You are on page 1of 314

DIRECTOR FUNDADOR

MARIANO PICÓN SALAS


Fundada en 1938
SAEL IBÁÑEZ > Director

AÑO LXVIII JULIO-DICIEMBBRE DE 2006. Nº 334


> E D IT OR E S

MINISTERIO DE LA CULTURA
CONSEJO NACIONAL DE LA CULTURA-CONAC
CASA NACIONAL DE LAS LETRAS ANDRÉS BELLO

CONSEJO DIRECTIVO CONSEJO EDITORIAL

Sael Ibáñez Maritza Jiménez


Director
Antonio Trujillo
Maritza Jiménez Gabriel Jiménez Emán
Jefe de redacción William Osuna
Cósimo Mandrillo
Melbis Guzmán
Coordinación editorial

Ligia Guerra
Secretaria ejecutiva

Freddy Cornejo
Distribuidor

Javier Luquez
Asistente

Hecho el depósito de ley


Depósito legal N° P. P. 193802DF 102
ISSN: 0035-0230

Fundación La Casa de Bello


Mercedes a Luneta. Parroquia Altagracia. Caracas
Telefax: 562.7211
www.rnc.org.ve
revistanacionaldecultura@gmail.com
S UMA RI O

PRESENTACIÓN

ENSAYOS Y ARTÍCULOS
Juan José Guerrero Pérez ~ LA CANCIÓN PROTESTA LATINOAMERICANA
Y LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN 11
Antonio Isea ~ AVENTURAS DEL LETRADO LATINOAMERICANO:
EN TORNO AL TRÁGICO MIRANDA DE DENZIL ROMERO15
Reyna Rivas ~ JESÚS MORENO SANZ, POETA FILÓSOFO VERDADERO 25
Marisa Vannini ~ EL TURPIAL QUE VIVIÓ PARA SIEMPRE 33
Ivonne Rivas ~ RELACIONES CON LOS SERES Y LAS COSAS: SOBRE LA
ORALIDAD Y LA ESCRITURA 39
Edgardo Malaspina ~ ELEMENTOS DE VERSOTERAPIA 51
Tulio Monsalve ~ DESDE LA IGLESIA DE MIRAFLORES HASTA
NOTRE DAME 61
Rodolfo Porras ~ EL ARTE DE LOS SENDEROS QUE SE BIFURCAN 69
Natividad Barroso García ~ CONTRADICCIONES INSULARES Y LA
BÚSQUEDA DEL PARAÍSO EN DOS NOVELAS DE RENATO RODRÍGUEZ 77
José Iraides Belandria ~ FÍSICA DEL CAOS, PINTURA Y LITERATURA 95
Liduvina Carrera ~ OTROS VENDRÁN DESPUÉS DE MÍ 105

TESTIMONIOS
Antonio Trujillo ~ ORALIDAD EN LA ESCRITURA DE JOSÉ LEÓN TAPIA 119

RELECTURA
Alfonso Enrique Barrientos ~ NAT BROWN 135

NARRATIVA
Néstor Rojas Mavares ~ LA SANGRE DE AFRODITA 147
Beatriz Calcaño ~ EL BULTO 161
Ramón Anselmo Rengifo ~ CAMBIO 165
Julieta Jiménez ~ DESDE MI VENTANA 169
Blanca Rivero ~ PAÑITO DE MOCOS 173
Alison Outerbridge ~ EL HOMBRE COLGADO 175
Jesús Enrique Guédez ~ LEVE, SUTIL DELEITE 189
POESÍA
Miguel James ~ 13 POETISAS CARIBEÑAS 207
François Migeot ~ LENTITUD DEL VINO 223
Luis Alberto Crespo ~ SEIS POEMAS EN IDIOMA WARAO 226
Antonio Urdaneta ~ LA DANZA DE LAS TURAS 233
Edgar González Abreu ~ POEMAS 238
Manuel Bolívar Graterol ~ PLEGARIA 246
Christian Díaz Yepes ~ POEMAS 249
Daniel Torres ~ POEMAS 266

RESEÑAS
Luis Alberto Crespo ~ TIEMPO Y DESTIEMPO DE LOS ESTUDIOS
GRECOLATINOS DE ELISIO JIMÉNEZ SIERRA 275
Cósimo Mandrillo ~ EL PETRÓLEO COMO TEMA NARRABLE 279
Sael Ibáñez ~ CUENTOS DE AMOR Y TERROR DE NELSON CORDIDO 283
Alí E. Rondón ~ LA FIESTA DEL CHIVO DE MARIO VARGAS LLOSA 287
Gabriel Jiménez Emán ~ EL DESBARRANCADERO DE FERNANDO
VALLEJO 291
David Gutiérrez Caro ~ PAPELES PARA UN ADIÓS DE ELEAZAR LEÓN 297
Alí E. Rondón ~ DE APURE, ACHAGUAS Y OTRAS ETIMOLOGÍAS 299

COLABORADORES 300
> PRESENTACIÓN P

Después de dos números, antológico y testimonial respectivamen-


te, que revisaron el recorrido de la revista desde su fundación en
1938 hasta el presente, volvemos a la actualidad y a su dinámica
cultural. Vale decir, a propulsar nuestras expresiones artísticas y
literarias en diálogo con el mundo.
En este número reestablecemos ese contrapunto de voces
nacionales e internacionales que ha caracterizado el desempeño de
la revista, al tiempo que hemos incorporado algunas novedades
que pretenden ampliar el carácter nacional y cultural de la publi-
cación. De este modo creamos la sección Relectura y recogemos el
fruto de esa experiencia llamada Taller Literario. Asimismo, pen-
samos brindarle frecuentes testimonios a la oralidad, nos asoma-
remos con persistencia hacia las literaturas caribeña, hispanoame-
ricana y en definitiva universal. Mientras el rescate de nuestro
acervo indígena tendrá permanente interés para nosotros.
Al igual que el anterior, nuestro número 334 también va acom-
pañado del segundo tomo de las reseñas publicadas entre los años
1947 y 1954.
Pedro León Castro • Viejos símbolos • 1966
Juan José Guerrero Pérez

LA CANCIÓN PROTESTA
LATINOAMERICANA
Y LA TEOLOGÍA
DE LA LIBERACIÓN
ESTUDIO DE GÉNERO MUSICAL Y ANÁLISIS
DE VÍNCULO SOCIOPOLÍTICO Y RELIGIOSO
(1968-2000)

La segunda mitad del siglo XX estuvo signada por fenómenos


sociológicos de alto impacto internacional que marcaron para
muchos un nuevo ciclo histórico en la humanidad. Dos de ellos,
sobrepasaron toda expectativa y trascendieron en la vertiente del
tiempo: El I Encuentro Internacional de la Canción Protesta, cele-
brado en La Casa de Las Américas, en Cuba, el año 1967, y el
Concilio Vaticano II, de la Iglesia Católica, acaecido en Roma en
1959 a 1965 y hecho ostensible al mundo, principalmente a
América Latina, entre 1967 y 1968. Estos hechos se anunciaron
poco tiempo después de realizados infundiendo sorpresa, confu-
sión, temor y esperanza. Y así como Mijaíl Gorbachov no sospechó
hasta dónde llegaría la perestroika y la glasnot, quienes organi-
zaron y dirigieron dichos acontecimientos con tanto compro-
miso, pasión y conocimiento, no vislumbraron completamente
sus efectos en la historia, aunque indudablemente programaron

RNC 11
sus objetivos, fines y propósitos. Estas metas se alcanzaron parcial o
totalmente provocando cambios que incluyeron substitución de
estructuras socioeconómicas en mucho países latinoamericanos.
Entre los objetivos del I Encuentro Internacional de la Canción
Protesta se encontraban entre otros: Perfilar la ética y estética de la
canción y generalizar un nombre para el canto (Colectivo La Haine;
2002), pero nunca quedó manifiesto o implícito en documento
alguno que la canción protesta incluyera mensajes religiosos o
teológicos. Igualmente, las constituciones y decretos del Concilio
que modificaron sustancialmente la liturgia y los cantos eclesiás-
ticos, jamás mencionaron siquiera la canción protesta como
recurso litúrgico. Súbitamente a partir de 1968, comenzaron a
escucharse en muchas canciones de protesta, principios y funda-
mentos de una teología diferente a la acostumbrada, presentando
un homo viator en proceso de salvación pero delineando con cla-
ridad sus derechos fundamentales en este mundo. Una teología
cuyo líder, un Cristo revolucionario, estaba identificado con los
pobres, los desvalidos, los humildes, los sencillos y explotados. Y
siendo la filosofía el soporte de la teología para explicar las reali-
dades últimas y fundamentales del hombre, muchos cantos tam-
bién se saturaron de una filosofía donde predominaba el relati-
vismo, algo sumamente extraño, porque el relativismo según la
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo
Oficio), presidido en el Vaticano por el, para la época, Cardenal y
actual Papa Joseph Ratzinger —archienemigo del uso de la
Canción Protesta en la liturgia— implica la negación de la
Cristología (Ratzinger, Joseph; 1998:15). Pero algo más aconte-
ció. Iglesia adentro estos cantos empezaron a difundirse, y otros
de uso cotidiano que ya habían adoptado un talante contestatario
por influjo de los cambios del Concilio, se convirtieron en fran-
cos cantos de protesta. En el año de 1968, la traducción teológi-
ca de dicho concilio para América Latina, había provocado el
nacimiento oficial de la teología de la liberación, cuyo sustrato era
y es la realidad latinoamericana tratada en los contenidos y men-
sajes de la canción protesta: pobreza, explotación del hombre por

