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l. Según las previsiones de la ONU, a nivel mundial, en el periodo que va entre los años
2000 y 2030, las áreas urbanas pasarán de contener 2.900 millones de personas a contener
4.900 millones de los 8 . 100 m illones de la población mundial total esperada para el año 2030 .
La m ayo ría de este incremento (1.900 millones de personas) se espera que se produzca en los
r>aíses m enos desarrollados del mundo, a un promedio de 2.3 % anual. que significa que la
8 ANTROPOLOGÍA URBANA
población urbana de estos países se habrá doblado en treinta años. El proceso de urbanización
continuará creciendo en los países más desarrollados. en Jos que Ja población urbana pasará
del 76 % actual (año 2000) al 84 % en el 2030. En los países menos desarrollados la población
urbana pasará del 46 % al 56 % durante el mismo periodo.
2. Me refiero a la larga serie de estudios que inicia en 1941 Wilson con su estudio sobre
Broken Hill (1941, 1942) y que se continuará con Jos estudios de Epstein (1958, 19 82); Kapfe
rer (1966); Little (1957, 1965, 1967, 1970, 1974) y Mitchell (1956, 1970, 1980 , 1987 ) , entre otros.
En Hannerz (1983) y Pujadas (1996) puede verse una revisión bastante completa de la referi
da Escuela de Manchester.
PRESENTACIÓN 9
r ía muchas más páginas de las que aquí disponemos. Seguir los ava
ta res y andanzas de los habitantes urbanos a lo largo y ancho del
mundo, explorar diacrónicamente las contribuciones de los antro
pól ogos al conocimiento de las ciudades y a la elaboración de la teo
ría urbana es, sin duda, una tarea apasionante. Entre otras razones,
p orque la problemática urbana es un factor que ha coadyuvado sig
nifi cativamente a reestructurar el proyecto antropológico y ha per
mitido también mostrar la fecundidad de sus instrumentos concep
t uales y metodológicos para abordar algunos aspectos claves de las
urbes contemporáneas, en las que la fuerza de la diversidad no cesa
de crecer o manifestarse.
Esta es una empresa en la que con distinto éxito e influencia
han acometido ya un buen número de antropólogos desde hace más
de treinta años.3 Por eso, mi intención en este libro no es redundar
en tal labor. Más bien lo que pretendo es conectar la trayectoria de
la antropología urbana que ya han trazado otros colegas con los de
sarrollos últimos de ésta, mostrando al mismo tiempo la continua
interacción entre dicha especialidad y el desarrollo de la teoría y la
práctica de la disciplina antropológica. En el fondo, estos son los
objetivos centrales entorno a los cuales se construye el libro: pre
sentar un estado de la cuestión de la antropología urbana que más
que abundar en lo ya conocido (evolución de la especialidad e in
ventario de sus contribuciones al conocimiento urbano a lo largo de
su historia), fija su atención en los procesos de transformación que
están actualmente en marcha (globalización y localización, creci
miento urbano y migración, multiculturalismo y segregación) y
también en los enfoques y tendencias analíticas que aspiran a dar
cuenta de tales procesos. Esta visión panorámica de la situación ac
tual se halla presidida por dos premisas básicas en las que quiero
incidir de nuevo: la no separabilidad de las trayectorias de la an
t ropología urbana y las trayectorias generales de la disciplina; la ne
cesidad de dar cuenta de los énfasis, convergencias y/o mutuas in-
3. Esta tarea enciclopédica ha sido abordada a lo largo de las últimas décadas por di
\'ersos autores como por ejemplo Basham ( J 978), Eames y Goode (1974 ) , Fox (1977 ) , Hannerz
(1983), Kenny y Kertzer (1983), Pujadas (1996 ) , Sanjek ( 1 990, 1 99 6 ) , Signorelli ( 1 999), Sobre
ro ( 1 993) , Southall ( 1 973) . Por lo general . mientras que los textos norteamericanos destacan la
obra de Robert Redfield y la tradición sociológica de la Escuela de Chicago, trabajos europeos
como los de Hannerz, Sobrero y Pujadas consideran a la Escuela de Manchester como la úni
ca perspectiva clásica propiamente antropológica en los estudios urbanos. A estas obras habría
que añadir las compilaciones publicadas en revistas en diferentes lenguas, ya sea de las espe
c ializadas Urban Life y Urban Anthropology, o los números monográficos editados por ejemplo
P or L'Homme , 1982; Ethnologie franfaise, 1983; L'homme et la société, 1 992; La ricerca folklori
ca. 1 989 ; Revue internationale des sciences sociales, 1996; Revista d'Etnologia de Catalunya ,
199 8; Zainak Cuadernos de A ntropología-Etnografía , 2000 ; Revista de A ntropología Social, 2001;
Reche rches en Anthropologie au Portugal, 200 1 .
10 ANTROPOLOGÍA URBANA
j
2. Islas y guetos urbanos
3. Estados carenciales
t udia dos de una manera etnográfica y holfstica. Esta clase de estudios hunde sus raíces
t' n . l a esc uela de Chicago, se desarrolla con especial ímpetu en USA y presta una especial aten
Lt>n a los enclaves de la pobreza: las minorías hispanas de Nueva York (Lewis, 196 9 ) , la vida
'e los indi os en las grandes ciudades de norteamérica (Waddell y Watson, 1 971) el gueto ne
gro de Washington (Hannerz, 1 96 9 ) , o los alcohólicos de Seattle (Spradley, 1970).
.
26 ANTROPOLOGÍA URBANA
3. 1 . E L ANÁLISIS DE REDES
Posiblemente, el principal motivo por el que los antropólogos
adoptaron tan tempranamente el análisis de red fue, como indica
Hannerz ( 1 98 3 : 2 1 9) , su creciente interés por la vida social en me
dio urbano y por las sociedades complejas en general. Es así como
a partir de los años 50, el anális de redes encuentra aplicación tan
to en los estudios sobre la urbanización africana de la Escuela de
Manchester6 como en los trabajos realizados en Europa sobre la
cultura de las pequeñas comunidades urbanas o semi-urbanas (Bar
nes, 1 954; Frankenberg, 1 966 y 1 980) y sobre familia y parentesco
en ambiente urbano (Bott, 1 99 1 ; Firth, 1 95 6 ; Firth et al. , 1 969).
Los trabajos de Banton ( 1 973) y de Southall ( 1 973) sobre el con
cepto de rol constituyen una de las referencias más importantes de
los estudios que participan de este enfoque, algunas de cuyas ideas
centrales Sobrero ( 1 993: 1 66) sintetiza de la manera siguiente: pri
mero, la sociedad puede describirse a partir de las relaciones que
unen a unos individuos con otros y de la configuración de sus roles
sociales, de la forma que toman las relaciones entre estos roles y las
reglas que ordenan tales relaciones. Segundo, estos roles-relaciones
pueden jugarse en muchos campos (parentesco, económico, religio
so, sexual, etc.), a la vez que asumir un peso y unas características
muy diversas en las distintas sociedades; sin embargo la base siem
pre será la misma: individuos que se relacionan unos con otros so
bre la base de reglas, de sistemas de derechos y deberes, más o me
nos ritualizados mediante ceremonias. Tercero, la descripción de la
sociedad tradicional aparece como relativamente simple dado que
los roles sociales son relativamente pocos y están por lo general bas
tante bien definidos. Por último, lo que caracteriza a la sociedad
moderna y lo que complica su análisis es la gran cantidad de roles
atribuidos a cada individuo, la mayor extensión de las cadenas de
relaciones y, sobre todo, la no evidencia inmediata de las reglas que
determinan los roles-relaciones.
Durante muchos tiempo, el análisis de redes se ha asociado a la
microantropología. Ello se debe, a que desde los trabajos pioneros
6. Por ejemplo, véase a este tenor los trabajos de Mayer ( 1 96 1 , 1 962 ) y de M itchell
( 1 969, 1 973 y 1 974).
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 27
7. Según esta aproximación, las transformaciones que tuvieron lugar en el África subsa
hariana tras la 11 Guerra Mundial se explican a partir del concepto malinowskiano de •contact o
cultural• . Se visualizaba el encuentro de una esfera tribal y una esfera europea del que surgirían
diversas culturas híbridas, en las que los diferentes grupos sociales irían incorporando los ele
mentos que les resultarían más funcionales para satisfacer sus necesidades. Implícita o explíci
tamente se preveía que la economía urbano-industrial se difundiría en las zonas rurales, vol
viendo poco a poco obsoletas las antiguas culturas africanas, cuya funcionalidad dependía de una
situación preindustrial. Para De la Peña ( 1 993: 2 1 -22), los estudios de Little ( 1 957, 1 965) y Ban
ton ( 1 957, 1 966) sobre el proceso de urbanización en Sierra Leona pueden ser considerados
LA NATURALEZA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA 29
po r
Rogers y Vertovec ( 1 995) en homenaje a Mitchell.
32 ANTROPOLOGÍA URBANA
_
�'. ';1 10 u na reorientación de la antropología urbana. Interesado por los procesos y flujos regio
¡ ' " c·s Y tra nsnacionales (de trabajo, mercancías, crédito y dinero), Leeds urgió a los antropó-
1:1g"' a t ra bajar en las sociedades complejas, tal v como hizo él mismo en sus estudios sobre
' "" t ugal y Brasil.
·
34 ANTROPOLOGÍA URBANA
l l l b
�Jbr a Cu tura Comp exity ( 1 99 2 ) , dedicada a explorar la compleji
d a d cultural contemporánea, consagra un capítulo a examinar las
con diciones y la naturaleza del proceso cultural urbano, y para ha
ce rlo se basa en el análisis de tres ciudades: Viena, Calcuta y San
Francisco.
Observa a dichas ciudades en tres momentos concretos en los
que s u vida cultural se caracterizó por una especial efervescencia:
a Calcuta durante el siglo XIX, cuando se desarrolla el movimiento
llamado el Renacimiento bengalí; a Viena durante ese periodo de
fh1 de siec le (siglo XIX ) que tanto ha fascinado a historiadores e in
t ectuales; a San Francisco en los años 5 0 , momento de esplendor
de la cultura beat. Evidentemente, estas ciudades son diferentes y
lo son en muchos sentidos; pese a ello, durante los referidos perio
d os comparten algunos rasgos que contribuyen significativamente
a su vitalidad cultural: apertura hacia el exterior, efervescencia cul
t u ral y sociabilidad. Por un lado, con la idea de la apertura de es
tas ciudades hacia el exterior, Hannerz quiere recalcar que son el
e j e de un h interlan d más o menos amplio en el que confluyen di
ve r sas tradiciones, diversos sistemas de significado y expresión. Por
o t ro , emplea la noción de «masa crítica» para destacar que el de
s arrollo de algunos fenómenos socialmente organizados, como la
e xistencia de subculturas, requiere cierta concentración de la po
bl a ción como la que existe en las ciudades. Dicha concentración
perm ite además la existencia de una apertura interna, que es la que
re alm ente da lugar a la efervescencia cultural. «En vez de un flujo
d e sig nificados divididos en una multitud de corrientes separadas,
se p ro duce "un remolino cultural inclusivo", es decir, existe un in
t e n s o tráfico de significados entre diversos estratos de personas y
e n t r e diversas esferas de pensamiento» ( 1 99 2 : 2 0 4 ) . Pintores, lite
b
rat os , críticos, ensayistas, etc., de orígenes y tendencias distintas en
t ra n en contacto y por afinidad o conflicto se influencian mutua
lll e n te. En este management of meaning, que por lo general adopta
l a fo rm a de red, se encuentran implicadas diversas instituciones1 3
1 3. Una buena parte de las instituciones a las que se refiere Hannerz caen dentro de la
'"'1<'ra de la sociabilidad, de la cual me ocuparé con cierto detenim iento más adelante.
