.
Por su parte, en estrecho paralelismo con la obra de Wolf Euro.,
pa y los pueblos sin h istoria ( 1 994 ) , bebiendo de las mismas fuentes
marxianas que él, Southall ha hecho recientemente una interesante!
contribución a la antropología urbana. En efecto, a lo largo de su
obra The City in Time and Space ( 1 99 8 ) , este autor nos conduce a un
particular viaje a través de 1 0 . 000 años de vida urbana. 12 Al igual que
en Leeds, la formación del Estado marca para Southall el inicio de
la sociedad urbana; igualmente concuerda con su visión referente a
que toda sociedad que posea ciudades o pueblos es, en todos sus as­
pectos, una sociedad urbana, y que el concepto rural sólo denota un
conjunto de especialidades de este tipo de sociedad. Pero señala tam­
bién que esto es ahora más cierto que nunca. Si durante el 99 % de
la historia humana las ciudades han sido sólo un lugar de paso para
la mayor parte de la gente, con el capitalismo tardío su influencia
amenaza con penetrar todos los rincones del conjunto social. Para
este autor la concentración de las relaciones sociales define en ge­
neral la característica esencial común de todas las ciudades a lo lar­
go del tiempo y del espacio. De ahí la importancia del estudio de las
ciudades, que permite captar cómo ha variado a lo largo del tiempo
y del espacio la relación que mantienen estas concentraciones con e]
resto de la sociedad, y cómo estas variaciones reflejan tanto los cam­
bios de las concentraciones urbanas como de la organización de la
producción y de la sociedad como un todo.
En definitiva, el concepto que los mencionados autores tienen
de lo urbano, de la urbanización y la ciudad puede sintetizarse, ta1
y como lo hace Sobrero ( 1 99 3 : 1 88 - 1 8 9) , en los siguientes puntos:
primero, todos los agregados humanos desarrollan funciones que

1 2 . La selección de Southall se centra en seis grandes tipos de ciudades: primero, en las


que él denomina las «ciudades pristinas•, esto es, en las primeras formas del modo de pro­
ducción asiático presentes en Sumeria, China, los Andes y México. Segundo, en las ciudades
del Antiguo modo de producción de Grecia y Roma. Tercero, en las ciudades medievales del
modo feudal de producción en Europa. Cuarto, en las ciudades medievales del modo de p ro­
ducción asiático en las regiones de China, Japón, Islam e índicas. Quinto, en las ciudades co­
loniales y del Tercer Mundo como puente dinámico entre las ciudades medievales y las ciuda·
des capitalistas modernas. Y sexto, en la transformación de las ciudades desde el modo feudal
de producción al modo de producción capitalista, hasta llegar al proceso de mundializaci ón•
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 35

oarantizan el intercambio y la comunicación (a nivel económico, so­


�ial y ritual). Segundo, en un cierto momento de la evolución so­
c i o cultural y en condiciones ambientales particulares, las socieda­
d es tienden a especializarse en tres direcciones interrelacionadas:
h a cia una diferenciación funcional de las distintas localidades; ha­
c i a una diferenciación de la estructura del trabajo y de los determi­
n ante s ecológicos; hacia una diferenciación de las funciones y pro­
cesos institucionales. Tercero, la ciudad aparece como resultado de
l a i ntegración de las tres especializaciones mencionadas; cuanto
111 av or sea la diferenciación interna de una sociedad a estos tres ni­
\d� s . tanto mayor será su grado de urbanismo y el número de ciu­
d ades que produzca. Cuarto, la urbanización es consecuentemente
u na cuestión de grado, un grado que no depende del tamaño ni de
la densidad del agregado urbano, sino del índice integrado de las re­
feridas formas de especialización. En otras palabras, una sociedad
será tanto más urbana cuanto mayor sea el sistema de intercambio
y comunicación entre sus localidades, la división social del trabajo
�, e l desarrollo del sistema administrativo.
·

Dentro de este enfoque, la ciudad representa el punto de en­


cuentro, el noda l point, el momento máximo de concentración e in­
tegración de las referidas formas de especialización social. Sin em­
b a rgo, como destaca Southall, aunque la ciudad epitomiza a lo ur­
b an o, no se debe exagerar la influencia de las ciudades en la
historia, más bien lo que debemos hacer es captar el variado papel
j u g ado por estas concentraciones humanas en los distintos perio­
dos , regiones, culturas y economías políticas. «Las ciudades no pue­
den ser reificadas como actores de una época, ni se pueden hacer
co mparaciones separando a las ciudades de su contexto, o separan­
do l os aspectos de la vida urbana del contexto de la ciudad como
un t odo . La historia de las ciudades forma parte integral de la his­
t ori a de los hechos humanos . . . La actual forma de ciudad, que se
ha e xpandido tan brutalmente, puede entenderse como la fase final
de l proceso de concentración» ( 1 99 8 : 6 ) .
Ahora, una vez que se ha puesto el énfasis en los grandes pro­
ce so s y en la importancia de la estructura urbana global, podemos
vol v e r n uestra mirada a la antropología de los ámbitos relacionales,
Po rqu e es en ellos donde se inscribe la otra parte esencial de la vida
u rbana. Si como sugiere Sanjek ( 1 99 0 y 1 99 6 ) la aproximación de
� e eds es una muestra significativa de la teorización «desde arriba»
e l a an tropología urbana, la de Hannerz ( 1 9 8 3 ) representa una im­
P o r t ante perspectiva de la visión «desde dentro» .
En e fecto, según Hannerz, «Un buen enfoque de la ciudad como
1
ot a l i dad debe tener en cuenta a todos los actores -padres de fa-
36 ANTROPOLOGÍA URBANA

milia, campesinos urbanos, ejecutivos de viaje, mendigos, etc.- y,


seguirlos en todos sus campos de actividad; no sólo cuando se ga-¡
nan la vida, sino también en su vida familiar y en sus relaciones con¡
los vecinos; cuando se encuentran unos con otros en una plaza d
simplemente cuando descansan. Por otra parte, se debería exigir a
este tipo de investigaciones que no se atrincheraran en un enfoque:
etnográfico, sino que intentaran clarificar también como se relacio-!
nan entre sí todos estos aspectos» ( 1 9 8 3 : 3 66- 3 67 ) . El problema es.
que esto es más fácil de decir que de hacer. ¿Qué estrategia analíti­
ca permite captar de una forma suficientemente sistemática los mo­
dos de organización social en medio urbano? A este tenor, utiliza se-1
cuencialmente los conceptos de situaciones, roles e inventario de'
roles para destacar que, en la ciudad occidental moderna, es posi..;
ble distinguir cinco dominios, cada uno de los cuales integra a su
vez una multiplicidad de roles: hogar y parentesco (reproducción
social), aprovisionamiento (producción), ocio, vecinazgo y tráfico
(contactos urbanos impersonales y rutinarios). De estos cinco do­
minios de roles Hannerz destaca en principio dos, el aprovisiona­
miento y el tráfico, por considerarlos especialmente significativos
puesto que ellos «hacen de la ciudad lo que es» ( 1 9 8 3 : 1 4 0) . El es­
tudio sistemático de dichos dominios, que incluye los contactos su­
pralocales y que necesita disponer de una representación global de
la ciudad, dibujaría a grandes líneas lo que este autor considera
«una etnografía urbana sistemática» , orientadora de investigaciones
más modestas.
A Hannerz la idea de ciudad como totalidad -tal y como la pro­
pone Fox ( 1 9 77 )- le resulta util como imagen de fondo; pero se re­
siste explícitamente a abandonar la esperanza de poder dibujar un re­
trato de la ciudad, un retrato más en el sentido artístico del término
que en el de semejanza absoluta. Es cierto, piensa este autor, que ne­
cesitamos una forma de aproximación antropológica de las comuni­
dades urbanas tomadas en su totalidad, pero también es factible que
partiendo de una visión global de la estructura urbana, se elija tra­
bajar en profundidad determinadas categorías de objetos capaces de
proporcionarnos una idea de conjunto de la ciudad. La fórmula que
escoge para tal menester es la denominada «red de redes» , mediante
la cual aspira sacar a la luz los racimos relacionales, pero también
los vínculos que los unen. «En el mejor de los casos -dice- el re­
trato urbano nos permitiría poner en contacto una percepción de la
fluidez específica de la organización social y una muestra represen­
tativa de los mecanismos culturales. Y esto nos acercaría a los ac­
tores que se sirven de aquello que les ofrece la ciudad para cons­
truir su existencia y sus apariencias » ( 1 9 8 3 : 3 7 5 ) .
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 37

Captar cómo el paisaje urbano representa y traduce tanto la so­


c i edad general como las comunidades específicas en las que viven
.; u s habitantes, aprehender la esencia de una ciudad a partir de de­
; e nninadas imágenes representativas, resumir su eth os dominante o
c a pt u rar las peculiaridades del proceso cultural urbano son algunos
d e lo s retos-intereses que Hannerz planteaba a principios de los 8 0
' qu e continuará sondeando posterirmente. Así por ejemplo, en su
"

l l l b
�Jbr a Cu tura Comp exity ( 1 99 2 ) , dedicada a explorar la compleji­
d a d cultural contemporánea, consagra un capítulo a examinar las
con diciones y la naturaleza del proceso cultural urbano, y para ha­
ce rlo se basa en el análisis de tres ciudades: Viena, Calcuta y San
Francisco.
Observa a dichas ciudades en tres momentos concretos en los
que s u vida cultural se caracterizó por una especial efervescencia:
a Calcuta durante el siglo XIX, cuando se desarrolla el movimiento
llamado el Renacimiento bengalí; a Viena durante ese periodo de
fh1 de siec le (siglo XIX ) que tanto ha fascinado a historiadores e in­
t ectuales; a San Francisco en los años 5 0 , momento de esplendor
de la cultura beat. Evidentemente, estas ciudades son diferentes y
lo son en muchos sentidos; pese a ello, durante los referidos perio­
d os comparten algunos rasgos que contribuyen significativamente
a su vitalidad cultural: apertura hacia el exterior, efervescencia cul­
t u ral y sociabilidad. Por un lado, con la idea de la apertura de es­
tas ciudades hacia el exterior, Hannerz quiere recalcar que son el
e j e de un h interlan d más o menos amplio en el que confluyen di­
ve r sas tradiciones, diversos sistemas de significado y expresión. Por
o t ro , emplea la noción de «masa crítica» para destacar que el de­
s arrollo de algunos fenómenos socialmente organizados, como la
e xistencia de subculturas, requiere cierta concentración de la po­
bl a ción como la que existe en las ciudades. Dicha concentración
perm ite además la existencia de una apertura interna, que es la que
re alm ente da lugar a la efervescencia cultural. «En vez de un flujo
d e sig nificados divididos en una multitud de corrientes separadas,
se p ro duce "un remolino cultural inclusivo", es decir, existe un in­
t e n s o tráfico de significados entre diversos estratos de personas y
e n t r e diversas esferas de pensamiento» ( 1 99 2 : 2 0 4 ) . Pintores, lite­
b
rat os , críticos, ensayistas, etc., de orígenes y tendencias distintas en­
t ra n en contacto y por afinidad o conflicto se influencian mutua­
lll e n te. En este management of meaning, que por lo general adopta
l a fo rm a de red, se encuentran implicadas diversas instituciones1 3

1 3. Una buena parte de las instituciones a las que se refiere Hannerz caen dentro de la
'"'1<'ra de la sociabilidad, de la cual me ocuparé con cierto detenim iento más adelante.
38 ANTROPOLOGÍA URBANA

que favorecen un tipo de flujo cultural donde operan la serendipity141


y la creación cultural. i
Finalmente, para Hannerz, efervescencia cultural y sociabilida�
urbana son fenómenos que van estrechamente unidos. La Viena de
fines del XIX resultaría impensable sin los cafés; en ellos se creaban!
y mantenían relaciones sociales, se leía la prensa y los feuilleton , 1S.
se escribían libros, se discutía de los temas más variados y se ha..i
cían campañas políticas. Los vieneses adoraban la vida de café, pero
al igual que los habitantes de otras ciudades centroeuropeas tam.,¡
bién pasaba parte de su tiempo en los populares cabarets, donde po.¡
dían comer, beber y divertirse. También en San Francisco los cafés
y los bares eran lugares de tertulia y de encuentro. Por su parte, en:
la Calcuta del XIX los hombres llevaban una vida social particular­
mente intensa: se reunían en los adda (un tipo de salón), en los,
clubs y en las asociaciones culturales, donde se discutía de política
local, de reforma social, de literatura, economía, jurisprudencia, de
la administración colonial v· del futuro de la India. «El café, el adda,
las sociedades científicas, las librerías, los feuilleton constituyen
otros tantos instrumentos o arenas donde fluye de una manera rá­
pida e impredecible la cultura. En ese sentido, como sugería Sim­
mel, la vida urbana en su conjunto puede ser enormemente fructí­
fera, e implicar experiencias y descubrimientos inesperados. Son
instituciones como éstas las que permiten que se concentre esta
cualidad vida» (Hannerz, 1 99 2b : 2 0 9 -2 1 0) .

4. La difícil acotación de u n campo específico

En un artículo publicado hace unos años Gaspar Mairal ( 1 99 8 )


reflejaba el cuarto y último bloque de interrogantes que vienen cer�
niéndose sobre la antropología urbana desde el momento en que los
antropólogos empezaron a preguntarse por la naturaleza de esta es­
pecialidad, hace ya unas cuantas décadas. A este respecto señalaba
que en el transcurso de los años 6 0 y los 9 0 se ha producido en la
antropología un curioso tránsito: mientras que una de las preocu­
paciones máximas de entonces consistía en dilucidar si la antropo­
logía que se hacía en las ciudades era o no antropología, el motivo
de inquietud de ahora tiene que ver con la hipotética amenaza de
una «urbanización generalizada» de la disciplina ( 1 99 8 : 1 7 ) . De la
14 . Un concepto que equivale a algo así como (buena) suerte para hallar cosas valiosas
por casualidad.
1 5. Un tipo de ensayo sobre temas concretos en el que el escritor exhibía sus experien­
cias e ideas.
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 39

d ej a cuestión que venía a decir algo así «pero esto que haceis (o que
¡ , ace mos), ¿es realmente antropología? » , hemos pasado a esta otra
e n la que el tema de fondo es «pero, ¿es que ahora todo es antropo­
l o g ía urbana?» . El cambiante status de dicha especialidad -trasun­
to de inmigrante ilegal primero y amenazante invasor después-, lle­
,·a ba a Mairal a plantearse dos preguntas concatenadas: ¿existe un
l u g ar propio para la antropología urbana que no sea el de una con­
cep ción genérica, indeterminada y confusa?; es más, en el mundo
de hoy, donde el proceso de urbanización opera a tal escala que está
\ 'i n culando a todas las especialidades antropológicas, las tradicio­
n a les y las nuevas, con la ciudad, ¿tiene sentido mantener una es­
p ecialización con la denominación de urbana?
A estos problemas epistemológicos que parecen afectar de for­
ma específica a la especialidad urbana se suman otras cuestiones de
profundo calado que interesan al conjunto de la antropología. Si­
g u ie nd o a Henrietta Moore ( 1 999) señalaré que el proceso de cam­
bio teórico experimentado en los últimos veinte años ha adquirido
tal magnitud que se ha llegado a hablar del inicio de una fragmen­
tación de la antropología. En efecto, el incremento del proceso de
adopción y de incorporación de teorías provenientes de otras mate­
rias (la filosofía, las humanidades y otras ciencias sociales), se ha
\'isto acompañado de la proliferación de nuevos subcampos espe­
cializados (antropología del género, de las organizaciones, de la ali­
mentación, etc.); éstos, al requerir a su vez una mayor especializa­
c i ón teórica, han contribuido a acrecentar los mencionados présta­
mos teóricos. Todo ello ha desembocado en un aumento de la
diversidad dentro de la antropología, de tal manera que no sólo re­
sul t a difícil hablar de teoría antropológica estricto sensu , sino que
tam poco parece pertinente «hablar de enfoques teóricos coherentes
que se hallen netamente separados de otros. Las propias teorías son
a ho ra más mixtas, más parciales y más eclécticas» (Moore, 1 999 : 5).
Pe ro reconocer que, hoy más que nunca, las teorías antropológicas
no son sólo antropológicas no supone cuestionar ni mucho menos
l a naturaleza de la disciplina. En ese sentido, comparto plenamen­
te l o s énfasis de la mencionada autora cuando afirma taxativamen­
t e que «lo que hace que la antropología sea antropología no es un
obj e to e specífico de investigación, sino la historia de la disciplina
conio disciplina y como práctica. En este sentido la antropología es
a n t ro p o logía porque es un modo formal específico de preguntar,
�• no que no sólo tiene que ver con las "diferencias culturales", las
o t ra s c ulturas" y los "sistemas sociales", sino cómo esas diferencias
v s i s t e m as sociales se hallan insertados en relaciones jerárquicas de
Pod e r» ( 1 999 : 2 ) .
40 ANTROPOLOGÍA URBANA

Una argumentación que también se aleja de los esencialismos a


los que la antropología, a diferencia de otras ciencias sociales, pa�
rece ser tan proclive es la que emplea Carles Feixa ( 1 99 3a ) cuand<J
se enfrenta al estigma de la difícil acotación del campo específicc:¡
de la antropología urbana. Para ello, situa la pregunta sobre la iden.
tidad de esta especialidad en un terreno donde prima una idea que
diversos autores vienen señalando desde hace tiempo: que los <<nUe·
vos» objetos de la antropología urbana son en realidad viejos escei
narios revisitados (Menéndez, 1 9 77 y 2 00 2 ; García Canclini, 1 99 7c ) :
« Lo que confiere una identidad particular a la antropología urbana
-afirma Feixa- no la existencia de un objeto y de un método ex­
clusivos, sino su carácter de "tradición" académico-intelectual de re.
flexión sobre la vida en las ciudades. La cristalización de dicha tra·
dición responde tanto a razones disciplinarias internas (la crisis del
modelo antropológico "clásico"), como a razones sociales externas
(la emergencia de los llamados "problemas urbanos" tanto en los
países centrales como en los periféricos) . . . En el caso que nos ocu·
pa, la noción de "tradición" sugiere la progresiva constitución de un
determinado escenario de investigación y acción (bautizado comCJ
"antropología urbana" o "antropología de las sociedades comple·
jas"), expresado mediante una serie de unidades de investigaciónJ
problemas convergentes, autores y obras clásicas, monografías de
referencia, polémicas teóricas, prioridades analíticas, puntos foca·
les, foros académicos y ámbitos de profesionalización, etc. En cual·
quier caso, la noción de tradición no supone la definición de unas
fronteras precisas, ni excluye la existencia de una pluralidad de en·
foques y perspectivas » ( 1 99 3 : 1 5 - 1 6 ) .
Entender la antropología urbana como tradición significa reco·
nacer que posee una genealogía propia, la cual acostumbra a tener
como mínimo denominador común la etnografía urbana de la Es·
cuela de Chicago y los estudios sobre el proceso de urbanización
africana realizados por la Escuela de Manchester, a los que se su·
man los precedentes de las diversas tradiciones nacionales; que tie·
ne también sus debates teóricos (sobre el continuum rural / urbanoJ
la cultura de la pobreza, la antropología en la ciudad / antropología
de la ciudad, la articulación de local/global, etc.); sus prioridades
analíticas (los procesos migratorios, el estudio de los barrios, la per·
cepción del espacio urbano, las culturas marginadas, etc.), y que
emplea de manera recurrente determinado métodos y técnicas de
investigación (redes sociales, el análisis situacional o estudiCJ
de caso ampliado, el enfoque biográfico, etc.).
Por otra parte, también es lícito preguntarse sobre lo que dis·
tingue al discurso antropológico sobre la ciudad y lo urbano de los
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 41

p ract i cados por otras ciencias sociales. Generalmente, a este inte­


rro gan te se han venido dando tres tipos de respuestas, que suponen
otras tantas formas de recuperar las tradiciones del acervo antro­
p ol ógi co: primera, se ha reivindicado la importancia de la etnogra­
fí a como forma aproximación al objeto urbano; segunda, se ha
re a firmado el interés de mantener el enfoque holístico clásico, ese
q u e supone observar de manera conjunta las diferentes dimensio­
n es de los procesos sociales; por último, se ha ensalzado el enfoque
cm i c consistente en captar la visión de la realidad y las teorías de
l os actores. En virtud de estas respuestas se afirma que «mientras
q u e el sociólogo habla de la ciudad, el antropólogo deja hablar la
ciud ad: sus minuciosas observaciones y sus entrevistas en profun­
d ida d, su forma de estar con la gente, tienden a escuchar la voz de
la ciudad» (García Canclini, l 99 7c : 3 8 9) .
Como resume la anterior frase, los antropólogos hemos insisti­
do reiteradamente que nuestros particulares «métodos» enriquecen
la i nvestigación urbana, unos métodos de los que se han ensalzado
sus cualidades y señalado sus límites, y todo ello ha llenado multi­
tud de páginas. Por eso, en el cambiante contexto actual parece ne­
c e s ario ir más allá de lo que se ha repetido casi a d nausea m . Perfi­
lar ese «ir más allá» es una de las pretensiones que últimamente ha
animado a diversos antropólogos sociales. En el contexto de los pro­
fundos cambios ocurridos fuera y dentro de la disciplina, la antro­
pología urbana, como tradición antropológica, se proyecta a sí mis­
ma reflexivamente de cara al futuro. La propuesta de García Can­
clini puede considerarse como representativa de una de las
tendencias actualmente en marcha que destaca la necesidad de los
a n tropólogos de trascender las comunidades locales o parciales
para participar en la redefinición de las ciudades y de su lugar en
l as redes transnacionales.
« ¿ Por qué no reinventar nuestra profesión -pregunta provoca­
do ramente García Canclini- en las megalópolis en vez de reprodu­
c i r u n a concepción pueblerina de la estructura y de los mecanismos
s o cial es ? Para estudiar adecuadamente el mundo urbano, ¿no es ne­
c: s a rio interesarse por las nuevas formas de identidad que se orga­
n i za n
e n las redes de comunicación de masas, en los ritos popula­
;-e s :V en el acceso a los bienes urbanos que nos convierten en miem­
) r os de "comunidades" internacionales de consumidores? . . . En las
t e nden cia s homogeneizantes que sacan a la luz las investigaciones
e c on óm icas y sociológicas, los antropólogos pueden discernir la for­
�1 en que los grupos construyen perfiles particulares en las dife­
' e ªn tes so ciedades nacionales y, sobre todo, en esos escenarios que
so n
la s grandes ciudades . . . Los problemas actuales de la antropo-
42 ANTROPOLOGÍA URBANA

logía urbana no consisten únicamente en comprender cómo la gen­


te concilia la velocidad del conjunto urbano con el ritmo lento del
territorio que le es propio. Nuestra labor consiste también en expli�
car cómo el progreso aparente de la comunicación y la racionalidad1
en la mundialización engendra nuevas formas de racismo y exclu-·
sión. (Ya no podemos) contentarnos con hacer una apología de la
diferencia. Se trata de imaginar cómo pueden coexistir la utiliza­
ción de la información internacional y la necesidad simultánea de
pertenencia y de raíces locales . . . en el seno de un multiculturalis""\
mo democrático» ( 1 99 7c : 3 9 0 - 3 9 1 ) . En el fondo, esta propuesta 16 su­
pone una sustanciosa ampliación del campo de investigación de la
antropología urbana, que capitalizaría una parte significativa de los
procesos relacionados con la transnacionalidad, la multiculturali-.
dad y, en definitiva, con la globalización, pues todos ellos tienen a
la ciudad como lugar privilegiado de plasmación. En el presente, tal
vez más que nunca, la ciudad se nos aparece como paradigma del
mundo de hoy.
Pero si el proyecto anterior, al profundizar en los procesos en
marcha, supone extender sensiblemente el radio de acción de la an­
tropología urbana, otras proposiciones parecen adecuarse al leit
moti{ opuesto: centrarse en determinados fenómenos de la moder­
nidad (o de la postmodernidad, como dirían algunos), y circunscri-:
bir exclusivamente a ellos los contenidos y alcance de la antropolo­
gía urbana. Tal es precisamente la opción por la que aboga Manuel
Delgado ( 1 999 ) , quien realiza en su ensayo tal poda epistemológica
que convierte a la antropología urbana en una antropología de la
transitoriedad, de lo efímero, evanescente y con poco calado. Es evi ­
dente que los fenómenos y procesos a los que se refiere este autor
(dislocación, anonimato, espacios intersticiales, no-lugares, etc.)
han ido adquiriendo mayor importancia y calado a medida que las
sociedades se acercaban al fin del milenio; es evidente también que
se trata de ámbitos, relaciones, procesos y espacios cuyo conoci­
miento hay que profundizar necesariamente. Pero de ahí a conver­
tir tales elementos en la esencia de lo urbano y en el objeto pri­
mordial de la antropología urbana hay un salto demasiado amplio.
Me parece descabellado convertir «la movilidad, los equilibrios pre­
carios en las relaciones hu m anas, la agitación como fuente de ver­
tebración social . . . (las) sociedades coyunturales e inopinadas, cuyo
destino es disolverse al poco tiempo de haberse generado» en los
elementos definitorios de lo urbano. Considero además una intole­
rable boutade definir a la antropología urbana como «Una antropo-
1 6. Aunque con énfasis diversos, en ella participarian diversos autores entre los que si­
tuaría a Escobar (2000), Hannerz ( l 992c, 1 998), Kingman et al. ( 1 999) , Signorelli ( 1 999), etc .
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 43

¡ 0gí a de configuraciones sociales escasamente orgánicas, poco o


na a d solidificadas, sometidas a oscilación constante y destinadas a
d esvan ecerse enseguida» ( 1 999 : 1 2 ) o como «la antropología . . . de
]as i nconsistencias, inconsecuencias y oscilaciones en que consiste
¡ ,1 v ida pública en las sociedades modernizadas» ( 1 999 : 2 7 ) . Preten­
der en cerrar a la antropología urbana en semejante jaula metoní­
m i c a supone -y nunca mejor dicho- invitarla a un viaje a ningu­
n a p a rt e.
2

ES PACIO , GLOBA LIZACIÓN Y CULTURA

La palabra globalización se ha convertido en un concepto má­


g i c o a cuya atracción pocos investigadores escapan cuando inten­
t a n capturar el cúmulo de cambios (espacio-temporales, tecnoló­
g i cos, económicos, políticos, culturales y sociales) ocurridos a par­
t i r de la Segunda Guerra Mundial y, en especial, de las dos últimas
décadas del siglo XX . Es un término problemático y polémico, con­
s i d erado críticamente como reificante e ideológico, ya que con fre­
c ue nci a ha sido empleado de forma más prescriptiva que descrip­
t i v a . Cuando se la analiza en términos diacrónicos la globalización
p uede ser vista como una etapa histórica que aunque surge como
re sultado de los cambios acaecidos desde los inicios del capitalis­
m o , difiere cualitativa y cuantitativamente de los estadios anterio­
re s por la conjunción masiva de procesos globales que implican la
fl u ida circulación de capitales, bienes, mensajes y personas. La
g l obalización y los flujos que le caracterizan está transformando a
l a s sociedades contemporáneas de una manera que parecía im­
pensable años atrás, pero también ha afectado profundamente a la
a cad e mia.
En antropología, la globalización y sus correlatos ha coadyuva­
do a un generalizado cuestionamiento de algunas dualidades que
P a recían bien asentadas desde los tiempos de la Escuela de Chica­
go . Tal es el caso, por ejemplo, de la oposición entre rural / urbano,
en t re campo / ciudad que tan bien representan las aportaciones de
Red fi eld ( 1 9 47 ) y Wirth ( 1 9 8 8 ) . Y recalco que se trata de una con­
t estación generalizada porque las propuestas contrarias, lejos de ser
a cogidas con reservas, tal y como ocurría antes en el mejor de los
caso s , son ahora aceptadas sin mayor discusión como ciertas. El ac­
t �i a ) rec onocimiento de la propuesta de Leeds, formulada origina­
n a rn en te en 1 9 8 0 , que hacía añicos el contraste entre rural y urba-
46 ANTROPOLOGÍA URBANA

no, 1 resulta ilustrativo del tipo de revisión mencionado. Refiriéndo�


se a él, Southall reconocía hace poco que pese a haberlo considera�
do acertado en términos generales, siempre albergó reservas de qu�
pudiera aplicarse a épocas antiguas; en la actualidad, sin embargo j
piensa que la propuesta de Leeds «se ha convertido en completa�
mente cierta . . . En las economías del capitalismo tardío la influen­
cia de la ciudad penetra los lugares más remotos de tal manera que
estos devienen también urbanos con lo que se trasciende así el an­
tagonismo entre ciudad y campo mediante la absorción total de este
último por la primera» ( 2 000 : 7 ) . No está de más señalar que el oca­
so de aquella dualidad y el triunfo de la propuesta de Leeds repre­
sentan una muestra, pequeña pero significativa, del afianzamiento
de otras (nuevas) formas de interpretar el espacio que surgen como
correlato de la actual reestructuración espacial.
Ocurre también, tal y como apunta la geógrafa Linda McDo­
well, que una de las consecuencias más interesantes de la globali­
zación en las ciencias sociales ha sido el surgimiento de un enfoque
analítico interesado en «el viaje, el traslado y el movimiento en pe·
riodos largos o en cadenas múltiples» ( 1 999 : 3 00) . En cierto senti·
do, ese obligarnos a pensar globalmente es el que ha espoleado a los
antropólogos a descartar el modelo de aproximación insular y a in­
teresarse cada vez más por las interconexiones y los contactos cul·
turales. Los objetos y unidades de análisis pueden cambiar o conti·
nuar siendo los mismos, pero lo que ciertamente está cambiando es
la mirada o la perspectiva desde la que se observa. De ahí el canse·
jo de Clifford de repensar los tradicionales campos de estudio de la
antropología a la luz de un nuevo enfoque que consiste en concebir
«la aldea tradicional como si fuera una sala de tránsito, porque re­
sulta difícil encontrar una imagen más cabal de la postmodernidad,
del nuevo mundo del movimiento y de las historias del desarraigo»
( 1 99 7 : 1 ) .2 Viejos temas en odres nuevos, tal es precisamente el caso
de la cultura y la diversidad cultural que los antropólogos vuelven
a explorar aunque situados ahora en el marco de la mundialización,
las integraciones transnacionales, las grandes conurbaciones y las
megalópolis.
Igualmente, el movimiento continuo e interconectado de perso­
nas, significados, capitales y cosas ha hecho emerger dentro de la
investigación antropológica una tendencia metodológica que supo·
1 . Recordemos que, según Leeds, cualquier sociedad que tenga lo que llamamos •pue·
blos• o •ciudades• es en todos sus aspectos una sociedad urbana, de la cual es parte integrante
el segmento rural. Para este autor, lo rural sólo hace referencia a •un conjunto de especialida·
des de la sociedad urbana caracterizadas por estar unidas (bajo cualquier tipo de tecnología
conocida) a espacios geográficos específicos• ( 1 994: 72).
2. Citado por McDowell, 1 999: 301 .
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 47
'

ne l a adaptación de la práctica etnográfica de larga duración a ob-


e t o s de estudio más complejos. Contextualizada por las macro­
j
.c o n strucciones de un orden social más amplio, tales como el siste­
ma capitalista mundial, la etnografía se traslada desde su conven­
c i onal ubicación limitada a un solo lugar (single-sited) , a lugares
m últiples de observación y participación que atraviesan dicotomías
t a l es como lo «local» y lo «global» , el «mundo de vida» y el «siste­
m a » . Según Marcus ( 1 995 ) , esta emergente etnografía multisituada
0 multi-local (multi-sited) se distingue por poseer un objeto de es­
t udio que no puede ser explicado etnográficamente si se realiza tra­
b aj o d e campo intensivo en un solo lugar; desarrolla consecuente­
m e nte una « etnografía móvil» que se desenvuelve en «múltiples lu­
( )
g a res » 1 995 : 9 6 para examinar la circulación de los significados
� ul turales, los objetos y las identidades en un tiempo-espacio difu­
so. Las etnografías «multisituadas» definen a sus objetos de estudio
a través de diversas técnicas que consisten básicamente en seguir el
movimiento, planificado o espontáneo, y trazar la relación entre di­
0 3
versos aspectos de un fenómeno cultural complejo ( 1 995 : 1 6 ) .
Con la urbanización alcanzando su clímax histórico,4 se afianza
t ambién el predominio de una idea de ciudad que pese a la polise­
m i a y a la indefinición que marcan hoy en día al término, destaca
por encima de todo su carácter nodal, su sentido de condensación
p rad igmática -al tiempo que irrepetible y exacerbada- de los pro­
a

c esos vigentes en la sociedad, ya tengan éstos un alcance espacial li­


m i tado o posean un impacto mundial. La argumentación que Gar­
c ía Canclini emplea en su obra La globalización imaginada ( 1 999 ) re­
sulta muy ilustrativa de esta forma de ver las cosas; en ella reitera lo
3 . Marcus distingue hasta seis técnicas distintas de etnografía multi-situada («seguir a
la ge n t e » , «seguir a las cosas•, «seguir la metáfora•, «seguir la historia o la alegoría• y «seguir
la ' ida o la biografía»), a las que suma la «etnografía estratégicamente situada•, que pese a ser
" 1 1gle-s ited , «sólo es local circunstancialmente•, ya que pretende captar algún aspecto del sis­
l e 1 11a glob a l en términos etnográficos. De todas ellas y a modo de breve ilustración, reseñaré
l a s d o s pr imeras. La técnica denominada « seguir a la gente• es, según Marcus, la forma más
' ' 1 1 1 i a Y convencional de materializar la etnografía multi-situada. Considera la obra de Mali­
n ow s k i Lo s
argonautas del Pacífico occidental como el relato arquetípico de este tipo de etno­
� ra l ia , de ntro de la que sitúa diversos trabajos sobre los movimientos migratorios que parten
l e una perspectiva transnacional, y también los trabajos de Willis ( 1 988) y Foley ( 1 990 ) sobre
''::· ul'l a
' ""1 con sistclase
Y social. El segundo modo de construir el espacio multi-situado de la investiga­
1
e en seguir las huellas de la circulación de un objeto material (ya sea mercancía,
''!! a l o , din ero, obra de arte o propiedad intelectual) a través de diferentes contextos. Posible­
::'.'''i1 ''- señala Marcus, esta es la forma de aproximación más común en el estudio etnográfico
1 1\ ' '.;' Procesos dentro del sistema capitalista mundial. En antropología, el estudio de Mintz
d , 8�> s o bre la historia del cultivo de la caña de azúcar y, sobre todo, el artículo introductorio
1 • \ A p padurai ( 1 986) a la obra colectiva The Social Life of Th ings constituyen dos importantes

1 �P o'' ' "l'dne t es de esta técnica; sin embargo, el ámbito donde se ha experimentado más con este
téc n ica es el de los estudios sobre los mundos contemporáneos del arte y la estética.
4 · Tomo esta idea de la obra de Borja y Castells ( 1 997).
48 ANTROPOLOGÍA URBANA

que ya había proclamado en escritos anteriores: en la medida que


para la mayoría de la población la globalización significa aumenta.JI
el intercambio con los otros más o menos cercanos, las ciudades
multiculturales, como espacios de frontera que son, se convierten en
en espacios privilegiados para «imaginar la globalización» . Esta es
la razón que le lleva a interesarse por las grandes ciudades y más
exactamente por las ciudades globales, a las que García Canclini
considera escenarios donde «se espacializa lo global» .
Globalización, cultura, diversidad cultural y transformación de]
espacio. He aquí aspectos concatenados que exploraré sucesivaJ
mente en las páginas que siguen.

1. Globalización y cultura

Lo distintivo de nuestra era no parece ser tanto la globalización


per se (observado desde una perspectiva de larga duración el sis te·
ma capitalista mundial comienza allá por el siglo XVI con la etapa
del capitalismo mercantil) como la intensificación del proceso; una
intensificación que se produce tanto en la conciencia popular e in·
telectual, como en el alcance y escala de las relaciones sociales, eco·
nómicas, políticas y culturales. En épocas anteriores, el capitalismo
urbano-industrial se hallaba confinado a los países industrializados.
Pero la reestructuración del capitalismo de la que habla Castells
( 1 99 5 , 1 99 8 , 2 00 1 ) ha significado la quiebra de la antigua economía
capitalista internacional y de su distintiva división espacial del tra·
bajo, básicamente asentadas en los estados-nación, y la ascensión
del capitalismo global o transnacional cuyos flujos y vínculos en
forma de red traspasan ampliamente las fronteras nacionales. La
globalización del capital constituye una de las caras más conocida5
del capitalismo global, al igual que lo es la globalización del traba·
jo. La primera afecta a las economías nacionales y, según algunm
autores, pone en peligro la autonomía e incluso la continuidad del
Estado-nación; la segunda da lugar a movimientos a gran escala de
trabajadores hacia los centros de producción industrial, que ahora
son más numerosos. Unos procesos que como es bien sabido, están
modelando y definiendo decisivamente el entramado urbano con·
temporáneo.
Señala el geógrafo Eduard Soja ( 2 000) que dentro del discurse
económico de la globalización, prioritariamente interesado en la
globalización económica y en la difusión mundial del capitalismc
urbano -industrial, se pueden distinguir dos amplias corrientes. Una
se nutre de la economía y de las relaciones internacionales, de lo�
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 49

t: s t ud ios estratégicos y de la ciencia empresarial. La otra, de la que


me oc uparé de inmediato, adopta la perspectiva de la economía po­

l í t i ca . Este último enfoque no sólo muestra mayor interés por el im­


p act o de la globalización sobre las ciudades y regiones, sino que ha
d a do lugar a alguno de los estudios antropológicos más influyentes
so bre la globalización. Lejos de la rigidez y de las grandes oposi­
� i o n es binarias (como las representadas por dicotomías tipo bur­
e:u e sía / proletariado, centro / periferia, agency / estructura, etc.) ca­
;-acte rísticas de décadas pasadas, las teorías neo-marxistas de los 9 0
t i enden a caracterizarse por la recombinación creativa de elemen­
tos que antes se pensaban como opuestos. En ellas se incardina pre­
c i samente la aportación de Arjun Appadurai, en la que la perspec­
t irn de la economía política se combina fructíferamente con un aná­
lisis cultural de la globalización.
En su obra Modernity at Large ( 1 99 6 ) , Appadurai se enfrenta a
la necesidad de conceptualizar de una nueva forma la globalización
, sus dimensiones culturales. Señala que «el nuevo orden económi­
.

�o cultural global debe ser visto como un orden complejo, disyun­


t iv o , solapado, que no puede ser comprendido mediante los mode­
los existentes de centro / periferia (pueden haber múltiples centros
Y múltiples periferias). Tampoco son válidos los modelos simples de
¡msh a nd pu ll (en términos de teoría de la migración), o de déficit
" excedente (modelos tradicionales de la balanza comercial), o de
consumidores y productores (como en la mayoría de las teorías neo­
m ar xistas de desarrollo). Incluso las teorías más complejas y flexi­
b les sobre el desarrollo global surgidas de la tradición marxista re­
sultan inadecuadas y han fallado en su intento de captar . . . el capi­
t a l is m o desorganizado. La complejidad de la actual economía
glo b al tienen que ver con ciertas disyunturas entre economía, cul­
t u ra, y política que sólo ahora empezamos a teorizar» ( 1 99 6: 3 2- 3 3 ) .
E n es te sentido, considera que el principal problema de la interac­
c i ón global es la tensión entre la homogeneización y la heteroge­
n ei za ci ón cultural. Piensa que la literatura contemporánea ha otor­
g.ad o demasiada atención a la idea de que las culturas del mundo
t i en den a homogeneizarse debido a un proceso irreversible que une
nl e rcan tilización y americanización, redes globales del mercado y
n: e dia. P ero lo que ignora esta visión es que existen fuerzas de re­
t s t encia , de indigenización, sincretismo, ruptura y disyunción (o
�I ta de correspondencia) que aseguran y reorganizan las diferen­
� i a s cul tu rales, reafirmando el poder de las identidades y las cultu-
1 a s het erogéneas.
1
Appadurai centra su atención en dos importantes e interconec­
a dos dia críticos, la migración y los media, y explora su efecto con-
j
50 ANTROPOLOGÍA URBANA 1

junto sobre «el trabajo de la imaginación» (work of imagination) , a


que considera como un rasgo constitutivo de la subjetividad mo
derna. Para él, la imagen, lo imaginado, el imaginario son término
que nos dirigen hacia algo crítico y nuevo del proceso cultural glo-j
bal: «la imaginación como una práctica social» . No se trata de una'
fantasía, ni de una forma de escape, ni de un pasatiempo de la éli-1
te, ni tampoco de una simple contemplación. Ocurre más bien quel
la imaginación se ha convertido en un campo organizado de prác 1
ticas sociales, en una forma de trabajo (en el sentido de trabajo �
de práctica culturalmente organizada), y en una forma de negocia.,;
ción entre los individuos y los campos de posibilidad globalmentei
definidos. Como enfatiza este autor, «la imaginación es ahora cen-�
tral para todas las formas de agency, es en sí misma un hecho so ...
cial, y es el componente clave del nuevo orden global» ( 1 99 6: 3 1 ) ;) .

Arjun Appadurai explora «los procesos culturales globales» a tra­


vés de cinco «paisajes» (landscapes) cultural-económicos , a los que:
denomina -siguiendo el trabajo de Anderson ( 1 99 7 ) sobre el nacio-�
nalismo- «mundos imaginados» . Se trata de unos paisajes (étnicos,.
mediáticos, tecnológicos, financieros e ideáticos)5 caracterizados por
su fluidez, su forma irregular y su carencia de contornos fijos y de-:
limitados, una rasgos que distinguen tanto al capital internacional
como a los estilos internacionales de vestir. Esta es su aportación
teórica para intentar captar las inadecuaciones o disyunturas provo­
cadas por la globalización. Como destaca Dolors Comas ( 1 99 8 : 46 ) ,
en Appadurai estos «paisajes» o estructuras fluidas sustituyen al
concepto de cultura, un término que este autor considera inoperan­
te dada la actual falta de correspondencia entre la economía, la cul­
tura y la política. Más que configuraciones culturales, lo que predo­
mina ahora es otra clase de flujos y de relaciones que están situadas
a escala global, por lo que sobrepasan a las culturas concretas.

5. Los primeros •paisajes• que Appadurai explora son los ethnoscapes (paisajes étnicos),
que están modelados por los flujos globales de gente (turistas, inmigrantes, refugiados, exilia­
dos y otros grupos móviles); tales flujos se han intensificado a unos niveles y a una escala sin
precedentes, tanto en términos materiales como en el imaginario global. Los technoscapes (pai­
sajes tecnológico) son configuraciones globales fluidas de tecnología informacional y mecáni­
ca cuya expansión carece de fronteras y de límites. Los finanscapes (paisajes financieros) cen­
tran la atención en el «paisaje más misterioso, rápido y difícil de seguir• del capital global. Los
mediascapes (paisajes mediáticos), basados en • imágenes, en relatos narrativos de franjas de la
realidad• distribuidos a través de periódicos, semanarios, cadenas de televisión, empresas c i­
nematográficas y otros medios de comunicación de masas, proporcionan a las audiencias mun­
diales amplios repertorios de imágenes, narrativas y paisajes étnicos en los que se entremez­
clan ínti mamente el mundo de las mercancias y el mundo de las noticias y de la política. Por
su parte los ideoscapes (paisajes ideáticos) también son concatenaciones de imágenes, pero po·
seen un carácter más directamente político, y tienen que ver con las ideologías de los Estados
y las contra-ideologías de los movimientos explícitamente orientados a conseguir el poder del
Estado, o una parte de él. '
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 51

Si la aportación de Appadurai reconfigura el discurso de la glo­


b a l i zación de manera que deja de lado la simple dicotomía homo­
,,. e n ei zación / heterogeneización para convertir en centro de aten­
� i ó n lo que Soja describe como las «múltiples escalas de la hibri­
d a c i ó n » ( 2 000 : 2 1 1 ) , los enfoques de García Canclini y Hannerz nos
p erm iten enlazar el análisis cultural de la globalización con el cam­
p o del urbanismo. Como decía con un toque de ironía Friedman,
u n o de los pioneros en estudiar la llamada cultura global,6 descu­
br i r e investigar esta última ha sido un modo de que los expertos
d e la cultura, los antropólogos, encontraran su lugar dentro de la
c o rriente general de estudio de los procesos globales sistémicos.
« A l igual que los economistas, los sociólogos y los historiadores de
J a economía, los antropólogos debían poseer también un sistema
cul tural mundial o un sistema mundial de cultura» ( 1 99 7 : 2 7 0 ) .
I ronías aparte, lo cierto es que el discurso de los antropólogos so­
b re la globalización proporciona una visión sobre el tema que di­
fiere bastante de los enfoques economicistas y homogeneizadores
i m perantes.
La aproximación de Néstor García Canclini ( 1 999 ) parte de una
somera definición del concepto de globalización cuyo sentido pre­
ci s a después con varias esclarecedoras observaciones. La definición
dice así: «los datos macrosociales muestran la globalización como
una etapa histórica configurada en la segunda etapa del siglo xx , en
l a cual la convergencia de procesos económicos, financieros, comu­
nicacionales y migratorios acentúa la interdependencia entre vastos
sectores de muchas sociedades y genera nuevos flujos y estructuras
d e interconexión supranacional» ( 1 999 : 6 3) . De las matizaciones
p osteriores recojo varios aspectos que me parecen centrales. En pri­
me r lugar, la idea -destacada también por otros autores como Ap­
p a durai, Hannerz, Giddens o Beck- de que los procesos globales
n o s ólo se constituyen por la circulación fluida de los tres factores
más elaborados en las teorías de la globalización (capitales, bienes
v m e n sajes), sino también de «personas que se trasladan entre paí­
�e s y culturas como migrantes, turistas, ejecutivos, estudiantes, pro­
f e si o n ales, con frecuentes idas y vueltas, manteniendo vínculos asi­
du o s e ntre sociedades de origen y de itinerancia,3) que no eran posi­
ble s hasta mediados del siglo XX» ( 1 999 : 6 . Incorporar este
a s pe cto a la teoría de la globalización supone por una parte reco­
n o c e r el soporte humano de este proceso, sin el cual se cae en la re­
ducción de los movimientos económicos a flujos anónimos; y evitar
1 1 6. A este respecto resulta de obligada cita la obra de Friedman Cultural Identity & Glo­
·''1 Process ( 1 994), en la que explora la relación entre procesos globales, producción cultural e
1 ' '' 1 l l i da d .
52 ANTROPOLOGÍA URBANA

por la otra cualquier tipo de aquiescencia con la doctrina neolibe­


ral, que afirma a la vez la libertad y la fatalidad de los mercados.:
Incluir a las personas (que hacen, reproducen y padecen la glo­
balización) permite, en segundo lugar, tener en cuenta tres impor�
tantes aspectos directamente derivados de la globalización y que
García Canclini denomina respectivamente el drama, la responsabi�
lidad y la posibilidad de reorientar el itinerario. El primero recoge
el «desarraigo de los migrantes, el dolor de los exiliados, la tensión
entre los bienes que se tienen y lo que prometen los mensajes que
los publicitan; en suma, las escisiones dramáticas de la gente que
no vive donde nació» . El segundo hace posible encontrar responsa­
bles de esos procesos, «la teoría social -dice García Canclini- no
puede desentenderse con tanta facilidad de los sujetos de las accioJ
nes . . . en la medida que encontramos actores que eligen, toman de­
cisiones y provocan efectos . . . , la globalización deja de ser un juego
anónimo de fuerzas del mercado » . Sólo devolviendo el protagonis­
mo a los actores sociales es factible el tercer y último aspecto: la po­
sibilidad de reorientar el itinerario, y «concebir a la globalización
de otras maneras . . . como un proceso abierto que puede desarro­
llarse en varias direcciones» ( 1 999 : 6 3 -64 ) .
La visión de la globalización que propone García Canclini des­
taca, en tercer lugar, el carácter segmentado y desigual de los pro­
cesos que acentúan la interdependencia a escala mundial. De ahí su
énfasis en lo que denomina la «doble agenda cultural de la globali­
zación » : la agenda integradora y comunicadora, y la agenda segre­
gadora y dispersiva. La primera constituye el relato más reiterado
de la globalización y nos habla de la unificación y/o articulación de
los mercados económicos y de los sistemas financieros, de los regí·
menes de información y entretenimiento. Wall Street, el Bundes·
bank, Microsoft y CNN serían algunos de los personajes que orga·
nizan tal narración. Al unificar los mercados económicos y simul­
tanear los movimientos financieros, al producir para todos las
mismas noticias y entretenimientos se crea por todas parte la con·
vicción de que no puede existir ningún país con reglas diferentes de
las que organizan el sistema-mundo. Si este relato ha sido tan per·
suasivo es porque efectivamente existen bancos, empresas, ONG Y
redes de consumidores integradas a nivel mundial (usuarios de tar·
jetas de crédito y servicios de computación, espectadores de pelícu·
las, información y videoclips, etc.). «Convertida en ideología, en
pensamiento único, la glo ba lización -proceso histórico- se ha
vuelto glo ba lismo , o sea imposición de la unificación de los merca·
dos y reducción al mercado de las discrepancias políticas y las di·
ferencias culturales . . . Lo excluido o lo disidente no puede ser pen ·
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 53

.; ad o sino como lo que no entra en la organización mercantil de la


� ·i da social» ( 1 999 : 1 7 9 ) .
Al reflexionar sobre la segunda agenda (segregadora y dispersi­
n d de la globalización, García Canclini destaca que la unificación
m undial de los mercados materiales y simbólicos no borra las dife­
ren cias sino que las reordena, produciendo nuevas fronteras menos
l i e:a das a los territorios que a la distribución desigual de los bienes
e� l os mercados. Apunta también que las estrategias globales de las
co r poraciones y de muchos Estados configuran «máquinas segre­
e: a ntes y dispersadoras» , cuyos efectos sobre los trabajadores, los
d e rechos sociales y la ecología se revelan nefastos: las políticas de
f l exibilización laboral producen desafiliación a sindicatos, migra­
c io nes, mercados informales, en algunos casos conectados por re­
d e s de corrupción y lumpenización; la eliminación de las trabas a
l a inversión extranjera destruye la normatividad sindical, asistencial
v ecológica con que los Estados modernos domesticaban antaño la
�·o r acidad de los capitales y protegían a la población. Desde esta
perspectiva, «globalización no significa únicamente libre circula­
c i ó n de bienes y mensajes; también debe incluirse en su definición
el poder de "exportar fuentes de trabajo" a donde sean más bajos
l o s costos laborales y las cargas fiscales . . . En suma: la globalización
unifica e interconecta, pero también se "estaciona" de maneras di­
ferentes en cada cultura. Quienes reducen la globalización al glo­
b a lismo, a su lógica mercantil, sólo perciben la agenda integradora
r comunicadora . Apenas comienza a hacerse visible en los estudios
sociológicos y antropológicos de la globalización su agenda segrega­
dora y dispersiva, la complejidad multidireccional que se forma en
los cho ques e hibridaciones de quienes permanecen diferentes»
( 1 999 : 1 8 0) . .
Unúltimo aspecto a destacar es el papel que la cultura, y más
e x ac tamente «lo imaginario» , ocupa en la visión de globalización
1

d e G arcía Canclini. Al igual que Appadurai, este autor concibe la


cul tu ra no como un sustantivo, como si fuera algún tipo de objeto
'.> cosa, sino como un adjetivo. Entiende «lo cultural» como «el con­
� u n to de procesos a través de los cuales representamos e instituimos
1 ma gin ariamente lo social, concebimos y gestionamos las relaciones
c o n los otros, o sea las diferencias, ordenamos su dispersión y su

7. L a exploración del imaginario y e n especial del imaginario urbano constituye una de


1 '"
.
: 1 1 1 d"iPcort aciones fundamentales de García Canclini a la antropología de los últimos años. Rei­
a qu e la ciudad no es solamente un lugar para habitar sino también un lugar para ser
c·'," " g i nado. Este es precisamente el tema de estudio de una amplia investigación sobre Méxi­
d '. �.F. ( García Canclini et al. , 1 996; 1 997b) cuyo eje analítico son los viajes y travesías dentro
e e s ta capital y en donde se realiza una valiosa aportación en el campo metodológico.
54 ANTROPOLOGÍA URBANA

inconmensurabilidad mediante una delimitación que fluctúa entre


el orden que hace posible el funcionamiento de la sociedad (local )1
global) y los actores que la abren a lo posible» ( 1 999: 62-6 3) . Es evi'.
dente que en esta manera de concebir la cultura «lo imaginario•
(integrado por narraciones, imágenes, metáforas, mitos, etc.) juega
un papel clave: porque representa e instituye lo social y porque, en
el mundo de hoy, lo que representamos e instituimos en imágenes
es lo que a nuestra sociedad le sucede en relación con otras, porque
las relaciones territoriales con lo propio están habitadas por los
vínculos de los que residen en otros territorios ( 1 999: 62 ) . Es evi­
dente también que este autor no identifica imaginario con falso, «lo
imaginado -dirá- puede ser el campo de lo ilusorio, pero asimis­
mo es el lugar donde, como dice Etienne Balibar, "uno se cuenta
historias, lo cual quiere decir que se tiene la potencia de inventar
historias" » ( 1 999: 33 ) .
Como ya había adelantado antes, García Canclini considera a
las megalópolis espacios privilegiados para imaginar la globaliza.
ción, en donde la fuerza de la diversidad no cesa de manifestarse o
crecer. Según este autor, la diversidad sociocultural de la estructura
urbana actual aparece como resultado de un triple proceso: los dos
primeros vienen dados por la coincidencia de numerosas funciones
y actividades, y por la pervivencia en la ciudad de las diferentes eta·
pas de su desarrollo. La coexistencia de testimonios de diferentes
periodos (monumentos, espacios, desplazamientos y hábitos), asl
como la inserción de las ciudades en las redes supranacionales en·
gendra una «heterogeneidad multi-temporal» que da lugar a proce·
sos de hibridación, conflictos y cambios interculturales intensos. El
último proceso lo constituye la llegada de inmigrantes venidos de
dentro y de fuera del país, que introducen en las ciudades lenguas,
comportamientos y estructuras espaciales surgidas de culturas dife·
rentes, acentuando así los procesos de heterogeneidad e hibridación
mencionados. Pero esta explosión de la diferencia no es sólo un
proceso real; en la actualidad reviste también la forma de una ideo·
logía urbanística que proclama la diferencia, la multiplicidad y la
descentralización como condiciones de una vida urbana democráti ·
ca ( 1 997c: 3 8 3 y ss.).
A García Canclini le interesan especialmente los dos últim os
procesos de multiculturalidad urbana: la efervescente coexistencia
de culturas de distintas épocas y la presencia de la multietnicidad .
Al hablar de esta última señala que, en gran medida, es resulta d o
de las migraciones, que han puesto a coexistir en el interior de la s
ciudades a múltiples grupos étnicos. Nos hallamos ante un proceso
que se ha acelerado en los últimos años, con lo que se han m ulti ·
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 55

p l i c a do también las consecuencias de las oleadas migratorias ocu­


rri d as entre los años cuarenta y los ochenta, dando lugar «a situa­
c i ones tan paradójicas como la que describía Xavier Albó cuando
d e c ía que por el volumen de población, pero no sólo por eso, tal vez
s uen os Aires era la tercera ciudad boliviana. O cuando se afirma,
wrn b ién en Estados Unidos y en México, que Los Ángeles es la cuar­
t a c i u d a d mexicana. Podría decirse, a su vez, que la ciudad de Mé­
� d c o es una de las mayores ciudades mixtecas o purépechas, dos de
l a s p rincipales etnias no originadas en el valle de México, el antiguo
,·a l l e del Anahuac, sino en otras regiones del país, pero que tienen
en c l ave s muy numerosos, de miles de personas, dentro de la ciudad
de México» ( 1 99 7a : 7 9 - 8 0 ) .
García Canclini advirtió la existencia de la segunda dimensión
de multiculturalidad urbana cuando trabajando sobre la ciudad de
l a
México observó que en ella coexistían por lo menos cuatro ciudades
d i stintas: la ciudad histórico-territorial, la ciudad industrial, la ciu­
dad global o informacional y la ciudad vídeo-clip. Veamos su des­
c ri pción de tales ciudades en una cita que pese a su extensión creo
merece la pena reproducir. Dice así:

La primera es la ciudad histórico-territorial . Cualquiera puede


darse cuenta de su importancia al percibir la cantidad de edificios
construidos en la época precolombina y en la colonia que aún sub­
sisten. La historia de esta ciudad, fundada en 1 324 en un pequeño is­
lote, durante el período de Moctezuma 1, sigue presente en la mega­
l ópolis contemporánea . . . La segunda ciudad que descubrimos es la
ciudad industrial. Es la urbe que se opone a la histórico territorial
porque no abarca un espacio delimitado al modo tradicional, sino
que se expande con el creci miento industrial, la ubicación periférica
de fábricas y también de barrios obreros y de otros tipos de trans­
portes y servicios. Podríamos decir que la principal característica es
que la ciudad industrial va desterritorializando lo urbano . . . En los es­
tudios con pobladores de la ciudad de México vemos una bajísima
experiencia del conjunto de la ciudad, ni siquiera de la mitad, ni de
la cuarta parte . Cada grupo de personas transita, conoce, experi­
menta pequeños enclaves, en sus recorridos para ir al trabajo, para
ir a estudiar, para hacer compras, pasear o divertirse . Pero son reco­
rr ido s muy pequeños en relación con el conjunto de la ciudad . De ahí
que se pierda esta experiencia de lo urbano, se debilite la solidaridad
Y el sentido de pertenencia . . . (La tercera ciudad aparece) cuando en
lo s quince o veinte últimos años los economistas y los urbanistas ad­
virtieron que la industrialización ya no era el agente económico más
dinámico en el desarrollo de las ciudades, se empezaron a conside­
rar otros impulsos para el desarrollo, que son básicamente informa­
ci on ales y financieros . . . . En la medida en que la economía presen-
56 ANTROPOLOGÍA URBANA

te . . . (se caracteriza) por la interacción constante entre agricultura1


industria y servicios sobre la base de procesos de información que ri·
gen la tecnología de gestión y comercialización, debemos ir hacia
otra concepción de lo urbano. Las grandes ciudades son el nudo en
que se realizan estos movimientos de comunicación . . . donde el ere.
cimiento se presenta en la arquitectura ligada a la globalización, pro;
movida por empresas inform áticas de grandes transnacionales, edifi.
cios corporativos y shopping centers, que son aquí los signos de mo.
dernidad o posmodernidad . . . (De la coexistencia esas tres ciudades
surge) la ciudad videoclip es la ciudad que hace coexistir en ritmo
acelerado un montaje efervescente de culturas de distintas épocas.
No es fácil entender cómo se articulan en estas grandes ciudades esos
modos diversos de vida, pero más aún los múltiples imaginarios ur­
banos que generan . No sólo hacemos la experiencia física de la ciu­
dad, no sólo la recorremos y sentimos en nuestros cuerpos lo que sig­
nifica caminar tanto tiempo o ir parado en el ómnibus, o estar bajo
la lluvia hasta que logremos un taxi , sino que imaginamos mientras
viajamos, construimos suposiciones sobre lo que vemos, sobre quie­
nes nos cruzan, las zonas de la ciudad que desconocemos y tenemos
que atravesar para llegar a otro destino, en suma, qué pasa con los
otros en la ciudad . . . Toda interacción tiene una cuota de imaginario,
pero más aún en estas interacciones evasivas y fugaces que propone
una megalópolis» ( 1 997a : 80-89).

Por su parte, Ulf Hannerz, preocupado por el impacto de la glo­


balización, trata de identificar cómo y en qué sentido ésta afecta a
la diversidad cultural. La globalización, a la que entiende funda­
mentalmente como una cuestión de interconexiones crecientes a
larga distancia, integra según él dos grandes aspectos: «por un lado,
los pueblos y las estructuras sociales que anteriormente habían es­
tado más bien apartados entre sí, ahora interfieren cada vez más en
las condiciones de vida mutuas, física y materialmente. Por otro,
hay un creciente flujo directo de cultura, de significados y modos
::le expresión» ( 1 998: 97). Lo que suele destacarse del primer aspec ­
to es la noción de «bienes transnacionales», esto es, recursos que de
alguna forma comparte la humanidad y que no están bajo el con­
trol de ningún gobierno; son recursos que como la biodiversidad,
::orren el riesgo de quedar destruidos, dañados, agotados porque no
hay normas que regulen su acceso y utilización. Igualmente, en lo
:iue se refiere al segundo aspecto, la creciente interconexión mun�
:iial hace pensar a muchos que la diversidad cultural también está
;eriamente amenazada, o al menos ciertas variantes culturales.
Frente a un diagnóstico como éste, tras el que parece latir aque­
.la clásica y hegemónica visión de cultura que tan bien represen tó
R.uth Benedict a través de la historia del cuenco narrada por un jefe
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 57

de lo s indios diggers de California,8 Hannerz se pregunta hasta qué


p to es realista el escenario de la homogeneización cultural. Con­
un
s i d era que, que pese a las afirmaciones contrarias, la prognosis de
j dive rsidad cultural no es tan mala. Es cierto, afirma, que algunas
..1

fo r mas culturales desaparecen y que algunos registros de la diversi­


d ad humana sólo están a nuestra disposición en archivos, museos y
1110no grafías. Pero paralelamente, sigue funcionando la reconstruc­
ci ón cultural. La diversidad cultural actual « no es simplemente di­
, ·c rsidad antigua en declive, sino nueva diversidad generada por el
cc u mene global» ( 1 99 8 : 1 09). Para nombrar a esa nueva diversidad
o r i gi n ada por la globalización cultural Hannerz utiliza el concepto
d e « cultura mestiza» , un término que recuerda a la idea de hetero­
gen eidad e hibridación cultural de García Canclini.
·

En oposición a la corriente de pensamiento cultural que subra­


rn la pureza, la homogeneidad y la delimitación de las culturas, los
�onceptos de mestizo y mestizaje le sugieren a Hannerz que la mez­
cla cultural no es necesariamente una desviación, algo de segunda
c l ase, poco digna de atención o fuera de lugar. Por el contrario, para
él t al e s conceptos no sólo denotan creatividad y riqueza de expre­
s i ón, s i n o que señalan que todavía hay esperanza para la diversidad
cultural en este mundo crecientemente interconectado. « Con un
poco de aquí y un poco de allá . . . se introduce lo nuevo en el mun­
d o » ( 1 998: 1 1 3 ). Para este autor, la esencia del concepto de cultura
mestiza es una «Combinación de diversidad, interconexión e inno­
\·ación, en el contexto de las relaciones globales centro-periferia»
( 1 99 8 : 1 1 4). En esta definición, la noción de diversidad implica una
con fluencia bastante reciente de tradiciones diferentes e indepen­
d i entes, mientras que la de centro-periferia hace pensar que hay
u na economía política de la cultura inherente al continuum mesti­
zo , p rofundamente marcado por las limitaciones de la desigualdad.
E n un extremo de ese continuum está la cultura del centro, con ma­
\ ' o r pre stigio; en el otro, están las formas culturales de la periferia
ni á s l ej a n a; en el medio, se da una diversidad de mezclas. No obs-

8. En el capítulo segundo (•La diversidad de culturas» ) de su libro Pattems of' Cultu re ,


P t 1 h l i c a do en espaftol en 1 97 1 , Benedict presentó y epitomizó su visión de la diversidad cultu­
,.,11_ l l t i l i z a ndo para ello las descripciones y palabras de Ramón, un jefe de los indios diggers

q u , <' n l e contó muchas cosas acerca de las viejas costumbres de su pueblo. Un día -dice Be­
; 1"'''d i c t - Ramón le contó lo siguiente: •Al comienzo, dijo, Dios dio a cada pueblo una taza, una
ª d e arcilla, y de esa taza
bebieron su vida . . . Todos ellos se sumergieron en el agua, pero
' " ' l a za s era
n diferentes. Nuestra taza ahora está rota. Ha llegado a su fin » ( 1 97 1 : 26-27). Cada
�''.'d o de v i da, viene a decir Benedict, es como un cuenco de arcilla: forma un todo coherente
." l l e g ral ,
, y este carácter se pone de manifiesto en el hecho de que el cuenco puede romper­
,' ¡ L•i s c u l tu ras (como los cuencos) están hechas de una sola pieza: se tienen o no se tienen,
1 .' '1 i i·e,· i ven o se pierden. Con el impacto de la colonización, la cultura del pueblo de Ramón es­
" 1ª l l e ga n do a su fin, la pérdida era irreparable.
58 ANTROPOLOGÍA URBANA

tante, los procesos culturales de mestizaje no son simplemente un�


cuestión de presión constante desde el centro hacia la periferia, sin9
una interacción más creativa en los que juegan un papel esencial las
estructuras o marcos de organización cultural.9 ;
Los procesos actuales han dado lugar según Hannerz a una cul�
tura mundial, definida no como una repetición de lo uniforme sind
como «una organización de la diversidad, una creciente intercone,
xión entre diversas culturas locales, a la vez que un desarrollo de la�
culturas que no están ancladas en un territorio concreto» ( 1 998: 1 66 ) .

Aunque no lo dice explícitamente, para Hannerz las culturas trans­


nacionales son una parte importante de la cultura mundial. Pese a su
carácter en principio desterritorializado, las «culturas transnaciona.
les», consideradas como un todo, suelen recibir el impacto de algu­
na cultura territorial, de unas más que de otras; de ahí que muchas
de ellas sean, de cierta manera, extensiones o transformaciones de las
culturas de Europa occidental y de Norteamérica. Como ejemplo de
tales culturas Hannerz cita a aquellas vinculadas a mercados de tra­
bajo transnacionales, la de los burócratas, los políticos y los hombres
de negocios, la de los periodistas y los diplomáticos. Las personas
pueden estar relacionadas de maneras diferentes con esta diversidad
interconectada que es la cultura mundial, por eso es posible diferen·
ciar entre personas cosmopolitas y personas locales. Los cosmopoli�
tas 1 0 juegan un papel importante y específico de cara a lograr un cier·
to grado de coherencia interna de esa cultura mundial; si sólo exis·
tieran las personas locales la cultura mundial no sería más que la
suma de sus partes. Sin embargo, dada la intensidad y amplitud de
los movimientos actuales, en personas y mensajes, cada vez es más
difícil que una persona responda al tipo ideal de persona local.

9. En ese sentido Hannerz identifica cuatro marcos de organización cultural en los que
se estructura u organiza el flujo de significados y de formas organizativas de las sociedades
contemporáneas. Cada uno de ellos tiene unos principios propios, unas implicaciones espec í­
ficas de tiempo y de espacio, y unas relaciones diferentes con el poder y la vida material. Se
trata respectivamente del marco que denomina la fonna de vida , el marco del estado, el mar­
rn del mercado y finalmente, el marco que llama movimiento. A través de dichos marcos, d e
sus agentes, de las relaciones asimétricas que establecen entre ellos, de sus implicaciones es­
paciales y temporales, etc., Hannerz explica la formación de la cultura mestiza tanto en cen­
tro como (sobre todo) en la periferia.
1 0. Hannerz explora al cosmopolitismo y a las personas cosmopolitas •como pers pecti­
va, como estado de ánimo o . . . como un modo de manejar los significados• ( 1 998: 1 66). Dice
por un lado que el cosmopolitismo más genuino supone una actitud intelectual y estética abier­
ta a las experiencias culturales divergentes, una búsqueda de contrastes antes que de unifor­
midad; implica la predisposición y la habilidad personal para abrirse camino entre otras cu l­
turas y la competencia, la maestría respecto a las culturas ajenas. Por el otro, el cosmopolita
;e nutre de la diversidad cultural. de las culturas locales, sin embargo no es un agente activo
:le! mestizaje, por el contrario, quizá •la actitud más genuinamente cosmopolita puede que sea
mantener separado lo que está separado» ( 1 998: 1 79).
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 59

L os emigrantes fronterizos mexicanos proporcionan un buen


t.• j e mplo de la complejidad que pueden alcanzar las culturas trans-
1� aci onales. Como señala Osear Martínez ( 1 990), es difícil encontrar
u na definición unívoca capaz de englobar a todos estos migrantes,
p or que el fronterizo transnacional, más que habitar en la frontera,
es un transeúnte generalmente indocumentado que viaja desde el
i ri or de México hacia el norte. Su deseo es atravesar lo más rá­
nte
pi d a m ente posible la zona de frontera, para evitar los peligros y
t ram pas que acechan en ella, en especial los coyotes (que extorsio­
nan a los migrantes indocumentados) y la migra (policía de fronte­
ra no rteamericana). Lo más común es que estos emigrantes pasen
u nos pocos meses en USA, retornen a México para una corta visita
y repitan una vez este ciclo de itinerancia. Tomando como eje los ti­
pos de contacto que los individuos mantienen en USA y cómo éstos
afectan a su estilo de vida, Martínez establece una tipología en la
que aparecen representados los tipos más característicos de fronte­
rizos transnacionales: el migrante colono (settler migrant) , el traba­
jador commuter, el consumidor binacional, el biculturalista y el bi­
nacionalista. 1 1
Esta complejidad y efervescencia cultural alcanzan su punto
más álgido, según Hannerz, en las llamadas ciudades mundiales.
Es t as constituyen los centros del ecumene global no sólo por con­
tener los núcleos de control de la economía mundial, sino porque
en ellas confluyen cuatro categorías sociales de personas (los eje­
cu t ivos y directivos de las empresas transnacionales, los inmigran­
t es , las elites del mundo de la cultura y los turistas) que compar­
t e n u na característica común: los lazos transnacionales que les vin­
culan con otros lugares del mundo. Ellos son los creadores y
d i fusores de esa especificidad que resulta a la vez tan particular y
t a n global, de ciudades como Nueva York, Londres o París. A ellos
a t ri buye Hannerz el hecho que las referidas ciudades sean algo más

. 1 1. Mientras que los dos primeros tipos se refieren a trabajadores migrantes que se di­
lc·r \• rH: i an entre sí por su distinto grado de aculturación (el settler migrante reside parte del
t r e n1 po
e n USA donde llega a absorber parte de la cultura, el trabajador commuter; pese a que
t r·a ba ja fu era de su país, lleva un estilo de vida predominantemente mexicano), el tercero hace
• n ia
'relc
er Hreaj asc qufundamentalmente
e
al ámbito del consumo; el consumidor binacional disfruta de las
le proporciona comprar dentro y fuera de México, pero pese a sus frecuentes con-
1 .dc_t os con USA su aculturación no sobrepasa un nivel muy superficial. El fronterizo bicultu-
1 d l ista es típicamente un individuo de clase media que ha ido a escuelas mexicanas y ameri­

:c:i �i a s; a u nque su orientación cultural primaria es mexicana, está familiarizado con el estilo de
.'( '1 a111 ericano y se mueve con facilidad al norte de la frontera, donde pasa una parte signifi-
dt 11 a
de su tiempo. Por último, el fronterizo binacionalista es generalmente un profesional o
::n a P e rs ona de negocios y se caracteriza por llevar un estilo de vida binacional: pasa aproxi­

;,11 -"d11 Panins ente el m ismo tiempo en una parte y otra de la frontera, interactúa con diferentes sub­
en a mbas sociedades y generalmente está en posesión de la « Green Card» que le per-
l i t c· t ra bajar y moverse libremente por el territorio norteamericano.
60 ANTROPOLOGÍA URBANA

que meras manifestaciones localizadas de la cultura americana,


británica o francesa.
Una gran parte del proceso cultural que ocurre en las ciudades
mundiales, tanto en la faceta local como en la transnacional, tiene
lugar dentro de las estructuras o marcos de organización social, en
especial aquellos que representan el mercado y la forma de vida. En
la primera, el flujo cultural sucede entre personas que se relacionan
entre ellas como comprador y vendedor, y donde los significados y
formas significativas se convierten en artículos de consumo. En la
segunda, el flujo cultural tiene lugar en los contactos habituales en­
tre personas corrientes mediante un flujo libre y recíproco. De la
:ombinación de los procesos locales generados por las distintas
,< formas de vida» que conviven en las ciudades mundiales y de los
procesos a larga distancia que se generan en el marco del mercado
:que dan lugar a un amplio espectro de modas, -istmos, vanguar­
:lias y movimientos) surge, según Hannerz, la creatividad cultural
:le este tipo de ciudades.
Para ilustrar el proceso de creación continua de productos cul­
:urales este autor esboza un modelo secuencial esquemático en el
::¡ue distingue tres fases. En la primera, «los significados y las for­
nas significativas en cuestión fluyen con bastante libertad dentro
:le una comunidad subcultura! . . . La gente come lo que cocina en
:asa y hacen música juntos . . . (pero estos productos) no se convier­
:en en artículos para la venta. Se mueven dentro de la matriz in­
erna de las relaciones personales de la comunidad, en los diversos
1mbientes privados. En la segunda fase . . . (dado que) resulta has­
.ante lucrativo convertir artículos subculturalmente distintivos
�n productos para el consumo de los miembros de la comunidad . . .
los productos entran al mercado, pero a un mercado todavía res­
ringido). La cocinas subculturales tienen una sección especial en
os supermercados, en los sitios de comida para llevar o en los res­
aurantes; la música se toca en los teatros de los barrios periféri­
:os . . . o la transmite la emisora de radio étnica local. Y así llega­
nos a la fase tres en la carrera de los productos culturales . . . : como
•e han vuelto más públicos, son más asequibles para los que ex­
>loran continuamente el gran mercado cultural en busca de nove­
lad» ( 1 998: 220) . El producto cultural está listo para ser consumi­
lo, solo o mezclado con nuevos cruces, innovaciones o mezclas .
Hibridación, diversidad cultural, culturas transnacionales, cul­
ura global. He aquí cuatro conceptos tan estrechamente conec ta ­
los que resultan difíciles de separar.
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 61

2. La transformación del espacio

Muchas de las más interesantes propuestas teóricas aparecidas


en la s ciencias sociales (sociología, antropología e historia) en los
úl t i m os años coinciden en prestar una fuerte atención al problema
d e l a génesis e imbricación de las categorías espacio y tiempo en la
\·i d a social contemporánea. Tales categorías se han vuelto teórica­
men te relevantes precisamente cuando las transformaciones ocurri­
da s a partir de los años 80 (económicas, tecnológicas, políticas,
etc . ) , tienden a despojarlas de su contenido tradicional y a propiciar
el su rgimiento de una nueva y peculiar articulación espacio-tempo­
ral cuyos múltiples aspectos pretenden aprehender conceptos tales
c om o « desanclaje» , «no-lugares» , «espacio de los flujos » , «desterri­
t ori alización» o «deslocalización» . Como denotan los referidos tér­
mi nos, en la actualidad se observa una cierta priorización analítica
de la dimensión espacial, la cual, en contraste con la dimensión
temporal, ha estado largo tiempo relegada a un segundo plano por
la teoría social y por la totalidad de las disciplinas, excepción hecha
de la geografía (Barañano, 1 999: 1 05) . 1 2
Las reordenaciones espacio-temporales ocurridas en la moder­
n idad avanzada han trastocado de manera importante los objetos
c l ásicos de la antropología (la relación entre cultura y territorio, la
diversidad cultural, los límites de la identidad, etc.), planteando a
esta disciplina nuevos problemas de índole teórico-metodológico.
Entre otros, ha contribuido a cuestionar el arraigado mito del «lo­
c a lismo premoderno» , nacido, hasta cierto punto, de las exigencias
del trabajo de campo etnográfico; según Morley y Robins ( 1 99 5 :
1 2 9- 1 3 0) , dicho localismo está compuesto por un conjunto de su­
p osiciones acerca del vínculo, el enraizamiento, la insularidad y la
p ureza de las culturas premodemas. El mito al que se refieren los
men cio nados autores se corresponde punto por punto a aquel «mo­
d e l o in sular» del que ya nos ocupamos con anterioridad. 1 3
Llá mesele modelo o mito, lo cierto es que se ha visto desborda­
d o p o r los procesos de cambio que producen un desfase creciente
f_n t re l as prácticas locales y las fuentes de valor o legitimidad, entre
ts coo rdenadas de la acción presencial y los ejes dominantes de re­
L' re n c ia espacio-temporal. Con frecuencia, el «desbordamiento» del
e s pa cio -tiempo local es tal que resulta difícil decidir en qué medida

,1 1 2. Como señala la citada Margarita Barañano ( 1 999), la prioridad de la espacialidad


P �>11:c cc co n especial potencia en las tesis de Jameson ( 1 996) y Castells (200 1 ). quienes res-

" 1'·•uncnte sostienen que esta dimensión constituye una dominante cultural del postmoder-
11; 1
·' 11º·
o q ue es la que organiza al tiempo en la era de la infamación.
1 3. Véase a este respecto el capítulo dedicado a « La naturaleza de la antropología urbana» .
ANTROPOLOGÍA URBANA

J
62

un fenómeno concreto pertenece al ámbito de lo local, lo nacion


o lo global. Lo más probable, como indica Cruces ( 1 997: 47), es qu
corresponda a todos a la vez. J
¿Cómo ha afectado el despliegue globalizador de la modernidad
al tiempo y al espacio como categorías socioculturales?, ¿qué tipos
de articulaciones espacio-temporales caracterizan a esta era de la
información, la modernidad avanzada o del capitalismo tardío�
A este respecto, como veremos en las páginas que siguen, las pro­
puestas han sido numerosas, aunque en el fondo muchas de ellas
coincidan en destacar lo mismo.