RNC 12
el hombre, marginación, falta de acceso a la educación escolar,
exclusión social y rezago en la prestación de servicios básicos por
parte de los estados, con el consecuente escaso o nulo desarrollo
humano. Esta nueva corriente teológica adoptó con toda la inten-
ción del caso por parte de sus fundadores y precursores, muchas
canciones de protesta y también creó otras, las cuales se incluyeron
en ritos litúrgicos y paralitúrgicos. Las estructuras eclesiásticas
tradicionales, los estados latinoamericanos y el mismo Vaticano,
entraron entonces en una etapa de profunda conmoción, porque
si la canción protesta había creado sentimientos de solidaridad, la
fusión de ambas —teología de la liberación y canción protesta—
provocó la organización de un sentimiento colectivo popular
como nunca antes lo había tenido América Latina. Unificó crite-
rios, determinó conductas y estableció derroteros para que los
pueblos retomaran su identidad y a la vez, alcanzaran dignidad,
libertad y derechos. Condiciones estas que influyeron incluso, en
los resultados de las revoluciones y guerras internas de la segun-
da mitad del siglo XX en países como Nicaragua y Guatemala.
Ningún género musical en el mundo, ni corrientes teológicas
o filosóficas entre los años 1950 y 2000, han tenido tanta trascen-
dencia en la vida social, política y religiosa de naciones y pueblos
como la canción protesta latinoamericana vinculada a la teología
de la liberación. ¿Cómo se produjo ese engranaje entre canción
protesta latinoamericana y teología de la liberación?, ¿qué produ-
jo?, ¿por qué se articularon? Y ¿para qué se acoplaron?... A estas
preguntas del cómo, el qué, por qué y para qué, se pretende res-
ponder en este ensayo.

RNC 13
Denzil Romero • Foto: Enrique Hernández D’Jesús
Antonio Isea

AVENTURAS DEL LETRADO


LATINOAMERICANO:
EN TORNO
AL TRÁGICO MIRANDA
DE DENZIL ROMERO

Nuestro prisionero se consuela con los libros,


pero de tiempo en tiempo la impaciencia
y el desaliento se apoderan de su espíritu.

(AVENTURA Y TRAGEDIA DE DON FRANCISCO DE MIRANDA.


JOSÉ NUCETE SARDI)

La narrativa de Miranda o Miranda como narrativa


El proyecto narrativo de Denzil Romero sobre la vida de
Sebastián Francisco de Miranda (1750-1816) —La tragedia del
generalísimo (1983), Grand Tour (1987) y Para seguir el vagavagar
(1998)— aglutina en su tesitura una serie de inquietudes cultu-
rales que todavía mantiene en jaque al pensamiento crítico lati-
noamericano. Aquellas disquisiciones sobre la urdimbre de lo
identitario en Nuestra América, que tanto preocuparon y seduje-
ron al Oswald de Andrade del Manifiesto antropófago (1928), al

RNC 15
Gilberto Freyre de Casa Grande y Senzala (1933), así como al
Fernando Ortiz del Contrapunteo del tabaco y el azúcar (1940) y al
Mariano Picón Salas de De la conquista a la independencia (1944),
adquieren una más que refinada reflexión en la escritura novelís-
tica sobre Miranda que nos legara Denzil Romero.
Francisco de Miranda es una de las figuras más particulares de
ese gran libro de la historia latinoamericana que todavía está por
escribirse. Productor de un archivo narrativo que va de la escritura
diarística a un plan de Estado-nación pan-hispanoamericano,
Colombeia, y a un inagotable archivo epistolar, la figura del genera-
lísimo también ha suscitado un gran aluvión de narraciones.
Ejemplo de ello ha sido el trabajo de José Nucete Sardi, Caracciolo
Parra Pérez, Pedro Henríquez Ureña, Mariano Picón Salas y Carmen
Bohórquez (por sólo citar a los más citados).
En todo ese laberinto escriturario, la figura de Miranda posi-
bilita una reflexión que va más allá del comentario patriotero o
patriota para, de esa forma, investigar los fenómenos del cosmo-
politismo y la ilustración del siglo XVIII en Hispanoamérica. El
precursor de la independencia latinoamericana ha posibilitado,
podría argüirse, la aparición de un discurso crítico sobre los
riesgos y beneficios de lo que implica ser cosmopolita, ilustrado
y letrado en esa zona del mundo que Martí llamara Nuestra
América. El proyecto novelístico en torno a Sebastián Francisco
de Miranda creado por Denzil Romero puede leerse como una
gran contribución a esa larga tradición reflexiva que ha surgido
de la narrativa de Miranda o de Miranda como narrativa.

Las cuitas del Letrado


La noción de Miranda como letrado encuentra un interesante
comentario en la obra de dos de los padres de los estudios cultu-
rales latinoamericanos: Pedro Henríquez Ureña. En Las corrientes
literarias en la América hispánica, Henríquez Ureña articula una
curiosa definición de Miranda: Aunque era hombre de amplias lec-
turas, carecía de ambiciones literarias; sin embargo el diario que llevó,
extraordinario documento, lo coloca en una posición única dentro de

RNC 16
la literatura hispanoamericana. Ese hombre de amplias lecturas,
uso las palabras del maestro dominicano, también llama la aten-
ción de Picón Salas cuando en su De la conquista a la independen-
cia alude a Letrados de tanta significación como Pedro de Olavide y
Francisco de Miranda. Igual rótulo le otorga al generalísimo José
Nucete Sardi en Aventura y tragedia de Don Francisco de Miranda.
En su estudio sobre Miranda, Nucete Sardi observa que Miranda
va por los caminos del estudio; visita academias, observa arte… Asiste
a los teatros y las obras representadas merecen su crítica dejándonos
ver a cada paso su temperamento y preparación artísticos que lo capa-
citan para hablarnos de buen gusto y de profundidades estéticas.
El generalísimo es, sin duda, una variedad de esos letrados que
el pensandor uruguayo Angel Rama describiera de la siguiente
manera: Una pléyade de profesionales, escritores y múltiples servi-
dores intelectuales, todos esos que manejaban la pluma. Para Rama el
letrado se caracteriza por la capacidad para manejar el instrumen-
to lingüístico y por su poder casi mágico para ejercer la escritura y
mediante ella componer un discurso ideológico justificativo.
Ahora bien, el letrado en Latinoamérica tiene una contingencia
que lo desafía y lo cuestiona ad infinitum. Me refiero a una vasta
ciudad real donde lo ágrafo y la oralidad se expresan a través de la
más potente y sofisticada ubicuidad. Dentro de esta otra ciudad,
esa ciudad real que se contrapone a la ciudad letrada, encontra-
mos al productor de las cuitas del letrado. Me refiero a esa entidad
cultural que José Martí llamara hombre natural (el término lo
emplea Martí en su nunca bien ponderada Nuestra América). Este
ser neo-rousseauniano, el hombre natural, también puede enten-
derse bajo la rúbrica romántica de Volk o Pueblo y se ha caracteri-
zado por demostrar una más que comprensible desconfianza para
con la figura del letrado. Se trata, nos dice Rama, de una descon-
fianza respecto a su solidaridad y persistencia.
Martí no se equivoca al observar que, en Latinoamérica, al letra-
do o al criollo exótico, lo vence, una y otra vez, el buen hombre
natural. El mismo Rama señala que el letrado se encuentra rodea-
do en Latinoamérica por una población que le es lingüística

RNC 17
y socialmente enemiga. Sin embargo, esa pugna entre ciudad
letrada y ciudad real o entre letrado artificial y hombre natural, ha
sido una que ha encontrado escenario más allá del mal llamado
borde de occidente (Latinoamérica). La mayoría ágrafa siempre
ha existido en el teatro histórico de mundo de las naciones, para
usar el término de Giambatista Vico, para poner en jaque al letra-
do. Se trata de una pulsión democrática, o Long Revolution como
la llamó Raymond Williams1, que desde el comienzo de la moder-
nidad ha sido impostergable. Recordemos que de Max Weber a
Junger Habermas, por ejemplo, lo que se hace es poner en primer
plano el más que cuestionable poder de gestión de las élites letra-
das en Occidente. De allí que lo que le pasó a Miranda, su desfase
con su realidad circundante, no es un rasgo particular de esos seres
que han sido llamados, por falta de una terminología más pertinen-
te, subdesarrollados. Se trata de un drama endémico a la humani-
dad. O, como podríamos decir junto con Borges, se trata de que la
historia universal es la diversa entonación de un par de metáforas.
Sin embargo, el proyecto novelístico de Denzil Romero sobre
Miranda, texto que, en conjunto, podría titularse La tragedia del
letradísimo, nos sugiere que el pathos de Miranda es, también,
muy latinoamericano: Cúmplese así tu sino de gran perdedor; nadie
creía en ti; asustaba tu demasiado saber, tu exceso de cosmopolitismo,
tu desarraigo de más de cuarenta años, tu soberbia, tu engreimiento, tu
afrancesamiento, tu racionalista lógica cartesiana…tus manías euro-
peizantes que te impedían comprender la realidad de estas naciones.
En Nuestra América, en Puerto Cabello, en Venezuela, Miranda
choca bruscamente con una sociedad que desconoce y lo desco-
noce. El mundo colonial latinoamericano se levanta ante Miranda
como un texto ilegible (algo así como lo real maravillo carpente-

1 Williams, el padre de los estudios culturales en Gran Bretaña, en su obra del mismo título (The
Long Revolution o La larga revolución) señala la presencia de una apuesta revolucionaria, eman-
cipatoria y niveladora que se ha estado forjando, paradojalmente , como resultado de la empre-
sa capitalista en occidente y en sus zonas de acción.