38 ANTROPOLOGÍA URBANA
d ej a cuestión que venía a decir algo así «pero esto que haceis (o que
¡ , ace mos), ¿es realmente antropología? » , hemos pasado a esta otra
e n la que el tema de fondo es «pero, ¿es que ahora todo es antropo
l o g ía urbana?» . El cambiante status de dicha especialidad -trasun
to de inmigrante ilegal primero y amenazante invasor después-, lle
,·a ba a Mairal a plantearse dos preguntas concatenadas: ¿existe un
l u g ar propio para la antropología urbana que no sea el de una con
cep ción genérica, indeterminada y confusa?; es más, en el mundo
de hoy, donde el proceso de urbanización opera a tal escala que está
\ 'i n culando a todas las especialidades antropológicas, las tradicio
n a les y las nuevas, con la ciudad, ¿tiene sentido mantener una es
p ecialización con la denominación de urbana?
A estos problemas epistemológicos que parecen afectar de for
ma específica a la especialidad urbana se suman otras cuestiones de
profundo calado que interesan al conjunto de la antropología. Si
g u ie nd o a Henrietta Moore ( 1 999) señalaré que el proceso de cam
bio teórico experimentado en los últimos veinte años ha adquirido
tal magnitud que se ha llegado a hablar del inicio de una fragmen
tación de la antropología. En efecto, el incremento del proceso de
adopción y de incorporación de teorías provenientes de otras mate
rias (la filosofía, las humanidades y otras ciencias sociales), se ha
\'isto acompañado de la proliferación de nuevos subcampos espe
cializados (antropología del género, de las organizaciones, de la ali
mentación, etc.); éstos, al requerir a su vez una mayor especializa
c i ón teórica, han contribuido a acrecentar los mencionados présta
mos teóricos. Todo ello ha desembocado en un aumento de la
diversidad dentro de la antropología, de tal manera que no sólo re
sul t a difícil hablar de teoría antropológica estricto sensu , sino que
tam poco parece pertinente «hablar de enfoques teóricos coherentes
que se hallen netamente separados de otros. Las propias teorías son
a ho ra más mixtas, más parciales y más eclécticas» (Moore, 1 999 : 5).
Pe ro reconocer que, hoy más que nunca, las teorías antropológicas
no son sólo antropológicas no supone cuestionar ni mucho menos
l a naturaleza de la disciplina. En ese sentido, comparto plenamen
te l o s énfasis de la mencionada autora cuando afirma taxativamen
t e que «lo que hace que la antropología sea antropología no es un
obj e to e specífico de investigación, sino la historia de la disciplina
conio disciplina y como práctica. En este sentido la antropología es
a n t ro p o logía porque es un modo formal específico de preguntar,
�• no que no sólo tiene que ver con las "diferencias culturales", las
o t ra s c ulturas" y los "sistemas sociales", sino cómo esas diferencias
v s i s t e m as sociales se hallan insertados en relaciones jerárquicas de
Pod e r» ( 1 999 : 2 ) .
40 ANTROPOLOGÍA URBANA
1 �P o'' ' "l'dne t es de esta técnica; sin embargo, el ámbito donde se ha experimentado más con este
téc n ica es el de los estudios sobre los mundos contemporáneos del arte y la estética.
4 · Tomo esta idea de la obra de Borja y Castells ( 1 997).
48 ANTROPOLOGÍA URBANA
1. Globalización y cultura
5. Los primeros •paisajes• que Appadurai explora son los ethnoscapes (paisajes étnicos),
que están modelados por los flujos globales de gente (turistas, inmigrantes, refugiados, exilia
dos y otros grupos móviles); tales flujos se han intensificado a unos niveles y a una escala sin
precedentes, tanto en términos materiales como en el imaginario global. Los technoscapes (pai
sajes tecnológico) son configuraciones globales fluidas de tecnología informacional y mecáni
ca cuya expansión carece de fronteras y de límites. Los finanscapes (paisajes financieros) cen
tran la atención en el «paisaje más misterioso, rápido y difícil de seguir• del capital global. Los
mediascapes (paisajes mediáticos), basados en • imágenes, en relatos narrativos de franjas de la
realidad• distribuidos a través de periódicos, semanarios, cadenas de televisión, empresas c i
nematográficas y otros medios de comunicación de masas, proporcionan a las audiencias mun
diales amplios repertorios de imágenes, narrativas y paisajes étnicos en los que se entremez
clan ínti mamente el mundo de las mercancias y el mundo de las noticias y de la política. Por
su parte los ideoscapes (paisajes ideáticos) también son concatenaciones de imágenes, pero po·
seen un carácter más directamente político, y tienen que ver con las ideologías de los Estados
y las contra-ideologías de los movimientos explícitamente orientados a conseguir el poder del
Estado, o una parte de él. '
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 51
q u , <' n l e contó muchas cosas acerca de las viejas costumbres de su pueblo. Un día -dice Be
; 1"'''d i c t - Ramón le contó lo siguiente: •Al comienzo, dijo, Dios dio a cada pueblo una taza, una
ª d e arcilla, y de esa taza
bebieron su vida . . . Todos ellos se sumergieron en el agua, pero
' " ' l a za s era
n diferentes. Nuestra taza ahora está rota. Ha llegado a su fin » ( 1 97 1 : 26-27). Cada
�''.'d o de v i da, viene a decir Benedict, es como un cuenco de arcilla: forma un todo coherente
." l l e g ral ,
, y este carácter se pone de manifiesto en el hecho de que el cuenco puede romper
,' ¡ L•i s c u l tu ras (como los cuencos) están hechas de una sola pieza: se tienen o no se tienen,
1 .' '1 i i·e,· i ven o se pierden. Con el impacto de la colonización, la cultura del pueblo de Ramón es
" 1ª l l e ga n do a su fin, la pérdida era irreparable.
58 ANTROPOLOGÍA URBANA
9. En ese sentido Hannerz identifica cuatro marcos de organización cultural en los que
se estructura u organiza el flujo de significados y de formas organizativas de las sociedades
contemporáneas. Cada uno de ellos tiene unos principios propios, unas implicaciones espec í
ficas de tiempo y de espacio, y unas relaciones diferentes con el poder y la vida material. Se
trata respectivamente del marco que denomina la fonna de vida , el marco del estado, el mar
rn del mercado y finalmente, el marco que llama movimiento. A través de dichos marcos, d e
sus agentes, de las relaciones asimétricas que establecen entre ellos, de sus implicaciones es
paciales y temporales, etc., Hannerz explica la formación de la cultura mestiza tanto en cen
tro como (sobre todo) en la periferia.
1 0. Hannerz explora al cosmopolitismo y a las personas cosmopolitas •como pers pecti
va, como estado de ánimo o . . . como un modo de manejar los significados• ( 1 998: 1 66). Dice
por un lado que el cosmopolitismo más genuino supone una actitud intelectual y estética abier
ta a las experiencias culturales divergentes, una búsqueda de contrastes antes que de unifor
midad; implica la predisposición y la habilidad personal para abrirse camino entre otras cu l
turas y la competencia, la maestría respecto a las culturas ajenas. Por el otro, el cosmopolita
;e nutre de la diversidad cultural. de las culturas locales, sin embargo no es un agente activo
:le! mestizaje, por el contrario, quizá •la actitud más genuinamente cosmopolita puede que sea
mantener separado lo que está separado» ( 1 998: 1 79).
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 59
. 1 1. Mientras que los dos primeros tipos se refieren a trabajadores migrantes que se di
lc·r \• rH: i an entre sí por su distinto grado de aculturación (el settler migrante reside parte del
t r e n1 po
e n USA donde llega a absorber parte de la cultura, el trabajador commuter; pese a que
t r·a ba ja fu era de su país, lleva un estilo de vida predominantemente mexicano), el tercero hace
• n ia
'relc
er Hreaj asc qufundamentalmente
e
al ámbito del consumo; el consumidor binacional disfruta de las
le proporciona comprar dentro y fuera de México, pero pese a sus frecuentes con-
1 .dc_t os con USA su aculturación no sobrepasa un nivel muy superficial. El fronterizo bicultu-
1 d l ista es típicamente un individuo de clase media que ha ido a escuelas mexicanas y ameri
:c:i �i a s; a u nque su orientación cultural primaria es mexicana, está familiarizado con el estilo de
.'( '1 a111 ericano y se mueve con facilidad al norte de la frontera, donde pasa una parte signifi-
dt 11 a
de su tiempo. Por último, el fronterizo binacionalista es generalmente un profesional o
::n a P e rs ona de negocios y se caracteriza por llevar un estilo de vida binacional: pasa aproxi
�
;,11 -"d11 Panins ente el m ismo tiempo en una parte y otra de la frontera, interactúa con diferentes sub
en a mbas sociedades y generalmente está en posesión de la « Green Card» que le per-
l i t c· t ra bajar y moverse libremente por el territorio norteamericano.
60 ANTROPOLOGÍA URBANA
" 1'·•uncnte sostienen que esta dimensión constituye una dominante cultural del postmoder-
11; 1
·' 11º·
o q ue es la que organiza al tiempo en la era de la infamación.
1 3. Véase a este respecto el capítulo dedicado a « La naturaleza de la antropología urbana» .
ANTROPOLOGÍA URBANA
J
62
, 1 4. Afirma Giddens que •el centro comercial local es un entorno en el que se cultiva un
n':;Hido de la comodidad y la seguridad mediante el diseño de los edificios y la ciudadosa pia
d� ic1 aci ón de los espacios públicos. No obstante, todos los compradores saben que la mayoría
,¡ 1 '. "''''ndas son cadenas comerciales, que se encuentran en cualquier ciudad y que hay en otros
i n n u merables centros comerciales con un diseño similar• ( 1 990: 1 4 1 ).
