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Ixmnloquro II

El Bar
LUVINA
'Pidamos otra centeza, aufique no
sea m.ás que Wrn quitar
el mal sabr del recuerdo'

Jueru Rulro,
Luaina

Imaginémoslo vagando por un pueblo desconocido, miserable, fan*


tasmal; tal vez haciendo hora para pescar el bus interurbano. Pero
quién dice que allí exista un bus interurbano, y no tenga que inge-
niárselas para convencer al taxista del lugar, a que lo lleve más al
interior aún, a una aldea metida quizá dónde entre esos cerros de allí,
y a la que el joven maestro ha sido destinado.
Perdido, imaginémosle ahora entrando en la cantina del pueblo,
f, para ganarse el derecho a las preguntas, plantarse con una cerveza
frente al mesón. Esperar paciente el momento propicio.
Luvina?... Pregunta a su vez el cantinero y se pone a limpiar
-¿A
el mesón como para sacarle algún pensamiento...
qué diablos se puede ir a hacer a Luvina?
-¿Y
Cuando el maestro está por terminar de decírselo, el cantinero
levanta finalmente los ojos de su operación de limpieza:
ahí hay uno-y señala un bulto arrinconado en la penum-
-Mire,
bra-, maestro también, que hace tiempo volüó de Luvina... Mejor
pregúntele a é1...
Y en ese punto empieza el relato de Rulfol.
Prescindamos de la maestría de quien lo relata: lo que allí se dice,
modo de decirlo, ritmo, no podrían ocurrir en cualquier sitio. 'El
estilo' pertenece a un espacio y a un üempo marginados del mundo
(del quehacer). Pertenece al bar, a la cantina. Y es sobre este aspecto

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que vamos a hacer unas cuantas reflexiones; una suerte de fenOme-
nología.
Por lo pronto, la marginalidad es también un calácter de su
estructura interna: en el bar no hay centro alguno que arrne y confi-
gure su espacio interior (ni hablar de un tiempo común). Todo está,
por decirlo así, desfocalizado; todo tiende a convertirse en rincón, a
arrinconarse. De tal modo que al entfar, lo primero que se Percibe eS
el murmullo de voces de muy distinta Procedencia espacial, de muy
'distintos tiempos' (ritmos): núcleos de comunicación, arrinconado
cada cual en 10 Suyo, pequeños universos conversatorios Cerrados.
Alguien los ha llamado con acierto 'núcleos confesionales'. Y la
imagen es rica Por cuanto lleva a descubrir Por ese camino el signifi-
cado más íntimo y esencial de lo que ocurre en la cantina.
Y pensando en la naturaleza, en la atmósfera 'confesionales' e
incluso en la forma de un bar típico, como podría ser el bar en que
imaginábamos se instalan a conversar los personaies de'Luvina', o
uno de los tantos que sobreviven en la calle San Pablo, por eiemplo,
en Santiago, parece que la imagen del templo con que se le ha
bautizado2 no resulta en absoluto impertinente.
Pero, agreguemos, de un templo en esa semipenumbra que ante-
cede o sigue a los oficios; antes o después de que las almas penitentes
se encuentren, unánimes, convergiendo hacia el altar. Un templo
antes de volverse ecclesias lel lugar físico de una experiencia común)'
En la semipenumbra y en el rumuroso silencio de los rincones de
un bar no hay convefgencia fuera del núcleo confesional. Cada
núcleo parece estar sumergido en búsqueda tan intensa, tan vital, de
una comunicación verdadera que no da cabida a trascendencia algu-
na. cada núcleo perrnanece espacialmente inexpugnable.
Pero, tampoco hay cabida en el círculo penumbroso confesional
para los reloies, es decir, para la irrupción del tiempo mundano con
su regularidad fragmentaria y huidiza, con su obfetividad ilusoria' El

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del bar, es un tiempo cualitatiao, indivisible, por tanto; o que en todo
caso sólo puede ser medido por la cualidad íntima que [o genera. Así,
por ejemplo, 'conversarse tres botellas de vino', es, de un modo muy
real, expresar cualitatiaamenfe la temporalidad que se da en esa di-
mensión (estrictamente cualitativa).
Hasta aquí una mirada extensiva, topológica al fenómeno 'bar'.
Simbólica, además.
Sería preciso examinar en seguida hasta qué punto a esta topolo-
gía la sustente una estructura real; qué conceptos corresponderían
stricto sensu a las imágenes sugeridas en esta primera visión totali-
zante.
Es cierto que la estructura del bar y su naturaleza recuerdan muy
directamente Ia experiencia religiosa de la confesién. Y es aquí donde la
anaiogía entre templo 'de Ia conversación' e iglesia parece ganar
cierta profundidad.
Dejemos, pues, atrás rasgos sintomáticos como el de la omnipre-
sencia de los rincones, el de Ia penumbra atmosférica, la detención de
los relojes, etc. Para seguir con la analogía matriz, lo que ocuffe en el
bar es un cierto estado de comunión. O, visto desde la perspectiva de
'las transgresiones en el lenguaje' (Cap, ru), representa una comuni-
cación que anhela ser esencialmente comunión. Este, el punto clave.
Ahora bien, tal estado de comunión aparece como en dos planos
absolutamente discontinuos (una discontinuidad semejante a la que
existe entre templum y ecclesia) y que afecta a su estructura espacial,
visible (sin centro). Veamos ahora estos dos planos:
De uno de ellos hemos hablado a propósito de los núcleos confe-
sionales: en cada núcleo, en cada mesa aislada quien está frente a

nosotros anhela trascender allí, en el círculo mágico de la conversa-


ción, el rol que la rutina le ha endosado: ser'mero compañero de
trabaio', ser'mero cliente'; incluso, ser'mero hermano', ser'mero
padre's. Trascenderlo, tal vez, afin de conquistar su sentido verdade-