RNC 18
riano). Esa pesadilla colonial que, todavía en el siglo XXI, no
hemos sabido asumir (Leopoldo Zea dixit) abruma al generalísi-
mo de Denzil. Novelas como La tragedia del generalísimo, partien-
do de la figura de Miranda, proponen la articulación de un suige-
neris discurso problematizante de nuestra dependencia cultural
latinoamericana.
El texto de Romero, premio Casa de las Américas en 1983, lleva
consigo un proyecto de desbancamiento de lo que podríamos lla-
mar la colonialidad del saber. Apuesta que en el plano ensayísti-
co filosófico del siglo XX hispanoamericano ha tenido sus más
fuertes ejemplos en La filosofía americana como filosofía sin más, de
Leopoldo Zea, y en el Calibán de Roberto Fernández Retamar. En
el caso de esta obra de Denzil Romero sobre Miranda vemos, más
que un ataque, una problematización del letrado tradicional como
un ser desconectado con su realidad. El letrado, el héroe-antihéroe
de Romero en La tragedia del generalísimo, podría, por último, leer-
se como un avatar del otro, el mismo Francisco Laprida del Poema
conjectural de Jorge Luis Borges donde Vencen los bárbaros, los gau-
chos vencen. Yo que estudié leyes y cánones…Yo que anhelé ser otro, ser
un hombre de libros… Al fin me encuentro con mi destino sudamerica-
no. El Franscisco Laprida del poema de Borges y el Miranda de
Romero encuentran su plenitud en la derrota de la ciudad letrada
de Ángel Rama y en la impostergable entrada en la ciudad real lati-
noamericana. El destino de ese Miranda producto de la ciudad
letrada encuentra su definición en la meseta del bochinche y
buchiplumeo nuestro americano.

2. Las otras, las mismas cuitas o ganancias del Miranda


de Denzil
En El manifiesto antropófago (1928-1929), Oswald de Andrade
sentencia: Sólo me interesa lo que no es mío. El Miranda de Denzil
parece, con sus posturas vitales, repetir el mismo enunciado de El
manifiesto antropófago. Se trata de ese Miranda que pretende que
los llaneros de Apure desfilen con la moda de los ejércitos de
Federico de Prusia. Sin embargo, a Miranda podría entendérsele

RNC 19
a la luz de lo que Néstor García Canclini, en Culturas híbridas
(1989), comenta sobre la obra de Jorge Luis Borges:
Muchos críticos leyeron en esta erudicción cosmopolita la prueba de
lo que significa ser culto en una sociedad dependiente, y por eso fue un
lugar común atacar a Borges como escritor europeo, irrepresentativo
de nuestra realidad. La acusación se cae cuando advertimos que no
existe ningún escritor europeo como Borges. Hay muchos escritores
franceses, ingleses, irlandeses, alemanes, que Borges ha leído, citado,
estudiado y traducido, pero ninguno de ellos conocería a todos los otros
porque pertenecen a tradiciones provincianas que se ignoran entre sí.
Es propio de un escritor dependiente, formado en la convicción de que
la gran literatura está en otros países, la ansiedad de conocer además
de la suya tantas otras; solo un escritor que se cree que todo ya fue
escrito consagra su obra a reflexionar sobre citas ajenas, sobre la lec-
tura, la traducción y el plagio, crea personajes cuya vida se agota en
descifrar textos lejanos que le revelen sus destinos.
La condición latinoamericana de Miranda es una que tiene,
entonces, interesantes avatares. Otro de los descendientes del gene-
ralísimo es el mismo José Martí. El Martí de Nuestra América llega,
sin duda, a aducir que un decreto de Hamilton no detiene al potro lla-
nero2. Mas, por otra parte, el apóstol de la libertad cubana, le decla-
ró a su gran amigo mexicano, Manuel Mercado, que todo lo ataba a
Nueva York3. Sin duda que los quince años (1880-1895) que Martí
pasó en las entrañas del monstruo, Estados Unidos, lo afectaron tal
como sucedió con el generalísimo, Francisco de Miranda, en su
vagavagar por Europa. La pulsión latinoamericanista en ellos, estar
lejos de la patria para poder estar cerca, es una paradoja que pro-
picia para ambos un trágico escenario final. La palabra tragedia,
voz con que Romero le da título a su primera novela sobre la vida
de Miranda (el texto se titula La tragedia del generalísimo) se torna,

2 Véase el ensayo Nuestra América en Martí, sus mejores páginas.


3 Véase la carta a Manuel Mercan en ob.cit.

RNC 20
entonces, en un vocablo apropiado para titular lo que ha sido la
historia cultural latinoamericana.
Resulta interesante apreciar que la tragedia, dice el Octavio Paz
de Los hijos del limo, es la estación final del itinerario de toda
empresa moderna. Allí, en las páginas de La tragedia del generalí-
simo, encontramos lo trágico y paradojal por excelencia: el hecho
de que el padre de la libertad hispanoamericana nos narre su
vida, momentos antes de su muerte, desde su celda en la Carraca
(se habla de la libertad pero desde el encierro). De hecho, tal con-
tradicción, paradoja o, acaso, ironía, es la que se convoca en el
imaginario venezolano cada vez que pensamos en Miranda. Me
refiero a que nunca pensamos en Miranda sino a través del céle-
bre ejercicio pictórico de Arturo Michelena titulado Miranda en la
Carraca (obra que se enfoca en ese episodio trágico de la prisión
de Miranda). El primer capítulo de La tragedia del generalísimo
nos ofrece la gran ironía pictórica que proclama ese cuadro de
Michelena. Allí, Denzil retoma esa escena plástica para hacernos
la primera descripción del generalísimo. La dicotomía del preso-
libre o del libre-preso, se convierte en metáfora de la condición
cultural latinoamericana. Miranda, como Latinoamérica, es libre
de ser cosmopolita, afrancesado, anglófilo, pero a la vez está preso
en ese mismo museo (laberinto) cultural occidental.

Epílogo de un vagavagar o lo que queda por hacer


Historia re-escrita, ficcionada o novelada —para jugar con el tropo
de Francisco Herrera Luque— es lo que queda por hacerse en
Latinoamérica. La apuesta novelística de Denzil Romero es un
paso significativo en lo que todavía está por hacerse en Nuestra
América. En ese proyecto de narrativa histórica de Romero acce-
demos a un texto de una modernidad abrumadora. Se trata de un
discurso contradictorio, lleno de incertidumbre, tal como debe
ser toda apuesta de lo moderno. Por momentos la narrativización
de la vida de Miranda parece ser una apología del letrado (del
Miranda que es lector e interlocutor de Rousseau, Diderot, Voltaire,
Locke, Hume y Berkeley). Mas es de recordar que el texto de

RNC 21
Romero deja muy en claro que el gesto y gestión del letrado lati-
noamericano termina en un malentendido, en una tragedia. Las
últimas palabras en este ensayo son las de Denzil Romero en su
diálogo con el otro/ el mismo Miranda:
Sueña tu espíritu con una América libertada, con un fajo de repúbli-
cas libres, ilustradas y prósperas… Pero, te sumes en un mar de dudas
y esa es tu derrota; miras a tu alrededor, los muros azumados que te
acogotan, los grillos que cuelgan de la pared, las alimañas que se des-
prenden del techo, y esa es tu única miserable verdad.

BIBLIOGRAFÍA

DE ANDRADE, OSWALD. Obra escogida. Caracas. Biblioteca Ayacucho, 1981.


García Canclini, Néstor. Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir de la
modernidad. México. Grijalbo, 1989.
HENRÍQUEZ UREÑA, PEDRO. Las corrientes literarias en la América hispánica.
México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 2001.
MARTÍ, JOSÉ. Sus mejores páginas. México, D.F., Editorial Porrúa, 1976.
MAYZ VALLENILLA, ERNESTO. «El problema de América« en Antología de la
filosofía Americana contemporánea. Leopoldo Zea (Ed) México. Costa-Amic
Editor, 1968.
NUCETE-SARDI, JOSÉ. Aventura y tragedia de Miranda. Barcelona. Plaza y Janés
Editores, 1971.