2. 1 . LOCALI DADES FANTASMAGÓRICAS Y PROCESOS DE DESANCLAJE

En su obra The Consequences of Modernity ( 1 990), Anthony Gid­


dens afirma que las instituciones sociales contemporáneas poseen
propiedades dinámicas específicas que no estaban presentes en el
mundo premoderno y que se derivan en gran parte de una trans­
formación en la correspondencia entre las categorías ontológicas de
tiempo y espacio. En las sociedades premodernas, antes de la in­
vención y la difusión del reloj mecánico, era imposible calcular el
tiempo sin hacer referencia al contexto de una localidad y a mar­
cadores naturales del espacio y del tiempo. El carácter abstracto y
uniforme («Vacío») del tiempo cronometrado separó el cálculo del
tiempo del lugar, al tiempo que liberó también la coordinación de
las actividades sociales de las particularidades del lugar ( 1 990:
1 2 y ss.). A partir de estas ideas centrales, este autor desarrolla su
análisis considerando las implicaciones que esta abstracción o «Va­
ciamiento» del tiempo tiene para el vaciamiento del espacio.
El cálculo abstracto d el tiempo, dirá, permite el surgimiento del
«espacio vacío » , o lo que es lo mismo «la separación del espacio del
lugar» . Para el sociólogo británico, dichos conceptos -espacio y lu ­
gar- no tienen el mismo significado, aunque a menudo se usen
como sinónimos; para él lugar equivale a localidad. Las localidades
no son meros puntos geográficos, sino que son sobre todo «loca·
ciones físicas de la interacción» ( 1 990: 1 8) . Sostiene que en las so­
ciedades premodernas el espacio y el lugar (localidad) son en b ue­
na medida coincidentes, dado que en ellas las relaciones directas
(interacciones locales en persona) dominan la vida social de la m a­
yoría de la gente. En contraste, la modernidad separa el espacio del
lugar, puesto que permite e incluso fomenta las relaciones a distan·
cia entre personas que no están presentes en una localidad. Para
describir esta transformación del espacio característico de las loca·
lidades modernas Giddens utiliza el calificativo de «fantasmagóri·
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 63

c as » . Las localidades modernas, afirma, son cada vez más fantas­


n l{l ¡j ÓYicas , «lo que equivale a decir que las localidades están total­
fl l en te penetradas y conformadas por influencias sociales remotas.
¡_,o q ue estructura la localidad no es simplemente aquello que está
nte en � a esc � na; la forma �isible de la localidad oculta las re­
p rese
l a c ion es a d1stanc1a que determman su naturaleza» ( 1 990: 1 9).
Como sugiere Tomlinson (200 1 : 61 y ss.), podemos captar me­
j or l a i dea de las presencias fantasmagóricas que pueblan las loca­
li d ades modernas (donde conviven los presentes y los ausentes, y
do n d e s e unen en formas particulares la proximidad y la distancia)
c uan d o se compara una localidad moderna con su equivalente en la
pre rnodernidad. Utilizando la descripción de Le Roy Ladurie de la
\' i d a de la aldea francesa de Montaillou en el siglo XIV, destaca que
l as casas premodernas eran casi exclusivamente lugares para las in­
te ra cciones presenciales íntimas. En contraste, una casa familiar
occidental, aunque continua siendo un lugar donde las relaciones
personales íntimas constituyen la norma, también es el sitio de las
interacciones a distancia, por ello está equipada con una gama cada
vez más variada de dispositivos de comunicación (radio, teléfono,
televisor, computadora, etc.). Si nuestros hogares son lugares en
don d e la globalización se hace sentir, qué decir tiene de aquellas
otras «localidades» modernas que carecen de equivalente en la pre­
m o d emi d ad (aeropuertos, centros comerciales, parques temáticos,
etcétera ) , completamente penetradas por las relaciones a distancia.
L o que estas localidades modernas reflejan es, en suma, el «desan­
c l aj e » o el «desarraigo» de las actividades y relaciones sociales res­
pecto a los contextos presenciales.
Giddens define el desanclaje como «el "despegar" las relaciones
so c i al es de sus contextos locales de interacción y su reestructura­
c i ó n e n intervalos espacio-temporales indefinidos» ( 1 990: 2 1 ) . Se
tra t a d e un proceso evolutivo expansivo y de alcance mundial que
p e r m ite comprender la naturaleza eminentemente globalizadora de
� a m odernidad. Pero el desanclaje no significa que las personas de­
J e n de llevar sus vidas en las localidades reales. El carácter recon­
fo r t a n t e y familiar de los entornos culturales en los que habitual­
in e n te nos movemos enmascara la influencia de fuerzas y procesos
soc i a l es distantes. Tal y como ocurre en los centros comerciales 10-
cal es , 14
e l vínculo entre nuestra experiencia cultural cotidiana y

, 1 4. Afirma Giddens que •el centro comercial local es un entorno en el que se cultiva un
n':;Hido de la comodidad y la seguridad mediante el diseño de los edificios y la ciudadosa pia­
d� ic1 aci ón de los espacios públicos. No obstante, todos los compradores saben que la mayoría
,¡ 1 '. "''''ndas son cadenas comerciales, que se encuentran en cualquier ciudad y que hay en otros
i n n u merables centros comerciales con un diseño similar• ( 1 990: 1 4 1 ).
64 ANTROPOLOGÍA URBANA

nuestra localización se transforma en todos los niveles. Como die,


Giddens, «el propio tejido de la experiencia espacial cambia, unie
do la proximidad y la distancia en formas que tienen pocos paral
los en épocas anteriores» ( 1 990: 1 40).
Como sugiere Francisco Cruces, la aproximación de Giddens
problema de la construcción del espacio-tiempo local representa
modelo «abstractivo» y un enfoque «desde arriba» , en la medid
que hace hincapié en los grandes determinantes estructurales qu
afectan a los lugares y a los ciclos temporales. Aunque sin desapa
recer del todo, estos últimos se encuentran atravesados por lo�
grandes procesos que los trastocan y alteran ( 1 997: 49).

2.2. EL ESPACIO DE LOS FLUJOS

Para Manuel Castells, «el espacioJs es la expresión de la socie.


dad» (200 1 : 488). Puesto que las sociedades contemporáneas están
sufriendo un cambio estructural, es razonable considerar que tal
cambio haya provocado el surgimiento de nuevas formas y proce·
sos espaciales. Así pues, para este autor, la dinámica espacial de
nuestra sociedad surge y se alimenta de la síntesis histórica del in·
formacionalismo y el capitalismo que aparece a partir de lm
años 80, la cual ha transformado sustancialmente el paisaje urbano
y la geografía regionaJ . 16
La sociedad de la información, afirma Castells, está construida
en torno a flujos (de capital, de información, de tecnología, de in·
teracción organizativa, de imágenes, símbolos, etc.) que son la ex·
presión de los procesos que «dominan» la vida económica, política
y simbólica. La dimensión espacial de la sociedad no puede escapar

1 5 . Castells entiende al espacio como •el soporte material de las prácticas sociales que
comparten el tiempo• (200 1 : 489). Completa esta escueta definición con tres interesantes ma·
tizaciones. Primera, todo soporte material conlleva siempre un significado simbólico. Segun·
da, por la idea de •prácticas sociales que comparten el tiempo• se refiere al hecho de que el
espacio reúne aquellas prácticas que son simultáneas en el tiempo, siendo la articulación ma·
terial de esta simultaneidad la que otorga sentido al espacio frente a la sociedad (200 1 : 488).
Tercera, el espacio no es un trasunto de la sociedad, sino que es la sociedad m isma; por eso,
las formas y procesos espaciales están formados por las dinámicas de la estructura social ge·
neral. Estas dinámicas están integradas por tendencias contradictorias (que se derivan de lo!
conflictos y estrategias existentes entre actores sociales que poseen intereses y valores opues·
tos) y actuan sobre el entorno construido, heredado de las estructuras socioespaciales previas.
1 6. En lo que a la dinámica espacial concierne, la tesis que Castells defiende en el pri·
mer volumen de su reciente trilogía no es sino la puesta al día en clave más soft (o si se quie­
re menos marxista, más suave, redondeada como los cantos rodados que recubren los secos le­
chos de las ramblas mediterráneas) de las tesis que ya planteó en La ciudad infom1acionaJ
( 1 995), cuyo propósito era identificar la nueva lógica que subyace en las nuevas formas y pro­
cesos espaciales.
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 65

,1 s u p oderosa influencia; de ahí deriva su tesis de una nueva forma


e p ac ial característica de la sociedad red: el «espacio de los flujos » .
s
E n t e n d ido como «la organización material de las prácticas sociales
en tie mpo compartido que funcionan a través de los flujos» 17 (200 1 :
..l8 9 ) , el espacio de los flujos es la forma de articulación espacial del
o
p d e r y la riqueza en nuestro mundo. «Conecta a través del globo
fl u j os de capitales, gestión de multinacionales, imágenes audiovi­
sua l es, informaciones estratégicas, programas tecnológicos, tráfico
de drogas, modas culturales y miembros de una elite cosmopolita
q u e gira, gira, crecientemente despegada de cualquier referente cul­
t ural o nacional» ( 1 99 5 : 1 8) .
L a abstracción del concepto de «espacio de los flujos» se com­
p re n d e mejor cuando se especifica su contenido, integrado -según
Cas tells- por la combinación de tres capas de soportes materiales:
la re d de comunicación electrónica, los nodos y ejes del espacio de
los flujos, y la organización espacial de las elites gestoras dominan­
tes. El primero está formado por un circuito de impulsos electróni­
cos (microelectrónica, telecomunicaciones, procesamiento informá­
t ico, sistemas de radiodifusión, etc.) que constituyen la base mate­
ri al de los procesos cruciales en la sociedad red y se estructuran en
la red de comunicación, que es la configuración espacial funda­
m e n tal. Como ilustra de una manera muy gráfica el propio Castells,
la infraestructura tecnológica que conforma aquella red de comu­
n icación define el nuevo espacio de forma muy parecida a como los
ferrocarriles definieron «regiones económicas» y «mercados nacio­
nales » en la economía industrial. Los lugares no desaparecen, pero
su lógica y significado quedan absorbidos en la red.
El segundo soporte material del espacio de los flujos la cons­
t i t uy en sus nodos y ejes. Aunque el espacio de los flujos se basa
e n un a red electrónica, conecta lugares específicos que poseen ca­
racte rísticas sociales, culturales, físicas y funcionales bien defini­
d a s . Alg unos lugares son ejes de comunicación, que desempeñan
u n p ap el de coordinación; otros son los nodos de la red, en don­
d e s e ubican funciones, actividades y organizaciones estratégica­
n1 en t e importantes (las ciudades globales) . Tanto los nodos como
l o s ejes están organizados de forma jerárquica, dependiendo de su

1 7. Como es habitual, Castells matiza esta definición de la siguiente manera: «por flujo
'' " t i e n do las secuencias de intercambio e interacción determinadas, repetitivas y programables
'' ' H re la s posiciones físicamente inconexas que mantienen los actores sociales en las estructu-
1'" e c o n ómicas, políticas y simbólicas de la sociedad. Las prácticas sociales dominantes son
'' q u e l la s que están
1 1 ' 1 1 H e entie
incorporadas a las estructuras sociales dominantes. Por estructuras domi-
s ndo los dispositivos de organizaciones e instituciones cuya lógica interna desem­
r ei\ 1 un papel estratégico para dar forma a las prácticas sociales y la conciencia social de la
'"< 1 ed ad en general» (200 l : 489).
66 ANTROPOLOGÍA URBANA

peso relativo en la red; tal jerarquía puede cambiar sin embarg


dependiendo de la evolución de las actividades procesadas a tr
vés de la red.
Si los dos soportes anteriores se traducen en redes de comu
nicaciones, sistemas financieros informatizados, ciudades globa·
les y en el nuevo espacio industrial de la alta tecnología, el terce
soporte material del espacio de los flujos está constituido por 1
organización espacial de las elites dominantes que ejercen la�
funciones directrices en torno a las que se articula ese espacio. !�
¿Cómo manifiestan espacialmente su dominio las actuales elites
dominantes? A este tenor señala Castells que, en nuestra socie.;
dad, la articulación de las elites y la segmentación y desorganiza­
ción de las masas son los mecanismos gemelos fundamentales de
dominación social. En tales mecanismos el espacio desempeña un
papel esencial, porque el poder domina mediante flujos, mientras
que la gente vive en lugares. « De hecho, el surgimiento del espa­
cio de flujos expresa la desarticulación de sociedades y culturas
con base local de las organizaciones de poder y producción que
siguen dominando a la sociedad sin someterse a su control. Al fi,
nal, hasta las democracias pierden poder frente a la habilidad de]
capital para circular globalmente, de la información para transfe�
rirse secretamente, de los mercados para ser penetrados o aban�
donados, de las estrategias planetarias de poder político-militar
para ser decididas sin el conocimiento de las naciones, y de los
mensajes culturales para ser comercializados, empaquetados, gra�
hados y difundidos en las mentes de la gente . . . No existe una
opresión tangible, ni un enemigo identificable, ni centro de poder
alguno que pueda ser responsabilizado de problemas sociales es­
pecíficos » ( 1 99 5 : 484-4 8 5 ) .
Mientras que la vida y la experiencia del común de la gente
está arraigada en lugares, las elites son cosmopolitas. Pero para
reproducirse socialmente y conservar su poder, las elites no pue­
den convertirse ellas mismas en flujos. Deben, por el contrario,·
desarrollar un conjunto de reglas y códigos culturales que mar-

1 8 . La teoría del espacio de los flujos de Castells parte «de la asunción implícita de que
las sociedades están organizadas de forma asimétrica en torno a los intereses específicos do·
minantes de cada estructura social. El espacio de los flujos no es la única lógica espacial de
nuestras sociedades. Sin embargo, es la lógica espacial dominante porque es la lógica espacial
de los intereses/funciones dominantes de nuestra sociedad. Pero este dominio no es purarne n·
te estructural. Lo promulgan, conciben, deciden y aplican los actores sociales. Por lo tanto, la
elite tecnócrata-financiera-gestora que ocupa las posiciones destacadas en nuestras sociedades
también tendrá necesidades espaciales específicas en cuanto al respaldo material/espacial de
sus intereses y prácticas. La manifestación espacial de la elite informacional constituye otra di·
mensión fundamental del espacio de los fl u jos » (200 1 : 493).
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 67

q uen nítidamente las fronteras de su comunidad cultural y políti­


ca . Para ello utilizan dos tipos de estrategias: la primera consiste
e n fo rmar su propia sociedad, constituyendo comunidades sim­
b ó l ic amente aisladas que se atrincheran tras la barrera material
d e l p recio de la propiedad inmobiliaria. Estas comunidades de
e l i te que Castells define como « una subcultura ligada al espacio y
co n conexiones interpersonales » , le llevan a plantear la hipótesis
d e que el espacio de los flujos está compuesto por «microrredes
p ersonales que proyectan sus intereses en macrorredes funciona­
l e s p or todo el conjunto global de interacciones del espacio de los
fl uj o s » . Se trata de un fenómeno bien conocido en el mundo fi­
n a nciero: las decisiones estratégicas se toman en comidas de ne­
goc i o s celebradas en restaurantes exclusivos, o en fines de serna­
�ª pasados en casas de campo, al igual que ocurría antaño. Pero
estas decisiones « serán ejecutadas en procesos de toma de deci­
sión inmediatos sobre ordenadores telecomunicados que pueden
provocar sus propias decisiones para reaccionar a las tendencias
del mercado » (200 1 : 494) .
La segunda estrategia consiste en crear un estilo de vida e idear
formas espaciales tendentes a unificar el entorno simbólico de las
e l i tes en todo el mundo. Así, uniendo los distintos ejes y nódulos del
es p acio de los flujos, se construye por todo el mundo un espacio
( relativamente) aislado y homogéneo compuesto por hoteles inter­
n acionales, salas para VIP en los aeropuertos, servicios secretaria­
l es , etc., que recrean una sensación de familiaridad con el mundo
i n terior, mantienen la distancia frente a la sociedad exterior y con­
se rva n la unidad de un reducido círculo de la elite empresarial a tra­
\'és de sensaciones, ritos y experiencias similares en todos los
pa ís es . Paralelamente, entre la elite de la información también se
es t á gest ando un estilo de vida desvinculado de la especificidad his­
tór ica de cualquier sociedad concreta e integrado por diversos sím­
b o l o s -como el uso regular de instalaciones de hidromasaje, la
Práct ica del jogging, el ubicuo ordenador portátil, la combinación de
r opa formal y de deporte, el estilo de ropa unisex, etc.- que, cre­
c i ent e mente, se relacionan con la pertenencia a los círculos gesto­
r es de la economía informacional global.
Est a cultura internacional y homogeneizadora que trasmite el
e s pa cio de los flujos se refleja también por último en la tendencia
h a c i a la uniformidad arquitectónica que distingue a los lugares que
c o nstit uyen los ejes y nodos de cada red a lo largo del mundo. De
e s t e m odo, dice Castells, «la arquitectura escapa a la historia y la
� Lll tu ra de cada sociedad y queda capturada en el nuevo mundo
1 111agi nario y maravilloso de posibilidades ilimitadas que subyace en
68 ANTROPOLOGÍA URBANA �
la lógica transmitida por el multimedia: la cultura de la navegació
electrónica, como si se pudieran reinventar todas las formas en u
lugar, con la sola condición de saltar a la indefinición cultural d�
los flujos de poder» (200 1 : 495 ) . �
Junto a este dominante, expansivo, fluido y global espacio de lo�
flujos persiste, según Castells, el espacio de los lugares , en el que s �
construye y practica la experiencia cotidiana de la gran mayoría d�
personas. Es un espacio cuya tendencia evolutiva tiende a conver1
tirlo en algo «cada vez más local, más territorial, más apegado a lai
identidad propia, como vecinos, como miembros de una culturaJ
una etnia, una nación . . . (donde) se recupera la tradición histórica
y afirma la geografía de las culturas, pero también a veces degene-i
ra en tribalización, fragmentación y xenofobia» ( 1 99 5 : 1 8) , un es�
pacio en fin que el propio Castells explorará más tarde baj o el filtro
único del crisol identitario ( 1 998). Es precisamente este espacio el
que desde una perspectiva crítica reivindicarán autores como Artu­
ro Escobar, que destaca la necesidad de reafirmar los lugares y la
cultura local no capitalista frente a la dominación del espacio, el ca.,
pital y la modenidad, una reafirmación que según este autor «de­
bería producir teorías que hicieran visible las posibilidades de con·
cebir y reconstruir el mundo desde la perspectiva de las prácticas
llevadas a cabo en los lugares» (2000: 1 72).

2.3. Los LUGARES y LOS NO-LUGARES


Tal y como los describe Marc Augé, los «no-lugares» represen­
tan el paradigma espacial de la sobremodernidad, cuya definición
se perfila en contraste con los «lugares antropológicos» . Las colec­
tividades, dice Augé, al igual que los individuos que se incorporan
a ellas, tienen la necesidad de simbolizar los elementos constitu­
yentes de la identidad y la relación. La organización del espacio y
la constitución de lugares es uno de los medios de esta empresa. Re­
serva el término de lugar antropológico para designar esa construc­
ción a la vez concreta y simbólica que es «principio de sentido para
aquellos que lo habitan y principio de inteligibilidad para aquel que
lo observa . . . Estos lugares tienen por lo menos tres rasgos com u ­
nes. Se consideran (o los consideran) identificatorios, relacionales e
históricos» ( 1 993: 59). Son espacios donde se puede leer algo sobre
las identidades individuales y colectivas, las relaciones entre las
gentes y la historia a la que pertenecen. Pero además, son también
«territorios retóricos » , esto es, espacios dentro de los cuales la gen-•
te utiliza el mismo lenguaje, lo que permite entenderse con medias
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 69

p a la bras, con la complicidad del silencio o los sobreentendidos.


so n . finalmente, desde un punto de vista estrictamente geográfico,
·L sp acios que se definen por su frontera exterior y sus fronteras in ­
t e rio res ( 1 998: 9).
Augé se sirve de las nociones de itinerario, intersección, centro
, . monumento para describir los lugares antropológicos, ya sean
¡Júbli cos o privados, tradicionales o contemporáneos. Los itinera­
ri os son ejes o caminos trazados por las personas que conducen de
un lugar a otro. Las intersecciones son lugares donde las gentes « Se
cr uzan, se encuentran y se reúnen, que fueron diseñados a veces
con enormes proporciones para satisfacer, especialmente en los
mercados, las necesidades del intercambio económico» . Finalmen­
t e, e s t án los centros más o menos monumentales , religiosos y polí­
t i c o s , «construidos por ciertos hombres y que definen a su vez un
es p acio y fronteras más allá de las cuales otros hombres se definen
c o m o otros con respecto a otros centros y otros espacios» ( 1 99 3 :
62 ) . Recorridos de hombres y mujeres cristalizados con el trascur­
so d el tiempo, los lugares de Augé son cruces de término, merca­
d o s y plazas públicas, barrios, espacios urbanos de cualquier ciu­
dad francesa o española, pero también lo son las casas (la casa ka­
b i l o el baserri vasco, por ejemplo) y los hogares domésticos; en
to dos ellos se condensa el sentido, se fueron cargando de sentido
con el tiempo y «cada nuevo recorrido, cada reiteración ritual, re­
fuerza y confirma su necesidad» , su carácter identitario, relacional
e histórico ( 1 99 3 : 5 8 ) .
I nversamente, un no-lugar se definirá como un espacio donde
no pueden leerse ni las identidades, ni las relaciones ni la historia.
Los nu evos espacios del planeta, y esta es la hipótesis que plantea
Au gé, se prestan ejemplarmente a esta definición negativa. «La so­
b re modernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios
q u e no son en sí lugares antropológicos y que . . . no integran a los
l uga res antiguos . . . Un mundo donde se nace en una clínica y don­
d e s e muere en el hospital, en donde se multiplican, en modalida­
d e s luj osas o inhumanas, los puntos de tránsito y las ocupaciones
� rovisi onales (las cadenas de hoteles y las habitaciones ocupadas
i l e gal m ente, los clubes de vacaciones, los campos de refugiados, las
b a rrac as miserables destinadas a desaparecer o a degradarse pro­
g re s iva mente), donde se desarrolla una apretada red de medios de
t ra n s p orte que son también espacios habitados; en el que el clien-
1 � de los supermercados, las máquinas tragaperras y las tarjetas de
C réd i t o se comunica sin palabras, mediante gestos, en un comercio
<t �) stra cto y no mediado; un mundo rendido de ese modo a la indi­
v i d ua li dad solitaria, a lo fugaz, a lo temporal y efímero, ofrece al
7U ANTROPOLOGÍA URBANA

antropólogo y también a los demás un objeto nuevo cuyas dimenj


siones inéditas conviene medir» ( 1 993: 84). 19 .j
Los espacios de la circulación (vías aéreas, aeropuertos, auto�
pistas), los espacios de la comunicación (pantallas de todo tipo, la5
ondas, los cables) y los espacios del consumo (supermercados, es·
taciones de servicio) aparecen como no-lugares que frecuentemen1
te se mezclan unos con otros (la radio y la televisión funcionan en
los aeropuertos, la radio y la televisión hacen publicidad de los
grandes supermercados, etc.). Por lo demás, el concepto englob�
tanto a los espacios físicos como a las relaciones que los individuo!!
mantienen entre sí, unas relaciones que Augé caracteriza mediante
el sugerente término de «contractualidad solitaria» , que nos ilustra
a través de la figura de los grandes supermercados. En ellos, «e]
cliente circula silenciosamente, consulta las etiquetas, pesa las ver­
duras o las frutas en una máquina que le indica, con el peso, el pre­
cio, luego tiende su tarjeta de crédito a una mujer joven pero tam·
bién silenciosa, o poco locuaz, que somete cada artículo al registro
de una máquina decodificadora antes de verificar si la tarjeta de
crédito está en condiciones» ( 1 993: 1 03 ) .
Los no-lugares son vistos como sitios sombríos de la modernidad
contemporánea: espacios de soledad, silencio, anonimato, temporali·
dad y alienación, sitios en que priman las relaciones contractuales e
utilitarias. Constituyen fenómenos espaciales genuinamente nuevos y
peculiares, rasgos únicos del paisaje de la nueva era. Por ello son ve·
hículo de expresión de los tres fenómenos característicos de la su­
permodemidad: la aceleración de la historia (ligada a la rapidez de
la información), el encogimiento del planeta (ligado a la circulación
acelerada de individuos, imágenes e ideas), y la individualización de
los destinos (ligada a los fenómenos de la desterritorialización).
Pese a la importancia que Augé otorga a los no-lugares, es ne,
cesario conservar la medida de su significación. Como él mismo ha
repetido en diversas ocasiones, en la vida real los lugares y los no­
lugares «se entrelazan, se interpenetran. La posibilidad del no lugar
no está nunca ausente de cualquier lugar que sea. El retomo al l u­
gar es el recurso de aquel que frecuenta los no lugares » ( 1 99 3 : 1 1 0).
La oposición entre lugares y no-lugares tiene siempre un carácter
relativo, tanto en el tiempo como en el uso. Por una lado, un lugar
puede convertirse en un no-lugar y viceversa; en Francia, señala
Augé, en la periferia inmediata de las ciudades y pueblos pequeños ,
los accesos a algunas «grandes superficies» se han convertido en lu­
gares de encuentro de jóvenes. Por otro, la referida oposición es
1 9. La traducción castellana de este texto de Augé resulta a veces totalmente ininte li gi­
ble. Por ello me he permitido corregir la traducción yendo directamente al original en francés;
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 71

t am bi én relativa en cuanto al uso; un aeropuerto no tiene la misma


si g: n ificación para un pasajero que para la persona que trabaja allí
:: ;ti dianamente. Por ello, indica Augé, «hay que fijarse en la diver­
si da d de puntos de vista que puede tener un mismo objeto, y con­
� i de rar la simbiosis lugar / no-lugar como un instrumento dócil
p ara descifrar el sentido social de un espacio, es decir, la capacidad
d e acoger, suscitar y simbolizar la relación. El lugar y el no-lugar no
se op onen como el bien y el mal. Si por sentido se entiende el sen­
t id social, la relación pensable y gestionable, instituible, entre uno
o
, . otro, entre unos y otros, nos daremos cuenta que un exceso de
�e ntido puede ser insoportable (es muy difícil vivir continuamente
bajo la mirada de otro), al igual que un exceso de libertad (no de­
p ender de nadie) puede derivar en la locura de la soledad. El lugar
" el no-lugar están en tensión como la exigencia de sentido y de li­
bertad » ( 1 99 8 : 1 0) .
Los no-lugares no son los únicos fenómenos espaciales de la su­
permodernidad en los que fija su atención Augé. Junto a ellos coe­
xisten otros como los que él denomina «sobrelocalización» y «pom­
pa s de inmanencia » . Fruto de la ruptura de las fronteras urbanas
tradicionales, lo característico del fenómeno de la sobrelocalización
es «que la gente se cierre en fronteras muy estrechas» , dando lugar
a fenómenos enormemente diversos pero que tienen un trasfondo
común: la pérdida de continuidad del espacio urbano. Así, por un
lado, mientras que la relación entre los barrios antiguos y los su­
burbios se torna en ocasiones en algo inhabitual, los pobladores del
extrarradio acuden con facilidad a los «fuera-de-lugar»2º situados en
el centro urbano. Por otro, se crean nuevas líneas de división y nue­
vas insularidades, muy acentuadas en el caso de Latinoamérica (in­
mu e bles superprotegidos y barrios residenciales convertidos en for­
t al ezas urbanas que contrastan con ghetos donde viven los pobres)
.
( 1 99 8 : 1 3) .
E sta ruptura del espacio urbano fomenta el surgimiento de
u no s esp acios situados dentro o fuera de las urbes en los que la fic­
c i ó n es el elemento determinante. Son los espacios de ficción o pom­
/)(i s de inmanencia , que tienen en Disneylandia su arquetipo más lo­

g rado : «una fausta avenida de ciudad norteamericana, un falso sa-


100 11 , un falso Mississipi, unos personajes de Disney que corren por
20 . Para Augé, los •fuera-de-lugar• están constituidos por las imágenes de la televisión
' ' Po r la gra
l l ic· n i
n ciudad a la vez lejana y cercana, pero detenida (sobre todo el sábado) en su di­
s ón im aginada y de alguna manera ficticia. Así, en París hay algunos «fuera-de-lugar• que
�· � 1 1 \ i sit ados frecuentemente por los jóvenes de los suburbios, directamente accesibles a tra­
· L' s de l a red de la RER, ya que encuentran una imagen de la ciudad centelleante. Se trata, por
' l l' n i p l o
del Forum de Les Halles y los Campos Elíseos ( 1 998: 1 3).
72 ANTROPOLOGÍA URBANA

estos lugares falsos, un castillo falso con su bella durmiente com¡


ponen el decorado de una ficción al tercer grado. Disney había lle�
vado a la pantalla la ficción . . . ¡y he aquí como reviven sobre la tie;
rra para hacerse visitar y filmar! ¡Imágenes de imágenes de imágej
nes ! » ( 1 998: 1 3 ) . Los parques de diversión, los clubs de vacacione �
las grandes cadenas hoteleras o comerciales constituyen tambié�
otras tantas pompas de inmanencia. En todos ellos, de un extremC.1
al otro de la tierra, se reproducen decorados similares, se difund�
el mismo tipo de música, los mismos vídeos y se proponen los misi
mos productos. Para Augé ( 1 998: 1 4 ) , las pompas de inmanenci�
son el equivalente en ficción de las cosmologías, porque: están consj
tituidas por una serie de señales (plásticas, arquitectónicas, musi•
cales, textuales) que permiten que la gente se reconozca; dibujan j
marcan una frontera más allá de la cual no dan cuenta de nada; so11
como un paréntesis que se puede abrir o cerrar a voluntad; aunqu�
son más materiales y más fáciles de leer que las cosmologías, care·
cen de una simbólica, tanto de un modo prescrito de relación co11
los otros como de un sistema de interpretación del acontecer. Cuan·
do estas pompas de inmanencia se instalan en el espacio urbano ()
en el espacio social en general) surge la «ciudad ficción» , en donde
la distinción entre hecho real y ficción es borrosa.

3. Desterritorialización y territorialización

Las dinámicas del espacio, la economía y la cultura se han vis·


to alteradas por procesos globales sin precedentes. La falta de luga1
y el desarraigo parecen haberse convertido en rasgos distintivos de
la condición moderna. Algunos autores han empleado el término de
«desterritorialización» para conceptualizar lo que García Canclini
denomina en términos muy generales «la pérdida de la relación
«natural» de la cultura con los territorios geográficos y sociales >i
( 1 990: 2 8 8 ) . Este es un «estado» que Tomlinson (200 1 : 1 34) ha des·
crito recientemente sirviéndose de una viñeta de Raymond Wi·
lliams, que condensaba el estilo de vida occidental y cosmopolita de
cierta burguesía británica a principios de los 80. Dice así:
Érase una vez un i nglés que trabajaba en la oficina londinense
de una corporación multinacional estadounidense. Una noche se di·
rigió a su casa en un automóvil japonés . Su esposa, que trabajaba eJl
una empresa dedicada a la importación de equipos alemanes de co·
cina, ya estaba en casa, pues su auto compacto italiano avanzaba
más rápidamente entre el tráfico. Después de una cena que incluyó
cordero de Nueva Zelanda, zanahorias californianas, miel mexicana,
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 73

queso francés y vino español, se sentaron a ver un programa en su


televisor fabricado en Finlandia. El programa era una celebración re­
trospectiva de la guerra de las islas Malvi nas » (Williams, 1 98 1 : 1 77 ) .

Aunque esta descripción haya quedado sobrepasada por los de­


sa r rollos de las dos últimas décadas, es evidente que el mundo fe­
n o ménico de hoy, representado por la citada pareja, incluye de for­
m a habitual objetos, hechos y procesos distantes. Hablar de deste­
r ri to rialización y de cultura desterritorializada implica captar la
novedad de la transformación contemporánea del lugar, dar cuenta
de cómo se construyen y experimentan en los lugares las experien­
c i as culturales sin sucumbir a la tentación de interpretarlos simple­
mente como empobrecimiento o disolución de la interacción cultu­
r a l . Porque hay que subrayar que, pese a todo, pese a los acelera­
dos e impactantes procesos en marcha, el lugar continúa siendo
i m p ortante para la vida de las personas. Por lo común, para la ma­
>·oría de los miembros no influyentes de cualquier sociedad la vida
c otidiana es un asunto local: vive mucho tiempo en un área res­
tringida, lleva una vida geográficamente limitada en una casa, un
b a rrio, una ciudad y un puesto de trabajo, y todo ello dentro de un
estado-nación. Es evidente que todos esos lugares están integrados
por un complejo conjunto d e relaciones sociales que se entrecruzan
a escala espacial, y que para analizar esa condensación de interre­
l a c iones que son los lugares hay que aplicar, tal y como señala Mc­
D o well, un enfoque local, observando «el suelo firme de las pautas
" c omportamientos espacialmente localizados . . . No obstante, si de­
s e a mos comprender las relaciones locales, por ejemplo en Glasgow,
e n do nde los emigrantes chilenos reconstruyen su idea de "hogar",
o en Londres, donde los refugiados tamiles hacen lo propio, com­
b i nando los hábitos y las culturas de "aquí" y de "allí" para crear
u n a nu eva idea de lugar, no sólo hay que realizar un análisis in situ ,
s i n o ta mbién desmenuzar las relaciones y prácticas sociales en el
t i m po y en el espacio. En el cruce de estas redes, y a través d e los
e

s i gnific ados culturales asociados a ellas se construye el lugar»


( 1 9 9 9 : 54).
Apoyándose en este tipo de certeza, Arturo Escobar nos advier­
t e de la asimetría existente en los discursos de la globalización. «El
lugar -afirma- se ha perdido de vista en la "locura de la globali­
/. ació n" de la que hemos sido testigos en los últimos años . . . Quizá
sea el momento de invertir parte de esta asimetría concentrándonos
de nu evo en la continuada importancia del lugar y su construcción
P ara la cultura, la naturaleza y la economía. . . El lugar -como la
cultura local- se puede considerar como "el otro" de la globaliza-
14 ANTROPOLOGÍA URBANA

ción, de tal forma que la discusión sobre este lugar debería aporta?
una perspectiva importante para repensar la globalización y la cues;
tión de las alternativas al capitalismo y a la modernidad» ( 2 000 : 1 7 .
y 1 72). El papel de la etnografía ha sido y es particularmente im•
portante a este respecto, pues nos señala una vez más, la dimensión
de actor del ser humano. Frente a modelos abstractos y a espacio�
evanescentes en donde las personas parecen vagar dominadas por
flujos atemporales y ahistóricos, las etnografías reafirman el con�
cepto del lugar. En unas ocasiones, como tendremos ocasión dé
comprobar más adelante, documentan las formas de resistencia, d�
movilización y protesta frente al capitalismo y a la modernidad. En
otras, la atención prestada a los procesos de hibridación cultura]
permite comprobar hasta qué punto los individuos y grupos locales,
lejos de ser receptores pasivos de las condiciones transnacionalesi
participan activamente en el proceso de construcción y reconstruc,
ción de relaciones, prácticas e identidades.
Desde esta perspectiva Manuel Delgado interpreta los grandes
centros comerciales consagrados íntegramente al comercio y al
ocio. En vez de considerar al consumo como un «instrumento al
servicio de la opresión y la miserabilización moral de los seres hu·
manos» ( 1 998: 40), lo contempla como un elemento central en el
proceso de reproducción social que posibilita al consumidor impo¡
ner sus propios significados a los productos que consume. Según
este autor, el capitalismo sólo ha conseguido cumplir parcialmente
su objetivo de «atraer y mantener sonanbulizadas a las masas de
consumidores. Estos últimos no son zombis sin voluntad . . . sino ciu­
dadanos que piensan, que saben lo que quieren y despliegan sus ar­
dides para lograrlo, utilizando astutamente los mismos medios que
el sistema de mercado dispone para disuadirlos» ( 1 998: 43). Delga­
do, al igual que García Canclini ( 1 995)2 1 y Miller ( 1 995) 22 hicieran

2 J . En su obra Consumidores \' ciudadanos ( 1 995) García Canclini sostiene que la glo·
balización ha trasladado la noción p� lítica de ciudadanía hacia otros ámbitos que correspon·
:lían al consumo; de esta manera, propone « reconceptllalizar el consumo, no como simple es·
:enario de gastos inútiles e impulsos irracionales, sino como lugar que sirve para pensar, don·
:le se organiza gran parte de la racionalidad económica, sociopolítica y psicológica en las
mciedades» ( 1 99 5 : XIV).
22. Para Miller, en las condiciones de modernidad avanzada resulta más pertinente con·
;iderar a la gente como consumidora que como creadora de sus condiciones culturales. Afir·
na que « ser consumidor es tener la conciencia de que uno está viviendo a través de objetos e
:mágenes que no son de creación propia» ( 1 99 5 : 1 ) Sin embargo, en todos los casos, los acto­
·es realizan negociaciones, apropiaciones creativas y producen estrategias que desarrolla n las
Josibil idades dadas por esas condiciones históricas. Es en ese contexto en el que tiene sent ido
1ablar de otra fuente de diferencia, menos reconocida y menos teorizada, a la que él denomí·
1a «diferencia a posteriori » . Con este concepto Miller pretende captar < da diversidad sin p re·
:edentes creada por el consumo diferencial de las instituciones consideradas globales y ho·
nogeneizantes. Como ejemplos se podrían incluir las formas crecientemente diferenciadas de
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 75

::i nteriormente, reivindica la dimensión de actor del consumidor,


rc rti ente que explora al observar el uso de los nuevos espacios des­
t i n a dos al consumo de masas. En virtud de un proceso de reelabo­
r ::i c i ón por parte de los consumidores, aquellos espacios se convier­
t e n en «nuevos espacios públicos» , «en auténticos aceleradores de
pa rtículas de sociabilidad» ( 1 99 8 : 4 5 ). A este tenor, recuerda el tra­
ba j o de Amando Silva ( 1 992 ) quien muestra cómo los centros co-
1 11 � rc iales de Sao Paulo y Bogotá son puntos de reunión cada vez
más utilizados por todas las clases sociales y muy especialmente por
l o s jóvenes. «Espacios en principio hipercontrolados y dirigistas, los
mode rnos centros comerciales devienen, por la propia acción so­
c i a l . . . una nueva ágora, teatro espontáneo, plaza pública, marco
p ara la proliferación innombrable de algo que todavía estamos en
c o ndiciones de llamar -pese a las mil nuevas caras que presenta­
l a sociedad» (Delgado, 1 99 8 : 4 8 ) .
En una línea argumental similar han trabajado los antropólogos
del equipo de Watson ( 1 997 ) que investigaron el impacto social, po­
l í t i co y económico de la conocida cadena McDonald en cinco ciu­
dades asiáticas: Tokio (Japón), Hong-Kong (antes de su anexión a
C hina ) , Taipei (Taiwan) , Seul (Corea) y Beijing (China). Contrarios
a esa idea simplista que Watson reúne bajo el concepto de «globa­
l i s m o » ,23 piensan que la cultura no es algo que la gente recibe de
sus antepasados en un bloque indiferenciado, sino que es un con­
j u n to de ideas, reacciones y expectativas que cambia constante­
me n te a medida que cambia la gente y los grupos. Tal vez por eso,
dado el terreno transnacional en el que se mueven, estos investiga­
dores prefieren utilizar el concepto operativo de cultura local, tér­
m i no que emplean para designar la «experiencia de la vida cotidia­
na tal y como la experimenta la gente en una localidad concreta»
( Wa t s on, 1 997 b : 9 ) ; al usarlo, pretenden captar los sentimientos de
a de cuación, confort y corrección que ordenan la construcción del
g u s to o las preferencias personales. Los modelos dietéticos, las ac-

111 "d l' rn idad, de burocracia, del mundo de los media y del capitalismo. Es nuestra común re­
L.L' i <'> n con estas instituciones de masas la que nos otorga la identidad de consumidores. La
tdl'a d e la diversidad a posteriori tiene en cuenta la posibilidad de una ruptura radical bajo
� ' "1 d icio nes de modernidad, pero no asume que de ella se derive la homogeneización. Lo que
' " ' L' a es más bien captar nuevas formas de diferencia, algunas regionales, que están basadas

�·'"''n <d' i s t i nc i ones sociales que no se pueden identificar fácilmente con un espacio. A estas (di­
nc
'" 1 1l"ri oias) no se las considera como la continuación o incluso en sincretismo con tradiciones
res, sino como formas bastante novedosas que surgen de la exploración contemporá­
;11''" d e las nuevas posibilidades que otorga la experiencia de aquellas nuevas institucionP.s»
995: 3).
2 3. Según Watson ( 1 997b: 9 ) , el globalismo entiende que nos hallamos inmersos en un
:1 ""L'eso según el cual la gente tiende a compartir cada vez más en todo el mundo una cultura
1"111<>génea y mutuamente inteligible.
76 ANTROPOLOGÍA URBANA

titudes hacia la comida y las ideas de lo que constituye una com�


da adecuada o correcta son centrales tanto para la experiencia de h
vida cotidiana como para el mantenimiento de la cultura local. Aun:
que todos los elementos parecen indicar que McDonald es una fuer.
za foránea que amenaza la integridad de las cocinas asiáticas, uné
observación minuciosa les permite constatar que los consumidorei
no son tan autómatas como piensan algunos analistas. Por el coni
trario, los estudios realizados sobre las mencionadas ciudades asiál
ticas demuestran que los procesos de localización son como un ca:
mino de doble dirección: implican cambios en la cultura local �
también modificaciones en los procedimientos estándar de la com
pañía multinacional. Pero supone al mismo tiempo la conversión d�
los McDonalds -por parte de los consumidores asiáticos- en una!
instituciones locales. Es así como descubren, por ejemplo, que mu
chos restaurantes McDonalds del Asia oriental se habían convertidc
en «santuarios» de mujeres deseosas de evitar los espacios de pre·
dominio masculino, o que en Beijing, Taipei y Seul los restaurante¡
McDonald son considerados centros de ocio donde la gente va pani
descansar del duro ajetreo de la vida urbana. En cualquier caso, le
que indican estos estudios es que la «localización» está lejos de se1
un proceso unilineal que produce los mismos resultados en toda!
partes.
Algo parecido parece estar ocurriendo con los distintos Disney·
lands que proliferan por todo el mundo y que ilustran a la perfec·
ción aquellas pompas de inmanencia de las que hablaba Augé. Come
muestra el estudio de Aviad Raz ( 1 999 ) , el Disneylandia de Tokio se
ha convertido en uno de los parques temáticos más populares del
Japón (en 1 996 recibió unos 1 6 millones de visitantes). Pero dichc
parque representa bastante más que un ejemplo exitoso de un pro·
ceso d e importación, adaptación y domesticación de un artefactc
cultural foráneo. Para este autor, más que un agente de americani·
zación, el Disneylandia de Tokio debe ser entendido como un shov.
americano hecho por y para japoneses, o lo que es lo mismo, re·
presenta una América con significado japonés.
Lo que evidencian estos estudios es ese desbordamiento del es·
pacio-tiempo local tan característico de nuestra era que hace difíc il
saber a qué ámbito (local, nacional o global) pertenece un fenóme·
no concreto. Precisamente, la propuesta de Richard Wilk ( 1 99 5)
pretende captar el significado de este tipo de proceso, superand o al
mismo tiempo unas polaridades (entre hegemonía global / apropi a ·
ción local, indígena / importado, auténtico / falso) que han queda·
do obsoletas por la fuerza de los hechos. Considera que en el mun·
do globalizado de hoy continua produciéndose diferencia, pero se
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 77

t ra t a de una diferencia de un tipo particular, a cuyos resultados de­


n omina «estructuras de la diferencia común» . Las culturas, afirma,
" s e es tán haciendo diferentes de una forma muy uniforme. Las di­
n itl lSiones a través de las cuales varían son cada vez más limitadas
,. m ás inteligibles entre sí. De esta forma, las sociedades que com­
l1¡ t en por el dominio cultural y económico no construyen su hege-
11 1 0 ní a mediante la imposición directa, sino introduciendo las cate-
120 r ías y los estándares universales a través de los cuales se definen
[ o d as las diferencias culturales . . . En otras palabras, no nos estamos
c o n virtiendo en idénticos, pero comunicamos, dramatizamos y re­
p resentamos nuestras diferencias de un modo que cada vez nos es
m ás inteligible . . . El sistema global es un código común, pero su ob­
j e t ivo no es la identificación común; es la expresión de distinciones,
l í m i t es y disyunturas. De esta forma, lo «local», lo «étnico» y lo «na­
c i onal » no pueden ser vistos como opuestos o resistiéndose a la cul­
t u ra global, por el contrario, en la medida en que pueden ser do­
mesticados y categorizados, se convierten en partes constitutivas de
la cultura global . . . Las estructuras de la diferencia común se cons­
t ruyen a través del proceso de mercantilización y objetivación que
produce una apariencia de artificialidad y de homogeneidad . . . Pero
la gente continua llenando las mercancías, los bienes y sus propios
cuerpos con significados que hunden sus raíces en las prácticas lo­
cales , y lo hace para su propia conveniencia, por lo que el resulta­
do no puede considerarse como propio de un extremo o de otro, ni
de l a hegemonía global ni de la artificialidad arbitraria» ( 1 99 5 : 1 1 8 ) .
Incluso en esos lugares desterritorializados por excelencia que
so n los espacios de frontera creados por la migración, es posible ob­
se rv ar cómo se forja de un modo complejo una cultura local. El
eje m plo nos viene dado por Nestor García Canclini cuando hace un
a pretado repaso de algunas de las investigaciones etnográficas que
re a l i z ó en Tijuana, una ciudad fronteriza mexicana en la que la po­
bl ac ión ha crecido enormemente desde los años 50 por la llegada de
tra b ajad ores provenientes de todos los estados de México. Muchos
d e e s tos emigrantes trabajan diariamente en las «maquiladoras» o
en la bo res agrícolas temporales al otro lado de la frontera con USA;
o t r o s encuentran trabajo en la industria turística que mueven los
l11 i l l on es de estadounidenses que cruzan la frontera para palpar de
c � r c a de México. Pese a constituir un lugar de asentamiento cre­
C i en te , de tránsito, de intersección y marginalidad, de representar
L;n ejem plo original de localidad desterritorializada, este autor no
� 1 c t oria, cosmopolita y con una fuerte tradición propia» ( 1 990:
l �tda en calificar a Tijuana como «Una ciudad moderna y contra­

94 ) . Su s investigaciones incluyeron entrevistas para identificar los



78 ANTROPOLOGÍA URBANA

lugares y las imágenes de la ciudad que la gente consideraba com


más representativos. El resultado fue concluyente: «no había tem
más central para la autodefinición que la vida fronteriza y los con
tactos interculturales . . . lugares que vinculan a Tijuana con lo que!
está más allá de ella: la avenida Revolución, sus tiendas y centro5
de diversión para turistas, los pasos legales e ilegales en la frontera1
los barrios donde se concentran los que vienen de distintas zonas
del país, la tumba de Juan Soldado, «señor de los emigrados» , al
que van a pedir que les arregle «los papeles» o a agradecerle que n<l
los haya agarrado «la migra» » ( 1 990: 297 ) . Estos y otros elemento�
de reelaboración de la identidad a partir de la experiencia fronteri.
za llevan a García Canclini a destacar la existencia de un moví.
miento complejo que denomina reterritorialización , mediante el cual
algunos tijuanenses «quieren fijar signos de identificación, rituales
que los diferencien de los que sólo están de paso» . Desterritoriali­
zación y re-territorialización. Dos procesos que se producen simul­
táneamente. La inmersión en circuitos internacionales de comuni·
cación, de migración, de turismo y trabajo no hace desaparecer las
cuestiones de la identidad y de lo nacional, ni borra tampoco los
conflictos y las diferencias. La desterritorialización no es por tanto
un proceso lineal y unívoco, por el contrario, como afirma García
Canclini, «se caracteriza por el mismo vaivén dialéctico que la glo·
balización. Donde haya desterritorialización también habrá reterri­
torialización» ( 1 990: 1 75 ) .
En cualquier caso, para el citado autor, lo que evidencia el caso
de Tijuana es la relación existente entre los fenómenos de desterri­
torialización e hibridación cultural, concepto este último que sirve
para entender la cultura globalizada. «El creciente tráfico de cultu­
ras que origina la globalización indica -según García Canclini­
que la desaparición del vínculo entre cultura y lugar viene acompa­
ñado por un entrelazamiento de esas prácticas culturales desarrai­
gadas, que producen nuevas y complejas formas híbridas de cultu­
ra» ( 1 990: 1 67 ) . Este vaivén dialéctico entre dos procesos aparente­
mente antagónicos pero complementarios en el fondo, entre el
desarraigo cultural de la desterritorialización y la nueva identid ad
cultural surgida de la mezcla de elementos diversos, característi c a
de la reterritorialización, me recuerda a otros dos procesos simila·
res analizados en profundidad por la Escuela de Manchester cuan·
do exploraba los procesos de urbanización en el Copperbelt africa·
no. Me estoy refiriendo obviamente a los conceptos de destribaliza·
c:ión y retribalización acuñados, respectivamente, por Wilson
( 1 94 1 -42 ) y Mitchell ( 1 95 6 ) . El primero enfatizaba el fin del modo
de vida tribal como resultado de adopción por parte de los inmi ·
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 79

" ra nte s africanos urbanos del modelo occidental. El segundo ilumi­


;, ._1 b a la naturaleza del tribalismo en contexto urbano, mostrando
c ómo el encuentro interétnico en la ciudad reactivaba y otorgaba
n uevo s contenidos a unas identidades étnicas cuyo significado ori­
,,¡ 11 a l había quedado sobrepasado por los acontecimientos. Aunque
L des tribalización implicaba desarraigo y pérdida, no conllevaba la
s ust itu ción pura y simple de una cultura por otra. El proceso es más
� 0111 p lejo. Con nuestro bagaje conceptual de ahora diríamos que lo
q u e acontecía en Copperbelt era un proceso de hibridación cultural
q ue propiciaba el surgimiento de nuevas identidades culturales
n� hicul adas por la adscripción étnica.
3

LOS LABO RATORIOS DE LO GLOBAL

Arropada en un contexto de urbanización generalizada, en los


últi mos años ha ido ganando terreno una concepción de la ciudad
q u e resalta su carácter condensación irrepetible y exacerbada de los
procesos vigentes en la sociedad. En esta línea de pensamiento, Ian­
ni ( 1 999 ) describe a la ciudad como una síntesis privilegiada de la
geografía y la historia, de las relaciones sociales de individuos y co­
lec t ividades, del juego de las relaciones políticas y económicas, y de
la trama de las producciones culturales; según el momento históri­
c o , en ella prevalece lo local o lo nacional, aunque a veces, como en
el momento actual, está profundamente predeterminada por lo
mundial. Los énfasis predominantes de una ciudad pueden ser po­
l í t icos, económicos o culturales, pero aún así, rara vez cumple una
sóla función: por lo común, aunque predomine uno u otro tipo de
a ctividad, sus funciones son diversas y múltiples. La ciudad -afir­
m a Ianni- «puede ser principalmente, aunque también simultá­
n e am ente, mercado, fábrica, centro de poder político, lugar de
de cis io nes económicas, vivero de ideas científicas y filosóficas,
l a b oratorio de experimentos artísticos. En ella germinan ideas y
lll ovi mientos, tensiones y tendencias, posibilidades y fábulas, ideo­
l g í as y utopías» ( 1 999: 47 ) .
o

E sta idea de ciudad como paradigma de toda formación social


a d q uie re su máxima expresión cuando se habla de las grandes ur­
be s co ntemporáneas. En lo que a ellas respecta no parece haber dis­
cu s ió n : pese a la disparidad de énfasis interpretativos, existe un
<t c ento casi unánime en considerarlas como laboratorio, escenario,
c� nd en sación y unos cuantos calificativos más de lo que ocurre a
n�v el glo bal. A mi entender, tal idea no puede ni debe ser tomada al
Pi_e d e la letra. Señala con un toque dramático o exagerado un fe­
no111 e no, la ciudad, del que no podemos prescindir pero que al mis-
111 0 t i e mpo posee un carácter parcial y único. Precisamente porque

�2 ANTROPOLOGÍA URBANA l
no existe polaridad entre lo rural y lo urbano, el énfasis no pued
estar ni en la comunidad rural ni en la gran ciudad, sino en lug�
analítico distinto. Por ejemplo, los inmigrantes no pueden ser com�
prendidos si sólo tomamos en cuenta la ciudad a la que emigran;
de la misma forma que no se comprenden los procesos que experii
mentan en la ciudad estudiando las localidades ecuatoriana o pa�
kistaní donde habitan sus familias. Sin la idea de campo migrato.
rio no se entiende ni una cosa ni la otra, y ambas cosas, a su vez,
resultan incomprensibles sin las redes que vinculan dichos espacios,
sin la interrelación y correlación de fuerzas mundiales, etc.
Para captar la diversidad de flujos que confluyen en las mega.
lópolis de la modernidad avanzada y al mismo tiempo para carac­
terizarlas, Marc Augé habla de la respiración de la ciudad. A causa
de un doble y amplio movimiento, la gran ciudad «respira al ritmo
de la región, del continente y, finalmente, hoy en día, de todo el pla­
neta»: por un lado proyecta hacia el exterior bienes, informaciones,
individuos e imágenes; por otro, en sentido inverso, atrae otros bie�
nes, otras informaciones, otros individuos y otras imágenes. «La
imagen que da de ella misma, que es una imagen puramente infor�
mativa constituida por los cuadros estadísticos que evocan su deJ
mografía, su capacidad de acogida, su dinamismo económico o por
su imagen estética con la que pretende seducir a los turistas y a los
inversores, se proyecta hacia el exterior para atraer hacia el interior
las corrientes de las finanzas, la industria, el comercio, el deseo y el
placer» (Augé, 1 998: 8). La gran ciudad es además el contenedor por
excelencia de esa particular simbiosis de lugar / no-lugar que defi­
ne la organización del espacio en las sociedades postindustriales
(Augé, 1 993).
Por su parte, para Hannerz, las ciudades representan a un tiem­
po la condensación de la complejidad y la apertura contemporáneas.
En ellas se encuentra la forma más concentrada, dentro de un espa­
cio limitado, de la complejidad cultural del mundo de hoy, la cual vie­
ne dada por la apertura característica de la ciudad, que convierte a las
urbes en centros de comunicación, ejes de un hinterland más o menos
amplio en el que confluyen tradiciones, sistemas de significado y ex­
presión diversos. Para Hannerz esta heterogeneidad cultural forma
parte de la esencia del urbanismo; de hecho, afirma, «frecuentemen­
te las ciudades deben su existencia a su posición de encrucijada polí­
tica y económica que a menudo se convierte también en encrucijada
:ultural. Igualmente, en los sistemas regionales e internacionales, las
interacciones entre los centros y las periferias se canalizan en buena
parte a través de toda una jerarquía de centros urbanos; su tarea es
ser abiertas (it is their business to be open ) » ( 1 992b : 20 1 ).
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL IB

También para Francisco Cruces ( 1 997 ) las ciudades tardomo­


d rn as y sus instituciones son el escenario privilegiado de los rea­
e
¡ u ste s provocados por los procesos de largo alcance ocurridos bajo
c o nd iciones universales. La diversidad cultural se manifiesta en
d l a s en formas de reflexividad específicas, las cuales, al aplicar su
p ro p ia lógica a los procesos en marcha, amalgaman o fracturan
a q u e llos influjos globales y los particularizan. Precisamente, para
capta r este complejo movimiento dentro / fuera que provoca resul­
t a dos inesperados, inciertos y no pocas veces contrarios este autor
p rop one un modelo de aproximación ( «modelo cronotópico» ) 1 que
as pira a desvelar cómo en cada localidad, el espacio-tiempo se arti­
c u l a con los procesos de abstracción universalista que tienden a va­
c i arl a de sus formas (Cruces, 1 99 7 : 54).
La visión de Holston y Appadurai ( 1 999 ) reclama para las urbes
u n protagonismo distinto y no por ello menor. La globalización del
t rabaj o , del capital y las comunicaciones ha hecho de las ciudades
\ sus áreas metropolitanas unos lugares privilegiados para estudiar
ios problemas relativos a la pertenencia y la ciudadanía. Mientras
q u e en unos centros urbanos se generan nuevas formas de solidari­
d ad e identidad, en otros, situados en sociedades postcoloniales, las
n uevas generaciones están creando unas culturas urbanas alejadas
ta nto de las memorias coloniales como de las ficciones nacionalis­
tas surgidas a raíz de la indep endencia. Por todas partes, en ciuda­
des como Mogadiscio, Los Angeles, Shangai o Londres, los flujos
t ra n snacionales de ideas, bienes, imágenes y personas están abrien­
do una amplia brecha entre el espacio nacional y sus centros urba­
nos; unos centros que, según los casos, retan, divergen e incluso re­
emplazan a las naciones como espacios esenciales desde donde ejer­
c e r, re negociar o incluso reinventar la ciudadanía. « Las ciudades
-señ al an los mencionados autores- siempre han sido escenarios
pol ítico s de índole distinta a la de sus hinterlands . Pero en la era de
l a m igración de masas, la globalización de la economía y la rápida

l . El modelo cronotópico de Cruces ( 1 997: 52 y ss.) enfatiza la necesidad de construir


una pe rspectiva «desde abajo» (es decir, desde Ja construcción in situ de Ja globalidad en las es­
t r u ct u ra s locales) para dar cuenta de una diversidad que, con frecuencia, ha sido tratada de­
ru i
,is ado genéricamente por la teoría social contemporánea en términos de fragmentación o seg­
" ' L' n t a c ión . Es un modelo en continuidad con Ja tradición antropológica, centrado en los es­
li l l L· n ias
p rácticos y discursivos que conectan / desconectan las coordenadas del contexto local
\ la s d e l a sociedad global . e interesado fundamentalmente en cinco tipos de fenómenos o pro­
' ''S os : reterritorialización, temporalización, /oci híbridos, heterosincronías y, por último, por los
�a l t os d e plano y compromisos. Como resume el propio autor, «Una aproximación cmnotópica
''¡':"s·nsui na coi oconstituidos
nal y dialógica en tanto no concibe el espacio tiempo como dados de una vez por to­

� �'.: c i ó n .Y conflicto. Tematiza


en las relaciones sociales mismas en vii1ud de procesos de pode 1; nego­
la reforma de la escena local bajo condiciones universales, si bien
s t g i u endo las sinuosidades desde el punto de vista de agentes concretos» ( 1 997: 56).
84

l
ANTROPOLOGÍA URBANA

circulación del discurso sobre los derechos, las ciudades represen


tan a un mismo tiempo la localización de las fuerzas globales y l�
densa articulación de los recursos, proyectos y personas nacionales �
(Holston y Appadurai, 1 999: 3 ) .
En suma, lo que late en todos estos argumentos es la sentida ne;
cesidad de ampliar y profundizar nuestros conocimientos sobre la
ciudad. Es más, como señala Seta Low, teorizar sobre ella es una
obligada tarea si queremos comprender este cambiante mundó
(postindustrial, capitalista o postmodemo) en que vivimos, por esd
destaca que «como lugar de práctica cotidiana, la ciudad propor;
dona valiosos conocimientos que permiten establecer los vínculos
entre los macroprocesos y la textura y la fábrica de la experiencia
humana. La ciudad no es el único lugar donde estudiar tales pro·
cesas, pero es en ella donde esos procesos se intensifican y donde
pueden ser mejor comprendidos. De esta forma, la ciudad . . . no es
una reificación, sino el foco de estudio de las manifestaciones cul­
turales y sociopolíticas de las vidas urbanas y de las prácticas coti·
dianas ilustradas por las etnografías urbanas» ( 1 999a : 2 ) .

1. La problemática definición de las ciudades

La ciudad es uno de esos ámbitos en los que puede manifestar·


se, imaginarse o realizarse todo lo que es posible en el plano de la
sociedad. Un laboratorio vivo y complejo en donde se experimentan
la democracia y la tiranía, la igualdad y la distinción, la ordenación
extremada y la anomia. Mientras que unas versiones afirman que es
el lugar del mercado, del intercambio y del encuentro (Weber, Pi ­
renne), otras preconizan una visión que esconde, minimiza o deja
en segundo plano este énfasis sobre la feria y el mercado. Se ha di ­
cho que la ciudad es el lugar del poder, ya sea religioso, ceremonial
o burocrático (Fustel de Coulanges, Pirenne, Mumford, Sjoberg); no
obstante, desde siempre, la urbe ha sido también el espacio privil e­
giado de lo secular y lo laico, de la libertad, la individualidad y la
revuelta. Se la ha definido también por sus características demo­
gráficas y culturales, por su densidad y heterogeneidad (Park,
Wirth); pero incluso estos criterios, tan estimados desde los tiempos
de la escuela de Chicago, se revelan imprecisos. A cada definici ón ,
corresponden cientos de excepciones.
Es evidente que los enfoques duales tipo comunidad / socieda d
(T6nnies), sociedad urbana / folk society (Wirth y Redfield), ciudad
preindustrial / ciudad industrial (Sjoberg) son hoy en día inservi·
bles. A la diversidad de las ciudades europeas se contrapuso prime·
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL

ro l a realidad norteamericana y poco después la del Tercer Mundo.


M ás adelante, ya en el último tercio del siglo xx, con la aceleración
d e l ritmo de urbanización de los países en vías de desarrollo y la
m
e ig ración a las ciudades occidentales de millones de personas, se
¡ m po ne la evidencia de la heterogeneidad sociocultural. Todos estos
p ro c esos han puesto en entredicho las teorías y definiciones vigen­
tes hasta hace poco sobre la ciudad y sobre lo urbano. Recordemos
p or ejemplo aquella aproximación ya mencionada que consistía en
de finir la ciudad por oposición al campo. De la primera se afirma­
b a que era la sede de las relaciones secundarias, la segmentación de
r ol es y la multiplicidad de pertenencia, mientras que del mundo ru­
ra l s e primaban las relaciones primarias y la dimensión comunita­
r ia. Las críticas a este enfoque polar han resaltado sobre todo el que
sólo tiene en cuenta los aspectos exteriores, que propone una dife­
ren ciación descriptiva que deja sin explicar tanto las diferencias es­
tructurales como las coincidencias, cruzamientos e interpenetracio­
nes que de facto se dan entre uno y otro ámbito.
Otro tipo de definición de gran éxito desde los tiempos de la Es­
cu e la de Chicago y que hoy en día se revela inexacta se funda en
cri terios geográficos y espaciales. Wirth definía a la ciudad como el
asentamiento permanente, relativamente extenso y denso, de indi­
dduos socialmente heterogéneos. Una de las críticas más impor­
t a n tes que se ha hecho a esta concepción es que no tiene en cuen­
ta los procesos históricos y sociales que han engendrado a las es­
tructuras urbanas y a sus rasgos específicos. Por su parte, los
problemas que plantea un tercer tipo de definición, que distingue a
la ciu dad a partir de criterios específicamente económicos, consi­
d e rándo la como el resultado del desarrollo industrial y la concen­
t r ac i ón capitalista, son también evidentes, ya que además de etno­
c é n tri ca , deja de lado los aspectos culturales, la experiencia coti­
d i ana y las representaciones que la gente tiene de su ciudad.
El fracaso de éstas y otras teorías que han pretendido definir y
e pl i car de una forma universal al fenómeno urbano es notorio.
x
N i n gu n a es capaz de ofrecer una respuesta satisfactoria a aquel in­
t e r ro gante clave que plantea qué es la ciudad. En todo caso, repre­
s e n t a n diferentes aproximaciones a un fenómeno que se nos conti­
n ú a es capando de las manos. Y recalco que se nos continúa esca­
P a n do porque desde la década de los 70, casi todas las regiones
111 et rop olitanas del mundo han experimentado unos cambios tan in­
t �n s os que, a menudo, no sólo es imposible reconocer lo que exis­
t ia en ellas hace sólo treinta años, sino que ha hecho tambalear
1 '1n1 bi én las antiguas certezas. Los especialistas en temas urbanos
c o n s i deran que estos cambios son el resultado de un proceso de re-
ANTROPOLOGÍA URBANA

estructuración especialmente amplio e intenso. Pero sus acuerd o�


acaban aquí, pues mientras unos consideran que nos hallamos ant�
un proceso de cambio revolucionario, otros reclaman la preemi,
nencia de las continuidades con el pasado.
Con una posición más cercana al primero de los enfoques men.
donados, Eduard Soja (2000) utiliza los conceptos de « postmetró.
polis» o «metrópoli postmodema» para abarcar todo aquello que es
nuevo y diferente en las ciudades contemporáneas. Según este geó�
grafo, habría que considerar a la postmetrópolis como la expresióti
o la especificidad espacial del urbanismo postmodemo. Al igual que
la cityspace2 de otros momentos históricos, la especificidad de la
postmetrópolis puede describirse tanto en términos de forma como
de proceso, y es susceptible de ser estudiada de tres maneras dife.
rentes e interrelacionadas. La primera (que Soja denomina Firsts­
pace), que ha sido y todavía es la dominante, supone ver a la ciu­
dad como un conjunto de prácticas espaciales materializadas que
actúan conjuntamente para producir y reproducir las formas con­
cretas y los modelos específicos -medibles y cartografiables- de
la vida urbana. Desde la segunda perspectiva (Secondspace) la ciu�
dad toma el aspecto de un campo ideacional y es conceptualizada
como imagen, pensamiento reflexivo y representación simbólica;
por expresarlo brevemente, lo que pretende dicho enfoque es cap­
tar la ciudad a través del imaginario urbano. Según Soja, las pers ­
pectivas Firstspace tienden a ser más objetivas y a focalizar su aten­
ción en «las cosas en el espacio» , mientras que los enfoques Se­
condspace suelen ser más subjetivos y a interesarse por «lo que se
piensa sobre el espacio» . Ambos enfoques plantean sin embargo el
mismo problema: tanto en uno como en otro, la especificidad es­
pacial del urbanismo tiende a reducirse a unas formas fijas, a esca­
la micro o macro, que suelen ser descritas e interpretadas como l a
materialización de procesos no espaciales (históricos, sociales, polí­
ticos, económicos, ideológicos, ecológicos, etc). Por esa razón Soj a
defiende la necesidad de una tercera perspectiva ( Thirdspace ) que
además de incorporar a las anteriores, se abre al alcance y a la com·
plejidad de lo que denomina la «imaginación espacial o geográfica ».
Para Soja, la ventaja de esta última perspectiva es que considera al
proceso dinámico de construcción social del espacio como una
fuente de explicación en sí misma.
No es por casualidad, por tanto, que Soja comience su explora­
ción del nuevo proceso de urbanización destacando que se está pro-
2 . Soja utiliza el término de ciryspace para designar a la ciudad como un fenómeno his·
tórico, social y espacial; por eso distingue a la «cityspace capitalista» de la «cityspace postmO­
ierna» , llamada también postmetrópolis.
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 87

d u i en do un profundo cambio en
c lo que representa la ciudad y en el
¡1 71a g inario urbano , es decir, en las formas en que pensamos las ciu­
dnde s y la vida urbana. Para ilustrar esta idea, hace suya una frase
de Chambers ( 1 986: 53) donde se afirma que « a finales del siglo xx,
l <is ciu dades de Europa y Norteamérica representan cada vez menos
l a cul minación de las culturas local y territorial» , una cualidad con­
si d era da como intrínseca del urbanismo y que se remonta al mismo
�)ri gen de las ciudades. En contraste con lo que ocurría hasta hace
p oco, la ciudad contemporánea parece haberse despegado de su es­
p ecifi cidad espacial, de esa ciudad que era un punto fijo de la refe­
ren cia, la memoria y la identidad colectiva (2000: 1 49- 1 50).3
Un segundo rasgo de la metrópolis moderna es su carencia de
lím ites ; se destaca así la porosidad, confusión e indefinición tanto a
nivel conceptual como material de sus extremos y fronteras. Esta
característica es especialmente patente en las megalópolis contem­
poráneas, esas grandes aglomeraciones urbanas que en su insacia­
ble expansión van devorando y/o englobando a otras localidades
p róximas hasta formar una densa red interconectada. Tal es el caso,
por ejemplo, de la capital mexicana, cuyo vertiginoso crecimiento,
demográfico y espacial, de los últimos 50 años ha supuesto la in­
corporación en la zona metropolitana de nada menos que 27 loca­
l i d a d es vecinas; pero no se trata sólo de que el territorio de esta ciu­
dad cubra hoy en día unos 1 .500 km2 y que sus habitantes hayan
pasado de poco más de un millón y medio en 1 940 hasta los 20 mi­
l lones actuales, sino que tales cambios han hecho imposible la in­
teracción real de sus diferentes partes y han disuelto su imagen fí­
s i ca glo bal.
Pero al tiempo que las prácticas urbanas se reorganizan frag­
me ntariamente, que la expansión territorial y poblacional de la urbe
d i suad e a la mayoría de sus habitantes de desplazarse a los cines,
te atro s y tiendas del centro, los medios de comunicación de masas
reco mponen las prácticas en materia de información y de ocio, res­
t a b le ciendo con ello la significación de la metrópolis. Este tipo de
reorganización es el que conduce a García Canclini ( 1 997c: 388) a
P l a ntear la necesidad de complementar la caracterización socioes­
P acial de la ciudad con una nueva definición que tenga en cuenta
e ] ro l estructurante de los mass media en su desarrollo. En ese sen­
t i d o , en mayor o menor medida, en la ciudad postmoderna siempre
se deja sentir el impacto simultáneo de unos procesos de los que ya
h a bl é antes: la desterritorialización y la reterritorialización . Mientras

1 1 9 .� . En el fondo, ésta es una manera distinta de expresar la idea de Holston y Appadurai


lJCJ¡ de la que nos hacíamos eco unas páginas atrás.
88 ANTROPOLOGÍA URBANA

que el primero pone en peligro el apego y los vínculos que unen lo�
lugares y las comunidades de personas, el segundo crea nuevas fod
mas y combinaciones de identidad territorial. l
Otro elemento a destacar del actual proceso de transición post•
metropolitana es la implosión y explosión simultánea de la escala d�
las ciudades : a un nivel, cualquier centro urbano tiende a contener
cada vez más en su interior a toda la complejidad del mundo,
creando unos espacios culturales tan heterogéneos como jamás pu.
dimos imaginar; en otro nivel, el mundo entero se está urbanizan.
do rápidamente dado que el impacto espacial de las culturas, eco.
nomías y sociedades basadas en la ciudad se está expandiendo por
todo el planeta. « La postmetrópolis -concluye Soja- puede repre­
sentarse como un producto intensificado del proceso de globaliza.
ción a través del cual lo global se localiza y lo local se globaliza»
(2000: 1 52).
Es evidente que la ciudad globalizada es muy diferente de aque­
lla que dibujaron los autores de la Escuela de Chicago hace más de
setenta años. La actual proliferación de redes y grupos sociales
-informales y formales- en ámbito urbano contradice la vieja idea
del anonimato característico de las relaciones en la ciudad. Una
nueva sociedad se está poniendo en marcha y lo hace con unos ras­
gos muy diferentes de los que preconizaron los expertos estadouni­
denses. Y esto es así porque la gente, como dice Cohen ( 1 993: 1 7)
«modela la ciudad a través de su ingeniosidad cotidiana» . Los cam­
bios en la naturaleza de la sociedad urbana poseen un carácter mul­
tifacético. La mencionada expansión de las redes y agrupamientos
sociales se produce en estrecha relación con el desarrollo de nuevos
condicionamientos que coadyuvan a transformar en profundidad la
vida urbana. Por un lado, la desaparición de las grandes aglomera­
ciones fabriles y el desempleo destruyen las viejas estructuras de so­
lidaridad e identidad de clase; al tiempo que el lugar de trabajo deja
de ser un vínculo importante de unión entre mucha gente, se des­
truyen y/o remodelan los viejos barrios de trabajadores, siendo re­
emplazados por otros tipos de viviendas y de vecindarios que re ­
quieren nuevas formas de identificación y representación. Por otro,
si la « criollización» de la que habla Hannerz ( 1 992b, 1 998) propor­
ciona a las ciudades unos rasgos estandarizados, los esfuerzos coti ­
dianos de reapropiación por parte de la gente permite la construc ­
:ión de unos espacios y unas imágenes urbanas que son radi cal ­
mente distintas para cada localidad.
Las ciudades de Marsella y Atlanta constituyen un buen ejern­
plo de la específica complejidad que puede alcanzar este proceso de
reapropiación del sentido urbano de esos espacios geográficos que ,
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 89

c on el transcurso del tiempo y debido a avatares diversos, han ido


p erdie ndo (o no han llegado a adquirir nunca) la cualidad de ciu­
d a d ú nica e irrepetible. En principio, tanto una como otra parecen
f i rme s candidatas a ese concepto acuñado por Melvin Webber
( ¡ 964)4 de «reino urbano del no lugar» (a nonplace urban realm ) , un
e spa cio grande, irregular, policéntrico y carente de personalidad ca­
ra cte rizado por la constante erosión de lo local por las formas ge­
né ri cas de un mercado cultural diversificado pero homogeneizador.
S i n embargo, por razones distintas, ni una ni otra parecen ser me­
r e c edoras en la actualidad de tal calificativo.
La ciudad norteamericana de Atlanta representa de manera pa­
radig mática ese metafórico reino de los no lugares, pero desde su
de si gnación como ciudad olímpica para los Juegos de 1 996, empre­
s a r i o s y políticos se empeñaron en fabricar una imagen de ella que
como destaca Rutheiser, celebra la « neutral visión de un urbanismo
genérico, blando, de orientación técnica, que minimiza o excluye
l os espacios más importantes y conflictivos de la ciudad: por un
l ad o , el segregado y blanco sur de la ciudad, que fue el cuartel ge­
neral de un revitalizado Ku Klux Klan; por otro, la "Meca negra" de
l os e ducadores, empresarios y líderes pro-derechos civiles afro-ame­
ricanos» ( 1 999: 32 1 ) . En ese proceso de rehabilitación simbólica de
la ciudad -representada por un deteriorado centro urbano en don­
de se concentraron todos los esfuerzos, materiales e ideológicos-,
j u garon un importante papel los imagineers (entre los que se inclu­
,·e n periodistas y académicos, políticos, hombres de negocios, ar­
quitectos, diseñadores, ingenieros y especialistas en relaciones pú­
bl i cas), que contribuyeron a crear una imagen de Atlanta como ciu­
d ad «segura, limpia y amistosa» . Estos «imaginadores» o creadores
de i magen ni se reconocen a sí mismos como tales, ni constituyen
t ampoco un grupo en el que reina el consenso. Pero pese a las re­
l ac iones conflictivas que imperan entre ellos, todos comparten la
c re en cia en un mismo y estratégico mito: el de Atlanta como una
c i ud ad socialmente progresista, racialmente armoniosa, una ciudad
11 ·o rld- class con un futuro de high-tech . Las prácticas de rehabilita­
c i ó n u rbana que Rutheiser explora con detenimiento emplean la
�1 i s ma retórica, cuando no los mismos métodos, de la conquista mi­
li l a r y los asentamientos coloniales. Al conceptualizar de enfermas
ª . l a s b arriadas pobres, legitiman una drástica intervención que im­
P1 de que la infección se contagie y asegura la vitalidad del organis-
111 0 u rbano.