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ro; o mejor, a fin de rescatarlo como decíamos en otra parteó, de las
demoliciones de un tiempo lineal y heracliteano. Así, pues, ésta en el
bar, es búsqueda de un tiempo perdido: el tiempo de las cosas no dichas;
el tiempo de los sueños sofocados; el tiempo que, Por Pura falta de
tiempo, se nos ha vuelto casi inconfesable.
Tal búsqueda-búsqueda de un tiempo común- suPone o exige más
bien, lo que antes nos parecÍa sólo un signo o un síntoma del fenóme-
no global: exige la 'puesta en estado de penumbra' del mundo, con
sus trajines y proyectos, la abolición del tiempo que se devora a sí
mismo (tiempo mundano), la irrealización de los relojesT.

Son los núcleos convetsatorios, como decíamos, los que exPresan


esta realidad: una cierta urgencia confesional, pero, en una intimidad
que aún quiere conservar su anonimato.
Pero, he aquí que un contertulio, repentinamente, salta por así
decirlo, del núcleo en que se encuentra, se dispara de la mesa al
mostrador, a la barras.

Es éste ---el de la barra- el lugar de los más osados, de los más


solitarios, de los más necesitados de un dios directo y urgente. En
este plano, el murmullo confesional que dejamos en las mesas/ se
vuelve ahora discurso anacoluto, sin contexto, imprevisibilidad pu-
ra. Aquí [a confesión se vuelve reto.
Irrumpe, pues, el retador, en la barra. O se planta allí frente a un
vaso, muy atento a los demás, a la espera de [a oportunidad de
arremeter.

Cabe preguntarse si nosotros no estamos ahora realizando tam-


bién un salto conceptual desde 'confesión' a 'reto'; si algo tiene que
ver aquélla con éste.
Mucho, diríamos: retar a alguien es hacer públicamente una de-
claración de fe (Confesar: 'Yo soy. ..'\,Lacual, por el modo de hacerla,
pretende obligar al otro a declarar también públicamente la suya. Por

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tratarse de una fe en pugna con otra en esta confesión desafiante, el
retador, sobre todo en la barra, se juega la vida. Tal es el reto: un
modo de testimoniare.
Quisiéramos detenernos un instante en este punto.
No estamos aludiendo aquí a[ testimonio jurídico sino al existen-
cial. Existencialmente se testimonia 'lo que se ha visto' y este juicio
testimonial actual actúa como prueba a favor o en contra de algo que
es importante, esencial, para [a existencia propia y la de quienes nos
escuchan. En otras palabras: lo que ha visto y lo que va testimonian-
do por su propia iniciativa el suieto percipiente es de tal cualidad de
ser que lo convierte alo lo percibido; el percipiente se vuelve la cosa
percibida (un valor de vida). Así, en esta acepción tan conocida en la
teología ioánica, testimoniar significalr 'volver a revelar'... Hasta el
martiriol2.
Pero, a la intemperie de la barra, el testimonio reduce su acción
testimonial a un tiempo y un espacio en los que la mundanidad del
mundo ha sido 'puesta en penumbras', suspendida. ¿Qué valor
tiene, entonces, su confesión de fe, si ésta por principio debería
ocurrir 'ante el mundo'?l3. Parece pues, que aquí, en el altar público
del bar, tal confesión (tal testimonio) se vuelve un gesto, por decir lo
menos, contrahecho, contradictorio.
Esto, sin embarto, no debiera importamos tanto. Ahí está la
contradicción y hay que indagar su sentido. Por 1o que más bien
cabría preguntarse: ¿Qué revelará, al fin de cuentas, este gesto testi-
monial autoinvalidante, contradictorio? Simplemente, como gesto
cuya 'Idea' ha olvidado, ¿no testimoniará Ia falta de nuestro testimo-
nio en e[ mundo? ¿No testimoniará contra nosotros mismos?
Es un hecho que nosotros, ciudadanos de estas ciudades del
sureste de América, en el trayecto diario de nuestra ruta trabajo-
domicilio así como en el trayecto largo de nuestra historia personal,
nos encontramos con la realidad del bar: una realidad-tropiezo en la

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ruta habitual, una realidad transgresora a las normas del trabajo, del
domicilio e incluso, a las de la vía pública.
¿Cuál es el significado de esta realidad transgresora?
Abrir fuera del espacio y del tiempo mundanos, la posibilidad,
como decíamos, de que la comunicación que se arrastra se vuelva
comunión. Intentar de cualquier modo, sacar fuera, hacer común,
esa intimidad que sofocada nos arrincona en el mundo como una
colección de soledades afanadas, Tal vez, eso.
Un examen de la vida cotidiana, no abstracto, no desde cualquier
punto del mundo, sino desde aquí, desde la ciudad en la que el
investigador vive, no debiera, en nuestro caso, pasar por alto esta
posibilidad ----el bar* que está a la orilla de su camino habitual de
regreso cotidiano al tranquilo Sí mismo domiciliario. Y que puede
conmoverlo todo.

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