64 ANTROPOLOGÍA URBANA
1 5 . Castells entiende al espacio como •el soporte material de las prácticas sociales que
comparten el tiempo• (200 1 : 489). Completa esta escueta definición con tres interesantes ma·
tizaciones. Primera, todo soporte material conlleva siempre un significado simbólico. Segun·
da, por la idea de •prácticas sociales que comparten el tiempo• se refiere al hecho de que el
espacio reúne aquellas prácticas que son simultáneas en el tiempo, siendo la articulación ma·
terial de esta simultaneidad la que otorga sentido al espacio frente a la sociedad (200 1 : 488).
Tercera, el espacio no es un trasunto de la sociedad, sino que es la sociedad m isma; por eso,
las formas y procesos espaciales están formados por las dinámicas de la estructura social ge·
neral. Estas dinámicas están integradas por tendencias contradictorias (que se derivan de lo!
conflictos y estrategias existentes entre actores sociales que poseen intereses y valores opues·
tos) y actuan sobre el entorno construido, heredado de las estructuras socioespaciales previas.
1 6. En lo que a la dinámica espacial concierne, la tesis que Castells defiende en el pri·
mer volumen de su reciente trilogía no es sino la puesta al día en clave más soft (o si se quie
re menos marxista, más suave, redondeada como los cantos rodados que recubren los secos le
chos de las ramblas mediterráneas) de las tesis que ya planteó en La ciudad infom1acionaJ
( 1 995), cuyo propósito era identificar la nueva lógica que subyace en las nuevas formas y pro
cesos espaciales.
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 65
1 7. Como es habitual, Castells matiza esta definición de la siguiente manera: «por flujo
'' " t i e n do las secuencias de intercambio e interacción determinadas, repetitivas y programables
'' ' H re la s posiciones físicamente inconexas que mantienen los actores sociales en las estructu-
1'" e c o n ómicas, políticas y simbólicas de la sociedad. Las prácticas sociales dominantes son
'' q u e l la s que están
1 1 ' 1 1 H e entie
incorporadas a las estructuras sociales dominantes. Por estructuras domi-
s ndo los dispositivos de organizaciones e instituciones cuya lógica interna desem
r ei\ 1 un papel estratégico para dar forma a las prácticas sociales y la conciencia social de la
'"< 1 ed ad en general» (200 l : 489).
66 ANTROPOLOGÍA URBANA
1 8 . La teoría del espacio de los flujos de Castells parte «de la asunción implícita de que
las sociedades están organizadas de forma asimétrica en torno a los intereses específicos do·
minantes de cada estructura social. El espacio de los flujos no es la única lógica espacial de
nuestras sociedades. Sin embargo, es la lógica espacial dominante porque es la lógica espacial
de los intereses/funciones dominantes de nuestra sociedad. Pero este dominio no es purarne n·
te estructural. Lo promulgan, conciben, deciden y aplican los actores sociales. Por lo tanto, la
elite tecnócrata-financiera-gestora que ocupa las posiciones destacadas en nuestras sociedades
también tendrá necesidades espaciales específicas en cuanto al respaldo material/espacial de
sus intereses y prácticas. La manifestación espacial de la elite informacional constituye otra di·
mensión fundamental del espacio de los fl u jos » (200 1 : 493).
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 67
3. Desterritorialización y territorialización
ción, de tal forma que la discusión sobre este lugar debería aporta?
una perspectiva importante para repensar la globalización y la cues;
tión de las alternativas al capitalismo y a la modernidad» ( 2 000 : 1 7 .
y 1 72). El papel de la etnografía ha sido y es particularmente im•
portante a este respecto, pues nos señala una vez más, la dimensión
de actor del ser humano. Frente a modelos abstractos y a espacio�
evanescentes en donde las personas parecen vagar dominadas por
flujos atemporales y ahistóricos, las etnografías reafirman el con�
cepto del lugar. En unas ocasiones, como tendremos ocasión dé
comprobar más adelante, documentan las formas de resistencia, d�
movilización y protesta frente al capitalismo y a la modernidad. En
otras, la atención prestada a los procesos de hibridación cultura]
permite comprobar hasta qué punto los individuos y grupos locales,
lejos de ser receptores pasivos de las condiciones transnacionalesi
participan activamente en el proceso de construcción y reconstruc,
ción de relaciones, prácticas e identidades.
Desde esta perspectiva Manuel Delgado interpreta los grandes
centros comerciales consagrados íntegramente al comercio y al
ocio. En vez de considerar al consumo como un «instrumento al
servicio de la opresión y la miserabilización moral de los seres hu·
manos» ( 1 998: 40), lo contempla como un elemento central en el
proceso de reproducción social que posibilita al consumidor impo¡
ner sus propios significados a los productos que consume. Según
este autor, el capitalismo sólo ha conseguido cumplir parcialmente
su objetivo de «atraer y mantener sonanbulizadas a las masas de
consumidores. Estos últimos no son zombis sin voluntad . . . sino ciu
dadanos que piensan, que saben lo que quieren y despliegan sus ar
dides para lograrlo, utilizando astutamente los mismos medios que
el sistema de mercado dispone para disuadirlos» ( 1 998: 43). Delga
do, al igual que García Canclini ( 1 995)2 1 y Miller ( 1 995) 22 hicieran
2 J . En su obra Consumidores \' ciudadanos ( 1 995) García Canclini sostiene que la glo·
balización ha trasladado la noción p� lítica de ciudadanía hacia otros ámbitos que correspon·
:lían al consumo; de esta manera, propone « reconceptllalizar el consumo, no como simple es·
:enario de gastos inútiles e impulsos irracionales, sino como lugar que sirve para pensar, don·
:le se organiza gran parte de la racionalidad económica, sociopolítica y psicológica en las
mciedades» ( 1 99 5 : XIV).
22. Para Miller, en las condiciones de modernidad avanzada resulta más pertinente con·
;iderar a la gente como consumidora que como creadora de sus condiciones culturales. Afir·
na que « ser consumidor es tener la conciencia de que uno está viviendo a través de objetos e
:mágenes que no son de creación propia» ( 1 99 5 : 1 ) Sin embargo, en todos los casos, los acto
·es realizan negociaciones, apropiaciones creativas y producen estrategias que desarrolla n las
Josibil idades dadas por esas condiciones históricas. Es en ese contexto en el que tiene sent ido
1ablar de otra fuente de diferencia, menos reconocida y menos teorizada, a la que él denomí·
1a «diferencia a posteriori » . Con este concepto Miller pretende captar < da diversidad sin p re·
:edentes creada por el consumo diferencial de las instituciones consideradas globales y ho·
nogeneizantes. Como ejemplos se podrían incluir las formas crecientemente diferenciadas de
ESPACIO, GLOBALIZACIÓN Y CULTURA 75
111 "d l' rn idad, de burocracia, del mundo de los media y del capitalismo. Es nuestra común re
L.L' i <'> n con estas instituciones de masas la que nos otorga la identidad de consumidores. La
tdl'a d e la diversidad a posteriori tiene en cuenta la posibilidad de una ruptura radical bajo
� ' "1 d icio nes de modernidad, pero no asume que de ella se derive la homogeneización. Lo que
' " ' L' a es más bien captar nuevas formas de diferencia, algunas regionales, que están basadas
�·'"''n <d' i s t i nc i ones sociales que no se pueden identificar fácilmente con un espacio. A estas (di
nc
'" 1 1l"ri oias) no se las considera como la continuación o incluso en sincretismo con tradiciones
res, sino como formas bastante novedosas que surgen de la exploración contemporá
;11''" d e las nuevas posibilidades que otorga la experiencia de aquellas nuevas institucionP.s»
995: 3).
2 3. Según Watson ( 1 997b: 9 ) , el globalismo entiende que nos hallamos inmersos en un
:1 ""L'eso según el cual la gente tiende a compartir cada vez más en todo el mundo una cultura
1"111<>génea y mutuamente inteligible.
76 ANTROPOLOGÍA URBANA
l
ANTROPOLOGÍA URBANA
d u i en do un profundo cambio en
c lo que representa la ciudad y en el
¡1 71a g inario urbano , es decir, en las formas en que pensamos las ciu
dnde s y la vida urbana. Para ilustrar esta idea, hace suya una frase
de Chambers ( 1 986: 53) donde se afirma que « a finales del siglo xx,
l <is ciu dades de Europa y Norteamérica representan cada vez menos
l a cul minación de las culturas local y territorial» , una cualidad con
si d era da como intrínseca del urbanismo y que se remonta al mismo
�)ri gen de las ciudades. En contraste con lo que ocurría hasta hace
p oco, la ciudad contemporánea parece haberse despegado de su es
p ecifi cidad espacial, de esa ciudad que era un punto fijo de la refe
ren cia, la memoria y la identidad colectiva (2000: 1 49- 1 50).3
Un segundo rasgo de la metrópolis moderna es su carencia de
lím ites ; se destaca así la porosidad, confusión e indefinición tanto a
nivel conceptual como material de sus extremos y fronteras. Esta
característica es especialmente patente en las megalópolis contem
poráneas, esas grandes aglomeraciones urbanas que en su insacia
ble expansión van devorando y/o englobando a otras localidades
p róximas hasta formar una densa red interconectada. Tal es el caso,
por ejemplo, de la capital mexicana, cuyo vertiginoso crecimiento,
demográfico y espacial, de los últimos 50 años ha supuesto la in
corporación en la zona metropolitana de nada menos que 27 loca
l i d a d es vecinas; pero no se trata sólo de que el territorio de esta ciu
dad cubra hoy en día unos 1 .500 km2 y que sus habitantes hayan
pasado de poco más de un millón y medio en 1 940 hasta los 20 mi
l lones actuales, sino que tales cambios han hecho imposible la in
teracción real de sus diferentes partes y han disuelto su imagen fí
s i ca glo bal.
Pero al tiempo que las prácticas urbanas se reorganizan frag
me ntariamente, que la expansión territorial y poblacional de la urbe
d i suad e a la mayoría de sus habitantes de desplazarse a los cines,
te atro s y tiendas del centro, los medios de comunicación de masas
reco mponen las prácticas en materia de información y de ocio, res
t a b le ciendo con ello la significación de la metrópolis. Este tipo de
reorganización es el que conduce a García Canclini ( 1 997c: 388) a
P l a ntear la necesidad de complementar la caracterización socioes
P acial de la ciudad con una nueva definición que tenga en cuenta
e ] ro l estructurante de los mass media en su desarrollo. En ese sen
t i d o , en mayor o menor medida, en la ciudad postmoderna siempre
se deja sentir el impacto simultáneo de unos procesos de los que ya
h a bl é antes: la desterritorialización y la reterritorialización . Mientras
que el primero pone en peligro el apego y los vínculos que unen lo�
lugares y las comunidades de personas, el segundo crea nuevas fod
mas y combinaciones de identidad territorial. l
Otro elemento a destacar del actual proceso de transición post•
metropolitana es la implosión y explosión simultánea de la escala d�
las ciudades : a un nivel, cualquier centro urbano tiende a contener
cada vez más en su interior a toda la complejidad del mundo,
creando unos espacios culturales tan heterogéneos como jamás pu.
dimos imaginar; en otro nivel, el mundo entero se está urbanizan.
do rápidamente dado que el impacto espacial de las culturas, eco.
nomías y sociedades basadas en la ciudad se está expandiendo por
todo el planeta. « La postmetrópolis -concluye Soja- puede repre
sentarse como un producto intensificado del proceso de globaliza.
ción a través del cual lo global se localiza y lo local se globaliza»
(2000: 1 52).