RNC 22
ORTIZ, FERNANDO. Contrapunteo del tabaco y el azúcar. Caracas. Biblioteca
Ayacucho,1978.
PAZ, OCTAVIO. Los hijos del limo. México. Joaquín Mortiz, 1987.
PICÓN-SALAS, MARIANO. De la conquista a la independencia. México, D.F., Fondo
de Cultura Económica, 1994.
PARRA-PÉREZ, CARACCIOLO. Miranda y la revolución francesa. Caracas. Banco del
Caribe, 1966.
RAMA, ANGEL. La ciudad letrada. Montevideo. Arca, 1984.
ROMERO, DENZIL. La tragedia del generalísimo. Caracas. Alfadil, 1987.
WILLIAMS, RAYMOND. The Long Revolution. New York. Harper and Row
Publishers, 1961.
ZEA, LEOPOLDO. La filosofía americana como filosofía sin más. México, D.F,
Siglo XXI editores, 2001.

RNC 23
Ilustración Ivan Estrada
Reyna Rivas

JESÚS MORENO SANZ,


POETA FILÓSOFO
VERDADERO

SON CASI SIEMPRE excepciones los poetas filósofos y a la inversa, los


filósofos poetas. Esa conjunción es siempre vocacional, por naci-
miento como solemos decir.
Por vocación y enraizamiento, Jesús Moreno Sanz, un pensador
español integral, es un filósofo poeta cabal. El es hoy nuestro obje-
to sujeto, arquetípico, diría yo, pues sólo así se han dado, se dan
y tal vez se seguirán dando esos creadores del pensamiento, abra-
zados a la razón poética, a la palabra poética, por nacimiento.
A Jesús Moreno Sanz y a su poemario Rahmaniel, el libro del
Hebrón van dedicadas estas líneas.
La biografía de este personaje arquetípico es ancha y profun-
da. Todo lo que ha escrito y pensado Jesús Moreno Sanz lo ha
hecho en profundidad. Las superficies las ama, sí, para hacer
camino en ellas; mas, las profundidades, aun corriendo el riesgo
del abismo y de las sombras ínferas, es lo que más ama este poeta,
sí, lo hondo, lo entrañado entrañable, lo arraigado, lo abismal
abismado, las sombras aurorales o crepusculares, las sombras que
dan luz, esas, las que los poetas conocen: las de la iridiscencia, las
de la caída del tiempo, las de las demoras y urgencias de la razón
poética, las de la palabra perdida, las del camino recibido, las de
la palabra revelada.

RNC 25
Pensamiento puro, pensar siempre naciendo es el de Jesús
Moreno Sanz. Su poesía quedó sembrada en los versos que inte-
gran esa bellísima inflorescencia lírica a la cual él tituló Rahmaniel,
el libro del Hebrón.
Libro pequeño en número de páginas, mas libro anchuroso, pro-
fundo en poesía, en palabra recibida, en razón y raciocinio líricos
nombrados en el modo más refulgente y transparente que imaginar
podamos. Igualmente en otros poemarios de Jesús Moreno Sanz:
Recorrido de sombras, Región de arena, Imán, entre otros.
Jesús Moreno Sanz ha sido y es, no creo exagerar diciéndolo,
el más fiel seguidor, discípulo e investigador de la obra y el pen-
samiento de esa española excepcional, honra de la palabra espa-
ñola: María Zambrano: transeúnte de siglos de pensamiento puro,
creadora, sí, creadora de un pensar profundo, singular y único:
el pensamiento, la filosofía de María Zambrano. Las obras que
Moreno Sanz ha dedicado al pensar zambraniano son un regalo,
un documento valioso para el conocimiento, la aproximación
cognoscitiva a una de las obras más significativas en el pensa-
miento universal.
Encuentro sin fin, La razón en la sombra. Antología del pensamiento
de María Zambrano, Biografía de María Zambrano y María Zambrano
y Nietzsche, (en preparación para próxima publicación estas dos
últimas), son todas y cada una de estas obras un trabajo profun-
do, exhaustivo de Moreno Sanz para María Zambrano y para el
largo camino que ella recorrió desde su nacimiento en Vélez
Málaga en 1904 hasta 1991, fecha de su muerte en Madrid, fecha
de su partida a la eternidad, al siemprenunca como yo llamo las
temporalidades y atemporalidades allí , en la conjunción entraña-
da de la vida y la muerte.
Rahmaniel, el poemario que estas líneas ocupa, está precedido
de dos grandes frases hondas, verdaderas: A ciertas almas no se les
descubrirá nunca a no ser que antes se las invente (Zaratustra al
joven junto al árbol de la montaña) y otra frase del Corán: El cora-
zón no desmiente lo que ha visto.

RNC 26
Feliz encuentro el de esas dos verdades a través de todos los
poemas de Rahmaniel. Verdades que son honradas, cantadas, tras-
cendidas en la ingravidez que sólo la levitación del alma mantie-
ne en vuelo con las alas en alto. Así dice Jesús Moreno Sanz:

Mi corazón despierta
un instante y sabe
que soñó un sueño
de donde parten
adonde regresan
todos los radios
de un único viaje

La estancia más amplia de estos versos es el sueño y los tiem-


pos del soñar, allí en su inagotable infinitud verbal …

He soñado un país
que me ha horadado
dejándome despierto

¿Es Rahmaniel el espejo más claro de Jesús Moreno Sanz? ¿Es


él, él mismo, cuando se encuentra con su otro en el país crepuscu-
lar adonde llegó y siempre estuvo en paz?
Y si digo que es el sueño el ámbito más amado por Rahmaniel
es porque al sueño le atribuyo otros ámbitos muy suyos: el silen-
cio cuando se deja oír y el tiempo cuando se enmascara con el
rostro y la voz de la paciencia, la voz del tiempo otro, el de serse,
contraserse o soñarse. El de soñarnos a nosotros mismos en los
espejismos o en las asombrosas sombras de los crepusculares y de
los arenales, como dice Moreno Sanz:

Un silencio que sólo es alcanzable


desde extremadamente lejos

RNC 27
Sí, es ese tiempo otro el de Rahmaniel, el de ese espejo donde
el que mira y lo mirado son la misma complacencia..
Igual, cuando el poeta, después de haber dicho que la patria
del sueño exige ser mirada nos aconseja: sé generoso con su cortesía
y cédele una forma real: tú.
Al final de ese poema, en una de las líneas más profundas de
este florilegio lírico el poeta nos dice: a través de sus cuidados, viajé
por llegar allí y ver el espejo.
Pensando y releyendo yo una poesía del poeta sufí Rumi, ama-
dísimo de Jesús Moreno Sanz, agrego estos versos de Rumi: A
través de la eternidad la belleza descubre su forma exquisita. En la
soledad de la nada coloca un espejo ante su rostro y contempla su pro-
pia belleza.
Hacia la mitad del poemario, el paisaje, y la aridez toman el cen-
tro lírico de Rahmaniel y allí las caravanas, las palmeras, el noma-
dismo, los peregrinos, los caminantes, la libertad, la paz, los
mensajeros, los que pasan, los que huellan los arenales. Es que
ha comenzado el libro del Hebrón, mejor dicho, el camino del
Hebrón. Así le canta el poeta:

Un país de palmeras
las caravanas del invierno al Sur
las caravanas del verano al Noreste
las antiguas rutas del incienso
y el oasis que surgió del sueño

… y nos sigue aconsejando el poeta así:

Excava la agradable claridad


excava el tesoro escondido
excávalo porque él es tu herencia
Nunca se agotará ni deja
de proveerte de oro y de agua

RNC 28
Conocedor del islamismo, Jesús Moreno Sanz comparte con
sus lectores ese conocimiento. Lo acreditan largos años estudian-
do el pensamiento filosófico islámico, la poesía islámica, el sufis-
mo y sus poetas y ha suscitado nuestra admiración por su traduc-
ción al español de algunas obras de Louis Massignon, ese mago,
pensador francés devoto de toda devoción del islamismo en
todos sus aspectos. Hemos dado las gracias a Jesús Moreno Sanz
por la traducción de Ciencia de la compasión y de Parole donnée,
pues así, en español nos ha procurado un acercamiento más pro-
fundo, un amor más profundo para saborear palabreando el decir
diciente de Louis Massignon. Y hacemos este paréntesis pues esas
líneas meridianas del sufismo poético viven sembradas en la poe-
sía de Moreno Sanz.
En Rahmaniel y su camino del Hebrón, la poesía es la poesía
dice, la poesía canta. Es conmovedora esta estrofa :

Más grande es
que el paraíso tu gozo
donde extingo los pasos
con que entré quedándome
afuera pues sólo no siendo
alcanzaré mi ser tuyo

Hondura de pensamiento, uso del ser y el no ser, uso del ser


siendo, extinción del camino y del paso que le sembró sus hue-
llas es lo más conmovedor en esa estrofa. Y es que desde hace ya
un largo tiempo el ser, así, en infinitivo verbal sustantivado, dejó
de ser pertenencia única y absoluta de la filosofía para ser tam-
bién pertenencia entrañada y arraigada de la poesía, valga decir
mejor, para entrar en la razón de ser de la poesía. Y de esas hon-
duras, desde esa razón de ser, Moreno Sanz le canta al valle del
Hebrón y lo nombra: tierra intermedia donde cupo el vasto confín de
un amor sin más fuego que el preciso del atardecer, y sigue, y nos-
otros saltamos páginas, leemos frases de antes y de después para
ver y oír la poesía intacta en cada palabra, en cada oración, en

RNC 29
cada compás, en cada acento sin más puntuación que algunos
dos puntos, algunas comas o algún punto y aparte cuando son
impositivos. Por esa razón de ser continúa Jesús Moreno su verso
con el que entró quedándose afuera y por eso mismo más adelante
dice: asiduamente permanecí ante tu puerta.
Desiertos, grutas, ocultos calveros, extremas hondonadas y las
más altas montañas, allí donde los insomnes velan acechando la apa-
rición de las estrellas, allí donde recorren las praderas de oro las blan-
cas camellas porteadoras del agua, allí, donde yerguen su altura las
palmeras verdes y las higueras brillantes.
Algunos poemas de este Rahmaniel del Hebrón parecen venir
de algún libro sagrado: dulces mandatos para dulces obediencias:
has de pasar junto al árbol has de reconocer su aroma: se estremecerá.
Y yo agrego casi profanando: nos estremeceremos, poeta, por el
aroma del árbol allí cantando, perfumando tu cadencioso decir, tu
decir diciendo: aprieto y anchura temor y esperanza angustia y des-
ahogo, sí, tú lo sabes, poeta, que tu palabra puede evocar una danza
muy pura, un canto bienaventurado como este:

Cómo es que en ti he adivinado mis entrañas


más oscuras cuando alcancé aquellas otras laderas
que sólo en sueños me soñaron libre absuelto
y mirándote escribir mi destino en la arena.