\\· , 4. El concepto de •no-lugares• de Augé posee enormes similitudes con este término de
l h b l·r de • reino urbano del no lugar• .
':JU ANTROPOLOGÍA URBANA

El caso de Marsella es radicalmente diferente. Exceptuando 1


aledaños inmediatos del viejo puerto, la ciudad sufrió una brut
destrucción durante la II Guerra mundial; más tarde, el proceso d
reconstrucción urbana se vio fuertemente mediatizado por la fuerl
te inmigración transnacional que se acelera con la descolonizació�
de Argelia. Ciudad multicultural, de paisajes caóticos y desarticula)
dos, sus elevadas tasas de paro y el ascenso político de la extrerruj
derecha parecían presagiar a un tiempo la dureza de las tensione�
sociales y étnicas y la inexistencia de una identidad colectiva marl
sellesa. Sin embargo, tal y como destacan Cesari y otros (200 1 ), los
hechos muestran la existencia de una cierta sintonía armónica en.
tre las comunidades con diferentes orígenes culturales, geográfico�
y religiosos. Del trabajo de campo realizado con jóvenes de distin�
tos barrios, tanto de origen francés y como de origen extranjerc
(magrebís mayoritariamente argelinos) se desprende que unos y
otros comparten la misma lectura de la ciudad: consideran que el
fenómeno migratorio es «Un elemento constitutivo esencial de la
identidad local » . El cosmopolitismo multicultural, protegido poi
la cultura política y la cultura asociativa locales, han hecho posible
esta particular receta de integración e identidad «a la marsellesa».
Pero el relato no acaba aquí, porque esta reapropiación urbana
realizada «desde dentro» por los habitantes de Marsella, está sien­
do aumentada, corregida e institucionalizada «desde fuera» gracias
a la intervención del Estado francés. Convenientemente dirigida poi
unos imagineers distintos a los de Atlanta, en este caso por los et·
nólogos del Musée National des ATP de París, la sensibilidad y el
poder del Estado francés se ha sumado a la de los gobiernos regio·
nal y municipal, de tal manera que su acción conjunta pronto hará
realidad un ambicioso proyecto: elevar a Marsella al rango único de
'a ciudad-crisol donde se funde la diversidad mediterránea. El ele ·
mento catalizador de todo el proceso será la construcción en la an·
tigua fortaleza portuaria de Saint Jean de un Musée des Civilisa·
•ions , heredero renovado y único del extinto museo parisino de las
<\TP.
Esta compleja mezcla de certidumbres e incertezas en la defi ·
nición de la ciudad y de lo urbano es especialmente patente en la s
�rancies metrópolis, un tipo de ciudad que hace sólo medio si glo
:onstituía una excepción. Si en 1 950 únicamente Londres y Nueva
York superaban los 8 millones de habitantes, se prevee que en el
iño 20 1 5 este tipo de ciudades superará con creces la treintena. Las
negaciudades sólo constituyen una modalidad entre muchas de la s
:iudades que actualmente conforman la red urbana a nivel mun·
:lial. Sin embargo, se las considera como una expresión particular·
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 91

, , en t e importante del amplio proceso de «urbanización del mun­


�J o ». De hecho, el impacto que su expansión está ejerciendo en la
eo r í a social es tal que de ellas se ha llegado a decir que «están
t
tra nsformando el punto de vista con el que podemos analizar lo ur­
ba no » (García Canclini, 1 997a : 77). En estas ciudades, y en trans­
c L irso de unas pocas décadas, se ha producido una triple transición:
e l p aso de ciudad moderna a metrópolis posmodema, el pasaje de
c i ud ad a megaciudad y el tránsito de la cultura urbana a la multi­
C iL l t u ra lidad (Soja, 2000; García Canclini, 1 997a).
En relación con éstos y otros problemas, y siguiendo un orden
q ue no es casual, exploraré a continuación tres aspectos que consi­
d e ro especialmente importantes para la comprensión de las metró­
pol i s contemporáneas: el primero tiene que ver con la desigualdad,
l a segregación y el conflicto social; el segundo observa desde un
n u e vo ángulo un tema que ya se trató con anterioridad: el de la hi­
br idación y el mestizaje; el último, pretende reflejar en toda su am­
p l i tud y complejidad el carácter multidimensional o multifacetado
-de ahí el concepto de ciudad poliédrica- que distingue al fenó­
me n o urbano en la actualidad.

2. La cuestión urbana

Observar la ciudad a través del filtro de la estructura de clases,


de l a desigualdad y el contraste entre la opulencia y la pobreza es
un o de los temas clásicos del análisis urbano. Los antropólogos lo
han abordado ininterrumpidamente desde los tiempos de Osear Le­
\\' i s ,
pionero de la llamada Antropología de la Pobreza.5 Aunque al
pr i ncipio el interés se centró casi exclusivamente en las clases y gru­
pos más desfavorecidos de la sociedad, más tarde, a partir de los
años 8 0 , la investigación se ha abierto al estudio de las elites domi­
n an tes y de las clases altas y medias.6
Posiblemente, hoy más que nunca, la cuestión social adquiere
t odas las características de una cuestión simultáneamente urbana.
A l o la rgo de las dos últimas décadas, con el avance de la reestruc­
tu ración capitalista, parece haberse agravado aquel «viejo fenóme­
n o u rb ano» al que se refería Castells ( 1 995: 3 1 6-3 1 7) cuando men-

5. En una reciente obra, Pilar Monreal ( 1 996) ha presentado un estado de la cuestión


'" b re la
s teorías de la pobreza urbana y de la cultura de la pobreza, desde sus desarrollos ame­
' ' c a n o s ( Escuela de Chicago, Osear Lewis) hasta la perspectiva marxista, apostando por una
"" 1 ropología comprometida tanto a nivel teórico como en la aplicación de políticas sociales.
6 . Véase por ejemplo a este respecto las síntesis bibliográficas de Sanjek ( 1 990) y de Pu­
:'21d<100())s 0. 99 1 y 1 996) y también la obra colectiva editada por Pina-Cabra] y Pedroso de Lima
.
92 ANTROPOLOGÍA URBANA

donaba la coexistencia en la ciudad de Los Ángeles de principios dE


los años 80 de apartamentos de 1 1 millones de dólares con más de
50.000 personas deambulando sin hogar por las calles y playas del
sueño californiano. De ahí deriva precisamente la consolidación de
una nueva forma de dualismo urbano, fenómeno que ha sido seña.
lado por diversos autores entre los que destacan Sassen y Castells.
Con la publicación de la obra The Global City ( 1 99 1 ), Saskia
Sassen reformuló el discurso sobre las ciudades mundiales, convir.
tiéndose en una de las más reconocidas especialistas sobre los efec.
tos económicos, políticos y sociales de la globalización. Su visión de
la ciudad global está profundamente influida por sus investigaciones
neoyorquinas (Nueva York es el lugar donde desarrolla buena parte
de sus estudios, que también sirven de trampolín a sus aportado.
nes teóricas). Su eje primario de atención son los efectos de la eco­
nomía de servicios, y muy especialmente el poder de las grandes or­
ganizaciones del sector integrado por las finanzas, los seguros y los
bienes raíces (un sector que se conoce con las siglas FIRE -finan.
ce , insurance y real state). Según Sassen, el FIRE ordena la econo­
mía de las ciudades globales y modela un <<nuevo régimen urbano»
de acumulación de capital. En su obra, esta autora otorga una es­
pecial importancia al impacto de la nuevas tecnologías de la infor­
mación y de la telecomunicación, a las transformaciones de los
mercados globales del capital y a la emergencia de una nueva elite
local de profesionales urbanos integrada por brokers , intermediarios
financieros, etc. En el polo opuesto de la nueva «Ciudad dual» se en·
cuentra un amplio ejército empleado en la floreciente economía in·
formal y una subclase dependiente de la beneficencia estatal inte­
grada por los nuevos inmigrantes, las minorías y los pobres, que lu­
cha por sobrevivir.
Al igual que Sassen, Manuel Castells conceptualiza a la ciudad de
la nueva era, La ciudad infonnacional ( 1 995), como una ciudad
dual, a la que considera como la expresión urbana del actual pro ­
ceso de diferenciación de la economía en dos sectores igualme nte
expansivos (el de la economía formal basada en la información y el
sector económico informal), al que corresponde un proceso parale­
lo de diferenciación del trabajo: por un lado, una fuerza de trabajo
«mejorada» , por otro, una fuerza de trabajo «descualificada» . La
primera, que proviene de las clases sociales más privilegiadas y de
mayor nivel educativo, ha mejorado su cualificación y su nivel so ­
cial para convertirse en la espina dorsal la nueva economía infor­
macional. La segunda, integrada por gran parte de la poblaci ón .
está constituida por una fuerza de trabajo con un bajo nivel de c ua­
lificación profesional a la que se incorporan tanto los desplazados
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 93

de las industrias en declive como los recién llegados a la estructura


�1 1bo ral Uóvenes que no consiguen insertarse, mujeres, minorías ét­
n i cas e inmigrantes). A todos ellos hay que sumar los excluidos del
si s t ema (las personas sin trabajo, sin hogar, etc.) a los que Castells
;,0 dedica mayor atención. Este dualismo estructural, profunda­
Jllente estratificado y segmentado, se plasma en una amplia varie­
d a d de «universos sociales» caracterizados por su fragmentación,
po r la clara definición de sus límites y por el bajo nivel de comuni­
c a ción existente entre ellos, unos universos que cristalizan en esti­
l os de vida diferenciados en términos de estructura doméstica, re­
l a cio nes familiares entre los sexos y usos del espacio urbano.
Lejos de ser una fotografía en blanco y negro, la ciudad dual de
Ca stells es una realidad abigarrada y variopinta. Por un lado, la de­
rr r adación y el condicionamiento de la fuerza de trabajo configuran
�rna serie de comunidades socialmente discriminadas, territorial­
mente segregadas y culturalmente segmentadas (principalmente en
t érminos étnicos) que nutren las filas del empleo informal, de los
salarios más bajos y sin seguridad laboral, de los trabajos sin con­
t rato y a tiempo parcial, pero también las legiones de empleados de
bajo nivel de los servicios y oficinas de la economía informacional.
Por otro se sitúa aquella parte de la población (entre un cuarto y un
tercio de los habitantes de las mayores áreas metropolitanas, ase­
gura Castells) que ocupa una posición estratégica en la economía
i n formacional, que está dominada por varones blancos, goza de un
a l t o n ivel cultural, educativo y de ingresos, una elevada posición so­
c i al y está organizada en términos de residencia, trabajo y activida­
d e s de consumo. Mientras que, según Castells, los primeros no pue­
d e n constituir una clase social debido a sus posturas extremada­
mente diferentes en las nuevas relaciones de producción, los
segundos sí conforman una clase dominante, aunque no en el sen­
t i d o tradicional del término. «Es una clase social hegemónica que
n o necesariamente gobierna el estado pero fundamentalmente mol­
d e a l a sociedad civil. La articulación espacial de su rol funcional y
s u s va lores culturales en un espacio muy específico, concentrado en
b arr io s privilegiados de áreas urbanas nodales, proporcionan tanto
l a v i s ib ilidad como la condición material para su articulación como
ag ente hegemónico» (Castells, 1 995: 322).
U n colectivo omnipresente en todas las grandes ciudades del
rn und o , ya sea en el Primer o en el Tercer mundo, es el que algu­
nos au tores han designado con el término de «subclase» , una cate­
f,0ría que integra a individuos, familias, migrantes y miembros de
di.Is etn ias más diversas que comparten una condición común: la
e d esempleados más o menos permanentes. Miseria, hambre, po-
94 ANTROPOLOGÍA URBANA

breza, carencia o precariedad de habitación y de recursos para le


salud y la educación, falta de especialización o de entrenamientc
profesional, hogares mono-marentales, drogadicción, alcoholism o
etc., son algunos rasgos que caracterizan a este segmento socia
cuya presencia se ha observado en las metrópolis y megalópolis du.
rante el último cuarto del siglo xx . Su consolidación y extensión ac.
tual indican la emergencia de una creciente desigualdad y el surgi.
miento de una nueva frontera que separa una parte de la poblacióIJ
del resto de la estructura de clase (Schmitter Heisler, 1 99 1 ). Come
evidencia para el caso francés el estudio de Isabelle Coutant (2000),
la constitución progresiva de redes de ayuda impiden que una par.
te de los marginados sean empujados de manera inexorable hacia
la exclusión total. En el seno de la precariedad y la pobreza urbana
moderna se crean continuamente mecanismos de solidaridad y nue.
vas formas de vinculación social, verdaderos tesoros de ingenio po·
pular que permiten survivre malgré tout a los que son considerados
como inútiles por la racionalidad económica dominante. De esta
forma, en paralelo al universo de los «establecidos» dentro del sis­
tema, se dibujan unos inquietantes mundos paralelos,7 integrados
por parados, desempleados y squatters en los que se hace patente la
diversidad de los modos de adaptación a marginación, donde con
frecuencia se entrecruzan la delincuencia y la solidaridad, y que a
menudo son objeto de hostilidad y tensión, sobre todo por parte de
aquellos grupos cuyo status está en peligro y corre el riesgo de de­
gradarse.
Al igual que ocurría con la ciudad industrial, la ciudad infor·
macional de Castells se presenta como un modelo enormemente di­
verso que se distingue por dos rasgos fundamentales de carácter
transcultural. El primero, como acabamos de observar, tiene que
ver con el incremento de la diferenciación social. El segundo está
en relación con la naturaleza de la nueva sociedad, la sociedad i n­
formacional, basada en el conocimiento, organizada en torno a re­
des y compuesta en parte por flujos; el peso de este segundo ele ­
mento es el que lleva a afirmar a Castells (200 1 ) que la ciudad in­
formacional, más que una forma, es un proceso caracterizado por
el dominio estructural del espacio de los flujos. Según este sociólo ­
go, en Europa al igual que en otras partes del mundo, el factor c rí­
tico de los nuevos procesos urbanos es la confluencia inseparable
de varios procesos distintos: por mientras el espacio urbano se i n ­
terrelaciona funcionalmente más allá de la contigüidad física, para-
7. Salvando las distancias, estos mundos marginales de finales del siglo xx poseen b as·
tantes similitudes con aquellos que di bujaron los etnógrafos de la Escuela de Chicago allá por
los años 20 y 30 del mismo siglo.
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 95

¡ et a mente se va diferenciando cada vez más en términos sociales.


oc ahí se deriva «la separación entre el significado simbólico, la lo­
cali zación de las funciones y la apropiación social del espacio en el
j r e a metropolitana» (200 1 : 483). Para Castells la ciudad informa­
c i onal es, en definitiva, una ciudad dicotomizada, fragmentada y
re arti culada por el proceso de reestructuración del capital y por la
e mergencia de la nueva era de la información, en la que el espacio
de los lugares y el espacio de los flujos poseen dinámicas distintas
, do n de el primero va siendo paulatinamente dominado por el se­
�"'" undo.
La interpretación de Castells se halla demasiado constreñida
po r esa rígida dicotomización que supone el espacio de los flujos y
e l espacio de los lugares, y también por el excesivo peso otorgado
al discurso informacional. Es precisamente aquí donde su perspec­
t i va podría enriquecerse con las aportaciones hechas desde la an­
tropología, con el fértil concepto de glocalización y cómo no, con la
sabia advertencia que contiene la frase insistentemente usada por
Henri Lefevre ante cualquier recalcitrante dicotomía: dos términos
no son nunca suficientes . . il y a toujours l'autre . Es por esta razón
.

por la que Soja (2000: 230 y ss.) resalta la visión alternativa que se
escon d e bajo el concepto de « cosmópolis» , un término por el que
se designa a la ciudad-región globalizada y culturalmente heterogé­
nea. Aunque el concepto ha sido empleado con acepciones distintas,
en su significado se tiende a unir el discurso sobre la globalización
,. la transición postmetropolitana con las perspectivas de futuro.
Esto permite resituar al discurso urbano e incluir en él aspectos
co mo ciudadanía y democracia, sociedad civil y esfera pública, jus­
tici a social y orden moral. Para ilustrar esta tendencia Soja resume
l a a port ación de Raymond Rocco, s quien señala que los espacios
c reados por los multidimensionales y complejos procesos de globa­
l i z ación se han convertido en lugares estratégicos para la formación
<l e id en tidades y comunidades transnacionales y para el surgimien­
to d e nuevos tipos de demandas. Las asociaciones y redes de com­
P romi so cívico que promueven tales demandas surgen de prácticas
S i_ t u a cionales arraigadas a geografías específicas de cada ciudad­
re g i ón globalizada, y parecen hallarse especialmente ligadas a los es­
Pa ci os d e la diferencia, de la hibridación, de las fronteras o márge­
n e s . So n demandas inherentemente espaciales, localizadas, en pro
<l� l a justicia espacial y de la democracia regional. Estos nuevos mo­
V i in i e nto s urbanos se están desarrollando con más fuerza en las den-
8 . S e trata de u n artículo integrado e n u n libro de E . lsin (ed.), Politics in the Global
C'
t 1 '?: R. igths, Democracy and Place , todavía inédito en el momento de la publicación del libro
' So1<1 ( Soja, 2000: 2 3 2 ) , y publicado ese mismo año por Taylor & Francis Books.
96 ANTROPOLOGÍA URBANA

sas aglomeraciones de inmigrantes y de trabajadores pobres, que re


presentan mejor que nada la globalización urbana contemporáneé
y la adaptación cultural transnacional.
Lo que en conjunto viene a resaltar esta propuesta es que lo:
habitantes de las ciudades distan de ser recipientes pasivos de
los grandes procesos que están transformando la ciudad y el mun
do. Se trata por tanto de recuperar a un tiempo su dimensión de
actores y de sujetos políticos. Frente a unas visiones que destacar
el triunfo del capital informacional y se deslumbran ante el espacie
de los flujos, que convierten al Estado en un daguerrotipo desvaídc
y dibujan a la ciudad como un mosaico de individuos y colectivo!
atomizados en la multiplicidad y ambigüedad de sus identidades
se perfilan otras siluetas de la ciudad. En ellas se destaca la re.
composición de las relaciones sociales y las redes de ayuda mutm
que sugieren la aparición de nuevas formas de identidad y de ocu
pación del espacio, nuevas estrategias sociales, económicas y sim
bólicas que permiten a las personas enfrentarse a lo conocido y é
lo desconocido (Agier, 2000); se reivindica la importancia de la!
movilizaciones populares y el desarrollo de una nueva cultura ciu
dadana capaz de cuestionar los poderes establecidos;9 se descubre
en fin, la expansión de redes transnacionales de activistas que des·
pliegan un nuevo repertorio de protestas, las cuales están supo·
niendo un reto a las visiones convencionales que de los movimien·
tos sociales tienen los antropólogos y otros científicos sociale�
(Edelman, 200 1 ).

3. Hibridación y mestizaje

Los procesos de hibridación y mestizaje constituyen posible·


mente la antítesis de la dualización y la dicotomía. Reivindicar su
importancia no debe entenderse como la negación de una evidencia
palmaria: que junto a la interdependencia y el aumento de las co ·
nexiones a nivel mundial, la globalización comporta un sensible i n ·
cremento de la desigualdad y la exclusión social, la fragmentaci ón
de las identidades y la diversidad sociocultural. Sin embargo, al
tiempo que se dan procesos de expropiación, dominación y <lepen·
dencia, se generan también respuestas, iniciativas y estrategias l o ·

9. Es precisamente en este con texto en el que hay que situar el trabajo de Jordi Borj a Y
Manuel Castells ( 1 997) sobre el auge actual de las identidades ciudadanas y de los gobiernos
locales. El libro, que analiza la relación entre economía global, realidades y políticas urbanas
a partir de datos y experiencias de ciudades y áreas metropolitanas de todo el mundo, se p re·
coniza Ja posibil idad de reinventar la democracia y crear calidad de vida a partir de lo local .
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 97

c <-1 l i zadas que son diversas y múltiples, y que afectan profundamen­


te a l devenir social. No podemos ignorar a las comunidades pree­
, ¡ s te ntes, a sus valores y tradiciones, y cómo éstas se fusionan y
J llezclan con lo nuevo para engendrar nuevas comunidades y nue­
,.0s s entidos de pertenencia. Tampoco podemos dar por supuesto
q u e las periferias (económicas, tecnológicas, culturales, etc.) son

fl l e ro s agentes pasivos ante los cambios que se promueven y gene­


ra n desde los ejes y nódulos del capitalismo global. Frente a los hip­
nó tic os discursos de la ideología neoliberal, que destacan la inevi­
i ab il idad de los procesos históricos actualmente en marcha y otor­
e: a n todo el protagonismo al mercado, a la comunicación y a sus
fe yes , es importante tener presentes dos cosas: por un lado el actual
r�forzamiento de los ámbitos locales de actuación10 y el nuevo pro­
ta gonismo de las ciudades, que constituyen hoy en día espacios es­
t r atégicos en la representación y la gestión política; por otro, el pa­
pel de la política como factor de transformación de las situaciones
de exclusión y desigualdad existentes en el mundo (Comas d'Arge­
m ir, 2002) . La revisión del caso de las culturas urbanas andinas tal
�· como nos lo relatan Eduardo Kingman y otros autores latinoa­
mericanos ( 1 999), nos permitirá avanzar en esta idea.
Hasta la primera mitad del siglo xx los países andinos estuvie­
ro n poco tecnificados y desarrollados. Bastante aislados del resto
del mundo no poseían una dinámica mercantil que vinculara entre
s í las distintas regiones, la población era predominantemente rural
Y a n alfabeta y todavía no existían las grandes ciudades. Los meca­
n is mos de socialización se circunscribían a lo local y a un ámbito
de re laciones armado a partir de la comunidad, el barrio, la fami­
l i a, los oficios y las cofradías. En ese contexto, la adopción de có­
d ig o s y prácticas culturales «modernos» sirvió como un elemento de
di stin ción y diferenciación respecto a lo tradicional, rural e indíge­
na . A esta realidad correspondió un marco de análisis de la cultura
u rbana caracterizado por categorías polares (rural / urbano, tradi­
ci onal / moderno, indio / blanco-mestizo) concebidas como realida­
des autó nomas, sin apenas influencias entre sí.
En contraposición, a finales de los 90, la vida cotidiana de las
c i u dad es andinas se caracteriza por unos parámetros muy distin­
t o s . « Los sectores populares tanto como las clases medias y altas
de Q u ito, Cuzco, o La Paz, pueden ver el mismo tipo de talkshow
' ° e l mismo
tipo de telenovela que la gente que vive en Calcuta o
C o l o mbo, Minneapolis o Baltimore, Lagos o Brazzaville. Los jóve-

1 O. Por el concepto de •ámbitos locales• Dolors Comas entiende a • las comunidades lo­
' " 1 i 1. ac.l
as de diferente amplitud: municipios, regiones, naciones• (2002: 99).
Y8 ANTROPOLOGÍA URBANA

nes pueden escuchar la misma música, elegir entre discotecaa


funk, trah, hiphop, ra'i, andina o tropical, y pueden vestirse con el
mismo tipo de ropa, en todas sus variedades mundialmente di.
fundida. Los «pares de estilo» se encuentran en todas partes y las
«identidades colectivas» se han internacionalizado» (Kingman
et al. , 1 999: 1 9 ) .
Al igual que ha cambiado la sociedad, también ha cambiado el
prisma para ver las cosas. La modernidad ha dejado de percibirse
como un fenómeno externo a la cultura popular mestiza e indíge.
na, y también se han modificado las formas de representación de lo
tradicional y lo moderno. Tanto es así que hoy en día, en los estu.
dios sobre cultura popular urbana de las sociedades andinas y lati­
noamericanas, prácticamente ha desaparecido la noción de una
confrontación entre valores preurbanos o extra-modernos y la lógi­
ca urbana moderna. Como resultado de todos estos desarrollos, las
imágenes sobre la ciudad también se han diferenciado. Los signos
que servían de base para clasificar los espacios y los grupos socia­
les se han complejizado. Lo señorial, lo popular, lo indígena, lo alto
y lo bajo, como sistemas clasificatorios que permitían ordenar la
imagen de la ciudad se revelan insuficientes. Lo que define una
identidad ya no está marcado únicamente por el lugar de origen, o
por el barrio en el que se habita, sino por todo un juego de ele­
mentos culturales en movimiento. Pero lo nuevo no sustituye de
golpe y porrazo a lo viejo. Al tiempo que las transformaciones ur·
banas sientan las bases para el surgimiento de formas de relaciones
ligadas con la moderna noción de ciudadanía, en las ciudades an·
dinas continúan reproduciéndose sistemas clasificatorios ligados a
criterios racistas.
Las múltiples caras de la ciudad latinoamericana demuestran la
caducidad de las oposiciones simples, sean de índole política, cultu­
ral, económica o social. Pero la falta de adecuación de los viejos es­
quemas bipolares no significa tampoco una vuelta hacia el otro ex­
tremo. Porque no todo se borra en el actual proceso de desinte gra­
ción de las viejas estructuras, ni tampoco se disuelve de igual
manera o al mismo ritmo. De allí la sugerencia de los citados a uto ·
res de repensar el concepto de mestizaje, la cual me parece espe­
cialmente fructífera, porque evita las visiones duales y, sobre todo ,
reintroduce en el análisis una necesaria dimensión política. En efec ­
to, las nociones con contenido histórico concreto como transcu ltu­
ración , «cholificación » o mestizaje , poseen una clara ventaja respec ·
to a la idea del flujo de elementos culturales o su opuesto, el esque­
ma dual: a lo que nos conducen tales conceptos es a tomar en
cuenta los esfuerzos de los actores por diferenciarse v mixtificarse,
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 99

10 r re conocerse y esquivarse, en un mundo que no es bipolar sino


�1ue se constituye por una multipolaridad de relaciones. El concep­
to d e mestizaje posee además una ventaja suplementaria: incluye
una dimensión política que bucea más allá de un supuesto «merca­
do cult ural abierto» , y que «se arma a partir de desigualdades y des-
11 ¡ ,-e }es, estrategias y contra-estrategias, adaptaciones y sobreviven­
c i as , e incluso cuestionamientos de las mismas estrategias de mes­
t i z aj e tal como fueron armadas en relación a los grupos subalternos:
como formas de discriminación y silenciamiento» (Kingman et al. ,
J 99 9 : 4 1 ).
Sabemos que la diversidad, o si se quiere la multiculturalidad,
es un fenómeno expansivo en las urbes contemporáneas que como

l a c ola de un pavo real se despliega con toda su variedad y fuerza


en l a s megalópolis. Es por tanto común a espacios como Lima, ciu­
d ad de México, Londres o Tokio. Parece que de tanto absorber a
gente de todas partes del mundo, las grandes ciudades adquieran
t ambién las características de todos esos lugares. Las marcas de di­
fe rentes pueblos y culturas se concentran en un mismo sitio dando
l u gar a particulares síntesis de todo el mundo. Porque en cada uno
de los referidos espacios aquella característica universal se mani­
fiesta de modo diverso: por un lado, porque las matrices que sirven
de base a los actuales procesos globales son distintas; por otro, por­
que la cultura se constituye siempre de modo concreto y a partir de
enfrentamientos concretos entre estilos y definiciones, entre intere­
ses y visiones del mundo rivales. A las dos matrices de la multicul­
t uralid ad y la hibridación de las que nos hablaba García Canclini
( l 9 9 7a ) , hay que añadir por lo tanto una tercera: la que represen­
t an lo s marcos específicos de opresión que provocan marcos espe­
c íficos de resistencia y de supervivencia, y conducen al desarrollo
d e e strategias particulares de protesta, esquivación, defensa o clien­
te l i s mo .
Este complejo juego entre matrices locales y procesos naciona­
l es y/ o globales da unos resultados tan distintos como los que re­
p re se ntan algunos de los siguientes casos. El primero nos lo pro­
Po rcio nan las ciudades de Los Ángeles y Sao Paulo. Ambas han sido
co n ceptualizadas como ciudades fortificadas, resultado de una mar­
cad a p olarización entre la ciudadela y el gheto, que se correspon­
den grosso modo con las comunidades cerradas de los ricos y los po­
Pu l o so s barrios pobres. Como destaca Teresa Caldeira (2000:
322 y ss.), la comparación de ambas ciudades evidencia que los fac­
t ore s que en Sao Paulo producen el modelo de ciudad de los muros
no s o n exclusivamente locales, sino que son parte de un proceso
111 ás a mplio. Pero aunque la llamada ecología del miedo se mani-
1 00 ANTROPOLOGÍA URBANA

fiesta en dichas urbes de manera distinta, 1 1 en ambas han fracasa¡


do los distintos procesos (políticos, mediáticos, proliferación de m ol
vimientos sociales) que se oponen de manera activa a este tipo de
segregación extrema que anula los espacios públicos y hace invia.
ble la vida colectiva. «Una vez que los muros se han construido -
afirma con rotundidad Caldeira-, alteran la vida pública . . . Cuan.
do a alguna gente se le deniega el acceso a ciertas áreas y cuando
diferentes grupos no interactúan en el espacio público, entonces de.
jan de ser viables las referencias a los ideales de apertura, libertad
e igualdad como principios» (2000: 334).
Pero este proceso extremo de segmentación e incomunicación so.
cial es sólo una de las realidades posibles. Frente a ella el orden social
dibuja múltiples alternativas de las que elegiré sólo una, la que re.
presenta el caso del barrio neoyorquino de Elmhurst-Corona estu.
diado por Roger Sanjek ( 1 998), del que se afirma que es el más mul­
tirracial del mundo.12 De eso trata precisamente la obra: de las rela­
ciones interétnicas, o para ser más exactos, de las relaciones entre los
«nativos» blancos, las viejas minorías (los afro-americanos) y los nue­
vos inmigrantes (asiáticos y latinoamericanos) en un periodo que va
desde los años 60 hasta los 90, un lapso de tiempo en el que la po­
blación blanca deja de ser el colectivo mayoritario para convertirse
numéricamente en una minoría más.13 A lo largo de esos años cua­
tro importantes coyunturas transformaron el antiguo vecindario
blanco; las dos primeras tienen un alcance nacional, mientras que las
segundas poseen un carácter local: primera, la masiva migración de
afro-americanos a las ciudades del norte de los EE.UU. durante las
décadas de los 50 y de los 60, que intensificó los contactos entre blan·
cos y negros, y muy especialmente en el barrio de Corona. Segunda,

1 1 . En Sao Paulo la tensión social aún es más fuerte que en Los Ángeles, entre otras
razones porque en ella el gheto no está cerrado, las desigualdades son más fuertes, la violen­
cia es mayor y porque todavía prevalece el viejo modelo urbano europeo con un centro muy
valorado.
1 2 . Según relata Sanjek ( 1 9 9 8 : 2 1 5 y ss. ) a principios de los años 90 la població n de
este barrio estaba compuesta por unos 2 8 .000 residentes blancos con un origen extraordina­
riamente diverso (mayo ritariamente italianos e irlandeses, pero también alemanes, pol acos,
griegos, ingleses, franceses, rusos, austriacos, checos, húngaros, yugoslavos, ucranianos , ru­
manos, portugueses, lituanos, escoceses, suecos, eslovacos y noruegos). Por su parte, los resi­
dentes asiáticos incluían a 1 6 .000 chinos, 9 .000 coreanos, 7 . 600 indios, 4 .000 filipinos y UD
número más pequeño de tailandeses, vietnamitas y pakistaníes. Finalmente, la población la ti·
noamericana comprendía 1 3 . 600 colombianos, 1 2 .000 dominicanos, 6 . 800 ecuatorianos, 6 . 500
puertorriqueños, más una cifra menor de cubanos, haitianos, mej icanos, peruanos y cen troa•
mericanos.
1 3 . En 1 960 la población blanca representaba el 98 % de la población del barrio mie nj
tras que en 1 990 suponía tan sólo el 1 8 % del total. Para esos mismos años, la població n del
barrio pasó de 88 .000 a 1 3 7 .000 habitantes.
·
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 101

la ma siva llegada de inmigrantes no europeos que se inicia en 1 965


,
q ue cambiará la faz de la ciudad. Tercera, la descentralización ur­
bana , que redefinió la política local canalizando las actividades de
[ o s grupos cívicos de los barrios hacia los nuevos espacios políticos
de representación. Cuarta, la crisis fiscal de mediados de los años
7 0 , que supuso una considerable reducción de las políticas públi­
c a s de bienestar y que ha definido desde entonces la política de los
barri os .
Sanjek focaliza el estudio de las relaciones interraciales en
a q uellos ámbitos donde se produce la interacción cotidiana entre
[ o s habitantes del barrio: contactos informales, grupos de amigos y
d e vecinos, escuelas, iglesias, asociaciones de comerciantes y de pa­
d res de alumnos, organizaciones cívicas, clubs políticos, etc. Todos
d ios conforman un campo donde toma cuerpo el orden social y
donde se dirime la política del distrito. Y es precisamente este cam­
po el que hará factible la interacción, fluida aunque no por ello
exen t a de tensiones y conflictos, entre los diversos grupos que pue­
blan el barrio. En un principio, la numéricamente disminuida po­
blación blanca de Elmhurst-Corona hizo frente a las amenazas a su
c alidad de vida reanimando sus instituciones parapolíticas: desa­
rrollando nuevas asociaciones cívicas y revitalizando viejos rituales.
D e spués, estas asociaciones, predominantemente de blancos hasta
mediados de los 80, empezarán a abrirse a latinos y asiáticos. Pa­
ralelamente, surgirán o consolidarán otros rituales (étnicos, religio­
sos y cívicos) que contribuirán a distender e incrementar las rela­
cio n es interétnicas. Todos estos desarrollos llevan a Sanjek a con­
c l uir l o siguiente: «la raza divide, pero la gente puede cambiar. Este
l i bro , que empezó como una etnografía de la transición mayoría­
m i n oría de un barrio, se convirtió en un estudio de las raíces, y de
l as malas hierbas, de la democracia local . . . Nada es imposible si
c ree mos que la gente puede cambiar» ( 1 998: 393).
El trabajo de Sanjek abre una vía que nos conduce directamen­
te a u na última referencia, en la que los protagonistas son los mo­
\' i m ie ntos sociales urbanos y la noción de ciudadanía. Empezaré
Po r lo s primeros. Por trabajos como los de Borja ( 1 975) y Castells
( 1 9 8 6) sabemos de los rasgos y elementos comunes que tales movi-
1�1 i e ntos comparten. Pero necesitamos conocer también sus especi­
l i c i dad es, los desarrollos y procesos que, por ejemplo, otorgan un
ca rá c ter único a las «invasiones» de los barrios de Tupac Amaru en
l i n1a (Martin, 2000), de Santo Domingo de los Reyes en México
D . F. (Safa, 1 990) o de Bonavista en Tarragona (Pujadas y Comas,
1 9 84 ; Pujadas y Bardají, 1 987), a los movimientos urbanos de Ma­
d r i d (Cabrerizo, 1 998), Cataluña (Alabart, 1 998) o el Valle de Méxi-
1 02 ANTROPOLOGÍA URBANA

co (Alonso, 1 986). Porque todos ellos no sólo difieren por la estruc�


tura socio-histórica que posibilita su surgimiento, sino también por
la idea de ciudadanía que defienden.
A este tenor, es importante recordar que la noción de ciuda­
danía -y los derechos que comporta (políticos, civiles y socia­
les)-, por los cuales los urbanitas se resignan, defienden, rebelan
o luchan, no es ni mucho menos un término abstracto y cultura l­
mente vacío, aplicable sin más a cualquier espacio histórico, so.
cial o urbano, y con independencia del trasfondo de clase, de gé­
nero o de etnia. Por el contrario, la incorporación de derechos ciu,.
dadanos, tal como se los concibe contemporáneamente, al igual
que su reivindicación o defensa activa, no sólo supone el establ�
cimiento de procesos de democratización política, de moderniza�
ción económica y educativa, sino que implica también una cierta
democratización de la interacción social y de todo un proceso de
apropiación de valores tales como responsabilidad ciudadanaj
confianza social, individualismo, etc. Por eso, cuando en determi.¡1
nados contextos se observa la vigencia de ciertas prácticas e inteJ
racciones contrarias a dichos valores -tales como la dependencid
personal, la lealtad máxima hacia el propio grupo y la falta de con�
fianza en el poder del individuo para cambiar o influir por sí sólo
sobre su entorno-, difícilmente entra en vigencia la ciudadaníat
al menos tal y como la entiende el discurso occidental imperantei
de claro corte weberiano. Y esto independientemente de que esté
sancionada por la ley y sea periódicamente voceada por los políti•
cos y los mass media . La sociedad ecuatoriana nos proporciona urt
espléndido ejemplo etnográfico donde se hace patente la existen•
cia de una concepción justa aunque no universalista ni imperso�
nal de ciudadanía. Dice así:
Si un ecuatoriano ha tenido que ir a la policía para denunc iar
un robo, o al registro civil para inscribir un recién nacido en su fa­
milia, o a la muni cipal i dad para obtener un permiso, o a la com·
pañía de teléfonos con el fin de quej arse por una cuenta que no era
correcta, y después dice : « me trataron como cualquiera » , con es ta
frase expresa que no fue tratado como alguien especial, y que en·
tonces le fue mal . El ind ividuo, o sea el ciudadano en Ecuador, de�'
vestido o deshecho de sus relaciones, posición social, prestigio , c e-;
remoniales, trajes, amigos o amigos de amigos en minis teri os Y
otras dependencias del Es tado, no vale much o . Es un « Cualqui era•·
Llegar a una dependencia municipal , estatal o privada sin ten1
amigos allí, por el camino de la universal idad e i mpersonal i da _,
(como un ciudadano más), es llegar por el peor camino. « Que m�
respetan por ser alguien» signi fica en Ecuador: por no ser cu �
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 03

quiera. En Ecuador el ciudadano como suj eto de derechos univer­


sales está ausente. Solamente vale la persona específica, con sus
amistades y prestigio, cargado de atributos : él tiene el privilegio de
ser tratado decentemente. Y es por eso que el discurso sobre ciu­
dadanía, promoviendo el refuerzo de una cotidianidad ciudadana y
la demanda por la ciudadanía, es problemático . . . Pedirle a la gen­
te olvidar todo lo que le ayuda a ser atendido (y en ocasiones a no
ser vej ado) en sus relaciones con los funcionarios públicos, sus j e­
fes y compañeros de trabajo, sus intercambios cotidianos, es como
pedirle desnudarse ; quedar frágil y vulnerable. La vida le enseñó a
la gente, y sobre todo a la gente pobre, que es justamente por des­
víos y excepciones, por tratos personales, y no por reglas universa­
les, no por leyes-para-todos, no por turnos y procedimientos fijos,
que se arreglan las cosas . Es justamente por inversión del univer­
salismo, o sea, por ser «persona » , y no anónimo, que funciona la
burocracia para uno o para su barrio o su grupo; y esto aún cuan­
do la doctri na le enseñó, e insiste en enseñarle, que debería ser por
« reglas unívocas » que se distribuyen trabajos, se obtienen plazas,
se reali zan trámi tes; aún cuando «debería ser así» que se atiende a
la gente sin tomar en cuenta su poder, o falta de poder, su capaci­
dad de imponerse, o hacerse valer. Por eso el valor y el prestigio
del ciudadano en Ecuador es ambiguo . Y por eso es muy abstrac­
to y fútil insistir en la aplicación de « ciudadanía » en Ecuador y en
América Latina, sin reflexionar sobre la vida real, la ciudad real y
las experiencias de la gente real . . . Más que insistir en el i mperati­
vo de la ciudadanía, necesitamos una etnografía de los espacios
ciudadanos y no-ciudadanos o, mejor aún, de una micro-física que
nos permita entender su funcionamiento y prevenir su futuro
( Ki ngman et al., 1 99 9 : 34-3 5 ) .

El estudio de la ciudadanía y de la sociedad civil (posiblemente


s e r ía m ás adecuado poner en plural ambos conceptos), del decalage
e n t re la praxis de los ciudadanos y las retóricas y discursos oficia­
l es co nstituye un fructífero campo de estudio antropológico donde
l a e s p ecialidad urbana se abre al análisis de las redes sociales, a la
\ 'ez que se confunde con el estudio del poder y la influencia, el clien­
t e l i s mo, la corrupción y la contestación. t4

. 1 4. A los estudios ya clásicos de Boissevain ( 1 974), Lomnitz ( 1 97 1 ) o Einsenstadt y Ro-


;1'!!er ( 1 9 84) se suman ahora numerosísimos trabajos entre los que, sin pretensión de exhaus-
1 .' 1' 1 dad :V por razones diversas -por motivo de su excelencia, de su carácter novedoso o recopi-
1d1""'º· o por representar un escalón más en una dilatada línea de investigación-, quiero des-
1�'c;"· l os siguientes: Yang ( 1 994); Hann y Dunn, eds. ( 1 99 6 ) ; L. Lomnitz y Melnick ( 1 998);
'' ' 1 o n , ed. (t 999); C. Lomnitz, coord. ( 2000 ) ; Edelman ( 200 1 ) ; Hearn (200 1 ) .
1 04 ANTROPOLOGÍA URBANA

4. La ciudad poliédrica

Distintas escuelas de pensamiento han intentado precisar el


sentido del proceso de urbanización que viene afectando al mundo
desde el último tercio del siglo xx. Soja (2000) distingue hasta seis
grandes discursos interpretativos que, alternativamente, consideran
a la ciudad de la modernidad avanzada como: «metrópolis del post­
fordismo industrial» , flexiblemente especializada; « cosmópolis» o
ciudad-región globalizada; megaciudad o «exópolis post-suburba­
na» ; «ciudad fractal» , donde se intensifican las desigualdades y la
polarización social; «archipiélago carcelario» de ciudades fortifica­
das; y, finalmente, como colección de «hyperreal Simcities » , donde
la vida cotidiana se parece cada vez más a un juego de ordenador.
Desde la perspectiva de Soja, ninguno de estos enfoques, separada­
mente, hace justicia de la complejidad de la postmetrópolis; piensa
por el contrario que ésta se comprende mejor mediante la combi­
nación de las mencionadas visiones, que deja la puerta abierta al
desarrollo futuro de nuevas y fructíferas interpretaciones.
La diversidad también es el rasgo que distingue a la reciente li­
teratura antropológica sobre la ciudad en la que, de manera cre­
ciente, se han ido incorporando numerosos paradigmas de otras
disciplinas; en ese sentido, son palpables las influencias de la eco­
nomía política, los estudios culturales, la sociología urbana, la geo­
grafía cultural, y la teoría arquitectónica y de planificación. En ge­
neral, en dicha literatura se tienden a priorizar tres grandes ejes
analíticos: las relaciones sociales; los procesos económicos; y por úl­
timo, la planificación y la arquitectura urbana. Para captar la hete·
rogeneidad interna de cada uno de dichos ejes Seta Low ( 1 999a) ha
utilizado una ingeniosa serie de imágenes y metáforas que le per:
miten mostrar las orientaciones, conceptos e ideas que los antropó·
logos utilizan cuando analizan y escriben sobre la ciudad contem�
poránea. Más que reproducirlas miméticamente, usaré tales imáge�
nes como una base flexible sobre la que construir una visión
panorámica donde se reflejen las múltiples facetas de esa poliédri�
ca ciudad que es la metrópoli postmoderna. 1 s
Cuatro imágenes distintas (la ciudad étnica, l a ciudad divid ida,
la ciudad generizada y la ciudad contestada) permiten a Seta Lo'W

1 5. A este respecto quiero señalar el fuerte sesgo •norteamericanizante• de la tip oloSÍ'


de Low, que se debe fundamentalmente a la base bibliográfica sobre la que tal tipolog ía 5'
asienta, la cual, en su gran mayoría, o bien trata sobre ciudades de EE.UU. y/o está produ�
da por autores norteamericanos. Un sesgo que intentaré paliar con la ampliación de la ba se bl•

bl iográfica y tipológica.
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 05

cap tar el primero de los ejes reseñados, en el que se prioriza el aná­


l i s is de los procesos relacionales en contexto urbano. A ellas añadi­
ré una más, representada por el concepto de la ciudad ritual, con el
q u e pretendo destacar la dimensión simbólica de la producción y

rep roducción de la ciudad.


La ciudad étnica considera a la urbe como un mosaico de gru­
p os étnicos que, según el enfoque dominante, se definen unas veces
c omo enclaves autocontenidos que posibilitan la supervivencia eco­
n ó mica y política de las minorías, y otras por su posición estructu­
r a l o su grado de marginalidad. El estudio de Portes y Stepick
( J 9 9 3 ) sobre el desarrollo de la ciudad de Miami constituye un buen
ejemplo de una ciudad compuesta por enclaves étnicos competiti­
\ ·.o s (blancos, haitianos y cubanos); aunque la ciudad estuvo histó­
ricamente dominada por una clase media blanca, la hegemonía cul­
tu ral cayó después en manos de los inmigrantes nacidos en Cuba,
convirtiéndose el español en la lingua franca de las redes comercia­
les y sociopolíticas. Los inmigrantes cubanos parecen haber sido
si ngularmente hábiles para manipular la estructura de poder local
�· l o s media, de manera que han llegado a crear un nuevo tipo de
política étnica en la que el oprimido parece haberse convertido en
opresor. Por su parte, la larga serie de trabajos de Teresa San Ro­
mán 16 sobre los gitanos españoles, en la que esta minoría se define
en relación con la marginalidad, puede considerarse representativa
del segundo de los enfoques reseñados; sus estudios sobre los gita­
nos de Madrid y Barcelona le han llevado a profundizar en los te­
mas de las relaciones interculturales, la exclusión social, la margi­
n a c ión y el racismo.
La imagen de la ciudad dividida constituye una versión extre­
m a del modelo anterior, ya que en él se destaca el conflicto y la
vi olen cia racial existente en Europa y muy especialmente en Nor­
t ea méri ca. 1 7 Respecto a este último país, existe una profusa litera­
t u r a que explora los distintos aspectos de la segregación racial ur-

1 6 . De esta trayectoria qu iero destacar tanto los trabajos en los que Teresa San Román
t ra b a j a e
n sol i tario ( ! 9 7 5 , 1 976a, 1 976b, 1 990, 1 996 y 1 99 7 ) , como aquellos otros en los que
" J la r,• ce también como edi tora ( 1 984 y 1 98 6 ) .
1 7. Para obtener una visión de conjunto sobre las teorías y estudios referentes a etnici­
�1 '"i raza se pueden consultar los cuatro primeros capít ulos de la obra de Banks ( 1 996) y tam-

11'' 11 l os artículos de Wal lerstein ( 1 9 8 8 ) y Stol ke ( 1 99 5 ) , que nos rem i ten a u n debate general
'; .' i
� ',¡ L'L'r L'IquHese seformas
reflexiona sobre las ban-eras sociales e ideológicas que bloquean la superación de
de segregac ión, como las sexuales, las culturales y las rac iales. Las compila­
ti'1,. '',.>nePaís de Bjorgo y Witte ( 1 99 3 ) y de Wrench y Solomos ( 1 994 ) recogen diversos estudios so-
s es europeos; por su parte, en los trabajos de Ezekiel ( 1 984), Wagne1�Pac ifici ( 1 994),
1,.'111 ". ( 1 98 9 ) , Davis ( 1 992 y 1 998) y Klinenberg (2002 ) se aborda el estudio del confl icto y la vio-
1"1<1 rac ial en diversas ciudades norteamericanas.
1 06 ANTROPOLOGÍA URBANA

bana, profundiza sobre las consecuencias económicas, sociales 3


políticas del racismo, y analiza la violencia étnica y los disturbio1
callejeros en ciudades como Filadelfia, Detroit, Los Ángeles q
Chicago. La imagen más extrema de la ciudad dividida nos la proj
porciona Wacquant ( 1 994) con el concepto de «hipergheto» , quE
define una sección de la ciudad racial y económicamente segrega.
da, caracterizado por la crispación y violencia de la vida cotidia.
na, la desertificación de instituciones y organizaciones, la infor.
malización de la economía y la falta de diferenciación social. La
comparación que hace este autor del estigma y la división racial
del llamado «cinturón negro» de Chicago con el «Cinturón rojo» de
la periferia parisina (Wacquant, 1 993), permite sacar a la luz el ca.
rácter específicamente «racial» (léase étnico) de la pobreza urba.
na en EE.U u . 1 s
Los análisis de género han introducido en antropología nueva�
perspectivas que obligan a considerar el papel de esta variable en la
configuración de los factores de diferenciación más relevantes para
la vida social. Dentro de ese marco conceptual surge la imagen de
la ciudad generizada , que percibe al espacio urbano como un espa·
cio masculino donde las mujeres, al igual que las minorías, los ni­
ños y los pobres, todavía no han alcanzado la plena ciudadanía ya
que no disfrutan del pleno y libre acceso a todos los espacios de la
ciudad, sino que sobreviven y florecen en los intersticios de ésta.15
Es dentro de esos espacios intersticiales o secundarios donde se
hace evidente esa ciudad generizada, teorizada por las feministas y
las antropólogas feministas como un lugar de trabajo, lucha y con·
flicto. Una buena parte de los estudios se han centrado en el traba­
jo y en los lugares de trabajo propios de la economía informal, en
el ámbito del mercado o de la esfera doméstica. Otros, sin embar·
go, han conceptualizado desde otras perspectivas la ciudad generi•
zada: documentando y teorizando las protestas de las mujeres urba�
nas y sus invisibles prácticas de resistencia, evidenciando la ausen�
cia de marcadores físicos y espaciales que proclamen públicamen�
la contribución de las mujeres a la sociedad.20 El estudio de tal el

1 8 . Cabe señalar que la imagen de la ciudad dividida coincide en parte con otra im agen
de la ciudad que observaremos más adelante: la de la ciudad fortaleza , de la que son eje mpl�
paradigmáticos Los Ángeles y Sao Paulo. '

1 9 . Existen ciertamente otras visiones generizadas de la ciudad, como la que nos pre'
>en tan Enguix ( 1 996) y Guasch ( 1 99 1 ) sobre los colectivos homosexuales, o Gutmann ( 1 9 96,•;.�
mbre los hombres en la ciudad de México.
20. En lo que se refiere al mundo del trabajo y a la esfera doméstica resultan ilu straÚ'
vos, entre otros, los trabajos Comas d'Argemir ( 1 99 5 ) . Martínez Veiga ( 1 99 5 ) , Morris ( 1 9 9 � >J
'IJarotzki ( 1 98 8 , 1 99 5 ) . En lo que se refiere al activismo social. las protestas y la participaCl"".t
Je las mujeres urbanas en movimien tos sociales me remito al apartado de la segunda p atf
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 07

111arc adores y del poder de los lugares ha sido abordado por Hay­
d�n ( 1 995), quien explora en su trabajo las olvidadas historias de las
!l luje res que construyeron y forjaron la ciudad de Los Ángeles. Un
i n t e rés semejante anima a Teresa del Valle ( 1 99 1 , 1 997) cuando ana­
l i z a l os itinerarios de las mujeres en ciudades como Bilbao o Do-
110sti a y observa los significados que vehiculan los espacios a ellas
asi gnados, y cómo éstos se trasforman, contraen o amplían con el
t r a nscurso del tiempo, con el esfuerzo y la lucha; entre otras cosas,
s u trabajo nos muestra también cómo algo aparentemente tan sim­
p le como el callejero de una ciudad refleja a la vez que refuerza los
mo delos dominantes de género.
Como su propio nombre indica, en la ciudad contestada el én­
fasis se coloca en los procesos de urbanos de contestación. En unas
oca siones, el acento se situa en las celebraciones rituales que lo­
g ran, mediante control simbólico de las calles, invertir temporal­
�11ente la estructura urbana de poder; en otras la atención se centra
di r ectamente en los movimientos sociales urbanos. Pero la resis­
t encia no supone siempre un proceso activo de contestación. La re­
construcción del espacio urbano, la revisión de la rotulación de las
calles y las peleas por controlarlas son importantes áreas de estudio
sobre la dominación ideológica y el discurso anti-hegemónico. Seta
Low ha explorado esta faceta utilizando el concepto de «cultura es­
pacializada» ( 1 999b ) que le permite situar en el espacio las rela­
,

ciones y las prácticas sociales, tanto metafórica como físicamente;


a l aplicar dicho concepto a la contestación del diseño y del signifi­
cado de las plazas de la ciudad de San José de Costa Rica, esta au­
t o ra evidencia cómo la gente resuelve los grandes conflictos provo­
ca d os por el creciente impacto de la globalización, el incremento
d e l turismo y la pérdida de identidad cultural dentro de la relativa
seguridad del espació público urbano.
Los rituales proporcionan a los individuos la ocasión para in­
t ens ific ar y reconstruir sus vínculos y, en ese sentido, constituyen
Lt n po deroso mecanismo para la construcción de la identidad social.
C o mo indican Velasco ( 1 99 1 ) y Moreno ( 1 99 1 ), a través de ellos los
grup os y las comunidades expresan la pertenencia social y mues­
t ran su continuidad en el tiempo, conformando espacios sociales,
r ed e fini endo fronteras y apropiándose del territorio. Estos son los
ll1 ateri ales que conforman la imagen de la ciudad ritual, un espacio
---
:: l' e s t e t rabajo en el que trataré con cierto deten i m iento tales aspectos. Un estudio que abor-
1¡'. \ desde d istintos ángulos la vida de las m ujeres en las ciudades ( laboral y de posición social,
l J�!'<¡I l a c ión , planificación urbana .y cambio) es el coordinado por Booth , Darke y Yeandle
�).
1 08 ANTROPOLOGÍA URBANA

cuyas variadas facetas vienen explorando los antropólogos desde


hace tiempo, y que han sido trabajados con cierta profusión en la
península ibérica.2 1 En ocasiones, el alcance del ritual se encuentra
limitado a nivel de barrio, o se nos muestra como un importante
elemento que permite desvelar tal o cual aspecto de la vida de la
ciudad; así, por ejemplo, el análisis de Gra9a Cordeiro ( 1 997) sobre
el barrio lisboeta de Bica nos muestra cómo los rituales, además de
reforzar la identidad de la gente del barrio, permite a los lisboetas
diferenciar a este barrio de los demás. Por su parte, en la obra de
María Cátedra ( 1 995, 1 997a , 1 997c) sobre la ciudad de Ávila, los
santos patronos, además de expresiones de unión y de oposición, se
nos presentan como instrumentos de poder y de lucha contra el
mismo. En otras investigaciones, sin embargo, es el conjunto de la
ciudad, en la complejidad de sus dimensiones relacional y simbóli­
ca, histórica y política, la que se nos revela a través del estudio de
sus rituales más emblemáticos, como ocurre por ejemplo en el Pa.i
lio de Siena (Dundes y Falassi, 1 9 86), las Fallas de Valencia (Ariño;
1 992 ; Hernández, 1 996) o la Semana Santa de Sevilla (Moreno;
1 990 y 1 992; Rodríguez, 1 997).
Tres nuevas imágenes permiten resumir el interés por el im�
pacto de los procesos económicos en la ciudad: la ciudad desin;
dustrializada, la ciudad global y la ciudad informacional.22 La an!.
tropología ha explorado estos impactos desde una gran variedad d�
perspectivas. En unos casos, profundiza en ciertas categorías par�,
ticulares de ciudad global como son las llamadas «metrópolis d�
frontera» , que proliferan a lo largo de la frontera entre México �
USA, y se distingue por su población commuter y su carácter trans�_
nacional (Herzog, 1 990; Arreola y Curtis, 1 99 3 ) . En otros, como e$
el caso de Ulf Hannerz ( 1 992a , l 992b y 1 992c), nos ofrece una ve��
sión de la sociedad informacional interesada en los flujos cultura·
les.23 No obstante, como señala Low ( 1 999a : 1 4- 1 5 ) , nuestra disc i·
plina ha centrado su atención fundamentalmente en las perspecti·

2 L Véase por ejemplo los trabajos compilados por Ve lasco ( 1 9 8 2 ) ; Cucó y Puj ada• ·

( 1 990) y Moreno ( 1 99 1 ) ,
2 2 , Aunque de la ci udad global y la ci udad informac ional ya me he ocu pado en pág inali
anteriores , volveré a presentar los rasgos más destacables que tales conceptos contienen a fill
de fac il itar al lector la visual ización conju nta de ese carácter multifacetado o poliédrico de 1'
ci udad de hoy.
2 3 , Segú n Hannerz, en las sociedades de modern idad avanzada, los flujos cultura les �
organizan en términos de estados, mercados y movim ientos, Aqu í la ciudad es el cent ro del
crecim iento cult ural, el l ugar donde entran en contacto y se entremezclan las agencias cent�
l i zadoras de la cultura (la escuela y los media) y las fuerzas descentralizadoras de la divef9l"
dad de subculturas, En contraste con Castells, el trabajo de este autor enfatiza los víncu los e!V
tre la experiencia local y los flujos c u l turales globales,
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 09

\·as transnacionales de la migración, un ámbito sobre el que la li­


t e ra tura española ha crecido significativamente en los últimos
aiío s .24
La ciudad desindustrializada , narra una historia bastante co-
111 ú n : el deterioro de una ciudad a causa del cierre o la reubicación
de l a o las industrias que hasta ese momento habían sido la única
fu en te de empleo para los hombres y mujeres de la clase trabaja­
d ora . Las fuerzas de la globalización, las nuevas formas de flexibi­
l i d ad del capital y de la mano de obra han incrementado el núme­
ro d e estos cierres y sus perniciosos efectos sobre la sociedad. Dos
est udios de caso, realizados sobre otras tantas poblaciones nortea­
me ricanas, ilustran este tipo de enfoque y nos permiten observar de
cerca la evolución sufrida por este tipo de ciudad. El primero viene
d ad o por la investigación de Mormino y Pozzetta ( 1 987) sobre la
hoy en día desaparecida Ybor City , adjunta a la ciudad de Tampa
( Florida). Se trata de una comunidad surgida en el XIX al amparo
de una floreciente industria tabaquera e integrada por inmigrantes
i t alianos, españoles y cubanos, que asentaron allí sus raíces y cons­
t ruyeron una comunidad latina y obrera que pivotaba en la mili­
t ancia política y sindical y en una intensa vida asociativa y ritual; el
declive de Ybor City se inicia tras la 11 Guerra mundial, con su de­
si ntegración como barrio latino y su paulatina conversión en un
área residencial negra. Por su parte, el estudio de Nash ( 1 989) na­
rra el declive socioeconómico de una localidad del estado de Mas­
sa c hussets tras el cierre de la planta de compañía General Electric;
en él teoriza la respuesta a la desindustrialización en términos de la
co n strucción comunitaria y hegemonía corporativa. En sus conclu­
s i on es explícita que el desmantelamiento de esta filial de la General
El ec tric se produjo cuando la empresa fue consciente de la fuerza
de l o s sindicatos locales; de esta forma, señala Nash, el crecimien­
�o de las inversiones globales de esta empresa « responde más a un
i n tento de controlar el movimiento obrero en sus plantas naciona­
le s q ue a un deseo de aumentar sus ganancias mediante la exporta­
c i ó n d e sus plantas o ramas procesadoras a países con salarios más
ba jos » (Nash, 1 989: 324).25

24. A este respecto se puede consultar la s íntesis bibl iográfica sobre la m igración ex­
1
! '111i�ra en España ( 1 990-2000) real i zada por Joan Lacomba (200 1 b) , una parte considerable
:1'' l a c u al tiene carácter metropolitano. Son de destacar, por ejemplo, trabajos como el edita-
1i'' ,l1<�r Carlos Gimenez ( 1 993) sobre la Com un idad de Madrid, de Eugen ia Ram írez ( 1 996) so­
1'
g- n das y experiencias de i n m igrantes en varias ci udades españolas, de Ubaldo Martínez Vei­
r ;� sobre integrac ión social ( 1 99 7 ) , vivienda ( 1 999) sobre el caso paradigmático del Ej ido
de
,�' 1lO1 J ) , Carmen Gregorio ( 1 99 8 ) sobre migración femen ina, y por último, del propio La-
1 h <1 ( 200 ! a) sobre i n m igrantes musulmanes en la ciudad de Valencia.
25. C i tado por Low, 1 999: 1 2 .
1 10 ANTROPOLOGÍA URBANA

Según el clásico estudio de Sassen ( 1 99 1 ) , las ciudades de Nue.


va York, Tokio y Londres se han convertido en las ciudades globales
más importantes del mundo de hoy, esto es, en los centros preem�
nentes de las finanzas internacionales, los servicios empresariales y
de consultoría de ámbito internacional. Para acomodarse a est:;¡
función dirigente,26 estas urbes han experimentado masivos e im•
portantes cambios en su base económica, su organización espaciai
y su estructura social. Como señala el mencionado autor, los mi�
mos procesos globales que dan lugar a la ciudad desindustrializad�
provocan también la polarización de la ciudad y de la economía, J4
internacionalización e informalización del trabajo y la desterrit�
rialización de la organización social del trabajo y de la comunidaqj
Pero el fenómeno de la ciudad global no se limita a estos pocos nú.
deos urbanos de superior jerarquía. Por el contrario, es un procese)
que implica -con distinta intensidad y a diferente escala- a 1011
servicios avanzados, los centros productivos y los mercados de un•
red que se extiende a nivel global. Por ello, dentro de cada país, la
arquitectura de redes se reproduce en los centros regionales y lo�
cales, de tal modo que el conjunto queda interconectado a escala
global. .i

Por su parte, como ya he destacado antes, la ciudad informa�


cional de Castells ( 1 995 , 200 1 ) es, por encima de todo, una ciudad
dual en la que el espacio de los flujos se opone al espacio de los lur
gares. Precisamente, lo que distingue a esta nueva forma urbana,
cuya forma más acabada son las megaciudades, es esa particular
forma de «estar conectada globalmente y desconectada localmente:
están conectadas en el exterior con redes globales, mientras que es·
tán desconectadas en su interior de las poblaciones locales que, des·
de el punto de vista dominante, son funcionalmente innecesarias o
perjudiciales socialmente» (Castells, 200 1 : 488).
Para finalizar esta facetada visión de las ciudades contemporá·
neas presentaré de manera sucesiva las imágenes de la ciudad mo·
dernista, la ciudad postmodema y la ciudad fortaleza, las cuales sin·
tetizan según Low ( 1 999a : 1 5- 1 9) los enfoques centrados en la pla­
nificación y la arquitectura urbana. A ellas añadiré otras dos: la
ciudad de la memoria y la middletown o ciudad de tamaño medio.
Mientras que la primera acepción pretende condensar las trans for·

2 6 . Según Sassen, cc más allá de su larga historia como centros para el comercio in ter­
nacional y la banca, estas ciudades funcionan ahora de cuatro formas nuevas: primero, coJ1lO
puestos de mando altamente concentrados en la organización de la economía mundial; segun:
do, como emplazamientos clave para las finanzas y las empresas de servicios especializados -··•
tercero, como centros de producción, incluida la de innovación en los sectores punta; y cu ar­
to, como mercados para los productos y las innovaciones producidos ( 1 99 1 : 4-5).
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 111

1 11aci ones en los usos y representaciones del espacio urbano, la se­


o u n da reivindica la importancia de las ciudades medianas, cuya
�\i st encia parece haber quedado sepultada por el alud de estudios
·
� obre las megalópolis contemporáneas.
La ciudad modernista se distingue fundamentalmente por su ca­
rá cte r de ciudad colonial, en la que se emplearon modernas tecno­
J o e: ías arquitectónicas y de planificación para construir nuevas so­
c i �dades y adoctrinar a sus pobladores dentro de los confines espa­
c i a les de ciudades planificadas racionalmente. Estudios como los de
p e l l ow ( 1 999) y Low ( 1 993) muestran cómo los sistemas coloniales
b r itánico y español se reflejan en configuraciones espaciales que
a fe c tan a la vida cotidiana de la población. Pero el arquetipo de este
t i po de ciudad es Brasilia, tras cuya construcción y diseño latía una
t ri ple pretensión: integrar la compleja estructura de clases y etnias
q u e caracteriza a la sociedad brasileña, revitalizar la economía con
l a creación de nuevos empleos e industrias y celebrar al mismo tiem­
po l a conversión de Brasil en un país moderno. Como afirmación
si mbólica la ciudad fue un éxito, pero su concepción y su tipo de ar­
quitectura entraron en conflicto con las necesidades y deseos de sus
habitantes. Esta historia constituye el sustrato sobre el que se asien­
ta la etnografía arquitectónica de Holston ( 1 989 y 1 999), en la que
se realiza una crítica antropológica del plan y de la arquitectura de
B rasilia en base a la deconstrucción de los supuestos culturales sub­
,·acentes a este monumental proyecto.
El capitalismo avanzado, con su particular lógica cultural, mo­
d ela la forma y las funciones de la ciudad, dando lugar a llamada
ci udad postmoderna , considerada como el reino de los no lugares
u rbanos . Diversos autores, entre los que se cuenta Eduard Soja,
ide ntifican a California y muy especialmente a la ciudad de Los Án­
ge l es como el centro de la conciencia espacial postmodema. No
ob st an te, la mayor parte de los estudios hechos por antropólogos
a m e r i canos sobre este tipo de ciudad se han centrado en otros lu­
g a r es , tal y como ocurre en el trabajo de Fjellman ( 1 992) sobre el
D i sn e y World de Orlando. Frecuentemente, la ciudad postmoderna
s e analiza desde la perspectiva de la ciudad imaginada; tal es el
ca s o, por ejemplo, de los estudios de McDonogh ( 1 999) y de Cooper
( � 9 99), en los que se analizan, respectivamente, el impacto ideoló­
gi�o de la planificación olímpica sobre la rehabilitación del espacio
¡ u b i i c o en Barcelona y la transformación de las ideologías espacia­
es que imaginan la zona portuaria de Toronto.
La i magen extrema de la ciudad de la última modernidad la
� 0 ns t ituye la ciudad fortaleza , una creación de Davis ( 1 992, 1 998)
I n s p i rada en Los Ángeles. La radical historia de su desarrollo da
1 12 ANTROPOLOGÍA URBANA

como resultado una ciudad donde se ha destruido el espacio públi.


co, militarizada, segregada y dual, donde los vecindarios de las da.
ses alta y media se fortifican mientras que de sus calles se enseño.
rean las bandas de jóvenes, donde se incrementan los actos de vio.
lencia y los crímenes. Según Peter Schrag ( 1 998), el Estado federal
se encuentra plenamente implicado en los desarrollos de esta situa.
ción explosiva: desde hace ya casi tres décadas ha adoptado una se­
rie de políticas regresivas en materia fiscal y penal, recortando los
programas educativos, sanitarios y sociales, adoptando políticas de
seguridad punitivas, etc. Todos estos cambios han erosionado se.
riamente al tejido social de California, considerada por muchos
como modelo y laboratorio de los cambios que tienen lugar en todo.
el planeta. 27
Los espacios urbanos, al igual que sus lógicas, actividades, in�
teracciones y representaciones sociales, se modifican constantef
mente. Pero sobre este sustrato de cambio, sus moradores, a travéi¡
del juego de la memoria y de la selección de significados, establet
cen puentes invisibles entre las nuevas y las viejas ciudades, ent1'4
las antiguas funciones y los nuevos referentes identitarios. A este tet
_
nor, el texto de José Luis García ( 1 97 6), nos abre la vía para analij
zar el potencial simbólico del espacio urbano, entendido como tQ:!J
rritorio de interacción comunitario y como conjunto de referentel
y significados que marcan itinerarios y trayectorias colectivos e iná
dividuales. Se dibuja así la ciudad de la memoria , que nos recuer�
que todas las ciudades se ven sometidas a cambios de imagen que
rompen con la estampa convencional que de ellas se tenía. A me·
nudo, sin embargo, pese a las redefiniciones constantes, el imagi·
nario urbano tiende a permanecer, ofreciendo una imagen fija de la
ciudad que evoca un pasado concreto; no en vano, como afirma
Lynch ( 1 984), la imagen de las ciudades se forja a partir de ele­
mentos llenos de significado que suele ir unida a sus momentos de
esplendor, cuando eran centros de irradiación de cultura, cuando
sus estilos y formas de hacer eran copiados en otras ciudades del
mundo. Eso es precisamente lo que nos muestra Hannerz ( 1 992b)
cuando estudia las imágenes estáticas que evocan Viena, San Fran­
cisco o París, ciudades que han sabido superar sus respectivos mo·
mentos de esplendor e incorporarlos al mismo tiempo a su actual
imagen de arquetipos de la moda, la sofisticación y el buen gusto .

2 7 . Como ya he señalado antes, aunque USA no posee el monopolio de este tipo de ur­
bes, la mayor parte de los estudios sobre las ciudades fortaleza han tenido como obje to cilJ•
dades norteamericanas como Los Ángeles, Nueva York o Chicago. Existen sin embargo in terl'."'
santes estudios sobre la fortificación y la violencia urbana en algunos países de Latinoa rn é i1•
ca, entre los que destacan los de Caldeira ( 1 996) y Scheper-Hugues ( 1 99 8 ) .
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 13

M uchas veces, los cambios de imagen son el resultado de políticas


�1 r b anas que buscan difundir imágenes de modernidad y dinamis-
111 0 :la reciente fiebre por construir grandes y costosos edificios em­
b l e máticos que ha invadido desde hace poco a ciudades como Bar­
c e lo na, Sevilla, Bilbao o Valencia es un ejemplo muy claro de esta
búsq ueda de una nueva imagen.
El complejo panorama urbano hasta aquí presentado quedaría
in com pleto si no introdujéramos una última imagen de la ciudad:
la qu e he denominado m iddletown , como homenaje al clásico estu­
dio d e los Lynd ( 1 92 9 , 1 937)28 sobre una ciudad media norteameri­
cana . Es evidente que desde los tiempos de estos etnógrafos esta­
d ounidenses las cosas han cambiado mucho. Mientras que el sino
de los llamados estudios comunitarios variaba un par de veces
( auge , decadencia y revitalización actual), el interés de los investi­
gadores por las ciudades pequeñas y medias entraba en un prolon­
ga do dique seco por lo menos hasta los años 80.
Esta pérdida de interés corría paralela al deterioro sufrido por
muchas de estas ciudades, que contrastaba fuertemente con el auge
d e otras. Así, mientras que en México D. F. o en Barcelona surgían
o se inventaban nuevas fuentes de empleo y se desencadenaban pro-

2 8. En la pri mera entrega de esta i nvestigación, que data de 1 929, se apl ican por pri­
m c• ra ve z los métodos de la antropología social al est udio de una comunidad norteamericana;
al hacerlo, tal y como señala Wissler en la presentación original del l ibro, los Lynd abren un
n u c•\ o campo de i nvest igación: el que representa • la antropología social de la vida contempo­
r<'1 1 1 c'a» ( 1 956: vi). Junto a este énfasis metodológico, el estudio combina otros énfasis o pers­
pec t i rns: en primer l ugar un énfasis hol ístico, que lleva a los Lynd a abordar los aspectos que
rn n s i deran más importantes y característicos de la vida de una local idad media americana (tra­
ba jo, h ogar y vida doméstica, socialización de los jóvenes, ocio y tiempo l ibre , prácticas reli­
g i o, as y, p or último, las actividades comunitarias ) . El segundo énfasis apunta al interés por los
ca m b i os oc urridos entre 1 890 1 925, durante los cuales la c iudad se convierte en una locali­
da d y
ma n ufacturera. En tercer lugar, el estudio se halla permeado por el análisis de clases so­
u a l es qu e se hace espec ialmente palpable en las vívidas descripciones de las casas de los tra­
ba jadores pobres y de los trabajadores más acomodados , de los pequeños propietarios, de los
L' i n p re sarios y de las contadas fam i l ias ricas que viven en old fine places , cada una de las cua­
k·s se d i sti
ngue por sus muebles, equipamientos, colores y olores característicos.
1_ _ E l i nterés por el cambio lleva a los Lynd a reestudiar M iddletown diez años después de
'1 r n rn e ra investigación, viendo lo que ha ocu rrido en esta dramática década de • boom y de­
fl l"L· s i cín ,, , entre1 925 y1 935. La i nvestigación toma un nuevo cariz: mientras que el trabajo de
'i"npo se realiza a nivel de suroey, la vertiente dinám ica y crítica del estudio se agudiza en pro
'. '' u n a vi s i ón más impl icada y polltica. La visión de futuro que nos m uestran los Lynd es os­
' ll ra , a
l ig ual que lo han sido los años de depresión. M iddletown es una sociedad frustrada ,
" Li l l e h
a escogido ignorar las crecientes disparidades en medio de las que vive n • , que más que
�-ic· di tar so bre las consecuencias de la depresión o del ascenso del fascismo • prefiere eslogani­
�r. 0 Personalizar sus problemas • , que escapa del p resente utilizando las viejas fórm u las de
, . < b e n1 o s c reer que las cosas son buenas y que i rán mejor, debemos destacar los aspectos po­
..

q 1 1 1 '"0 s Y no los negativos , . . . el sistema es fundamentalmente correcto y sólo son las personas
d 1 : 1 �· nc s están equ ivocadas• ( 1 937: 49 1 -492).
La sociedad de M iddletown, espléndida parábola
e" ª soc i edad americana de los años treinta, se encuentra en un c ruce de cami nos y no sabe
ll;¡J t orn ar.
1 14 ANTROPOLOGÍA URBANA

cesos inéditos de urbanización, ciudades «de provincias» como Ávi.,


la o Mérida (México) vivían en una situación de estancamiento qu�
se expresaba en un decremento demográfico y en un deterioro de
sus condiciones de vida y trabajo. Como señala Arias refiriéndose a
caso de México, dos conjuntos de factores se habían combinadc
para desdibujar el perfil y reducir el interés por las ciudades media�
y pequeñas mexicanas: «por una parte, la constatación cotidiana dt
que las ciudades medias y pequeñas no aparecían como una refe.
rencia importante para la gente rural que estudiábamos; por otra
mucho más profunda y decisiva, las nociones que desde la antro.
pología se habían acuñado respecto a la sociedad y la economía ru.
rales» ( 1 99 3 : 205).
En la actualidad, sin embargo, el panorama socioeconómico he
cambiado, al igual que lo han hecho los enfoques e intereses de lo�
antropólogos. Si nos ceñimos al caso concreto de la península ibé.
rica, hoy en día comenzamos a contar con un pequeño pero signi·
ficativo corpus de estudios sobre este particular segmento de la SO·
ciedad urbana, que en los últimos años se está viendo ampliado e11
clave comparativa.29 Profundizar en el conocimiento de estas ciu­
dades es un reto que se están planteando seriamente algunos de
nuestros mejores investigadores e investigadoras.