Es evidente que la ciudad globalizada es muy diferente de aque
lla que dibujaron los autores de la Escuela de Chicago hace más de
setenta años. La actual proliferación de redes y grupos sociales
-informales y formales- en ámbito urbano contradice la vieja idea
del anonimato característico de las relaciones en la ciudad. Una
nueva sociedad se está poniendo en marcha y lo hace con unos ras
gos muy diferentes de los que preconizaron los expertos estadouni
denses. Y esto es así porque la gente, como dice Cohen ( 1 993: 1 7)
«modela la ciudad a través de su ingeniosidad cotidiana» . Los cam
bios en la naturaleza de la sociedad urbana poseen un carácter mul
tifacético. La mencionada expansión de las redes y agrupamientos
sociales se produce en estrecha relación con el desarrollo de nuevos
condicionamientos que coadyuvan a transformar en profundidad la
vida urbana. Por un lado, la desaparición de las grandes aglomera
ciones fabriles y el desempleo destruyen las viejas estructuras de so
lidaridad e identidad de clase; al tiempo que el lugar de trabajo deja
de ser un vínculo importante de unión entre mucha gente, se des
truyen y/o remodelan los viejos barrios de trabajadores, siendo re
emplazados por otros tipos de viviendas y de vecindarios que re
quieren nuevas formas de identificación y representación. Por otro,
si la « criollización» de la que habla Hannerz ( 1 992b, 1 998) propor
ciona a las ciudades unos rasgos estandarizados, los esfuerzos coti
dianos de reapropiación por parte de la gente permite la construc
:ión de unos espacios y unas imágenes urbanas que son radi cal
mente distintas para cada localidad.
Las ciudades de Marsella y Atlanta constituyen un buen ejern
plo de la específica complejidad que puede alcanzar este proceso de
reapropiación del sentido urbano de esos espacios geográficos que ,
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 89
\\· , 4. El concepto de •no-lugares• de Augé posee enormes similitudes con este término de
l h b l·r de • reino urbano del no lugar• .
':JU ANTROPOLOGÍA URBANA
2. La cuestión urbana
por la que Soja (2000: 230 y ss.) resalta la visión alternativa que se
escon d e bajo el concepto de « cosmópolis» , un término por el que
se designa a la ciudad-región globalizada y culturalmente heterogé
nea. Aunque el concepto ha sido empleado con acepciones distintas,
en su significado se tiende a unir el discurso sobre la globalización
,. la transición postmetropolitana con las perspectivas de futuro.
Esto permite resituar al discurso urbano e incluir en él aspectos
co mo ciudadanía y democracia, sociedad civil y esfera pública, jus
tici a social y orden moral. Para ilustrar esta tendencia Soja resume
l a a port ación de Raymond Rocco, s quien señala que los espacios
c reados por los multidimensionales y complejos procesos de globa
l i z ación se han convertido en lugares estratégicos para la formación
<l e id en tidades y comunidades transnacionales y para el surgimien
to d e nuevos tipos de demandas. Las asociaciones y redes de com
P romi so cívico que promueven tales demandas surgen de prácticas
S i_ t u a cionales arraigadas a geografías específicas de cada ciudad
re g i ón globalizada, y parecen hallarse especialmente ligadas a los es
Pa ci os d e la diferencia, de la hibridación, de las fronteras o márge
n e s . So n demandas inherentemente espaciales, localizadas, en pro
<l� l a justicia espacial y de la democracia regional. Estos nuevos mo
V i in i e nto s urbanos se están desarrollando con más fuerza en las den-
8 . S e trata de u n artículo integrado e n u n libro de E . lsin (ed.), Politics in the Global
C'
t 1 '?: R. igths, Democracy and Place , todavía inédito en el momento de la publicación del libro
' So1<1 ( Soja, 2000: 2 3 2 ) , y publicado ese mismo año por Taylor & Francis Books.
96 ANTROPOLOGÍA URBANA
3. Hibridación y mestizaje
9. Es precisamente en este con texto en el que hay que situar el trabajo de Jordi Borj a Y
Manuel Castells ( 1 997) sobre el auge actual de las identidades ciudadanas y de los gobiernos
locales. El libro, que analiza la relación entre economía global, realidades y políticas urbanas
a partir de datos y experiencias de ciudades y áreas metropolitanas de todo el mundo, se p re·
coniza Ja posibil idad de reinventar la democracia y crear calidad de vida a partir de lo local .
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 97
1 O. Por el concepto de •ámbitos locales• Dolors Comas entiende a • las comunidades lo
' " 1 i 1. ac.l
as de diferente amplitud: municipios, regiones, naciones• (2002: 99).
Y8 ANTROPOLOGÍA URBANA
1 1 . En Sao Paulo la tensión social aún es más fuerte que en Los Ángeles, entre otras
razones porque en ella el gheto no está cerrado, las desigualdades son más fuertes, la violen
cia es mayor y porque todavía prevalece el viejo modelo urbano europeo con un centro muy
valorado.
1 2 . Según relata Sanjek ( 1 9 9 8 : 2 1 5 y ss. ) a principios de los años 90 la població n de
este barrio estaba compuesta por unos 2 8 .000 residentes blancos con un origen extraordina
riamente diverso (mayo ritariamente italianos e irlandeses, pero también alemanes, pol acos,
griegos, ingleses, franceses, rusos, austriacos, checos, húngaros, yugoslavos, ucranianos , ru
manos, portugueses, lituanos, escoceses, suecos, eslovacos y noruegos). Por su parte, los resi
dentes asiáticos incluían a 1 6 .000 chinos, 9 .000 coreanos, 7 . 600 indios, 4 .000 filipinos y UD
número más pequeño de tailandeses, vietnamitas y pakistaníes. Finalmente, la población la ti·
noamericana comprendía 1 3 . 600 colombianos, 1 2 .000 dominicanos, 6 . 800 ecuatorianos, 6 . 500
puertorriqueños, más una cifra menor de cubanos, haitianos, mej icanos, peruanos y cen troa•
mericanos.
1 3 . En 1 960 la población blanca representaba el 98 % de la población del barrio mie nj
tras que en 1 990 suponía tan sólo el 1 8 % del total. Para esos mismos años, la població n del
barrio pasó de 88 .000 a 1 3 7 .000 habitantes.
·
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 101
4. La ciudad poliédrica
1 6 . De esta trayectoria qu iero destacar tanto los trabajos en los que Teresa San Román
t ra b a j a e
n sol i tario ( ! 9 7 5 , 1 976a, 1 976b, 1 990, 1 996 y 1 99 7 ) , como aquellos otros en los que
" J la r,• ce también como edi tora ( 1 984 y 1 98 6 ) .
1 7. Para obtener una visión de conjunto sobre las teorías y estudios referentes a etnici
�1 '"i raza se pueden consultar los cuatro primeros capít ulos de la obra de Banks ( 1 996) y tam-
1·
11'' 11 l os artículos de Wal lerstein ( 1 9 8 8 ) y Stol ke ( 1 99 5 ) , que nos rem i ten a u n debate general
'; .' i
� ',¡ L'L'r L'IquHese seformas
reflexiona sobre las ban-eras sociales e ideológicas que bloquean la superación de
de segregac ión, como las sexuales, las culturales y las rac iales. Las compila
ti'1,. '',.>nePaís de Bjorgo y Witte ( 1 99 3 ) y de Wrench y Solomos ( 1 994 ) recogen diversos estudios so-
s es europeos; por su parte, en los trabajos de Ezekiel ( 1 984), Wagne1�Pac ifici ( 1 994),
1,.'111 ". ( 1 98 9 ) , Davis ( 1 992 y 1 998) y Klinenberg (2002 ) se aborda el estudio del confl icto y la vio-
1"1<1 rac ial en diversas ciudades norteamericanas.
1 06 ANTROPOLOGÍA URBANA
1 8 . Cabe señalar que la imagen de la ciudad dividida coincide en parte con otra im agen
de la ciudad que observaremos más adelante: la de la ciudad fortaleza , de la que son eje mpl�
paradigmáticos Los Ángeles y Sao Paulo. '
1 9 . Existen ciertamente otras visiones generizadas de la ciudad, como la que nos pre'
>en tan Enguix ( 1 996) y Guasch ( 1 99 1 ) sobre los colectivos homosexuales, o Gutmann ( 1 9 96,•;.�
mbre los hombres en la ciudad de México.
20. En lo que se refiere al mundo del trabajo y a la esfera doméstica resultan ilu straÚ'
vos, entre otros, los trabajos Comas d'Argemir ( 1 99 5 ) . Martínez Veiga ( 1 99 5 ) , Morris ( 1 9 9 � >J
'IJarotzki ( 1 98 8 , 1 99 5 ) . En lo que se refiere al activismo social. las protestas y la participaCl"".t
Je las mujeres urbanas en movimien tos sociales me remito al apartado de la segunda p atf
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 07
111arc adores y del poder de los lugares ha sido abordado por Hay
d�n ( 1 995), quien explora en su trabajo las olvidadas historias de las
!l luje res que construyeron y forjaron la ciudad de Los Ángeles. Un
i n t e rés semejante anima a Teresa del Valle ( 1 99 1 , 1 997) cuando ana
l i z a l os itinerarios de las mujeres en ciudades como Bilbao o Do-
110sti a y observa los significados que vehiculan los espacios a ellas
asi gnados, y cómo éstos se trasforman, contraen o amplían con el
t r a nscurso del tiempo, con el esfuerzo y la lucha; entre otras cosas,
s u trabajo nos muestra también cómo algo aparentemente tan sim
p le como el callejero de una ciudad refleja a la vez que refuerza los
mo delos dominantes de género.
Como su propio nombre indica, en la ciudad contestada el én
fasis se coloca en los procesos de urbanos de contestación. En unas
oca siones, el acento se situa en las celebraciones rituales que lo
g ran, mediante control simbólico de las calles, invertir temporal
�11ente la estructura urbana de poder; en otras la atención se centra
di r ectamente en los movimientos sociales urbanos. Pero la resis
t encia no supone siempre un proceso activo de contestación. La re
construcción del espacio urbano, la revisión de la rotulación de las
calles y las peleas por controlarlas son importantes áreas de estudio
sobre la dominación ideológica y el discurso anti-hegemónico. Seta
Low ha explorado esta faceta utilizando el concepto de «cultura es
pacializada» ( 1 999b ) que le permite situar en el espacio las rela
,
2 L Véase por ejemplo los trabajos compilados por Ve lasco ( 1 9 8 2 ) ; Cucó y Puj ada• ·
( 1 990) y Moreno ( 1 99 1 ) ,
2 2 , Aunque de la ci udad global y la ci udad informac ional ya me he ocu pado en pág inali
anteriores , volveré a presentar los rasgos más destacables que tales conceptos contienen a fill
de fac il itar al lector la visual ización conju nta de ese carácter multifacetado o poliédrico de 1'
ci udad de hoy.