Ser de la arena, ser de arenales marinos o desérticos es Jesús


Moreno Sanz, poeta filósofo, palabrero y palabreador, hechicero
del verbo. Gran señor de las letras y del pensamiento puro, gran
señor de lo originario, de lo que siempre ha estado y estará nacien-
do. Amador y amante de la verdad, de la transparencia y de la luz.
Caminador incansable de un sendero que nos puede ofrecer
cuando menos lo esperemos, el camino recibido, el luminoso trán-
sito irradiante.
Apasionado siempre, trabajador incansable, obrero y celador
de la palabra recibida, mago del tiempo pues, si tiene que trans-
mutar o transverbar un instante en una eternidad o extasiar la

RNC 30
eternidad en un instante, tal vez, él mismo no sabe cómo, pero
la verdad es que cabalmente lo hace.
Conocedor del milagro y del misterio, conocedor profundo de
la ciencia y del arte de la música, oidor embelesado del ritmo uni-
versal donde danzan en armonía las constelaciones y las órbitas
celestiales. Habitante y habitado en y por la más pura y fulgurante
razón de amor… meditativo y abstrayente, deshacedor de espacios
en leguas intransitables, dadivoso en palabras y de palabra… des-
tinatario de una región de arena, bienaventurado tú, poeta, por
encontrarte a Rahmaniel, sorprendido tú por la verdad de un
sueño, de muchísimos sueños. Y es que Rahmaniel con tu mirar
te mira y tú a Rahmaniel con su mirar le miras.
Gracias, poeta por la palabra inasible, gracias por tu palabra
dada, así en poesía pura.

Abril de 2006.

RNC 31
Salvador Garmendia • Foto Enrique Hernández D’Jesús
Marisa Vannini de Gerulewicz

EL TURPIAL QUE VIVIÓ


PARA SIEMPRE

EL ORO CREPUSCULAR del cielo larense vio nacer a Salvador


Garmendia, en la luz de un día de 1928. Dicen que recién naci-
do siguió con los ojos el rumbo de los pájaros, bien alto en el rojo
y el violeta de la tarde lejana, a través de la ventana abierta de su
casa de Barquisimeto, olorosa a suero, a dulces campesinos y a
recuerdos. Desde entonces se vio claro que iba a ser un niño
inquieto de inasibles vuelos, un espíritu intangible, pleno de esa
aura luminosa que caracteriza a los grandes creadores, aquellos
que en su elevación se acercan cada vez más a Dios.
Adolescente, se formó dentro de la amplia vorágine de influen-
cias literarias que estaban en boga para entonces. Absorbió lo
mejor del realismo mágico y de la orfebrería barroca del lengua-
je en escritores como Asturias, Carpentier, Rulfo, y sin embargo
supo conservar una voz propia, inconfundible, que signa toda su
obra y la hace intemporal.
Mientras emprendía los caminos del periodismo, el joven narra-
dor larense comenzaba a construir sus historias, todas basadas en
el tráfago urbano, en ese transcurrir febricitante de la gran ciudad,

RNC 33
siempre a medio hacer, incompleta e inconexa, incomprensible,
inaprensible, inconclusa y convulsa cada día con las angustias de
todos sus habitantes. En ese espejismo colectivo, en esa gran ilu-
sión de realidad que a todos nos produce la metrópoli, en ese tiem-
po intemporal, deshumanizado, se gestan los primeros pasos de
Salvador Garmendia dentro de la narrativa venezolana.
Entró de lleno en la escritura y en la bohemia al adherirse al
conocido Techo de la Ballena, grupo intelectual surrealista. Allí se
nutre y redefine su escritura entre mil corrientes vanguardistas
que confluían en el país para el momento, y al confrontar ideas y
posturas con diferentes escritores y pensadores, comienza a
decantar ese inmenso caudal creativo en obras como Los pequeños
seres (1958), su primera novela. En ella, con la visión penetrante
del periodista y el talento del narrador, traza un bosquejo de la
monótona y a la vez desesperante vida de quienes moran, sufren
y se mueven como por una inercia interminable dentro de ese
espacio gris y alienante de la gran urbe. En 1959 le fue otorgado
el Premio Municipal de Prosa por este libro, asombroso y aluci-
nante, fiel retrato de la Caracas de mediados del siglo XX.
Se siente en la obra de Garmendia una fuerza telúrica prove-
niente quizá del aliento visceral, que teje en la misma urdimbre
de la sangre el origen provinciano, y con él, unido a cada palabra
que escribe, el choque realista contra las miserias humanas, con-
tra el hundimiento del hombre como ser integral, contra la deca-
dencia de la grandeza del alma en una crónica desesperanza.
Con un lenguaje fino, deslumbrante y con la misma visión som-
bría del fracaso colectivo de los hombres de ciudad, explora nue-
vos ámbitos en novelas como Los habitantes (1961), Día de ceniza
(1963), La mala vida (1968), Los pies de barro (1973) y Memorias
de Altagracia (1973).
El género fantástico lo seduce y atrae posteriormente, lleván-
dolo a adentrarse, sin perder la crudeza y la diafanidad que lo
caracterizan, en narraciones sorprendentes, como sus relatos
Doble fondo (1966), Difuntos, extraños y volátiles (1970), Los escon-

RNC 34
dites (1972, Premio Nacional de Literatura), El único lugar posible
(1981), La gata y la señora (1987) y Cuentos cómicos (1991).
En esta misma urgencia de plasmar lo que le inquieta y pertur-
ba, la demencial existencia urbana, el devenir de los seres acosa-
dos por el peso de los días grises, maneja con soltura y sutileza la
ironía, el vértigo del humor negro que se presenta en situaciones
y personajes de otras obras suyas, como El inquieto Anacobero y
otros cuentos (1976), El brujo hípico y otros relatos (1979), Hace mal
tiempo afuera (1986) y El capitán Kid (1989).
Al mismo tiempo que proseguía su obra literaria, el prolífico
narrador ejercía la docencia universitaria y sin cesar en sus labo-
res dentro del periodismo escrito, se asomaba con acierto al campo
de la creación audiovisual. Realizó diversos programas de radio y
guiones para televisión, entre los que destacan sus excelentes pro-
ducciones en el área de la telenovela, que pretenden una inteligen-
te renovación del género, como La señora de Cárdenas.
En 1989 Salvador Garmendia es distinguido con el Premio Juan
Rulfo por el cuento Tan desnuda como una piedra. Viaja hacia otras
fronteras y cruza otros cielos, recorre otros senderos, pero siempre
fiel a su permanente ansiedad, preso tras los muros de esa inso-
portable deshumanización de los grandes núcleos urbanos.
El milagro estaba por ocurrir. Los barrotes de la invisible prisión
se abrieron un día, y el niño que era Salvador Garmendia se libe-
ró de su angustia existencial, dejó atrás toda la vacuidad del que-
hacer urbano, y volvió por sus fueros. Desandó caminos y encon-
tró en animales, piedras, y flores campesinas, la grandeza de las
pequeñas cosas. En plena madurez, el autor descorrió el velo de
su fantasía y nos llevó por las rutas del sol, del horizonte abierto,
hacia el maravilloso paisaje de la infancia.
Dentro de su obra por hacer, dentro de sí, guardaba ese mara-
villoso tesoro oculto por tanto tiempo. Galileo en su reino nos
cuenta las vicisitudes de un verdadero gato caraqueño, digno y
majestuoso como suelen ser todos ellos, que vive sueños de gran-
deza. Un pingüino en Maracaibo refiere una historia real, muy