2 9 . En lo que se refiere al corpus de estudios quiero destacar los siguie n tes: el estu dio
de los Corbin ( 1 9 87) sobre las elites de Ronda; el de Pujadas y Bardaj í sobre los barrios de Ta·
rragona ( 1 98 7 ) ; el trabajo colectivo editado por Fernández de Rota ( 1 99 2 ) sobre siete vill as ga·
llegas entre 3 .000 y 5.000 habitantes y su hinterla nd; la monografía de Mairal ( 1 995) sobre Bat"
bastro; la primera monografía de Cátedra sobre Avila ( 1 997a ) ; y la de Lamela sobre Lug<I
( 1 998 ) . En lo que respecta a las investigaciones realizadas en clave comparativa quiero desta•
car los trabajos que alienta o lleva a cabo María Cátedra, que aspiran a sentar las bases parf
el estudio de la pequeña ciudad en diversas tradiciones culturales (Cátedra, 200 1 ) . "-'
4

LAS ESTRUCTURAS DE ME DIACIÓ N

Superando la diversidad de enfoques se observa en las ciencias


sociales un interés generalizado por desarrollar marcos conceptua­
les que resuelvan el problema de las mediaciones entre estructura y
acción social, entre cultura y praxis cultural, entre individuo y sis­
t ema social, entre la realidad de las condiciones sociales de exis­
t encia y la construcción social de la realidad, entre reproducción so­
c i al y producción de la sociedad, entre procesos generales y fenó­
menos específicos. La necesidad de elaborar conceptos mediadores
es algo que ha estado presente en teorizaciones sociológicas de di­
\'ersa índole, 1 en la antropología y en la historia, disciplinas que a
l o largo de las últimas décadas han ido afinando sus herramientas
conceptuales y metodológicas para captar con mayor nitidez las ar­
t i culaciones mencionadas.
Este interés se ha incrementado todavía más con las simplifica­
ci on es a que han dado lugar las tesis que aspiran a precisar los ras­
go s de la era de la globalización, tales como la descontextualización
d e l as relaciones sociales, la deslocalización de las redes de inter­
cono c imiento, el fin de los espacios locales como marcos relevantes
d e e s tructuración social, el confinamiento de las relaciones sociales
ª l os «no-lugares» , etc. Estas ideas, como recalca el sociólogo por­

t u g ués Firmino da Costa, «dan cuenta de procesos importantes de


las so ciedades contemporáneas, pero lo hacen de un modo reifi­
c a nt e y unilateral. Tienden a absolutizar, como exclusivo, aquello
q u e so n dimensiones o formas sociales emergentes . . . que existen
l'l e c t ivamente, pero en articulaciones a investigar, con otras dimen-

1
1 '.'.'L'l! les
t
. · Para una sistematización de las formas de teorización meso-sociales en diversas co­
de la teoría sociológica véase por ejemplo a J. H. Turner ( 1 99 1 : 6 2 8-639) y el reciente
1 hajo de Smelser
1 1 1'.11L'1J ( 1 997) sobre las estructuras de meso-nivel (grupos, organizaciones, movi-
tos sociales e instituciones). Citados por Costa ( 1 999: 490-49 1 ) .
1 16 ANTROPOLOGÍA URBANA

siones de las relaciones sociales» ( 1 997: 493 ) . Lo interesante de]


caso es que éste es un tipo de discurso que con distintas variado.
nes vienen repitiendo desde hace casi dos siglos los políticos y eru.
ditas occidentales, con el beneplácito hasta bien adentrados los
años 60 de la mayoría de los científicos sociales. En el siglo XIX
los comentaristas y estudiosos de la revolución industrial reflejaron
en sus análisis el impacto que los cambios a gran escala estaban
produciendo sobre la sociedad y las relaciones interpersonales. Aun.
que sus conclusiones fueron ambivalentes, algunas de las tesis más
influyentes cargaron las tintas sobre las consecuencias negativas de
esta nueva fase del capitalismo. El más destacado de todos fue Ton.
nies, quien proclamó que había diferencias fundamentales entre las
sociedades comunitariamente organizadas del pasado (gemein­
schaft) y las sociedades surgidas con la naciente revolución indus­
trial, organizadas de manera contractual (gesellschaft). Por su par­
te, en el primer tercio del siglo xx, los científicos sociales de Nor­
teamérica hicieron suyas estas ideas y proclamaron que la llegada
de la modernidad había ocasionado la pérdida de la «comunidad»
en los países occidentales. Las aproximaciones de la Escuela de Chi­
cago, entre las que destaca la influyente visión de Wirth sobre el
«Urbanismo como modo de vida» , y los planteamientos de Redfield
sobre la folk society y el continuum rural-urbano consolidan la vi·
sión dicotómica y mutuamente excluyente que separa los pueblos
rurales (con un carácter fuertemente comunitario) y las ciudades
(donde la comunidad no existe). De esta manera, hasta los años 60
prevalece la idea de que en la ciudad la gente vivía de manera ais·
lada y miserable, que las relaciones sociales poseían un carácter im·
personal y fragmentado, y que se habían perdido «las comunidades
solidarias (integradas por) la familia, el parentesco y el vecindario,
unidas por la costumbre y la tradición» (Wellman, 1 999: 5 ) . Los
mismos sesgos vuelven a repetirse en las postrimerías del siglo xx.
De nuevo ahora las redes sociales múltiples, los marcos de interac­
ción local y las formas simbólicas recurrentes tendrían que desapa·
recer bajo el impacto arrasador de lazos especializados, relaciones
descontextualizadas y estilos efímeros. Tal y como sugieren diversos
autores (Costa, 1 999; Wellman, 1 999), la repetición reiterada de la
misma noticia a lo largo de un lapso de tiempo tan amplio nos in·
vita a poner en entredicho estos modelos analíticos reductores Y a
practicar una tipo de análisis multidimensional y contextualizador
que contribuya a evitar o aminorar los efectos de esta moda i nte·
lectual simplificadora. .
Lo cierto es que en paralelo a los mencionados sesgos explicatl�
vos y durante unos dos siglos, casi desde el momento en que la so·
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 1 17

c e
i d ad se convierte en objeto de reflexión y estudio científico, pensa­
dore s sociales provenientes de distintas tradiciones intelectuales han
¡d o ac uñando diversos conceptos que transmiten varias ideas centra­
J c s : p rimera, entre todos dibujan un vasto espacio social que a me­
nudo tiende a definirse de manera residual, ya sea en relación con el
cs ta do o con el binomio estado-mercado; segunda, es un ámbito he­
te ro géneo y múltiple que hunde sus raíces en las relaciones de pro­
x i m i dad (parientes, amigos, vecinos) para establecer un puente entre
é s tas y las instituciones e instancias más formales y abstractas; ter­
ce ra, las relaciones e interacciones que se gestan en su seno son res­
p o n s ables, en grados variables, de las dinámicas que atraviesan el
conjunto social.2
Los conceptos de sociedad civil, sociabilidad, asociaciones vo­
l u nta rias, redes sociales y Tercer Sector comparten con mayor o me­
no r fortuna los rasgos que acabamos de esbozar, razón por la cual
los calificamos como estructuras de mediación. Aunque su alcance
, . amplitud varien sensiblemente, todos ellos recubren un mismo
�ampo de acción, cuyos contenidos y formas tienden a precisar con
sus énfasis particulares. Mientras que el concepto de sociedad civil
d e fine este espacio contrastivamente, en relación con el Estado, el
de asociaciones voluntarias muestra lo que se considera a un tiem­
p o como su cabeza pensante y su brazo organizativo; por su parte,
si la noción de sociabilidad sitúa en la historia a los grupos que pue­
blan a dicho espacio, elevándolos al rango de personajes históricos,
la de Tercer Sector nos desvela, sobre todo, sus principios y su lógi­
c a ; por último, el término de redes sociales cierra este variopinto
p ero congruente conjunto para proclamar inequívocamente el pro­
ta g on ismo (o si se quiere la cualidad de actores) de los individuos.
Resulta evidente que el surgimiento de cada uno de los mencio­
nados conceptos es producto de una etapa distinta del desarrollo del
� ensa miento social; reflejan por tanto las preocupaciones, énfasis e
i ntereses propios de su época de nacimiento, aunque también con­
d e nsan las sucesivas remodelaciones de que han sido objeto, ten­
d e ntes a mejorar su precisión y alcance. En ese sentido, es notorio
Tal y como las entiendo, las estructuras intermedias integran a las que Berger y Luck-
11 "1 1 11 12 .( 1 9 97) denominan « instituciones intermedias• . Éstas, además de ejercer de mediadoras
c· 1 1 1 1·e
e l individuo y los patrones de experiencia de acción existentes en la sociedad, permiten
T1l'1 l o s ind ividuos transporten sus valores personales desde el ámbito privado a otras esferas
t 1 ' i n t a s de la sociedad, «aplicándolos de tal manera que se transforman en una fuerza que
1 1 1 " d l' i
a al resto de la sociedad • ( 1 997: 1 0 1 ) . A través de ellas los individuos contribuyen de ma-
1 '· r
: a activa a la producción, al procesamiento y a la comunicación del acervo social de senti­
� ''· Segú n estos autores, lo que distingue a las instituciones intermedias del resto de institu­
""1''111 1\1 es·o s secundarias es que «presentan las condiciones adecuadas para mitigar los aspectos ne­
d e la modernización ( «alienación-. «anomia•) e incluso para superar las crisis de
'lº J J t i cio,, ( 1 997: 1 02 ) .
1 1� ANTROPOLOGfA URBANA

que el interés generalizado por las estructuras de mediación lo des


pierta Alexis de Tocqueville; su obra La democracia en América mar
ca un hito a partir del cual cobran auge y sentido los numerosísimo:
trabajos sobre las asociaciones voluntarias. Por su parte, en los año:
20 y 30 del pasado siglo, la Escuela de Chicago inicia el estudio s is
temático de los pequeños grupos y las organizaciones informales
que dos décadas después se harán extensivos a fenómenos como e
patronazgo, el vecinazgo y el clientelismo. Posiblemente, el particu
lar carácter de éstos y otros fenómenos similares, a los que Wolf ca
lificará años más tarde de «estructuras intersticiales y paralelas>
( 1 980: 20), abrirá la vía a los estudios de redes sociales, entre cuyo:
pioneros se cuentan los antropólogos Barnes ( 1 954), Bott ( 1 990) �
los integrantes de la Escuela de Manchester. Posteriormente, a fina
les de los 60 y gracias a las aportaciones de la moderna historiogra.
fía, las distintas estructuras intermedias comenzarán a ser reconod
das como personajes históricos, esto es, sujetas a los cambios de lé
época y a las circunstancias socioeconómicas, culturales y política!
de las sociedades particulares en las que se hallan insertas. Las últi·
mas transformaciones de las sociedades contemporáneas llevarán fi.
nalmente a destacar la existencia de un Tercer Sector, cuyos desa·
rrollos, recursos y lógica se considerarán esencialmente distintos �
los del estado y el mercado. Por lo demás, como tendremos ocasiór
de comprobar a continuación, se trata de conceptualizaciones má!
o menos complementarias, que en más de una ocasión coinciden e
se yuxtaponen, a través de las cuales la sociología y la ciencia polí·
tica, la historia y la antropología social han intentado sacar a la lm
los recónditos entresijos de las estructuras de mediación.4

1. El concepto de sociedad civil

Nos hallamos ante un concepto de larga tradición en la que con·


viven dos grandes corrientes interpretativas, la liberal y la marxi s·
ta, las cuales han generado a su vez otras tantas versiones impor·
tantes. De ahí que podamos diferenciar, como hace Salvador Giner
( 1 987)5 cuatro grandes enfoques: el liberal clásico, el hegeliano , el
marxista clásico y el neomarxista o gramsciano.

3. Véase por ejemplo los trabajos de Whyte ( 1 9 5 5 ) y de Homans ( 1 977).


4. Para una visión sintética de la multiplicidad de conceptos relacionados con este álJI'
bito sugiero consultar el Diccionario de la solidaridad del que es editor A. Ariño ( 2003 ) . -�.•
5 . Para una aproximación de mayor calado a este concepto se puede consultar, a denir
de la ya mencionada síntesis de Giner ( 1 987), los trabajos de Cohen y Arato ( 1 992), Hall ( ¡ 9 95).
Hann y Dunn (eds.) ( 1 996), Keane ( 1 988) y Seligman ( 1 992). "·
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 1 19

La teoría liberal clásica -en la que se incluye a Locke, Fergu­


�011 , Adam Smith, Tocqueville y Mili- no establecía distinción al­
�una entre sociedad civil y estado. En su pensamiento, la primera
�nre cía de estructura específica e implicaba más bien un «estado de
c i d l i zación, un nivel de madurez moral colectiva, que abrazaba to­
k ran cia y pluralismo . . . (donde) se realizaban los intereses indivi­
du a les de los hombres en un marco competitivo, contractual» (Gi­
ner, 1 987: 42); al segundo se le concebía como un simple marco ins­
t i t uci onal y organizador de la cosa pública. Habrá que esperar a la
¡ 11 tl uyente visión de Hegel para ver dibujarse con nitidez la relación
existente entre estas dos esferas que, por primera vez, se conciben
co mo claramente diferenciadas.
En la teorización hegeliana el pensamiento liberal sobre el es­
do
ta adquiere la máxima idealización. En efecto, si dentro de esa
amplia tradición el estado aparece como consecuencia de la socie­
dad civil y se establece para garantizar su integridad, en el pensa­
m iento de Hegel aquella institución política «aparece como la for­
ma más alta de organización social, como encarnación de la razón
v " e xistencia empírica de la verdad" » (Giner, 1 9 8 7: 45). Si la socie­
dad civil es el reino de la pasión, el estado es el dominio de la ra­
zón; si la sociedad civil es el campo donde se despliegan las necesi­
dades y aspiraciones subjetivas, privadas y egoistas de los ciudada­
n o s , el estado es la morada de la objetividad y la universalidad.
Ambas aparecen como dos esferas distintas pero a la vez comple­
mentarias, que se necesitan mutuamente.
Por su parte, Marx sigue la dicotomía hegeliana, pero a dife­
r enc i a de aquel, niega la superioridad y el universalismo que Hegel
at r i bu ía al estado, considerándolo por encima de todo una entidad
cl asista. Continúa definiendo residualmente a la sociedad civil (esto
es , com o la suma de todas las relaciones sociales que caen fuera del
á mb ito estatal), pero ya no la entiende como un agregado de indi­
\'iclu os inconexos o relacionados entre sí sólo a través de contratos
, . ob ligaciones libremente creadas, sino como una situación de de­
Pende ncia mutua basada en la clase, la desigualdad y la explotación
q u e forma la base natural del estado moderno.
F u eron Gramsci y sus discípulos neomarxistas quienes desarro­
l laron un cuarto cambio histórico en la interpretación de este con­
��?to. Para Gramsci, al igual que para los liberales, el estado tam-
11 en rep resentaba la constitución política de la sociedad civil; sin
e n1ba rgo, en contraste con ellos, ambas esferas son consideradas
�0nio l a expresión de la dominación clasista. Por un lado, la socie­
d a d c iv il ejerce una forma «indirecta» de dominación que Gramsci
l' n o mi nó «hegemonía»; en ella el control se genera a través de la
1 20 ANTROPOLOGÍA URBANA

mediación de dos tipos de elementos: de las instituciones propias de


la sociedad civil (escuelas, iglesias, asociaciones voluntarias, ern
presas, etc.), y del « adoctrinamiento, la educación, y los proceso :
ideológicos que conducen al consenso en lo que a la aceptabilidac
de la desigualdad social se refiere» (Giner, 1 98 7 : 50). Por el otro, e
estado ejerce sobre la sociedad un dominio clasista «directo» a tra
vés de su aparato de poder coercitivo.
Pese a sus diferencias, las tradiciones marxista y liberal coinci
den en señalar en primer lugar que la sociedad civil surge como re
sultado de la evolución de las sociedades occidentales y, más exac.
tamente, de la profundización de un doble proceso: del proceso d€
individualización (entendido como el reforzamiento de derechos in
dividuales), y del proceso de secularización (que supone la diferen
ciación entre las esferas civiles y religiosas). En segundo lugar, am
has caracterizan a la sociedad civil por su autonomía relativa cor
respecto al estado, una autonomía que corre pareja al ascenso de lé
mentalidad individualista, un componente esencial de la cultun
moderna. Ambas destacan finalmente que las instituciones propia!
de la sociedad civil (sus partidos, escuelas, universidades privadas
organizaciones culturales y profesionales, movimientos sociales, et­
cétera) tienen su contrapartida en la unidad principal del orden eco·
nómico capitalista, la empresa; de este modo, concluye Giner, la1
dos tradiciones reconocen la congruencia entre sociedad civil, indi­
vidualismo y sociedad económica ( 1 987: 53-54).
Pero tod avía hay otro elemento más de coincidencia entre la!
interpretaciones mencionadas: la notable imprecisión con que todas
tratan a la sociedad civil, una imprecisión que ha llegado a formar
parte consustancial de su misma definición. En efecto, una de las
formas más sencillas y operativas de definir a la sociedad civil con·
siste en caracterizarla como ese vasto espacio social históricamen·
te constituido que no ocupa el estado. La ambigüedad de sus fron·
teras, su subinstitucionalización y mediatización por parte del esta·
do constituyen alguno de sus rasgos característicos.
Pero ¿qué hay dentro de ese espacio que llamamos sociedad ci·
vil? En puridad de doctrina diríamos que en él cabe todo, o c asi
todo, a excepción del estado. Esa es precisamente su esencia fun·
damental, el «no ser estado» , compuesta de un variopinto conglo·
merado de iglesias, escuelas y universidades privadas, asociac iones
voluntarias, actividades mercantiles de todo tipo (incluidas la s la·
borales), relaciones de proximidad y, posiblemente, un largo etc éte·
ra. La necesidad de acotar su espacio interno nos conduce a plan·
tear un nuevo interrogante, ¿qué lógica la gobierna?, ¿es el cálc ulo
privado, egoísta y particularista, el principio que la estructura y or·
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 12 1

dt-'na ? Pero todavía hay otra cuestión más, ¿qué podemos decir
,1 ce rca de las sociedades que existen en el mundo real, se confor-
111an todas a un mismo modelo de sociedad civil?
A lo largo del tiempo se han ido conformando diversos concep­
t os que implícita o explícitamente intentan dar solución a estas y
ot ras cuestiones relacionadas con la idea de sociedad civil. Entre ellos
oc u pan un lugar central las otras estructuras de mediación que men­
c i onamos anteriormente. Captar sus campos de acción respectivos y
rcdsar sus significados más descollantes nos permitirá responder los
dos primeros interrogantes. Contestar a la tercera cuestión es una ta­
re a relativamente más fácil; aunque parezca una simplificación, bas­
ta con mirar al fenómeno con «mirada antropológica» para afirmar
la necesidad de desligar el concepto de sociedad civil del modelo oc­
c idental de sociedad.
En efecto, como señala críticamente Hann ( 1 996), moderna­
mente, el discurso sobre la sociedad civil ha aparecido en dos oca­
si o nes: la primera en la Europa occidental del siglo xvm ; la segun­
da en la Europa del Este y la antigua Unión Soviética durante la dé­
cada de los 80. En ambas, la sociedad civil se define en términos de
un espacio social libre de un estado que es pensado como todopo­
deroso y/o despótico. Igualmente, en ambos momentos ésta apare­
ce como «un concepto normativo, como una visión específica de un
o rden social deseable» ( 1 996: 2 ) , ligado al modelo occidental de mo­
dernidad construido sobre el pluralismo y el individualismo liberal.
Los debates en tomo a este polémico concepto se han reaviva­
do e n los últimos años, invadiendo los discursos de las elites políti­
cas e intelectuales dentro y fuera de occidente. Al igual que otros
ci e n tíficos sociales los antropólogos están interesados en investigar
l a so ciedad civil y se hallan internamente divididos por unas visio­
n es u niversalistas o relativistas del fenómeno. Sin embargo, a me­
n u do son renuentes a utilizar dicho concepto en un sentido analíti­
�0 po sitivo, con unos referentes concretos surgidos en la Europa
i l u s t rada que pueden ser aplicados tanto diacrónica como transcul­
t uralm ente. Se interesan por su dimensión normativa, pero no es­
P e ran que las ideas que sobre la sociedad civil tienen las elites in­
� e l ec t uales se correspondan estrechamente con las prácticas socia­
es,
l a s cuales, al hallarse entroncadas en tradiciones muy distintas,
se revelan además enormemente variadas.
Si se quiere ser operativo y, sobre todo, si se quiere trabajar des­
�l�er dna
u perspectiva transcultural, quizás lo más conveniente sea de­
e b uscar por todo el mundo una réplica de un particular mo­
� lo o c cidental y entender a la sociedad civil de una forma más fle­
'\ i ble e inclusiva. Posiblemente, el quid de la cuestión está en no
1 22 ANTROPOLOGÍA URBANA

conceptualizarla sólo negativamente, en oposición al estado, sino et1


redefinirla también positivamente, esto es, situarla «en el contexto
de las ideas y prácticas mediante las cuales se establece la coopera�
ción y la confianza en la vida social. . . En ese sentido, todas las co.
munidades humanas están implicadas en establecer su propia ver�
sión de una sociedad civil» (Hann, 1 996: 20-22) .
Aplicar, por ejemplo, este concepto a los países que han vivi do
o todavía viven bajo regímenes comunistas parece como mínimo
muy problemático. No obstante, obviando el reduccionismo sim­
plista que supone el afirmar o negar la existencia de una sociedad
civil conformada según el modelo de Tocqueville, existe un aspecto
que conviene destacar y que ha sido reiteradamente señalado por
diversos autores (Hann, 1 992, 1 993 y 1 995; Buchowski, 1 996; Sla­
pentokh, 1 984; D. G. Anderson 1 996; Yang, 1 994) : la exploración de
la sociedad civil exige prestar una ciudadosa atención a todo un
conjunto de prácticas informales interpersonales que han sido su­
bestimadas por la mayor parte de las disciplinas sociales.
Reconocer la importancia de los grupos y redes informales que
pueblan a la sociedad civil nos lleva a dar un paso más: a negar la
existencia de una sociedad civil paradigmática en el mundo real y a
afirmar, por el contario, que de ella existen diferentes modelos y
versiones que varían según el momento y el lugar. Así las cosas,
como señalaba acertadamente hace más de una década Keane, re­
sulta evidente que «necesitamos una visión más compleja de los
principios organizativos de la esfera no estatal. El ascenso y la ma­
duración del capitalismo no ha sido sinónimo de la influencia uni­
versal de la producción e intercambio de mercancías, la destrucción
irreversible de la vida comunitaria, la expansión del individualismo
posesivo, etc. Las sociedades civiles modernas comprenden una
constelación de elementos yuxtapuestos y cambiantes que resi sten
la reducción a un común denominador, a un principio generativo
esencial . . . (Sus) organizaciones no-mercantiles, no-estatales siem­
pre han estado en relación, de modo complejo y a menudo contra­
dictorio, con las economías capitalistas. Su supervivencia y c reci­
miento ha contribuido sin duda a la contestación interna, que es un
rasgo distintivo de las sociedades civiles modernas» ( 1 98 8 : 1 9-20).
Conviene destacar finalmente, recogiendo la aportación de Bu·
chowski ( 1 996), que las sociedades civiles se construyen siemp�
como correlato de y en estrecha articulación con la tecnología pob·
tica del estado. Constituyen un modo de ejercer presión sobre el po ·
der estatal y, al mismo tiempo, una forma de gobernarse la s ocie·
dad. Los elementos que las integran pueden ser diversos y variables .
pero incluyen sin excepción un abanico relativamente ampl io de
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 123

i n sti tuciones y cuasi-instituciones que abarcan tanto las redes y gru­


po s i nformales como las asociaciones voluntarias.

2. La sociabilidad

Cualquier forma de contacto entre individuos tiende a ser con­


�i derada generalmente como una manifestación de la sociabilidad.
E l problema estriba en que las maneras de interpretar esa interac­
c i ón -ya tome la forma de encuentros más o menos casuales, de
re des de amigos o de parientes, de reuniones o asociaciones- son
b a stante divergentes. Dejando de lado las definiciones de sentido
común, el historiador Maurice Agulhon ( 1 977: 8- 1 0) se hace eco de
t re s acepciones del término, cuyo somero planteamiento nos per­
m i tirá destacar su naturaleza de fenómeno sociocultural e históri­
c o . La primera, raramente empleada por sociólogos y antropólogos,
designa la aptitud de un individuo para relacionarse con sus seme­
jan tes; se trata por tanto de un rasgo psicológico que separa a las
personas sociables de aquellas que no lo son y que generalmente se
erige en virtud. La segunda se hace eco de una idea filosófica tra­
dicional que se incardina en la sociología a través de la poderosa in­
fluencia de Simmel ( 1 986), según la cual la sociabilidad es la apti­
t ud de la especie humana para vivir en sociedad, una aptitud de la
que carecen las otras especies animales si no es por excepción y de
forma rudimentaria y no evolutiva; desde esta perspectiva, la socia­
bi l idad contribuye a definir lo que separa a los seres humanos de
l as be stias. Frente a esta definición abstracta y ahistórica, la terce­
ra a cepción convierte a la sociabilidad en un rasgo reconocido de la
p si colo gía colectiva; así por ejemplo, al hablar de los franceses, d'A­
l e mbe rt decía que eran la nación cuyo rasgo distintivo era la socia­
bi l id a d. De la mano de historiadores como Michelet, este rasgo de
l a p sic ología colectiva entra «en la historia humana; es decir, puede
a pre ci arse de forma diferencial a lo largo del tiempo y del espacio . .
e n el espacio es la sociabilidad de los franceses, de los parisinos . . . ;
.

e n el tie mpo es la sociabilidad ligada a la Ilustración, al progreso de


l l n a c ivilización más refinada, o incluso de la democracia» (Agul­
h o n , 1 977: 9) .
. Dejando a un lado el espinoso problema de la psicología colec­
: � va o de los temperamentos regionales, la sociabilidad se nos reve­
d ante todo como un fenómeno histórico. Como señala Agulhon, la
s o c i ab ilidad y sus distintas manifestaciones no se explican como
c on s ec uencia del clima o de una misteriosa herencia de raza, sino
l' o n1 0 «resultado de relaciones sociales, económicas e históricas ob-
1 24 ANTROPOLOGÍA URBANA

jetivas» ( 1 977: 1 O). El café es un personaje histórico, al igual que 1


es el salón o el club. Pero reconocer su estatus histórico implica d ·

clarar al mismo tiempo su estatus de fenómeno social. Significa po


tanto afirmar «que las prácticas sociables de un individuo y de

3
grupo social forman sistema y que algunas se hallan profundamen
te inscritas en los estilos de vida cotidianos del grupo, al mismo ni�
vel que los otros sistemas de disposiciones interiorizados (práctic '
alimentarias, cultura política, formas de consumo, etc.). Tales prác .
ticas se interpretan en referencia y por oposición a las prácticas s ' .
dables . . . de otros grupos sociales. De esta forma, la sociabilidad
pone en juego todo un conjunto de normas sociales, demográficas}
sexuales, históricas; la sociabilidad no es un juego de sociedad, sind
un capítulo de las relaciones sociales» (Bozón, 1 984: 1 3) .
Una vez precisado su carácter eminentemente histórico y social ,
conviene delimitar el ámbito de la sociabilidad, definiendo el con­
cepto y explicitando al mismo tiempo los principales fenómenos y
manifestaciones que incluye en su seno. Respecto a la primera cues­
tión, el citado Maurice Agulhon6 define la sociabilidad como el do­
minio de los grupos intermedios, aquellos que se insertan entre la
intimidad del núcleo familiar y el nivel más abstracto de la instan­
cia política (Agulhon y Bodigel, 1 98 1 : 1 1 ) . Según esta definición, las
agrupaciones formales no agotan ni mucho menos el campo de la
sociabilidad. Así, en las modernas sociedades urbanas, penetrándo
y vivificando a las asociaciones voluntarias, coexisten diversos gru­
pos informales basados en las relaciones entre los próximos (pa­
rientes, amigos y vecinos fundamentalmente), cuyo peso e impor­
tancia varía según el contexto histórico y social.
Esta fructífera definición de sociabilidad posee sin embargo un
notable talón de Aquiles: al estar presidida por la noción de grupo ,
hace invisibles para la investigación otros tipos de ordenamientos Y
de relaciones sociales. En efecto, lo que destaca en este tipo de aná­
lisis es, sobre todo, la organización, la pertenencia y las fronteras
que delimitan al grupo, con lo que se desdibujan otros fenóm enos
y aspectos más fluidos, con carácter menos estable y límites m ás
borrosos. Por eso, el complemento del análisis de redes me parece
esencial, porque permite observar las relaciones sociales tra scen-
6. Podemos considerar a Maurice Agulhon como el autor que introduce el conc ep to en
la moderna historiografía reorientando su significado de manera que abre y/o consoli da un
nuevo campo de investigación no sólo para la historia sino para la antropología y la so�i ol�
gía. Véase fundamentalmente sus trabajos sobre la sociabilidad de la Francia meri d10J1
( 1 9 6 8 ) , los círcu los burgueses de la Francia de la primera mitad del siglo x1x ( 1 97 7 ) , y su . pe·
queña» gran aportación a la evolución del asociacionismo voluntario a partir del siglo x rx (eJI
colaboración con Bodigel, 1 9 8 1 ) .
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 125

d i en do los grupos y las localidades. L o que interesa en los análisis


de redes es descubrir el carácter de las relaciones que unen a las
p ers onas, no importa donde tengan lugar y qué se haga con ellas.
f, n realidad, un grupo es sólo un tipo especial de red social, uno que
está -como dice Wellman- densamente unido y fuertemente deli-
111 i ta do. « Por ejemplo, la gente que sale a callejear junta -(y se
re ú ne en) un café francés, una pista de jockey canadiense, la esqui­
n a de una calle neoyorquina o un barrio chileno- puede ser estu­
d i a da como grupo o como una red social. Los que la estudian como
g: r up o asumen que conocen los miembros y los límites del grupo.
s u e len interrogarse sobre la importancia del grupo para sus miem­
b ro s, sobre el gobierno y la toma de decisiones dentro del grupo, so­
bre el control del grupo sobre sus miembros . . . En contraste, aque­
ll o s que estudian estas entidades como redes sociales pueden dejar
la pertenencia y los límites como cuestiones abiertas. La participa­
c ió n frecuente en un círculo de amistad puede tratarse sobre la base
Je la pertenencia pero también de las conexiones indirectas (y el
flujo de recursos) que los amigos proporcionan a otros fuera del
círculo. El modelo de relaciones se convierte en un aspecto a in­
\ ·estigar y no en un aspecto dado. Cuando un analista adopta esta
perspectiva ve que las comunidades, las organizaciones y los siste­
mas mundiales son claramente redes sociales, y también que mu­
chas comunidades, organizaciones y sistemas políticos no son gru­
pos densos y limitados» (Wellman, 1 999: 1 6- 1 7) .
Los antropólogos que han adoptado la noción de sociabilidad
h a n introducido algunas sugerencias y mo d ificaciones a este res­
pecto. Tal es el caso de Javier Escalera (2000), quien nos recuerda
q u e en las sociedades urbanas modernas el espacio de la sociabili­
da d sólo está cubierto en parte por las asociaciones voluntarias.
Pes e a que ésta es la forma de agrupamiento más característica de
l a organización social de dichas sociedades, con ellas coexisten
ot ros fenómenos más informales que se distinguen por no estar or­
ga n iz ado en agrupamientos definidos, por su carácter más o menos
d i fus o y, al menos en apariencia, espontáneo, aunque en ocasiones
P u eden llegar a alcanzar un cierto e incluso notable grado de esta­
h i l i dad y permanencia. Tal es el caso, por ejemplo, de los denomi­
n a do s c uasi-grupos, sistemas interactivos o no-grupos -estudiados
Por A. C. Mayer ( 1 980), Vincent ( 1 978) o Boissevain ( 1 968) entre
o t ros- del tipo de las diques, camarillas, facciones y clientelas.
, Po r mi parte, he optado por reconceptualizar parcialmente el
t e r m in o de sociabilidad para convertirlo en un continuum habitado
P o r gru pos y redes. De este modo, la sociabilidad se entiende en un
sen t i d o amplio, cuya definición incluye los modos de interacción
L ló ANTROPOLOGÍA URBANA

suprafamiliar y los agrupamientos que ocupan el espacio interme


dio entre el nivel de las instituciones altamente formalizadas y el re
<lucido ámbito de los grupos domésticos. El espacio social así cons
truido posee una secreta virtud: dotar de especificidad a la trarn,
organizativa de cada sociedad concreta. Dos de sus rasgos distin ti
vos hacen posible tal cualidad. Uno tiene que ver con el carácter di
námico y cambiante de sus elementos, cuyos contenidos, formas '
actividades varían a lo largo del tiempo y del espacio según los con
textos sociocultural e histórico. El otro se refiere al tipo de contac
to que la sociabilidad mantiene -simbiótico según Wolf ( 1 980: 36
3 7)- con las instituciones formales. Dicho de otro modo, el <lesa
rrollo y cambio histórico de la sociabilidad se hallé
inseparablemente ligado al de las grandes instituciones, quienes lé
penetran de una manera sutil pero firme; al mismo tiempo, la so
ciabilidad se encuentra en la base y hace posible el funcionamien
to de las grandes instituciones, con lo que contribuye de facto a re
elaborar los modos de operar propios de los sistemas impersonalei
y abstractos, de acuerdo con su propia sensibilidad localmenti
construida (Cucó, 2 000a ) .
En suma, según esta visión la sociabilidad es el resultado y le
expresión de relaciones económicas, sociales y culturales vigente!
en una época y un lugar. Se halla unida tanto a los procesos y es·
tructuras que atraviesan al conjunto de la sociedades (modernas t
otras), como al tipo de sociedad concreta en que se desarrolla, de l<
que recibe y a la que a la vez confiere una textura determinada
O lo que es lo mismo, la sociabilidad es al mismo tiempo estructu·
rada y estructurante. De ahí el interés por conocer tanto los tipm
de sociabilidad existentes como las bases sociales que moldean sm
lógicas, intereses y actividades. Su descripción y análisis coadyuvan
a desvelar dinámicas ocultas y a poner de manifiesto la especifici­
dad de cada sociedad.

3. Las asociaciones voluntarias

Dos tradiciones investigadoras han abordado el estudio de este


transitado ámbito de la sociedad: por una parte, la «gran tradi ci ón»
que arranca de Tocqueville, cultivada sobre todo por sociólogos Y
politógos;7 por otra, la que podemos denominar «pequeña tradi·
ción» antropológica que nace con el evolucionismo del siglo XIX Y
d
7. Para una visión general de las distintas tendencias que conviven dentro de esta t ra i·
:ión consultar el trabajo de Bonachela ( 1 9 8 3 ) .
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 1 27

¡ue su fre una considerable expansión con el estudio de los proce­


�os de urbanización, pero cuya influencia, en comparación con la
: n t e ri or, ha sido considerablemente menor tanto dentro como fue­
i
ni de la disciplina.8 A esta última se suma, a finales de los años 60,
una c orriente de la moderna historiografía francesa encabezada por
Vl au rice Agulhon, la cual, como este mismo autor confiesa, se ha­
Ü a e n interrelación con una parte de la etnología gala que en aquel
1110rne nto también investigaba at home (Agulhon, 1 98 8 : 1 8-23 ) . Aun­
q u e bebiendo de un fondo cultural común, cada una de las referi­
d as t radiciones se ha distinguido por unos énfasis específicos: mien­
t r a s que entre sociólogos y politólogos los conceptos clave para el
e st udio del asociacionismo occidental serán pluralismo y democra­
c i a , elites y distribución del poder, para los antropólogos les mots
d 'o rdre serán los de adaptación, estabilidad, ayuda y protección con­
tra la adversidad; mientras que los antropólogos parecen haber es­
t ad o más atentos a las permanencias y a la continuidad -al menos
hasta los años 70-, el aporte de los historiadores introduce y/o re­
fuerza en el análisis la diacronía y la contextualidad.
Según Banton ( 1 974), el interés por las características y la sig­
ni ficación de las asociaciones voluntarias se desarrolla en el
s i glo XIX, en el contexto del planteamiento evolucionista de los fe­
nómenos sociales. Desde un inicio, por tanto, el valor teórico de las
a s ociaciones se vincula al análisis de la evolución social. Es así
como surge y se consolida la idea, vigente hasta la actualidad, de
q ue las asociaciones voluntarias, aunque se hallan presentes en to­
das -o casi todas- las sociedades humanas (del presente y del pa­
sado, preindustriales e industrializadas), se generalizan y adquieren
m a y or relieve cuando las sociedades crecen, se tecnifican y ganan
co mplejidad.
La investigación etnográfica realizada sobre las diversas socie­
d a des «primitivas » lleva a afinar esta línea argumental, y afirma la
exi s tencia de una «regularidad» , aunque mínima, en la relación en­
t re t ip o de sociedad y carácter asociativo. « En grupos relativamen­
te peq ueños y primitivos en el orden tecnológico, las asociaciones
sue le n tener fines recreativos y formalizan distinciones de rango; en
s >� c i e da des tribales más amplias pueden ejercer importantes fun­
c.1 on es de gobierno y a medida que aumenta la división del trabajo
t i e nden a constituirse para promover o defender intereses econó-

. 8. Aunque sobre Ja producción antropológica sobre asociaciones voluntarias no parece


"' ''l i r
';" ri a n teunaconsultar,
síntesis equiparable a la realizada por el citado Bonachela; no obstante, resulta im­
entre otros, los trabajos de R. T. Anderson y G. Anderson ( 1 9 6 2 ) , R. T. An­
, ,. , .,. , n ( 1 9 7 1 ) y Banton ( 1 974 ) .
1 28 ANTROPOLOGÍA URBANA

micos» (Banton, 1 974: 6 1 2) . Pero la edad de oro del asociacionismc


voluntario no llegará hasta el advenimiento de las dos grandes re
voluciones que conforman a las sociedades modernas. La expansi ór
del orden urbano-industrial, que propicia el desarrollo de institu
ciones de nivel intermedio más grandes que la familia pero más pe
queñas que el estado, supone el inicio de « Una nueva fase en la his.
toria de las asociaciones voluntarias» (R. T. Anderson, 1 97 1 : 2 1 5)
En el caso europeo y occidental, este nuevo asociacionismo será ur
producto característico de la liquidación de la sociedad estamenta
y de la consolidación del sistema capitalista, del mercado y la de.
mocracia formal como sistemas básicos de la organización econó.
mica, social y política de las sociedades occidentales. Un asociado.
nismo que se expandirá a otras sociedades con la colonización y fa
dominación occidental.
Como evidencia Agulhon ( 1 977), la asociación es una forma de
sociabilidad cuya evolución progresiva consiste fundamentalmente
en la aparición de grupos voluntarios, organizados y estatuidos, e�
decir, en el paso de lo informal a lo formal. Definidas como agru·
paciones voluntarias y autónomas para la consecución, defensa y
difusión de objetivos específicos (Cucó, 1 99 1 ) , que intervienen ade·
más en la esfera pública, en las asociaciones voluntarias confluyen
dos inseparables vertientes. La primera surge como corolario de la
definición anterior, y supone organizar, discutir, planificar acciones
concertadas; la otra, menos evidente pero tan importante como la
primera, representa el placer por interaccionar con los afines, por
cultivar las relaciones sociales en el ámbito de la vida cotidiana. El
grupo o asociación así constituido, tal y como señala Barthélemy
(2000: 1 3 ) , es considerado como distinto de un movimiento social ,
de un grupo de interés o de una comunidad de valores, ya que re­
presenta la expresión cristalizada y organizada de éstos.
El tránsito de un orden social a otro propicia importante s no­
vedades en el campo asociativo. Por un lado, al cambiar la socie­
dad, el modelo asociativo también cambia: con la burocratiza ción
v democratización de la sociedad, las asociaciones volunt arias
� dquieren una nueva cualidad que Banton, siguiendo la tipo logía
weberiana, conceptualiza de «legal-racional» .9 Tales asociac iones
adquieren, por otra parte, un rango universal: se desarrollan y pro­
liferan como parte del imparable proceso de urbaniza ción

9. Según Robert Anderson, una asociación legal-racional se caracteriza por tene r « es ta ·


:utos escritos que definen claramente la pertenencia (afiliación). las obligaciones de los mieJll·
Jros. los roles de liderazgo y las condiciones de convocatoria o reunión. Generalmente tiene
:ambién una identidad corporativa legalmente reconocida».
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 129

(I�. T. Anderson, 1 964 y 1 97 1 ) ; se encuentran por tanto en todo tipo


de lo calidades, pero muy especialmente en las ciudades, de tal ma­
n e ra que llega a considerárselas casi como un producto urbano. Fi­
n a l mente, en un contexto presidido por el cambio, las asociaciones
adquieren (o consolidan) una importante función: facilitar el trán­
� i to al mundo moderno de individuos y sociedades (R. T. Anderson,
[ 9 7 1 : 2 1 6).
Es en relación con estas profundas transformaciones que la tra­
d i c ión antropológica, en la órbita del funcionalismo teórico impe­
ra nte tras la 11 Guerra Mundial, ensalza los vínculos entre asocia­
c i onismo y continuidad. Según esta particular mirada, centrada casi
exclusivamente en las sociedades de la periferia, la implantación de
l as asociaciones de corte legal-racional (occidental) no supone un
[a ctor de cambio para la organización social de los lugares de adop­
c i ó n . Por el contrario, como destaca el trabajo de Robert Anderson
sobre las asociaciones voluntarias de Hiderabad ( 1 964) , más bien
son estas nuevas asociaciones foráneas las que tienden a adaptarse
a las normas tradicionales; aunque modernas en su estructura for­
mal, basada en un reglamento escrito, de facto funcionan según las
n or mas tradicionales de interacción. El carácter conservador del
asociacionismo voluntario se hace más evidente si cabe en las ciu­
dades. Como señalarán reiteradamente diversos autores, es en el te­
ITe n o urbano y más concretamente en el campo migratorio urbano,
donde las asociaciones voluntarias juegan una importante (y añadi­
ríamos que casi única) función: proporcionar a los inmigrantes una
base estable y tradicional en un contexto cambiante y no tradicio­
n a l . Una función adaptativa que destaca de manera insistente toda
una literatura etnográfica que se produce, grosso modo , entre los
aiios 50 y 70. En ella se incluyen, por ejemplo, los estudios de
Ke n ny ( 1 962) sobre los españoles exiliados en la ciudad de México,
d e Robert y Gallatin Anderson ( 1 962) sobre los campesinos ucra­
n i a n os emigrados a diversas ciudades francesas, de Meillassoux
( 1 968) sobre las asociaciones voluntarias de Bamako (Mali), o los
n u merosos trabajos sobre las asociaciones tribales en el África oc­
c i d ental. 'º
C omo era de esperar, no han faltado voces críticas a esta visión
conse rvacionista que de las asociaciones voluntarias dió la antro­
P o l o gía de aquella época. Como ha señalado Javier Escalera, «la in­
t erpre tación adaptativa de la antropología . . . se revela inaplicable o
�· l ara mente insuficiente en sociedades con estructuras sociales ur­
) anas complejas consolidadas hace tiempo . . . Sin negar la función
1 O. Véase a este respecto la bibliografía citada por R. T. Anderson ( 1 97 1 ) y Banton ( 1 974).
l.fü ANTROPOLOGÍA URBANA

adaptativa, más bien socializadora, que puedan desempeñar las aso.


ciaciones voluntarias en nuestras sociedades. . . considero que lai
funciones más relevantes de las diversas formas de expresión de le
sociabilidad en todas las sociedades contemporáneas tienen el ca.
rácter de marcos para el establecimiento y extensión de las redes so.
ciales tanto verticales (patrón/cliente) , como horizontales (amistad
cooperación, alianza, ayuda mutua), de medios para la obtención d�
prestigio, influencia y liderazgo social por parte de los individuos )
grupos, en definitiva, como instrumentos para el ejercicio y control
del poder social y político en el contexto de la acción social» (2000:
1 4- 1 5 ) . Esta perspectiva explícita o implícitamente crítica ha lleva.
do a que se desarrollara una interesante línea de investigación en la
antropología europea, en la que destacan sin ir más lejos los estu­
dios realizados sobre las sociedades española y francesa. 1 1
Por su parte, la tradición sociológica caracteriza a las asocia­
ciones voluntarias como uno de los factores fundamentales para la
estabilidad y equilibrio de los sistemas democráticos contemporá­
neos (Lipset, 1 963) que posibilita al mismo tiempo la pervivencia de
la sociedad pluralista (Kornhauser, 1 979) . El papel que se atribuye
a las asociaciones en este tipo de sociedades es tal que llega a cali­
ficársele de «primordial» , ya que se las considera como los «únicos
medios » a través de los cuales los individuos pueden ejercer el po­
der, a la vez que el «principal eslabón» de unión entre los ciudada­
nos y los centros de decisión (Mills, 1 96 7). En ese sentido se afirma
que, en las sociedades modernas, las asociaciones cumplen una tri­
ple función: distribuyen el poder entre gran parte de los ciudada­
nos; satisfacen las necesidades del individuo al ayudarle a com·
prender, a partir de la experiencia de un pequeño grupo, los me ca­
nismos democráticos modernos, en lugar de conocerlos o sufrirlos
por parte de un poder más o menos lejano e impersonal; y consti ­
tuyen un mecanismo de cambio social contínuo que tiende a plan­
tear y resolver los nuevos intereses y necesidades de la poblaci ón
:Meister, 1 974) . Agentes por excelencia de la sociedad civil, las as o·
:iaciones voluntarias se revelan también como una verdade ra e s­
:uela de ciudadanos y como una estructura de mediación entre és·
:os y los centros de decisión del estado.
Sobre el tema del asociacionismo han existido unos cuantos :m i·
:os-tópicos que han mediatizado poderosamente el desarrollo de la

1 1 . En lo que se refiere a los trabajos realizados sobre España se pueden consul ta r �OS
rabajos de síntesis de Cucó (2000a ) .y Homobono ( 2000a , b, e y d); por su parte, los e stu dios
.o bre asociacionismo en Francia cue ntan también con una larga tradición que iniciaría G ut·
virth ( 1 970 y 1 97 2 ) . y que continuarían -entre otros- Bozón ( l 982a y b; 1 984) , Da rbon
1 995a y b ) , Fribourg ( 1 97 6 , 1 99 3 ) , Saint-Pierre (200 1 ) .
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 131

¡ 11 ves tigación y que han tardado largo tiempo en desvanecerse. Po­


..; i bl emente, el más influyente y duradero de ellos es el que surgió
�on la teoría de la asociación de Tocqueville, que atribuye la parti­
c i ación en asociaciones voluntarias como algo específico a la so­
p
c i edad norteamericana. Tendría que pasar bastante más de un siglo
p a ra que esta idea comenzara a relativizarse. Será Meister ( 1 972 ,
¡ 974) quien, en los años 70, mostrará que la participación asociati­
\' a no es un rasgo peculiar de los EE.UU., sino que se halla en rela­
c i ó n con un determinado nivel de desarrollo, de modernización y de
c a m bio social. Este nuevo criterio conduce a diferenciar entre dos
t i p os de países, a los que corresponden diferentes tasas de afiliación
asoc iativa: por una parte, aquellos en los que la afiliación es eleva­
d a , caracterizados por un fuerte desarrollo económico, descenso
c o nsiderable de la influencia de la iglesia y de la familia, protes­
t antismo, liberalismo y estado poco intervencionista (modelo an­
g l osajón y de la Europa del norte, característico por ejemplo de Ca­
n a d á y USA); por la otra, las sociedades con bajas tasas de asocia­
cionismo, que se distinguen por un desarrollo y una secularización
m e n ores, por ser católicas y en las que la mujer ocupa una posición
tradicional (modelo latino, en el que se incluyen Italia, Francia, Es­
paña y también México).
Cuando una tipología evolutiva como ésta se fusiona con un
m o d elo analítico basado en las formas asociativas propias de un
ú n i co tipo de sociedad, el resultado puede provocar graves distor­
s i o n es en la comprensión de la trama asociativa de sociedades dis­
ti ntas. Esto es precisamente lo que ocurrió hasta hace unas dos dé­
c a das con las sociedades situadas en la periferia del sistema capita­
l i s t a (caso por ejemplo de las sociedades latinoamericanas), o en los
a l ed añ os periféricos del propio centro (caso de las sociedades de la
E uropa mediterránea y más particularmente de las ibéricas). El re­
t r a s o e n el surgimiento y extensión de formas de asociacionismo
c onsid eradas como típicas de las sociedades avanzadas, unido a la
a pli cación acrítica y mecánica del modelo asociativo anglosajón (en
h a se ad emás de criterios eminentemente cuantitativos) dio como re­
s u l tado una definición simplista y sesgada de su tejido asociativo.
C o nse cuentemente, se afirmó reiteradamente la conspicua debili­
d a d d e su asociacionismo12 al tiempo que se ignoraba o infravalo-

1 2 . La idea de la conspicua debilidad del asociacionismo español viene repitiéndose in-


' '. '1l'll t emente desde los años 70; de ella se han hecho eco en los últimos tiempos diversos so­
� ''>iogos entre los que destaca Subirats ( 1 999). Conviene recalcar sin embargo que tal idea tam­
,;:�·n1 .se ha aplicado a otras sociedades europeas, entre ellas la francesa, tal y como ha señala-
L c1entemente Barthélemy (2000) .
1 32 ANTROPOLOGÍA URBANA

raba la presencia y el significado de las formas asociativas propias,


no considerándose su relevancia sociopolítica, ni su papel en la r�
producción social y en los procesos de identificación de los distin;;
tos colectivos sociales. 1 3
No hay sin embargo un modelo asociativo único. La variedad dé
asociaciones es inmensa. A medida que la sociedad se hace má$¡
compleja, aumenta el número y la diversidad de las asociaciones!
Unas nacen y se consolidan en Europa a lo largo del siglo XIX, otras
crecen y proliferan con las sucesivas transformaciones de la socie­
dad capitalista occidental. Las primeras se encuentran marcadas
por el paso del tiempo, que altera o consolida sus rasgos constituti­
vos originarios (el carácter eminentemente masculino de la afilia­
ción, por ejemplo), renueva su vitalidad o las convierte en un relic­
to del pasado; las segundas son vehículo de las aspiraciones, inte­
reses y conflictos del momento, y en ellas se plasman también las
imágenes y estructuras propias del presente. Asociaciones tradicio ­
nales y modernas, casinos y círculos, ONGD y agrupaciones de ayu­
da a toxicómanos, asociaciones feministas y de Hijas de María, co­
fradías y peñas ciclistas, éstas y centenares de organizaciones más
conviven en las sociedades de hoy en día. De hecho, en la actuali­
dad, prácticamente todos los aspectos de la vida social tienen una
vertiente asociativa, desde las actividades de tiempo libre hasta
aquellas otras de cariz político o económico. Pero, pese a las dife­
rencias que las separan, todas sin excepción deben ser conceptuali­
zadas como asociaciones voluntarias.

4. Redes y grupos informales

Como se explicitó anteriormente, la sociabilidad formal -pese


a ser muy importante- no agota ni mucho menos los modos de in­
teracción cotidiana. Paralelamente a las asociaciones voluntarias ,
compartiendo el mismo espacio que éstas, existe un fluido, nu ­
triente y en general poco visible magma de agrupamientos y redes
informales cuyas lógicas, actividades y desarrollos impregn an al
conjunto social, modelando sutil pero eficazmente el devenir social ·
A un nivel operativo cabe afirmar que estos grupos y redes ocupan
un extenso y complejo continuum de relaciones que se entretej en

r
1 3.Para una relación amplia de este tipo de asociaciones entre las que ocupan un l uga
destacado las distintas asociaciones festeras se pueden consultar, entre otros, los tra ba o oa � j s d
síntesis de Cucó ( 1 99 1 ) , Cucó y Pujadas ( 1 990), Cucó et al. ( 1 99 4 ) , Homobono ( 1 994 , 20o '
Escalera (2000).
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 1 33

.:n t re dos extremos diferenciados: uno hunde sus raíces en la fami­


¡ ¡ ,1 , el otro en las instancias más formales de la sociedad, empezan­
do p or las propias asociaciones voluntarias. A mi entender, dichos
,, rup os y redes no sólo representan la vertiente más informal de las
� st ructuras de mediación, sino que deben ser vistos además como
dos maneras distintas aunque complementarias de enfocar el mis-
11 1 0 ámbito. En vez de tratarlos como conceptos en pugna, sin rela­
c i ón entre sí, considero que ambos nos muestran desde ángulos dis­
t i n t os la misma parcela de la realidad social, por eso resultan a me­
n udo tan difíciles de separar y/o diferenciar.
Como sabemos, el concepto de red social supone una forma de
observar las relaciones sociales que permite sacar a la luz una di­
mensión social intermedia entre la relación y el sistema social. Es
u na dimensión integrada por los vínculos que unen a las personas
en la vida cotidiana (familiares y de parentesco, de vecindad, de
amistad, de trabajo, etc.) y que reposa en el intercambio recíproco
d e mensajes, bienes y servicios. Dentro del conjunto social, estas
t ransacciones e intercambios tienen un carácter informal y se ha­
l l an exentos de control y validación legal (Boissevain y Mitchell,
1 973; Boissevain, 1 974).
Como ya se señaló con anterioridad, los antropólogos Bames
(19 54) y Bott ( 1 99 1 ) , al igual que Mitchell ( 1 969, 1 97 3 , 1 974) y sus
colegas de la Escuela de Manchester, fueron pioneros en el uso del
a n álisis de redes sociales, una precocidad que se debe posiblemen­
t e a la preocupación de la disciplina por adaptar el análisis relacio­
n al al estudio de unas estructuras sociales que se presentaban cada
\·ez más complejas y variadas. Según Rogers y Vertovec ( 1 995 :
1 6-2 1 ), cuatro importantes razones avalan la pertinencia del uso del
a n á lisis de redes sociales en los estudios urbanos. La primera tiene
qu e ver con una de las ideas clásicas d el urbanismo provenientes de
a ut ores como Wirth, Redfield o Tonnies, quienes hacían una clara
di st in ción entre dos tipos de sociedad, llámeselas urbana y rural,
n1o dema y tradicional o sociedad y comunidad. Aunque dichas for-
11 1 a s de sociedad eran más tipos ideales que formas concretas, ten­
d ían a asociárselas con determinados espacios geográficos, cada
li n o de ellos caracterizado por un tipo de relaciones. En lo que a
e s t o se refiere, lo que permite el análisis de red es ver qué tipo de
r e l a ciones mantienen realmente los habitantes urbanos. Para ob­
s e rv a rlas en profundidad Mitchell ( 1 987) ha propuesto distinguir
e n tre tres aspectos distintos de las redes sociales: la reachability o
c apacidad de alcance (en qué medida la gente conoce cualquier
c os a de los demás), la multiplexity o multiplicidad (in d ica la canti­
dad y e l tipo de vínculos que unen a dos personas) y la intensidad
1 34 ANTROPOLOGÍA URBANA

(indica el grado en que los individuos se sienten obligados o libre:


para ejercer los derechos que conlleva su relación con otra per
sona) .
La segunda razón está ligada a lo que Rogers y Vertovec deno
minan « fetichismo espacial» , concepto que utilizan para referirse é
la ecuación que se establece con demasiada facilidad entre proxi
midad espacial e interacción social. Aunque esta ecuación puede se1
comprobada estadísticamente, no debe darse por supuesta. La pro
ximidad espacial continua siendo un elemento importante para lé
formación y mantenimiento de redes sociales, pero su significado )
alcance necesita ser verificado;14 en este sentido, lo que permite e
análisis de red es captar en toda su amplitud el espacio social er
el que se mueven las personas, tal y como demostró Elisabet Bot1
( 1 99 1 ) en su estudio sobre veinte familias de los suburbios londi
nenses. En él, el concepto de conectividad15 le permitió diferenciai
entre dos tipos de redes sociales: las redes sociales «muy unidas�
(close-kn it), en las que el grado de conectividad es muy elevado, �
las redes «poco unidas» (loose-knit) , que se distinguen porque sw
miembros interactuan poco entre sí.
Pero además, las redes sociales también pueden ser considera·
das como recursos, y ésta es la tercera razón importante que avafa
su uso. En unos casos, las redes sociales suponen una importantf
vía que permite el acceso al trabajo o los préstamos iniciales pan1
comenzar un negocio, como muestran Grieco ( 1 995) y Werbne1
( 1 995) en sus respectivos estudios sobre las mujeres del East Ena
londinense y los inmigrantes pakistaníes de Manchester. Aunque en
ambos casos se centran en individuos que pueden considerarse
marginales al núcleo de la economía, las actuales tendencias de re·
estructuración económica y política apuntan a que la gente está uti·
!izando cada vez más vías informales de aprovisionamiento y em ·
pleo. Esta tendencia no sólo está en relación con la creciente infor·
malización de la economía de los países occidentales, sino con la
erosión o la insuficiencia de los bienes y servicios colectivos oferta·
dos por el Estado del bienestar. En lo que a esto respecta, la litera·
tura antropológica evidencia que la importancia de las redes socia·
les como capital relacional no sólo es cada vez más abundante sino ,
lo que es más destacable, permite conectar la lógica que gobierna
las relaciones de proximidad con aquella que ordena un espac io re·

1 4 . En esto, los análisis de Rogers v Vertovec coinciden con los de Wellman ( J 9 99 ),


quien propone que para captar a las comun idades contemporáneas es necesario solta r el v fnc u·
lo entre la cuestión comunitaria y el anclaje espacial. fa.
1 5 . Bott entiende por conectividad al grado en que las personas conocidas por u na
milia se conocen y se tratan a su vez entre sí, independientemente de esa familia.
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 1 35

l n c i on al contiguo que hoy tiende a conceptualizarse como Tercer


sec t or.
Este último aspecto enlaza directamente con la cuarta y última
, cn taja del análisis de redes sociales, que nos viene dada por Han­
n erz cuando afirma que «las nociones relativas a redes parecen par­
t i c ularmente útiles cuando nos ocupamos de individuos que mani­
p u l an sus roles más que de roles que manipulan a individuos, del
c ruce y la manipulación más que de la aceptación de las fronteras
i n stitucionales» ( 1 98 3 : 2 00) . También en este campo de manipula­
c i ón y estrategias por parte de los actores sociales se pueden citar
n umerosos trabajos de antropología urbana. Entre ellos destacaría
tres tipos de estudios: los que tratan de elites, como es el caso de los
d e Abner Cohen ( 1 98 1 ) y Joao Pina-Cabral (2000) sobre los creoles de
S i erra Leona y los chinos de Macao respectivamente; los referentes
a las clases trabajadoras, minorías étnicas o colectivos marginados,
como los de White (2000) , Anwar ( 1 979, 1 995) y Larissa Lomnitz
( 1 9 7 4) que tratan, respectivamente, de las clases trabajadoras de Es­
tambul , los pakistanís de Gran Bretaña y los habitantes de un ba­
rrio marginal de la capital de México; finalmente, los que se ocupan
del resbaloso y ambiguo terreno que media entre instituciones pú­
blicas y estrategias individuales, entre los que destacaré,16 sobre
todo, el espléndido trabajo de De la Peña (2000) sobre la relación
entre corrupción e informalidad en la ciudad mexicana de Guada­
l ajara.
En el citado estudio, se evidencia cómo en los últimos veinte
años h a tenido lugar en aquella ciudad una acelerada expansión del
sec tor informal y un aumento de mano de obra flotante. En ese con­
tex to , los actores gubernamentales (como organizadores políticos
de l a población), asumen un papel directo y activo en el proceso sis­
t em átic o de violación de la ley. Esta tarea de organización se defi­
ne en términos de la reproducción de redes clientelares y de repre­
s e n tac ión corporativa, y supone la presencia estratégica de inter­
m e diarios a tiempo completo -los delegados y representantes
s i ndi cales y partidistas-, cuyas remuneraciones no registradas son
P a rte del intercambio sustentado en clientelismo. « Los intermedia­
rios -dice De la Peña- no pueden caracterizarse simplistamente
c o m o figuras siniestras, motivadas por el ansia de mordida. Ellos
tam bién participan como clientes en la red de intercambio de favo­
res ; s us motivaciones combinan el mejoramiento económico perso-

1 6. Dentro de esta línea de investigación cabría citar por ejemplo los distintos trabajos
�1 ''1 Lar i ssa Lomnitz ( 1 98 8 , 1 994), el estudio de Yang ( 1 994) sobre la China, el de Cucó ( 1 996)
,;' 'r� pol ítica y amistad en el País Valenciano, y el reciente reading sobre la corrupción en la
,,. , ,,da d mexicana, editado por Claudio Lomnitz ( 2000).
1 36 ANTROPOLOGÍA URBANA

nal con una fuerte lealtad a sus patrones políticos -y a través d4


ellos al gobierno y al partido- y no pocas veces con un interés re:
lativamente genuino por el bienestar de sus propios clientes, co11
quienes incluso pueden tener lazos de parentesco, compadrazgo J
amistad» (2000: 1 22).
Todo el proceso reposa en una convicción esencial, que consti.
tuye una de las piedras angulares de la cultura política mexicana:
«que las instituciones jurídicas no bastan para garantizar el bienes.
tar y ni siquiera el derecho al trabajo. Es necesaria además la pro .
tección de grupos corporativos. Éstos son en primer lugar la fami.
lía y la parentela; pero muchas situaciones requieren la extensión
de los lazos inmediatos y cotidianos hacia grupos que no son per.
cibidos como distintos del aparato estatal, cuya protección se aJ.
canza mediante relaciones de patronazgo. El patronazgo es posible
porque existe desigualdad y asimetría; pero su efectividad y conti·
nuidad está dada por la confianza» (De la Peña, 2 000: 1 23 ) . En este
ámbito de la confianza florece esa «cultura relacional» en la que
surge y se reproduce el sujeto corporativo y a la que también per·
tenecen los grandes negociantes y contratistas, beneficiarios privi·
legiados y aliados estratégicos del sistema. En un contexto como
éste, concluye el autor, el análisis de la informalización se convier­
te en un recurso clave para la comprensión de la cultura y de la eco­
nomía política mexicana.
Resulta evidente que unos sectores de la red son mejor conoci­
dos que otros. Como señalaba Elizabet Bott a mediados de los 70 en
la edición revisada y ampliada de su obra Familia y redes sociales, 17

aunque amigos y parientes son elementos omnipresentes de cual­


quier red personal, nuestro conocimiento de ambos es todavía bas­
tante dispar: mientras que el sector de los parientes nos es bastante
bien conocido, el ocupado por los amigos permanece en una osc ura
penumbra. Casi treinta años después, esta metafórica penumbra se
ha iluminado bastante. Por diversos trabajos sabemos18 que la amis­
tad constituye una de las relaciones básicas sobre la que se constru­
ye la sociabilidad; por ello la utilizaremos como vía principal para
explorar el ámbito de los agrupamientos informales. Otra razó n de
peso justifica la mencionada elección: en el mundo de hoy, marcado
por la individualización, la movilidad espacial y el imparable proce-

1 7 . La tardía edición española de esta obra, que data de 1 99 1 , se correspon de co!l


la mencionada reedición corregida y aumentada publicada originalmente a mediados de ]os
años 70.
18. Como trabajos de recopilación y síntesis consulta1� entre otros, mis distintas p ubh·
.

caciones al respecto (Cucó 1 990b , 1 994, 1 99 5 , 1 99 6 , 1 99 9 , 2000a y b ) , y también Ravi s- G ior·


da ni (e<l., 1 999) y Bell y Coleman (ec.ls., 1 999).
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 1 37

.;o de urbanización, la amistad se revela como una relación en ex­


;1 ansión, que se hace especialmente visible en las ciudades.
Los amigos y las amigas juegan un papel muy importante en la
, ¡ da de las personas: las escoltan a lo largo del ciclo vital, les pro­
p onan compañía y soporte emocional, contribuyen con eficacia
orci
•1 co nstruir su identidad personal y social, y ayudan por último a
so l ventar los problemas y crisis de la vida cotidiana. Por sí mismos,
0 po r mediación de los grupos informales que conforman, dinami-
1 a n el tejido asociativo, y mediatizan, alteran o transforman las ló­
o i cas de actuación de las instituciones formales, altamente raciona­
f¡ za das y burocratizadas.
Como ya apunté en otra parte (Cucó, 1 99 5 ) , en las modernas so­
ciedades urbanas la amistad tiende a ser descrita como una relación
diádica. No obstante, junto a este tipo de relación coexisten otros
modos de amistad que pueden ser englobados bajo el concepto ge­
nérico de amistad grupal y que sería equivalente al de agrupamien­
to informal con base amical. Más allá de las diferencias que sepa­
ran a sus distintas variantes, 19 es posible discernir en ellas una se­
rie de características comunes: la pertenencia es siempre voluntaria,
aunque por lo general se encuentra limitada por razones de edad,
sexo, posición social y lugar de origen de los individuos; sus miem­
bros se reconocen entre sí como iguales y se hallan unidos por
dnculos de reciprocidad, lealtad y confianza; aunque su intensidad
sea variable, se encuentran permeados por un sentimiento de per­
t enencia a un colectivo diferenciado, al que corresponde siempre al­
g ú n tipo de reconocimiento social; sus actividades se desarrollan ge­
n e ral mente en espacios públicos -ya sea en la calle o en distintos
l o cal es destinados al ocio y la diversión- e implican como mínimo
el di s fru te del tiempo libre; por último, los grupos de amigos pose­
e n un carácter esencialmente dinámico, es decir, sufren transfor­
n1 a ci ones con el tiempo que tienen que ver con los cambios en el
c i c lo vital de sus miembros.
En la vida real, los grupos informales de base amical son tan
n u m e rosos como diversos. Sin embargo, es factible introducir cier­
t o o rden en esa diversidad cuando se les observa a través de dos va­
�· i ables principales: el grado de formalización interna y el grado de
i n ci dencia social. En lo que respecta a la primera variable, se cons­
t a t a que ciertos grupos amicales destacan por su fuerte formaliza­
c i ón, tal es el caso de las bandas juveniles sobre las que se ha acu-

1 9. Las cuadrillas e n España, las pareas griegas, los cuates mexicanos, al igual que los
1.
' .' \ L'rsos tipos de bandas juveniles de cualquier parte del mundo, pueden ser entendidos como
' " r 1 a ciones del m ismo modelo.
1 38 ANTROPOLOGÍA URBANA

mulado una abundante literatura;20 en ellas la organización del gru


po está regida por una serie de normas bastante bien definidas 1

suele girar en tomo a la figura del líder. A veces, la formalizació�


se hace patente a través d e los rituales que celebra y/o en los que
participa el grupo amical; las cuadrillas que proliferan en Euskadi
Aragón y el País Valenciano constituyen un buen ejemplo de elle
(Cucó, 1 994). En otras ocasiones, finalmente, los agrupamientos po
seen un carácter tan fluido y variable que su único elemento de es
tabilidad formal es el tipo de actividad qu e periódicamente les reu
ne; tal es el caso, por ejemplo, de ciertos pequeños agrupamientos
por lo general integrados por mujeres, que comparten cotidiana.
mente el saludable paseo por la popularmente denominada en mu
chas localidades «ruta del colesterol» , o que se reunen periódica
mente en un bar tras acompañar a sus hijos a la escuela.
Aunque el fenómeno ha sido por lo común bastante ignorado
la incidencia social de los grupos amicales puede llegar a ser has·
tante notable, en especial en aquellas formaciones sociales en la�
que constituyen una organización social de base. La etnografías qm
poseemos a este respecto nos muestran que, en ocasiones, los gru·
pos de amigos impregnan de tal manera la vida comunitaria que ne
parece existir nigún momento fuera del trabajo cotidiano en que su
influyente presencia no se deje sentir; tal es el caso de las pareas es·
tudiadas por Cowan ( 1 990) en la isla griega de los o de las quadri­
lles investigadas por Asensi ( 1 979) y Luz ( 1 990) en la localidad va·
lenciana de !'Alcudia. Por sí mismos, o por medio de otras redes u
organizaciones en las que se integran o a las que dan vida, los gru­
pos amicales imprimen con su particular marchamo todo el tejido
social. Y lo hacen de tal modo que las vertientes lúdica, asociativa
y el mismo proceso de generación de identidades colectivas resul­
tan a menudo inexplicables si no se tienen en cuenta sus actuacio ­
nes y su impronta social. Por otra parte hay que recalcar que su pre­
sencia, al igual que su incidencia social, parece incrementarse con
la maduración del proceso de urbanización; tanto es así que , en
ocasiones, se afirma de algunas de sus variantes concretas que son
un fenómeno típicam ente urbano -caso de las cuadrillas de Eus­
kadi (Pérez Agote, 1 987)-, o qu e son un tipo de formación carac­
terística de las grandes ciudades -caso de las gangs o bandas juve­
niles de Norteamérica-.
20. Desde los pioneros estudios de Thraser ( 1 927) y Whyte ( 1 95 5 ) , este tipo de estu dios
parecen ser casi u na especialidad norteamericana. Para una visión panorámica y bastan te ex­
lrnustiva de tales estudios se puede consu l tar el capítulo introductorio del trabajo de Decker Y
Van Winkle, Life in the Gang. Famil}', Friends, and Violence ( 1 996), y también los de Fe iJCll
: 1 9 9 3 b ) , Padilla ( 1 992) y Vigil ( 1 9 8 8 ) .
5

FENÓ MENOS EMERGENTES Y NUEVAS


VISIBILIDA DES SOCIALES

Desde los años 80 se vislumbra la emergencia de nuevos prota­


g onismos sociales que han discurrido en términos de consolidación
a partir de la década de los 90. Se trata de fenómenos que han ex­
perimentado una considerable expansión y que, con la mutación so­
c i a l en marcha, adquieren un significado y alcance nuevos. Parale­
lamente, se visibilizan, redescubren o enfatizan otros elementos y
procesos que hasta hace poco eran ignorados, negados o infravalo­
rados por las ciencias sociales. La eclosión de las asociaciones vo­
luntarias, el descubrimiento del Tercer Sector y de la sociabilidad
d e las mujeres, el redescubrimiento de las comunidades y las redes
de proximidad parecen avenirse bastante bien a las tendencias men­
c ionadas. Son fenómenos emergentes y nuevas visibilidades socia­
l e s , a menudo diñcilmente diferenciables. De todos ellos nos ocu­
paremos a continuación.

1. La expansión de las asociaciones voluntarias


y el descubrimiento del Tercer Sector

En los albores del siglo XXI están en marcha una serie de pro­
ce sos que favorecen la propagación y el desarrollo de las asocia­
c io n es voluntarias. De hecho, las transformaciones estructurales y
a l nu evo contexto ideológico que desde mediados de los 80 han
'-l n1 p liado las perspectivas del mundo asociativo en el mundo oc­
c i dental.
A hora, al igual que en épocas anteriores, las asociaciones -al
111 enos una significativa porción de ellas- constituyen la parte
L'n1 ergente, cristalizada de movimientos sociales más profundos. Sa-
1 4U ANTROPOLOGÍA URBANA

bernos que durante las primeras etapas de la industrialización �


asociacionismo respondió a los problemas provocados por los cam
bios habidos en el mundo de la producción, el trabajo y la empre
sa. Posteriormente, en los años 60 y 70, el campo de las reivindica.
ciones sociales se abrió a problemas obviados por las organizado.
nes obreras, a cuyo alrededor proliferarán por toda Europa diversai
agrupaciones de ciudadanos (asociaciones de vecinos y de consu.
rnidores, feministas, ecologistas, pacifistas y antinucleares, etc.)
Por su parte, la eclosión asociativa actual se encuentra relacionad¡¡
con la profunda mutación social que acompaña a la última rees.
tructuración del capitalismo. Al tiempo que muta la sociedad, S(
transforman los principales ternas de la acción colectiva, cambian
las formas de movilización y de organización, y entran en escen¡¡
nuevos actores sociales, dotados de un capital cultural, material )
relacional que facilita la transformación progresiva de las forma!
relacionales y el afianzamiento de todo un conjunto de prácticas ex.
teriores al grupo primario. En todo este proceso tienen mucho que
ver los cambios acaecidos en la esfera política, donde el declive o
inadaptación de las organizaciones partidistas o sindicales tradicio­
nales, junto a la crisis de la militancia y la representación política,
han incitado a la renovación paralela de las formas de participación
ciudadana.
De esta forma, aunque muchas de las asociaciones de hoy tie­
nen su origen o son herederas del movimiento asociativo de déca­
das anteriores, en conjunto tienden a presentar un aire de familia
nuevo: su organización tiende a adquirir un carácter más reticular
y fluido, «representan a grupos sociales de perfiles más amplios,
aparecen cada vez más corno partenaires de los poderes públicos Y
se encuentran a veces profesionalizadas . . . Guardan relación, en un
contexto de crisis, con las "nuevas luchas" que son definidas más
corno subjetivas, expresivas y reivindicativas que corno instrurn en·
tales. Se adhieren a la retórica de los derechos del hombre, que ya
no son los derechos de una colectividad, nación o clase social, sino
los del individuo, o incluso los del usuario» (Barthélerny, 2000: 7 9) .
La urbanización, la individuación y el desarrollo de la ideología
asociativa constituyen otros tantos procesos que contribuyen a fo ·
mentar la actual expansión asociativa. Respecto a la primera cabe
notar que, aunque en numerosos países se observa una correl ación
positiva entre urbanización y expansión asociativa, ya sea en nú·
mero de asociaciones o de afiliados, el medio urbano no induce por
sí mismo a una participación asociativa más elevada. Corno han s e·
ñalado diversos autores (Cucó, 1 992 ; Barthélerny, 2 000) , el fenó rne·
no asociativo parece desarrollarse de forma óptima en aquello s h á·
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 141

b i tats donde se reúnen determinadas condiciones, tal y como suele


ocurrir en las pequeñas ciudades: «la disolución relativa de los gru­
p o s primarios y la sociabilidad polivalente, que predispone a la
c reación de agrupamientos especializados, y una integración social
._ u fi ciente que permita a los individuos identificarse con todo o con
;J arte de un espacio socio-geográfico dado» (Barthélemy, 2000: 6 9) .
Por su parte, la individuación, que supone un largo proceso ini­
c i ado en el tránsito de la modernidad por el que los sujetos se ven
despojados de sus lazos adscriptivos y consecuentemente, abocados
a e s t ar haciéndose a sí mismos constantemente, parece haberse
a f i a n z ado durante la segunda mitad del siglo xx. Pero esta evolu­
c ión hacia el incremento de las aspiraciones individuales no exclu­
' e ni mucho menos el compromiso. Es precisamente en el corazón
�l e e s t e individualismo donde han crecido los valores post-materia-
1 istas que inspiraron a los nuevos movimientos sociales en los años
6 0 y 70 (Inglehart, 1 99 1 : 4 1 9 -44 5 ) , y que en los 90 alumbraron los
m ovimientos de solidaridad para con los excluidos del sistema (Ari­
iio et al. , 1 999 ; Barthélemy, 2000; Ariño y Cucó, 2002).
Finalmente, el surgimiento de la ideología asociativa coincide
g rosso modo con el ascenso de los valores post-materialistas: nace
con l a extensión del Estado benefactor para difundirse a lo largo del
ú l ti mo tercio del siglo xx de manera progresiva. Siguiendo a Bar­
t hé l e my diremos que lo que proclama dicha ideología es que el Es­
t ado ya no es el único representante del interés general; diluye este
i nterés en el conjunto de la sociedad y atribuye una parte significa­
t i va de él a las organizaciones ciudadanas. Consecuentemente, «el
e s pacio asociativo tiende a construirse simbólicamente en tomo a
l a noción de interés colectivo y de la doble desvalorización de lo pri­
\' a do (el sector mercantil, impuro e interesado) y lo público (pesa­
do y burocrático) » (2000: 80). Esta ideología no sólo legitima la ex­
p ansión de las asociaciones y convierte a la vida asociativa en un
e s pacio alternativo a la política «profesional» , sino que les otorga
a de m ás un protagonismo cada vez mayor. Entre otras cosas, se las
i n v i ta a resolver la crisis de relación entre el individuo y el Estado,
c o r regir los disfuncionamientos ligados a la crisis social y fundar las
b a ses para una nueva ciudadanía.
No es demasiado aventurado afirmar que la ideología asociati­
\ ·a, a medida que va calando en el tejido social, favorece el desa­
rro ll o de nuevas miradas sobre la sociedad, propiciando el surgi­
l11 iento de un nuevo concepto teórico, el del Tercer Sector. 1 El es-
1. E n la década de los 80, se desarrolla en Italia u n enfoque novedoso sobre el fenóme-
1;'1 d e l volu ntariado: el que su pone considerarlo como algo profundamente dife rente del Esta­
' ' ' ' del mercado, como un tercer sector situado entre ambos. Sigu iendo esta lógica encon-
1 42 ANTROPOLOGÍA URBANA

pacio que este sector ocupa se conceptualiza al principio por sim.


ple exclusión de los otros sectores que conforman el sistema social;
por ello, una de las definiciones más ampliamente aceptadas de]
Tercer Sector es la que lo concibe residualmente, como un ámbito
que no ocupan ni el Estado (no es lo público), ni el Mercado (no e�
lucrativo). De este modo, para diferenciarlo del Estado se ha exten.
dido la denominación de Organizaciones no Gubernamentales
(ONG), mientras que para distinguirlo del Mercado se habla de Or,
ganizaciones no Lucrativas (ONL) . J.
No obstante, no puede considerarse al Tercer Sector como un
simple añadido al binomio Estado-Mercado. Por un lado, porqut
constituye una realidad intrínseca de la sociedad, dotada de sus pro¡
pios objetivos y estrategias, de sus propias funciones y de su prop�
lógica. A este respecto, como señala Donati, «el T. S. expresa el su!\
gimiento de la racionalidad social antes de que ésta presente valorea
de intercambio (en el mercado) y antes de que llegue a ser objeto de
regulación política y jurídica (por parte del Estado) . . . el T. S. se
corresponde con las exigencias de un tercer punto de vista, difereffi
te del individual (liberal) y del holístico (estatal), que se centra en las
relaciones sociales como tales » ( 1 99 7: 1 1 6 ) . Por otro, porque mantie·
ne una estrecha y simbiótica relación con el llamado Cuarto Sector,
integrado por las relaciones de proximidad (redes de familiares, ami­
gos y vecinos). De esta manera, se puede considerar al Tercer Sector
como una retícula de redes de relaciones que no sólo le distingue,
sino que a través de la cual desarrolla su específica capacidad de ar­
ticular y vertebrar los distintos sectores del sistema social. Precisa­
mente, «el rol societario del Tercer Sector aparece como un sistema
de relaciones de intercambio (trade-off) con los otros tres sectores. El
Estado, el Mercado y el Cuarto Sector . . . necesitan unos recursos que
son esenciales para ellos y que sólo el Tercer Sector les puede ofre·
::er . . . Tales intercambios se comprenden considerando a las Organi·
rnciones del T. S. como sujetos de mediación entre el individuo y la
::olectividad en general» (Donati, 1 99 7: 1 2 9 ) .
Tal y como lo entendemos aquí,2 lo que diferencia al Tercer Sec·
tor de los otros sectores (Estado, mercado, redes de proximidad ) es,
�n primer lugar, la especificidad de los bienes que produce: los na-

ramos las definiciones del asociacionismo social (Iref, 1 98 8 ) . del tercer sistema (Ruffol�·
1 985 ;Borzaga y Lepri , 1 9 8 8 ) , de lo privado-social (Donati , 1 9 7 8 , 1 984) y de la terce ra di·
nensión (Ardigo, 1 980, 1 98 1 , 1 98 2 ) . Para la revisión de tales definiciones se puede util iza r ]¡¡
fotesis que nos brinda Campedelli ( 1 990).
2 . Para una visión más extensa de nuestra idea de Tercer Sector consultar algu n os d�
iuestros últimos trabajos, concretamente a Ariño, Aliena, Cucó y Perelló ( l 999) y Ariño Y cuc
2002 ) .
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 43

11 1ados por Donati bienes relacionales, que no son ni públicos ni pri­


,-.1 d os, sino que constituyen un tertiu m gen us , ya que poseen algu­
n a c aracterística de lo público (porque tienen una utilidad social) y
,d g una característica de lo privado (son gestionadas por entes pri­
,a do s). En segundo lugar, su específica directriz interna: la lógica
de l don,3 del altruismo o de la acción voluntaria, que actúa desde el
campo de las redes sociales informales o desde las organizaciones
fo r males y que impulsa la creación de nuevas formas de integración
,1 través del tipo específico de solidaridad social que promueven. En
es e sentido, las funciones propias del Tercer Sector son crear, pro­
mover, salvaguardar la solidaridad mediante acciones inspiradas en
] a s reglas del don y la reciprocidad; esta prioridad de la función de
sol i daridad social impregna al conjunto del sector que, según Do­
nat i, se caracterizará por una economía, una política, una regula­
c i ón v una cultura solidarias.
D entro del complejo entramado de organizaciones que consti­
tuyen el Tercer Sector, es posible distinguir dos grandes subconjun­
t os:4 el de la «economía social» integrada por cooperativas y mutuas
que tratan de unir empresa, solidaridad y democracia, y el «Sector
a s ociativo» , que se distingue por su elevada proporción de volunta­
rios y por no distribuir superávit. Este último se conformaría por
un universo de grupos y redes de grupos surgidos de la acción vo­
l u ntaria de los individuos para organizar derechos e intereses co­
le c tivos, prestar servicios, tomar iniciativas ante nuevas necesida­
d e s , y para ejercer la democracia participativa y el sentido de la res­
p o nsabilidad cívica.