2 3 , Segú n Hannerz, en las sociedades de modern idad avanzada, los flujos cultura les �
organizan en términos de estados, mercados y movim ientos, Aqu í la ciudad es el cent ro del
crecim iento cult ural, el l ugar donde entran en contacto y se entremezclan las agencias cent�
l i zadoras de la cultura (la escuela y los media) y las fuerzas descentralizadoras de la divef9l"
dad de subculturas, En contraste con Castells, el trabajo de este autor enfatiza los víncu los e!V
tre la experiencia local y los flujos c u l turales globales,
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 09
24. A este respecto se puede consultar la s íntesis bibl iográfica sobre la m igración ex
1
! '111i�ra en España ( 1 990-2000) real i zada por Joan Lacomba (200 1 b) , una parte considerable
:1'' l a c u al tiene carácter metropolitano. Son de destacar, por ejemplo, trabajos como el edita-
1i'' ,l1<�r Carlos Gimenez ( 1 993) sobre la Com un idad de Madrid, de Eugen ia Ram írez ( 1 996) so
1'
g- n das y experiencias de i n m igrantes en varias ci udades españolas, de Ubaldo Martínez Vei
r ;� sobre integrac ión social ( 1 99 7 ) , vivienda ( 1 999) sobre el caso paradigmático del Ej ido
de
,�' 1lO1 J ) , Carmen Gregorio ( 1 99 8 ) sobre migración femen ina, y por último, del propio La-
1 h <1 ( 200 ! a) sobre i n m igrantes musulmanes en la ciudad de Valencia.
25. C i tado por Low, 1 999: 1 2 .
1 10 ANTROPOLOGÍA URBANA
2 6 . Según Sassen, cc más allá de su larga historia como centros para el comercio in ter
nacional y la banca, estas ciudades funcionan ahora de cuatro formas nuevas: primero, coJ1lO
puestos de mando altamente concentrados en la organización de la economía mundial; segun:
do, como emplazamientos clave para las finanzas y las empresas de servicios especializados -··•
tercero, como centros de producción, incluida la de innovación en los sectores punta; y cu ar
to, como mercados para los productos y las innovaciones producidos ( 1 99 1 : 4-5).
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 111
2 7 . Como ya he señalado antes, aunque USA no posee el monopolio de este tipo de ur
bes, la mayor parte de los estudios sobre las ciudades fortaleza han tenido como obje to cilJ•
dades norteamericanas como Los Ángeles, Nueva York o Chicago. Existen sin embargo in terl'."'
santes estudios sobre la fortificación y la violencia urbana en algunos países de Latinoa rn é i1•
ca, entre los que destacan los de Caldeira ( 1 996) y Scheper-Hugues ( 1 99 8 ) .
LOS LABORATORIOS DE LO GLOBAL 1 13
2 8. En la pri mera entrega de esta i nvestigación, que data de 1 929, se apl ican por pri
m c• ra ve z los métodos de la antropología social al est udio de una comunidad norteamericana;
al hacerlo, tal y como señala Wissler en la presentación original del l ibro, los Lynd abren un
n u c•\ o campo de i nvest igación: el que representa • la antropología social de la vida contempo
r<'1 1 1 c'a» ( 1 956: vi). Junto a este énfasis metodológico, el estudio combina otros énfasis o pers
pec t i rns: en primer l ugar un énfasis hol ístico, que lleva a los Lynd a abordar los aspectos que
rn n s i deran más importantes y característicos de la vida de una local idad media americana (tra
ba jo, h ogar y vida doméstica, socialización de los jóvenes, ocio y tiempo l ibre , prácticas reli
g i o, as y, p or último, las actividades comunitarias ) . El segundo énfasis apunta al interés por los
ca m b i os oc urridos entre 1 890 1 925, durante los cuales la c iudad se convierte en una locali
da d y
ma n ufacturera. En tercer lugar, el estudio se halla permeado por el análisis de clases so
u a l es qu e se hace espec ialmente palpable en las vívidas descripciones de las casas de los tra
ba jadores pobres y de los trabajadores más acomodados , de los pequeños propietarios, de los
L' i n p re sarios y de las contadas fam i l ias ricas que viven en old fine places , cada una de las cua
k·s se d i sti
ngue por sus muebles, equipamientos, colores y olores característicos.
1_ _ E l i nterés por el cambio lleva a los Lynd a reestudiar M iddletown diez años después de
'1 r n rn e ra investigación, viendo lo que ha ocu rrido en esta dramática década de • boom y de
fl l"L· s i cín ,, , entre1 925 y1 935. La i nvestigación toma un nuevo cariz: mientras que el trabajo de
'i"npo se realiza a nivel de suroey, la vertiente dinám ica y crítica del estudio se agudiza en pro
'. '' u n a vi s i ón más impl icada y polltica. La visión de futuro que nos m uestran los Lynd es os
' ll ra , a
l ig ual que lo han sido los años de depresión. M iddletown es una sociedad frustrada ,
" Li l l e h
a escogido ignorar las crecientes disparidades en medio de las que vive n • , que más que
�-ic· di tar so bre las consecuencias de la depresión o del ascenso del fascismo • prefiere eslogani
�r. 0 Personalizar sus problemas • , que escapa del p resente utilizando las viejas fórm u las de
, . < b e n1 o s c reer que las cosas son buenas y que i rán mejor, debemos destacar los aspectos po
..
q 1 1 1 '"0 s Y no los negativos , . . . el sistema es fundamentalmente correcto y sólo son las personas
d 1 : 1 �· nc s están equ ivocadas• ( 1 937: 49 1 -492).
La sociedad de M iddletown, espléndida parábola
e" ª soc i edad americana de los años treinta, se encuentra en un c ruce de cami nos y no sabe
ll;¡J t orn ar.
1 14 ANTROPOLOGÍA URBANA
2 9 . En lo que se refiere al corpus de estudios quiero destacar los siguie n tes: el estu dio
de los Corbin ( 1 9 87) sobre las elites de Ronda; el de Pujadas y Bardaj í sobre los barrios de Ta·
rragona ( 1 98 7 ) ; el trabajo colectivo editado por Fernández de Rota ( 1 99 2 ) sobre siete vill as ga·
llegas entre 3 .000 y 5.000 habitantes y su hinterla nd; la monografía de Mairal ( 1 995) sobre Bat"
bastro; la primera monografía de Cátedra sobre Avila ( 1 997a ) ; y la de Lamela sobre Lug<I
( 1 998 ) . En lo que respecta a las investigaciones realizadas en clave comparativa quiero desta•
car los trabajos que alienta o lleva a cabo María Cátedra, que aspiran a sentar las bases parf
el estudio de la pequeña ciudad en diversas tradiciones culturales (Cátedra, 200 1 ) . "-'
4
1
1 '.'.'L'l! les
t
. · Para una sistematización de las formas de teorización meso-sociales en diversas co
de la teoría sociológica véase por ejemplo a J. H. Turner ( 1 99 1 : 6 2 8-639) y el reciente
1 hajo de Smelser
1 1 1'.11L'1J ( 1 997) sobre las estructuras de meso-nivel (grupos, organizaciones, movi-
tos sociales e instituciones). Citados por Costa ( 1 999: 490-49 1 ) .
1 16 ANTROPOLOGÍA URBANA
c e
i d ad se convierte en objeto de reflexión y estudio científico, pensa
dore s sociales provenientes de distintas tradiciones intelectuales han
¡d o ac uñando diversos conceptos que transmiten varias ideas centra
J c s : p rimera, entre todos dibujan un vasto espacio social que a me
nudo tiende a definirse de manera residual, ya sea en relación con el
cs ta do o con el binomio estado-mercado; segunda, es un ámbito he
te ro géneo y múltiple que hunde sus raíces en las relaciones de pro
x i m i dad (parientes, amigos, vecinos) para establecer un puente entre
é s tas y las instituciones e instancias más formales y abstractas; ter
ce ra, las relaciones e interacciones que se gestan en su seno son res
p o n s ables, en grados variables, de las dinámicas que atraviesan el
conjunto social.2
Los conceptos de sociedad civil, sociabilidad, asociaciones vo
l u nta rias, redes sociales y Tercer Sector comparten con mayor o me
no r fortuna los rasgos que acabamos de esbozar, razón por la cual
los calificamos como estructuras de mediación. Aunque su alcance
, . amplitud varien sensiblemente, todos ellos recubren un mismo
�ampo de acción, cuyos contenidos y formas tienden a precisar con
sus énfasis particulares. Mientras que el concepto de sociedad civil
d e fine este espacio contrastivamente, en relación con el Estado, el
de asociaciones voluntarias muestra lo que se considera a un tiem
p o como su cabeza pensante y su brazo organizativo; por su parte,
si la noción de sociabilidad sitúa en la historia a los grupos que pue
blan a dicho espacio, elevándolos al rango de personajes históricos,
la de Tercer Sector nos desvela, sobre todo, sus principios y su lógi
c a ; por último, el término de redes sociales cierra este variopinto
p ero congruente conjunto para proclamar inequívocamente el pro
ta g on ismo (o si se quiere la cualidad de actores) de los individuos.
Resulta evidente que el surgimiento de cada uno de los mencio
nados conceptos es producto de una etapa distinta del desarrollo del
� ensa miento social; reflejan por tanto las preocupaciones, énfasis e
i ntereses propios de su época de nacimiento, aunque también con
d e nsan las sucesivas remodelaciones de que han sido objeto, ten
d e ntes a mejorar su precisión y alcance. En ese sentido, es notorio
Tal y como las entiendo, las estructuras intermedias integran a las que Berger y Luck-
11 "1 1 11 12 .( 1 9 97) denominan « instituciones intermedias• . Éstas, además de ejercer de mediadoras
c· 1 1 1 1·e
e l individuo y los patrones de experiencia de acción existentes en la sociedad, permiten
T1l'1 l o s ind ividuos transporten sus valores personales desde el ámbito privado a otras esferas
t 1 ' i n t a s de la sociedad, «aplicándolos de tal manera que se transforman en una fuerza que
1 1 1 " d l' i
a al resto de la sociedad • ( 1 997: 1 0 1 ) . A través de ellas los individuos contribuyen de ma-
1 '· r
: a activa a la producción, al procesamiento y a la comunicación del acervo social de senti
� ''· Segú n estos autores, lo que distingue a las instituciones intermedias del resto de institu
""1''111 1\1 es·o s secundarias es que «presentan las condiciones adecuadas para mitigar los aspectos ne
d e la modernización ( «alienación-. «anomia•) e incluso para superar las crisis de
'lº J J t i cio,, ( 1 997: 1 02 ) .