RNC 35
conocida en la región zuliana, llena de picardía. Ambos relatos
plasmados en ediciones muy cuidadas, están llenos de magia y
sencillez, de ese hacer cotidiano de nuestros niños y también de
ese imaginar, de ese fabular tan propio de la niñez.
Donde realmente se revelan la hondura y alcances del creador,
del demiurgo, con un lenguaje poético de incomparable diafani-
dad y una historia trascendente dentro de su sencillez es en El
turpial que vivió dos veces. Digno de un estudio profundo y de
mayores reconocimientos, este libro, que no es sólo para niños,
plantea en forma amena y comprensible la metáfora de la trans-
migración del alma humana. El turpial herido, cansado de vivir,
no desea cantar. El niño, su carcelero y su liberador, abre la puer-
ta de la jaula, y el ave celebra su libertad definitiva regalando la
magia de sus trinos para elevarse luego al infinito, a vivir otra
vida, totalmente libre y plena, así como el hombre, turpial cauti-
vo en la red de cotidianas artimañas, de fútiles rutinas, libera su
alma un día, escapa a otros espacios, y comienza una verdadera
existencia, en un estadio superior.
Mi familia de trapo es otro sueño de la infancia que Garmendia
nos propone como último saludo, en ese libro póstumo publi-
cado por Playco Editores (1994), cuyas fascinantes ilustraciones
realizadas por Lilian Maa’ Dhoor y Teresa Mulet tienen el valor y
la gracia de basarse en muñecos de trapo rebosantes de alegría y
color, fabricados especialmente para esta ocasión, que intentan
cobrar vida en virtud del maravilloso lenguaje de Garmendia.
Soñar con una Venezuela serena y diáfana, es un privilegio que
nadie podría arrebatarnos. Es nuestro derecho soñar con los días
de la tranquilidad en las calles, de la amabilidad en las esquinas,
de las noches íntimas y seguras en las cuales la oscuridad no
albergaba peligro sino neblina, aromas de flores y si acaso, algu-
no que otro fantasma trasnochado.
La obra nos introduce en un universo distinto donde escapamos
del tráfago cotidiano, de la Caracas urbana, del caos citadino, e
ingresamos a aquellas plácidas viviendas y antiguas calles de nues-
tros primeros años, y también de los primeros años de Venezuela.

RNC 36
La afable inocencia de estos seres de trapo se asemeja en efec-
to a la inocencia de una Venezuela lejana, la Venezuela provincia-
na, indudablemente más grata y más pura, ingenua y copada de
poesía. Venezuela era esa familia, era ese mismo pueblo lumino-
so y risueño que nos pinta Garmendia. Una familia llena de colo-
res, encajes, botones y sedalinas para bordar, retazos y alfileteros,
hilvanes de fantasía.
Venezuela era una familia de trapo, de bello trapo, donde el jefe
de la casa se dirigía a pie a su trabajo y al regresar, para el almuer-
zo, pasaba por el mercado comprando aguacates o nísperos.
Donde la señora bordaba y tejía, y en las tardes preparaba polvo-
rosas y jaleas para el consumo familiar. Los niños improvisaban
sus juguetes, y en su juego tenía la observación un lugar prepon-
derante. Se admiraba la inflorescencia de las plantas, el vuelo de
las aves, los colores del mar. Y cada hogar apreciaba la invalora-
ble compañía de domésticas gallinas, tímidos conejos, pacientes
morrocoyes y estridentes guacharacas.
Los sueños de trapo de Garmendia nos remiten a la misma
infancia campesina, a esa familia plasmada en el tiempo y el espa-
cio, a esa casa luminosa de la niñez, morada de puertas despeja-
das que a través de la niebla de los años aún esparcía su hálito
afectuoso y creador en el alma del autor, cuando urdía las aven-
turas de estos personajes, larenses, venezolanos, universales.
El texto nos llega con su acento diáfano de siempre, con su
prosa poética, con ese toque de humor lleno de gracia criolla y
sutil armonía en el relato que Garmendia esparce generosamente,
y con él respira entre líneas la misma presencia afectiva que sen-
timos a pesar de su ausencia. La singular familia de trapo de esta
historia nos pone a soñar con volver a ese pueblo claro, habitado
por gente sencilla y sonriente, donde contemplamos el cielo y el
río, donde conversamos un día con los árboles y otro con los
pájaros. Las piedras hablaban, la calle y el sol nos miraban y pare-
cían también decirnos algo muy importante.
Salvador Garmendia, uno de los más grandes narradores venezo-
lanos y de los más fecundos, ha llevado la autenticidad de su obra

RNC 37
literaria más allá de las fronteras. El carácter universal de su narra-
tiva de alta factura y profundidad lo distingue y lo proyecta en el
ámbito internacional, y su prosa incisiva y realista ha influido en
muchos escritores actuales. Poco antes de dejarnos, ha querido
legarnos la maravillosa espontaneidad y frescura de sus relatos
infantiles, siempre marcando rumbos elevados, trazos de infinitud.
En este entre siglo lo hemos visto partir, silencioso, en un adiós
incierto, porque para muchos de nosotros él alienta para siempre,
en un cielo de grandes tunales, donde vuelan turpiales inasibles.

RNC 38
Ivonne Rivas

RELACIONES CON LOS


SERES Y LAS COSAS:
SOBRE LA ORALIDAD
Y LA ESCRITURA

El sonido sólo existe cuando abandona su existencia.

WALTER J. ONG.

LAS SENSACIONES Y percepciones tienen lugar en el tiempo, pero las


que se vinculan al sonido guardan una relación especial con el
tiempo, ya que el sonido existe en el momento en que deja de serlo.
Cuando lo percibimos es evanescente, no podemos detener el
sonido en su instante de presente, contenerlo es una sensación en
el tiempo, siempre lo registramos luego de ocurrir. El sonido se
resiste a ser inmovilizado, siempre está en movimiento, no se da
en forma fija como registra la visión, sólo existe cuando deja de
ser y en constante fluir.
Estas reflexiones partiendo del planteamiento de W. J. Ong, nos
obligan a pensar en los vínculos, relaciones, que instauran los
hombres con los seres y las cosas, conexiones que si se establecen
partiendo de la palabra hablada, oral —esencialmente sonido—
van a ser de una forma y si se parte de la palabra escrita —emi-
nentemente visual— van a ser otras. Por ello trataremos de

RNC 39
revisar las particularidades de estas formas de relación, comuni-
cación y conexión de la humanidad.
Todos los pueblos establecen muchos tipos de relaciones, de
uniones, con los seres y las cosas. Entre ellas están las que se sus-
tentan en la palabra, hablada o escrita, las cuales se logran median-
te el lenguaje articulado o el escrito. Recordemos que el lenguaje
es el hecho cultural por excelencia, que está caracterizado por una
singularidad humana: la capacidad de simbolización.
La relación oral la realizan los hombres mediante códigos
construidos y expresados por la palabra hablada, el habla, don
natural de todo homo sapiens, la otra es la relación escrita donde
la existencia de una técnica creada por los hombres, código mate-
rializado en escritura, pasa a ser intermediario de las sociedades
con todo lo creado y existente. Entre los múltiples soportes mate-
riales en los que se registra este hallazgo técnico, la escritura,
podemos mencionar los petroglifos, los libros, las computadoras
y todos los dispositivos culturales creados por las sociedades
letradas para guardar el pensamiento en el tiempo utilizando la
palabra escrita, la grafía pictográfica o ideográfica.
El conocimiento de sociedades donde prevalece la oralidad, las
cuales no consignan en el tiempo sus ideas, pensamientos y sue-
ños con códigos visuales, plantea que esas sociedades y los uni-
versos culturales creados por ellas, no necesitan de una memoria
material que preserve, detenga en el tiempo, el acontecer de sus
pueblos; para ellas tiene poca importancia la secuencia temporal
lineal de pasado-presente-futuro, viven un tiempo circular de mag-
nificación del presente. Observamos unas formas de relación y
comunicación de estos pueblos con el medio ambiente, sus seme-
jantes y toda la realidad circundante, inmediata, no mediatizada
por registros visuales.
Los pueblos orales crean culturas que corresponden a maneras
de relación con todo y en todo donde prevalece la palabra habla-
da. La ponderación del presente y lo factual es otro rasgo resal-
tante en esas sociedades, las cuales desarrollan códigos de comu-
nicación y relaciones donde predomina lo oral y lo auditivo. Estas

RNC 40
sociedades tienen una visión de mundo particular, en la cual el
pensamiento y la conciencia de la colectividad tiene mayor impor-
tancia que los del individuo. No existe preocupación histórica
en ellas.
Difieren notablemente estas culturas orales tradicionales de las
culturas caligráficas. La conciencia reflexiva e individual, eminen-
temente histórica, de las culturas letradas establece vínculos donde
los códigos son los intermediarios en las relaciones con los seres
y las cosas.
Otra distinción resaltante entre las culturas orales y las letradas
es la relación dialéctica continua con el entorno. Los pueblos sin
letras tienen conciencia de que la palabra dicha es la vida. La
palabra y su sonido expresado en forma oral, articulado, es el
vehículo sin tregua para acercarse a la realidad y de inmediato
recrearla y entregarla. En las sociedades letradas o caligráficas, la
palabra escrita, representación visual del sonido, se distancia de
la realidad, mediatiza y consigna en el tiempo.
Octavio Paz expresó (…) el lenguaje es una vasta metáfora de la
realidad, cada palabra es metáfora de aquello que designa y esta-
blece la distancia existente entre la palabra y el objeto. El ser cul-
tural del hombre lo separa del ser natural y lo vuelve otro, distan-
te a sí mismo.
Estas diferencias entre lo oral —sonido— y lo escrito —visual—
como rasgo constitutivo de las culturas elaboradas por los hom-
bres, ha creado a lo largo del ejercicio humano diversas dificulta-
des para entenderse la humanidad. No significa valoración ni
supremacía de unas sobre otras, sólo formas de relación, visiones
de mundo y estadios vitales que han dificultado la comprensión
entre las culturas dialogantes.
Particularmente, tenemos que reflexionar sobre las culturas
orales tradicionales y las culturas orales actuales, las diferencias
de ellas con las culturas letradas del pasado y las de ahora.
Observamos que cuando no hay la necesidad de la palabra
escrita, nos ubicamos en un espacio y un tiempo donde el regis-
tro del acontecer no es lineal, el espacio-tiempo (del presente al