2. Las redes de proximidad

Señala Alguacil (2000) que en una sociedad como la nuestra, in­


d u c i da por una omnipresente racionalidad económica, las redes so­
c iales informales parecen haber cobrado mayor sentido. Por una
P a rte , como han puesto en evidencia diversos autores (Requena,
1 99 ¡ y 1 99 4; Cucó, 1 995 , 1 99 7, 2000b; Villalba, 1 995 ) , en un con­
t e xto social en el que la desprotección social es una amenaza que
Pe nde sobre determinados ámbitos y colectivos, dichas redes han
3. El don que practican las organizaciones solidarias posee unas bases específicas que a
' '" 1 t i n u ación enumero: además de ser no lucrativo (rasgo que comparte con el don proxémi­
.u ' 1 : s e distingue por su carácter eminentemente voluntario, por estar orientado por algún prin­
�-' r "' u niversalista y, finalmente, por unir a sujetos en principio lejanos y abstractos (Ariño,
" " ' et al., 1 999: 50).
, " i 4. Estas ideas las tomo prestadas de Antonio Ariño y más exactamente, de algunas de
' nt er\'enciones del curso de doctorado que compartimos desde hace algún tiempo.
1 44 ANTROPOLOGÍA URBANA

reforzada su carácter de subsistema con dinámica propia dentro de


conjunto social. Sobre una base de confianza y desde la proximi.
dad, las relaciones familiares, de amistad y vecindad se convierter
en una forma de capital (capital relacional) que facilita el acceso a.
mercado de trabajo, a la vivienda, el cuidado de los ancianos y lo�
niños, y un sinfín de servicios más. Por otra parte, este mismo en.
tramado social alimenta y recrea a las organizaciones del Terce1
Sector y los movimientos sociales; la mediación de otras redes so.
dales de mayor formalidad, de segundo y de tercer orden, estable.
ce una continuidad entre las redes de proximidad y el exterior d�
las mismas, hasta conformar una complejidad social de la que S(
afirma que carece de precedentes en escenarios anteriores.
En antropología, el desarrollo de los llamados enfoques prácti·
cos (interesados desde principios de los 8 0 en las prácticas y fa
agency o agencia social y, más recientemente, en las categorías ana.
líticas del self y la personhood) , unido al ya mencionado ascenso del
análisis de redes sociales, ha propiciado que la atención investiga.
dora se dirigiera a los actores individuales y a sus estrategias e11
contra de las estructuras «estructurantes» o constreñidoras de la SO·
ciedad (Ortner, 1 9 8 4; Schweitzer, 2 000 ) . Todo ello no sólo ha SU·
puesto la revitalización de los estudios de parentesco y el descubrí·
miento de la importancia de la amistad en un mundo globalizado,
sino que ha otorgado una renovada importancia a las relaciones de
proximidad, desvelando que al igual que ocurre con el Tercer Sec·
tor, éstas poseen sus propios objetivos y estrategias, sus propias fun·
dones y su propia lógica.
En lo que se refiere a los estudios de parentesco, las aproxima·
dones que siguen la línea mencionada han surgido al abrigo de una
larga serie de trabajos sobre las sociedades occidentales iniciados a
finales de los años 5 0 , capitaneados en Gran Bretaña y Norteamé·
rica por Firth ( 1 95 6, 1 9 6 9 ) y Schneider ( 1 9 6 8 ) respectivamente .
Pese a haberse centrado más en su vertiente simbólica y signifi c ad·
va, lo que éstos y otros estudioss han demostrado es que el paren·
tesco, «por limitadas que sean sus funciones en algunas sociedades ,
es un constructo social y cultural del que hace uso todo grupo so·
cial» (Schweitzer, 2 0 0 0 : 1 2 ) . En la actualidad, para equilibrar qui·
zás aquella mirada sesgada por los énfasis expresivos, se prioriza
S. Schweitzer destaca que se trata de unos estudios de «parentesco at home » que se i nó­ i·
cian entre los años SO y 60 y que, en su momento, suponen un reto a la ortodoxia antropold
gica sobre este dominio. Los trabajos de Schneider ( 1 96 8 ) y Firth ( 1 956) suponen el inic i o e
dos ampl ias corrientes investigadoras en USA y Gran Bretaña, a los que seguirán despu és ira· á
bajos en otras pattes de Europa. Como estudios representativos de estos tres ámbitos geogdr ·
ficos destacamos los editados por Collier y Yanagisako ( 1 98 7 ) , Strathern ( 1 98 1 ) y Gul lesta Y
Segalen ( 1 98 7 ) .
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 45

conscientemente la perspectiva instrumental, que destaca los «be­


neficios» que obtienen los individuos y los grupos cuando en con­
tex t os particulares utilizan el parentesco, focalizando lo que éste
" h ace» , o lo que es lo mismo, sus «aspectos funcionales » . Este en­
foque que de una manera provocadora Schweitzer caJifica de «pers­
p ectiva funcional sin funcionalismo»,6 reivindica otro aspecto que
n 1 e parece crucial: que las estrategias y acciones de los actores no
s e l imitan a la prosecución del interés económico y la maximización
de l beneficio; consecuentemente se afirma que «el parentesco no
p uede ser explicado ni reducido a la racionalidad económica. Aun­
q ue los beneficios económicos son algunos de los "dividendos" visi­
b l es del parentesco, forman parte de un paquete más amplio que
ta m bién incluye la emoción, la salud mental, la cohesión de grupo,
e tcé tera» (Schweitzer, 2 000 : 1 6 ) .
Por su parte, en lo que a la amistad se refiere, la investigación
más reciente evidencia su carácter de relación emergente. Eso es
precisamente lo que señalan Bell y Coleman cuando afirman que
" l as relaciones como la amistad que a menudo no dependen única
o predominantemente de los lazos de parentesco, de las posiciones
fijas de roles y status, de la proximidad geográfica permanente, de
l a etnicidad o incluso de un background cultural común, se están
haciendo más evidentes en la experiencia de la vida cotidiana, tan­
to en occidente como en otras partes. Están emergiendo en el aná­
l isi s y la representación etnográfica» ( 1 999 : 4 ) . El vertiginosos in­
cremento de la movilidad espacial de los sujetos y el aumento de las
i n teracciones entre individuos y grupos tanto a escala supralocal
c o m o transnacional, están provocando a un tiempo la transforma­
c i ón de los lazos de parentesco y la emergencia nuevas formas de
a mi stad. Eso es precisamente lo que destacaba Jacobsen ( 1 9 6 8 ,
1 9 7 3) hace años cuando describía la naturaleza de los vínculos per­
so nales desarrollados por las elites urbanas itinerantes en Mbale
( U ga nda), en un contexto marcado por la movilidad geográfica y
d o nde la pertenencia étnica y los lazos de parentesco eran conside­
rados como una obligación. En tal caso, las redes de amistad, de so­
c i a bi lidad y compañerismo entre iguales ofrecían a los miembros
n1a sc ulinos de estas elites unas innegables ventajas: a nivel indivi­
d ual , reducían el anonimato de la sociedad urbana sin obligarles a
1 0tn ar la responsabilidad de construir un grupo corporativo fijo; al
6. A diferencia del funcionalismo de Radcliffe-Brown, Schweitzer y el colectivo de an-
1; :' 'P<'>logos que participan en la obra editada por él (Schweitzer, 2000 ) , no creen que la ra ison
' er re
de una institución o costumbre se encuentra en su función social. ni que la función más
' " ' Po rt ante del parentesco sea la integración social; por el contrario, piensan que las funcio­
, , �, de l parentesco son mucho más variadas e incluyen, entre otras, la desintegración de la so­
L 1 c·d a d .
1 46 ANTROPOLOGÍA URBANA

mismo tiempo, eran lo suficientemente flexibles como para acamo


darse al modo de vida de unos individuos que, a causa de su traba
jo, se trasladaban continuamente de una ciudad a otra. A nivel ca
lectivo, la ideología y la praxis de la amistad permitían superar la
barreras étnicas que individualmente separaban los miembros de l;
elite e integrarlos en un único sistema social.
En ocasiones, el lenguaje del parentesco recubre al conjunto d1
las relaciones de proximidad. Tal y como muestra el estudi<
de Jenny White ( 2 000 ) sobre los talleres de trabajo a domicilio d1
los barrios populares de Estambul, la lógica de la reciprocidad y de
don que emana del parentesco tiende a afianzar -en un proceso n<
exento de ambigüedad-, los sistemas de dominación vigentes. Ei
efecto, entre la clase trabajadora de esta gran ciudad turca, las re
ladones capitalistas propias del sistema de trabajo a domicilio s1
hallan encapsuladas por el parentesco y la lógica de la solidaridac
proxémica.7 En virtud de su alquimia, el trabajo de las muj eres (que
proporcionan mayoritariamente la mano de obra de este sector in
formal), al igual que su explotación, se reconvierten y pasan a se1
socialmente considerados como un aspecto más de sus obligacione:
familiares y domésticas; sorprendentemente, el mismo proceso su
fren las relaciones claramente capitalistas entre los no pariente:
(como la que supone el trabajo asalariado a destajo y por piezas)
las cuales, al pasar a ser consideradas parentesco ficticio, entrar
también el circuito de la reciprocidad social. Como señala White
«la noción de parentesco es usada por las trabajadoras a destaje
como una metáfora que extiende las obligaciones y beneficios de h
reciprocidad más allá de la familia y del parentesco real, a un gru
po de individuos no emparentados que hacen lo mismo que hacer
los parientes: participan en relaciones de asistencia recíproca co
lectiva sin expectativa de devolución» ( 2 000 : 1 42 ) . Este parentes cc
ficticio no sólo hace más tolerables unas condiciones económ ica!
insoportables, sino que resulta crucial para la supervivencia de lo !
urbanos pobres, ya que les permite participar en un circuito de re·
ladones de asistencia recíproca y sin devolución por el que circu lz
todo tipo de recursos (trabajo, bienes, comida, dinero, informaci ór
o servicios). Pero además , «esta conjunción de trabajo capitali sta )
actividades tradicionales de las mujeres, de relaciones de trabaj e
y obligaciones de parentesco hace que los costes de produc ci ón
sean bajos y que los beneficios de intermediarios, exportadores )
7. Denomino solidaridad proxémica a aquella basada en la economía del don que es ta �·
to más obligatoria y vinculante cuanto mayores son los lazos de proximidad entre los ind ivI·
duos; caracteriza por tanto al ámbito del parentesco, pero que no sólo se circunscribe a él, sine
que engloba también a amigos y vecinos.
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 47

c omerciantes sean altos. Así, mientras que la reciprocidad en la pro­


ducc ión contribuye a la solidaridad, las mismas relaciones de
p roducción afianzan las normas patriarcales referentes al rol de las
J ll ujeres y las formas capitalistas de explotación del trabajo» (White,
1- 000: 1 47 ) .
En contraste, en otras ocasiones, la misma lógica y las mismas
e s t rategias surten un efecto contrario: subvertir al sistema dominan­
t e . En este sentido, resulta paradigmático el caso representado por
]as redes de guan.xi de la República Popular China. Como ya explici­
t é e n otra parte (Cucó, 1 99 7 ) , el guanxi.xue o arte del guan.xi puede
s e r entendido como un conjunto o una cadena de relaciones diádicas
de intercambio que implican tanto beneficio instrumental como obli­
gación personal. Por naturaleza, estos intercambios no pueden reali­
� arse con cualquiera, ya que sólo pueden tener lugar entre individuos
q ue mantienen una base de familiaridad, confianza mutua y obliga­
ci ón previas; de ahí que el parentesco, la amistad y la vecindad cons­
t i t uyan la base social relacional sobre la que se asienta este conjunto
ele prácticas.8 En palabras de Yang, lo que distingue a las redes de
guan.xi es «el intercambio de regalos, favores y banquetes; el cultivo
de relaciones personales y redes de dependencia mutua; y la creación
ele obligación y compromiso. Lo que informa estas prácticas . . . es la
c o ncepción de la primacía y el poder vinculante de las relaciones per­
sonales, y su importancia para hacer frente a las necesidades y de­
seos de la vida cotidiana» (Yang, 1 994: 6 ) .
Las prácticas de guanxi, aunque instrumentalmente motivadas,
no representan sin embargo un modelo de conducta amoral; por el
co ntrario, se hallan permeadas por una ética propia que promueve
l a lealtad personal y la obligación mutua, y que en todo caso es muy
di fe rente de la ética universalista e impersonal que promueve el Es­
t a d o . Por eso el Estado chino abomina de estas prácticas que hun­
den sus raíces en la sociedad tradicional, condenándolas moral y
P o lít icamente. Por otra parte, pese a que el guan.xi haya tomado nue­
\'os i mpulsos a partir de los años 8 0 , momento en que comienza a
i n s talarse en China una naciente economía de mercado, conviene
ta m bién diferenciarlo tanto del mercado como de la corrupción. Es­
t as :V otras razones llevan a Yang a considerar la utilidad del con­
c ep to de economía del don para designar la lógica de actuación del
k. 1 1 a nxi.xue . Pero lo que destaca del guanxixue como economía
de! don son sus consecuencias a nivel sistémico: supone la puesta
. 8 . Aunque la amistad, el parentesco y la vecindad constituyen la base social para la prác-
1 1 '" del guanxi, estas relaciones no son sin embargo coextensivas al guanxi, sino que actúan
' ' >n10
' ' '11 'L' greservas de vínculos integradores y de obligaciones éticas que el gua nxixue utiliza para
u ir sus fines.
1 48 ANTROPOLOGÍA URBANA

en marcha de una serie de tácticas e ideas subversivas al poder to


talitario del Estado.
Ya sea en Uganda, Turquía o China, lo que parece evidente e1
que las relaciones de proximidad están cobrando una gran impar
tancia en las sociedades modernas. La generalidad de este hecho , ,
la ineficacia de la explicación cultural para entenderlo ha llevado �
Larissa Lomnitz ( 1 994 ) a plantear una sugerente hipótesis teórica
es la formalización de la sociedad actual la que está produciendo �
activando por doquier las redes informales. A través de ellas, las so.
ciedades de hoy -ya sean próximas o lejanas, desarrolladas o er
vías de desarrollo-, continúan estando penetradas por la lógic�
ambivalente del don proxémico. Como señala Caillé ( 1 99 8 ) , el dar:
sigue estructurando la esfera compuesta por las redes interperso.
nales de familiares, vecinos y amigos. No sólo alienta y vivifica al
Tercer Sector y a los movimientos sociales, sino que desarrolla tam
bién una importante actividad en esos otros sectores en los que la�
relaciones sociales se hallan sometidas a la ley de lo impersonal
«No hay empresa, privada o pública, ni corriente científica -ase·
vera con rotundidad Caillé- cuyo funcionamiento no dependa de
la movilización interesada de las redes primarias, cimentadas por la
ley del don» ( 1 99 8 : 7 8 ) .

3. El redescubrimiento de las comunidades

Señala Costa ( 1 999 ) que en los años 6 0 , confundiendo las limi­


taciones teórico metodológicas de ciertas aproximaciones con una
supuesta falta de pertinencia y relevancia de los objetos de estudio
v de las unidades de observación de carácter localizado, se decretó
d emasiado alegremente el fin de los estudios de comunidad. Sin
embargo, la comunidad no había desaparecido. Pese a los cambios
ocurridos en la sociedad, la comunidad continuaba viva y coleando .
Así lo demostraron los trabajos sobre los procesos de urbanización
africanos de la Escuela de Manchester, los hasta hace poco den os ­
tados «estudios de comunidad » -cultivados por sociólogos y an ·
tropólogos desde los tiempos de la Escuela de Chicago-, y los aná·
lisis de redes desarrollados a partir de los años 6 0 . Unos y otros ha�
:oadvuvado
. a consolidar el actual redescubrimiento de la comun i ­
dad . La investigación etnográfica, al igual que las técnicas de en·
:uesta evidencian que tanto en las sociedades occidentales com o en
los países de Tercer Mundo, los lazos de parentesco, de ami stad Y
de vecinazgo continúan siendo fuertes y abundantes, y que el de s a·
rrollo de las grandes instituciones formales no acarrea el de s rnan·
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 49

1 t:1 a miento de los vínculos comunitarios; más bien parece suceder


¡0 co ntrario: cuanto más rígidas y grandes son aquellas, más pare­
c e de pender la gente de sus relaciones informales para enfrentarse
,1 e l l a s. Más que desaparecer, tal y como ha defendido Putnam
( 2 000) tras desplegar una apabullante batería de evidencias empíri­
c a s sobre la sociedad norteamericana, las comunidades se han vis­
to p rofundamente afectadas con los cambios ocurridos en la se­
o u n da mitad del siglo XX . Una transformación en la que han juga­
d o un papel clave la entrada de la mujer en el mercado de trabajo,
l a movilidad geográfica, la disminución del número de matrimonios
, la transformación tecnológica del tiempo libre, por mencionar al­
.

�" u n os de los factores más significativos.


Pero ¿qué se entiende por el concepto de comunidad? Partien­
do de la premisa de que este concepto hace referencia, sobre todo,
a u n a dimensión de las relaciones sociales, lo definimos -siguien­
do a Pina-Cabral ( 2 000 ) y Wellman ( 2 00 1 ) - como un grupo o una
red informal cuya interacción se basa en una serie de vínculos en­
trelazados de conocimientos personales de larga duración que pro­
porcionan apoyo, información, sentido de pertenencia e identidad
soc i al . La comunidad no implica por tanto un proceso de integra­
ción formal, sino más bien un proceso basado en lo que Abner Co­
hen denominó network of amity ( 1 9 8 1 : 222 ) ; estas redes unen a la
gente entre sí, pero funcionan sobre todo como vectores para la di­
fusión de los «proyectos de realidad» .
Durante largo tiempo, al menos en lo que concierne al campo
u rb ano, los estudios de comunidad se limitaron a los estudios de lo­
cal id ades pequeñas, cuyos bien definidos límites coincidían con los
d e un vecindario, ya fuera éste un pueblo rural o el barrio de una
c i u dad. De hecho, en el ámbito urbano, se equiparaba de facto los
c onceptos de comunidad y barrio. Investigaciones como las de
W hyte ( 1 9 4 3 ) , los Lynd ( 1 9 2 9 y 1 9 3 7 ) , Gans ( 1 9 8 2 ) , Liebow ( 1 9 67 )
Y And erson ( 1 99 0 ) sobre la vida de determinados barrios y/o ciuda­
d e s en USA constituyen un buen ejemplo de este enfoque tradicio­
n al que Wellman conceptualiza como comunidad local o neighbor­
hood commun ity . Característicamente, en las definiciones de este
ti po d e comunidad se superponen tres elementos constitutivos: la
l't> s i dencia común en una misma localidad, ya sea un pueblo o un
b a r io ; las redes interpersonales que proporcionan a sus miembros
r

s? cia bilidad, ayuda social y capital relacional; y finalmente, los sen-


1 1 n1 i e ntos y actividades solidarios (Wellman, 1 999 : 1 3 ) . Según esta
d efi nición, los barrios que se consolidan como comunidad son
'1lJU ellos que están fuertemente delimitados y densamente interco-
11l' ctados por vínculos múltiples.
DU ANTROPOLOGÍA URBANA

Aunque arropadas bajo nuevas y fundamentadas conceptuali


zaciones, las comunidades locales -o al menos algunas de ellas­
continúan llenas de vida en la actualidad. Eso es precisamente k
que nos demuestra teórica y empíricamente el espléndido tratadc
de Costa9 sobre el barrio lisboeta de Alfama, en el que acuña e.
concepto de « sociedad de barrio» . Costa utiliza este término d�
una manera novedosa, pues se refiere con él «a un tipo de especf.
fico de configuración social, observable en Alfama . . . en el cual el
barrio aparece no sólo como una unidad territorial urbana sine
también como un cuadro social denso y multifacetado y, además,
como una categoría simbólica de referencia social identitaria, es.
pecialmente para la población local, pero también para el exterior»
( 1 999 : 4 9 2 ) . Al emplearlo, Costa reivindica la influencia de una tra.
dición terminológica que condensan las nociones de comer society
de Whyte y sociedad cortesana de Elias, las cuales dan cuenta de
unas configuraciones sociales específicas, con lazos densos, meca­
nismos particulares de estructuración y lógicas propias en los ám­
bitos relacional, cultural e identitario. Paralelamente, para evitar
malentendidos y distanciar su enfoque del modelo isla que duran­
te tanto tiempo caracterizó a los estudios de comunidades urba­
nas, enfatiza que «la sociedad de barrio de Alfama no es ningún
gheto social, pretendidamente aislado, ni lo ha sido nunca. Pero no
por eso deja de constituir un cuadro social local de tipo específi­
co, en el cual se superponen, en un espeso entrelazamiento, múl­
tiples dimensiones de relación humana, donde se gestan estilos de
conducta característicos y formas simbólicas singulares, que se re­
dobla, en una relación simultáneamente expresiva y constitutiva,
de una identidad cultural muy asentada, mantenida por la pobla­
ción del barrio, como entidad colectiva preeminente y como
círculo particularmente relevante de pertenencia personal y gru ­
pal» ( 1 999 : 4 93 ) .
Alfama es una «sociedad de barrio» en la que se producen unas
formas específicas de cultura popular urbana y de identidad de ba­
rrio, unas prácticas y representaciones que están posibilitadas e in·
ducidas por las particulares características del marco de interac ·
s
9. Se trata de una investigación sociológica desarrollada a lo largo de casi dos década
:uyo «terreno de observación » es el barrio de Alfama, situado en el núcleo histórico de Li sboa·
El análisis del barrio, que se erige como «lugar estratégico de la investigación » , gira en t�rn�
d
1 un eje central: el problema de la identidad cultural. La investigación combina una plu ra h a
:le métodos de estudio: sobre la base del trabajo de campo de corte antropológico se ap �n lic
.a mbién otros procedimientos cuantitativos y extensivos. La riqueza de los barrios lisboet�s d:
Jropiciado otra espléndida monografía, la de Grai;:a Cordeiro ( 1 997) sobre el popular barn° _

3ica, en cuyo prefacio Joan Josep Pujadas la califica como «la primera monografía po rt ugue
;a sobre can1po urbano)) .
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILI DADES SOCIALES 151

ción'º que allí se producen. Con este último concepto Costa pre­
t e nde rescatar la dimensión social de la identidad cultural que ha­
b í a quedado obscurecida por los excesivos énfasis sobre su dimen­
� i ón simbólica. « Las identidades culturales -dice este autor- son
� ociales. Es decir . . . son socialmente producidas, divulgadas, trans­
m i tidas, modificadas, aniquiladas, reconstruidas, utilizadas y ac­
c i onadas, todo ello por agentes sociales, en el marco de relaciones
sociales, en el transcurso de procesos sociales y con diversos efec­
to s sociales . . . Así pues, las dimensiones simbólica y social consti­
t u 9v en dos atributos fundamentales de las identidades culturales »
( 1 99 : 50 1 ) .
A un nivel más descriptivo, el marco de interacción de Alfama
e s tá constituido por relaciones de interconocimiento entre las que
se incluyen una fuerte presencia de prácticas de vecinazgo y de vida
asociativa, densas redes de parentesco y de paisanaje, superposición
d e círculos residenciales y profesionales y formas de sociabilidad in­
t e nsa. De una manera más pormenorizada integra los elementos si­
guientes: a) una malla urbana específica, referida a la dimensión
material y morfológica del barrio, con sus callejuelas, recovecos y
escaleras; b) las relaciones que se establecen entre la casa y la calle,
que conlleva una intensa utilización de esta última como espacio de
prolongación de la casa y como espacio colectivo de vecinazgo;
e ) la constitución de subunidades relacionales, focalizadas en torno
a un patio o una esquina, y a otros elementos organizadores tales
c omo una asociación, una tasca o un café; d) las densas redes de ve­
c i nos, familiares, paisanos, amigos y miembros de las mismas aso­
c i aciones; e) una configuración particular de las relaciones de do­
n1 i n ación e influencia, de patronazgo y clientelismo, de poder y de­
pe ndencia ligadas a los círculos de trabajo portuario, a las
a c tivid ades turísticas, a las organizaciones voluntarias locales, a
l a s filiales de los sindicatos y los partidos, y a un cierto mundo de
lll arginalidad; n los códigos vigentes que organizan la conducta, ha­
cen compartir las formas y estilos de proceder, delimitan lo permi­
tid o y lo prohibido, y g) la impregnación de las vivencias cotidianas
P or l as formas locales de cultura popular urbana y por la identidad
co l ec tiva del barrio (Costa, 1 9 99 : 29 8 ) .

d,
1 O. Esta dimensión analítica �onceptualiz� da c.º ?1 º • marco de i � teracción » es concebi-
1 1 Po r Costa a la manera de los •sistemas de d1spos1c1ones» de Bourd1eu, esto es, como una
º'', t, .r, nu act <le mediación entre las estructuras sociales y las prácticas sociales, que es a un tiempo
urada y estructurante. Pero a diferencia de aquellos, los marcos de interacción poseen
'" 1 c·arácter más específico ya que se despliegan sobre tres aspectos o vertientes concretas, de­
:1.' 1 " 1 i n adas por Costa «dimensiones morfológica, relacional y cultural de los marcos de inte­
"''c i c'i n » ( 1 999: 300 ) .
1 52 ANTROPOLOGÍA URBANA

En el barrio lisboeta de Alfama, como en otras grandes ciuda


des, la extensión de las redes no se limita a los círculos de prorj¡
midad espacial inmediata; por el contrario, como han mostrado vai
rios autores (Hannerz, 1 9 8 0 ; Wellman et al. , 1 9 8 1 , 1 9 88 ) , en estoa
universos urbanizados coexisten dos tipos de redes, las redes de
proximidad local y las redes espacialmente dispersas, en las cual�
participan simultáneamente las mismas personas. Pero participai
en redes diversificadas no impide que para la mayoría de los hab¡.
tantes de Alfama las redes sociales de vecinazgo sean como muchli
las más densas de todas, una densidad que viene reforzada PQI
la proximidad espacial y por la frecuente repetición de las interac.
ciones.
Pero las comunidades locales, llámeselas sociedades de barrio <J
neighborhood community , sólo representan uno de los tipos de CQ·
munidad que proliferan en el mundo de hoy. Junto a ellas, coexis.
ten otras en las que se ha deshecho el lazo que unía comunidad .}
lugar. En una era en la que la gente puede utilizar coches, aviones,
teléfonos y el correo electrónico para ver y hablar con los amigos J
los parientes que están lejos, ¿por qué hay que asumir que la gente
que proporciona compañía, ayuda social y sentido de pertenencia
sólo es la que vive cerca? A este interrogante responde Wellman
( 1 999 ) indicando que el análisis de redes ha permitido captar los
rasgos característicos de las nuevas comunidades contemporáneas.
Al separar la cuestión comunitaria de su anclaje espacial (barrio o
vecindario), dicho análisis ha permitido cambiar el enfoque de co­
munidad local por otro que este autor denomina commun ity net­
work (red comunitaria), que supone un interesante cambio de pers­
pectiva y permite captar las transformaciones experimentadas por
las comunidades contemporáneas.
Refiriéndose a estas últimas Wellman afirma que la comuni ·
dad, en vez de desaparecer, « Se ha alejado de su tradicional base
de vecinazgo, al tiempo que ha debilitado los constreñimien tos es·
paciales. Excepto en situaciones de segregación racial o étnic a . . . ,
las comunidades occidentales contemporáneas raramente están
fuertemente delimitados y densamente interconectados por vín cu·
los múltiples. Lo usual e� que estén débilmente delimitadas, uni ·
das de manera dispersa, (formando) redes ramificadas de lazo s es·
pecializados » ( 1 999 : 1 9 ) . Wellman sintetiza la naturaleza de estas
nuevas redes comunitarias en una serie de rasgos que se expone�
a continuación. Cabe señalar sin embargo que, vistos en su tot ah ·
dad, éstos sólo parecen aplicables a una parte de las socie dad es
occidentales (de nuevo el modelo anglosajón en danza, a unque
esta vez especificado por un fuerte «norteamericano-centrism o » ) ·
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 53

E n cualquier caso, se trata de tendencias observadas que en su


�-onj unto diseñan un tipo de comunidad distinto al tradicional
q ue, pese a todo, continuaría existiendo. Los rasgos son los si­
g u ie ntes:
l .º, los vínculos de la comunidad son cercanos y especializados;
esto significa que la gente debe mantener diversos vínculos diferen­
c i ados para poder obtener una variedad de recursos, ya que no pue­
d e suponer que cualquier persona de su entorno le ayudará en no
i mporta qué cosa;
2 .º, forma redes fragmentadas, poco densas, escasamente deli-
11 1 i tadas y cambiantes: esto significa que para recibir ayuda la gen­
te debe cultivar por separado y activamente cada uno de los víncu­
los de su red personal;
3 .º, las comunidades se han alejado de los barrios para disper­
s a rse en redes que continúan ofreciendo ayuda y sociabilidad: esto
significa que las comunidades contemporáneas rara vez forman
agrupamientos locales de parientes y vecinos; la gente mantiene po­
cas relaciones de vecinazgo y los miembros de las comunidades per­
sonales no viven en el mismo vecindario;
4 .º, la intimidad privada ha reemplazado a la sociabilidad pú­
b l i c a : esto significa que en vez de operar en los espacios públicos
d e l vecindario, las comunidades contemporáneas se han instalado
en la privacidad del hogar;
5 .º, las comunidades se ha «domesticado» y feminizado» , es de­
c i r, al cambiar su ámbito de actuación y refugiarse en el espacio do­
méstico, las mujeres, que tradicionalmente han sido las responsa­
bl e s y cuidadoras del hogar, han pasado a ocuparse también de ges­
t io nar y cuidar la comunidad; «así, la naturaleza y el éxito de la
c omunidad está siendo definida ahora en términos domésticos, en
té rminos "de mujeres"» (Wellman, 1 999 : 3 2 ) ;
6 .º, las redes comunitarias ofrecen a los individuos que partici­
P a n en ellas todo tipo de recursos (soporte emocional, información,
s erv i cios, etc.); en ese sentido, desde una perspectiva muy amplia,
s e co nsidera a la comunidad como un componente esencial de la so­
c i edad, en la medida que es una de las vías fundamentales por las
que la gente accede a los recursos;
7 .º, aunque estas redes comunitarias también están pobladas
de p arientes, se observa por doquier una tendencia hacia el
<t t1 m e nto de peso específico de las relaciones amicales. De hecho,
t a] y como muestran algunos recientes estudios, hoy en día resul­
t a u na simplificación afirmar que las sociedades asiáticas son kin­
<J rie n ted (orientadas hacia el parentesco) y que las occidentales son
1 54 ANTROPOLOGÍA URBANA

friend-oriented (orientadas hacia la amistad) . Este fenómeno s�


constata claramente en algunos recientes estudios sobre la Chiné
y Hong-Kong. 1 1
Hannerz apunta a una dirección bastante parecida a la de WeU.
man cuando, matizando a Calhoun ( 1 992) , 12 señala dos cosas: poi
una parte, que el mundo de hoy no sólo se caracteriza por el creci.
miento de las relaciones terciarias y cuaternarias, sino por el gra¡¡
y extenso alcance de las relaciones primarias y secundarias; poi
otra, indica también que pese a que teóricamente podemos distin.
guir entre los referidos tipos de relación, la vida social se ha con.
vertido en un compuesto cada vez más difuminado de relacione�
primarias, secundarias, terciarias y cuaternarias, las cuales se c on.
funden de facto para formar un solo campo. Por eso no es contra.
dictorio hablar de comunidades transnacionales . « Es una cuestión
de parentesco y amistad, de búsqueda del ocio, y de comunidade�
de empresas y de trabajo. Lo personal, lo primario, la pequeña es.
cala no están necesariamente confinados en un espacio reducido y,
del mismo modo, lo que se extiende sobre los continentes tampoco
tiene por qué ser una cuestión de gran escala» ( 1 998: 1 58- 1 59).
Según Hannerz, el estudio de las comunidades transnacionales
permite que los antropólogos continúen cultivando su tradicional
interés por las relaciones primarias, por algo que se aproxima al Ge­
meinschaft. Pero la historia que nos cuentan es nueva, pues se tra·
ta de personas que de una manera continuada están comprometi­
das con dos o más lugares. Por eso afirma que la época en que la
emigración implicaba la disminución y finalmente la pérdida de los
vínculos con el lugar de origen ha pasado ya a la historia; ahora, en
cambio, se habla de «circuitos migratorios transnacionales» para el
caso de los mexicanos en California (Rouse, 1 992: 45), o de «m i·
1 1 . Al analizar las redes de g11a11xi en la China actual. Bian ( 1 999) muestra como en cir·
cunstancias de fluida movilidad social , los tradicionales vínculos de obligación para con los pa·
rientes y vecinos están siendo suplantados por los vínculos con los amigos bien situados; por
su parte, el trabajo de Salaff, Fong y Siu-lun ( 1 999) da testimonio de que, para em igrar a
países occidentales como Canadá, Australia o Gran Bretaña, los chinos residentes en Hong·
Kong utilizan indistintamente los lazos de amistad y de parentesco.
1 2 . Según Calhoun, la clásica distinción de Cooley entre relaciones pri marias (l a s que
establecen vínculos entre personas completas) y relaciones secundarias (establecen víncul os sdo·
lamente entre los papeles específicos que las personas pueden desempeñar) continua s ien o
bastante significativa en la actualidad, pero con todo sólo cubre las relaciones directas en las
que hay presencia física. Este tipo de vínculos cada vez organizan menos la vida social. • Yª no
son esenciales para la sociedad, entendida en el sentido más amplio» (Calhoun, 1 99 2 : 2 1 1 -2 1 2 .
citado por Hannerz, 1 998: 1 5 5) . Por eso propone distinguir entre otros dos tipos de relac i on�s
indirectas: las relaciones terciarias (en las que interviene la tecnología y/o las grandes orga ni·
zaciones de una manera absoluta, y se conforman de acuerdo con Jos patrones impersonal�S
del mercado) y las cuaternarias (en las que una de las partes no es consciente de la exis tencia
de la relación, y se dan básicamente cuando una parte está sometida a vigilancia más o me·
nos discreta).
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISI BILIDADES SOCIALES 1 55

o raciones yo-yo» para el de los brasileños en Nueva York (Margolis,


Í 994: 263) » . 1 3 Considera sin embargo que la extensión a un contex­
to t ransnacional de los viejos énfasis disciplinares no debe hacernos
asar por alto que otros tipos de relaciones directas también son
p
s usceptibles de generar relaciones primarias y por tanto comuni­
dad . Hannerz se refiere en concreto a cómo las relaciones de tra­
bajo son susceptible de convertirse en relaciones primarias y crear
c o munidad, y cita la etnografía de Garsten ( 1 99 4 ) sobre la vida co­
m u nitaria en Apple Computer, basada en los estudios de campo rea­
l i za dos en la central de Silicon Valley y en las oficinas de París y de
Estocolmo. Los antropólogos, señala por último en tono de crítica,
" son propensos a encontrar el Gemeinschaft dentro del Gesellschaft ,
q u i zá porque buscan grupos más o menos encapsulados, o sencilla­
mente porque hacen una etnografía de una manera que mira hacia
d e ntro, sea cual sea el grupo que traten. Sin embargo, no tenemos
que olvidar que los diversos tipos de relación ocurren de manera pa­
ralela, en cadenas heterogéneas y que se influyen mutuamente»
( Hannerz, 1 99 8 : 1 62).
Todavía podemos mencionar otro tipo de comunidad en rápido
proceso de emergencia. Se trata las comunidades virtuales surgidas
al amparo de Internet. Según el principal investigador empírico de
e s te campo, el mencionado Barry Wellman, quien ha analizado jun­
to con sus colaboradores los principales hallazgos relativos a este
n u evo ámbito comunitario (Wellman 1 99 7 , 1 999 ) , las «comunidades
\'irtuales» no tienen por qué oponerse a las «comunidades físicas» :
so n formas de comunidad diferentes, con normas y dinámicas es­
pe cíficas, y que interactúan a su vez con otras formas de comuni­
d a d . Internet es una de las muchas alternativas posibles a la crea­
c i ó n y mantenimiento de las redes sociales.
Para Castells, la mayoría de los lazos en las comunidades vir­
t ual es -al igual que ocurre en las redes personales físicas- son es­
p e c i alizados y diversificados. «Los usuarios de Internet -destaca el
m encionado autor- se unen a redes o grupos on-line sobre la base
d e i ntereses y valores compartidos y como tienen intereses multidi­
n1 ensionales, lo mismo ocurre con las comunidades on-line a las
q ue pertenecen. Sin embargo, con el tiempo, muchas redes que em­
P i ezan como instrumentales y especializadas acaban proporcionan­
d o apoyo, lo mismo material que afectivo, como ocurrió, por ejem­
r l o, en el caso de "SeniorNet", para personas ancianas, o en el de
Sy st ers", una red para científicas informáticas. Por tanto, en últi-
111a instancia la interacción en Internet parece ser tanto especiali-

1 3. Ambos autores ci tados p o r Hannerz , 1 99 8 : 1 60.


zada/funcional como amplia/de apoyo, a medida que la interacció•
en las redes amplía con el tiempo el alcance de la comunicación 1
( 2 00 1 : 4 33 ) . De ahí que Wellman y sus colaboradores considerer
fuera de lugar el temor al empobrecimiento de la vida social a cau
sa de la práctica de la sociabilidad en Internet.
Pero, ¿puede considerarse a las comunidades virtuales como co.
munidades reales? La respuesta que al respecto nos da Castells re.
sulta a mi entender bastante clarificadora: « Sí y no. Son comuni
dades, pero no físicas, y no siguen las mismas pautas de comuni.
cación e interacción que las comunidades físicas. Pero no sor
"irreales", funcionan en un nivel diferente de realidad. Son redes so.
dales interpersonales, la mayoría de ellas basadas en vínculos dé.
biles,14 muy diversificados y especializados, pero aun así capaces d�
generar reciprocidad y apoyo por la dinámica de la interacción sos.
tenida. . . no son imitaciones de otras formas de vida, sino que tie·
nen su propia dinámica: la red es la red. Trascienden la distancia E
bajo coste, tienen generalmente una naturaleza asincrónica, combi·
nan la rápida diseminación de los medios de comunicación de ma·
sas con la ubicuidad de la comunicación personal y permiten múl
tiples pertenencias a comunidades parciales. Además, no existen eIJ
aislamiento de otras formas de sociabilidad. Refuerzan la tendencfa
hacia. . . la reconstrucción de las redes sociales en torno al indivi·
duo, el desarrollo de comunidades personales, tanto físicamente
como on-line . Los ciberlazos ofrecen la oportunidad de tener lazm
sociales a personas que, de no ser por ellos, tendrían vidas sociales
más limitadas porque sus lazos cada vez son más dispersos espa·
cialmente» ( 2 00 1 : 4 3 4 ) .

4. Redes que dan libertad: l a sociabilidad de las mujeres

El estudio de la sociabilidad, en el que se combina el análisi s de


redes con la investigación de los agrupamientos formales e in for·
males, resulta más enriquecedor si cabe cuando se aplica al mundo
de las mujeres, porque entonces sale a luz un universo infravalora·
do y/o socialmente invisibilizado. Como destaca Teresa del Valle
( 1 99 7 ) , la experiencia cotidiana pone de manifiesto que las mujeres

1 4 . Una distinción clave en el análisis de la sociabilidad es la que se establece ent re la·


zos débiles y fuertes. Los lazos débiles son útiles para proporcionar información y abri r opor·
tunidades con un coste bajo. Ya sea otf-line u on-line , los lazos débiles facilitan la relaci ón de
personas con diferentes características sociales, ampliando de ese modo la sociabilida d rnás
allá de las fronteras socialmente definidas de autorreconocimiento. En este sentido, I nte rnet
puede contribuir a ampliar los víncu los sociales en una sociedad que parece hallarse en un pro­
ceso de rápida individualización y desvinculación cívica (Castells, 200 1 : 434).
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 57

dven en redes que les unen a otras mujeres por lazos diversos de
p a re ntesco y consanguinidad, así como de amistad y de trabajos co­
nitmes, pero que con frecuencia se ha minusvalorado o incluso ne­
a a do 1 5 su existencia, o se ha recalcado unilateralmente el papel que
� u rnplen como forma de ligazón con el espacio privado e interior
dd hogar. Contrariamente, a las redes creadas entre varones me­
d i ante la amistad y la cuadrilla, la convivencia en asociaciones vo­
l untarias, la sociabilidad generalizada del café, la experiencia masi­
r a en los deportes de espectadores, el asociacionismo político, etc.,
se les ha atribuido una relevancia y un peso que potencia la pre­
s e ncia y la actividad masculina en el espacio público.
Que la sociabilidad está generizada, y que tal generización es el
re sultado de diversos desarrollos históricos y sociales es algo que
está fuera de cuestión. Durante el siglo XIX y una parte del XX, el pa­
norama que a este respecto presentaban las relaciones sociales en
la s poblaciones urbanas de Europa y Norteamérica puede resumir­
se -simplificando un poco las cosas- mediante dos conceptos con­
trapuestos: «comunidades públicas» de hombres y «comunidades
privadas» de mujeres (Wellman, 1 99 2 ) . Las primeras reunían a los
hombres urbanos en redes comunitarias quasi-públicas, caracteri­
zadas por la similaridad de sus bases sociales y por la frecuentación
asidua y regular de sus componentes a los mismos lugares (esqui­
nas y plazas públicas, bares, pubs, cafés, sedes de asociaciones vo­
l u n tarias, etc.); estas comunidades eran utilizadas por los hombres
p ara divertirse y entablar amistades, pero también para organizar­
se políticamente, para ejercer el gobierno local o supralocal, y para
llevar a cabo diversas tareas colectivas. Por su parte, en un contex­
to marcado por una fuerte división sexual del trabajo y por la con­
s id eración exclusivamente masculina de los espacios públicos, la so­
cia bilidad de las mujeres se caracterizaba por su mayor privacidad,
d e ahí el término de comunidades privadas. En comparación con
l a s de los hombres, las redes de mujeres eran más informales, se
d e s plegaban fundamentalmente en el seno del hogar, donde éstas
se visitaban entre sí en grupos reducidos para proporcionarse com­
P añía y ayuda mutua.
Según Kimmel, en Europa y Norteamérica la industrialización
d e l X IX hizo bastante más que cortar la conexión entre hogar y tra-

1 5.Como han destacado diversos autores (Hammond y Jablow, 1 9 87; Cucó, 1 99 5 ; Kim­
'llcl , durante largo tiempo la cultura occidental negó a las mujeres cualquier capacidad
2000 ) ,
P <t ra la amistad, una idea legitimada y trasmitida por los mitos romanos y griegos, las baladas
d,. ¡ renacimiento y un largo etcétera, en el que hay que incluir por cierto al antropólogo Lio­
" l'l' Tiger ( 1 969), quien llegó a justificarla teóricamente. En contraste, la amistad era conside­

l'<id a c omo un atributo masculino por excelencia.


ANTROPOLOGÍA URBANA

bajo, dividió el mundo social y mental en dos mitades complemen


tarias: «los hombres aprendieron a ser instrumentales en sus rela
ciones con otros hombres; en sus amistades los hombres buscar
compañerismo y no intimidad, compromiso y no confidenciali
dad . . . Simultáneamente, la separación en esferas también convi rti(
a las mujeres en expertas de lo doméstico. De manera creciente, er
la misma medida que los hombres abandonaron el estilo expresivo
(las mujeres) se convirtieron en adeptas de la expresión emocional,
( 2 000 : 2 1 4-2 1 5 ) . De este modo, la desigualdad de género produje
grandes diferencias que a su vez legitimaron las desigualdades exis.
tentes.
Tres estudios etnográficos realizados en Europa sobre mujerei
de clases populares urbanas, pertenecientes a distintas generacionei
y culturas, nos ayudarán a captar el alcance de las transformado.
nes ocurridas a lo largo del siglo XX y la inercia -o si se quiere, e:
profundo peso- de los constructos culturales de género, que a me·
nudo no sólo consiguen hacernos pensar que los hombres y las mu·
jeres vienen de planetas distintos, sino a alterar profundamente tan­
to el significado como las consecuencias de los acontecimientos. Me
refiero en primer lugar al trabajo de Dolors Comas y otros ( 1 99 0)
en el que se analizan más de setenta historias de vida de mujeres de
clases populares de Cataluña entre 1 9 00 y 1 9 6 0 ; a la obra de Ma·
rianne Gullestad ( 1 9 8 4 ) , quien realiza entre 1 9 7 9 y 1 9 8 0 un minu·
cioso estudio etnográfico sobre un pequeño grupo de jóvenes ma·
dres de clase trabajadora, habitantes de la ciudad noruega de Ber·
gen; finalmente, el tercer y último estudio es de Kristi Long ( 1 996) ,
que narra las experiencias de las mujeres de tres ciudades polacas
bálticas ( Gdansk, Gdynia y Sopot) en el movimiento Solidaridad , Y
el significado y alcance de su conciencia histórica. En todos ellos ,
las historias vitales de las protagonistas muestran una fluidez inu ­
sitada entre los espacios personal, doméstico, laboral, de disfrute
del ocio y del tiempo libre, comunitario y político.
En Vides de dona nos adentramos de lleno en una etapa del ca­
pitalismo industrial en la que los modelos de género se hallan bien
perfilados. Dentro de ese contexto, la reconstrucción de los itin era­
rios laborales, domésticos y relacionales de las mujeres perm ite
analizar cómo las experiencias y percepciones femeninas son m e·
diatizadas por las imágenes culturales y hasta qué punto las re fle­
jan o contradicen. En este sentido, el estudio evidencia qu e « las
construcciones sociales referentes a las diferencias de género no s on
siempre coherentes con las actividades que la realidad cotidia na irn ·
pone a las mujeres. La imagen del ama de casa como ideal. . . s e ac�­
ba imponiendo entre las clases populares pese a que con frecuen c ia
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 59

contradice la situación real de las mujeres obreras, obligadas a tra­


bajar para hacer frente a las necesidades de la familia» (Comas
l'I a l . , 1 99 0 : 1 0 - 1 1 ) .
El modelo de la perfecta ama de casa va inseparablemente uni­
do a la definición de un mundo propio de la mujer, vinculado a la
familia y especializado en el cuidado del hogar y los hijos, en el que
t i enen poca cabida las relaciones extrafamiliares, los intereses ex­
t radomésticos y el ocio. Por eso, durante la primera mitad del si­
l! l o xx , la sociabilidad de las mujeres de clases populares se con­
fo rma a un patrón bastante homogéneo. Vista desde la perspectiva
d e l ciclo vital, su vida relacional se limita básicamente a las rela­
c i ones de parentesco y de vecindad. Sólo durante la adolescencia
se l e permitirá un alejamiento de esos espacios de interacción y la
construcción de otros grupos relacionales basados en la edad y el
sexo. Pero tal etapa durará poco, el noviazgo y las obligaciones de­
rivadas del matrimonio contribuirán sucesivamente a enfriar las
antiguas relaciones de amistad. A partir de ese momento, los pro­
t a gonistas de la sociabilidad serán, por este mismo orden, la pa­
rentela y la vecindad. En suma, la vida de la mujer adulta supone
«en cierta medida, el fin del ocio y de las relaciones de amistad
como ejes importantes de la existencia; es la consolidación de la su­
bordinación y la dependencia; es, en definitiva, el cuidado y la
atención de los otros, de la familia, como identidad propia, como
única y obligada realización personal» (Comas et al. , 1 99 0 : 1 1 0 )
Objetivamente, la vida de las jóvenes mujeres del estudio de Gu­
llestad es muy diferente: nos hallamos en un contexto post-indus­
t ri al, en donde toda una serie de procesos interrelacionados refe­
rent es a la transformación del trabajo y de la conciencia de las mu­
i eres está desafiando al patriarcado contemporáneo. Estas mujeres
\·iven y se mueven en los barrios suburbanos de la segunda ciudad
más grande de Noruega, y en ese espacio territorial es donde visitan
a s us amigas y parientes. Todas son trabajadoras asalariadas de baja
cualificación y, en el momento de la investigación, compaginan el
trabajo doméstico y el cuidado de sus hijos con empleos a tiempo
P a rc ial. Su vida relacional es intensa. Los viernes o los sábados por
l a no che suelen salir a cenar en restaurantes o a bailar en discote­
c a s; pero no siempre salen con sus parejas, sino que habitualmente,
a d em ás, en ciertos días fijos al mes, salen con las amigas y sin ma­
r i do s a divertirse (cenar, beber, bailar, ligar) . Sin embargo, el lugar
l11ás importante para estas mujeres es el ámbito privado del hogar. 1 6

. 1 6 . Quizás por esta razón Marianne Gullestad ordena los capítulos del libro de manera
l' I J·c u lar, siguiendo una especie de círculo mágico.
1 60 ANTROPOLOGÍA URBANA

Su vida familiar y buena parte de su vida social transcurre en el es


pacio doméstico; allí se ven casi a diario con las amigas, sentada:
alrededor de la mesa de la cocina (de ahí precisamente el título de
libro: «kitchen-table society » ), para tomar un café, fumar un cigarr¡
llo y charlar de sus cosas y sus vidas. Aquí, al igual que en el traba
jo, las conversaciones entre las amigas giran en torno a sus «asun
tos privados», cuya materia central se compone de tres ingredien te:
básicos: esposo (amor y atracción), hogar e hijos.
Como señala Gullestad, es evidente que estas mujeres partici
pan en otros dominios de la sociedad distintos a la familia y la do
mesticidad. Sus vidas no se hallan confinadas al campo del hogar
tienen un empleo que les proporciona dinero, una vida relaciona
propia (amistad con otras mujeres) y un tiempo de ocio propio de
que disfrutan tanto dentro como fuera del espacio doméstico. Sir
embargo, se encuentran atrapadas en un círculo mágico que se ini
cía en el hogar, sale fuera, al exterior y a la sociedad, para volve1
de nuevo él. Con las amigas, en casa y en el trabajo, siempre «ha
blan de sus "asuntos privados" porque es de eso precisamente de le
que están hechas sus vidas . . . Es en su vida privada (y no en el tra
bajo asalariado) donde encuentran oportunidades de expresar st
individualidad y su identidad como buenas esposas y buenas ma
dres, decentes y moralmente responsables, y como mujeres atracti
vas. El tipo de trabajo que desempeñan no parece ofrecerles esta�
oportunidades . . . Por otra parte, frecuentar discotecas y otros luga
res de baile es un rol que cultivan activamente ya que les da h
oportunidad de expresar y confirmar su identidad de mujere�
sexualmente atractivas » (Gullestad, 1 9 8 4 : 2 9 7 ) . En cierta medida
estas mujeres pueden considerarse típicas de su clase y edad; re
presentan al mismo tiempo las principales tendencias de cambie
genérico presentes en la sociedad noruega (mujeres casadas que sa
len a divertirse de forma habitual sin sus maridos) y las contradic
ciones de un universo de valores en cambio, en el que conviven am·
bigua y conflictivamente dependencia e independencia, iguald ad )
diferencia, ser sexualmente atractivas y ser honestas. En ese con
texto cambiante, la amistad entre mujeres juega un papel esencial
«mediar entre la familia y el matrimonio y el mundo exterior, por­
que es ahí donde se discuten muchos de los conflictos y dilema�
que derivan de integrar los diferentes roles . Cuando se ponen er
marcha nuevos roles y actividades, las mujeres se brindan mutua·
mente soporte, permi so, sanciones, advertencias e interpre tado·
nes» (Gullestad, 1 9 8 4 : 3 1 6 ) .
A pesar de los sustanciosos cambios que median entre la m uj e·
res catalanas de la primera mitad de siglo :xx y las jóvenes norue·
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 161

o as de finales del mismo siglo, existe entre ellas un evidente nexo


Je unión, una especie de cordón umbilical que metafóricamente re­
p res entan la cocina y la mesa de la cocina. 17 Pero, ¿cómo interpre­
tar e ste elemento, como signo de continuidad o desde una perspec-
1 ¡ ,·a que prima el cambio? Dejo este interrogante en el aire para pre­
�entar la tercera y última etnografía.
En su libro We Ali Fougth for Freedom , Long ( 1 99 6 ) narra las ex­
·

periencias de las mujeres polacas en el movimiento Solidaridad, ex­


p l o rando al mismo tiempo los elementos distintivos de su concien­
c i a histórica1ª durante los años 8 0 e inicios de los 9 0 . La autora eli­
g: e este movimiento porque considera que representa uno de los
� l ementos definitorios de la identidad social, tanto colectiva como
personal, de la Polonia de mediados de la transición política, que
coincide con el año 1 99 1 . Defiende que « tanto la experiencia de So­
lidaridad como la conciencia histórica de esta experiencia están ge­
ner izadas, y que las implicaciones de esta distinción de género son
i mportantes para las mujeres, sobre todo porque sus memorias han
s i do relegadas a la posición de memoria privada en una coyuntura
histórica en la que el significado de la memoria privada se está de­
n1luando con rapidez» ( 1 99 6: 1 2 ) .
Para estudiar los rasgos más característicos de la conciencia
histórica del periodo de Solidaridad (década de los 8 0 ) , Long anali­
za las narraciones existentes sobre las míticas huelgas de 1 9 8 0 , los
t i em pos de la ley de excepción y las movilizaciones de protesta por
la situación de la sanidad publica en 1 99 1 ; investiga también las
h istorias públicas y oficiales de Solidaridad,19 al igual que la icono­
gr a fía de ésta. Lo que resalta de su minucioso análisis sobre dichos
t e mas es el olvido sistemático de las mujeres activistas: mientras los

1 7 . Como señala Teresa del Valle, •la asignación de un espacio implica la capacidad de
,· ,t ablecer límites y cierres y la posibilidad de trascenderlos• . Ver a este respecto sus intere­
'ª n t e s análisis y reflexiones en el capítulo 11 de su libro A ndamios para una ciudad ( 1 99 7 ) .
1 8. Long define al concepto de •conciencia histórica• como una ideología del pasado
l[ l i L' explica acontecimientos pasados en términos de • historia• , esto es, explica los porqués de

I" h i storia, de la identidad colectiva y de la política, y los proyecta en el presente, razón por la
c u a l representa una importante fuerza activa de la dinámica colectiva. •La conciencia h istóri­
c a implica una definición específica de los acontecimientos . . . En la conciencia histórica se de-
1 1 1 1 e y atribuye significado a los acontecimientos y personas significativas del pasado a través
ck• u n proceso de descontextualización y reensamblaje en conjuntos simbólicos (o a veces en
'"' rn njunto simbólico) basados en la aplicación de principios subyacentes culturalmente de-
1 ''l"n1inados, que son los que organ izan los mencionados conjuntos y que son movilizados en
1" re presentación histórica. De esta forma, la conciencia histórica puede fijar y limitar los sig-
1 1 i l" i <:ados atribuidos y las experiencias de los acontecimientos• ( 1 99 6 : 7 ) .
1 9 . Tales h istorias se hallan bien representadas por la película de Andrzej Vajda El
1' "
1 1 1 b re de h ierro , que recrea la historia del nacimiento del sindicato en Gdansk, en agosto
de 1 980, narrando la vida de un activista singular, Tomczyk, líder de la huelga en la rnen­
' '" nada ciudad.
1 62 ANTROPOLOGÍA URBANA

relatos resaltan el papel activo de los hombres en la organización


su liderazgo de la oposición y la protesta, la actividad que desarro
llan las mujeres posee un carácter tranquilo (pasivo) y sacrificia}
Long realiza un espléndido análisis de las imágenes de la ma
ternidad en la conciencia histórica de las mujeres polacas. Nos des
cubre que tras una narración que las mujeres repiten una y otra ve;
(muchas mujeres cuentan que entraron en contacto con el movi
miento a través de roles que son construidos como maternales)
subyace una figura mítica, la «Matka-Bohaterska» (la madre heroí
na), ensalzada por los movimientos nacionalistas polacos y que vol
vió a reaparecer con fuerza en los tiempos de Solidaridad. «Las mu
jeres activistas en la oposición polaca Solidaridad -dice Long- he.
redaron a la Matka-Bohaterska como una imagen controladora
otorgadora de poder (empowering) al tiempo que limitadora. Cuan
do hablo de imagen controladora, me refiero a . . . una construcciór
simbólica que define los atributos y la conducta de las mujeres, um
imagen exagerada o idealizada impuesta sobre el grupo específico
La Matka-Bohaterska define a las mujeres fundamentalmente come
madres y no como trabajadoras, revolucionarias o incluso como in·
dividuos. A través de estas imágenes las mujeres activistas puede11
llegar a ser definidas fundamentalmente por el género . . . pero p01
un tipo particular de roles tradicionales de género al servicio del na·
cionalismo» ( 1 99 6: 1 3 6 ) .
El activismo femenino es un aspecto importante y ampliamen·
te ignorado de la historia de Solidaridad. Muchas mujeres realiza·
ron actividades vitales a lo largo de la historia de este movimientc
(organizaron células del sindicato en sus lugares de trabajo, abas·
tecieron las huelgas, a los encarcelados, a los trabajadores clandes·
tinos y a los activistas ocultos, trabajaron en la publicación y dis­
tribución de la prensa clandestina, y fueron especialmente impor­
tantes en el mantenimiento de los canales de comunicación ) Y
sufrieron consecuencias por ello. Sin embargo, aunque el ser acti­
vistas en Solidaridad transformó profundamente la vida de much a s
mujeres polacas, la fuerza de los estereotipos y de los atributos de
género tuvo importantes repercusiones en lo que respecta su posi­
ción en la Polonia postcomunista, unas repercusiones en las que los
aspectos negativos parecen primar sobre los positivos. Los roles es­
tereotipados de género y el resurgimiento del nacionalismo catól ico
han representado importantes obstáculos para las mujeres activis­
tas, cuya marginación económica y política se intensificó de sde la
caída del Partido comunista en 1 9 89 . A mediados de los 9 0 , Soli da ­
ridad era un sindicato altamente burocratizado y jerarquizado , en
el que las mujeres se hallaban excluidas de una manera desoropor·
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 63

.: i onada de los centros de decisión. Es más, según Long, en el seno


d d actual sindicato Solidaridad, «la hostilidad hacia el feminismo
, Ja equiparación entre comunismo y organización de mujeres han
�- o ntribuido a negar la legitimidad de cualquier organización inde­
p endiente de mujeres auspiciada por Solidaridad. Cuando las mu­
j eres del sindicato han intentado hacer esto (y por lo tanto usar el
p od er social, cultural y político de Solidaridad para su propia lucha
p olítica) han tenido una oposición virulenta» ( 1 99 6 : 1 7 0 - 1 7 1 ) .
El caso de las mujeres activistas polacas parece destacar de nue­
, · o la continuidad de las construcciones sociales referentes a las di­
fe rencias de género. No obstante, no es ese el tipo de mirada que
e s cogemos. Por el contrario, en un contexto como el actual, en el
q ue la inercia de los modelos culturales parecen imponerse a las
t ransformaciones y al cambio, resulta enormemente valioso utilizar
el concepto de « agencia social» (agency) como instrumento analíti­
co para observar las luchas cotidianas de las mujeres para enfren­
t arse a la discriminación y la subordinación. Siguiendo a Giddens
( 1 9 8 1 ) , Lourdes Velasco define este término como «la capacidad
que tiene el ser humano sobre su medio ambiente a través de su
propia acción, por lo que el orden social se construye en múltiples
espacios, con múltiples lógicas y por múltiples agentes, que no se
agotan en el espacio público de la política del Estado ni en el re­
cientemente privilegiado mercado global» ( 2 000 : 2 ) . Esta manera de
conceptualizar a las mujeres como agentes sociales forma parte
de una postura teórico-política que privilegia la capacidad de trans­
formación de las relaciones de poder, antes que la sujeción a las re­
l a ciones de poder.
En esa misma línea argumental Teresa del Valle destaca que los
c ambios no ocurren de la noche a la mañana, y que esto es espe­
ci a l mente cierto en aquellos colectivos que, como el de las mujeres,
s e hallan en situación de mutismo sociocultural. En los procesos de
c ambio, para ayudar a vencer ese mutismo, resultan enormemente
i m portantes los «espacios puente» , de los que son buen ejemplo tan­
to el asociacionismo como los grupos y redes informales que unen
a l as mujeres entre sí. Tal y como los entiende esta autora, los es­
Pacios-puente «Se configuran inicialmente en función de las delimi­
ta ci ones establecidas entre lo doméstico y lo exterior y entre lo in­
t e ri or y lo público. Ayudan a mantener una mayor fluidez entre los
espacios y llevan a un debilitamiento de los límites establecidos . . .
U n a de sus metas es la de ser apoyo para el cambio. Sin embargo,
�n el caso de los grupos mudos, el espacio puente puede servir para
1 11 i c iar la verbalización de sus modelos» ( 1 99 7: 1 64- 1 6 5 ) . En las úl­
t i rnas décadas, los espacios-puente tradicionales con que contaban
1 64 ANTROPOLOGÍA URBANA

las mujeres -generalmente de carácter informal, y basados princ¡.


palmente en relaciones de amistad, vecindad, de ocio o trabajo­
se han visto reforzados unas veces y confrontados otras por nuevai
formas de asociacionismo que han jugado un importante papel er
la concienciación y praxis de la situación de desventaja en la que S€
encuentran las mujeres.
En todo ello, ha tenido una gran incidencia el movimiento fe .
minista, cuya influencia parece estarse multiplicando en los últi.
mos tiempos. Este nuevo y poderoso impacto del feminismo e!
fruto de la combinación de cuatro transformaciones trascenden.
tales: la incorporación masiva de la mujer al trabajo remunerado
su creciente control sobre la oportunidad y frecuencia de los em.
barazos; el ascenso de un movimiento feminista muy diversifica.
do; y finalmente, «la rápida difusión de las ideas en una cultura
globalizada y en un mundo interrelacionado, donde la gente y la
experiencia viajan y se mezclan, tejiendo un hipertapiz de voce!
de mujeres a lo largo de la mayor parte del planeta» (Castells
1 99 8 : 1 62 ) .
Es evidente que la situación del feminismo es extraordinaria·
mente variada. Mientras que en las sociedades occidentales existe
un movimiento feminista multifacético, fragmentado y de amplia
presencia, en los países en vías de desarrollo la situación se revela
compleja y contradictoria.20 No obstante, uno de los acontecimien·
tos más importantes de las dos últimas décadas es gran expansión
por todo el mundo de lo que, desde el propio feminismo, se ha con·
venido en llamar el movimiento amplio de mujeres . Según Virginia
Maquieira, que resume esta idea a partir de la experiencia latino a·
mericana,21 dicho movimiento aglutina a «formas de organización )
de lucha que transcurren en diferentes espacios, con diferentes tem·
poralidades, que combinan objetivos que van desde la mejora del
bienestar familiar y comunal hasta objetivos a más largo plazo en
relación a la subordinación . . . (y que tienen también) una prese nc ia
desigual en la escena social. Plantean diferentes demandas, inclu so
contradictorias y no siempre expresan en forma evidente reivi ndi·
caciones que apunten a transformar las relaciones de género»
( 1 995 : 26 9 ) .
En ese sentido, en los países en vías de desarrollo se evide ncia
un extraordinario ascenso de organizaciones populares, especi al ·

20. A este respecto, consultar entre otras la síntesis que realizan Maquieira ( 1 99 5 ) Y cas ·
tells ( 1 99 8 : 20 1 - 2 2 8 ) .
2 1 . Para ello recoge los trabajos de Luna, 1 990 y 1 994; Jaquette, 1 98 9 ; Jelin, 1 99 4; Var·
gas, 1 99 1 .
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 65

111 e nte notable en las áreas metropolitanas, creadas y dirigidas ge­


ne ralmente por mujeres. En el origen de tales agrupaciones se en­
c u e ntran los graves procesos que afectan a estas sociedades, que
combinan la explosión urbana, la crisis económica y las políticas
L'statales de austeridad, y que han planteado a la gente (y en espe­
c i a l a las mujeres como responsables últimas de la supervivencia
f amiliar) el dilema de luchar o morir. Este es precisamente el caso
q ue nos plantean los estudios de Mercedes González de la Rocha
sobre las mujeres de clases trabajadoras de la ciudad mexicana de
Guadalajara ( 1 99 4 ) , y de Teresa Caldeira ( 1 9 8 4 ) sobre los diferen­
t es tipos de «participación» de las mujeres de Sao Paulo. En esta
última obra, Caldeira resalta que en Latino América y bajo los con­
d icionamientos urbanos contemporáneos, el rol tradicional de las
m ujeres de cuidadoras del hogar puede favorecer su participación
pol ítica. Algunas actúan para mejorar las condiciones de vida de su
familia y de su vecindario más próximo, pero lo hacen de manera
i ndividual y a través del patronazgo; otras actúan colectivamente,
organizando todo el barrio y ejerciendo una presión política de ca­
rácter grupal. Pero pese a las diferencias que separan a estas for­
mas de participación, ambas se construyen y legitimizan sobre el
mismo elemento: el rol tradicional de las mujeres de cuidadoras y
defensoras del hogar. Todas estas acciones públicas constituyen
u n a experiencia de aprendizaje que hace que las mujeres, frente a
l a indiferencia del gobierno ante sus problemas, sientan la necesi­
dad de ejercer acciones políticas, incluso si ellas definen tales
acciones en términos muy distintos a los explícitamente políticos.
Como afirma Castells ( 1 99 8 : 2 1 4 ) tras hacerse eco de diversos es­
t udios latinoamericanos,22 estos esfuerzos colectivos han transfor­
mado la condición, la organización y la conciencia de las mujeres,
p ro porcionándoles una nueva identidad colectiva como mujeres
d otadas de poder.
Este «feminismo práctico» (término que con deliberado afán
P ol émico emplea el referido autor para referirse a esta corriente
amplia y profunda de las mujeres en el mundo actual), también se
h a l la presente en las sociedades occidentales; aparece entre las mu­
ieres de la clase obrera y en las organizaciones comunitarias, pero
también en asociaciones como las que estudia Maquieira ( 1 99 5 ) en
22.Además de los trabajos citados por Castells ( 1 99 8 : 2 1 4 ) se pueden consultar entre
' ' 1 ro s
,

los distintos artículos que tratan este tema en las sucesivas recopilaciones sobre movi-
1 1 1 i L' ntos
sociales en Latinoamérica editados por Escobar y Alvarez ( 1 992) y Álvarez, Dagnino
1 Escobar ( 1 99 8 ) , al igual que los libros editados por Rowbotham y Mitter ( 1 994) y por Chatty
1 Rabo ( 1 997), que se ocupan respectivamente de los movimientos de mujeres en Asia, África
1 L at inoaméricas, y de las organizaciones de mujeres tanto formales como informales en
O r i e n te Medio.
1 66 ANTROPOLOGÍA URBANA

la Comunidad de Madrid, que se caracterizan por estar compuesta¡


por mujeres y por trabajar a favor de éstas.23 Incluso las asociado.
nes de amas de casa, orientadas a reforzar las tareas domésticas
poseen un carácter transformador. De hecho, como afirma del Va.
lle, «las mujeres que se introducen en algunos de estos grupos sue.
len ampliar su círculo de relaciones y el alcance de sus movimien.
tos ya que los motivos principales por los que valoran su pertenen.
cía tienen que ver con "establecer relaciones con la gente" . � . .

potenciar su desarrollo personal» ( 1 99 7 : 1 8 3 ) . Tanto unas organiza.


dones como otras deben ser consideradas como espacios de socia.
lización activa, en los que se producen cuestionamientos, rupturai
y redefiniciones de las orientaciones recibidas, así como la incor.
poración de nuevos modelos que son esenciales para la superación
de la discriminación genérica (Del Valle, 1 993 ) .
A lo largo de todo el siglo xx las mujeres han formado grupol
con objetivos políticos, ya sea para participar en las manifestado.
nes callejeras durante la revolución egipcia de 1 9 1 9 o para protes­
tar por la presencia de misiles nucleares en Greenham Common
(Gran Bretaña) . Esta imagen combativa no se aviene demasiadc
bien con aquella otra forjada por los accidentales sobre las mujere5
de Oriente Medio, en la que aparecen como sombras silenciosas, e
como víctimas indefensas de costumbres y tradiciones represoral
que les imposibilitan organizar y crear grupos voluntaria y autóno·
mamente. Las investigaciones realizadas a partir de los años 7 0 han
comenzado a descorrer el velo que ocultaba la importancia de lal
actividades políticas y económicas de las mujeres y a devolverles su
papel de agentes sociales.
Pero todavía hoy, la documentación referente a los grupos de
mujeres del Oriente Medio es muy escasa. Como señalan Chatty )
Rabo ( 1 99 7 ) las razones de esto son múltiples y en ellas se combi·
nan el prejuicio y la ocultación. En efecto, por un lado, a las imá·
genes occidentales que enfatizan la reclusión de las mujeres se
suma el hecho de que en la mayoría de países de esta zona es no ·
table la ausencia de la libre asociación de mujeres: sus gobiernos se
resisten todavía a que éstas formen sus propios grupos, y la gran
mayoría de las organizaciones formales de mujeres están polític a·
mente controladas (están organizadas por el propio Estado o bien
forman parte de partidos políticos o de organizaciones religi osa s).
2 3 . De la amplia tipología asociativa que presenta esta autora (en la que se incluyen ]os
campos asistencial, feminista, inmigrantes, promoción laboral, promoción sociocultu ral . pro·
moción de la salud, profesionales, sindicales, vecinales, deportivas y recreativas), las organ iza·
ciones feministas sólo suponen el 1 9 ,4 % del total.
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILI DADES SOCIALES 1 67

i:, n general se piensa que tales organizaciones no merecen ser es-


1 u di adas ya que han sido creadas, organizadas y continúan bajo la
1 u t ela y patronazgo de los hombres. Un interesante estudio sobre
e s tos aspectos es el realizado por Suad Joseph ( 1 99 7 ) sobre las aso­
c i aciones formales de mujeres del Líbano, en el que sugiere que las
mujeres activistas de tales organizaciones no hacen sino reprodu­
c i r las estructuras de dominación masculina, basadas en la relación
p a trón-cliente; por esto considera que dichas asociaciones «aunque
aii.aden un componente femenino a la sociedad civil, no constitu­
,·en la base de un movimiento autónomo y liberador de la mujer»
( 1 99 7 : 59 ) . Por otra parte, la falta de documentación es también
un a consecuencia del miedo. El temor al desmantelamiento, a ser
prohibidas o reprimidas por el peso de la ley hace que muchas aso­
ciaciones y grupos de mujeres, formales e informales, operen de
¡á cto en condiciones de clandestinidad, por lo que su existencia y
actividades sólo son conocidas en círculos muy reducidos y de di­
fícil acceso.
Pese a todo, en las sociedades de Oriente Medio la mujeres for­
man grupos, son agentes activos al igual que lo son sus coetáneas
de Asia, África y Latinoamérica, cuyas organizaciones y redes están
c omparativamente bastante mejor documentadas. Sin excepción, en
todos estos países las mujeres se reúnen y apoyan entre sí para ayu­
darse y adquirir fuerzas, para aprender y compartir ideas que me­
j oren sus vidas; en muchos casos, si las mujeres no tomaran en sus
manos su destino y el de sus familias simplemente no sobrevivirían.
Forman cooperativas, asociaciones y grupos de autoayuda, forma­
l es e informales.
Chatty y Rabo se hacen eco de la desconfianza y el temor que
en t o do el Oriente Medio despiertan los grupos y organizaciones de
m ujeres, y también del empeño de las diferentes agencias guberna­
me ntales por controlarlas, reprimirlas o suprimirlas. En su intento
por comprender la naturaleza de dicha amenaza apuntan lo si­
guiente: «en el Oriente Próximo la sociedad civil no es un principio
que organice el control y el gobierno de los grupos. La familia, el
g rupo de parentesco y en último término la tribu son las unidades
(básicas) de organización con las que se cruzan otras asociaciones
a menudo consideradas amenazadoras. La voz del individuo no es
i m p ortante ni para la tribu ni para el grupo de parentesco, pero re­
s u l t a fundamental para una sociedad civil basada en grupos de in­
te rés común. Los grupos organizados, ya sea de hombres o de mu­
i e res, son considerados como una amenaza por la mayoría de esta­
d os monárquicos y oligárquicos del Oriente Medio, donde el jefe de
l a n ación es considerado como el líder supra-tribal o el cabeza de
lM ANTROPOLOGÍA URBANA

la familia nacional. De ahí que los grupos organizados sean cuida


dosamente controlados y monitorizados. A los hombres se les per
miten los clubs deportivos, los clubs de graduados y algunas aso
ciaciones culturales; mientras que las mujeres están limitadas a la:
organizaciones de ayuda a discapacitados o enfermos . . . Así, en la:
sociedades en las que el consenso civil no es importante, donde h
voz del individuo es insignificante, donde se teme a las asociado
nes que atraviesan a los grupos de parentesco y a las tribus, las mu
jeres que se organizan en grupos son consideradas como una ame
naza para las instituciones existentes» ( 1 99 7 : 1 7- 1 8 ) .
El Oriente Medio es extraordinariamente heterogéneo. La vidé
de las mujeres difiere también drásticamente. Pero dentro de esté
gran variedad hay un tema que permanece constante: las mujerei
-más que los hombres- están atrapadas por los vínculos y obli
gaciones del parentesco. Aunque los hombres son los símbolos vi
vientes de los vínculos agnaticios, las mujeres son a menudo las res
ponsables de expresar tales sentimientos. Para la mayoría dt
las mujeres del Oriente Medio, los «grupos de mujeres» consisten er
mujeres con las que se comparten lazos de parentesco o afinidad
Y esta afirmación es cierta tanto para las áreas rurales como en lm
contextos urbanos; aquí, sin embargo, las mujeres también trabajar
e interaccionan con otras mujeres con las que no están emparenta·
das, pero aún en este caso, dichas relaciones suelen expresarse cor:
el lenguaje del parentesco.24 No obstante, estén o no integradas poi
parientes, las redes que entretejen las propias mujeres con su acti·
viciad cotidiana les permiten dar un paso adelante, salir a un exte·
rior que formalmente les está vedado y mostrarse como activista5
(políticos).
Tal y como muestra el interesante estudio de Seteney Shami so·
bre las dos zonas de squatters más pobres y más densamente po·
bladas de la ciudad jordana de Aman (habitadas por familias de re ·
fugiados palestinos que huyeron de su país durante los éxod os de
1 9 4 8 y 1 9 67 ) , en tales barrios, las redes de parentesco y de coope·
ración que sostienen con su actividad diaria las mujeres desem pe ·
ñan un papel esencial en la vida de la comunidad: definen la ideo·
tidad de sus habitantes, llenan de significado sus relaciones soci a·
les, les proporcionan el soporte y la ayuda necesaria en los
momentos de dificultad e inseguridad económica, y sirven tam bién
para negociar con los poderes públicos cuando los proyectos de re·
novación urbana amenazan con reestructurar algo más que l os e s·

2 4 . Véase a este respecto, entre otros, los trabajos de Joseph ( 1 997 ) . Rosander ( 1 99 7 ) 'j
Shami ( 1 997).
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 69

p a cios físicos en los que se mueven estas mujeres y sus familias.


p�ro vayamos por partes.
Sacar adelante una familia numerosa con muy poco dinero es
u n a tarea ardua y que ocupa mucho tiempo. Para hacerla posible,
l a s mujeres de las distintas unidades domésticas se ayudan mutua-
111 ente en las tareas del hogar, en la compra y en el cuidado de los
n i ños; se socorren en los apuros financieros e intercambian infor­
m aciones diversas. En ese sentido, se puede decir que los hogares
que reciprocan diariamente forman «unidades de ayuda mutua » . Se­
g:ún el modelo predominante, dichas unidades tienden a estar for­
;n a das por cuñadas (por la hermana del esposo y la esposa del her-
111ano ), pero son creadas y mantenidas por las mujeres indepen­
d i entemente del tipo de relaciones que mantengan los cabezas de
fam ilia. Poseen cierta continuidad en el tiempo, pero están en re­
rnodelación permanente, al igual que lo están las relaciones socia­
l es de las mujeres.
Las visitas constantes y el flujo permanente de comidas y niños
une a estos hogares que, según las definiciones administrativas,
pueden encontrarse en diferentes zonas de la misma área residen­
c i al o en barrios distintos. El problema es que las definiciones ad­
ministrativas del espacio (público / privado), no coinciden con las
definiciones emic del espacio doméstico y del espacio privado. «En
realidad una unidad doméstica tiene, además del espacio privado de
l a casa que ocupa, el uso del espacio privado de los diferentes ho­
gares de sus unidades (de ayuda). El ir de aquí para allá entre estas
casas no se considera ni ir de visita ni salir a la esfera pública, in­
cl u so si eso supone cruzar la calle mayor o la zona del mercado.
Cuando las casas están unidas por reciprocidad, el vínculo que les
un e es tan estrecho que crea un espacio "privado" limitado que in­
cl uye las casas y los lugares de paso de la unidad » (Shami, 1 99 7 :
9 5 ) . Consecuentemente, el espacio doméstico es algo que se extien­
de más allá de los límites físicos del hogar familiar, ya que incluye
t odo un espacio construido y delimitado por las visitas, los inter­
c a mbios, las actividades diversas que mantiene la familia.
Cuando el Estado, a través de las autoridades municipales de
Aman y los proyectos de remodelación urbana en marcha constru­
\'e sus propios límites y definiciones espaciales, delimitando la casa
como lo privado y la calle como lo público, lo que en realidad está
h ac iendo es extender el espacio público al reino más íntimo de lo
Priv ado. Es así como los espacios domésticos -integrados por ca­
sas , pasadizos o lugares de paso y «Centros comunitarios »- se con­
\' i erten en arenas de negociación y contes tación pública. Es así
como las mujeres, asumiendo su rol de madres, esposas y «guar-
1 70 ANTROPOLOGÍA URBANA

dianas del espacio doméstico» , ataviadas con sus bordados traj�


palestinos, se arrogan el papel de defensoras y negociadoras ante
los agentes públicos de dicho ámbito. Como señala Shami, en rea.
lidad, en este caso, «lo doméstico no es en absoluto sinónimo dé
privado» ( 1 99 7 : 9 7 ) .
El interesante trabajo de Shami nos confirma la enorme diver.
sidad del movimiento feminista, un movimiento tan amplio que in­
cluye a las mujeres que no se reconocen a sí mismas como femi­
nistas o que incluso ponen graves objeciones al término. Todos es­
tos movimientos sin embargo se hallan empeñados en la misma
tarea fundamental: «a través de las luchas y los discursos, . . .
de/re/construir la identidad de las mujeres despojando del género a
las instituciones de la sociedad . . . Bajo diferentes formas y median­
te caminos diferentes, el feminismo diluye la dicotomía patriarcal
hombre/mujer tal como se manifiesta en las instituciones y la prác­
tica sociales» (Castells, 1 99 8 : 22 8 ) . Movimiento amplio de mujeres
o mujeres unidas en redes, unas redes que -parafraseando el títu­
lo del conocido trabajo de Riechman y Fernández Buey sobre mo­
vimientos sociales- dan libertad.
6

LOS MO VIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTE XTO :


CRISIS DE LA MO DE RNIDA D Y E VOLUCIÓN
DIACRÓNICA

Como han destacado numerosos autores, la historia de las so­


ciedades contemporáneas puede considerarse como una historia de
movimientos sociales. Aunque su presencia es constatable en for­
maciones sociales anteriores, se les puede conceptuar en parte
como un producto de la sociedad moderna. En efecto, por un lado,
el impacto de las revoluciones industrial y francesa propiciaron la
disolución de los vínculos e identidades tradicionales y liberaron las
fuerzas de lo social para que pudieran ponerse en movimiento. Por
otro, las condiciones sociales de la modernidad, espoledas por la in­
dustrialización, la urbanización y la alfabetización, posibilitaron y
exigieron a la vez el surgimiento de nuevas formas de acción políti­
c a . De esta forma, los movimientos sociales adquirirán rasgos nue­
\'os. Entre otras cosas, como indican Riechmann y Fernández Buey
( 1 9 94: 1 2 ) , ensayan nuevas formas organizativas (desde los sindica­
t o s de trabajadores hasta las ONG de cooperantes voluntarios), ad­
q uie ren racionalidad estratégica (se coordinan voluntades y se mo­
\'i li zan recursos para alcanzar objetivos previamente determinados)
' ganan autorreflexividad (aprenden a actuar sobre sí mismos para
obtener efectos sobre su entorno).
Producto a la par que productores de la modernidad, los movi­
n1 i e ntos sociales son también determinantes en el desarrollo de la
teoría social. A lo largo de casi dos siglos, su evolución y sus cam­
b i os propician sucesivas oleadas de análisis y reflexión. Durante
lo do ese tiempo, las transformaciones de las sociedades occidenta­
l e s s e describen de diferentes formas y se denomina a cada nueva
l ase con calificativos diversos (capitalista o industrial, postindus-
1 72 ANTROPOLOGÍA URBANA

trial, postmaterialista, postmoderna o informacional). En cada una


de ellas, se hace evidente la estrecha relación existente entre las
cambiadas condiciones sociales y las nuevas formas de acción co.
lectiva. Si los movimientos sociales pueden ser entendidos como ex.
presión de las contradicciones y el malestar que ha traído consigo
la modernidad, la crisis de esta última conduce a ver a los movj.
mientas sociales como encapsulando las contradicciones inherentes
de la sociedad, que ponen de manifiesto las limitaciones económi.
cas, políticas, sociales y morales de una cultura guiada por la idea
de progreso. La lógica de la producción y de la burocratización, ca.
racterísticas del proceso de modernización, habrían conducido a
una desestructuración sociocultural. Los teóricos de los movimien­
tos verán en las formas de acción colectiva una respuesta a los ex­
cesos de la modernidad y una alternativa a la racionalidad domi­
nante.
En un primer tiempo, y ante la imposibilidad de abarcar todas
las interpretaciones que desde la perspectiva de los movimientos so­
ciales se han venido formulando sobre la crisis de la modernidad,
me centraré en algunas de las aportaciones que me parecen más su­
gerentes, concretamente las elaboradas por Touraine, Melucci, Offe
y Castells. Los tres primeros autores nos ofrecen una aproximación
a la comprensión de las transformaciones acaecidas en la sociedad
industrial, de las cuales los movimientos sociales son testigos privi­
legiados a la vez protagonistas activos en la formulación crítica de
la modernidad; mientras que Touraine y Melucci comparten en su
trabajo el interés por la dimensión sociocultural, Offe se centra m ás
en la dimensión política (Tejerina, Sobrado y Aierdi, 1 995 ) . Cierra
esta breve contextualización teórica el análisis de Castells acerc a del
surgimiento de la sociedad informacional y su relación con los mo­
vimientos sociales actuales. Arropados con estos sugerentes marcos
teóricos y tomando como punto de partida las movilizaciones e ini­
ciativas ciudadanas de los años 6 0 , abordaremos en un segundo
tiempo la evolución y rasgos de los movimientos sociales a los lar­
go de las cuatro últimas décadas.