1 1� ANTROPOLOGfA URBANA
dt-'na ? Pero todavía hay otra cuestión más, ¿qué podemos decir
,1 ce rca de las sociedades que existen en el mundo real, se confor-
111an todas a un mismo modelo de sociedad civil?
A lo largo del tiempo se han ido conformando diversos concep
t os que implícita o explícitamente intentan dar solución a estas y
ot ras cuestiones relacionadas con la idea de sociedad civil. Entre ellos
oc u pan un lugar central las otras estructuras de mediación que men
c i onamos anteriormente. Captar sus campos de acción respectivos y
rcdsar sus significados más descollantes nos permitirá responder los
dos primeros interrogantes. Contestar a la tercera cuestión es una ta
re a relativamente más fácil; aunque parezca una simplificación, bas
ta con mirar al fenómeno con «mirada antropológica» para afirmar
la necesidad de desligar el concepto de sociedad civil del modelo oc
c idental de sociedad.
En efecto, como señala críticamente Hann ( 1 996), moderna
mente, el discurso sobre la sociedad civil ha aparecido en dos oca
si o nes: la primera en la Europa occidental del siglo xvm ; la segun
da en la Europa del Este y la antigua Unión Soviética durante la dé
cada de los 80. En ambas, la sociedad civil se define en términos de
un espacio social libre de un estado que es pensado como todopo
deroso y/o despótico. Igualmente, en ambos momentos ésta apare
ce como «un concepto normativo, como una visión específica de un
o rden social deseable» ( 1 996: 2 ) , ligado al modelo occidental de mo
dernidad construido sobre el pluralismo y el individualismo liberal.
Los debates en tomo a este polémico concepto se han reaviva
do e n los últimos años, invadiendo los discursos de las elites políti
cas e intelectuales dentro y fuera de occidente. Al igual que otros
ci e n tíficos sociales los antropólogos están interesados en investigar
l a so ciedad civil y se hallan internamente divididos por unas visio
n es u niversalistas o relativistas del fenómeno. Sin embargo, a me
n u do son renuentes a utilizar dicho concepto en un sentido analíti
�0 po sitivo, con unos referentes concretos surgidos en la Europa
i l u s t rada que pueden ser aplicados tanto diacrónica como transcul
t uralm ente. Se interesan por su dimensión normativa, pero no es
P e ran que las ideas que sobre la sociedad civil tienen las elites in
� e l ec t uales se correspondan estrechamente con las prácticas socia
es,
l a s cuales, al hallarse entroncadas en tradiciones muy distintas,
se revelan además enormemente variadas.
Si se quiere ser operativo y, sobre todo, si se quiere trabajar des
�l�er dna
u perspectiva transcultural, quizás lo más conveniente sea de
e b uscar por todo el mundo una réplica de un particular mo
� lo o c cidental y entender a la sociedad civil de una forma más fle
'\ i ble e inclusiva. Posiblemente, el quid de la cuestión está en no
1 22 ANTROPOLOGÍA URBANA
2. La sociabilidad
3
grupo social forman sistema y que algunas se hallan profundamen
te inscritas en los estilos de vida cotidianos del grupo, al mismo ni�
vel que los otros sistemas de disposiciones interiorizados (práctic '
alimentarias, cultura política, formas de consumo, etc.). Tales prác .
ticas se interpretan en referencia y por oposición a las prácticas s ' .
dables . . . de otros grupos sociales. De esta forma, la sociabilidad
pone en juego todo un conjunto de normas sociales, demográficas}
sexuales, históricas; la sociabilidad no es un juego de sociedad, sind
un capítulo de las relaciones sociales» (Bozón, 1 984: 1 3) .
Una vez precisado su carácter eminentemente histórico y social ,
conviene delimitar el ámbito de la sociabilidad, definiendo el con
cepto y explicitando al mismo tiempo los principales fenómenos y
manifestaciones que incluye en su seno. Respecto a la primera cues
tión, el citado Maurice Agulhon6 define la sociabilidad como el do
minio de los grupos intermedios, aquellos que se insertan entre la
intimidad del núcleo familiar y el nivel más abstracto de la instan
cia política (Agulhon y Bodigel, 1 98 1 : 1 1 ) . Según esta definición, las
agrupaciones formales no agotan ni mucho menos el campo de la
sociabilidad. Así, en las modernas sociedades urbanas, penetrándo
y vivificando a las asociaciones voluntarias, coexisten diversos gru
pos informales basados en las relaciones entre los próximos (pa
rientes, amigos y vecinos fundamentalmente), cuyo peso e impor
tancia varía según el contexto histórico y social.
Esta fructífera definición de sociabilidad posee sin embargo un
notable talón de Aquiles: al estar presidida por la noción de grupo ,
hace invisibles para la investigación otros tipos de ordenamientos Y
de relaciones sociales. En efecto, lo que destaca en este tipo de aná
lisis es, sobre todo, la organización, la pertenencia y las fronteras
que delimitan al grupo, con lo que se desdibujan otros fenóm enos
y aspectos más fluidos, con carácter menos estable y límites m ás
borrosos. Por eso, el complemento del análisis de redes me parece
esencial, porque permite observar las relaciones sociales tra scen-
6. Podemos considerar a Maurice Agulhon como el autor que introduce el conc ep to en
la moderna historiografía reorientando su significado de manera que abre y/o consoli da un
nuevo campo de investigación no sólo para la historia sino para la antropología y la so�i ol�
gía. Véase fundamentalmente sus trabajos sobre la sociabilidad de la Francia meri d10J1
( 1 9 6 8 ) , los círcu los burgueses de la Francia de la primera mitad del siglo x1x ( 1 97 7 ) , y su . pe·
queña» gran aportación a la evolución del asociacionismo voluntario a partir del siglo x rx (eJI
colaboración con Bodigel, 1 9 8 1 ) .
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 125
1 1 . En lo que se refiere a los trabajos realizados sobre España se pueden consul ta r �OS
rabajos de síntesis de Cucó (2000a ) .y Homobono ( 2000a , b, e y d); por su parte, los e stu dios
.o bre asociacionismo en Francia cue ntan también con una larga tradición que iniciaría G ut·
virth ( 1 970 y 1 97 2 ) . y que continuarían -entre otros- Bozón ( l 982a y b; 1 984) , Da rbon
1 995a y b ) , Fribourg ( 1 97 6 , 1 99 3 ) , Saint-Pierre (200 1 ) .
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 131
r
1 3.Para una relación amplia de este tipo de asociaciones entre las que ocupan un l uga
destacado las distintas asociaciones festeras se pueden consultar, entre otros, los tra ba o oa � j s d
síntesis de Cucó ( 1 99 1 ) , Cucó y Pujadas ( 1 990), Cucó et al. ( 1 99 4 ) , Homobono ( 1 994 , 20o '
Escalera (2000).
LAS ESTRUCTURAS DE MEDIACIÓN 1 33
1 6. Dentro de esta línea de investigación cabría citar por ejemplo los distintos trabajos
�1 ''1 Lar i ssa Lomnitz ( 1 98 8 , 1 994), el estudio de Yang ( 1 994) sobre la China, el de Cucó ( 1 996)
,;' 'r� pol ítica y amistad en el País Valenciano, y el reciente reading sobre la corrupción en la
,,. , ,,da d mexicana, editado por Claudio Lomnitz ( 2000).
1 36 ANTROPOLOGÍA URBANA
1 9. Las cuadrillas e n España, las pareas griegas, los cuates mexicanos, al igual que los
1.
' .' \ L'rsos tipos de bandas juveniles de cualquier parte del mundo, pueden ser entendidos como
' " r 1 a ciones del m ismo modelo.
1 38 ANTROPOLOGÍA URBANA
En los albores del siglo XXI están en marcha una serie de pro
ce sos que favorecen la propagación y el desarrollo de las asocia
c io n es voluntarias. De hecho, las transformaciones estructurales y
a l nu evo contexto ideológico que desde mediados de los 80 han
'-l n1 p liado las perspectivas del mundo asociativo en el mundo oc
c i dental.
A hora, al igual que en épocas anteriores, las asociaciones -al
111 enos una significativa porción de ellas- constituyen la parte
L'n1 ergente, cristalizada de movimientos sociales más profundos. Sa-
1 4U ANTROPOLOGÍA URBANA
ramos las definiciones del asociacionismo social (Iref, 1 98 8 ) . del tercer sistema (Ruffol�·
1 985 ;Borzaga y Lepri , 1 9 8 8 ) , de lo privado-social (Donati , 1 9 7 8 , 1 984) y de la terce ra di·
nensión (Ardigo, 1 980, 1 98 1 , 1 98 2 ) . Para la revisión de tales definiciones se puede util iza r ]¡¡
fotesis que nos brinda Campedelli ( 1 990).
2 . Para una visión más extensa de nuestra idea de Tercer Sector consultar algu n os d�
iuestros últimos trabajos, concretamente a Ariño, Aliena, Cucó y Perelló ( l 999) y Ariño Y cuc
2002 ) .
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 43
3ica, en cuyo prefacio Joan Josep Pujadas la califica como «la primera monografía po rt ugue
;a sobre can1po urbano)) .
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILI DADES SOCIALES 151
ción'º que allí se producen. Con este último concepto Costa pre
t e nde rescatar la dimensión social de la identidad cultural que ha
b í a quedado obscurecida por los excesivos énfasis sobre su dimen
� i ón simbólica. « Las identidades culturales -dice este autor- son
� ociales. Es decir . . . son socialmente producidas, divulgadas, trans
m i tidas, modificadas, aniquiladas, reconstruidas, utilizadas y ac
c i onadas, todo ello por agentes sociales, en el marco de relaciones
sociales, en el transcurso de procesos sociales y con diversos efec
to s sociales . . . Así pues, las dimensiones simbólica y social consti
t u 9v en dos atributos fundamentales de las identidades culturales »
( 1 99 : 50 1 ) .
