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En 1940 comienza a estudiar Derecho, y este mismo año aparecen sus primeras
publicaciones. Su primera gran obra, La familia de Pascual Duarte, ve la luz dos años
después y a pesar de su éxito sufre problemas con la Iglesia, lo que concluye en la
prohibición de la segunda edición de la obra (que acaba siendo publicada en Buenos
Aires). Poco después, Cela abandona la carrera de Derecho para dedicarse
profesionalmente a la literatura.
En 1954 se traslada a la isla de Mallorca, donde vive buena parte de su vida. En 1957 es
elegido para ocupar el sillón Q de la Real Academia Española.
En los años siguientes sigue publicando con frecuencia. De este período destacan sus
novelas Mazurca para dos muertos y Cristo versus Arizona. Ya consagrado como uno
de los grandes escritores del siglo, durante las dos últimas décadas de su vida se
sucedieron los homenajes, los premios y los más diversos reconocimientos. Entre estos
es obligado citar el Príncipe de Asturias de las Letras (1987), el Nobel de Literatura
(1989) y el Miguel de Cervantes (1995). En 1996, el día de su octogésimo cumpleaños,
el Rey don Juan Carlos I le concede el título de Marqués de Iria Flavia.
Narrativa
1951.- La colmena
1955.- La catira
Teatro
Poesía
1936.- Pisando la dudosa luz del día
Miscelánea
Linkografìa:
http://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/tel_aviv_camilo_jos
e_cela_1.htm
Anàlisis: El verso de Luis de Góngora que da título al juvenil libro de poemas de Camilo José
Cela (Padrón, 1916-Madrid, 2002) es, más allá de lo que tiene de tributo, la apropiación
admirativa de un descubrimiento verbal que sitúa al poeta de veinte años ante el entusiasmo
de la escritura. Góngora, que había sido un emblema diez años antes, pesa menos aquí que
otros poetas como Quevedo o Fray Luis de León, cuyos versos sirven de epígrafe a una de las
secciones del “Himno a la muerte”, que cierra el libro. Pero más cerca están Valle Inclán y,
sobre todo, unos estímulos surrealistas que ya desde la inmediata recepción crítica recordaron
Vicente Gaos, José Mª. de Cossío o José Luis Colina. Entre ellos resuenan las voces del Pablo
Neruda de Residencia en la tierra y el Rafael Alberti de Sobre los ángeles y Sermones y
moradas.
A la distancia de siete décadas, este libro publicado en 1945 pero escrito en el otoño de 1936
se sigue perfilando como “el despertar de un escritor genial”, en palabras de Adolfo Sotelo,
uno de los responsables de esta magnífica edición que aporta, entre otras cosas, varios
poemas más, publicados e inéditos, de 1934-1937, cuatro interesantes reseñas de 1945 y unos
argumentos interpretativos del mayor interés sobre las circunstancias de la escritura del libro.
Destaco la referencia a la muerte de Toisha Vargas, una novia de Cela, quien recordaba en
1993: “A Toisha me la mataron de un cañonazo a poco de llegar los nacionales a las puertas de
Madrid”. Esa circunstancia se inscribe en los alejandrinos de uno de los poemas más intensos
del libro, “T. V.”, una auténtica y extensa elegía fúnebre: “En este instante en que un dolor
inmenso/ Es incapaz de hacerme mover un solo dedo,/ Yo te prometo, oh dulce esposa mía
asesinada,/ Oh madrecita sin haber parido, oh muerta,/ colgar tu atroz recuerdo cada noche
de un pelo,/ Y que desiertos de tinieblas moradas/ O amargas noches de insomnio y
sobresalto/ Sean incapaces de ahogarme como a un niño”.
Del Cela poeta joven se ha dicho que sus versos son paródicos, impostados, irónicos, y algo de
eso se percibe cuando releemos unos poemas cuya nota introductoria del autor ya presentaba
con mucha humildad. Sin embargo es necesario recordar, con el profesor Sotelo, que “con sus
alrededores heterogéneos y contradictorios, con sus preludios ansiosos de influencias, con
ademanes insólitos de originalidad y mismidad”, Pisando la dudosa luz del día. Poemas de una
adolescencia cruel refleja una incertidumbre, un dolor y una soledad en primera persona que
años más tarde reviviría ese gran libro que es San Camilo, 1936. A pesar de títulos como
“Oración del solitario”, “Poe-ma escrito en un sótano durante un ataque aéreo” o “Himno a la
muerte” Cela no fue un poeta, pero las mejores calidades de su prosa, y no sólo las más líricas,
arrancan de la genuina matriz de la poesía
que él supo descubrir desde muy pronto.