1. La sociedad postindustrial según Offe, Touraine y Melucci

Desde el marco de una sociología de la acción, 1 Touraine ac uñó


el término de sociedad postindustrial o sociedad programada para
l . En su obra Sociología de la acción ( l 969b ) , Touraine define su marco de análisi s c 0111 ?
aquel que busca la comprensión de los actores y los conflictos antes que los princi pios qude �­
gen la sociedad; de ahí que los movimientos sociales se conviertan en el objeto centra l e 8
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 73

d efinir las transformaciones de las sociedades industriales avanza­


d a s. Consideró que en el capitalismo tardío se había producido un
cambio en los sistemas de dominación que habrían dado lugar a un
n uevo tipo de dominio, a la vez más extensivo y difuso. Este nuevo
t ¡ p o adoptaría tres formas o dimensiones: primera, en los sistemas
complejos de organización presionarían no sólo sobre el trabajo
s i no también sobre las relaciones y las actitudes; segunda, exten­
di éndose más allá de la producción, asistiríamos a una dominación
de la información y del consumo; y tercera, paralelamente, existiría
u n creciente imperialismo de los centros mundiales de poder. Para
Tou raine estas tres dimensiones de la dominación están presentes
e n todos los grandes movimientos sociales de la actualidad, unos
m o vimientos que no se definen únicamente por un conflicto eco­
nómico sino sobre todo por su oposición a una dominación políti­
c a , social y cultural.
Según Touraine en las sociedades económicamente más avan­
zadas, el contexto de acción de los movimientos sociales contem­
poráneos vendría definido por el control (dominio) de las grandes
organizaciones sobre los sistemas de información y los universos
simbólicos. La sociedad postindustrial debe ser vista como un sis­
tema económico y tecnológico, pero también como un sistema de
producción de bienes simbólicos. La llegada de la sociedad del co­
nocimiento y de la información determina el sentido y la identidad,
de ahí que los movimientos sociales se constituyan como proyectos
alternativos al modelo dominante. «Y es que lo que ellos atacan
-viene a decir Touraine- son los problemas ligados a la moderni­
dad capitalista y a la cultura masificada; son las formas principales
de poder lo que se cuestiona» ( 1 999 : 77 ) .
En este mismo sentido, Melucci también considera que los con­
fl i ctos a los que hacen frente los movimientos sociales no son sólo
e c onómicos sino también culturales. « Los conflictos -dice este au­
t o r- se desplazan del sistema económico-industrial hacia el ámbi­
t o cultural: se centran en la identidad personal, el tiempo y el es­
pa cio de vida, la motivación y los códigos del actuar cotidiano»

" ic iología de la acción, en la que juegan una importancia sobresaliente los conceptos de his-
1 "ricidad, conflicto social y movimiento social, ya que los movimientos sociales expresan el
'< in!l icto por el control de la historicidad. Es al final de esta obra cuando Touraine plantea
H n i nterrogante al que consagrará toda su sociología posterior: «¿qué tipo de movimiento so­
,. , a l j u gará en la civilización industrial el rol que el movimiento obrero ha jugado durante el
P l c· n o desarrollo de la economía capital ista y el nacionalismo en los inicios de la industriali­
'" c ión ?» (l 969b: 463) . Concretamente, es en el l ibro La sociedad post-industrial donde este
'' 1 1 t o r
empieza a perfilar los contornos tanto de los cambios experimentados en las socieda­
�les i ndustriales y de los conflictos generados por los mismos, como de las características de
' '' n u evos movim ientos sociales.
1 74 ANTROPOLOGÍA URBANA '

( 1 99 4 : 1 2 8 ) .
Desde su punto de vista, la nueva sociedad de la infor,.
mación modifica drásticamente las formas de acción colectiva, de
ahí se deriva la consideración de los movimientos como verdaderos
«medios que nos hablan a través de la acción» . Los movimientos so.
ciales jugarían un papel sobresaliente en la construcción de la iden.
tidad, puesto que en una sociedad fragmentada «la identidad debe
ser restablecida y renegociada continuamente» ( 1 99 4: 1 33 ) . En un
contexto como éste, «el movimiento proporciona a individuos y gru.
pos un punto de referencia para reconstruir identidades divididas
entre distintas afiliaciones, distintos roles y tiempos de la experien­
cia social» (Melucci, 1 99 4: 1 3 6 ) .
Por su parte Offe, más centrado en una perspectiva política y
en el caso europeo, ha señalado que la crisis de la gobernabilidad
y la incapacidad de mediación de las instituciones políticas son
los procesos que explican la aparición de los nuevos movimientos
sociales.2 Dos décadas después de la 11 Guerra Mundial, se habría
producido un cambio de paradigma político: de un modelo basa­
do en el consenso, se ha pasado a otro caracterizado por el con­
flicto. En el paradigma de la vieja política los actores eran grupos
de intereses y partidos políticos, y existía un consenso de «cultu­
ra cívica» que dejaba fuera la participación política; en tal con­
texto, «los mecanismos de resolución de conflictos sociales y po­
líticos eran, práctica y exclusivamente, la negociación colectiva, la
competencia entre partidos y un gobierno representativo de parti­
do» ( 1 992 : 1 72 ) . En contraste, en el nuevo paradigma, se conside­
ra a los movimientos sociales como los mediadores entre el ám ­
bito privado y el ámbito político, una tercera vía intermedia re s­
ponsable de la reactivación de la sociedad civil. « El campo de la
acción de los nuevos movimientos -señala Offe- es un espacio
de política no institucional, cuya existencia no está prevista en las
doctrinas ni en la práctica de la democracia liberal y del Estado
de Bienestar» ( 1 99 2 : 1 74 ) . Frente a la sociedad postindustri al ca­
racterizada por su imposición política y burocrática, los nu evo s
movimientos trabajarían a favor de la protección y preservac i ón
de valores, identidades y formas de vida; de ahí que los val o re s
más defendidos sean la autonomía y la identidad, en oposi ci ón a
la manipulación, el control, la dependencia, la regulación , la bu­
rocratización, etc.

2. Para Offe existirían dos tipos de respuesta a la crisis de la gobernabilidad, el proYe�·


to neoconsen1ador (con una visión restrictiva de lo político) y el proyecto de los nuevos rnov• ·
mientos sociales (con una invitación a la revitalización de la sociedad civil).
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 75

2. La sociedad informacional de Castells

La aportación de Castells converge en algunos puntos con el de­


sarrollo propuesto por Touraine, aunque su análisis supera las li­
n1 i taciones de este último. Su propuesta se dirige desde hace tiem­
p o a elaborar una nueva teoría de la sociedad capaz de interpretar
l o s nuevos fenómenos de nuestra era, una era que no duda en lla­
m a r la era de la información. Según este autor ( 1 995 ) , nos hallamos
a nte una situación nueva, que se caracteriza por la convergencia de
dos procesos: el surgimiento de un nuevo modelo de organización
socio-técnica (que denomina indistintamente modo o modelo de de­
sa rrollo informacional) ; la reestructuración del capitalismo , como
m atriz fundamental de la organización económica e institucional de
n uestras sociedades.

2. 1 . EL NUEVO MODELO DE ORGANIZACIÓN SOCIO-TÉCNICA

La convergencia durante dos décadas, desde finales de los 6 0


h asta finales de los 8 0 , de una serie de innovaciones científicas y
t ecnológicas precipitó el surgimiento de un nuevo paradigma tec­
nológico que ha revolucionado el procesamiento de la informa­
ción. Dicho paradigma se caracteriza por dos rasgos fundamen­
t ales: primero, la concentración de las nuevas tecnologías en el
procesamiento de la información (la información constituye tan­
t o la materia prima como el producto); segundo, los principales
efe ctos de sus innovaciones recaen sobre los procesos más que so­
b re los productos (dentro de la revolución informacional en cur­
s o , la finalidad de las nuevas tecnologías de la información es
pro cesar).
Dichos procesos acarrean tres efectos fundamentales sobre la
s o cie dad: en primer lugar, los procesos de innovación tecnológica
se i ncorporan a todas las esferas de la actividad humana y trans­
fo r man la base material del conjunto de la sociedad; en segundo
l ugar, afectan a la relación existente entre la base productiva de la
soc iedad y la esfera de los símbolos socioculturales («como las
f uerzas productivas están basadas ahora en la información, su de­
sarrollo se encuentra más ligado que nunca a la producción y ma­
n i p ulación simbólica de la sociedad ») (Castells, 1 995 : 3 9 ) ; final­
n1ente, se produce una mayor flexibilidad de las organizaciones en
l a p roducción, el consumo y la gestión. De esta forma, las nuevas
te c nologías de la información transforman el mundo que produci­
n1os, consumimos, administramos, vivimos y morimos.
1 76 ANTROPOLOGÍA URBANA

Esta revolución tecnológica, que conduce a un predominio cada


vez mayor de la información, es a su vez consecuencia de una serie
de desarrollos ocurridos en la organización de las esferas de la pro­
ducción, el consumo y la intervención estatal. En el campo de la
producción, varios factores han fomentado las actividades de proce­
samiento de la información; entre ellos destaca el surgimiento de las
grandes empresas como la forma organizativa predominante de pro­
ducción y gestión. En el campo del consumo, dos procesos paralelos
coadyuvan a enfatizar la importancia del papel de la información:
por un lado, la constitución de mercados de masas y la distancia
cada vez mayor entre compradores y vendedores; por otro, el que
una parte cada vez mayor de los procesos de consumo haya sido ocu­
pada por el consumo colectivo, o sea, por bienes y servicios directa
o indirectamente producidos o administrados por el Estado. Final­
mente, en el campo de la intervención estatal, la gran expansión de
la regulación gubernamental de las actividades económicas y socia­
les ha generado la creación de un tipo completamente nuevo de ad­
ministración constituido por entero por flujos de información y pro ­
cesos de decisión basados en la información. El Estado ejerce una
mayor intervención que nunca, pero lo hace controlando y manipu­
lando la red de flujos de información que impregna a la sociedad.
La convergencia de los referidos procesos (esto es, de la revolu­
ción en las tecnologías de la información por una parte, y el papel
predominante de las actividades del procesamiento de la informa­
ción en la producción, el consumo y la regulación estatal por otra)
conduce según Castells «al ascenso del nuevo modo informacional
de desarrollo, a la vez que dispara una serie de contradicciones es ­
tructurales, que ponen en cuestión las formas de organización que
estaban en la base de la demanda de las tecnologías de la inform a­
ción» ; así, se ponen en cuestión el papel de las grandes corporacio­
nes, la antigua forma del Estado del Bienestar y el propio papel del
Estado ( 1 995 : 47 ) .

2.2 . LA REESTRUCTURACIÓN DEL CAPITALISMO


Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Señala Castells que cuando los sistemas sociales sufren una c ri ·


sis estructural se ven forzados a cambiar sus fines, o a cambiar sus
medios a fin de superar dicha crisis. Cuando lo que se camb ia sofl
sus objetivos, se convierte de hecho en un sistema diferente. C uan·
do el sistema cambia los métodos a través de los cuales pretende al·
canzar sus metas sistémicas, se da un proceso de reestructura c iófl
LOS MOVI MIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 77

�acial. Eso es precisamente lo que ocurre en el último tercio del si­


glo xx . La sociedad de los 8 0 continua siendo una sociedad capita­
l i sta , pero constituye un modelo de capitalismo muy diferente al
q ue predominó en las décadas anteriores. Veamos la secuencia de
cambio que nos propone Castells presidida por el concepto de rees­
t ructuración del capitalismo.
La gran depresión de los años 3 0 , y el descalabro de la Segun­
da Guerra Mundial provocaron un proceso de reestructuración que
condujo al surgimiento de una forma de capitalismo muy diferente
al modelo laissez-faire de la época anterior a la depresión. Este mo­
delo de capitalismo (denominado a veces keynesianismo), se apo­
rnba según Castells en tres modificaciones estructurales fundamen­
tales: en un pacto entre el capital y el trabajo; en la regulación e in­
tervención de Estado en la esfera económica; y finalmente, en el
control del orden económico internacional por medio de nuevas
i nstituciones internacionales organizadas al abrigo del Fondo Mo­
n etario Internacional. Este capitalismo de control estatal aseguró
u n crecimiento económico sin precedentes, un aumento de la pro­
ductividad y una prosperidad general en los países centrales, auspi­
c i ada por el ascenso del Estado de bienestar.
Pero los mismos elementos estructurales que originaron el di­
namismo del sistema hasta los años 7 0 , provocaron su crisis a me­
di a dos de esa misma década, una crisis agudizada por la presión de
l os movimientos sociales, los conflictos laborales y las sucesivas cri­
s i s del petróleo de 1 9 74 y 1 9 7 9 . En ese contexto, tuvo lugar según
C a stells « Un proceso de reestructuración, emprendido simultánea­
m e nte tanto por los gobiernos como por las empresas, mientras que
la s instituciones internacionales tales como el FMI impusieron una
n u e va disciplina económica a nivel mundial» ( 1 995 : 5 1 ) . De este
modo, se estableció un nuevo modelo de organización socioeconó­
mic a capaz de alcanzar las metas fundamentales del sistema.
En base a esta nueva reestructuración, surge un nuevo modelo
d e c apitalismo, cuyos aspectos esenciales Castells resume en tres
n1e canismos fundamentales:
- 1 .º, «la apropiación por parte del capital de una porc1on
c a da vez mayor del excedente proveniente del proceso de produc­
c i ó n » . Este proceso de subyugación del trabajo por parte del capi­
t al supone la negación del pacto social conseguido en la etapa
<in t erior; se consigue a base de combinar aumentos en la produc­
t i v i dad y en el nivel de explotación, por medio de una reestructu­
r a c i ón fundamental del proceso de trabajo y del mercado laboral
( 1 9 9 5 : 52 -54 ) ;
1 78 ANTROPOLOGÍA URBANA

- 2.º, «un cambio sustancial en el modelo de intervención e s.


tatal, poniendo énfasis en el dominio político y la acumulación d el
capital, en detrimento de la legitimación política y la redistribución
social» . No se trata ni mucho menos de una retirada del Estado de
la esfera económica, sino del desplazamiento de Estado hacia l as
funciones de dominación-acumulación de su intervención en la eco­
nomía y la sociedad, y el surgimiento de una nueva forma de inter­
vención estatal: por un lado, los nuevos medios y las nuevas áreas
se ven influidos por el Estado; por el otro, otros medios y áreas son
declarados de venta libre y transferidos al mercado ( 1 995 : 5 4- 5 6 ) ;
- 3 .º, «la internacionalización del sistema capitalista para for­
mar una unidad independiente a nivel mundial» . Si bien la econo­
mía capitalista ha sido desde sus inicios una economía mundial, lo
que es realmente nuevo ahora es «la interpenetración cada vez ma­
yor de todos los procesos económicos a nivel internacional, con el
sistema funcionando como unidad, a nivel mundial y en tiempo
real» ( 1 995 : 5 6- 5 8 ) .
Estas tres dimensiones o procesos se hallan presentes en las re­
cientes políticas económicas de una mayoría de países, pero su im­
portancia relativa puede variar considerablemente dependiendo de
la historia, instituciones, dinámica social y lugar ocupado en la eco­
nomía mundial por cada uno de estos países.
Según Castells, la síntesis histórica de capitalismo (el surgido
tras la reciente reestructuración del capitalismo) y de informacio­
nalismo (modo informacional de desarrollo) crea el marco en el
cual se forma la dinámica de nuestra sociedad. De este modo, Cas ­
tells considera que en la era de la información los movimientos so­
ciales3 son una respuesta a una nueva sociedad caracterizada por el
proceso de globalización tecnoeconómica. «Los nuevos movimien­
tos sociales, en su diversidad, reaccionan contra la globalizaci ó n Y
contra sus agentes políticos, y actúan sobre el proceso contin uo de
informacionalización cambiando los códigos culturales de la ba se
de las nuevas instituciones sociales» ( 1 998 : 1 3 1 ). Para este autor,
pese a la diversidad, en contenidos y formas, que presentan los mo­
vimientos sociales, todos participan de un elemento común: s u lu -

3 . Castells define los movimientos sociales como « las acciones colectivas con scie nte s
cuyo impacto, tanto en caso de victoria como de derrota, transforma los valores y las in st itU ·
ciones de la sociedad» ( 1 998: 2 3 ) . Distingue entre movimientos proactivos y reactivos. Los mo·
vimientos proactivos son aquellos que «pretenden transformar las relaciones huma nas en s u
nivel más fundamental, como el feminismo y el ecologismo», mientras que los movim ie ntos �­
activos son los que «Construyen trincheras de resistencia en nombre de Dios, la naci ón , la .ea•·
nia, la familia, la localidad, esto es, las categorías fundamentales de la existencia milen an
( 1 998: 24).
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 79

c ha contra los procesos de globalización «en nombre de las identi­


dades construidas» , que constituye el síntoma manifiesto del fin del
s u eño neoliberal de una economía global, independiente de la so­
c i edad. La movilización se enfrenta a las nuevas formas de control
s ocial que concentran la información, el mercado y la producción
excluyendo a la mayoría. De hecho, para Castells, los movimientos
s o ciales jugarán un papel decisivo en el sistema político del siglo XXI
( J 9 9 8 : 1 33 ) . Además, pese a las diferencias sociales, culturales y po­
l íticas que hallamos hoy entre los diversos movimientos, podemos
descubrir que «todos ellos desafían los procesos actuales de globa­
l i zación en nombre de sus identidades construidas, afirmando re­
presentar los intereses de su país o incluso de la humanidad» (Cas­
tells, 1 99 8 : 1 3 2 ) .

3. Estado keynesiano, movilizaciones sociales e iniciativas


ciudadanas en los años 60 y 70

El Estado de bienestar keynesiano devino un Estado pasivo que


no potenció su vinculación con la sociedad por vía participativa ni
realizó ningún esfuerzo de paideia política acorde con la creciente
complejidad estructural. El esquema de relación que mantuvo con
la ciudadanía siguió pautas paternalistas, cuando no de usuario/
cliente (Alonso y Jerez, 1 99 7 : 2 1 9 ) . Este tipo de situación ha sido
ú c idamente descrito por Beck ( 2 000) al señalar el tipo de ciudada­
n ía que caracteriza al modelo de sociedad que se impuso en Euro­
pa tras la Segunda Guerra Mundial: el del «ciudadano trabajador» ,
q u e puso el acento en el trabajo y no en el ciudadano.
«En efecto -dice Beck- el reconocimiento y la integración
s oc ial se derivaban del status del trabajador. En el puesto de tra­
b aj o todo estaba interrelacionado: ingresos, prestigio, pensión de
j ubilación, etc. El trabajo constituía, por tanto, el ojo de la aguja
a t ravés del cual tenía que pasar todo el que quería ser ciudadano
c o n plenos derechos de la sociedad. El status de ciudadano no era,
en cambio, un simple corolario de esto. No garantizaba ni la se­
g u ri dad social ni el reconocimiento social. La secuencia verbal
" c i ud adano trabajador" vuelve a ser la adecuada. Éste es ocasio­
nal m ente ciudadano elector y practica, por su parte, un "compro­
n1 i s o cívico" algo pálido en cuanto a su concepto. A esta imagen
d e ! "aún ciudadano" integrado a través del trabajo corresponde
Una determinada arquitectura social. . . al Estado (asistencial) acti­
\'o y solícito le corresponde una sociedad laboralmente activa,
Pe r o por lo demás pasiva . . . El trabajador renuncia a la retórica de
1 80 ANTROPOLOGÍA URBANA

la lucha de clases y recibe, en contrapartida, la promesa (estatal.w


mente sancionada) de un nivel de vida cada vez más alto y una se.1
guridad social cada vez mayor. A cambio, deja su identidad políti­
ca como ciudadano en el vestuario del lugar de trabajo» (Beck,
2000: 1 1 ) .
Este contexto sociopolítico esbozado por Beck constituye la
base sobre la que se construyen los movimientos sociales y las ini­
ciativas populares de las décadas de los 6 0 y 7 0 . Dicho contexto ex­
plica que a partir de esa época los movimientos sociales no se defi­
nan únicamente por un conflicto socioeconómico, sino sobre todo ·
por su oposición a un orden determinado, político, cultural y, fun­
damentalmente, social. La conexión entre Estado intervencionista y
nuevos movimientos sociales es estrecha. « Únicamente cuando las
relaciones de clase han fraguado en un Estado avanzado (y sólido)
es cuando existe un marco institucional adecuado para la formula­
ción de las demandas postadquisitivas. Es, por el contrario, en Es­
tados primitivos, en formaciones sociales parcialmente industriali­
zadas o incluso preindustriales, donde el conflicto económico arti­
cula en solitario la movilización política» (Alonso, 1 99 6 : 1 0 1 ) .
El Estado keynesiano, al romper definitivamente con la dicoto­
mía público-privado y al estatalizar todos los resquicios del aconte­
cer cotidiano, creó una nueva sociedad civil orientada a exigir res­
ponsabilidades a aquellas instituciones públicas que se revelan in­
capaces de resolver colectivamente las demandas y expectativas
cotidianas, incluso íntimas, de los ciudadanos y ciudadanas. Nos
encontramos por tanto, en una interacción mutua entre Estado Y
sociedad civil en un contexto de complejidad social elevada y en el
marco de un campo difuso semiorganizado, escasamente burocrati­
zado y muy sensible a los cambios en la percepción de las necesi­
dades sociales cotidianas.
La forma que toma la interacción sociedad civil/Estado puede
presentarse resumidamente desde dos aspectos complementarios .
Por un lado, puede tener lugar de una manera directa y externa como
consecuencia de la movilización, la protesta masiva y la formulación
frontal de quejas y reivindicaciones contra la administración pública
y los agentes oficiales de representación política y se plasma en los
llamados nuevos movimien tos sociales . Por otro, la interconexión
puede surgir de una manera indirecta e interna, producto de la pro­
gresiva organización cívica de los grupos informales; para desi gnar
este segundo nivel de interacción entre Estado intervencionista y de­
mandas cotidianas -en el que la relación ha ido situándose en UJl
grado notable de normalización, continuidad y cierta estabilid ad or·
ganizativa-, se ha utilizado el término de in iciativas ciudadanas 0
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 181

¡1 1 iciativas populares ,4
el cual podríamos posiblemente incluir en otro
co ncepto, más amplio, más abarcante y también de elaboración teó­
r ic a más tardía como es el de Tercer Sector.
En lo que a los movimientos sociales concierne, «es altamente
p lausible considerar la protesta juvenil de los años 6 0 como pre­
cursora de un proceso histórico que ha producido un nuevo mode­
l o de movimiento que parece característico de la era contemporá­
nea» (Tumer, 1 99 4 : 86 ) . No obstante, para poder comprender su
e:estación y desarrollo es necesario atender a las circunstancias más
�enerales de la década, en cuyo decurso estallaron en USA unos mo­
�·i mientos sociales que, a lo largo del mismo decenio, se extenderían
por Europa Occidental. En efecto, junto a movimientos por los de­
rechos civiles de los grupos marginados, en EE.UU. se vivió el auge
de acciones contra la guerra del Vietnam, la aparición y rápida ex­
tensión del movimiento estudiantil, y la creación de grupos defen­
sores del derecho al bienestar de los sectores de la población más
débiles. Paralelamente, aparecieron en otros países movimientos de
di ferentes características y contenidos, tales como las luchas de in­
dependencia en antiguas colonias, o las primeras protestas en la Eu­
ropa del Este contra los regímenes totalitarios (Peréz Ledesma,
1 993). Todos estos movimientos, inspiradores de la contracultura,
pusieron de manifiesto su malestar reivindicando otras formas de
entender el mundo y poniendo en cuestión la legitimidad tanto del
orden político, como del económico y del social. La contracultura
pretendía ser una alternativa al modelo vigente y para ello bebió de
d iferentes fuentes como el marxismo, el freudismo y el cristianis­
mo. Todo para desafiar al sistema.
El 6 8 se ha convertido en un hito y un referente para numero­
s o s estudiosos. En esa fecha coincidieron numerosos acontecimien­
t os sociopolíticos,s a la par que se extendieron a muchos países (Es­
t ados Unidos, Francia, España, Alemania Occidental, Inglaterra,
I t a lia, Bélgica, México, Checoslovaquia, etc.) las revueltas estudian-

4 . Concepto empleado por Claus Offe a principios de los 70 y que manejaba para refle­
iar aquellas acciones ciudadanas que se orientan hacia una mejora de ámbito de necesidad que
n o s e corresponde con la reproducción de la fuerza de trabajo en términos de adquisición de
h ic·ncs individuales, sino en términos de consumos colectivos y cuyas formas de funciona-
1 1 1 i c nto autoorganizativo no están previstas, en principio, en el ordenamiento institucional del
' istc ma político formal (citado por Alonso, 1 996: 1 02 ) .
5. En 1 968 asesinaron a Luther King y Robert Kennedy, se produjo la trágica Primave­
r a <le Praga que supuso el fin del sueño de Dubcek (•un socialismo con rostro humano»), y se
de sa tó, entre otros acontecimientos, la Ofensiva del Tet por parte de los comunistas vietnami-
1 " ' · Entre las revueltas estudiantiles cabe destacar el triste 2 de octubre en la plaza de las Tres
('l i l t uras de México, allí el ejército ametralló a los estudiantes organizando una verdadera ma­
' '1 c re ,
de la que hoy todavía, gracias a la impunidad del PRI, no se sabe cuántos jóvenes re­
' l l l t aron muertos.
1 82 ANTROPOLOGÍA URBANA

tiles y éstas saltaron de los campus universitarios a las calles. Aun.:


que la protesta juvenil tuvo en cada país un desarrollo y unas ca­
racterísticas propias, no deja de ser también constatable que, entre
otros factores, los nuevos medios de comunicación hicieron posible
el surgimiento de una cierta «cultura estudiantil internacional» . 6
Desde una perspectiva cultural, McAdam ha señalado que los «mo­
vimientos se hallaban sintonizados y se influenciaban entre sí, lo
cual produjo el desarrollo y difusión de un "marco dominante de la
izquierda estudiantil" » ( 1 99 4: 5 1 ) . Fue un movimiento radical de
clases acomodadas, de universitarios y licenciados, que buscaba es­
tablecer una cultura alternativa con la incorporación de valores eco­
lógicos, feministas y pacifistas. Un movimiento que propugnaba
una Nueva Izquierda (New Left) frente a la repudiada vieja izquier­
da, sin liderazgos y plenamente democrática. Consecuencias direc­
tas de estas protestas fueron, por un lado, los resultados electorales
que trajeron consigo el triunfo de los conservadores y, por otro, el
ascenso de los llamados nuevos movimientos sociales.
Como señalan Alonso y Jerez ( 1 99 7 : 2 2 3 -224 ) , los movimientos
sociales de esta época se definen por su radicalismo, su utopismo,
su tendencia a mezclar elementos políticos con elementos cultura­
les, y la presencia entre sus efectivos de unos sujetos que no habían
sido tradicionales en la política convencional de las sociedades oc ­
cidentales. Así, jóvenes, mujeres y estudiantes se convirtieron en
factores fundamentales de movilización en esos años, proponiendo
con sus acciones agendas de temas totalmente novedosas para la
vida cotidiana de occidente. Son por tanto unos movimientos so­
ciales que tenían poco que ver con los movimientos obreros tradi­
cionales o con la cultura burguesa convencional.
El marco en el que se realizaron estas protestas era una socie­
dad de clases medias, de pleno empleo, con derechos de ciudadanía
en expansión, con importantes conquistas en lo que se refiere a los
objetivos del movimiento obrero. En suma, una sociedad en la que
se progresaba en la consecución de una serie de derechos crec ien­
tes que sirvieron de base para animar la reivindicación de mayore s
niveles de servicios, de reconocimiento de derechos y para conver­
tir ámbitos íntimos de la persona en objetivos políticos a regular Y
juridificar por el Estado de bienestar.
6. En este sentido, McAdam también considera diferentes aspectos culturales qu e tuvie
·
ron una gran influencia en esa época como el vestido, el peinado, el baile . . . y que fo rm aron·
parte de lo que se ha venido denominando la contracultura ( 1 994). Si se quiere ver un a i n te
resante contribución de la praxis cultural y el desarrollo estético en los movimientos sociNale�s .
se puede acudir al artículo de Eyerman ( 1 998) en el que analiza la práctica estética en el u :
vo Movimiento Negro y el Renacimiento de Harlem y el movimiento en pro de los derechos e•
viles.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 83

Sus efectivos provenían fundamentalmente de las nuevas clases


111e dias emergentes que por primera vez reconvertían su discurso de
c l a se habitual -marcado por el conservadurismo y su tendencia al
p u ritanismo-, en uno renovado, prácticamente de signo contrario,
de sde el que se reivindicaban los derechos de la mujer, de los jóve­
n es y de las minorías étnicas, el descubrimiento del cuerpo, etc. Un
t remendo utopismo y radicalismo verbal configuraban la imagen de
u n amplio movimiento social que, si bien emergía de un bienestar
e conómico innegable (conseguido gracias a las reivindicaciones
o breras dentro del Estado de bienestar y al posterior pacto keyne­
si ano que había respetado la racionalidad del sistema capitalista a
cambio de socializar parte de sus costes sociales y laborales) tam­
b ién generaba nuevas demandas. Estas nuevas demandas respon­
d ían a necesidades sociales que tenían poco que ver con las reivin­
d icaciones económicas tradicionales de los obreros fordistas, y que
tampoco podían ser reducidas a la política tradicional de los parti­
d os y del mercado de votos.
Por lo tanto, los movimientos sociales de los años 6 0 y 7 0 supu­
sieron la incursión en el panorama sociopolítico europeo y nortea­
mericano de nuevos sujetos con un discurso muy radical que: a) ten­
dían a solicitar un reconocimiento de identidades que hasta ese mo­
mento no eran ni siquiera tenidas en cuenta por los instrumentos
políticos y económicos de los Estados occidentales; b) buscaban fun­
damentalmente ampliar tanto los derechos de ciudadanía política
como los derechos de ciudadanía social para reconocer esas identi­
dades; c) unían privado y público en una amalgama político-cultu­
ral que fue una de las novedades de participación, de movilización
� · de acción que surcó el horizonte europeo en los años 6 y 7 .
0 0
Este modelo de movilización radical, utópico, difuso, de lucha
co ntra los viejos valores burgueses tuvo una enorme repercusión en
la vida cotidiana, cambiando sus hábitos, reconociendo nuevos de­
rec hos, creando imágenes nuevas, dando nuevas ideas de conviven­
c i a , transformando las costumbres y ampliando la democracia en la
\ · i da cotidiana. Sin embargo, dicho modelo entrará en reflujo a fi­
na le s de los 7 0 , justamente cuando comienzan a ser evidentes los
P roc esos de reestructuración del capitalismo en marcha.
Por otra parte, como ya se avanzó anteriormente, al tiempo que
se desarrollan estos movimientos sociales, se constituye entre los
ámbitos del Estado y del mercado un Tercer Sector7 compuesto por
. 7 . Pese a que el fenómeno del Tercer Sector ya ha sido abordado con anterioridad, con-
' ' 'k' ra mos necesario retomar aquí su análisis a partir de un enfoque que debe considerarse
"' • n1 plementario al anterior, ya que destaca tanto la diacronía como su relación con los movi­
' " i e ntos sociales.
1 84 ANTROPOLOGÍA URBANA

un importante volumen de organizaciones y semiorganizaciones di­


fusas cuya acción no está orientada ni por el beneficio lucrativo, ni
por el triunfo en cualquier elección formal, ni por la consecución
de ningún poder específico. Más bien supone una red específica de
actores que tratan de presentar ante un Estado intervencionista ma­
duro una serie de demandas políticas y sociales que van desde el ca­
rácter mínimamente expresivo hasta la petición de gestionar fondo s
públicos para la prestación directa de servicios sociales determina­
dos. De esta manera, desde organizaciones religiosas o civiles
(a menudo con una larga historia que se remonta a varios siglos)
hasta ONG de nueva planta (incardinadas en el proceso de exten­
sión de los derechos de ciudadanía de los 6 0 ) , se va constituyendo
un espacio social que va a ser ocupado por una red de asociaciones
voluntarias, que paulatinamente van asumiendo papeles cada vez
más importantes del bienestar social. Su labor, lejos de ser una for­
ma paralela y residual de asistencia -como postularon ciertos teó­
ricos clásicos-, representa en buena medida la implementación cí­
vica del Estado de bienestar keynesiano.
Según Alonso, este asociacionismo voluntario, supuso «una de
las formas fundamentales de vertebración social no corporatista del
capitalismo de postguerra, integrado en un tejido social sustentado
por un Estado intervencionista y desmercantilizador . . . Al tiempo que
el Estado resolvía las crisis de demanda y la tendencia cíclica del sis­
tema económico de entrar en sobreproducción creando espacios de
consumo colectivos, creaba también a la vez los prerrequisitos para
sistemas de acción cuyo objetivo era la construcción de la solidari­
dad social. . . (El tercer sector nace como) un sector socializado y de
socialización activa y voluntaria que se enfrenta a la pasividad y le­
janía que han desarrollado las burocracias públicas modernas »
( 1 99 6: 1 04 ) . Es un sector que demanda, suministra o gestiona servi ­
cios amparado en la extensión de los derechos de ciudadanía, fuera
ya de la residualidad de las instituciones religiosas o filantrópicas ca­
racterísticas de los modelos decimonónicos de bienestar. Es un e s ­
pacio muy cambiante, compuesto por un núcleo central de organi­
zaciones estables y/o históricas y un disperso y cambiante entorno
que oscila entre la semiorganización y la simple movilización expre­
siva. Su diversidad y variabilidad vienen en gran medida determina ·
das por la diversificación y la variación en la percepción de las ne ·
cesidades de los diferentes colectivos y grupos que son objetivo de la s
políticas sociales y en las demandas de los actores reivindicativos .
Aunque el fermento utópico y desmercantilizador fue el mo tor
básico de este Tercer Sector voluntario, ello no significa que en los
años 6 0 y 7 0 movimientos sociales y asociaciones constituye ran fe·
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 85

nó menos equiparables. Los movimientos sociales de esta época po­


seen un carácter más activo y más difuso, se despliegan general­
mente contra los aparatos y formas jurídicas instituidas, y son más
p roclives a la expresión global y a la participación alternativa, tan­
t o política como social. En contraste, las asociaciones ocupan más
b ien un lugar complementario y no disruptivo del aparato institu­
c ional, y se dedican a la canalización de demandas parciales, esta­
bles y perfectamente diferenciadas. En concreto, las organizaciones
\·oluntarias se constituyeron en unidades activas de expansión del
Estado de bienestar y funcionaron como grupos de identificación de
problemas, dirigiendo su atención a unos espacios de necesidad so­
c ial en gran medida invisibles a los aparatos dispuestos profesio­
n a lmente por el Estado, problematizándolos hasta convertirlos en
problemas públicos, generales y sociales.

4. Crisis y fragmentación de los movimientos sociales

Frente a la mítica (o mitificada) sociedad de clases medias que


arranca a finales de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad de los
80 tiende a conformarse como una sociedad dual, centrífuga y seg­
mentada, que arroja hacia sus márgenes a colectivos muy impor­
tantes de la antigua clase obrera y de las viejas capas medias: a los
parados de larga duración , a los que tienen trabajos precarios o ma­
los, a gran parte de los jubilados que no pueden mantener las con­
diciones de vida que tenían antes, etc. Estos sectores que quedaron
re legados a la salida de la crisis compartían una característica fun­
d amental: el estancamiento en un mundo que cambia con una ra­
p i dez frenética, un estancamiento que les lleva tendencialmente a la
rnarginalidad (Alonso, 1 99 6 : 1 0 8 ) .
Paralelamente, la austeridad impuesta en el coste del factor tra­
bajo y la congelación, recorte o incluso desmantelamiento de parte
i rn p ortante de los servicios del Estado de bienestar hacen que los
efec tos redistributivos de las políticas keynesianas sean substituidos
P o r los efectos antidistributivos de la economía de la oferta. Se ex­
Peri menta así un doble proceso: el declive de las políticas sociales,
<.¡ue corre paralelo a la reprivatización de ciertos servicios; el auge
d e las políticas industriales, que es donde el intervencionismo esta­
tal adquiere un especial vigor. Como telón de fondo, un discurso
neoc onservador cubre ideológicamente la empresarialización y
remercantilización de la vida cotidiana, un discurso que ataca los
ex ce sos de democracia y las expectativas desaforadas que, según él,
h a bía generado el Estado de bienestar.
1 86 ANTROPOLOGÍA URBANA

En suma, la salida de la crisis de finales de los 7 0 supone el es::i


tallido del universo social que había servido de referencia para la
aparición de los movimientos sociales de la década anterior (clases
medias funcionales, clase obrera integrada, consumo de masas, ple.
no empleo, prestación impersonal y múltiple de bienes y servici os
destinados a un consumidor anónimo y medio, Estado keynesiano
desmercantilizador, etc.). La reestructuración del capitalismo y la
ascensión de la sociedad informacional genera casi todo lo contra.
rio: mercados de trabajo segmentados, dualización social, quiebra
del radicalismo de clases medias que otrora animó a los nuevos mo.
vimientos sociales, desempleo estructural, oferta diferenciada y es­
tratificada de bienes y servicios, Estado mercantilizador y empresa­
rializador, etc.
Como señala agudamente Beck, la arquitectura social sobre la
que se construía aquel modelo del ciudadano trabajador que men­
cionamos antes se tambalea, y las sociedades occidentales empiezan
a adaptarse también a realidades y tipos de normalidad que hasta
ese momento parecían confinadas a las sociedades no occidentales.
Los resultados de tal desmoronamiento no se hacen esperar. «La
desregulación y flexibilización del trabajo introducen en occidente
como normalidad lo que durante largo tiempo fue una catástrofe
superable: la economía informal y el sector informal; la desregula­
ción del mercado laboral conduce también al adiós a la sociedad
empresarial corporativamente organizada, que frenó el conflicto de
clases entre trabajo y capital al armonizar una dinámica de oferta
capitalista con un ordenamiento jurídico para el "ciudadano traba­
jador" . En este sentido, con la informalización de las relaciones la­
borales y contractuales se amplían los puntos sin sindicalizar en los
centros de la sociedad occidental poslaboral» (Beck, 2 000 : 4- 5 ) .
En este nuevo contexto, las características de la movilizaci ón
colectiva van a variar notablemente. En primer lugar, se produce un
declive y una transformación sustancial de los movimientos socia­
les. Si se compara los movimientos sociales de los 6 0 y los de los 80
se observa un agudo contraste entre ellos: los primeros vehicularon
identidades sociales que estaban basadas en teorías generales de la
liberación total; se caracterizaban por su visión totalizante, con tr�­
cultural y ofensiva de su propia lucha, considerada como em anci ­
pación, capaces de formular utopías liberalizadoras, o de plan tear
culturalmente grandes sistemas alternativos de vida frente a la irna·
gen construida de un monolítico y todopoderoso « sistema» . En c on ­
traste, los movimientos los 8 0 se distinguirán por el abandono de sll
carácter proactivo para ser políticamente reactivos y defensivos �n
términos de identidad; por ser más elementos de contención del di s·
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 87

curso neoliberal en alza que por realizar propuestas novedosas so­


bre formas de acción social y convivencia cotidiana; por su carác­
t e r fragmentado y localizado, de manera que tienden a convertirse
en movimientos-problema (literalmente de un problema), de una
necesidad relativamente particular pero casi siempre dramática.
( Al onso y Jerez, 1 99 7 : 225 ) .
Del protagonismo de los movimientos sociales de la etapa ante­
rior queda, sin embargo, una aceptación pasiva por parte de la po­
b lación de gran parte de los valores y propuestas abstractas que en
l a línea postmaterialista o postadquisitiva que aquellos habían pues­
t o en circulación. Como ha puesto de relieve lnglehart ( 1 99 1 ) , en la
o pinión pública de las sociedades occidentales están ampliamente
di fundidos y son mayoritariamente aceptados los valores centrales
que animaron históricamente a los <<nuevos» movimientos sociales
( feminismo, pacifismo, ecologismo, etc.).
En segundo lugar, el mencionado reflujo de los movimientos so­
ciales alternativos corre paralelo a un aumento de movilizaciones
que son prefascistas, xenófobas, ultraconservadoras, y que tienden
a representar la regresión de la democracia en las sociedades occi­
dentales. Son los a veces denominados «antimovimientos sociales»
( Alonso y Jerez, 1 99 7 : 2 3 0) que emergen con especial fuerza en es­
tos momentos y en los que cristalizan y se hacen activos los miedos
e i ncertidumbres actuales. Tales antimovimientos parecen caracte­
rizarse por su incapacidad para plantear un proyecto de historici­
d a d basado en identidades reales y sujetos concretos (como jóvenes,
mujeres, obreros o cualquier otro de los protagonistas de los movi­
m ientos sociales viejos o nuevos); en vez de esto, toda su capacidad
de movilización se concentra en la estereotipación de una supuesta
i dentidad abstractamente construida que sólo es posible mantener
como agresión a lo que se considera extraño, ajeno o peligroso .

.3 . Del sector asociativo del Welfare al fenómeno


de las ONG del Workfare

La pregunta hora es dónde queda aquel sector asociativo y vo-


1 untario que nació con el bienestar keynesiano cuando se truncan
Por la base los presupuestos que posibilitaron su desarrollo. Res­
Pon der a este interrogante supone retomar el análisis iniciado en el
capítulo anterior cuando hablábamos de la reciente expansión de
l a s a sociaciones voluntarias y el descubrimiento (o redescubrimien­
t o ) por parte de los científicos sociales del Tercer Sector. Por ello
P resentaré algunas ideas que me parecen interesantes por cuanto
1 88 ANTROPOLOGÍA URBANA

que abordan una importante cuestión: la relación entre los mov¡.


mientos sociales y la actual expansión de las organizaciones no gu..
bemamentales.
Los efectos de la globalización y la última reestructuración del
capitalismo están dejando sentir su influencia sobre la acción colee.
tiva y los movimientos sociales. Tanto es así que ya se habla de un
tercer momento en la evolución de estos últimos, que habría comen.
zado a finales de los 8 0 para consolidarse con rapidez con el avance
de los 9 0 . En efecto, en un contexto marcado por los ataques de la
economía neoliberal al Estado del bienestar, en el que la solidaridad
que promueve el Estado está dejando de ser automática y garantiza­
da, se ha acrentado un nuevo discurso de la solidaridad que repre­
senta los límites del Estado remercantilizador y evidencia una enor­
me energía social que trata por primera vez desde hace muchos años
de reivindicar bienestar e identidad para los colectivos y grupos más
necesitados, débiles y frágiles del sistema. «Esta energía -afirman
Alonso y Jerez- cristaliza en un asociacionismo con elementos in­
novadores . . . , activo y voluntario . . . , (que) se teje como una red de ini­
ciativas ciudadanas o iniciativas populares, reunidas en tomo a las
llamadas organizaciones no gubernamentales. Estas organizaciones
recogen en buena medida tanto el declinar del asociacionismo clási­
co (político o de clase), como las expectativas de cambio que levan­
taron los nuevos movimientos sociales y que en este momento cris­
talizan a nivel particular en proyectos minoritarios pero de calado
muy intenso y de profundidad considerable» ( 1 99 7 : 2 33 -2 34 ) .
Esta nueva mutación de los movimientos sociales contemporá­
neos estaría integrada por las organizaciones y grupos que actúan
en el ámbito de la solidaridad con los sectores menos favorecidos o
marginados de las sociedades occidentales y con el Tercer Mundo .
Más allá de su enorme diversidad, todos ellos comparten un mismo
denominador común: la solidaridad no es sólo la forma o el med io
de acción colectiva, sino que supone, sobre todo, el objetivo de su
movilización (todos actúan en beneficio de otros grupos, colectivos
o individuos). Todos ellos muestran además «señales de relevantes
diferencias con los movimientos sociales más consolidados. D i cha
relevancia no proviene tanto de que sus objetivos sean distintos ª
los movimientos tradicionales como de la manera en la que preten ·
den alcanzarlos» (!barra y Tejerina, 1 99 8 : 1 0 - 1 1 ) .
A este tenor, se plantea la hipótesis de que los movimien tos de
solidaridad funcionan de manera diferente a como lo hacen ( o lo
hacían) aquellos movimientos sociales que emergieron en la déc ada
de los 6 0 . Lejos de mostrarse como instituciones diferentes o alter·
nativas frente al orden social dominante, asumen ciertas carac terís·
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 89

t i cas y dinámicas de otras instituciones más convencionales; tanto


es a sí que sus rasgos dominantes recuerdan a los de aquellos colec­
t i vos que se definen como grupos de interés.8 En todo caso -su­
b rayan Tejerina e Ibarra-, es importante no confundir el mencio­
n a do proceso de institucionalización de los movimientos sociales
( que nos va a ayudar a entender las nuevas manifestaciones de la
acción colectiva) con el proceso de institucionalización de cualquier
m ovimiento social que surge como resultado, entre otras razones,
del éxito total o parcial de la movilización ( 1 99 8 : 1 4 ) . En su hipó­
t esis, la tendencia hacia la institucionalización de los movimientos
p or la solidaridad se da prácticamente desde el origen: desde su fase
c onstitutiva hay voluntad de optar por modos más convencional­
m ente institucionales.
Tal y como apuntan los mencionados autores, las diferencias
entre las dos formas de acción colectiva -entre los movimientos
por la solidaridad y los movimientos sociales más «tradicionales» o
«clásicos» (es sí como califican, para diferenciarlos, a los otrora lla­
mados nuevos movimientos sociales entre los que se cuentan el eco­
logismo, el feminismo y el pacifismo)- se ven más claras cuando
se realiza una comparación entre varios de sus elementos clave, ta­
les como la identidad colectiva, la cultura, la forma de organiza­
c i ón, la relación entre seguridad/riesgo, etc.9

- l .ª, la identidad colectiva: los movimientos de solidaridad, a


diferencia de los tradicionales, tienen una identidad colectiva poco
densa, débil y, en ocasiones, compartida con otras identidades co­
l e ctivas o individuales;
- 2 .ª, la cultura: mientras los movimientos sociales clásicos
t ie nden a insertar sus propuestas en ideologías (en el sentido de dis­
cu rso con pretensiones de coherencia global), los movimientos por
l a s olidaridad operan con sistemas de creencias más difusos, menos
i de ológicos, aunque presenten un conjunto de convicciones críticas
fre nte a la sociedad existente;

8. Entre otros tales rasgos serían los siguientes: identidad colectiva inexistente o al me­
no s débil, estrategia de cooperación, empleo de medios de acción convencionales, organización
1 1 >r in alizada, representación de intereses colectivos definidos y delimitados, y acep tación de las
' c'glas del sistema, de sus límites y roles.
9 . Existen ciertamente semejanzas entre ambos tipos de movim ientos, que se hacen
c· kc t ivas en dos as pectos: 1 º, en lo que se refiere al tipo de bien colectivo que se construye en
!;, acción colectiva (en ambos casos el bien se define como común, tanto si atendemos a su de­
'llanda como a su solidario disfrute); 2º, en los intereses que dicen representar (en general.
'' X i st e una unidad negativa entre los potenciales beneficiarios y los activistas, ya que si excep-
1 ' "1inos los grupos de auto-ayuda, los m iembros del movimiento no constituyen el agregado so­
' i<d al que se circunscriben los intereses buscados, característica habitual de los grupos de in­
lc·i·(·s (lbarra y Tejerina, 1 99 8 : 1 5 ) .
1 90 ANTROPOLOGÍA URBANA

3 .ª,
en cuanto a la forma de organizarse, los movimientos de
solidaridad se encuentran próximos a los movimientos clásicos, Ya
que su funcionamiento interno se basa en prácticas horizontales y
participativas. Sin embargo, se alejan de ellos en dos aspectos: por
su mayor regulación formalizada, y por el uso casi exclusivo de me.
dios de acción
ª
convencionales;
- 4 . , relación seguridad/riesgo: un movimiento social intenta
encontrar un equilibrio entre la tendencia hacia la institucionaliza.
ción, que produce seguridad, y la dimensión creativa y arriesgada. 10
Sin embargo, característicamente, en los movimientos de solidari­
dad el equilibrio entre las mencionadas tendencias se inclina clara­
mente del lado de la seguridad, o lo que es lo mismo, muestran un
escaso margen de riesgo en cuestiones relacionadas con la estrate­
gia o la identidad;
ª
- S . , una última cuestión de interés que, según Ibarra y Teje­
rina, plantean los movimientos de solidaridad tiene que ver con la
función que desempeñan en el seno del conjunto social. La res­
puesta a tal cuestión la resuelven en forma de la siguiente hipótesis
de trabajo: «los movimientos por la solidaridad cumplen una fun­
ción integradora en tanto que canalizan ciertas inquietudes sociales
hacia un conjunto de demandas que tan sólo indirectamente cues­
tionan los referentes centrales del sistema» ( 1 998: 1 8) .
La institucionalización parcial sería pues una de las caracterís ­
ticas dominantes de estas nuevas formas de acción colectiva que
hoy en día representan los movimientos por la solidaridad: Se tra­
ta de un movimiento expansivo, tanto en número como en signifi­
cado, cuyo impacto social está adquiriendo tal relieve que ya ha
empezado a influir en las formas de ser y de actuar de los movi­
mientos sociales tradicionales (Ibarra y Tejerina, 1 99 8 : 1 1 ). Por su
parte, Alonso y Jerez realzan la especificidad de dichos movimien ­
tos mediante su comparación contrastada con los movimientos so­
ciales de los 60; dice así: « Lo que en aquellos fue pensar las nuevas
identidades no reconocidas por la política formal, en la actualidad
es pensar la alteridad negada. Lo que fue defender y construir lo
privado cotidiano frente a la colonización y juridificación de lo pú·
1 0. Un movimiento social es una institución en la medida que adopta una serie de nor·
mas de conducta, un conjunto de rutinas o procedimientos estándares que reducen o evi ta n las
incertidumbres características de tener que decidir o renegociar permanentemente ca da cor
ducta, proyecto o estrategia. En este sentido, ningún movimiento social es ajeno a este tipo e
institucionalización. Pero un movimiento social es, además, la construcción colecti va de � n
grupo de personas dispuestas a adoptar riesgos. La participación en un movim iento soc ia l ue�
ne una dimensión creativa que es más dificil de encontrar en instituciones más form ali zada
(Ibarra y Tejerina, 1 998: 1 6) .
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 191

b l i c o, hoy es defender lo público participativo frente a lo privado


desintegrador. Lo que entonces suponía radicalizar las contradic­
c i o nes del Estado de bienestar, ahora se convierte en la reconstruc­
c i ón, solidificación y avance del mismo. Lo que allí fue un canto a
l •1 n ueva marginalidad . . . hoy es y debe ser un grito por la solidari­
d a d » ( 1 997: 239).

6. Sobre los movimientos sociales urbanos

Señala Castells al inicio de su obra El poder de la identidad que


" la oposición entre globalización e identidad está dando forma a
n uestro mundo y nuestras vidas . . . Junto a la revolución tecnológi­
ca , la transformación del capitalismo y la desaparición del estatis­
mo, en el último cuarto de siglo hemos experimentado una mareja­
da de vigorosas expresiones de identidad colectiva que desafían la
globalización y el cosmopolitismo en nombre de la singularidad cul­
t u ral y del control de la gente sobre sus vidas y entorno» ( 1 998: 23-
2 4 ) . Como parte de esa lucha entre el poder de la identidad y la glo­
balidad penetrante y ávida del nuevo capitalismo, los habitantes de
las ciudades se alzan contra el «espacio de los flujos» , 1 1 una forma
de articulación espacial de poder y riqueza característica de nues­
tro mundo.
En efecto, pese a los poderosos y amenazadores procesos que
c omporta este último, no es ésa la forma espacial que va a imperar,
n i ése el significado urbano que va a imponer sin resistencia la nue­
''ª clase dominante, «porque -como recuerda Castells- el espacio
' " las ciudades, lo mismo que la historia, no son productos de la vo­
l u ntad y los intereses de clases, sexos y aparatos dominantes, sino
d resultado de un proceso en el que las clases, sexos y súbditos do­
llli n ados presentan resistencia a aquellos y en el que los nuevos ac­
t o res sociales que surgen les oponen proyectos alternativos» ( 1 986:
4 2 3 ) . Así, frente a determinados proyectos espaciales de la clase do­
nü n ante, las clases populares y/o los movimientos sociales urbanos
o fr ecen tendencias y significados alternativos: frente a los proyectos

A un nivel general dicho concepto expresa •la desarticulación de sociedades y cul-


1 1.
1 1 1 1 ·a
con base local de las organizaciones de poder y producción que siguen dominando a la
s
'0c ie dad sin someterse a su control» (Castells, 1 99 5 : 484); pero representa también dos formas
P< 1 r t i culares e interconectadas de desconexión espacial: la deslocalización por un lado, y la des­
c·onexión entre vida cotidiana y significado urbano por otro. Mientras que la primera implica
1 •1 t ransformación de los lugares espaciales en flujos y canales, en donde la producción y el
c·1 o nsu mo carecen de forma localizada, la segunda acarrea • la separación espacial y cultural de
•1 gente con respecto a su producto y su historia. Es este el espacio de la alienación colectiva
1 l a violencia individual (Castells, 1 9 86: 422-42 3 ) .
1 92 ANTROPOLOGÍA URBANA

de renovación urbana y a la rees tructuración regional basada en


una nueva especialización del terri torio, ofrecen resistencia los ha.
rrios que no desean desaparecer, las cul turas regionales que desean
agruparse y las gentes desarraigadas que quieren crear nuevas raf.
ces; frente a la pene tración del capitalismo mundial que desorgani.
za las estructuras de producción existentes y desencadena migra.
ciones in ternacionales aceleradas (del campo a la ciudad y de ésta
a las me trópolis) los inmigrant es, una vez instalados en la gran ciu.
dad, tratan de asen tarse en comunidades estables, construir barria­
das y disponer de redes locales; frente al monopolio que ostentan
los medios de comunicación de masas, controlados por el capital o
el Estado, y el monopolio de la tecnocracia sobre la información, se
origina una reacción de las comunidades locales que recurre a la ex­
periencia, la interacción cara a cara y la revitalización de la tradi­
ción oral, construyendo de este modo cul turas y pautas de comuni­
cación alternativas; frente a la remercantilización de la ciudad, el
desman telamiento o la privatización de los servicios colectivos, sur­
ge la reivindicación colectiva de unos servicios sociales de los que
todos los ciudadanos tienen derecho a disfrutar; frente al espacio
segregado de fragmentación é tnica, de extrañeza cultural y de su­
perexplotación económica de la nueva ciudad postindustrial las co­
munidades oponen la defensa de su identidad, la preservación de su
cultura, la búsqueda de sus raíces y la delimi tación de su recién ad­
quirido territorio; frente al crecien te control por parte del Estado de
las insti t uciones de gobierno municipales se opone en todo el mun­
do un movimiento popular masivo en pro de la autonomía local Y
de la autogestión urbana.
Éste es el marco histórico en el que se desarrollan los movi ­
mientos sociales urbanost2 contemporáneos. Pese a su especifi ci dad
y alto grado de variación, dichos movimientos no pueden con side ­
rarse como «expresiones aleatorias de descontento que varían de
1 2. En este repaso a los movimientos urbanos contemporáneos seguiré a uno de l os
grandes estudiosos de este tema, Manuel Castells, quien entiende por dicho concepto « l as ac­
ciones colectivas conscientemente destinadas a transformar los intereses y valores sociale s in­
sertos en las formas y funciones de una ciudad históricamente determinada» ( 1 98 6: 2 0-2 1 ).
Para él la ciudad, al igual que la sociedad, es un producto social de intereses y valore s en pug­
na. Como en la ciudad los intereses socialmente dominantes han sido instituciona lizados Y
plasmados espacialmente, y se oponen al cambio, las innovaciones principales de la funci ó�
de la ciudad, de su significado y su estructura suelen ser consecuencia de la movilizac ión Y eiu­
gencias de las bases populares. Cuando tales movilizaciones culminan en la transformac ión
la estructura urbana, las denomina movimientos sociales urbanos. No obstante, el proceso .e
�e
cambio social urbano no puede reducirse a los efectos producidos en la ciudad por los movi­
mientos sociales victoriosos. La transformación obedece tanto a la acción de los inte reses �:­
minantes como a la resistencia y desafío que oponen las bases populares a esa dominac• n
( 1 986: 22- 2 3 )
.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 93

una ciudad a otra, sino que, en su estructura y sus objetivos, por­


t an los estigmas y proyectos de todos los grandes conflictos históri­
c os de nuestro tiempo» (Castells, 1 986: 429). Por eso, todos partici­
p an de una serie de elementos comunes entre los que destaca su co­
mún estructuración en torno a tres objetivos básicos: el consumo
c ol ectivo, la cultura comunitaria y la autogestión política.
Con el primer objetivo (co nsumo colectivo) se pretende lograr
pa ra los residentes una ciudad organizada en torno al valor de
uso, en contra de la lógica del valor de cambio; aunque el conte­
n ido de ese valor de uso varía considerablemente, la movilización
siempre va dirigida al mejoramiento del consumo colectivo, lo que
e s t á en contradicción con el concepto de la ciudad destinada al
provecho, donde la deseabilidad del espacio y los servicios urba­
n o s se distribuyen de acuerdo con los niveles de ingresos. Por su

parte, el segundo objetivo (cultura co mun itaria) gira en torno a la


búsqueda de la identidad, el mantenimiento o la creación de cul­
turas locales autónomas, étnicamente basadas o históricamente
originadas; tal objetivo se opone, entre otras cosas, a la estanda­
rización de la cultura de acuerdo con fuentes cada vez más hete­
rónomas para los residentes de los barrios. Finalmente, el tercer
objetivo (au togestión política) , implica la búsqueda de un poder
creciente para el gobierno local, la descentralización de los ba­
rrios y la autogestión urbana, en contradicción con el Estado cen­
t ralizado y una administración territorial subordinada e indife­
r enciada.13
¿Por qué los movimientos sociales urbanos se estructuran alre­
de dor de esos obj etivos y no de otros? Porque los tres objetivos, des­
t a ca Castells, constituyen precisamente «los tres proyectos alterna­
ti vos a los modos de producción y modos de desarrollo que predo­
m i nan en nuestro mundo. La ciudad como valor de uso se
contrapone a la forma capitalista de ciudad en cuanto valor de cam­
bi o; la ciudad como red de comunicación, al flujo de información
unidireccional característico del modo de desarrollo informacional,
v la ciudad como entidad política de libre autogestión, al recurso al
Est ado centralizado en cuanto instrumento de autoritarismo y ame­
n aza de totalitarismo. Así pues, los temas y debates fundamentales
d e n uestra historia son, en realidad, la materia prima de los movi­
n1 ie ntos urbanos» ( 1 986: 438).

1 3 . Al movimiento orientado hacia el consumo colectivo Castells lo denomina •sindica­


!; ,,,,º de consumo colectivo • , al orientado hacia cultura comunitaria lo conceptualiza de •C0-
' 1 1 1 1 11 idad• , y al que lucha por la autogestión política lo llama • movimiento ciudadano •
! 1 9 8 6 : 430-43 1 ) .
1 94 ANTROPOLOGÍA URBANA

Por otra parte, es característico de los movimientos urbanos


contemporáneos la heterogeneidad de sus actores, que provienen de
una variedad de situaciones sociales, de sexo y étnicas. No son mo.
vimientos de clase trabajadora, pero tampoco puede definírseles
como de clase media. Más bien se distinguen por su capacidad de
integrar a múltiples clases sociales, dado que no están directamen­
te vinculados a las relaciones de producción, sino que tienen que
ver sobre todo con las relaciones de consumo, de comunicación y
poder.
Castells considera que los movimientos sociales urbanos poseen
fundamentalmente un carácter reactivo. Han podido aparecer y de­
sempeñar un papel social de primera magnitud debido al estanca­
miento en el que se encuentran los proyectos alternativos de cam­
bio en las dimensiones de producción, cultura y poder. Por un lado,
el movimiento obrero se ha revelado incapaz de abordar la cuestión
del salario social y la negociación de las condiciones de vida fuera
del trabajo, razón por la cual el «sindicalismo urbano» ha tenido
que ocupar su puesto fuera de las fábricas y oficinas. Por otro lado,
al excesivo flujo de información unidireccional sólo se han opuesto
las culturas marginales alternativas, por lo que el pueblo ha tenido
que asumir la tarea de ensayar y defender espontáneamente sus re ­
des autónomas sobre la base más primitiva, la territorialidad, de ahí
el surgimiento de las comunidades territoriales o locales. Final­
mente, ante la centralización del Estado y la obsesión de los parti­
dos políticos con la dimensión instrumental del poder se ha opues­
to la revitalización de la autonomía local, la reivindicación de la
autogestión política, la descentralización y la participación.
«Como todas estas fuentes potenciales de conflictos en nuestra
sociedad no tienen medios autónomos de expresión, organización Y
movilización, se han unido de una manera negativa y reactiva en la
forma de movimientos u rbanos. Cuando son reacciones unid imen­
sionales primitivas, cobran la forma de protesta urbana. Cuando
han desarrollado una visión global alternativa . . . proponen una or­
ganización social alternativa, un espacio alternativo, una ciudad al­
ternativa. Se convierten en un movimiento social urbano. Pero ese
movimiento social . . . sólo (es) "reactivo", excepto en su dim en sión
utópica, . . . pues la ciudad que proyecta no está ni puede estar co­
nectada a un modo alternativo de producción y desarrollo, ni a un
Estado democrático adaptado a los procesos mundiales de poder.
Los movimientos sociales urbanos están, pues, orientados a tra n s ­
formar el significado de la ciudad, sin poder transformar la soc ie­
dad. Son una reacción, no una alternativa» (Castells, 1 9 86: 438-
439).
7

ENFO QUES TE ÓRICOS EN EL ESTUDIO


DE LOS MO VIMIENTOS SOCIALES

En las páginas que siguen se presenta una apretada síntesis de


los diferentes paradigmas teóricos que han afrontado el análisis
de los movimientos sociales. 1 A su conclusión abordaré una cues­
t ión que nos atañe especialmente a los antropólogos, referente al
papel desempeñado por nuestra disciplina en el tratamiento de este
d inámico campo de análisis.
Numerosos autores coinciden en señalar que existen dos pro­
blemas de entrada a la hora de abordar el tema de la acción colec­
tiva: el primero tiene que ver con la complejidad del fenómeno,
de rivada en gran medida de la enorme heterogeneidad de los movi­
m ientos sociales; el segundo problema deriva del carácter polisémi­
co del término (Laraña, 1 999) y del desacuerdo existente sobre su
si gnificado, cuyas dificultades de acotación provienen «tanto de la
diversidad de objetivos de tales movimientos como de la misma di­
f i cultad para establecer las fronteras entre ellos y otras formas de
a cción política» (Pérez Ledesma, 1 994 : 58). A estos handicaps ha­
b ría que añadir la pluralidad teórica que le acompaña: no existe
unanimidad ni en la percepción, ni en los contenidos, ni en las pers­
p ec tivas, ni en los significados que implica el escurridizo término de
in ovimiento social.
Ante este estado de cosas, una de las estrategias posibles a la
h o ra de abordar la ardua tarea de delimitarlo es la de aprobar una
P ropuesta abierta, que tiende a apuntar criterios amplios para lue-

1. La bibliografía sobre los movi mientos sociales es muy amplia aunque para tener una
1 i s i ón general, pueden consultarse, entre otros, a los siguientes autores: Castells 1 986 , 1 995 y
1 9 9 8 ; Dalton y Kuechler, 1 99 2 ; Fowerake1; 1 99 5 ; !barra y Tejerina, 1 998; Laraña, 1 999; Laraña
1 Gusfield, 1 994; Melucci, 1 98 2 , 1 98 9 , 1 994 y 1 998; McAdam, McCarthy y Zald, 1 996;
O ffe , 1 98 8 ; Revilla, 1 994a y b ; Riechmann y Fernández Buey, 1 994; Tarrow, 1 99 7 ; Touraine
1 990.
1 96 ANTROPOLOGÍA URBANA

go ir adaptándolos a la variedad de movimientos y perspectivas. Tal


es el caso, por ejemplo, de autores como Raschke, quien opta por
una sucinta definición del concepto al señalar que «movimiento so­
cial es un actor colectivo que interviene en el proceso de cambio so­
cial» ( 1 994 : 1 22 ) ; Castells, que considera a los movimientos sociales
«Como las acciones colectivas conscientes cuyo impacto, tanto en
caso de victoria como de derrota, transforma los valores y las insti­
tuciones de la sociedad» ( 1 998: 2 5 ) ; o Ibarra y Tejerina, para los que
«Un movimiento social es un sistema de narraciones, al mismo
tiempo que un sistema de registros culturales, explicaciones y pre s­
cripciones de cómo determinados conflictos son expresados social­
mente y de cómo y a través de qué medios la sociedad ha de ser re­
formada» ( 1 998: 1 2) .
El problema de este tipo de definiciones abiertas es su impreci­
sión como herramientas analíticas.2 De ahí que optemos por una
aproximación más ajustada del término; concretamente, por la re­
formulación que hace Laraña de la propuesta de Melucci que defi­
ne al concepto de movimiento social como «una forma de acción
colectiva 1 ) que apela a la solidaridad para promover o impedir
cambios sociales; 2) cuya existencia es en sí misma una forma de
percibir la realidad, ya que vuelve controvertido un aspecto de ésta
que antes era aceptado como normativo; 3) que implica una ruptu­
ra de los límites del sistema normativo y relaciones sociales en el
que se desarrolla su acción; 4) que tiene capacidad para producir
nuevas normas y legitimaciones en la sociedad» ( 1 999: 1 2 7). A esta
definición cabe añadir algunas de las interesantes puntualizacione s
de Riechmann ( 1 994: 48-50) en las que se precisa, en primer lugar,
la idea de que los movimientos son una forma de acción colectiva
que lejos de entrañar un fenómeno unitario, se distingue precisa­
mente por lo contrario: por su alto grado de pluralismo y difere n ­
ciación interna, su multiplicidad de corrientes, tendencias y formas
de acción. En segundo lugar, el «alto nivel de integración simbóli ­
ca» de los movimientos sociales, manifestado por un acusado sen ­
timiento de pertenencia al colectivo. En tercer lugar, el carácter flui ­
do y lábil de los movimientos sociales: en comparación con las or­
ganizaciones formales, el grado de especificación de roles en los
movimientos sociales es bajo, las formas de participación son múl­
tiples y no existe algo así como una militancia formal. Finalm en te ,
la última puntualización destaca la fuerte afinidad existente en tre
los movimientos sociales y las formas no convencionales de acci óD ·

2 . Para una revisión del concepto de movimiento social se puede acudir a Melu cci ( 1 982·
1 989 y 1 994) y a Laraña ( 1 99 9 : 6 7 , 1 2 7 ) .
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 1 97

Pese a los problemas conceptuales mencionados, en una cosa sí


q ue parece existir cierta unanimidad entre los numerosos científi­
c o s sociales ocupados en el análisis de los movimientos sociales: en
d común reconocimiento del papel que pueden jugar en la trans­
formación de la realidad social, en el fortalecimiento del espacio
p úblico y la revitalización de la sociedad civil; y en su carácter his­
t órico. Como indican Ibarra y Tejerina, los «distintos momentos
históricos dejan improntas diversas sobre la forma de exteriorizar y
c onducir las protestas. En el pasado se ha apuntado como causas
i nmediatas de movilización social a las revoluciones burguesas y a
los procesos de democratización del Estado-nación y, más reciente­
mente, el desarrollo del Estado de Bienestar y la etapa de prosperi­
dad económica posterior a la Segunda Guerra Mundial. En los últi­
mos se apunta al proceso de globalización como contexto histórico
que conforma la intensidad y la dirección que está tomando la ac­
ción colectiva» ( 1 998: 9).