A un nivel más descriptivo, el marco de interacción de Alfama
e s tá constituido por relaciones de interconocimiento entre las que
se incluyen una fuerte presencia de prácticas de vecinazgo y de vida
asociativa, densas redes de parentesco y de paisanaje, superposición
d e círculos residenciales y profesionales y formas de sociabilidad in
t e nsa. De una manera más pormenorizada integra los elementos si
guientes: a) una malla urbana específica, referida a la dimensión
material y morfológica del barrio, con sus callejuelas, recovecos y
escaleras; b) las relaciones que se establecen entre la casa y la calle,
que conlleva una intensa utilización de esta última como espacio de
prolongación de la casa y como espacio colectivo de vecinazgo;
e ) la constitución de subunidades relacionales, focalizadas en torno
a un patio o una esquina, y a otros elementos organizadores tales
c omo una asociación, una tasca o un café; d) las densas redes de ve
c i nos, familiares, paisanos, amigos y miembros de las mismas aso
c i aciones; e) una configuración particular de las relaciones de do
n1 i n ación e influencia, de patronazgo y clientelismo, de poder y de
pe ndencia ligadas a los círculos de trabajo portuario, a las
a c tivid ades turísticas, a las organizaciones voluntarias locales, a
l a s filiales de los sindicatos y los partidos, y a un cierto mundo de
lll arginalidad; n los códigos vigentes que organizan la conducta, ha
cen compartir las formas y estilos de proceder, delimitan lo permi
tid o y lo prohibido, y g) la impregnación de las vivencias cotidianas
P or l as formas locales de cultura popular urbana y por la identidad
co l ec tiva del barrio (Costa, 1 9 99 : 29 8 ) .
d,
1 O. Esta dimensión analítica �onceptualiz� da c.º ?1 º • marco de i � teracción » es concebi-
1 1 Po r Costa a la manera de los •sistemas de d1spos1c1ones» de Bourd1eu, esto es, como una
º'', t, .r, nu act <le mediación entre las estructuras sociales y las prácticas sociales, que es a un tiempo
urada y estructurante. Pero a diferencia de aquellos, los marcos de interacción poseen
'" 1 c·arácter más específico ya que se despliegan sobre tres aspectos o vertientes concretas, de
:1.' 1 " 1 i n adas por Costa «dimensiones morfológica, relacional y cultural de los marcos de inte
"''c i c'i n » ( 1 999: 300 ) .
1 52 ANTROPOLOGÍA URBANA
dven en redes que les unen a otras mujeres por lazos diversos de
p a re ntesco y consanguinidad, así como de amistad y de trabajos co
nitmes, pero que con frecuencia se ha minusvalorado o incluso ne
a a do 1 5 su existencia, o se ha recalcado unilateralmente el papel que
� u rnplen como forma de ligazón con el espacio privado e interior
dd hogar. Contrariamente, a las redes creadas entre varones me
d i ante la amistad y la cuadrilla, la convivencia en asociaciones vo
l untarias, la sociabilidad generalizada del café, la experiencia masi
r a en los deportes de espectadores, el asociacionismo político, etc.,
se les ha atribuido una relevancia y un peso que potencia la pre
s e ncia y la actividad masculina en el espacio público.
Que la sociabilidad está generizada, y que tal generización es el
re sultado de diversos desarrollos históricos y sociales es algo que
está fuera de cuestión. Durante el siglo XIX y una parte del XX, el pa
norama que a este respecto presentaban las relaciones sociales en
la s poblaciones urbanas de Europa y Norteamérica puede resumir
se -simplificando un poco las cosas- mediante dos conceptos con
trapuestos: «comunidades públicas» de hombres y «comunidades
privadas» de mujeres (Wellman, 1 99 2 ) . Las primeras reunían a los
hombres urbanos en redes comunitarias quasi-públicas, caracteri
zadas por la similaridad de sus bases sociales y por la frecuentación
asidua y regular de sus componentes a los mismos lugares (esqui
nas y plazas públicas, bares, pubs, cafés, sedes de asociaciones vo
l u n tarias, etc.); estas comunidades eran utilizadas por los hombres
p ara divertirse y entablar amistades, pero también para organizar
se políticamente, para ejercer el gobierno local o supralocal, y para
llevar a cabo diversas tareas colectivas. Por su parte, en un contex
to marcado por una fuerte división sexual del trabajo y por la con
s id eración exclusivamente masculina de los espacios públicos, la so
cia bilidad de las mujeres se caracterizaba por su mayor privacidad,
d e ahí el término de comunidades privadas. En comparación con
l a s de los hombres, las redes de mujeres eran más informales, se
d e s plegaban fundamentalmente en el seno del hogar, donde éstas
se visitaban entre sí en grupos reducidos para proporcionarse com
P añía y ayuda mutua.
Según Kimmel, en Europa y Norteamérica la industrialización
d e l X IX hizo bastante más que cortar la conexión entre hogar y tra-
1 5.Como han destacado diversos autores (Hammond y Jablow, 1 9 87; Cucó, 1 99 5 ; Kim
'llcl , durante largo tiempo la cultura occidental negó a las mujeres cualquier capacidad
2000 ) ,
P <t ra la amistad, una idea legitimada y trasmitida por los mitos romanos y griegos, las baladas
d,. ¡ renacimiento y un largo etcétera, en el que hay que incluir por cierto al antropólogo Lio
" l'l' Tiger ( 1 969), quien llegó a justificarla teóricamente. En contraste, la amistad era conside
. 1 6 . Quizás por esta razón Marianne Gullestad ordena los capítulos del libro de manera
l' I J·c u lar, siguiendo una especie de círculo mágico.
1 60 ANTROPOLOGÍA URBANA
1 7 . Como señala Teresa del Valle, •la asignación de un espacio implica la capacidad de
,· ,t ablecer límites y cierres y la posibilidad de trascenderlos• . Ver a este respecto sus intere
'ª n t e s análisis y reflexiones en el capítulo 11 de su libro A ndamios para una ciudad ( 1 99 7 ) .
1 8. Long define al concepto de •conciencia histórica• como una ideología del pasado
l[ l i L' explica acontecimientos pasados en términos de • historia• , esto es, explica los porqués de
I" h i storia, de la identidad colectiva y de la política, y los proyecta en el presente, razón por la
c u a l representa una importante fuerza activa de la dinámica colectiva. •La conciencia h istóri
c a implica una definición específica de los acontecimientos . . . En la conciencia histórica se de-
1 1 1 1 e y atribuye significado a los acontecimientos y personas significativas del pasado a través
ck• u n proceso de descontextualización y reensamblaje en conjuntos simbólicos (o a veces en
'"' rn njunto simbólico) basados en la aplicación de principios subyacentes culturalmente de-
1 ''l"n1inados, que son los que organ izan los mencionados conjuntos y que son movilizados en
1" re presentación histórica. De esta forma, la conciencia histórica puede fijar y limitar los sig-
1 1 i l" i <:ados atribuidos y las experiencias de los acontecimientos• ( 1 99 6 : 7 ) .
1 9 . Tales h istorias se hallan bien representadas por la película de Andrzej Vajda El
1' "
1 1 1 b re de h ierro , que recrea la historia del nacimiento del sindicato en Gdansk, en agosto
de 1 980, narrando la vida de un activista singular, Tomczyk, líder de la huelga en la rnen
' '" nada ciudad.
1 62 ANTROPOLOGÍA URBANA
20. A este respecto, consultar entre otras la síntesis que realizan Maquieira ( 1 99 5 ) Y cas ·
tells ( 1 99 8 : 20 1 - 2 2 8 ) .
2 1 . Para ello recoge los trabajos de Luna, 1 990 y 1 994; Jaquette, 1 98 9 ; Jelin, 1 99 4; Var·
gas, 1 99 1 .
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 65
los distintos artículos que tratan este tema en las sucesivas recopilaciones sobre movi-
1 1 1 i L' ntos
sociales en Latinoamérica editados por Escobar y Alvarez ( 1 992) y Álvarez, Dagnino
1 Escobar ( 1 99 8 ) , al igual que los libros editados por Rowbotham y Mitter ( 1 994) y por Chatty
1 Rabo ( 1 997), que se ocupan respectivamente de los movimientos de mujeres en Asia, África
1 L at inoaméricas, y de las organizaciones de mujeres tanto formales como informales en
O r i e n te Medio.
1 66 ANTROPOLOGÍA URBANA
2 4 . Véase a este respecto, entre otros, los trabajos de Joseph ( 1 997 ) . Rosander ( 1 99 7 ) 'j
Shami ( 1 997).
FENÓMENOS EMERGENTES Y NUEVAS VISIBILIDADES SOCIALES 1 69
" ic iología de la acción, en la que juegan una importancia sobresaliente los conceptos de his-
1 "ricidad, conflicto social y movimiento social, ya que los movimientos sociales expresan el
'< in!l icto por el control de la historicidad. Es al final de esta obra cuando Touraine plantea
H n i nterrogante al que consagrará toda su sociología posterior: «¿qué tipo de movimiento so
,. , a l j u gará en la civilización industrial el rol que el movimiento obrero ha jugado durante el
P l c· n o desarrollo de la economía capital ista y el nacionalismo en los inicios de la industriali
'" c ión ?» (l 969b: 463) . Concretamente, es en el l ibro La sociedad post-industrial donde este
'' 1 1 t o r
empieza a perfilar los contornos tanto de los cambios experimentados en las socieda
�les i ndustriales y de los conflictos generados por los mismos, como de las características de
' '' n u evos movim ientos sociales.
1 74 ANTROPOLOGÍA URBANA '
( 1 99 4 : 1 2 8 ) .
Desde su punto de vista, la nueva sociedad de la infor,.
mación modifica drásticamente las formas de acción colectiva, de
ahí se deriva la consideración de los movimientos como verdaderos
«medios que nos hablan a través de la acción» . Los movimientos so.
ciales jugarían un papel sobresaliente en la construcción de la iden.
tidad, puesto que en una sociedad fragmentada «la identidad debe
ser restablecida y renegociada continuamente» ( 1 99 4: 1 33 ) . En un
contexto como éste, «el movimiento proporciona a individuos y gru.
pos un punto de referencia para reconstruir identidades divididas
entre distintas afiliaciones, distintos roles y tiempos de la experien
cia social» (Melucci, 1 99 4: 1 3 6 ) .
Por su parte Offe, más centrado en una perspectiva política y
en el caso europeo, ha señalado que la crisis de la gobernabilidad
y la incapacidad de mediación de las instituciones políticas son
los procesos que explican la aparición de los nuevos movimientos
sociales.2 Dos décadas después de la 11 Guerra Mundial, se habría
producido un cambio de paradigma político: de un modelo basa
do en el consenso, se ha pasado a otro caracterizado por el con
flicto. En el paradigma de la vieja política los actores eran grupos
de intereses y partidos políticos, y existía un consenso de «cultu
ra cívica» que dejaba fuera la participación política; en tal con
texto, «los mecanismos de resolución de conflictos sociales y po
líticos eran, práctica y exclusivamente, la negociación colectiva, la
competencia entre partidos y un gobierno representativo de parti
do» ( 1 992 : 1 72 ) . En contraste, en el nuevo paradigma, se conside
ra a los movimientos sociales como los mediadores entre el ám
bito privado y el ámbito político, una tercera vía intermedia re s
ponsable de la reactivación de la sociedad civil. « El campo de la
acción de los nuevos movimientos -señala Offe- es un espacio
de política no institucional, cuya existencia no está prevista en las
doctrinas ni en la práctica de la democracia liberal y del Estado
de Bienestar» ( 1 99 2 : 1 74 ) . Frente a la sociedad postindustri al ca
racterizada por su imposición política y burocrática, los nu evo s
movimientos trabajarían a favor de la protección y preservac i ón
de valores, identidades y formas de vida; de ahí que los val o re s
más defendidos sean la autonomía y la identidad, en oposi ci ón a
la manipulación, el control, la dependencia, la regulación , la bu
rocratización, etc.