RNC 41
futuro, conciencia histórica) se desenvuelve en un tiempo mítico,
circular, donde el pasado y el futuro se sincronizan en el presen-
te. Lo real es tangible y accesible mediante la palabra oral; el
habla es un hecho, una acción como toda la vida. Podemos decir
que la oralidad es fundadora e inmediata referencia de la realidad,
recrea un tiempo no histórico y nombra, funda la realidad a cada
instante. Es el mito en constante fluir, donde nace y renace siem-
pre el todo.
Las sociedades que desarrollan culturas letradas luego de dife-
rentes estadios culturales crean la técnica escrituraria. La necesi-
dad en determinado estadio humano y social de crear códigos y
estructuras altamente refinadas para consignar en el tiempo su
pensamiento y memoria, surge en estos pueblos orientados por
las demandas de su momento; la palabra escrita se inicia e inter-
viene, mediatiza en toda relación con lo existente e imaginado en
esas sociedades.
Los grupos humanos crean y aportan a la naturaleza lo que les
es necesario y mediante esos procesos de creación e inventiva, la
humanidad se desenvuelve entre lo cultural y lo natural que les
es propio. Esta humanidad, al inventar la técnica de la escritura
se sustenta en el análisis, la reflexión y los procesos individuales
de interpretación. Acercarse, conocer y comprender los seres y las
cosas a través de la palabra escrita es una necesidad determinada
por diferentes referentes culturales.
La palabra escrita y la invención de todos los códigos gráficos
creados por el hombre, se convierten en memoria artificial mate-
rial y constituyen el soporte principal de las culturas alfabetiza-
das; a su vez, se erigen en formas de apropiación de lo existente
y en vehículo para aumentar lo creado. Esta magna capacidad
humana, sin embargo, lo distancia de lo que lo rodea y obstacu-
liza su conjunción con la totalidad.
Por el contrario, las culturas orales establecen una relación
inmediata con la globalidad y esto les permite la comunión de los
hombres con el todo y sus partes, la realidad está allí y forman
parte de ella. Resaltemos que el ser bio-cultural del hombre lo

RNC 42
lleva a elaborar códigos culturales muy refinados en su afán de
apropiación y ampliación de la realidad, aun cuando estas estruc-
turas culturales lo alejen de su ser natural. Lo cultural, a diferen-
cia de lo natural, remite más a exterioridad que a interioridad, de
allí que Claude Lévi-Strauss en 1968 exprese: la cultura (…) todo
ese universo artificial que es aquel en el cual vivimos como miembros
de una sociedad.
Esta perspectiva de lo cultural y el estudio de los vínculos del
hombre con su entorno, nos conduce a ver la oralidad como una
forma de relación. El ejercicio natural del habla en las culturas
con grafía o sin ella, establece diversas relaciones las cuales están
determinadas por la oralidad. Esta oralidad difiere notablemente
en las culturas tradicionales y las actuales. El habla es un bien que
no es patrimonio exclusivo del pasado y la tradición. La actuali-
dad nos demuestra cómo las sociedades se desenvuelven median-
te las relaciones que establecen sus herencias de seres orales y
letrados, aun cuando existen grupos humanos donde prevalecen
los vínculos de una u otra conexión con lo que los rodea.
La relación de los seres humanos con conciencia de la necesa-
ria vinculación inmediata y armónica con la realidad, donde priva
lo directo e inmediato del presente creativo, es determinante en
los pueblos tradicionales; en cambio, la relación interrumpida,
alienada y parcial con el entorno es característica de las socieda-
des tecnológicas actuales.
Cuando trabajamos con culturas orales tradicionales, observa-
mos que los procesos históricos, sociales y económicos en los
cuales están inmersos los llevan mediante diferentes formas de
transculturación, ya sea por intercambio o imposición para inter-
actuar culturas diferentes, a la confusión y pérdida de sus estruc-
turas tradicionales de relacionarse, haciéndolos extremadamente
frágiles y en peligro de desaparecer en forma material o espiritual.
Ante esa situación algunos rasgos esenciales culturales que se
encuentran en el ámbito de lo espiritual-mental como sería la len-
gua, la mitología, la historia, los valores culturales en general y
todo el acervo patrimonial que se conserva a través de la palabra

RNC 43
hablada, oral, corre el riesgo de perderse, debido a que la memo-
ria colectiva se menosprecia, no se practica y desaparece.
Esta situación, que ha sido la constante desde tiempos inmemo-
riales, cuando interactuaron culturas orales y culturas letradas (lo
cual obedece a que los procesos culturales están determinados por
muchos aspectos históricos, sociales, económicos y otros concer-
nientes a cada sociedad, que creará lo que le es necesario en el
momento decidido) estuvieron signados por procesos de inter-
cambios culturales desiguales de los grupos humanos con prácti-
cas diferentes de relacionarse. Esos intercambios determinaron la
fusión de los aportes culturales, convirtiendo en otras nuevas a las
manifestaciones culturales de los viejos grupos humanos.
El mestizaje sabio, en conjunción con la vida, enriqueció las
posibilidades humanas. Recordemos las relaciones de los asiáti-
cos orales del Gengis Kan con los letrados chinos. Los intercam-
bios de los macedónicos letrados de Alejandro Magno con los
letrados persas e hindúes. Los traumáticos vínculos de los euro-
peos —letrados—, los africanos y los amerindios —orales— en
América, y muchos otros ejemplos de la confrontación cultural
donde las culturas letradas y las orales dialogaron con dificultad
y la vida continuó sus designios.
Ha sido lento el entenderse. Ejemplo de ello es el hecho de que
en la mayoría de los casos las relaciones que se sustentan en lo oral,
con su peculiar relación con el cosmos y el sentido de la existencia
que determina formas de actuar y ser, no es valor y se menosprecia.
Cuando nos inscribimos en culturas con escritura y reconoce-
mos los beneficios de la oralidad, queremos transmitir a las socie-
dades letradas los valores de las culturas orales y las creaciones de
sus espíritus. Vemos la necesidad del respeto absoluto al pensa-
miento de esas culturas orales y la obligación responsable de
estudiosos y creadores que nos relacionamos a través de la media-
ción de la escritura con los seres y las cosas, de transmitir lo que
ellas son y crean sin desvirtuarlas.
Otra alternativa para el bien de la humanidad estará en apro-
piarse y versionar textos y manifestaciones culturales de distintas

RNC 44
facturas determinados por lo oral y, con el debido respeto y cono-
cimiento de sus esencialidades, seleccionarlos y entregarlos en
códigos gráficos para crear puentes necesarios a las sociedades,
de forma tal que interactúen y se enriquezcan mutuamente.
Registrar y entregar las concepciones del cosmos, los universos
de los pueblos orales, lleva a crear a las culturas letradas, creacio-
nes, tejidos de palabras e íconos necesarios para el acercamiento,
valoración y disfrute del patrimonio de los pueblos, tesoros que
corresponden a refinadas estructuras culturales creadas en relación
a los valores de las sociedades y los individuos que las integran.
Entre esas sofisticadas estructuras se encuentran los mitos, los
cuales tienen la validez de todo corpus creado por los hombres
para entender el Cosmos y sus componentes. El mito reposa en
el inconsciente individual y colectivo, da forma vital a nuestro
sentido del yo y del mundo. El habla humana es instinto con mitos
(…) la figura de dicción debe haber sido en el comienzo el personaje
literal de la construcción mitológica. Lenguaje y mito se desarrollan
recíprocamente (George Steiner, 1996).
Los relatos míticos tuvieron su nacimiento en momentos proto-
históricos donde no surgió la necesidad de la escritura y fueron
transmitidos por vía oral hasta nuestros días, luego del surgimien-
to de los alfabetos se consignaron mediante la palabra escrita y se
convirtieron en libros sus múltiples versiones, versiones porque la
apropiación de esos bienes colectivos al hacerse individual posibi-
litan miles de lecturas e interpretaciones para transmitirlas, man-
teniéndose la historia en sus infinitas variantes formales.
Desde la óptica de nuestra cultura mestiza —herencia europea,
indígena y africana— los clasificamos como literatura (literatura:
del latín literae, letra del alfabeto, escritos), historia u otras simi-
litudes que convengan a la hora de interpretarlos y consignarlos
dentro de nuestras culturas letradas, no obstante, sin convenir a
la esencia formal y funcional de esos relatos de base oral.
La forma de contarlos o decirlos en el momento de transmitir-
los por la palabra escrita, los harán relatos de las culturas predomi-
nantemente visuales y corresponden a su imaginario. La historia