1. Del enfoque del comportamiento colectivo al paradigma


de la elección racional

Al esbozar a grandes rasgos el desarrollo de las teorías sobre los


movimientos sociales es posible diferenciar cuatro etapas distintas.
En la primera, los estudios sobre los movimientos sociales se iden­
tificaron fundamentalmente con el movimiento obrero. De hecho,
como ha reconocido Mees «la historia de los movimientos sociales
n ació como historia del movimiento obrero» ( 1 998: 229). El enfo­
que del comportamiento colectivo y más tarde los modelos de pri­
vación relativa y de elección racional, que intentaban superar las
d eficiencias del anterior, son los paradigmas más representativos de
u n l argo periodo que se extiende hasta finales de los años 60, mar­
ca do por las serias limitaciones teóricas de dichas explicaciones. La
s egunda etapa se inicia con las revueltas de 1 968 y en ella se dife­
re n cian claramente las contribuciones teóricas de los norteamerica­
nos, representados por la teoría de la movilización de recursos, y los
eu ropeos, definidos por el paradigma de los nuevos movimientos
s oc iales. La tercera etapa se sitúa a finales de los ochenta y viene
c aracterizada por el acercamiento entre las dos tradiciones anterio­
res, que posibilita el desarrollo de nuevas metodologías (procesos de
e nm arcamiento, estructura de oportunidad política y redes) para el
análisis de la acción colectiva, y que coinc�de con un aumento y di­
versificación de los movimientos. La última etapa se corresponde­
ría con las contribuciones que se vienen formulando en los últimos
1 98 ANTROPOLOGÍA URBANA

años, marcadas por el nuevo contexto de la globalización y por el


debate sobre la institucionalización/normalización tanto de los mo­
vimientos como de la teoría.
El enfoque del comportamiento colectivo , desarrollado en USA y
más precisamente en la Escuela de Chicago, prevaleció en el estu­
dio de los movimientos sociales hasta bien avanzados los años 60.
En sus reflexiones, «los movimientos sociales se conceptualizaban
como formas de comportamiento político no institucionalizado po­
tencialmente peligrosas, las cuales, si se las dejaba actuar, amena­
zaban la estabilidad de los modos de vida establecidos» (Eyerman
y Jamison, 1 99 1 : 1 0) . Pero esta imagen de comportamiento desvia­
do, anómico e irracional no cuadraba en absoluto con los movi­
mientos de los estudiantes antiautoritarios y los activistas de la
<<nueva izquierda» del 68. Como destaca Riechmann y Fernández
Buey ( 1 994 : 1 8) , con la irrupción de los movimientos « sesentayo­
chistas» , este modelo explicativo entra en una profunda crisis. Pero
si el descubrimiento de la racionalidad de los movimientos sociales
modernos sumió en la perplejidad a los sociólogos del comporta­
miento colectivo, tampoco el marxismo ortodoxo estaba bien pre­
parado para explicar unos movimientos protagonizados por gentes
de clases medias que peleaban por causas «progresistas» ante la pa­
sividad de la clase obrera.
En este contexto, tal y como resume Riechmann, surgen en USA
los primeros intentos de explicar las rebeliones estudiantiles de los
sesenta que, inspirándose en las teorías existentes, formulan los mo ­
delos de privación relativa . «En su esquema sociopsicológico, los
sentimientos de privación relativa despertados por una situación
económica o social desventajosa conducían a la violencia política ;
esto es, la frustración inducía a agresión. Según estos modelos . . . ,
los negros pedían derechos civiles porque la sociedad blanca no res­
pondía a sus expectativas; los estudiantes se radicalizaban a causa
de la masificación universitaria y su marginalidad económic a; los
ecologistas reaccionaban contra los excesos de las economías pro­
ductivistas que estaban socavando su calidad de vida, y en gen eral
los grupos de ciudadanos y ciudadanas excluidos de la participaci ón
política o castigados por la crisis económica se movilizaban para
exigir acceso, participación y reconocimiento de derechos. D e nu e­
vo, la rebelión de los márgenes» ( 1 994: 1 9) .
Si como se ha demostrado ampliamente «los sentimiento s de
privación relativa no ejercen más que un impacto marginal en la
propensión a involucrarse en protestas » (Dalton y Kuechler.
1 992: 8 ) , ¿no será que la implicación en movimientos sociale s s u r­
ge acaso del egoísmo racional de los afectados? Esta es pre ci sa-
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 1 99

111ente la tesis que van a defender los enfoques de la elección ra­


cional: lo que motiva la participación política de los individuos, al
menos en grandes grupos, es la esperanza de conseguir beneficios
privados. A mediados de los 60, Mancur Olson ( 1 963), máximo
i nspirador de este enfoque, elaboró un influyente modelo según el
cual los individuos no participarán en protestas, revoluciones u
ot ros tipos de acciones colectivas a menos que los beneficios es­
p erados superen los costes de su acción; la lógica del mercado,
e sto es, el cálculo individual de costes y beneficios se hipostasia
como racionalidad. Los activistas de los movimientos sociales son
s iempre individuos egoístas, maximizadores de sus beneficios pri­
rndos, que calculan meticulosamente costes y ganancias antes de
i r a cada manifestación, firmar cada proclama o escribir cada pan­
fleto. Como indica Riechmann, «para Olson la acción colectiva, sin
i ncentivos selectivos ni coerción, es o bien imposible o bien irra­
cional. Este "modelo de mercado" de la cooperación resulta in­
trínsecamente incapaz de explicar el origen y el funcionamiento de
las solidaridades de grupo . . . se le escapa todo lo exterior al siste­
ma adquisitivo capitalista» ( 1 994: 2 3 ) .

2. La teoría de la movilización de recursos y el paradigma


de los nuevos movimientos sociales

En gran parte, las dificultades para analizar los movimientos


so ciales aparecidos entre los años 1 960- 1 970 se originan en los dé­
fi cits arrastrados por las tradiciones teóricas imperantes hasta
a q uel momento, cuyos paradigmas se revelan además incapaces de
responder a los nuevos agentes y al nuevo contexto histórico.3 En
efecto, la investigación de los movimientos sociales se había inicia­
d o en el momento de la industrialización y construcción nacional
d e l siglo XIX, y fue ése el contexto sociocultural que propició el aná-
1 i sis de los conflictos sociales, en el cual comenzaron a distinguirse
l as tradiciones europea y americana. Con el tiempo, y sobre todo
I ras los movimientos acaecidos durante las décadas de los 60 y 70,
esta división de las orientaciones teóricas quedaría si cabe más mar­
c ada. En Europa, a raíz de un mayor peso del pensamiento
n1arxista, se hará hincapié en aspectos estructurales de las clases so-

3. Pérez Ledesma ( 1 994) señala que a partir de la primera guerra mundial ya habían
"Parecido otras formas de protesta política y social que obligaban a ampliar la definición
l rad icional de • movimiento social igual a movim iento obrero» . También Mees ( 1 9 9 8 ) apun-
1 't e n esta dirección e indica que los movimientos de protesta surgidos tras la Segunda Gue­
' "" Mundial forzaban a replantar las investigaciones sobre las movilizaciones colectivas.
200 ANTROPOLOGÍA URBANA

ciales. Por su parte, la influencia de los enfoques del comporta...


miento colectivo conducirá a la tradición americana a interesarse
prioritariamente por los mecanismos de reproducción, movilización
y organización de los movimientos (Laraña y Gusfield, 1 994) .
Como ha señalado Foweraker, los mencionados conjuntos teó­
ricos surgieron como reacción consciente a los modelos anteriores
de análisis científico social: «la nueva teoría de movimiento social
nació del desencanto que provocó la versión altamente académica y
estructural del marxismo; y la teoría de la movilización de recursos
rechazó claramente el reduccionismo psicológico de teorías ante­
riores sobre la acción colectiva en los Estados Unidos» ( 1 995: 9).
Mientras que en Europa el enfoque de los nuevos movimientos so­
ciales se interesaba por el desarrollo de nuevos potenciales de pro­
testa a los que se consideraba fruto de las nuevas contradicciones
generadas en las sociedades altamente industrializadas, en EE.UU.,
para explicar el origen de los movimientos, se desplazaba la aten­
ción de la privación de recursos a la disponibilidad de los mismos.
(Klandermans, 1 994: 1 83). No es que los europeos y los norteame­
ricanos tuvieran planteamientos encontrados, más bien es que cada
uno puso su atención en factores diferentes. Así, mientras que los
últimos se esforzaban en el análisis de la instrumentalidad de la ac­
ción social, los primeros volcaban su atención en los procesos de
comunicación y en la formación de identidad.
La teoría de la movilización de los recursos establece dos claras
premisas: « 1 ) las actividades que realizan los movimientos sociales
no son espontáneas ni desorganizadas y 2) los que participan en
ellos no son personas irracionales » (Ferrée, 1 994: 1 5 1 ) .4 El punto de
partida de su análisis son las organizaciones y no los individuos; se
trata pues, como apunta Jenkins ( 1 994), de una teoría que ha sido
planteada a partir de actores colectivos que luchan por el poder en
un determinado contexto institucional. El interés se centra por tan ­
to en el estudio de las organizaciones, en los recursos disponibles Y
en los factores que hacen posible el mantenimiento de la estructu­
ra organizativa. Según este modelo aproximativo, la organi zaci ón
de los movimientos sociales no está aislada de las organizacion es e
instituciones políticas. Los movimientos sociales surgen con u n a
clara vocación política, en favor de sus intereses y demandas , y n o
4. Para una síntesis de los principales rasgos de la teoría de la movilización de los ri:
·
cursos se puede consultar a Jenkins ( 1 994 ). Por otra parte, cabe advertir la falta de un an irn • ·
dad dentro de este paradigma, en cuyo interior se pueden diferenciar distintas corri entes j11
función de los recursos que los autores consideren más importantes. De igual modo, c u an n°·
hablemos del modelo de los nuevos movimientos sociales simplificaremos sus postulados , au
que reconozcamos asimismo que existe heterogeneidad entre sus planteamientos.
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 2 0 1

con una vocación opositora a los partidos. Además, los individuos


eligen participar en un movimiento social por razones prácticas; de
ahí que se considere que «las acciones racionales se orientan hacia
o bjetivos fijos, claramente definidos a través de un control centrali­
zado por parte de la organización, y que pueden ser evaluados en
t érminos de logros tangibles» (Jenkins, 1 994: 9). Por lo demás, este
e nfoque no concedió demasiado interés a las causas de aparición de
los movimientos, porque partió del hecho de que las sociedades mo­
d ernas generaban tensiones y conflictos colectivos, lo que llevaría a
los afectados a organizarse.
Para algunos autores «el modelo de la organización de recur­
sos ofrece una teoría integrada sobre el modo en que se forman
las organizaciones, se moviliza el apoyo ciudadano, se desarrollan
acciones organizativas y se deciden tácticas políticas » (Dalton,
Kuechler y Bürklin, 1 992 : 2 8 ) . Precisamente, las críticas a este
planteamiento le han sido formuladas por su excesiva atención a
los mencionados aspectos, que ha implicado una orientación ex­
cesivamente racionalista y un descuido paralelo de aspectos tan
importantes como el de la identidad y el de la ideología. Esto es
precisamente lo que apunta McAdam cuando afirma que « el pre­
dominio de los enfoques de la movilización de los recursos y del
proceso político en Estados Unidos ha privilegiado los aspectos
políticos, organizativos y estructurales de los movimientos socia­
les, y no ha prestado mucha atención a sus dimensiones cultura­
les o cognitivas » ( 1 994: 4 3 ) .
Por su parte, los estudios europeos conocidos como la teoría de
l os nuevos movimientos sociales (o como la teoría de la construc­
ción de la identidad colectiva) dirigieron sus énfasis a los aspectos
c ulturales. Según este enfoque, los nuevos modelos de acción co­
le ctiva que surgen en los años 60 están profundamente relacionados
con formas de la identidad colectiva e individual y con objetivos
ce ntrados en el desarrollo personal y en el cambio de las formas de
i nteracción. Estos aspectos son para los participantes tan impor­
tan tes como los políticos, lo que viene a diferenciarlos de los movi-
1n i entos sociales anteriores. La identidad colectiva explicaría la ca­
p acidad de los movimientos contemporáneos para aglutinar orien­
taci ones, actores y procesos sociales. Como ya se ha destacado
an teriormente, la novedad de los movimientos y conflictos de los
años 60 consistía en que sus reivindicaciones no estaban basadas en
i ntereses económicos y de clase, sino en otros elementos menos ob­
i etivos, como la identidad, el status, la preocupación por los pro­
bl e mas de otros seres humanos y la espiritualidad (Johnston, Lara­
fia y Gusfield, 1 994 : 24).
202 ANTROPOLOGÍA URBANA

Entre las diferencias que destacan los teóricos de los nuevos


movimientos sociales con respecto a las formas de acción colectiva
precedentes, aparecen las siguientes: no hay una clara relación en ­
tre los roles estructurales de los participantes; existe una pluralidad
de ideas y valores; las demandas suelen ser de carácter cultural y
simbólico y están relacionadas con cuestiones de identidad; se pro­
duce una difuminación de la relación entre lo individual y lo gru ­
pal, entre la política y los aspectos personales y de la vida cotidia­
na, 5 y las tácticas empleadas para las movilizaciones se caracterizan
por la no violencia y la desobediencia del poder civil. Además, en
algunos casos, los nuevos movimientos sociales son valorados como
una forma de respuesta a la desconfianza en las vías tradicionales
de participación pública de las democracias occidentales. Frente a
la estructura de cuadros y la burocracia centralizada, las propues­
tas alternativas de los nuevos movimientos se concretarían en una
organización que suele ser difusa y descentralizada, (Johnston, La­
raña y Gusfield, 1 994; Melucci, 1 982, 1 994; Offe, 1 992a y b ; ) . Igual­
mente, los teóricos de los nuevos movimientos sociales considera­
ban que las transformaciones ocurridas en las sociedades occiden­
tales habían sido claves para el nacimiento de una acción colectiva
cualitativamente diferente de la anterior. En este sentido, Tejerina
indica que «aunque existen diferencias notables entre los analistas,
la transformación de una sociedad tradicional en una sociedad in­
dustrial o, más recientemente, postindustrial se viene explicando
con enfoques que ponen su énfasis bien en el desarrollo económico
bien en el proceso de creación simbólica» ( 1 998: 1 1 9).
Los mayores debates que han generado los teóricos de la iden ­
tidad han venido provocados por la calificación de «novedad» asig­
nada a los movimientos sociales que surgen en los 60. Una novedad
discutida ampliamente y que ha sido leída en clave de discontinui ­
dad. A este tenor, una de las criticas más frecuente destaca que
siempre podemos encontrar en los movimientos anteriores los an­
tecedentes inmediatos de lo que se considera esencialmente com o
nuevo, de ahí que Mees ( 1 998) haya subrayado la artificial y ahi s ­
tórica diferenciación tipológica entre nuevo y viejo movimien to so­
cial, cuestionando su validez analítica y llegando a la sensata co n­
clusión de que en realidad lo que tenemos es «vino viejo en odres
nuevos» y que todos los movimientos sociales en su tiempo son nue­
vos y viejos a la vez. El interés de la mencionada polémica radie�
en que ha propiciado el acercamiento de las dos tradiciones teófl ·
5. La famosa frase lanzada por el feminismo italiano •lo personal es político• ejern p
l i·
fica muy bien la mezcla de ambos espacios.
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 203

cas mencionadas (americana y europea), posibilitando nuevas in­


t erpretaciones conjuntas de los movimientos.
En cualquier caso, tanto la aproximación norteamericana
como la europea presentan fisuras en su conceptualización de los
movimientos sociales. Según Klandermans ( 1 994), la perspectiva
de la teoría de la movilización de los recursos ha pecado de obviar
los factores estructurales de los movimientos, centrándose en los
recursos y aspectos organizativos. Por su parte, el enfoque de
los nuevos movimientos sociales propende justamente a lo contra­
rio: al atender demasiado a las causas estructurales olvida los re­
cursos y la organización; como indica Foweraker, «al insistir en los
motivos por los que se movilizan determinados actores/agentes
sociales, la teoría no tiene en cuenta otra cuestión igualmente im­
portante respecto a cómo éstos se movilizan» ( 1 99 5 : 1 5 ) . También
se critica a este enfoque el haber minimizado los precedentes his­
tóricos de los movimientos que estudian; su esfuerzo por resaltar
la novedad de los emergentes movimientos sociales se acompaña
paradójicamente de un silenciamiento del proceso histórico de lu­
cha, que es precisamente el que otorga legitimidad al movimiento
\' forja las nuevas identidades colectivas. Con el redescubrimiento
de la complejidad y de la profundidad histórica de los movimien­
tos sociales se afianza una tendencia que se esfuerza por teorizar
la periodización de la acción colectiva utilizando conceptos tales
como « orígenes » , «olas» , «ciclos » y «repertorios de protesta»
( Edelman, 2 00 1 : 294).

3. Confluencias teóricas y nuevos desarrollos metodológicos:


los procesos de enmarcamiento, la estructura
de oportunidad política y el enfoque de redes

A partir de finales de los 80 surgió una corriente analítica for­


mada por estudiosos de ambos continentes que pretendía integrar
l o s anteriores modelos interpretativos, subsanando las carencias
señaladas por las críticas. Como destaca Rivas ( 1 99 8 ) , este acer­
c amiento facilita el que cada uno tome en cuenta las perspectivas
d e l otro y se camine hacia la confluencia teórica. Además, es pre­
c i samente en ese periodo cuando aparecen con fuerza nuevos y
nu merosos movimientos cuyos desarrollos vuelven a desafiar a los
teóricos de la acción colectiva. Para algunos autores, los procesos
de descrédito por los que pasaron los partidos políticos
e uropeos durante esos años fueron decisivos para la aparición de
n ue vas formas de acción colectiva (Johnston, Laraña y Gusfield,
204 ANTROPOLOGÍA URBANA

1 994). No es de extrañar, entonces, que aparezcan nuevas valora­


ciones acerca del papel social de los movimientos sociales, a lo s
que se considera a menudo como los posibles interlocutores alter­
nativos a los partidos políticos. De ser así, los movimientos socia­
les se erigirían en los auténticos canalizadores de la participación
colectiva. «Ahora que los partidos están en crisis -llega a deci r
Flacks-, será la propia gente la que tenga que tomar en sus ma­
nos la responsabilidad de su futuro colectivo. Los movimientos, en
tanto que formaciones portadoras de una concepción social de las
cosas y como espacios de entrenamiento para la lucha política, pa­
recen destinados a ser los instrumentos de esa responsabilidad»
( 1 994: 466).
El importante crecimiento de los movimientos sociales, junto
con su diversidad y heterogeneidad, obligó a redefinir de nuevo a
los movimientos sociales, forzando a buscar nuevas herramientas
conceptuales y metodológicas para su interpretación. Durante esta
época diferentes paradigmas teóricos coinciden en destacar el papel
fundamental que juegan los tres factores siguientes a la hora de in­
terpretar los movimientos sociales: la estructura de oportunidades
políticas, las formas de organización de los participantes y los pro­
cesos de interpretación (McAdam, McCarthy y Zald, 1 996: 2-6). De
este modo no sólo se propicia la aparición de nuevos focos de aten­
ción, sino el desarrollo de novedosos enfoques metodológicos como
el que suponen el análisis de los marcos o procesos de enmarca­
miento (frame, framing process) , las variables de la estructura de
oportunidad política (political opportunity) y la perspectiva de rede s
(network).
Por un lado, el modelo de los marcos de referencia ha queri­
do completar y relacionar los procesos de la creación de marc os
con los procesos de construcción de identidad, aunque en la ma­
yoría de las ocasiones, ambos procesos se tratan como si fueran
independientes (Hunt, Benford y Snow, 1 994) . Por otro, des de la
perspectiva de la estructura de oportunidad política (EOP) se ha
intentado establecer qué variables del sistema sociopolítico i nc i ­
den en la acción colectiva, sin que ello suponga desestimar la c a­
pacidad de los movimientos para movilizar recursos. Final men te ,
en las estructuras de movilización se ha buscado ver cuáles so n las
formas de organización, tanto formales como informales qu e los
activistas utilizan, es decir, los grupos, organizaciones y red es que
comprenden los movimientos (McAdam, McCarthy y Zald, 1 9 9 6) .
En definitiva, en palabras de Tejerina, las investigaciones d e las
dos últimas décadas se han volcado « en el conocimiento d e lo s
procesos de extensión de las diversas formas de acción cole c tiva .
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 205

así como en las condiciones políticas que la impulsan o retrasan»


( 1 99 8 : 1 3 3 ) .
El análisis de marcos o procesos de enmarcamiento6 se ha centra­
do en el estudio de los factores culturales e ideológicos de los movi­
rnientos sociales. En este enfoque, en el que la cultura toma un papel
relevante como factor explicativo, se reconoce que los movimientos
« tienden a convertirse en mundos en sí mismos, caracterizados por
sus propias ideologías, identidades colectivas, rutinas de comporta­
rniento y culturas materiales» (McAdam 1 994: 54). De ahí que el in­
terés analítico gire en tomo a los significados, perspectivas e inter­
pretaciones que los colectivos comparten, y en los procesos de crea­
ción de marcos de referencia que afectan al esquema interpretativo
construido por los seguidores de esos movimientos. Tal y como reco­
ge Rivas, por procesos de enmarcamiento se entiende «los esfuerzos
estratégicos conscientes realizados por grupos de personas para cons­
truir interpretaciones compartidas del mundo y de sí mismos que le­
gitiman y motivan la acción colectiva» ( 1 998: 206). El análisis de los
marcos de referencia7 persigue, en último término, sacar a la luz
los aspectos cognitivos de la acción colectiva, con el objeto de inter­
pretar cómo los miembros que participan en los movimientos socia­
les construyen sus mundos sociales y dan sentido a los mismos. Este
enfoque ha servido para resaltar la suma importancia de las ideas y
los elementos culturales a la hora de entender la movilización de la
pa rticipación en los movimientos sociales y en el aprovechamiento de
l a oportunidad política. El examen de los marcos trata de poner al
descubierto los mecanismos a través de los cuales un movimiento
crea un marco de referencia, es decir, consigue «proponer una visión
del mundo que legitime y motive la protesta» (McAdam, 1 994: 45). Un
m arco de referencia es, en realidad, un marco interpretativo y, «en el
contexto de los movimientos sociales, los marcos de acción colectiva
n o sólo destacan ciertos aspectos de la realidad, sino que también ac­
t úan como base para la atribución y articulación de significados»
( Hunt, Benford y Snow, 1 994: 229).
Por su parte, la EOP8 se ha esforzado en determinar qué carac­
t erísticas del sistema político favorecen o dificultan el desarrollo de
6 . McAdam ( 1 994) y Rivas ( 1 998) realizan una aproximación histórica y conceptual del
t érmino. La aproximación de Rivas es más completa, además ofrece un recorrido del mismo
ror las diferentes disciplinas.
7 . Para ver algún estudio desde esta perspectiva se puede acudir al estudio de Eyerman
( 1 9 9 8 ) sobre la práctica cultural, a los trabajos de McCarthy, Smith y Zald ( 1 996) sobre las rela­
c io nes entre el mundo político, los medios de comunicación y las estrategias de significado de
l os movimientos, o a la investigación realizada en los Países Bajos por Klandermans y Goslinda
1 1 99 2 ) sobre los marcos de acción colectiva creados por los m iembros de los sindicatos y los me­
d i os de comunicación, a raíz del problema del aumento de bajas laborales por incapacidad.
8 . En McAdam ( 1 996) se puede encontrar una revisión y una crítica del enfoque de EOP.
206 ANTROPOLOGÍA URBANA

los movimientos sociales. La idea central es que la acción social sur­


ge como respuesta a las «oportunidades políticas» de las que se pue­
den aprovechar los grupos sociales para comenzar un movimiento;
de ahí el interés de estudiar el contexto político de las movilizacio­
nes y de que las investigaciones se centren en las causas sociopolí­
ticas que favorecen la aparición de acciones colectivas.9 Tarrow de­
fine la EOP como « señales consistentes -aunque no necesaria­
mente formales, permanentes o nacionales- hacia agentes sociales
o políticos que animan a éstos a utilizar sus recursos internos para
formar movimientos sociales» ( 1 99 6 : 5 4 ) , y señala al mismo tiempo
sus dos bloques de elementos constituyentes: por un lado, los ele­
mentos más estables, entre los que destaca la forma de Estado; por
otro, los que poseen un carácter más variable. Entre estos últimos
sobresalen cuatro factores que proporcionan oportunidades a los
movimientos sociales: el grado de apertura a la participación,
los cambios en las alianzas dominantes, la existencia de aliados in­
fluyentes, y el conflicto entre las elites. Pese a propuestas como las
de Tarrow, que pretenden determinar las variables de las oportuni­
dades políticas que encuentran los movimientos sociales en su de­
sarrollo, este modelo ha recibido muchas críticas por su falta de
concreción analítica. Además, se ha criticado el sesgo «estructural
u objetivista» de este enfoque, indicando que el problema es que no
permite diferenciar «los cambios objetivos en las oportunidades po­
líticas de los procesos subjetivos de la construcción social y de la
atribución colectiva de significado que confiere sentido a la partici­
pación en los movimientos» (McAdam, 1 994 : 47 ) . Para este últi mo
autor, el análisis de las oportunidades políticas no se puede separar
de los procesos de constitución de sentido. De ahí, que considere
fundamental para la explicación de la acción colectiva las «oportu ­
nidades culturales en expansión » , concepto por el que se refiere a
los procesos colectivos mediante los cuales se ubican los acon teci­
mientos o los hechos en un marco de referencia.
El desarrollo de la perspectiva de redes en el análisis de la ac­
ción social10 cierra el conjunto de aportaciones teórico-metodológi-
9 . Un ejemplo de la aplicación de EOP se puede ver en el análisis de Tarrow ( 1 9 92 ) so­
bre las relaciones entre los partidos y movimientos sociales en Italia durante el perio do de �e­
vueltas comprendido entre los años 1 965- 1 97 5 ; o en el trabajo comparativo de la evolució n h i s­
tórica de los estilos de protesta política en Italia y la República Federal Alemana desp ués de Ja
II Guerra Mundial efectuado por Della Porta ( 1 99 8 ) . P �
1 O. Un interesante análisis sobre redes se puede encontrar en el trabajo de Del la o u
( 1 998) sobre las motivaciones individuales y las redes sociales en los movimientos cla n � ­de ª
nos. La autora examina, entre otros factores que perm iten la radicalización de las est ra teJ 1 �
de acción, la importancia y la intensidad de los lazos de amistad y de las redes socia le s en
tro de las organizaciones clandestinas.
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 207

cas que distinguen a esta tercera etapa de estudios sobre los movi­
mientos sociales. Desde el mencionado enfoque, los movimientos
son abordados desde una perpectiva reticular que permite observar,
entre otras cosas, cómo las redes interpersonales funcionan como
canales de transformaciones culturales y políticas. Como destaca
Diani ( 1 998), adoptar una visión de los movimientos como network
significa poner en marcha una línea de investigación complemen­
taria, más que alternativa, a líneas más consolidadas de análisis, de
a hí su propuesta de incluir el enfoque de redes a las tres orienta­
ciones que él considera dominantes en el análisis de la acción so­
cial: se refiere a las teorías de la movilización de recursos, de los
nuevos movimientos sociales y del proceso político. En suma, se
puede decir que durante este periodo se realizan importantes con­
tribuciones al estudio de los movimientos sociales que giran en tor­
no a los siguientes aspectos: la identidad (colectiva, individual y pú­
blica), la organización, el papel de la ideología, la función política,
la capacidad de resistencia y la motivación para la participación.

4. Últimos desarrollos teóricos sobre los movimientos sociales

En los últimos años, se ha vuelto a producir un giro importan­


te en el campo de la acción colectiva que cabe atribuir a la conjun­
c ión de tres procesos interconectados: en primer lugar, a la recien­
te revisión crítica de las formulaciones anteriores, que ha llevado a
replantear nuevamente el problema del análisis de los movimientos
sociales. En segundo lugar, a la consolidación d e una nueva tradi­
c ión de estudios surgida en Latinoamérica, que ha contribuido a la
revisión de los paradigmas y generalizaciones de las tradiciones
n orteamericana y europea. Finalmente, al progresivo asentamiento
de una visión interdisciplinar de los movimientos sociales, en la que
p articipan conjuntamente politólogos, sociólogos y antropólogos.
De hecho, las aportaciones de estos últimos, aunque tardías y toda­
vía escasas, también contribuyen, en cierto sentido, a la reformula­
ci ón de las concepciones teóricas imperantes.
En términos generales, las críticas de los antropólogos conver­
g e n con los planteamientos de Melucci, de manera que los movi­
Ini entos sociales dejan de ser vistos como entidades uniformes y se
admiten ahora sus conflictos internos, sus ambigüedades y limita­
c i o nes. Su enorme heterogeneidad plantea serias dudas sobre la via­
bi li dad de aceptar unos rasgos comunes para todos ellos y sobre las
f u nciones tradicionales asignadas (Escobar, 1 992a y b; Álvarez et al. ,
1 99 8 ; Edelman, 200 1 ) . En esta línea, se está cuestionando igual-
208 ANTROPOLOGÍA URBANA

mente el papel que se les había asignado dentro del ámbito de lo


político; así, como señala Gledhill, «durante la década de 1 990 el
pensamiento sobre los movimientos sociales ha cambiado, ya que
las desmesuradas expectativas acerca del papel transformador de
dichos movimientos en la política moderna ha dado paso a unas va­
loraciones más sobrias y realistas» ( 1 999: 290). Desde la práctica
antropológica se llega a advertir que «los nuevos movimientos so­
ciales son tanto una construcción política como una ficción» , y que
es necesario reconocer que «el eurocentrismo ha contaminado una
gran parte de la literatura» (Gledhill, 1 999: 293-294) . Contribucio­
nes cómo los estudios de Arturo Escobar ( 1 992a y b , 1 99 5 , 2000) y
Edelman ( 1 999) en América Latina y las investigaciones de Brosius
( 1 999a y b) sobre el papel desarrollado por organizaciones ecolo­
gistas abren nuevos campos y perspectivas sobre los movimientos
sociales. Ambos trabajan sobre el papel jugado por los discursos de
diferentes movimientos en contextos locales, y advierten sobre la
necesidad de poner en entredicho las prácticas de análisis y el pro ­
pio concepto de movimiento social construido por parte de las cien ­
cias sociales. En este sentido Eder ( 1 99 8 : 337) plantea una intere­
sante cuestión que va más allá de la retórica, «¿cómo transformar
el carácter evocador del concepto de movimiento social en otro ana­
lítico? » .
Pero no sólo se destacan las limitaciones a las formulaciones
anteriores, sino que al mismo tiempo se señalan novedades en
cuanto al contexto, el contenido y los objetivos de las formas de ac­
ción colectiva que se desarrollan en las postrimerías del siglo XX.
A esta dirección apuntan precisamente los argumentos de Ibarra Y
Tejerina ( 1 998), de los que ya nos hicimos eco páginas atrás. De
ellos quisiera rescatar sin embargo dos ideas que considero impor­
tantes: que la globalización es el marco desde el que hay que inter­
pretar a los movimientos sociales; y que esta nueva situación es la
que ha favorecido el surgimiento de nuevos movimientos (concre ­
tamente los que actúan en el ámbito de la solidaridad), y de nuevas
formas de actuar (marcadas por su sesgo institucional). Convi ene
advertir sin embargo del peligro que encierra la formulación de la
institucionalización de los movimientos sociales. Un riesgo que no
sólo deriva del significado del término institución, asociado a es ta­
tismo, tradicionalismo y orden, sino también en el posible secue s­
tro conceptual de la capacidad transformadora de los movimien to s
sociales. En cualquier caso, resulta evidente que la instituciona li za­
ción constituye una estrategia más entre las múltiples dispon ibl�t
por los movimientos, una estrategia que carece además de noveda '
como lo evidencian los grandes debates habidos en el seno d el eco·
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 209

logismo y del feminismo (movimientos considerados hoy como clá­


sicos) sobre la necesidad o el rechazo a institucionalizarse. 1 1 Quizás
la mayor novedad relativa sea la existencia de un conjunto de co­
lectivos, entre los que sobresalen muchas ONG, que toma desde el
i nicio la vía institucional.
También Eder ( 1 998) ha reflexionado sobre la institucionaliza­
ción de la acción colectiva y sobre el proceso de normalización de la
teoria de los movimientos sociales, un proceso que habria comenza­
do con el acercamiento de las perspectivas norteamericana y euro­
pea. Tras caracterizar al actual periodo de desarrollo teórico como de
« moderación analítica», señala que de él están derivando dos nuevas
v prometedoras perspectivas de análisis: la neo-institucional y la
constructivista. Para la primera, «los movimientos son organizacio­
nes que están ligadas mediante normas y reglas institucionales a
otros actores colectivos en un complejo campo interorganizacional.
La perspectiva constructivista afirma que los movimientos sociales
son creados por los medios de comunicación y los discursos públicos
v que sus temas y asuntos también se construyen en estos discursos»
( 1 998: 3 5 2 ) . En lo que concierne al primer aspecto mencionado (la
institucionalización de la acción colectiva), Eder hace dos importan­
tes afirmaciones. Por un lado, al señalar que los movimientos se han
convertido en una parte importante del orden, invierte los términos
de un discurso analítico de larga vigencia: los movimientos sociales
dejan de verse como desorden para percibirse no sólo como porta­
dores de orden sino como potenciales configuradores de orden. Afir­
ma por otro lado que hay que tener presente los nuevos contextos y
e spacios de actuación, ya que «la evolución de la sociedad moderna
ha cambiado el papel de los movimientos, ha creado espacios de ac­
ción social para movimientos que no existían anteriormente» ( 1 998:
344); esto implica que la sociedad está imponiendo un cierto orden
a los movimientos sociales, ya que les está confiriendo tanto un es­
pacio de actuación como unos límites para su contención.
Eder converge así con los planteamientos de !barra y Tejerina
en la consideración del carácter institucional de las nuevas formas
de acción colectiva, aunque su argumentación gira en otro sentido.
P ara él no sólo se está produciendo una integración de los movi-
111 i entos sociales en las instituciones políticas y sociales, sino que
este hecho fuerza a su vez a un cambio del propio sistema institu­
c i o nal, con lo que estaríamos asistiendo de facto al alumbramiento
de un nuevo orden institucional. No se trata únicamente del desa-

1 1. Reflejo de esas discusiones son las divisiones establecidas entre medioambientalis­


tas ecologistas, o entre el feminismo de la igualdad y de la diferencia. Está de más decir que
'1
d l't rás de esta división no sólo se esconde una discusión sobre la institucionalización.
210 ANTROPOLOGÍA URBANA

rrollo de una nueva estrategia por parte de los movimientos soci a­


les, sino que ésta se produce en un contexto de transformación más
amplio que afecta a todas las instituciones (orden postcorporativis­
ta) en un complejo campo interorganizacional. Según Eder «la ins­
titucionalización no necesariamente implica el fin de los movi­
mientos sociales, (sólo) significa la estabilización de una organiza­
ción de movimiento social como una institución . . . En la medida en
la que esta institución contradice la lógica de las instituciones de los
sistemas políticos modernos, los movimientos sociales son capaces
de convertirse en un factor permanente y dinamizador de la vida so­
cial» ( 1 998: 357).

5. Antropología y movimientos sociales

Hasta hace poco los antropólogos se han mantenido al margen


del interés que demuestran especialistas de otras ciencias sociales,
concretamente sociólogos y politólogos, por los movimientos socia­
les. Pese a que hoy en día se considera que los movimientos juegan
un papel central en la producción del mundo en que vivimos, en sus
estructuras y prácticas, en sus significados y orientaciones cultura­
les, en sus posibilidades de cambio, es evidente su invisibilidad para
la antropología. Dicha invisibilidad puede imputarse en parte a la
concepción tradicional que esta disciplina ha mantenido sobre
la cultura, en la que han primado las visiones estáticas, cerradas y
holísticas. La antropología parece además estar mal preparada para
abordar cuestiones que tengan que ver con la acción colectiva y la
práctica política; a este tenor Edelman (200 1 : 286) señala que ha s ­
ta mediados de los años 80 en EE.UU. se consideraban incompati­
bles la atención por la vida cotidiana -énfasis tenido como carac ·
terístico de los antropólogos- y el interés por la resistencia orga·
nizada y el micro-análisis del poder a la Foucault. En todo caso ,
aunque ya se han corregido algunos de los sesgos tradicionales de
la investigación antropológica, y aunque los antropólogos estu dian
hoy en día fenómenos antaño excluidos o marginalizados, los as·
pectos organizados de la resistencia colectiva continúan siendo elu·
sivos para esta disciplina.
Pero denunciar esta dejación no impide proclamar paralelamen·
te la existencia, desde hace más de medio siglo, de una sensibilidad
antropológica por los aspectos culturales de la rebelión y la polític a.
En ese sentido, cabe recordar en primer lugar una amplia tradici ón
de estudio de los cultos-cargo y de movimientos político-religioso_s ,
que se desarrolló sobre todo entre los años 40 y 60, y que evidenc i a
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 2 1 1

que los antropólogos también teorizaron e investigaron los movi­


mientos sociales en épocas anteriores (Escobar, 1 992a y b ) . También
hay que mencionar, en segundo lugar, los estudios realizados a par­
t ir de los años 80 sobre los movimientos de los pueblos indígenas y
sobre las redes informales en América Latina, 12 a los que hay que
añadir las llamadas «etnografías de la resistencia» . 1 3 Todos estos tra­
b ajos no sólo patentizan el interés de los antropólogos por el análi­
sis histórico, la praxis cultural y la resistencia, sino que contribuyen
también a rellenar parcialmente el vacío que separaba a la antropo­
logía del estudio de los movimientos sociales. La última pieza de este
escueto recordatorio la integran algunos estudios inspirados en la
e conomía política y estrechamente vinculados a la investigación so­
b re movimientos sociales; este es el caso de las influyentes obras de
Eric Wolf sobre las revoluciones campesinas del siglo xx ( 1 982) y so­
b re la participación de los pueblos no occidentales en el desarrollo
del sistema capitalista mundial ( 1 994) .
Afirmar que los antropólogos han trabajado poco sobre movi­
mientos sociales es, por tanto, sólo una verdad a medias. Como aca­
bamos de constatar, la antropología se ha interesado desde hace
t iempo por determinados ámbitos y campos de acción estrechamen­
te relacionados con lo que hoy en día se entiende por movimientos
sociales. Pero lo ha hecho a su manera: centrándose en un tipo es­
pecífico de actores, comúnmente conceptualizados como los «Otros
marginales» (pueblos indígenas, sociedades preindustriales, revolu­
ciones campesinas, etc.); y en un tipo de acciones que aparente­
mente tenían poco que ver con las formas organizativas, la raciona­
l i dad estratégica y los ámbitos rabiosamente urbanos de actuación
de los movimientos occidentales. Si a esta carta de presentación le
unimos el (a veces soterrado) eurocentrismo de los estudios sobre
los movimientos sociales, el resultado parece bastante obvio: hasta
fe chas bastante cercanas, la producción teórica e investigadora so-
1 2 . Los estudios sobre redes informales destacan, sobre todo, el papel que juegan las re­
des basadas en el parentesco, el compadrazgo, la amistad, la religión y la etnicidad en los mo­
' i mientos políticos y en la fusión de cultura, política y religión. Véase a este respecto el tra­
bajo de Barabas ( 1 98 6 ) .
1 3 . En ellas se estudia la micro-producción del mundo a través de las tácticas popula­
r e s desplegadas en el terreno de la vida cotidiana; por lo común, en tales etnografías no suele
da rse el paso analítico entre el estudio de las formas de resistencia cotidianas y las formas más
o rganizadas de acción colectiva o movi mientos sociales. Entre tales trabajos destacan los de
Tau ssig ( 1 980), Guha ( 1 9 8 3 ) y Scott ( 1 976, 1 98 5 ) sobre los campesinos de Latino América, la
1 n d ia colonial y el sudeste asiático respectivamente, de Jean Comaroff ( 1 9 8 5 ) sobre el movi-
1n i ento sionista entre los tshidi de Sudáfrica, de Ong ( 1 987- 1 988) sobre las representaciones fe-
1n inistas de las mujeres no occidentales. Dichos trabajos contrastan con aquellos compilaC:os
Por Fox y Starn ( 1 99 7 ) , centrados en las formas de movilización y protesta que tienen lugar
e n t re la resistencia y la rebelión. Para una revisión de esta literatura véase Escobar ( 1 99 5 ,
L a p . 4) y también Edelman (200 1 ) .
212 ANTROPOLOGÍA URBANA

bre movimientos sociales ha tenido lugar al margen de e ignorando


los trabajos de la antropología. Pero la ignorancia ha sido mutua: los
antropólogos tampoco han sabido sacar provecho de la ingente pro­
ducción, tanto teórica como empírica, que sobre los movimientos so­
ciales vienen acumulando desde décadas otras disciplinas sociales.
Además, hasta fechas relativamente recientes, no se ha interesado ni
por los aspectos organizados de la resistencia colectiva, ni por los
ámbitos urbanos, ni por las sociedades occidentales.
Pero esta tendencia al aislamiento teórico y al exotismo temáti­
co parece estarse resquebrajando. Por un lado, como señalan diver­
sos autores (Arturo Escobar, l 992a ; Álvarez, Dagnino y Escobar,
1 998), desde los años 80 se están realizando investigaciones que
abordan algunas de las cuestiones suscitadas por las teorías con­
temporáneas de los movimientos sociales, una tendencia que pare­
ce estar especialmente enraizada en la antropología latinoamerica­
na. En este ámbito se trabaja desde hace tiempo sobre los movi­
mientos sociales más variados, entre los que se incluyen, por
ejemplo, estudios sobre la rebelión zapatista de Chiapas (Collier,
1 995) y los movimientos de pobladores en México D. F. (Díaz-Ba­
rriga, 1 998), el movimiento gay (MacRae, 1 992) y los movimientos
populares del Brasil (Cardoso, 1 992), los movimientos indígenas de
Guatemala (Warren, 1 998), las comunidades negras de Colombi a
(Grueso, Rosero y Escobar, 1 998) y del Brasil (Gomes da Cunha,
1 998), el activismo a través de Internet (Ribeiro, 1 998), los movi­
mientos de protesta de los pobres urbanos de Chile durante la di c ­
tadura de Pinochet (Schneider, 1 995), o los movimientos campesi­
nos en Perú (Starn, 1 99 1 y 1 992) y en Costa Rica (Edelman, 1 999 ) .
Se trata por otra parte de una tendencia investigadora que se está
extendiendo con acrecentada fuerza en los últimos años; así lo evi­
dencia el barómetro de la Annual Review of Anthropology , que ha
publicado recientemente un artículo -a cargo de Edelman (200 1 ) ­

en el que se ofrece un estado de la cuestión de los estudios antro­


pológicos sobre el tema. 14
Aunque aparentemente, por su objeto de estudio (los cam pesi ­
nos y las formas de organización del mundo rural}, el trabajo de
Starn sobre los movimientos campesinos del Perú parece quedar
muy lejos del campo urbano, considero interesante recoger los co­
mentarios que sobre él realiza Arturo Escobar ( l 992a}, puesto que

14. Siguiendo la mencionada tendencia, la Revista d 'etnologia de Catalunya ha p ub lica·


do recientemente un monográfico sobre •Antropología política• en el que incluía varios �r
tículos sobre movimientos sociales (Mairal, 2002 ; Romanf y Feixa, 2002), y una b ibliog ra a
que prioriza el campo de estudio de l os movimientos sociales.
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 2 1 3

nos permite engarzar con las actuales tendencias de renovación teó­


rica y metodológica dentro de la antropología. En efecto, como se­
ñala este autor, el trabajo de Starn demuestra dos cosas: por un lado,
que la teoría de los nuevos movimientos sociales puede ser muy útil
en el momento de revisar ciertos temas -como el de la protesta ru­
ral- que han interesado a los antropólogos desde hace tiempo; por
otro, que los movimientos campesinos poseen muchos elementos co­
munes con los movimientos sociales contemporáneos y que por tan­
to no deben ser relegados a la arena de la política «tradicional» .
Como señala el referido autor, el ejemplo peruano evidencia un he­
cho importante, que tanto los campesinos como sus equivalentes
postmodernos de la sociedad postindustrial participan de unas mis­
ma (nueva) forma de hacer política que se distingue por su carácter
multivalente: lejos de ser considerada simplemente como «de pura
oposición» o «al servicio del poder», debe ser vista como una prácti­
ca política innovadora que reta, desafía y a veces acepta las formas
establecidas de poder.
El que los antropólogos se sumerjan de lleno en las procelosas
aguas de los movimientos sociales constituye un buen ejercicio de
« imaginación» antropológica. Pero no se trata de desmantelarla, sino
de re-imaginarla a la luz de nuevos retos políticos y epistemológicos.
En ese sentido, comparto plenamente la idea planteada hace más de
una década por Arturo Escobar con la que quiero finalizar el libro:
« la investigación de algo tan variado, heterogéneo y complejo como
l os movimientos sociales contemporáneos es un reto que puede pro­
fundizar la autocrítica de la antropología, y que tiene importantes
implicaciones para el trabajo de campo, para la escritura etnográfica
v la expresión política . . . La investigación sobre movimientos sociales
es una vía (entre muchas) . . . en la que los antropólogos pueden prac­
t icar una nueva hibridación entre teoría y práctica, entre conoci­
miento y acción. . . Para comprender los movimientos sociales
c ontemporáneos debemos mirar al micronivel de las prácticas de la
vida cotidiana y su imbricación con los grandes procesos del desa­
rrollo, el patriarcado, el capital y el Estado. El compromiso y la lec­
tu ra de las acciones populares nos permite observar cómo consiguen
a dentrarse aquellas fuerzas en la vida de la gente, cómo afectan a su
i dentidad y sus relaciones sociales, cómo responde la gente a su in­
gerencia y también cómo se sirve de ellas . . . Lo que nos recuerda la
reciente literatura sobre los movimientos sociales es que la gente con­
t in ua a modelar su mundo a través de distintos tipos de activismo po­
l ítico que incluye la invención de visiones, símbolos y significados al­
t ernativos, al igual que formas concretas de movilización y organiza­
c i ón» (Escobar, 1 992a : 4 1 9 -42 0) .
BIBLIOGRAFÍA

Agier, M. ( 1 996): « Les savoirs urbains de l'anthropologie>> , Enquéte, n.º 4,


pp. 35-58.
- ( 1 999): L'invention de la ville. Banlieus, townships, invasions et favelas.
Paris: Éditions des archives contemporains.
- (2000) : Anthropologie du carnaval. La ville, la féte et l'Afrique a Bahía ,
Marsella: Parentheses .
Agulhon, M. ( 1 968): Pénitents et Francs-Ma�ons de l'a ncienne Provence. Es­
sai sur la sociabilité méridionale, París: Fayard .
- ( 1 97 7 ) : Le cercle dans la France bourgeoise 1 8 1 0- 1 848. Étude d'une mu­
tation de sociabilité, París: Armand Colin.
- ( 1 98 8 ) : Histoire vagabonde . J. Ethnologie et politique dans la France con­
temporaine, París : Gallimard .
Agulhon, M . y Bodiguel, M. ( 1 98 1 ) : Les associations au village, Le Paradou:
Éditions Actes du Sud .
Alabart, A. ( 1 998): « Els moviments socials urbans a Catalunya » , Revista Ca­
talana de Sociología , n.º 7, pp. 9-3 1 .
Alguacil Gómez, J. (2000): Calidad de vida y praxis urbana. Nuevas iniciati­
vas de gestión ciudadana en la periferia social de Madrid, Madrid: CIS­
Siglo XXI .
Alonso, J. (ed . ) ( 1 986): Los movimientos sociales en el valle de México, M é­
xico: CIESAS, 2 vols.
Alonso, L. E. ( 1 996): « Nuevos movimientos sociales y asociacionismo» en
G. Rodríguez Cabrero (dir. ) , Las entidades voluntarias en España. Insti­
tucionalización, estructura económica y desarrollo asociativo, Madrid:
Ministerio de Asuntos Sociales, pp. 1 0 1 - 1 22 .
Alonso, L . E . y Jerez, A . ( 1 997): « Hacia una politización del Tercer Sector» ,
e n A. Jerez (coord . ) , ¿ Trabajo voluntario o participación ? Elementos para
una sociología del Tercer Sector, Madrid: Tecnos, pp. 209-2 5 5 .
Álvarez, S . ; Dagnino, E. y Escobar, A. ( 1 998): « Introduction: The Cultural
and the Political in Latin American Social Movements » , en S. Álvarez,
E. Dagnino y A. Escobar (eds . ) , Cultures of Politics. Politics of Culture.
Re-visioning Latín America n Social Movements , Boulder, CO: Westview
, Press, pp. 1 -3 2 .
Al varez, S . ; Dagnino, E . y Escobar, A. (eds . ) ( 1 998): Cultures of Politics. Po­
litics of Culture. Re-visioning Latín American Social Movements, Boul­
der. CO: Westview Press.
216 ANTROPOLOGÍA URBANA

Anderson, B . ( 1 997 ) : Comunidades imaginadas , México: FCE (ed. or. 1 983 ) .


Anderson, D . G . ( 1 996): « Bringing civil society to an uncivilised place : citi­
zenship regimes in Russia's Artic frontier » , en C . Hann y E . Dunn (eds. ) ,
Civil Society. Challenging Western Models , Londres-Nueva York: Rou­
tledge, pp. 99- 1 20.
Anderson, E . ( 1 990): Streetwise: Race, Class and Change in a Urban Com­
mun ity, Chicago: Universi ty of Chicago Press .
Anderson, M. ( 1 97 1 ): Fa mily Structure in Nineteenth Century Lancashire ,
Cambridge : Cambridge University Press .
Anderson, R. T. ( 1 964): «Voluntary Associations in Hyderabad » , Anthropo­
logical Quarterly , vol . 37, n.º 4, pp. 1 7 5- 1 90 .
- ( 1 97 1 ) : «The Voluntary Associations in History » , American Anthropolo­
gist , 73 ( 1 ), pp. 209-222 .
Anderson, R. T. y Anderson, G . ( 1 962 ) : «Voluntary Associations among
Ukrainians in France » , Anthropological Quarterly, vol . 3 5 , n.º 3, pp. 1 58-
1 68 .
Anwar, M . ( 1 979): The Myth of Return: Pakistanis i n The U. K. , Londres:
Heinemann.
- ( 1 99 5 ) : « Social Networks of Pakistanis in the UK: A Re-evaluation » , en
A . Rogers y S. Vertovec (eds . ) , The Urban Context. Ethnicity, Social Net­
works and Situational Analysis, Oxford-Washington: Berg Publisher,
pp. 237-2 5 7 .
Appadurai, A. ( 1 996): Modemity a t Large: Cultural Dimensions o f Global
Change. An Anthropological Approach , Londres-Minneapolis: University
of Minnesota Press ( trad . española en 200 1 . La modernidad desbordada ,
Montevideo - Buenos Aires - México: Ediciones Trilce - FCE ) .
Appadurai, A. (ed . ) ( 1 986): The Social Life of Things: Commodities i n Cul­
tural Perspective , Nueva York: Cambridge University Press.
Ardigo, A. ( 1 980): Crisi di governabilita e mondo vitali, Bolonia: Capelli .
- ( 1 98 1 ) : « Volontariato, welfare state e terza dimensione » , en A . Tarozzi
e Bernfeld (eds . ) , JI volontariato: un fenomeno internazionale , Milán: An­
geli.
Ardigo, A. y Donati, P. ( 1 98 2 ) : Politica socia/e e perdita del centro , Milán: An­
geli .
Arias, P. ( 1 993 ) : « Dos miradas antropológicas a la ciudad media ( 1 940-
1 970; 1 980- 1 990) » , en Estrada, M . ; Nieto, R . ; Nivon, E. y Rodríguez, M .
(comps . ) : Antropología y ciudad, México: Ciesas-UAM, pp. 205-220.
Ariño, A. ( 1 990): « Asociacionismo festivo contemporáneo en el País Val en­
ciano » , en J. Cucó y J. J. Pujadas (coords . ) , Identidades Colectivas . Et­
nicidad y Sociabilidad en la Península Ibérica , Valencia: Generalit at Va­
lenciana, pp. 1 65- 1 86 .
- ( 1 992 ) : La ciudad ritual. La fiesta de las Fallas, Barcelona: Anthrop o s .
- { 1 99 3 ) : El calendari festiu a la Valencia contemporania (1 750- 1 936) ,
Valencia: Alfons el Magnanim .
Ariño, A . (dir. ) ; Aliena, R . ; Cucó, J ; Perelló, F. ( 1 999): La rosa de las solida­
ridades. Necesidades sociales y voluntariado en la Comunidad Valen c ia­
na , Valencia: Fundación Bancaja.
BIBLIOGRAFÍA 217

Ariño, A . y Cucó, J . (200 1 ) : « Las organizaciones solidarias . Un análisis de


su naturaleza y significado a la luz del caso valenciano » , Revista Inter­
nacional de Sociología , n.º 2 9 , pp. 1 -2 8 .
Ariño, A . (ed . ) (2003 ) : Diccionario de la solidaridad (1), Valencia: Bancaixa,
Fundació de la solidaritat i el voluntariat de la Comunitat Valenciana,
Generalitat Valenciana, Tirant lo Blanc .
Arreola, D. D. y Curtis, J. R. ( 1 993 ) : The Mexican border cities , Tucson : Uni­
versity of Ari zona Press .
Asensi, B . ( 1 979): Riegos e industria. Estudio antropológico-social de una co­
munidad de la Ribera Alta de Valencia , Tesis Doctoral, Universidad
Autónoma de Barcelona.
Augé, M. ( 1 99 3 ) : Los « no lugares» . Espacios del anonimato. Una antropolo­
gía de la sobremodernidad, Barcelona: Gedisa.
- ( 1 99 8 ) : « Llocs i no-llocs de la ciutat » , Revista d 'e tnologia de Catalunya ,
n.º 1 2 , pp. 8-5 .
Banks, M . ( 1 996 ): Ethnicity: Antropological Constructions, Londres-Nueva
York: Routledge .
Banton, M. ( 1 9 5 7 ) : West African City: A Study of Tribal Life in Freetown ,
Londres: Oxford University Press - lnternational African lnstitute.
- ( 1 966): « Adaptation and integration in the social system of Tmme lm­
migrants in Freetown » , en l . Wallerstein (ed . ) , Social Change: the Colo­
nial Situation, Nueva York: John Wiley, pp. 402-4 1 9 .
- ( 1 973 ) : « Urbanization and Role Analysis » , en A. Southall (ed . ) , Urban
Anthropology. Cross-cultural Studies of Urbanization , Nueva York-Lon­
dres-Toronto: Oxford University Press, pp. 43-70.
- ( 1 974): « Asociaciones Voluntarias 1 : Aspectos antropológicos » , en Enci­
clopedia Internacional de las Ciencias Sociales , vol. 1, Madrid: Aguilar,
pp. 6 1 1 -6 1 5 .
Banton, M. (ed . ) ( 1 980): Antropología Social de las Sociedades Complejas,
Madrid: Alianza Editorial .
Barabas, A. ( 1 986 ) : « Movimientos étnicos, religiosos y seculares en Améri­
ca Latina. Una aproximación a la utopía india » , América Indígena ,
n.º 3 , pp. 495-529 .
Barañano, M . ( 1 999): « Postmodernismo, modernidad y articulación espa­
cio-temporal global : Algunos apuntes » , en T. Ramos y F. García Selgar
(eds. ) , Globalización, riesgo, reflexividad. Tres temas de la teoría social
contemporánea , Madrid: CIS, pp . 1 05- 1 3 5 .
Barnes, J . A . ( 1 954): « Class and Committees i n a Norvegian lsland Parish » ,
Human Relations , n . º 7, p p . 39-5 8 .
Barthélemy, M . (2000) : Associations: Un nouvel age de la participation , Pa­
ris: Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques.
Basham, R. ( 1 978): Urban Anthropology. The Cross Cultural Study of Com­
plex Societies, Palo Alto (CA): Mayfield Publishing.
Bauman, G. ( 1 996): Contesting Culture. Discourses of identity in multi-eth­
nic London , Cambridge : Cambridge University Press.
B eck, U . (2000 ) : « La Europa del trabajo cívico » , Claves de razón práctica ,
1 06 , pp. 4- 1 4 .
218 ANTROPOLOGÍA URBANA

Bell, S. y Coleman, S. ( 1 999 ) : «The Anthropology of Friendship : Enduring


Themes and Future Possibilities » , en S. Bell y S. Coleman (eds . ) , The
Anthropology of Friendship, Oxford-Nueva York: Berg, pp. 1 -20.
Bell, S. y Coleman, S . (eds . ) 1 999): The Anthropology of Friendship, Oxford­
Nueva York: Berg.
Benedict, R. ( 1 97 1 ) : El hornbre y la cultura , Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina (ed. or. 1 93 5 , Patterns of Culture ) .
Berger, P. L. y Luckmann, T. ( 1 99 7 ) : Modernidad, pluralismo y crisis de sen­
tido. La orientación del hombre moderno , Barcelona-Buenos Aires-Méxi­
co: Paidós .
Bian, Y. ( 1 999): « Getting a Job Through a Web of Guanxi in China » , en
B. Wellman (ed . ) , Networks in the Global Village: Life in Contemporary
Com rnunities, Boulder-Oxford : Westview Press, pp . 2 5 5 - 2 7 8 .
Bjorgo,T. y Witte, R . (comps . ) ( 1 993 ) : Racist Violence in Europe, Nueva
York: Saint Martin's Press .
Boissevain, J. ( 1 968 ) : «The Place of Non-groups in Social Sciences » , Man,
3, 4, pp. 542-5 5 6 .
- ( 1 974): Friends of Friends. Networks Manipulators and Coalitions, Ox­
ford : Blackwell .
Boissevain, J. y Mitchell, J. C . (eds . ) ( 1 97 3 ) : Network Analysis: Studies in
Human Interaction , La Haya: Mouton.
Bonachela Mesas, M . ( 1 9 8 3 ) : Caracteres y funciones de las asociaciones vo­
luntarias en las democracias occidentales: Notas específicas entre las éli­
tes andaluzas, Madrid: Ed. Mezquita.
Booth, C.; Darke, J . y Yandle, S. (coord. ) ( 1 99 8 ) : La vida de las mujeres en
las ciudades, Madrid: Narcea.
Borja, J. ( 1 97 5 ) : Movimientos urbanos , Buenos Aires: SIAP.
Borja, J. y Castells, M. ( 1 99 7 ) : Local y global. La gestión de las ciudades en
la era de la información , Madrid : Tauros .
Borzaga, C . y Lepri, S. ( 1 988): « Oltre a stato e mercato: il terzo sistema »,
Sen1ici Sociali, Fondazione Zancan, l .
Bott, E . ( 1 99 1 ) : Fa milia y redes sociales , Madrid: Tauros (ed . or. 1 95 7 ) .
Bozon, M . ( 1 979): « Conscri ts et fetes d e conscrits a Ville-franche-sur-Saó­
ne » , Ethnologie Fran(:aise , n.º IX( l ), pp . 29-46 .
- ( 1 982a ) : « La fréquentation des cafés dans une petite ville ouvriére. Une so­
ciabilité populaire autonome» Ethnologie Fran(:aise, n.º XII(2), pp. 1 37- 1 46.
- ( 1 982b ): « La mise en scéne des différences . Ethnologie d'une petite vi ­
lle de province » , L'Homme, n.º 4, XXIII, pp. 63-76 .
- ( 1 984): Vie quotidienne e t rapports socia ux dans une petite ville de pro­
vince , Lyon: Presses Universitaires de Lyon.
Brosius, P. ( 1 999a ) : « Anthropological engagements with envionmentalisrn » ,
Current Anthropology, n . º 40.
Brosius, P. ( 1 999b ): «Green Dots, Pink Hearts : Displacing Poli tics frorn t h e
Malaysian Rain Forest » , America n Anthropologist, n.º 1 0 1 .
Buchowski, M. ( 1 996 ) : The shifting meanings of civil and civic soci ety in
Poland » , en C . Hann y E. Dunn (eds . ) , Civil Society. Challenging Weste rn
Models, Londres-Nueva York: Routledge, pp. 79-98.
BIBLIOGRAFIA ZIY

Cabrerizo, M . ( 1 998): Treinta y tantos: la lucha del movimiento vecinal en


Madrid, desde sus comienzas hasta hoy, Madrid: Vecinos de Madrid.
Caillé, A . ( 1 998): « Don et association » , Recherches. La Revue de Mauss se­
mestrielle , n.º 1 1 , pp. 75-83 (monográfico sobre « Une seule solution,
l'association? Socio-économie du fai t associatif» ) .
Caldeira, T. ( 1 984 ) : A Politica dos outros, Sao Paulo: Brasilense.
- ( 1 996 ) : «Un nouveau modele de ségrégation spatiale: les murs de Sao
Paulo » , Revue internationale des sciences sociales (monográfico sobre
«Villes de !'avenir: la gestion des transformations sociales » ) , n.º 1 47,
pp. 49-63 .
- (2000 ) : City of Walls. Crime, Segregation and Citizenship in Sao Paulo,
Berkeley-Los Ángeles : University of California Press.
Calderón, F. (ed . ) 1 986): Los movimientos sociales ante la crisis, Buenos
Aires: CLACSO-UNU .
Calhoun, C . ( 1 99 1 ) : « lndirect relationships and imagined communities : lar­
ge-scale social integration and the transformation of everyday life » , en
P. Bourdieu y J. S. Coleman (eds . ) , Social Theory for a Changing Society,
Boulder-San Francisco-Oxford: Westview Press-Russell Sage Founda­
tion, pp. 95- 1 2 1 .
- ( 1 99 2 ) : « The infrestructure of modernity: indirect social relationships,
information technology and social integration » , en H. Haferkamp y
N . J. Smelser (eds . ) , Social Change and Modernity, Berkeley: Universi ty
of California Press .
Campedelli, M . ( 1 990 ) : «Volontariato, differenza e uguaglianza: ipotesi di
ricerca » , en A. Ardigo y l. Colozzi, Conoscere il volontariato: bilanci e
prospettive della ricerca sociologica , Milán: Franco Angeli, pp. 5 5 - 7 8 .
Cardoso, R . ( 1 992 ) : « Popular Movements in t h e Context o f t h e Consolida­
tion of Democracy in Brazil » , en A . Escobar y S. Álvarez (eds .), The Ma­
king of Social Movements in Latin America: Identity, Strategy and De­
mocracy, Boulder, CO: Westview Press, pp . 2 9 1 -302 .
Carrier, J. y Miller, D . ( 1 999): « From Private Virtue to Public Vice » , en
H. L. Moore (ed . ) , Anthropological Theory Today, Cambridge : Poli ty
Press, pp. 24-4 7 .
Castells, M . ( 1 976) : La cuestión urba na , Madrid: Siglo XX I ( e d . or. 1 97 2 ) .
- ( 1 986): La ciudad y las masas . Sociología de los movimientos sociales ur­
banos, Madrid: Alianza (ed. or. 1 98 3 ) .
- ( 1 99 5 ) : La ciudad informacional. Tecnologías de la información, reestruc­
turación económica y proceso urbano-regional, Madrid: Alianza
(ed. or. 1 989).
- ( 1 99 8 ) : La era de la información: economía, sociedad y cultura , vol . 2 , El
poder de la identidad, Madrid: Alianza.
- (200 1 ) : La era de la información : economía, sociedad y cultura , vol . 1 , La
sociedad red, Madrid: Alianza.
C átedra, M. ( 1 99 1 ) : « Técnicas cualitativas en la antropología urbana » , en
Malestar cultural y conflicto en la sociedad madrileña. 11 Jornadas de An­
tropología de Madrid, Madrid: Asociación Madrileña de Antropología -
Consejeria de Integración Social - Comunidad de Madrid, pp. 8 1 -99.
220 ANTROPOLOGÍA URBANA

- ( 1 99 5 ) : « Linvention d'un saint. Symbolisme et pouvoir en Castille» , Te­


rrain , n.º 24, pp. 1 5-32 .
- ( 1 997a ) : Un santo para una ciudad. Ensayo de antropología urbana , Bar­
celona : Ariel .
- ( 1 997b ) : « Metáforas y signos en torno a una idea : la muralla de Ávila » ,
en L. Díaz-Viana (coord . ) , Cultura, tradición y cambio: Una mirada so­
bre las miradas, Valladolid: Universidad de Valladolid- Fundación Na­
vapalos, pp. 1 5 7- 1 83 .
- ( 1 997c ) : « Entre la Gran y l a Pequeña Tradición: Santa Barbada en la
ciudad » , en L. Díaz-Viana y Fernández-Montes (coords . ) , Entre la pala­
bra y el texto. Problemas de interpretación de fuentes orales y escritas ,
Oiarzun-Madrid: Sendoa, pp. 33-84.
- (200 1 ) : « Simbolismo en la ciudad . Una comparación de dos ciudades
ibéricas » , en M . Cátedra (ed . ) , La mirada cruzada en la península ibéri­
ca. Perspectivas desde la antropología social en España y Portugal, Ma­
drid: Ediciones de la Catarata, pp. 2 73-308 .
Cesari, J . ; Moreau, A . ; Schleyer-Lindenmann, A. (200 1 ) : « Plus Marsellais
que moi, tu meurs ! » : Migrations, identités et territoires a Marseille , París:
I:Harmattan .
Chambers, l. ( 1 986): Popular Culture. The Metropolitan Experience, Lon­
dres: Metheuen .
Chatty, D. y Rabo, A. (eds . ) ( 1 997): Organizing Women. Formal and Infor­
mal Women s Groups in the Middle East, Oxford-Nueva York: Berg.
Clifford, J. ( 1 997 ) : Routes: Travel and Translation in the Late Twentieth Cen­
tury, Cambridge: Harvard University Press .
Cohen, Abner. ( 1 980): « Drama and Politics in the Development of a Lon­
don Carnival » , Man (n. s . ) , n.º 1 5 , pp. 65-87 .
- ( 1 98 1 ) : The Politics of Elite Culture: Exploration in the Dra maturgy of Po­
wer in a Modem Africa Society, Berkeley: University of California Press.
Cohen, A. P. ( 1 97 7 ) : « For a Poli tical Ethnography of Everyday Life : Sket­
ches from Whalsay, Shetland » , Ethnos, 3-4, pp. 1 80-205 .
- ( 1 99 3 ) : « Introduction » , en A. P. Cohen y K. Fukui (eds . ) , Humanising the
City. Social Contexts of Urban Life at the Turn of the Millennium , Edin­
burgh : Edinburgh University Press, pp. 1 - 1 8 .
Cohen, J. L. y Arato, A. ( 1 992a ) : « Social movements and civil society» , en
J. Cohen. y A. Arato (eds . ) , Civil Society and Political Theory, Cam­
bridge, Mass . : Massachussets Institute of Technology Press, pp. 492-
563 .
- ( 1 992b ) : Civil Society and Political Theory, Cambridge, Mass . : MIT Press .
Collier, G . A. ( 1 994 ) : Basta! Land and the Zapatista Rebellion in Ch iapas ,
Oakland, CA: Inst. Food & Dev. Policy.
Collier, J. F. y Yanagisako, S. (eds . ) 1 98 7 ) : Gender and Kinship: Essays To­
ward a Unified Analysis, Stanford: Stanford University Press .
Comaroff, Jean ( 1 98 5 ) : Body of Power: Spirit of Resistance , Chicago : Ch ica­
go University Press.
Comas d'Argemir, D . ( 1 990) : «Inmigración, etnicidad y redes de paren t e� ­
co en un barrio de Tarragona » , en J. Cucó y J. J. Pujadas (eds . ), Jde n tt-
BIBLIOGRAFÍA 22 1

dades colectivas. Etnicidad y sociabilidad en la Península Ibérica , Valen­


cia: Generalitat Valenciana, pp. 1 07- 1 2 9 .
- ( 1 99 5 ) : Trabajo, género y cultura , Barcelona: lcaria-ICA.
- ( 1 998 ) : Antropología económica , Barcelona: Ariel
- (2002 ) : « La globalización, ¿unidad del sistema ? : exclusión social, diver-
sidad y diferencia cultural en la aldea global » , en N. Chomsky;
J. E. García Albea; J. L. Gómez Mompart; A. Domenech y D. Comas
d'Argemir, Los límites de la globalización, Barcelona: Ariel, pp. 85 - 1 1 2 .
Comas d'Argemir, D . e t al. ( 1 990) : Vides de dona. Treball, familia i sociabili­
tat entre les dones de classes populars, Barcelona: Altafulla.
Cooper, M . ( 1 999): « Spatial discourses and social boundaries: Re-imagi­
ning the Toronto waterfront » , en Low, S. M. (ed . ) , Theorizing the City,
New Brunswick-Nueva Jersey-Londres: Rutgers University Press,
pp. 3 7 7 -400.
Cordeiro, G . ( 1 990 ) : «De lo exótico a lo familiar: el juego de la laranjinha
en Lisboa » , en J. Cucó y J. J. Pujadas (eds . ) , Identidades colectivas. Et­
n icidad y sociabilidad en la Península Ibérica , Valencia: Generalitat Va­
lenciana, pp. 1 99-207 .
- ( 1 99 7 ) : Un lugar na cidade. Quotidiano, memória e representa�ao no Ba­
rrio da Bica, Lisboa: Dom Quixote .
Costa, A. ( 1 999): Sociedade de bairro: Dinamicas sociais da identidade cul­
tural, Oeiras : Celta Editora.
Coutant, l . (2000) : Politiques du squat. Scenes de la vie d 'un quartier popu­
laire, Paris: La Dispute.
Cowan, J. K. ( 1 990): Dance and the body politic in northem Greece, Prince­
ton : Princeton University Press.
Cruces, F. ( 1 997): « Desbordamientos . Cronotopias en la localidad tardo­
moderna», Política y sociedad, n.º 2 5 , pp. 45-5 8 .
Cucó, J. ( 1 990a ) : « El papel d e la sociabilidad e n l a construcción d e l a so­
ciedad civi l » , en J. Cucó y J. J. Pujadas (coords .), Iden tidades colectivas.
Etnicidad y sociabilidad en la pen ínsula ibérica , Valencia: Generalitat Va­
lenciana, pp. 1 53- 1 64 .
- ( 1 990b ) : « Asociaciones y cuadrillas: un primer avance a l análisis d e la
sociabilidad formal valenciana» , en J. Cucó y J. J. Pujadas (coords . ) ,
Identidades colectivas. Etnicidad y sociabilidad en la península ibérica ,
Valencia: Generali tat Valenciana, pp. 2 1 9-2 3 2 .
- ( 1 99 1 ) : E l quotidia ignorat. la trama associativa valenciana , Valencia:
Alfons el Magnanim .
- ( 1 992 ) : « La vida asociativa» e n M . García Ferrando (coord . ) , la socie­
dad valenciana de los 90, Valencia: l. V. E. l. - Generalitat Valenciana,
pp. 24 1 -2 8 6 .
- ( 1 994 ) : « La intimidad e n público. Amigos y cuadrillas e n España » , en
W. AA. , Homenaje a Cannelo Lisón, Madrid: CIS, pp. 3 87-045 .
- ( 1 99 5 ) : la amistad. Perspectiva antropológica , Barcelona: lcaria-ICA .
- ( 1 996 ) : « Los jornaleros y el Molt Honorable (Sobre redes informales y
equipos de trabajo)» en J. Contreras (coord . ) , Reciprocidad, cooperación
y organ ización comunal: desde Costa a nuestros días, VII Congreso de
222 ANTROPOLOGÍA URBANA

Antropología Social: volumen simposio IV, Zaragoza: Instituto Arago­


nés de Antropología-FAAEE, pp. 7 1 -8 2 .
- ( 1 997): « Relaciones personales y sociedad civil. El caso de los países d e
socialismo de Estado» , Arxius , n.º 1 , p p . 47-74.
- ( 1 999): «Un regard anthropologique sur l'amitié: modele d'analyse, cor­
pus ethnographique et faits de pouvoir» , en G . Ravis-Giordani (ed . ) ,
Amitiés. Anthropologie et histoire , Aix-en-Provence: Publications de
l'Université de Provence, pp. 6 1 -7 6 .
- (2000a ) : « La sociabilité » , Ethnologie franfaise , (monográfico sobre « Es­
pagne . Anthropologie et cultures » ) , tomo XXX , 2, pp. 2 5 7-264.
- (2000b ) : « Proximal Paradox. Friends and Relatives i n the Era of Globa­
lization » , European Journal of Social Theory, 3 ( 3 ) , pp. 3 1 3-324.
Cucó, J. y Pujadas, J. J. (eds . ) ( 1 990): Identidades colectivas. Etnicidad y so­
ciabilidad en la Península Ibérica , Valencia: Generalitat Valenciana.
Cucó, J. (dir. ) ; Ariño, A.; de la Cruz, l.; Luz, P. y Ros, F. ( 1 993 ) : Músicos y
(esteros valencianos , Valencia: IVAECM, Generalitat Valenciana .
Dalton, R. J. y Kuechler, M. (comps . ) ( 1 99 2 ) : Los nuevos movimientos so­
ciales: un reto al orden político, Valencia: Edicions Alfons el Magnanim .
Dalton, R. J.; Kuechler, M . ; Bürklin,W. ( 1 992 ) : « El reto de los nuevos mo­
vimientos » , en R. J. Dalton y M. Kuechler (comps . ) , Los nuevos movi­
m ientos sociales: un reto al orden político , Valencia: Edicions Alfons el
Magnanim, pp. 1 9-44 .
Darbon, S. ( 1 995a ) : Rugby, mode de vie. Ethnographie d 'un club, Saint-Vin­
cent-de-Tyrosse , París : Jean Michel Place.
- ( 1 995b ): Des jeunes filies toutes simples. Ethnographie d 'une troupe de
majorettes en France, París : Jean Michel Place .
Davis, J. ( 1 983 ) : Antropología de las sociedades mediterráneas, Barcelona:
Anagrama (ed. or. 1 97 7 ) .
Davis, M . ( 1 992 ) : City of Quartz, Nueva York: Vintage .
- ( 1 998 ) : Ecology of Fear: Los Angeles and the Imagination of Disaster,
Nueva York: Davis Metropolitan Books .
Decker, S. H . y Van Winkle, B. ( 1 996): Life in the Gang. Family, Friends, and
Violence , Cambridge: Cambridge University Press.
De la Peña, G. ( 1 986): « Poder local, poder regional : perspectivas socioan­
tropológicas » , en J. Pádua y A. Vanneph (coords, ) , Poder local, poder re­
gional, México: El Colegio de México-CEMCA, pp. 27-56.
- ( 1 993 ) : « Los estudios urbanos en la antropología social bri tánica : 1 9 4 0-
1 970 » , en Estrada, M; Nieto, R . ; Nivón, E . Y Rodríguez, M. (comp s.) ,
Antropología y ciudad, México: Ciesas-UAM, pp. 2 1 -30.
- (2000 ) : « Corrupción e informalidad » , en C . Lomnitz (coord . ) , Vicios p ri­
vados, virtudes públicas: la corrupción en México , México: Ciesas-Mi gu el
Á ngel Porrúa, pp. 1 1 3- 1 2 8 .
D e l a Peña, G . ; Durán, J. M . ; Escobar, A . ; y García d e Alba, J. (eds . ) ( 1 9 9 0 ) :
Crisis, conflicto y sobrevivencia. Estudios sobre la sociedad urban a erz
México, Guadalajara: Universidad de Guadalajara-Ciesas.
Delgado, M. ( 1 99 8 ) : « Els usos del consum . Agora i simulacre en els nous
centres comercials » , Revista d 'etnologia de Catalunya , n.º 1 2 , pp. 3 6 - 4 9 .
BIBLIOGRAFÍA 223