3 . Castells define los movimientos sociales como « las acciones colectivas con scie nte s
cuyo impacto, tanto en caso de victoria como de derrota, transforma los valores y las in st itU ·
ciones de la sociedad» ( 1 998: 2 3 ) . Distingue entre movimientos proactivos y reactivos. Los mo·
vimientos proactivos son aquellos que «pretenden transformar las relaciones huma nas en s u
nivel más fundamental, como el feminismo y el ecologismo», mientras que los movim ie ntos �
activos son los que «Construyen trincheras de resistencia en nombre de Dios, la naci ón , la .ea•·
nia, la familia, la localidad, esto es, las categorías fundamentales de la existencia milen an
( 1 998: 24).
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 1 79
¡1 1 iciativas populares ,4
el cual podríamos posiblemente incluir en otro
co ncepto, más amplio, más abarcante y también de elaboración teó
r ic a más tardía como es el de Tercer Sector.
En lo que a los movimientos sociales concierne, «es altamente
p lausible considerar la protesta juvenil de los años 6 0 como pre
cursora de un proceso histórico que ha producido un nuevo mode
l o de movimiento que parece característico de la era contemporá
nea» (Tumer, 1 99 4 : 86 ) . No obstante, para poder comprender su
e:estación y desarrollo es necesario atender a las circunstancias más
�enerales de la década, en cuyo decurso estallaron en USA unos mo
�·i mientos sociales que, a lo largo del mismo decenio, se extenderían
por Europa Occidental. En efecto, junto a movimientos por los de
rechos civiles de los grupos marginados, en EE.UU. se vivió el auge
de acciones contra la guerra del Vietnam, la aparición y rápida ex
tensión del movimiento estudiantil, y la creación de grupos defen
sores del derecho al bienestar de los sectores de la población más
débiles. Paralelamente, aparecieron en otros países movimientos de
di ferentes características y contenidos, tales como las luchas de in
dependencia en antiguas colonias, o las primeras protestas en la Eu
ropa del Este contra los regímenes totalitarios (Peréz Ledesma,
1 993). Todos estos movimientos, inspiradores de la contracultura,
pusieron de manifiesto su malestar reivindicando otras formas de
entender el mundo y poniendo en cuestión la legitimidad tanto del
orden político, como del económico y del social. La contracultura
pretendía ser una alternativa al modelo vigente y para ello bebió de
d iferentes fuentes como el marxismo, el freudismo y el cristianis
mo. Todo para desafiar al sistema.
El 6 8 se ha convertido en un hito y un referente para numero
s o s estudiosos. En esa fecha coincidieron numerosos acontecimien
t os sociopolíticos,s a la par que se extendieron a muchos países (Es
t ados Unidos, Francia, España, Alemania Occidental, Inglaterra,
I t a lia, Bélgica, México, Checoslovaquia, etc.) las revueltas estudian-
4 . Concepto empleado por Claus Offe a principios de los 70 y que manejaba para refle
iar aquellas acciones ciudadanas que se orientan hacia una mejora de ámbito de necesidad que
n o s e corresponde con la reproducción de la fuerza de trabajo en términos de adquisición de
h ic·ncs individuales, sino en términos de consumos colectivos y cuyas formas de funciona-
1 1 1 i c nto autoorganizativo no están previstas, en principio, en el ordenamiento institucional del
' istc ma político formal (citado por Alonso, 1 996: 1 02 ) .
5. En 1 968 asesinaron a Luther King y Robert Kennedy, se produjo la trágica Primave
r a <le Praga que supuso el fin del sueño de Dubcek (•un socialismo con rostro humano»), y se
de sa tó, entre otros acontecimientos, la Ofensiva del Tet por parte de los comunistas vietnami-
1 " ' · Entre las revueltas estudiantiles cabe destacar el triste 2 de octubre en la plaza de las Tres
('l i l t uras de México, allí el ejército ametralló a los estudiantes organizando una verdadera ma
' '1 c re ,
de la que hoy todavía, gracias a la impunidad del PRI, no se sabe cuántos jóvenes re
' l l l t aron muertos.
1 82 ANTROPOLOGÍA URBANA
8. Entre otros tales rasgos serían los siguientes: identidad colectiva inexistente o al me
no s débil, estrategia de cooperación, empleo de medios de acción convencionales, organización
1 1 >r in alizada, representación de intereses colectivos definidos y delimitados, y acep tación de las
' c'glas del sistema, de sus límites y roles.
9 . Existen ciertamente semejanzas entre ambos tipos de movim ientos, que se hacen
c· kc t ivas en dos as pectos: 1 º, en lo que se refiere al tipo de bien colectivo que se construye en
!;, acción colectiva (en ambos casos el bien se define como común, tanto si atendemos a su de
'llanda como a su solidario disfrute); 2º, en los intereses que dicen representar (en general.
'' X i st e una unidad negativa entre los potenciales beneficiarios y los activistas, ya que si excep-
1 ' "1inos los grupos de auto-ayuda, los m iembros del movimiento no constituyen el agregado so
' i<d al que se circunscriben los intereses buscados, característica habitual de los grupos de in
lc·i·(·s (lbarra y Tejerina, 1 99 8 : 1 5 ) .
1 90 ANTROPOLOGÍA URBANA
3 .ª,
en cuanto a la forma de organizarse, los movimientos de
solidaridad se encuentran próximos a los movimientos clásicos, Ya
que su funcionamiento interno se basa en prácticas horizontales y
participativas. Sin embargo, se alejan de ellos en dos aspectos: por
su mayor regulación formalizada, y por el uso casi exclusivo de me.
dios de acción
ª
convencionales;
- 4 . , relación seguridad/riesgo: un movimiento social intenta
encontrar un equilibrio entre la tendencia hacia la institucionaliza.
ción, que produce seguridad, y la dimensión creativa y arriesgada. 10
Sin embargo, característicamente, en los movimientos de solidari
dad el equilibrio entre las mencionadas tendencias se inclina clara
mente del lado de la seguridad, o lo que es lo mismo, muestran un
escaso margen de riesgo en cuestiones relacionadas con la estrate
gia o la identidad;
ª
- S . , una última cuestión de interés que, según Ibarra y Teje
rina, plantean los movimientos de solidaridad tiene que ver con la
función que desempeñan en el seno del conjunto social. La res
puesta a tal cuestión la resuelven en forma de la siguiente hipótesis
de trabajo: «los movimientos por la solidaridad cumplen una fun
ción integradora en tanto que canalizan ciertas inquietudes sociales
hacia un conjunto de demandas que tan sólo indirectamente cues
tionan los referentes centrales del sistema» ( 1 998: 1 8) .
La institucionalización parcial sería pues una de las caracterís
ticas dominantes de estas nuevas formas de acción colectiva que
hoy en día representan los movimientos por la solidaridad: Se tra
ta de un movimiento expansivo, tanto en número como en signifi
cado, cuyo impacto social está adquiriendo tal relieve que ya ha
empezado a influir en las formas de ser y de actuar de los movi
mientos sociales tradicionales (Ibarra y Tejerina, 1 99 8 : 1 1 ). Por su
parte, Alonso y Jerez realzan la especificidad de dichos movimien
tos mediante su comparación contrastada con los movimientos so
ciales de los 60; dice así: « Lo que en aquellos fue pensar las nuevas
identidades no reconocidas por la política formal, en la actualidad
es pensar la alteridad negada. Lo que fue defender y construir lo
privado cotidiano frente a la colonización y juridificación de lo pú·
1 0. Un movimiento social es una institución en la medida que adopta una serie de nor·
mas de conducta, un conjunto de rutinas o procedimientos estándares que reducen o evi ta n las
incertidumbres características de tener que decidir o renegociar permanentemente ca da cor
ducta, proyecto o estrategia. En este sentido, ningún movimiento social es ajeno a este tipo e
institucionalización. Pero un movimiento social es, además, la construcción colecti va de � n
grupo de personas dispuestas a adoptar riesgos. La participación en un movim iento soc ia l ue�
ne una dimensión creativa que es más dificil de encontrar en instituciones más form ali zada
(Ibarra y Tejerina, 1 998: 1 6) .
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SU CONTEXTO 191
1. La bibliografía sobre los movi mientos sociales es muy amplia aunque para tener una
1 i s i ón general, pueden consultarse, entre otros, a los siguientes autores: Castells 1 986 , 1 995 y
1 9 9 8 ; Dalton y Kuechler, 1 99 2 ; Fowerake1; 1 99 5 ; !barra y Tejerina, 1 998; Laraña, 1 999; Laraña
1 Gusfield, 1 994; Melucci, 1 98 2 , 1 98 9 , 1 994 y 1 998; McAdam, McCarthy y Zald, 1 996;
O ffe , 1 98 8 ; Revilla, 1 994a y b ; Riechmann y Fernández Buey, 1 994; Tarrow, 1 99 7 ; Touraine
1 990.
1 96 ANTROPOLOGÍA URBANA
2 . Para una revisión del concepto de movimiento social se puede acudir a Melu cci ( 1 982·
1 989 y 1 994) y a Laraña ( 1 99 9 : 6 7 , 1 2 7 ) .
ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DE MOVIMIENTOS SOCIALES 1 97
3. Pérez Ledesma ( 1 994) señala que a partir de la primera guerra mundial ya habían
"Parecido otras formas de protesta política y social que obligaban a ampliar la definición
l rad icional de • movimiento social igual a movim iento obrero» . También Mees ( 1 9 9 8 ) apun-
1 't e n esta dirección e indica que los movimientos de protesta surgidos tras la Segunda Gue
' "" Mundial forzaban a replantar las investigaciones sobre las movilizaciones colectivas.
200 ANTROPOLOGÍA URBANA
cas que distinguen a esta tercera etapa de estudios sobre los movi
mientos sociales. Desde el mencionado enfoque, los movimientos
son abordados desde una perpectiva reticular que permite observar,
entre otras cosas, cómo las redes interpersonales funcionan como
canales de transformaciones culturales y políticas. Como destaca
Diani ( 1 998), adoptar una visión de los movimientos como network
significa poner en marcha una línea de investigación complemen
taria, más que alternativa, a líneas más consolidadas de análisis, de
a hí su propuesta de incluir el enfoque de redes a las tres orienta
ciones que él considera dominantes en el análisis de la acción so
cial: se refiere a las teorías de la movilización de recursos, de los
nuevos movimientos sociales y del proceso político. En suma, se
puede decir que durante este periodo se realizan importantes con
tribuciones al estudio de los movimientos sociales que giran en tor
no a los siguientes aspectos: la identidad (colectiva, individual y pú
blica), la organización, el papel de la ideología, la función política,
la capacidad de resistencia y la motivación para la participación.
Presentación 7
Bibliografía 215