- ( 1 999) : El animal público. Hacia una antropología de los espacios urba­


nos, Barcelona: Anagrama.
Del Valle, T. ( 1 99 1 ): Las m ujeres en la ciudad. Estudio aplicado de Donostia ,
Donostia-San Sebastián: Seminario de la Mujer.
- ( 1 993 ) : « Mujer y nuevas socializaciones: su relación con el poder y el
cambio» , KOBIE (Serie Antropología Cultural) , n . . º 6, pp. 5- 1 5 .
- ( 1 997 ) : Anda mios para una n ueva ciudad. Lecturas desde la antropología ,
Madrid: Cátedra- Universitat de Valencia- Instituto de la Mujer.
Del Valle, T. del (dir. ) ( 1 9 8 5 ) : Mujer vasca. Imagen y realidad, Barcelona:
Anthropos.
Della Porta, D . ( 1 998 ) : « Las motivaciones individuales en las organizacio­
nes políticas clandestinas » , en P. !barra y B. Tejerina (eds. ) , Los movi­
mientos sociales. Transformaciones políticas y cambio cultural, Madrid:
Trotta, pp. 2 1 9-24 2 .
Diani, M . ( 1 998): « Las redes de los movi mientos: u n a perspectiva de aná­
lisis » , en P. !barra y B . Tejerina (eds . ) , Los movimientos sociales. Trans­
formaciones políticas y cambio cultural, Madrid: Trotta, pp. 243-2 70.
Díaz-Barriga, M. ( 1 998): « Beyond the Domestic and the Public: Colonas
Participation in Urban Movements in Mexico City » , en S. Álvarez,
E . Dagnino y A. Escobar (eds .), Cultures of Politics. Politics of Culture.
Re-visioning Latín America n Social Movements , Boulder, CO: Westview
Press, pp. 2 5 2 -2 7 7 .
Donati, P. ( 1 9 7 8 ) : Pubblico e privato: fine d i u n 'alternativa ? , Bolonia: Ca­
pelli .
- ( 1 984 ) : « La teorie delle crisi del Welfare Sta te: confronti per una pros­
pettiva » , La Ricerca Sociale, n.º 3 8 .
- ( 1 99 7 ) : « El desarrollo d e las organizaciones del Tercer Sector e n e l pro­
ceso de modernización y más allá» , REIS, n.º 79, pp. 1 1 3- 1 4 1 .
Dundes, A. y Falassi, A. ( 1 986): La terra in piazza. Antropología del Palio ,
Siena: Nuova Immagine .
Eames, E . y Goode, J. G. ( 1 974): The Anthropology of the City. An Intro­
duction to Urban Anthropology, Englewood Cliffs (N. Y. ) : Prentice Hall .
Edelman, M . ( 1 999 ) : Peasants Against Globalization : Rural Social Move­
ments in Costa Rica , Stanford, CA: Stanford University Press .
- (200 1 ) : « Social Movements: Changing Paradigms and Forms of Poli­
tics » , Annual Review of Anthropology, vol . 30, pp. 2 8 5-3 1 7 .
Eder, K . ( 1 98 5 ) : « The New Social Movements: Moral Crusades, Politic Pres­
sure Groups, or Social Movements? » , Social Research , 52 (4), pp. 97- 1 1 4.
- ( 1 99 8 ) : « La institucionalización de la acción colectiva. ¿ Hacia una n u e­
va problemática teórica en el análisis de los movimientos sociales ? » , en
P. !barra y B . Tejerina (eds . ) , Los movimientos sociales. Transformacio­
nes políticas y cambio cultural, Madrid: Trotta, pp. 337-36 1 .
Eisenstadt, S. N . y Roniger, L. ( 1 984): Patron, Clients and Friends. Interper­
sonal Relations and Structure of Trust in Society, Cambridge: Cambrid­
ge University Press.
Enguix, B . ( 1 996 ) : Poder y deseo. La homosexualidad masculina en la ciu­
dad de Valencia , Valencia: Alfons el Magnani m .
224 ANTROPOLOGÍA URBANA

Epstein, A. L. ( 1 95 8 ) : Politics in a Urban African Community, Manchester:


Manchester University Press.
- ( 1 982 ) : Urbanization and Kinship. The Domestic Domain on the Copper­
belt of Za mbia 1 950-56, Nueva York-Londres: Academic Press. (ed. or.
1 95 9 ) .
Escalera, J . ( 1 98 7 ) : «Asociaciones para e l ritual - asociaciones para e l po­
der: hermandades y casinos » , en M. Luna (ed . ) , Grupos para el Ritual
Festivo, Murcia: Editora Regional de Murcia, pp. 1 2 3- 1 54 .
- (2000 ) : « Sociabilidad y relaciones de poder» , K.a iros , a ñ o 4 , n . º 6 ,
p p . 1 -9 .
Escalera, J. y Martín, E . ( 1 99 1 ) : « Antropología y ciudades: aportaciones al
análisis de la especificidad urbana andaluza » , en WAA. , Jornadas sobre
Ciudades Medias, Sevilla: Consejería de Obras Públicas y Transportes,
pp. 95- 1 02 .
Escobar, Agustín ( 1 986): Con e l sudor de t u frente. Mercado de trabajo y cla­
se obrera en Guadalajara , Jalisco: El Colegio de Jalisco-Ciesas.
Escobar, Arturo ( 1 992a ) : « Cul ture, Practice and Politics. Anthropology and
the Study of Social Movements » , Critique of Anthropology, 1 2 ( 1 4),
pp. 395-432 .
- ( 1 992b ) : « Culture, Economics, and Politics in Latin American Social
Movements Theory and García Canclini García Canclini Researc h » , en
A. Escobar y S. Álvarez (eds . ) , The Making of Social Movements in La­
tin America: Jdentity, Strategy and Democracy, Boulder, CO: Westview
Press, pp. 62-88.
- ( 1 99 5 ) : Encountering Development, Princeton: Princeton University
Press.
- (2000): « El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar: globaliza­
ción o posdesarrollo » , en A. Viola (comp . ) , Antropolog{a del desarrollo,
Barcelona-Buenos Aires-México : Paidós, pp. 1 69-2 1 7 .
Escobar, Arturo. y Álvarez, S. (eds . ) ( 1 992 ) : The Making of Social Move­
ments in Latin America: Identity, Strategy and Democracy, Boulder, CO:
Westview Press.
Esteva-Fabregat, C . ( 1 97 3 ) : «Aculturación y urbanización de inmigrados en
Barcelona, ¿cuestión de etnia o cuestión de clase? » , Ethnica , n.º 5 ,
pp, 1 3 5- 1 89 .
- ( 1 978): « L' immigració; confirmació etnica a Barcelona» . Quadems d'a lli­
berament (monográfico sobre « La immigració als Palsos Catalans »),
n.º 2/3 .
- ( 1 997): « Dialectiques de la cooperació a les societats humanes » , Revis­
ta d 'etnologia de Catalunya , n.º 1 1 , pp. 8- 1 9 .
Eyerman, R. ( 1 998): « La praxis cultural de los movimientos sociales » , en
P. Ibarra y B . Tejerina (eds. ), Los movimientos sociales. Transformacio­
nes políticas y ca mbio cultural, Madrid: Trotta, pp. 1 39- 1 64 .
Eyerman, R. y Jamison, A. ( 1 99 1 ) : Social Movements: A Cogn itive App roach .
Cambridge : Polity Press .
Ezekiel, R. S. ( 1 984): Voices from the Comer: Poverty a n d Racism i n the Jn ­
ner City, Filadel fia: Temple University Press.
BIBLIOGRAFÍA 225

Feixa, C . ( 1 992 ) : La ciutat llunyana: u n a historia oral de la juventut a Llei­


da (1 935-45) , Lleida: Diario de la Mañana/PICSA (Diari de Lleida) .
- ( 1 993a ) : La Ciudad en la Antropología Mexicana , Lleida: Universitat de
Lleida.
- ( 1 993b ) : La joventut com a metdfora. Sobre les cultures juvenils, Barce­
lona : Generalitat de Catalunya.
- ( 1 999 ) : « Ethnologie et cultures des jeunes . Des "tribus urbaines" aux
"chavos banda", Sociétés, n .º 63, 1 999/ 1 , pp. 1 05- 1 1 7 .
Femández de Rota, J. A. (ed . ) ( 1 992 ) : Espacio y vida en la ciudad gallega.
Un enfoque antropológico, A Coruña : Universidade da Coruña .
Femández de Rota, J. A. y Fernández, l. (200 1 ) : Betanzos frente a su h isto­
ria. Sociedad y patrimonio, Santiago de Compostela : Fundación Caixa.
Ferrée, M . ( 1 994 ) : « El contexto político de la racionalidad: las teorías de la
elección racional y la movilización de los recursos » en Laraña, E. y
Gusfield, J . : Los nuevos movimientos sociales. De la ideología a la iden­
tidad. Madrid: CIS.
Fine, S . ( 1 989): Violence in the Model City: The Cavanagh Administration,
Race Relations and the Detroit Riot of 1 96 7, Ann Arbor: University of
Michigan Press. .
Firth, R. ( 1 956): Two Studies of Kinship in London , Londres: Athlone.
Firth, R . ; Hubert, J . ; Forge, A . ( 1 969) : Fam ilies and Their Relatives: Kins­
hip in a Middle-Class Sector of London , Londres : Routledge & Kegan
Pau l .
Fjellman, S. M . ( 1 992 ) : Vinly leaves: Walt Disney World a n d America , Boul­
der: Westview.
Flacks, R. ( 1 994 ) : « The Party is over, ¿Qué hacer ante la crisis de los par­
tidos políticos? » en Laraña, E. y Gusfield, J . , : Los nuevos movimientos
sociales. De la ideología a la identidad. Madrid: CIS.
Foley, D . E . ( 1 990): Learning Capitalist Cultu re: Deep in the Heart of Tejas,
Filadelfia: University of Penn . Press.
Foweraker, J . ( 1 99 5 ) : Theorizing social movements. Pluto Press. London.
Fox, R. G. ( 1 9 7 7 ) : Urban Anthropology. Cities in Their Cultural Settings , En­
glewood Cliff (Nueva Jersey) : Prentice-Hall.
Fox, R . y Starn, O . (eds . ) ( 1 997): Between Resistance and Revolution: Cul­
ture and Social Protest, New Brunswick: Rutgers University Press.
Frankenberg, R . ( 1 966): Communities in Britain, Londres : Penguin Book.
- ( 1 980): « Estudios sobre comunidades británicas . Problemas de sínte­
sis » , en M. Banton (comp . } , Antropología social de las sociedades com­
plejas, Madrid: Alianza, pp. 1 34- 1 62 .
Fribourg, J . ( 1 976): « Las peñas sanfermineras » , e n W.AA. , L'autre et l'ai­
lleu rs. Hommage a Roger Bastide, París : Berger-Levrault, pp . 2 84-300.
- ( 1 99 3 ) : « Boire ensemble en Espagne » , en C. Pétonnet y l . Délaporte
(eds. ) , Ferveurs contemporains. Textes d 'anthropologie urbaine offerts a
Jacques Gutwirth , París : L'Harmattan, pp. 2 1 5-22 3 .
F riedmann, J. ( 1 986): «The World City Hypothesis » , Development and
Change, n.º 1 7 , pp. 69-83 .
- ( 1 990) : « Being in the World : Globalization and Locali zation » , e n
22ó ANTROPOLOGÍA URBANA

M. Featherstone (ed . ) , Global Culture: Nationalism, Globalization and


Modernity, Londres: Sage, pp. 3 1 1 -3 2 8 .
- ( 1 994): Cultural Identity & Global Process, Londres-Thousand Oaks-Nue­
va Delhi: Sage.
- ( 1 997): « Si mplifying complexity: assimilating the global in a small pa­
radise » , en K. F. Olwing y K. Hastrup (eds . ) , Siting Culture: The Shifting
Anthropological Object, Londres: Routledge, pp. 263-284.
Gans, H . J. ( 1 982): The Urban Villagers. Group and Class in the Life of Ita­
lian-Americans, Nueva York-Londres: Free Press (ed. or. 1 962 ) .
García, J . L. ( 1 976): Antropología del territorio , Madrid: Taller d e Ediciones
J. B .
García Canclini, N . ( 1 990) : Culturas hlbridas: estrategias para salir y entrar
de la modernidad, México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/
Grij albo.
- ( 1 995): Consumidores y ciudadanos: conflictos multiculturales de la glo­
balización , México: Grijalbo.
- ( 1 997a ) : « Ciudades multiculturales y contradicciones de la moderniza­
ción » , en Imaginarios Urbanos, Buenos Aires : Eudeba, pp. 67- 1 06 .
- ( 1 997b ) : «Viajes e imaginarios urbanos » , e n Imaginarios Urbanos, Bue­
nos Aires : Eudeba, pp . 1 07- 1 49 .
- ( 1 997c ) : « Cultures urbaines d e la fin du siecle: la perspective anthropo­
logique » , Revue internationale des sciences sociales ( monográfico sobre
«Anthropologie - problématiques et perspectives: l. Franchir les an­
ciennes frontieres » ) , n.º 1 53 , pp . 3 8 1 -3 9 2 .
- ( 1 999): La globalización imaginada , Buenos Aires: Paidós.
García Canclini, N. y Piccini, M. ( 1 99 3 ) : « Culturas de la ciudad de México:
símbolos colectivos y usos del espacio urbano » , en N. García Canclini
(ed . ) , El consumo cultural en México , México: Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, pp. 43- 8 5 .
García Canclini, N . et al. ( 1 996): La ciudad de los viajeros. Travesías e ima­
ginarios urbanos. México, 1 940-2000, México: Grijalbo - U. A. M .
Garsten, C . ( 1 994): Apple World, Estocolmo: Almqvist & Wiksell International .
Giddens, A. ( 1 98 1 ) : «Agency, Institution and Time-space Analysis » , en
K. Knorr-Cetina y A. Cicourel, Advances in Social Theory and Methodo­
logy: Toward an Integration of Micro and Macro Sociologies , Londres:
Routledge & Kegan Paul, pp. 1 6 1 - 1 74 .
- ( 1 990 ) : The Consequences of Modernity, Cambridge: Polity Press
(ed . castellana en Alianza, 1 994) .
Giménez, C . (ed . ) ( 1 99 3 ) : In migrantes extranjeros e n Madrid, Madrid: C o­
munidad Autónoma de Madrid, 2 vols.
Giner, S. ( 1 9 8 7 ) : Ensayos civiles , Barcelona: Península.
Gluckman, M. ( 1 95 8 ) � Analysis of a Social Situation in Modern Zulula n d .
Manchester: Manchester University Press (ed. or. 1 940).
Gomes da Cunha, O . M. ( 1 99 8 ) : « Black Movements and the "Politi cs o f
Identity" in Brazil » , en S. Álvarez, E. Dagnino y A. Escobar (eds . ) , Cu l­
tures of Politics. Politics of Culture. Re-vision ing Latín American Soc ia l
Movenzents , Boulder, CO: Westview Press, pp. 220-2 5 1 .
BIBLIOGRAFÍA 227

González de la Rocha, M . ( 1 994 ) : The Resources of Poverty. Women a n d Sur­


vival in a Mexican City, Oxford UK-Cambridge USA: Blackwell .
Gregorio, C . ( 1 99 8 ) : Migración femenina. Su impacto en las relaciones de gé­
nero , Madrid : Narcea .
Grueso, L . ; Rosero, C . ; Escobar, A. ( 1 99 8 ) : «The Process of Black Commu­
nity Organizing in the Southem Pacific Coast Region of Colombia » , en
S. Álvarez, E. Dagnino y A. Escobar (eds . ) , Cultures of Politics. Politics
of Culture. Re-visioning Latin America n Social Movements , Boulder, CO:
Westview Press, pp. 1 96-2 1 9 .
Guasch, O . ( 1 99 1 ) : La sociedad rosa , Barcelona: Anagrama.
Guha, R . ( 1 98 3 ) : Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial In ­
dia , Delhi : Oxford University Press .
Gulick, J. ( 1 97 3 ) : « Urban Anthropology» , en L. J. Honigman (ed . ) , Hand­
book of Social and Cultural Anthropology, Chicago: Rand McNally,
pp. 979- 1 02 9 .
Gullestad, M . ( 1 984 ) : Kitchen-table Society. A case study of the family life
and friendship of young working-class mothers in urban Norway, Oslo­
Bergen: Universitetsforlaget.
Gullestad, M. y Segalen, M. (eds . ) ( 1 99 7 ) : Family and Kinship in Europe,
Londres: Pinter.
Gutmann, M . ( 1 99 6 ) : The Meanings of Macho. Being a Ma n in Mexico City,
Berkeley: University of California Press .
Gutwirth, J. ( 1 970): Vie juive traditionnelle: étude d 'une communauté hassi­
dique, Paris : Minuit.
- ( 1 972 ) : « Les associations de loisir d'une petite ville. Chatillon-sur-Sei­
ne » , Ethnologie fran�aise, n.º 1 1 , 1 -2 , pp. 1 4 1 - 1 80 .
Hall, J. A. ( 1 99 5 ) : « In search of civil society » , e n J. A . Hall (ed . ) , Civil So­
ciety: Theory, History, Comparison , Cambridge: Polity Press, pp. 1 -3 1 .
Hammond, D . y Jablow, A. ( 1 98 7 ) : «Gilgamesh and the sundance kid : the
myth of the male friendsip » , en H. Brod (ed . ) , The Making of Masculi­
n ity, Boston : Allen and Unwin, pp. 24 1 -2 5 8 .
Hann, C . ( 1 992 ) : « C ivil society a t the grassroots: a reactionary view» , en
P. G. Lewis (ed . ) , Democracy and Civil Society in Eastern Europe, Lon­
dres : St. Martin's Press, pp. 1 52- 1 65 .
- ( 1 99 3 ) : « From conrades to lawywrs : continuity and change i n local po­
litical culture in rural Hungary» , Anthropological Journal of European
Cultures, 2 ( 1 ), pp. 7 5- 1 04 .
- ( 1 99 5 ) : « Philosopher's models o n the Carpathian lowlands » , e n J . Hall
(ed . ) , Civil Society: Theory, History, Comparison , Cambridge: Polity
Press, pp. 1 5 8 . 1 82 .
- ( 1 996) : « lntroduction. Political society and civil anthropology » , en
C. Hann y E. Dunn (eds . ) , Civil Society. Challenging Western Models,
Londres-Nueva York: Routledge, pp. 1 -2 6 .
Hann, C . y Dunn, E . (eds . ) ( 1 996): Civil Society. Challenging Western Models,
Londres-Nueva York: Routledge.
Hannerz, U. { 1 969): Soulside: lnquiries into Ghetto Culture and Community,
Nueva York: Columbia University Press .
22 8 ANTROPOLOGÍA URBANA

- ( 1 9 8 3 ) : Explorer la ville. Éléments d 'anthropologie urbaine , Paris: Les


Éditions de Minuit (ed. or. 1 980) (trad . española en FCE, 1 986).
- ( 1 992a ) : «The global ecumene as a network of networks » , en A. Kuper
(ed . ) , Conceptualizing Society , Londres: Routledge, pp. 34-56 .
- ( 1 992b ) : «The Urban Swirl » , e n Cultural Complexity. Studies i n the So­
cial Organization of Meaning, Nueva York: Columbia University Press,
pp . 1 73-2 1 6 .
- ( 1 992c): Cultural Complexity. Studies i n the Social Organ ization of Mea­
ning, Nueva York: Columbia University Press .
- ( 1 99 8 ) : Conexiones transnacionales. Cultura, gente, lugares, Madrid: Cá­
tedra-Universitat de Valencia.
Hunt, S . , Benford, R. y Snow, D. ( 1 994 ) : « Marcos de acción colectiva y
campo de identidad en la construcción de los movimientos » en Laraña,
E . y Gusfield, J . , : Los nuevos movimientos sociales. De la ideología a la
identidad. Madrid: CIS.
Hayden, D. ( 1 995 ) : The power of place , Cambridge, Mass . : MIT Press.
Hearn, J. (200 1 ) : « Contesting Visions of the Civil Society Project » , Critique
of Anthropology, vol . 2 1 (4), pp. 339-360.
Hernández, G . M. ( 1 996): Falles i franquisme a Valencia , Catarroja: Afers.
- ( 1 99 8 ) : La Feria de Julio de Valencia , Valencia: Carena Editors.
Holston, J. ( 1 989): The modemist city: An Anthropological critique of Brasi-
lia , Chicago: University of Chicago Press.
- ( 1 999): «The modernist city and the death of the Street » , en Low, S. M.
(ed . ), Theorizing the City, New Brunswick-Nueva Jersey-Londres: Rut­
gers University Press, pp. 245-2 7 6 .
Holston, J. y Appadurai, A. ( 1 999): « Introduction : Cities and Citizenship » ,
e n J. Holston (ed . ) , Cities a n d Citizenship, Duke: University o f Califor­
nia Press, pp . 1 - 1 8 .
Homans, G. ( 1 97 7 ) : El grupo humano, Buenos Aires: Eudeba.
Homobono, J. l . ( 1 986): «Aisiaren alderdi sozialak. El ocio en la sociedad
vasca » , en W.AA. , Euskal Herria. Realidad y proyecto, San Sebastián:
Caja Laboral, pp. 225-2 5 5 .
- ( 1 994): « Cultura popular y subcultura obrera e n l a cuenca minera viz­
caína (siglos XIX y XX) » , en J. l. Homobono (ed . ) , La cuenca minera viz­
caína. Trabajo, patrimonio y cultura popular, Madrid: FEVE, pp . 1 1 9-
1 64 .
- (2000a ) : « De l a taberna al pub: espacios y expresiones d e sociabilidad » ,
en V. V. A. A. El bienestar en la cultura , Bilbao: Universidad del País Vas ­
co, pp. 249-290.
- (2000b ) : « Introducción: De la antropología social a la antropología ur­
bana» , Zainak. Cuadernos de Antropología-Etnología , n.º 1 9, pp. 7- 1 2 .
- (2000c): « Antropología urbana: itinerarios teóricos tradiciones naci ona­
les y ámbitos temáticos en la explotación de lo urbano » , Zainak. Cu a ­
dernos de Antropología-Etnología , n.º 1 9, pp. 1 5-50.
- (2000d): « Bibliografía de la antropología urbana » , Zainak. Cuade rnos de
Antropología-Etnología , n.º 1 9, pp. 229-2 54.
Hunt, S . ; Benford, R.; Snow, D . ( 1 994 ) : « ldentity Fields: Framing Proc e ss
BIBLIOGRAFÍA 229

and t h e Social Construction of Movement Identities ? » , e n E . Laraña y


J. Gusfield (eds . ) , Los nuevos movimientos sociales. De la ideología a la
identidad, Madrid: CIS.
!barra, P, y Tejerina, B. ( 1 99 8 ) : « Introducción. Hacia unas nuevas formas
de acción colectiva » , en P. Ibarra y B. Tejerina (eds . ) , Los movimientos
sociales. Transfonnaciones políticas y cambio cultural, Madrid: Trotta,
pp. 9-2 3 .
lanni, O . ( 1 999): lA era del globalismo, México: Siglo XXI.
Inglehart, R . ( 1 99 1 ) : El ca mbio cultural en las sociedades industriales avan­
zadas, Madrid: CIS.
Iref. M . ( 1 98 8 ) : Rapporto sull 'associazionismo sociale , Milán : Angeli .
Jacobsen, D . ( 1 968): « Frienship and mobility in the development o f a n ur­
ban elite African social syste m » , Southwestern Journal of Anthropology,
n.º 24, pp. 1 2 3- 1 3 8 .
- ( 1 97 3 ) : Itinerant Townsmen: Friendship and Social Order i n Uganda ,
Menlo Park, California: Cummings.
Jameson, F. ( 1 996): Teoría de la postmodernidad, Madrid: Trotta.
Jaquette, J. (ed . ) ( 1 989): The Women s Movement in IAtin America , Londres:
Unwin Hyman.
Jelin, E . ( 1 994): « lntroduction » , en E . Jelin (ed . ) , Women and Social Chan­
ge in IAtin America , Londres : Zed Books Ltd . , pp. 1 - 1 1 .
Jenkins, J. ( 1 994): « La teoria de la movilización de los recursos y el estudio
de los movimientos sociales » en Revilla, M. (comp. ) : Movimientos socia­
les, acción e identidad. Monográfico Zona Abierta. Madrid: Siglo XXI .
Johnston, H . , Laraña, E. y Gusfield, J. ( 1 994 ) : « Identidades, ideologías y
vida cotidiana en los nuevos movimientos sociales » en Laraña, E. y
Gusfield, J . , : Los n uevos movimien tos sociales. De la ideología a la iden­
tidad. Madrid: CIS.
Joseph, S. ( 1 997 ) : «The Reproduction of Political Process among Women
Activists in Lebanon: Shopkeepers and Feminists » , en D. Chatty y
A. Rabo (eds. ) , Organ izing Women. Fonnal and lnfonnal Women s
Groups in the Middle East, Oxford-Nueva York: Berg, pp. 57-80.
Kapferer, B . ( 1 966): The Populations of Zambian Municipal Township, Lu­
saka: Institute for Social Research.
- ( 1 99 5 ) : «The Performance of Categories: Plays of Identity in Africa and
Australia » , en A. Rogers y S. Vertovec (eds . ) , The Urban Context. Ethni­
city, Social Networks and Situational Analysis, Oxford-Washington: Berg
Publisher, pp. 55-80.
Keane, J . ( 1 9 8 8 ) : « lntroduction » , en J . Keane (ed. J, Civil Society and the
State. New European Perspectives , Londres-Nueva York: Verso, pp. 3-3 1 .
Kenny, M . ( 1 96 1 ): A Span ish Tapestry, Londres: Cohen and West.
- ( 1 96 2 ) : «Twentieth century Spain expatriates in Mexico : an urban sub­
culture » , Anthropological Quarterly, n.º 35 (4) .
Kenny, M . y Kertzer, D. l. (eds . ) 1 98 3 ) : Urban Life in Mediterranean Euro­
pe. Anthropological Perspectives , Urbana: University of Illinois Press .
Kimmel, M. S. (2000 ) : The Gendered Society, Nueva York-Oxford : Oxford
University Press.
230 ANTROPOLOGÍA URBANA

Kingman Garcés, E . ; Salman, T. y Van Dam, A. ( 1 999): « Introducción. Las


culturas urbanas en América Latina y los Andes: lo culto y lo popular,
lo local y lo global, lo híbrido y lo mestizo » , en T. Salman y E . King­
man Garcés (eds. ), Antigua modernidad y memoria del presente. Cultu­
ras urbanas e identidad, Quito: FLACSO-Ecuador, pp. 1 9-54.
Klandermans, B . ( 1 992 ) : « La unión de lo viejo con lo nuevo: el entramado
de los movimientos sociales en los Países Bajos » , en R. J. Dalton y
M. Kuechler (comps. ) , Los nuevos movimientos sociales: un reto al or­
den político , Valencia : Edicions Alfons el Magnanim, pp. 1 7 3- 1 92 .
- ( 1 994 ) : « La construcción social d e l a protesta y l a multiplicidad d e los
espacios organizativos » , en E. Laraña y J. Gusfield (eds. ) , Los nuevos
movimientos sociales. De la ideología a la identidad, Madrid: CIS.
Klinenberg, E . (2002 ) : Heat Wave: A Social Autopsy of Disaster in Chicago,
Chicago: University of Chicago Press.
Kornhauser, W. ( 1 979): Aspectos políticos de la sociedad de masas, Buenos
Aires: Amorrortu .
Lacomba, J. (200 1 a ) : El islam inmigrado. Transformaciones y adptaciones de
las prácticas culturales y religiosas , Madrid: Ministerio de Educación .
- (200 1 b ) : « La producción escrita sobre la inmigración en España ( 1 990-
2000). Una síntesis bibliográfica » , Arxius , n.º 5, pp . 207-22 2 .
Lamela, M . C . ( 1 99 8 ) : La cultura de lo cotidiano. Estudio sociocultural de la
ciudad de Lugo , Madrid: Akal.
Laraña, E. ( 1 999): La construcción de los movimientos sociales , Madrid:
Alianza.
Laraña, E. y Gusfield, J. (eds . ) ( 1 994): Los nuevos movimientos sociales. De
la ideología a la identidad, Madrid: CIS.
Larizgoita, A. ( 1 98 6 ) : « Utilización del espacio público por la mujer. Caso
práctico del Casco Viejo de Bilbao » , en A. García Ballesteros (ed . ) , El
uso del espacio en la vida cotidia n a , Madrid: Universidad Autónoma de
Madrid, Seminario de Estudios de la Mujer, pp. 1 1 7 - 1 23 .
Leeds, A . ( 1 994 ) : Cities, Classes, and the Social Order (edición a cargo de
Roger Sanjek), Ithaca-Londres: Cornell University Press.
Lewis, O. ( 1 969): Antropología de la pobreza: cinco familias, México: FCE
(ed . or. 1 95 9 ) .
- ( 1 986a ) : « Reinvestigación de Tepotzlán: crítica del concepto folk-urba­
no del cambio social » , en Ensayos antropológicos , México: Grijalbo,
pp . 65-88.
- ( 1 986b ) : «Observaciones adicionales acerca del continuo folk-urb ano Y
la urbanización, con referencia especial a la ciudad de México » , en En ­
sayos antropológicos , México: Grijalbo, pp. 89- 1 07 .
Leyson, A. y Thrift, N . J. ( 1 99 7 ) : Money / Space: Geographies of Monetary
Transformation , Londres: Routledge .
Liebow, E. ( 1 966): Tally 's Comer. A Study of Negro Streetcorner Men , Boston :
Little Brown .
Lipset, S. M. ( 1 963 ) : El hombre político , Buenos Aires : Eudeba.
Little, K. ( 1 95 7 ) : «The role of voluntary associations in West African urba­
nization » , A merican Anthropologist, n.º 59(4), pp. 579-596.
BIBLIOGRAFÍA 23 1

- ( 1 96 5 ) : West African Urbaniza tion. A Study of Voluntary Associations in


Social Change , Cambridge : Cambridge University Press (trad . castellana
de 1 970) .
- ( 1 967): «Voluntary associations in urban life » , en M. Freeman (ed . ) , So­
cial Organization , Chicago: Aldine, pp. 2 7-42 .
- ( 1 970): La migración urbana en África occidental, Barcelona : Labor.
- ( 1 974 ) : Urbanization as a social process. An essay on movement and
change in contemporary Africa , Londres: Routledge and Kegan Paul .
Lomnitz, C . (2000) : «Introducción » , en C. Lomnitz (coord . ) , Vicios priva­
dos, virtudes públicas: la corrupción en México, México: Ciesas-Miguel
Á ngel Porrúa, pp. 1 1 -30.
Lomnitz, C . (coord . ) (2000 ) : Vicios privados, virtudes públicas: la corrupción
en México , México: Ciesas-Miguel Ángel Porrúa.
Lomnitz, L. ( 1 97 1 ) : « Reciprocity of favours in the urban middle class of
Chile » , en G. Dalton ( ed . ) , Studies in Economic Anthropology, Washing­
ton : American Anthropological Association, pp. 93- 1 07 .
- ( 1 974): Como sobreviven los marginados , México: FCE.
- ( 1 9 8 8 ) : « Las relaciones horizontales y verticales en la estructura social
urbana en México, en S. Glantz (ed . ) , La heterodoxia recuperada . Ho­
menaje a Angel Palerm , México: FCE, pp. 5 1 5 - 5 5 5 .
---:- ( 1 994 ) : Redes sociales, cultura y poder: Ensayos de antropología latinoa­
mericana, México: Miguel Á ngel Porrúa- FLACSO.
Lomnitz, L. y Melnick, A. ( 1 998 ) : La cultura política chilena y los partidos
de centro. Una explicación antropológica , Chile-México: FCE.
Long, K. S. ( 1 996 ) : We All Fougth for Freedom. Women in Poland's Solida­
rity Movement, Boulder-Oxford: Westview Press.
Low, S. M. ( 1 993 ) : « Cultural meaning of the plaza: The history of the Spa­
nish American gridplan-plaza urban design » , en R. Rotenberg y G . ,
McDonogh (eds . ) , The Cultural Meaning of Urban Space , Wesport (Con­
necticut) : Bergin and Garvey, pp . 1 48- 1 62 .
- ( 1 999a ) : « lntroduction. Theorizing the City » , e n Low, S . M . (ed . ) , Theo­
rizing the City, New Brunswick-Nueva Jersey-Londres : Rutgers Univer­
sity Press, pp. 1 -3 6 .
- ( 1 999b ) : « Spatializing Culture : The social production and social cons­
truction of public space in Costa Rica » , en Low, S. M. (ed . ) , Theorizing
the City, New Brunswick-Nueva Jersey-Londres: Rutgers University
Press, pp. 1 1 1 - 1 37 .
Luna, L . G . ( 1 990): « Género y movimientos sociales e n América Latina » ,
Boletín American ista , n . º 39-40, Universidad d e Barcelona .
- ( 1 994 ) : «Historia, género y política » , en L. G . Luna y N. Villarreal (eds .),
Historia, género y política. Movimientos de m ujeres y participación polí­
tica en Colombia 1 930- 1 991 , Barcelona: Seminario lnterdisciplinar de
Mujeres, Universidad de Barcelona, pp . 1 9- 5 8 .
Luz, P. ( 1 990): « Relaciones pri marias: e l caso d e los grupos d e amigos de
l'Alcudia (País Valenciano) » , Comunicación al V Congreso de Antropolo­
gía , Granada (inédito).
Lynch, K. ( 1 984): La imagen de la ciudad, Barcelona: Gustavo Gilí.
232 ANTROPOLOGÍA URBANA

Lynd, R. S. y Lynd, H. M. ( 1 9 5 6 ) : Middletown . A Study in Modern American


Culture , Nueva York: A Harvest Book, Harcourt, Brace & World, Inc.
(ed. or. 1 92 9 ) .
- ( 1 93 7 ) : Middletown i n Transition . A Study i n Cultural Conflicts, Nueva
York: A Harvest Book, Harcourt, Brace & World, Inc .
MacRae, E . ( 1 992 ) : « Homosexual Identities in Transitional Brazilian Poli­
tics » , en A. Escobar y S. Álvarez (eds . ) , The Making of Social Movements
in Latin america: Jdentity, Strategy and Democracy, Boulder, CO: West­
view Press, pp. 27-49 .
Mairal. G. ( 1 99 5 ) : Antropología de una ciudad. Barbastro, Zaragoza: Insti­
tuto Aragonés de Antropología.
- ( 1 99 8 ) : «I.:antropologia urbana en perspectiva» , Revista d 'etnologia de
Catalunya , n.º 1 2 , pp. 1 6-2 7 .
- (2002 ) : « La "invenció" d'una minoría. E l conflicte per la construcció
d'embassaments a l'Alt Aragó » , Revista d 'etnologia de Catalunya , n.º 2 1 ,
pp . 20- 3 5 .
Malinowski, B . ( 1 97 5 ) : Los argonautas del Pacífico occidental, Barcelona:
Península (ed. or. 1 922 ) .
Martín, C . (2000): Ethnologie d 'un bidonville de Lima , París: I.:Harmattan .
Mangin, W. (ed . ) ( 1 970): Peasants in cities. Readings in the Anthropology of
Urbanization , Boston : Houghton Mifflin.
Maquieira, V. ( 1 99 5 ) : «Asociaciones de mujeres en la Comunidad de Ma­
dri d » , en M. Ortega López (ed . ) ; M. J. Matilla; E. Franx; P. Folguera;
M. J. Vara; y V. Maquieira, Las m ujeres de Madrid como agentes de ca m­
bio social, Madrid: Instituto Universitario de Estudios de la Mujer-Uni­
versidad Autónoma de Madrid, pp. 263-3 3 8 .
Marcus, G . E . ( 1 99 5 ) : « Ethnography in/of t h e World System : The Emer­
gence of Multi-sited Ethnography» , Annual Anthropological Review,
n.º 24, pp. 95- 1 1 7 .
Margolis, M . L . ( 1 994 ) : Little Brazil, Princeton: Princeton University Press.
Martínez, O . J . ( 1 990): « Transnational Fronteri zos: Cross-Border Linkages
in Mexican Border Society » , Journal of Borderlands Studies , vol . V,
n.º 1 , pp. 79-94.
Martínez Veiga, U. ( 1 99 5 ) : Mujer, trabajo y domicilio, Barcelona: Icaria-ICA.
- ( 1 997): La integración social de los inmigrantes extranjeros en España ,
Madrid: Trotta.
- ( 1 999): Pobreza, segregación y exclusión espacial. La vivienda de los in ­
migrantes extranjeros en España , Barcelona : Icaria.
- (200 1 ) : El Ejido. Discriminación, exclusión social y racismo, Madrid : La
Catarata.
Mayer, A. C . ( 1 980): « La importancia de los cuasi-grupos en el estudio de
las sociedades complej as » , en M . Banton (ed . ) , Antropología social de la s
sociedades complejas, Madrid: Alianza, pp. 1 08- 1 33 .
Mayer, P. ( 1 96 1 ) : Townsmen or Tribesmen , Cape Town: Oxford Universi tY
Press.
- ( 1 962 ) : « Migrancy and the Study of Africans in Town » , American An ­
thropology, n.º 64, pp . 576-592 .
BIBLIOGRAFÍA 2 33

McAdam, D . ( 1 994 ) : « Cultura y movimientos sociales » , e n E. Laraña y


J. Gusfield (eds . ) , Los nuevos movimientos sociales. De la ideología a la
identidad, Madrid: CIS.
- ( 1 996): « Conceptual origins, current problems, future directions», en
D . McAdam, J. McCarthy y M . Zald (eds . ) : Comparative Perspectives on
Social Movements: Political Opportunities, Mobilizing Structures and
Cultural Framings, Cambridge : Cambridge University Press, pp. 85- 1 06 .
McAdam, D; McCarthy, J. y Zald, M. (eds . ) ( 1 996): Comparative Perspecti­
ves on Social Movements: Political Opportunities, Mobilizing Structures
and Cultural Fra mings , Cambridge: Cambridge University Press .
McDonogh, G. W. ( 1 986): Las buenas familias de Barcelona, Barcelona: Omega.
McDowell, L. ( 1 99 9 ) : Género, identidad y lugar, Madrid: Cátedra-Universi­
tat de Valencia-Instituto de la Mujer.
Mees, L. ( 1 998 ) : « ¿Vino viejo en odres nuevos? Continuidades y disconti­
nuidades en la historia de los movimientos sociales ? » , en P. !barra y
B. Tejerina (eds . ) , Los movimientos sociales. Transformaciones políticas
y cambio cultural, Madri d : Trotta, pp. 29 1 -320.
Meillassoux, C . ( 1 968): Urbanization of an African Community. Voluntary
associations in Bamako, Seattle: University of Washington Press.
Meister, A. ( 1 972): Vers une sociologie des associations , París: Éditions Ouv­
rieres.
- ( 1 97 4 ): La participation da ns les associations, París : Éditions Ouvrieres.
Melucci, A. ( 1 982 ) : L'invenzione del presente. Movimenti, identita, bisogni in­
dividuali. Bolonia: 11 Mulino.
- ( 1 9 8 5 ) : «The Symbolic Challenge of Contemporary Movements » , Social
Research , 52(4).
- ( 1 989) : Nomads of the Present , Filadelfia: Temple University Press.
- ( 1 994a ) : « ¿ Qué hay de nuevo en los movimientos sociales ? » , en E . La-
raña y J. Gusfield (eds . ) , Los nuevos movimientos sociales. De la ideolo­
gía a la identidad, Madrid: CIS.
- ( 1 994b ): «Asumir un compromiso: identidad y movilización en los mo­
vimientos sociales» en Revilla, M . (comp. ) : Movimientos sociales, acción
e identidad. Monográfico Zona Abierta. Madrid: Siglo XXI .
- ( 1 998): « La experiencia individual y los temas globales en una sociedad
planetaria? » , en P. !barra y B. Tejerina (eds.), Los movimientos sociales.
Transformaciones políticas y cambio cultural, Madrid: Trotta, pp. 36 1 -3 8 2 .
Menéndez, E . L . ( 1 9 7 7 ) : « Nuevos objetos de estudio de la Antropología So­
cial», XV Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología ,
tomo III, pp. 7 5 - 8 2 .
- (2002 ) : La parte negada de la cultura. Relativismo, diferencias y racismo,
Barcelona: Edicions Bellaterra.
Miller, D . ( 1 9 9 5 ) : « lntroduction : anthropology, modernity and consump­
tion » , en D. Miller (ed . ) , Worlds Apart: Modernity through the prism of
the local, Londres-Nueva York: Routledge, pp. 1 -2 2 .
Mills, C . ( 1 967): lA élite del poder, México: FCE.
Miner, H . ( 1 9 5 6 ) : The Primitive City of Timbuctoo, Princeton: Princeton
University Press.
234 ANTROPOLOGÍA URBANA

Mintz, S. ( 1 98 5 ) : Sweetness and Power: The Place of Sugar in Modern His­


tory, Nueva York: Viking.
Mitchell, J. C . ( 1 956 ): The Kalela Dance: Aspects of Social Relationships
Among Urban Africans In Northern Rhodesia , Manchester: Manchester
University Press (reproducido en 1 996 en la revista Enquete , n.º 4,
pp. 2 1 1 -243 ) .
- ( 1 969): « The concept and use o f social networks » , e n J . C . Mitchell (ed . ) ,
Social Networks i n Urban Situation: Analyses o f Personal Relationships
in Central African Towns , Manchester: Manches ter University Press,
pp. 1 -2 3 .
- ( 1 970): « Africans in Industrial Towns in Northem Rhodesi a » , en
W. Mangin (ed . ), Peasants in cities. Readings in the Anthropology of Ur­
ban ization , Boston: Houghton Mifflin, pp. 1 60- 1 69 .
- ( 1 973 ) : « Networks, Norms and Institutions » , en J. Boissevain y
J. C . Mi tchell (eds. ) , Network Analysis: Studies in Human Interaction , La
Haya: Mouton, pp. 1 02- 1 2 7 .
- ( 1 974): « Social Networks » , Ann ual Review of Anthropology, vol . 3 ,
pp. 279-299.
- ( 1 980): « Orientaciones de los estudios urbanos en Á frica» , en M . Ban­
ton (ed . ) , Antropología socia l de las sociedades complejas , Madrid: Alian­
za, pp. 53-8 1 (ed . or. 1 966) .
- ( 1 9 8 3 ) : « Case and Situational Analysis » , The Sociological Review,
vol . 3 1 , pp. 1 87-2 1 1 .
- ( 1 987): Cities, Society and Social Perception : A Central A-frican Perspecti­
ve , Oxford : Clarendon Press.
- ( 1 995 ) : «Afterword » , en A. Rogers y S. Vertovec (eds. ) , The Urban Con­
text. Ethn icity, Social Networks and Situational Analysis , Oxford-Was­
hington : Berg Publisher, pp. 3 3 5 -347 .
Mitchell, J. C . (ed. ) ( 1 969): Social Networks in Urban Situations: Analyses
of Personal Relationships in Central African Towns, Manches ter: Man­
ches ter University Press.
Monreal, P. ( 1 996): Antropología y pobreza urbana . Madrid: Los Libros de
la Catarata.
Moore, H. L. ( 1 999): « Anthropological Theory at the Tum of the Century» ,
en H . L. Moore (ed . ) , Anthropological Theory Today, Cambridge : Polity
Press, pp. 1 -2 3 .
Moore, K. ( 1 97 5 ) : «The city a s context a s process•i , Urban Anthropology ,
vol. 4( 1 ), pp. 1 7-34.
- ( 1 9 7 7 ) : Those of the Street. The Catholic Jews of Mallorca. A Study in Ur­
ban Cultural Change, South Bend , Ind . : University of Notre Dame Press .
Moreno, l. ( 1 97 5 ) : Las hermandades a ndaluzas, una aproximación desde la
Antropología , Sevilla: Universidad de Sevilla.
- ( 1 990): « Ri tuales colectivos de religiosidad popular y reproducció n d e
identidades de Andalucía » , en J. Cucó y J. J. Pujadas (coords . ) , Identi­
dades colectivas. Etn icidad y sociabilidad en la península ibérica , Val en­
cia: Generalitat Valenciana, pp. 269-284.
- ( 1 99 1 ) : « Identidades y rituales » , en J. Prat; U . Martínez; J . Contre ras e
BIBLIOGRAFÍA 235

l. Moreno (eds . ) , Antropología de los pueblos de España, Madrid: Tau­


ros, pp. 60 1 -636.
- ( 1 992): La Semana Santa de Sevilla. Conformación, mixtificación y signifi­
caciones, Sevilla: Universidad de Sevilla y Ayuntamiento (ed . or. 1 982).
Morley, D . y Robins, K. ( 1 99 5 ) : Spaces of Jdentity: Global Media, Electronic
Landscapes and Cultural Boundaries, Londres: Routledge.
Mormino, G . R. y Pozzetta, G . E . ( 1 98 7 ) : The In migrant World of Ybor City.
Italians and Their Latin Neighbors in Tampa, 1 885- 1 985, Urbana-Chica­
go: University of Illinois Press.
Morris, R . C. ( 1 99 5 ) : «Ali Made up: Performance Theory and the New An­
thropology of Sex and Gender » , Annual Review of Anthropology, n.º 24,
pp. 567-592 .
Narotzki, S. ( 1 9 8 8 ) : Trabajar en familia. Mujeres, hogares y talleres , Valen­
cia: Alfons el Magnanim.
- ( 1 99 5 ) : Mujer, mujeres, género. Una aproximación crítica al estudio de las
m ujeres en ciencias sociales, Madrid: CSIC .
Nash, J. ( 1 989): From ta nk town to high tech: The clash of community and
industrial cycles, Nueva York: State University of New York Press.
Offe, C . ( 1 990) : Partidos políticos y nuevos movim ientos sociales, Madrid:
Sistema.
- ( 1 99 2 ) : « Reflexiones sobre la autotransformación institucional de la ac­
tividad política de los movimientos . Modelo provisional según esta­
dios » , en R. J . Dalton y M. Kuechler (comps . ) , Los nuevos movimientos
sociales: un reto al orden político, Valencia: Edicions Alfons el Magna­
nim, pp. 3 1 5-340.
Olson, M . ( 1 963 ) : The Logic of Collective Action, Cambridge: Harvard Uni­
versity Press.
Ong, A. ( 1 987): Spirits of Resistance and Capitalist Discipline, Albany: Suny
Press.
- ( 1 9 8 8 ) : « Colonialism and Modernity: Feminist Re-Presentations of Wo­
men in Non-Western Societies » , Inscriptions , n.º 3-4, pp. 79-93 .
Ortner, S. B . ( 1 984): «Theory in Anthropology since the sixties » , Compara­
tive Studies in Society and History, n.º 2 6 , pp. 1 26- 1 66.
Padilla, F. M . ( 1 992 ) : The Gang as America Enterprise , New Brunswick: Rut­
gers University Press.
Pellow, D. ( 1 999): « The power of space in the evolution of an Acera Zon­
go» , en S . M. Low (ed . ) , Theorizing the City, New Brunswick-Nueva Jer­
sey-Londres: Rutgers University Press, pp. 277-3 1 6 .
Pérez Ledesma, M . ( 1 99 3 ) : « Cuando lleguen los días de cólera. Movimien­
tos sociales; teoría e historia» en AA.W. , Problemas actuales de la his­
toria . Universidad de Salamanca, pp. 1 36- 1 59 .
Pérez Agote, A . ( 1 9 8 7 ) : El nacionalismo vasco a la salida del franquismo,
Madrid: CIS.
Pina-Cabral, J. ( 1 99 1 ) : Os contextos da Antropologia , Lisboa: Difel .
- (2000) : « How Do the Macanese Achieve Collective Action ? » , en J. Pina­
Cabral y A. Pedroso de Lima (eds . ) , Elites. Choice, Leadership and Suc­
cession , Oxford-Nueva York: Berg, pp. 2 0 1 -226.
2 36 ANTROPOLOGÍA URBANA

Pina Cabra!, J. y Pedroso de Lima, A. (eds. ) 2000): Elites. Choice, Leader­


ship and Succession , Oxford-Nueva York: Berg.
Portes, A. y Stepick, A. ( 1 99 3 ) : City on the Edge: The transformation of Mia­
mi, Berkeley: University of California Press.
Prat, J . ( 1 992 ) : Reflexiones sobre los nuevos objetos de estudio de la An­
tropología Social española » , en M. Cátedra (ed . } , Los españoles vistos
por los antropólogos , Madrid: Júcar, pp. 45-68.
Pujadas, J . J. ( 1 990): «Identidad étnica y asociacionismo en los barrios pe­
riféricos de Tarragona » , en J. Cucó y J. J. Pujadas (eds . ) , Identidades co­
lectivas. Etnicidad y sociabilidad en la Península Ibérica , Valencia: Ge­
neralitat Valenciana, pp : 307-323 .
- ( 1 99 1 ) : « Presente y futuro d e l a Antropología Urbana en España» , en
Malestar cultural y conflicto en la sociedad madrilena. ll Jornadas de An­
tropología de Madrid, Madrid: Consejería de Integración Social, Comu­
nidad de Madrid, pp. 45-7 8 .
- ( 1 996): «Antropología urbana » , e n J. Prat y A . Martínez (eds . } , Ensayos
de Antropología Cultural. Homenaje a Claudia Esteva Fabregat, Barcelo­
na: Ariel , pp. 24 1 -2 5 5 :
Pujadas, J. J. y Bardají, E . ( 1 98 7 ) : Los barrios de Tarragona, u n a aproxima­
ción antropológica , Tarragona: Ayuntamiento de Tarragona.
Pujadas, J . J. y Comas d'Argemir, D . ( 1 984): « La formació del barrí de Bo­
navista » , Universitas Tarraconensis, VI, pp. 7 1 -94 .
Putnam, R. D . (2000 ) : Bowling alone. The collapse and reviva! of American
community , Nueva York: Simon and Schuster.
Radcli ffe-Brown, A. R. ( 1 968): Structure et function dans la société primiti­
ve , París: Éditions de Minuit (ed. or. 1 940) .
Ramírez Goicoechea, E . ( 1 984 ) : « Cuadrillas en el País Vasco: identidad lo­
cal y revitalización étnica » , REIS, n.º 25, pp. 2 1 3-220.
- ( 1 996): Inmigrantes en España: vidas y experiencias , Madrid: CIS.
Rapaport, A . ( 1 97 8 ) : Aspectos humanos de la forma urbana , Barcelona: Gus­
tavo Gilí .
Raschke, J. ( 1 994): « Sobre el concepto de movimiento social » en Revilla,
M . (comp . ) : Movimientos sociales, acción e identidad. Monográfico Zona
Abierta. Madrid: Siglo XXI .
Ravis-Giordani, G . (ed . ) 1 999): Amitiés. Anthropologie et histoire , Aix-en­
Provence : Publications de l'Université de Provence .
Raz, A. E. ( 1 999): Riding the Black Ship. Japan a nd Tokyo Disneyland, Cam ­
bridge : Harvard University Press .
Redfield, R. ( 1 947): « The Folk Society» , American Journal of Sociology ,
n.º 4 1 , pp, 293-308.
Redfield, R. y Singer, M . ( 1 954): «The Cultural Role of Cities » , Econom ic
Development and Cultural Change , vol 3, pp. 53-73 .
Requena, F. ( 1 99 1 ) : Redes sociales y mercado de trabajo. Elementos para u na
teoría del capital relacional, Madrid: CIS-Siglo XXI.
- ( 1 994 ): Am igos y redes sociales. Elementos para una sociología de la
am istad, Madrid: CIS.
Revilla, M. ( 1 994): Modelos teóricos contemporáneos de aproximación al fe-
BIBLIOGRAFÍA 23 7

nómeno de los movimientos sociales. Documento de trabajo 94-09 . Ma­


drid: IESA.
Revilla, M. (comp . ) ( 1 994 ) : Movimientos sociales, acción e identidad. Mono­
gráfico Zona Abierta . Madrid: Siglo XXI .
Ribeiro, G . L. ( 1 998): « Cybercultural Politics: Political Activism at a Dis­
tance in a Transnational Worl d » , en S. Álvarez, E . Dagnino y A. Esco­
bar (eds . ) , Cultures of Politics. Politics of Culture. Re-visioning Latin
American Social Movements , Boulder, CO: Westview Press, pp. 325-3 5 2 .
Riechmann, J. y Femández Buey, F. ( 1 994 ) : Redes q u e dan libertad: Intro­
ducción a los nuevos movimientos sociales, Barcelona: Paidós .
Ritzer, G . ( 1 993): The McDonaldization of Society: An Investigation into the
Changing Character of Contemporary Social Life , Thousand Oaks, Calif. :
Pine Forge Press .
Rivas, A. ( 1 998): « El análisis d e marcos: una metodología para e l estudio
de los movimientos sociales » , en P. Ibarra y B . Tejerina (eds . ) , Los mo­
vimientos sociales. Transformaciones políticas y cambio cultural, Ma­
drid: Trotta, pp. 1 8 1 -2 1 8 .
Robertson, R . ( 1 992): Globalization : Social Theory and Global Culture, Lon­
dres : Sage .
- ( 1 995): « Glocalization: Time-Space and Homogeneity-Heterogeneity » , en
M. Featherstone et al. (eds.), Global Modernities, Londres: Sage, pp. 2 5-44.
Rodríguez Mateas, J. ( 1 997): La ciudad recreada. Estructuras, valores y símbo­
los de las Hermandades y Cofradías de Sevilla, Sevilla : Diputación de Sevilla.
Rogers, A. ( 1 99 5 ) : «Cinco de Mayo and 1 5 January: Contrasting Situations
in a Mixed Ethnic Neighbourhood » , en A. Rogers y S. Vertovec (eds. ) .
The Urban Context. Ethnicity, Social Networks a n d Situational Analysis ,
Oxford-Washington: Berg Publisher, pp. 1 1 7- 1 40 .
Rogers, A . y Vertovec, S . (eds . ) ( 1 99 5 ) : The Urban Context. Ethnicity, Social
Networks and Situational Analysis , Oxford-Washington : Berg Publisher.
Rogers, A. y Vertovec, S. ( 1 9 9 5 ) : « lntroduction » , en A. Rogers y S. Verto­
vec (eds . ) , The Urban Context. Ethnicity, Social Networks and Situatio­
nal Analysis, Oxford-Washington: Berg Publisher, pp. 1 -3 5 .
Romaní, O. y Feixa, C . (2002 ) : «De Seattle 1 999 a Barcelona 2002 . Movi­
ments socials, resistencies global s » , Revista d 'e tnologia de Catalunya ,
n .º 2 1 , pp. 72-95 .
Rosander, E. E. ( 1 997 ) : «Women in Groups in Africa: Female Associational
Patterns in Senegal and Morocco » , en D. C hatty y A. Rabo (eds . ) . Or­
ganizing Women. Formal and Informal Women s Groups in the Middle
East, Oxford-Nueva York: Berg, pp . 1 0 1 - 1 24 .
Rouse, R. ( 1 992 ) : « Making sense o f settlement: class transformation, cul­
tral struggle, and transnationalism among Mexican migrants in the
United States » , en N. Glick Schiller, L. Basch y C. Blanc-Szanton (eds . ) .
Towards a Transnational Perspective o n Migration , Annals of the New
York Academy of Sciences, vol . 645 .
Rowbotham, S. y Mitter, S. ( 1 994 ) : Dign ity and Daily Bread, Londres: Rou­
tledge.
Ruffolo, G. ( 1 9 8 5 ) : La qualita sociale , Bari : Laterza .
2 38 ANTROPOLOGÍA URBANA

Rutheiser, C. ( 1 999): « Making place in the nonplace urban realm: Notes on


the revitalisation of downtown Atlanta» , en S. M. Low (ed . ) , Theorizing
the City, New Brunswick-Nueva Jersey-Londres: Rutgers University
Press, pp. 3 1 7-34 1 .
Safa, P. ( 1 990): « La crisis de la ciudad, movimientos urbanos y necesida­
des socioculturales : el caso de Santo Domingo de los reyes » , en G . De
la Peña, J. M . Durán, A. Escobar y J. García de Alba (comps. ) , Crisis,
conflicto y sobrevivencia. Estudios sobre la sociedad urbana de México ,
Guadalajara : Universidad de Guadalajara-CIESAS, pp. 439-4 5 5 .
- ( 1 993): « Espacio urbano como experiencia cultural » , e n Estrada, M . ;
Nieto, R . ; Nivon, E . y Rodríguez, M. (comps . ) : Antropología y ciudad,
México : Ciesas- UAM, pp. 2 83-296.
Saint-Pierre, C . (200 1 ) : « Nouvelles logiques associatives dans la ville nou­
velle de Cergy-Pontoise » , Quadems de l'Institut Catala d 'Antropologia ,
n.º 1 5- 1 6, pp. 26-5 5 .
Salaff, J . ; Fong, E . ; Siu-lun, W. ( 1 999): « Using Social Networks t o Exit
Hong Kong » , en B. Wellman (ed.), Networks in the Global Village: Life
in Contemporary Communities , Boulder-Oxford: Westview Press,
pp. 299-330.
Sanjek, R. ( 1 990): « Urban Anthropology in the 1 980s: a World View» , An­
nual Review of Anthropology, n .º 1 9, pp. 1 5 1 - 1 86 .
- ( 1 996): « U rban Anthropology» , e n A. Bamard y J. Spencer (eds . ) , Ency­
clopedia of Social and Cultural Anthropology, Londres: Routledge,
pp. 5 5 5 - 5 5 8 .
- ( 1 998): The Future of Us Ali. Race a n d Neighborhood Politics in New York
City, Ithaca-Londres: Cornell University Press.
San Román, T. ( 1 97 5 ) : Vecinos gitanos , Madrid: Akal.
- ( 1 976a ) : « El buen nombre del gitano» , en C . Lisón (ed . ) , Temas de an­
tropología española , Madrid: Akal , pp. 243-262.
- ( 1 97 6b ) : Gitanos al encuentro de la ciudad: del chalaneo al peonaje , Ma­
drid : Edicusa.
- ( 1 990): Gitanos de Madrid y Barcelona. Ensayos sobre aculturación y
etn icidad, Bellaterra: Universitat Autónoma de Barcelona .
- ( 1 996): Los muros de la separación. Ensayo sobre alterofobia y filantro­
pía , Madrid: Tecnos-Universitat Autonoma de Barcelona.
- ( 1 997): La diferencia inquietante. Viejas y nuevas estrategias culturales de
los gitanos, Madrid: Siglo XXI .
San Román, T. (comp . ) ( 1 986): Entre la marginación y el racismo. Reflex io­
nes sobre la vida de los gitanos, Madrid: Alianza.
Sariego, J. L. ( 1 988): « La antropología urbana en México. Rupturas y con­
tinuidades con la tradición antropológica sobre lo urbano » , Teoría e in ­
vestigación en la antropología social mexicana , México: Ciesas-UAM ,
pp. 22 1 -236.
Sassen, S . ( 1 99 1 ) : The Global City. New York, London, Tokyo , Princ eton :
Princeton University Press.
- ( 1 998): « Ciudades en la economía global : enfoques teóricos y metod o­
lógicos » , Eure , 24 (7 1 ), pp . 5- 2 5 .
BIBLIOGRAFÍA 2 39

Scheper-Hughes, N. ( 1 998): Muerte sin llanto , Barcelona: Ariel .


Schmitter Heisler, B . ( 1 99 1 ) : «A comparative perspective on the under­
class » , Theory and Society, vol . 20, n.º 4, pp. 455-483 .
Schneider, D. M. ( 1 968): American Kinship: A Cultural Account, Englewood
Cliffs, NJ: Prentice Hall .
Schneider, C . L. ( 1 995): Shantytown Protest in Pinochet 's Chile, Philadel­
phia: Temple University Press.
Schweitzer, P. P. (2000): « Introduction » , en P. P. Schweitzer (ed . ) , Dividends
of Kinship. Meanings and Uses of Social Relatedness, Londres-Nueva
York: Routledge-EASA, pp. 1 -3 2 .
Schrag, P. ( 1 998): Paradise Lost: California s Experience, America 's Future,
Berkeley: University of California Press .
Ségalen, M. ( 1 997): «Algunos aspectos sobre la migración vasca femenina
París » , en X. Medina (ed . ) , Los otros vascos. Las migraciones vascas en
el siglo XX, Barcelona: Fundamentos, pp . 1 63- 1 7 1 .
Seligman, A . ( 1 992 ) : Civil Society, Nueva York: The Free Press.
Sélim, M. ( 1 997): «Algunos aspectos sobre la migración vasca femenina Pa­
rís » , en X. Medina (ed . ) , Los otros vascos. Las migraciones vascas en el
siglo XX, Barcelona: Fundamentos, pp . 1 63 - 1 7 1 .
Shami, S. ( 1 997): « Domesticity Reconfigured : Women i n Squatter Areas of
Amman » , en D. Chatty y A. Rabo (eds. ) , Organizing Women. Formal and
Informal Women 's Groups in the Middle East, Oxford-Nueva York: Berg,
pp. 8 1 - 1 00.
Shlapentokh, V. ( 1 984 ) : Love, Marriage and Friendship in the Soviet Union.
Ideals and Practices, Nueva York: Praeger.
Signorelli, A. ( 1 998): «Antropologia e citta » , en P. Apolito (ed . ) , Sguardi e
modelli. Saggi italian i di antropología , Milán: Franco Angel i .
- ( 1 999): Antropología urbana, Barcelona: Anthropos.
Silva, A . ( 1 992 ) : Imaginarios urbanos: Bogotá y Sao Paulo: Cultura y Co­
municación urbana en América Latina , Bogotá: Tercer Mundo.
Simmel, G . ( 1 986) : Sociología. Estudios sobre las formas de socialización ,
2 vols. , Madrid: Alianza Editorial (ed. or. 1 908 ) .
Smelser, N . S. ( 1 99 7 ) : Problematics of Sociology, Berkeley: University o f Ca­
lifornia Press.
Sobrero, A . M . ( 1 993): Antropologia della citta , Roma: La Nuova Italia
Scientifica.
Soja, E . W. (2000): Postmetropolis. Critica[ Studies of Cities and Regions , Ox ­
ford-Malden, Mass. : Blackwell .
Southall, A. ( 1 998): The City in lime and Space , Cambridge : Cambridge
University Press.
Southall, A. (ed . ) ( 1 97 3 ) : Urban Anthropology. Cross-cultural Studies of Ur­
banization, Nueva York-Londres-Toronto: Oxford University Press .
Spradley, J. ( 1 970): You Owe Yourself a Drunk: An Ethnography of Urban
Nomads, Boston: Little, Brown Comp.
Starn, O . ( 1 99 1 ) : « Mising the Revolution: Anthropologists and the War in
Peru » , Cultural Anthropology, n.º 6( 1 ), pp. 63-9 1 .
- ( 1 992 ) : « I Dreamed of Foxes and Hawks : Reflections on Peasant Pro-
24 0 ANTROPOLOGÍA URBANA

test, New Social Movements, and the Rondas Ca mpesinas of Northern


Peru » , en A. Escobar y S. Álvarez (eds . ) , The Making of Social Move­
ments in Latín a merica: Identity, Strategy and Democracy, Boulder, CO:
Westview Press, pp. 1 26- 1 5 1 .
Strathern, M . ( 1 98 1 ) : Kinship at the Core: An Anthropology of Elmdon a vi­
llage in North-west Essex in the Nineteen-sixties , Cambridge : Cambridge
University Press.
Stross, B. ( 1 99 1 ) : « La cantina mexicana como un lugar para la interac­
ción » , en E. Menéndez (ed . ) . Antropología del alcoholismo en México ,
México: Ediciones de la Casa Chata, pp. 2 8 3-308 .
Subirats, J. ( 1 999): « Introducción » , en J. Subirats (ed . ) , ¿Existe sociedad ci­
vil en España ? Responsabilidades colectivas y valores públicos , Madrid:
Fundación Encuentro, pp. 1 9-36.
Swyngedouw, E . ( 1 997): « Neither Global nor Local : « Glocalization» and
the Politics of Scale » , en K. R. Cox (ed . ) , Spaces of Globalization: Reas­
serting the Power of the Local, Nueva York-Londres : Guilford Press,
pp. 1 3 7- 1 66 .
Tarrow, S. ( 1 992): « El fantasma d e l a ópera: Partidos políticos y movi­
mientos sociales de los años 60 y 70» en Dalton, R . J . y Küchler, M.
(comp ) : Los nuevos movimientos sociales: un reto al orden político , Va­
lencia: Alfons el Magnanim, pp. 34 1 -369.
Tarrow, S. ( 1 997): El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la ac­
ción colectiva y la política , Madrid: Alianza.
Tejerina, B.; Fdz. Sobrado, J . y Aierdi, X. ( 1 99 5 ) : Sociedad civil, protesta y
movimientos sociales en el País Vasco, Vitoria: Servicio central de pu­
blicaciones del Gobierno Vasco.
Terray, E. ( 1 997): «Berlin: mémoires entrecroisées» , Terrain , n.º 29, pp. 3 1 -42 .
Tiger, L. ( 1 969): Men in Groups , Nueva York: Random House.
Tomlinson, J. (200 1 ) : Globalización y cultura , México: Oxford University
Press.
Tonnies, F. ( 1 979): Comunidad y asociación , Barcelona : Península.
Touraine, A. ( 1 969a ) : La sociedad post-industrial, Barcelona: Ariel
(ed. or. 1 96 5 ) .
- ( 1 969b ) : Sociología de la acción . Barcelona: Ariel (ed. or. 1 965).
- ( 1 990): Movimientos sociales hov, Barcelona: Hacer.
- ( 1 999): ¿ Cómo salir del liberalis � o ? Barcelona: Paidós .
Turner, J. H . ( 1 99 1 ) : The Structure of Sociological Theory, Belmont: Wads­
worth Pu blishing ( ed . or. 1 97 4).
Vargas, V. ( 1 99 1 ) : « Apuntes para u n a reflexión feminista sobre e l movi­
miento de mujeres » , en L. G. Luna (ed . ) , Género, clase y raza en Améri­
ca Latina , Barcelona : Seminario Interdisciplinar de Mujeres, Universi ­
dad de Barcelona, pp. 1 95-204.
Velasco, H . (comp . ) 1 982): Tiempo de fiesta. Ensayos antropológicos sob re
las fiestas de España , Madrid: Tres, Catorce, Dieciséis.
- ( 1 99 1 ) : «Textos sociocéntricos . Los mensajes de identificación y di fe­
renciación entre comunidades rurales » , Revista de Dialectología y Tradi­
ciones Populares , n.º XXXVI, pp. 85- 1 06 .
BIBLIOGRAFÍA 24 1

Velasco Ortiz, L . (2000) : « Migración, género y etnicidad: mujeres indígenas


en la frontera de Baja California y California » , Revista Mexicana de So­
ciología , vol. 62 ( 1 ), pp. 1 45- 1 7 1 .
Vigil, J . D . ( 1 988): Barrio Gangs , Austi n: University of Texas Press .
Villalba, C . ( 1 995): «Intervención en redes » , Documentación Social, n.º 98.
Vincent, J . ( 1 978): « Political Anthropology: Manipulative Strategies » , An-
nual Review of Anthropology, n.º 7, pp. 1 7 5- 1 94.
Wacquant, L. D . ( 1 993 ) : « Urban outcasts : Stigma and division in t h e black
American guetto and the French urban periphery » , lnternational Jour­
nal of Urban and Regional Research , n .º 1 7, pp. 366-3 8 3 .
- ( 1 994 ) : «The new urban color line: The state and fate o f the ghetto i n
post-Fordist America» , e n C . Calhoun (ed . ) , Social theory and politics of
identity, Oxford: Blackwell, pp. 2 3 1 -276.
Waddell, J . y Watson, O . M . ( 1 97 1 ) : The American Indian in Urban Society,
Boston : Little, Brown Comp.
Wagner-Pacifici, R . E . ( 1 994): Discourse and Destruction: The City of Phila­
delphia versus MOVE, Chicago: University of Chicago Press.
Wallerstein, l . ( 1 988): « U niversalismo, racismo y sexismo, tensiones ideo­
lógicas del racismo » , en E. Balibar y l . Wallerstein (comps. ) , Raza, na­
ción y clase, Madrid: Iepala, pp. 46-6 1 .
Warren, K. B . ( 1 998): « lndigenous Movements as a Challenge to the Uni­
fied Social Movement Paradigm for Guatemala » , en S. Álvarez, E . Dag­
nino y A. Escobar (eds . ) , Cultures of Politics. Politics of Culture. Re-vi­
sioning Latin American Social Movements, Boulder, CO: Westview Press,
pp. 1 65- 1 96 .
Watson, J . L. ( 1 997a ) : « Preface » , e n J . L . Watson (ed . ), Golden Arches
East. McDonald 's in East Asia , Stanford : Stanford University Press,
pp . v-xi .
- ( 1 997b ) : « lntroduction : Transnationalism, Localization, and Fast Foods
in East Asi a » , en J. L. Watson (ed . ) , Golden Arches East. McDonald 's in
East Asia , Stanford: Stanford University Press, pp. 1 -3 8 .
Watson, J. L. (ed . ) ( 1 997): Golden Arches East. McDonald 's i n East Asia ,
Stanford : Stanford University Press.
Webber, M. ( 1 964 ) : «The urban place and the nonplace real m » , en M. Web­
ber (ed . ) , Explorations into urban structure, Filadelfia: Universi ty of
Pennsylvania Press.
Wellman, B . ( 1 992 ) : « Men in Networks . Private Communities, Domestic
Friendship » , en P. M . Nardi (ed . ) , Men 's Friendships , Newbury Park, CA:
Sage, pp. 74- 1 1 4 .
- ( 1 997 ) : «An electronic group i s virtually a social network » , e n Kiesler,
S. (ed . ) , The Culture of Internet, Hillsdale: Erlbaum, pp. 1 79-205 .
- ( 1 999 ) : «The Network Community: An Introduction » , en B. Wellman
(ed . ) , Networks in the Global Village: Life in Contemporary Communities ,
Boulder-Oxford : Westview Press, pp. 1 -48.
- (200 1 ) : « Physical Place and Cyberplace: t h e Rise o f Networked Indivi­
dualism » , lnternational Journal of Urban and Regional Research , n .º 1 ,
pp. 45-64.
242 ANTROPOLOGÍA URBANA

Wellman, B . (ed . ) ( 1 999): Networks in the Global Village: Life in Contempo­


rary Communities , Boulder-Oxford: Westview Press .
Wellman, B. y Leigthon, B. ( 1 98 1 ) : « Réseau, quartier, communauté: préli­
minaire a l'étude de la question communautaire » , Espaces et Sociétés,
n.º 38-39.
Wellman, B . ; Carrington, P. J . ; Hall, A. ( 1 98 8 ) : « Network as personal com­
muni ties » , en B. Wellman y S. D. Berkowitz (eds . ) , Social Structures:
A Network Approach , Cambridge : Cambridge University Press.
White, J. B. (2000) : « Kinship, reciprocity and the world market » , en
P. P. Schweitzer (ed . ) , Dividends of Kinship. Meanings and Uses of So­
cial Relatedness , Londres-Nueva York: Routledge, pp. 1 24- 1 50.
Whyte, W. F. ( 1 95 5 ) : Street Comer Society: The Social Structure of a ltalian
Slu m , Chicago: University of Chicago Press (ed. or. 1 943; trad . castella­
na en Editorial Diana de México, 1 97 1 ) .
Wilk, R. ( 1 995): « Learning to be local in Belize: global systems of common
difference » , en D. Miller (ed . ) , Worlds Apart: Modernity through the
prism of the local, Londres-Nueva York: Routledge, pp. 1 1 0- 1 33 .
Williams, R. ( 1 97 3 ) : The Country and the City, Londres : Chatto & Windus
(trad . española en 200 1 en Paidós) .
- ( 1 98 1 ) : Culture, Londres : Fontana.
Willis, P. ( 1 988): Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de clase obrera
consiguen trabajos de clase obrera , Madrid: Akal (ed. or. 1 97 7 ) .
Wilson, G . ( 1 94 1 -42 ) : An Essay of the Economics of Detribalization in Nort­
hern Rhodesia , Manchester: The Rhodes-Livingstone Papers, n.º 5 y 6
(vols. 1 y 11).
Wilson, R, y Wimal, D . (eds . ) ( 1 996): Global / Local: Cultural Production and
the Transnational Imaginary, Durham-Londres : Duke University Press.
Wirth, L. ( 1 964): On cities and social life, Chicago: University of Chicago Press.
- ( 1 980) : Le ghetto , Grenoble: Presses Universitaires de Grenoble
(ed. or. 1 92 8 ) .
- ( 1 988): « El urbanismo como forma d e vida » , e n M . Fernández-Marto­
rell (ed . ) , Leer la ciudad. Ensayos de Antropología Urbana , Barcelona:
Icaria, pp, 29-53 (ed. or. 1 93 8 ) .
Wolf. E . ( 1 980): « Relaciones d e parentesco, d e amistad y d e patronazgo en
las sociedades complejas » , en M. Banton (comp . ) , Antropología de las
sociedades complejas, Madrid: Alianza, pp. 1 9-39.
- ( 1 982 ) : Las revoluciones campesinas del siglo xx , Madri d : Siglo XXI
(ed. or. 1 969).
- ( 1 994) : Europa y los pueblos sin historia , Madrid-México: FCE
(ed . or. 1 982 ) .
Wrench, J. y Solomos, J . (comps. ) ( 1 994): Racism and Migration i n Western
Europe , Oxford-Providence : Berg.
Yang, M. M. ( 1 994 ) : Gifts, Favors and Bankets. The Art of Social Relations­
hips in China , Ithaca-Londres: Cornell University Press.
Zulaica, J. ( 1 996): Del cromañón al carnaval, San Sebastián: Erein .
- ( 1 997): Crón ica de u n a seducción. El Museo Guggenheim-Bilbao, Madrid :
Nerea.
ÍNDICE

Presentación 7

CAPÍTULO 1. La naturaleza de la antropología urbana . . . . . . . . 15


1. Los nouveaux ª"ivés a la ciudad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
2. Islas y guetos urbanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
3. Estados carenciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
3 . 1 . El análisis de redes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
3.2. El análisis si tuacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
3.3. Los enfoques desde arriba y los enfoques desde dentro 32
4. L a difícil acotación d e u n campo específico . . . . . . . . . . . . . . 38

CAPÍTULO 2. Espacio, globalización y cultura . . . . . . . . . . . . . . . . 45


1. Globalización y cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
2. La transformación del espacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
2 . 1 . Localidades fantasmagóricas y procesos d e desanclaj e 62
2.2. E l espacio de los flujos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
2 . 3 . Los lugares y los no-lugares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
3. Desterritorialización y territorialización . . . . . . . . . . . . . . . . . 72

CAPÍTU LO 3. Los laboratorios de lo global . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81


1. La problemática definición de las ciudades . . . . . . . . . . . . . . . 84
2. La cuestión urbana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
3. Hibridación y mestizaj e . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96
4. La ciudad poliédrica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 04

CAPITULO 4. Las estructuras d e mediación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115


1. El concepto de sociedad civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 18
2. La sociabilidad . . . . . . . . . . . . . . ' . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. 1 23
3. Las asociaciones voluntarias 1 26
4. Redes y grupos informales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 32
244 ANTROPOLOGÍA URBANA

CAPÍTULO 5. Fenómenos emergentes y nuevas visibilidades sociales 1 39


1. La expansión de las asociaciones voluntarias y el descubrimiento
del Tercer Sector . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 39
2. Las redes de proximidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 43
3. El redescubri miento de las comunidades . . . . . . . . . . . . . . . . 1 48
4. Redes que dan libertad : la sociabilidad de las mujeres . . . . . 1 56

CAPÍTULO 6. Los movimientos sociales y su contexto: crisis de la


modernidad y evolución diacrónica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
1. La sociedad postindustrial según Offe, Touraine y Melucci . . 1 72
2. La sociedad informacional de Castells . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 75
2 . 1 . El nuevo modelo de organización socio-técnica . . . . . . 1 75
2 . 2 . L a reestructuración del capitalismo y los movimientos
sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 76
3. Estado keynesiano, movilizaciones sociales e iniciativas ciu­
dadanas en los años 60 y 70 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 79
4. Crisis y fragmentación de los movimientos sociales . . . . . . . . 1 85
5. Del sector asociativo del Welfare a l fenómeno d e las ONG del
Workfare . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 87
6. Sobre los movimientos sociales urbanos . . . . . . . . . . . . . . . . . 191

CAPÍTULO 7. Enfoques teóricos en el estudio de los movimientos


sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 95
1. Del enfoque del comportamiento colectivo al paradigma de la
elección racional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 97
2. La teoría d e la movilización de recursos y el paradigma de los
nuevos movimientos sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 99
3. Confluencias teóricas y nuevos desarrollos metodológicos : los
procesos de enmarcamiento, la estructura de oportunidad po-
lítica y el enfoque de redes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
4. Últimos desarrollos teóricos sobre los movi mientos sociales 207
5. Antropología y movimientos sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210

Bibliografía 215

You might also like