RNC 45
apropiada será la esencia del mito o relato cosmogónico o ético
y la forma individual de entregarlo, versión, corresponderá a los
particulares códigos culturales, medios estéticos y retóricos que
utilice el autor que dispone de la tecnología de la escritura.
Los pueblos de nuestra contemporaneidad están sometidos a
una amplia cultura audiovisual, que utiliza la palabra oral y la
imagen para manipulación del individuo. El lenguaje audiovisual
fortalece la individualidad y separa de la colectividad (se nutre de
los beneficios de la oralidad —mundo de sonido— y de la escri-
tura —mundo visual— para fines muy particulares: económicos,
políticos, etc.). La forma en que se estructuran los lenguajes
visuales y auditivos se dirigen a fines ajenos en muchas ocasiones
al bien común. Conservan el rasgo de exaltación del presente
para fines comerciales, muy distantes de satisfacer a los hombres
en sus trayectos vitales; alienan, establecen una ruptura entre las
necesidades del ser individual y los intereses de la colectividad.
Cuando nos proponemos abordar las pertinencias de los tér-
minos Oralidad y Escritura en una cultura letrada occidental y
mestiza como la nuestra, se nos plantean diversos asuntos en
cuanto a las relaciones que se establecen entre la forma natural de
comunicación mediante la palabra hablada o a través de la escri-
tura, tecnología altamente elaborada por la inventiva de los hom-
bres. Platón (en su época eminentemente oral, cuando se iniciaba
el uso de la escritura) consideraba a la escritura como una tecno-
logía externa y ajena. En la actualidad existe el mismo escepticis-
mo por las computadoras.
Debemos resaltar las diferencias entre el habla natural, oral, y
la escritura, que es completamente artificial, técnica. La escritura
o grafía surge de la conciencia humana y sus transformaciones,
mientras que el habla asciende a la conciencia desde las profun-
didades del inconsciente (Walter J. Ong, 1993).
Estas manifestaciones humanas, oralidad y escritura, determi-
nan algunas expresiones que se sirven de ellas, ejemplo el mito.
Todas las culturas cuentan con un rico acervo de explicaciones de

RNC 46
los estadios humanos y del surgimiento de los seres y las cosas,
los cuales refieren, unos los orígenes del Cosmos y sus compo-
nentes, otros explican sobre problemas de índole moral y ético
atinentes a la naturaleza humana y necesarios de entender para el
desenvolvimiento social y el conocimiento de sí mismo (incesto,
lo común y lo individual, el bien y el mal, etc.) Esos conjuntos de
textos son los mitos y surgen de la palabra hablada para luego
pasar a la escrita. Estas creaciones en las culturas, en las socieda-
des orales tradicionales utilizan distintos recursos para ser guar-
dadas en la memoria, entre esos recursos o delicadas estructuras
mnemotécnicas destacan: las reiteraciones, el desarrollo de tra-
mas narrativas, patrones fonéticos, sintácticos, métricos, melódi-
cos, rítmicos, utilización de lugares comunes con apoyo de len-
guajes corporales y gestuales, todo ello para recordarlos y trans-
mitirlos una y otra vez, ya que son las bases de la existencia del
individuo y la sociedad.
La historia del mito es su esencia y la transmisión, oral o escri-
ta, modifica su expresión y estructura, pero nunca la finalidad
establecida en la historia de lo que se debe transmitir. Intérpretes
de interpretaciones son los que acometen tan importante misión,
por eso consideramos que (…) la sociedad oral concibe la palabra
como un evento, una acción y no como un registro de conocimientos o
mediadora entre el sujeto y el objeto (Carlos Pacheco, 1992).
Estas aproximaciones a los hechos del habla y de la grafía esta-
blecen actualmente, en las sociedades letradas, correspondencias
entre ambos acontecimientos e intercambios de comunicaciones
y de propuestas estéticas. El tránsito de lo ORAL a lo ESCRITO
trae como consecuencias múltiples posibilidades de relaciones y
expresiones. Los intérpretes de interpretaciones (Platón en el Ión
al referirse a los rapsodas, los nombra intérpretes) aproximan a
los mitos, mediante el estudio, registro grabado y transcripción
que luego recrean o versionan a través de la escritura, ofrecen el
patrimonio mitológico que pertenece a todos, sea en Venezuela,
América o el mundo.

RNC 47
Experiencia y conocimiento que lleva a entregar los mitos y
otros relatos de esas culturas sin escritura en el formato visual de
textos escritos que los convierten en otros, diferentes en forma y
en finalidad a los registrados en grabación directa de las fuentes
orales de donde surgen, aun cuando sean documentados en res-
petuosa reverencia a la cultura que los creó. Se crea una versión
o recrea el mito y se entrega. Intérpretes, traductores con la res-
ponsabilidad de crear puentes y lazos para enriquecimiento de la
humanidad mediante la apropiación de lo que les pertenece.
Conocer la riqueza de los mitos y las tradiciones orales al ser
dichos y oídos en sus pueblos orales, alienta la posibilidad de que
una vez escritos, lleguen a ofrecer respuestas a nuestras culturas
letradas, sin olvidar que en el tránsito de lo oral a lo escrito se
convierten en otras formas expresivas tramadas por la particular
historia personal y social del autor, escritor. Actúan diferente
cuando son libros en las sociedades y comarcas orales actuales. Al
decir de Ong (…) una imagen equivale a mil palabras. Las posibi-
lidades orales son dinámicas e infinitas para plasmarlas en signos
gráficos. Actos de apropiación, donde se establecen múltiples
relaciones entre lo oral y lo escrito.
Escritores contemporáneos pertenecientes a la cultura letrada
utilizan dentro de sus obras recursos que son propios de la orali-
dad, en el afán de restituirle a la palabra su comunión con el obje-
to que designa. El anhelo es que la construcción literaria se corres-
ponda con la realidad que recrea.
En consecuencia, existe en la actualidad preocupación por
tomar el alma de lo oral y construir catedrales del lenguaje escri-
to, para fortalecer las posibilidades de relación.

Julio 2006. En Caracas

RNC 48
BIBLIOGRAFÍA

DERRIDA, JACQUES. De la gramatología, México, Siglo XXI Editores, 1971.


LÉVI-STRAUSS, CLAUDE. Antropología estructural, México, Siglo XXI Editores, 1979
ONG, WALTER J. Oralidad y escritura: Tecnologías de la palabra, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica. 1993.
PACHECO, CARLOS. La comarca oral, Caracas, Ediciones La Casa de Bello, 1992.
PAZ, OCTAVIO. El arco y la lira, México, Fondo de Cultura Económica, 1973.
STEINER, GEORGE. Antígonas, Barcelona, Editorial Gedisa, S.A., 1996.

RNC 49
Juan Calzadilla • Caligrafía, 1986
Edgardo Malaspina

ELEMENTOS
DE VERSOTERAPIA

LA MEDICINA A LO largo de los siglos ha experimentado cambios


que se corresponden con el acontecer científico y social. En su
campo la evolución y la revolución de diferentes teorías terapéu-
ticas han tenido sus momentos estelares: unas mantienen su
vigencia, otras han sido rechazadas, otras más han surgido y
esperan la prueba del tiempo, y nuevamente las rechazadas han
retornado. Es el eterno batallar de las ideas, donde las nuevas
pueden ser las mismas viejas pero olvidadas, según Engels. El jui-
cio de la práctica humana, que no es más que el producto del
ensayo y del error, dicta su veredicto final. Algunos métodos
curativos de ayer, desechados al ser catalogados de no convencio-
nales, hoy han resurgido como complementarios y alternativos,
porque son sustitutos de prácticas aceptadas de manera más
general. La medicina complementaria y alternativa (MCA) puede
definirse como aquella que no emana de los laboratorios y de la
experiencia clínica. La MCA excluye los métodos científicamen-
te estudiados y rechazados y comprende todas las estrategias a
las cuales recurren los pueblos para alcanzar y mantener su
salud.(Harrinson, edición número 16).

RNC 51
Entre las medicinas alternativas y complementarias estudiadas en
el libro de Principios de Medicina Interna (Harrinson) se encuentran
la acupuntura (aplicación de agujas en puntos energéticos de aca-
nales o meridianos), la técnica de Alexander (empleo eficaz de los
músculos para aplacar el dolor), la medicina antroposófica (siste-
ma espiritual con aplicación de plantas, dietas y la euritmia), la
aromaterapia (empleo de aceites para masajes, baños o inhalacio-
nes), medicina ayurvédica (medicinal tradicional en la India), flores
de Bach (uso de las flores para controlar las emociones), biorretro-
alimentación (empleo de aparatos para interpretar fenómenos fisio-
lógicos), terapia craneosacra (manipulación suave del cráneo y la
columna vertebral), movimientos Feldenkrais (movimientos que
destacan la colocación precisa de la cabeza en una posición ade-
cuada), imaginación guiada (empleo de la imaginación para produ-
cir imágenes específicas para tratar de modificar la función fisioló-
gica), hidroterapia (diferentes usos del agua para tratar enferme-
dades), hipnosos, masajes, meditación, osteopatía (manipulación del
sistema musculoesquelético), medicina natural, medicina nativa
estadounidense o de cualquier otro pueblo, como la de los indíge-
nas venezolanos, quiropráctica (ajuste de las vértebras de la colum-
na), reflexología (estimulación manual de puntos en las manos y
los pies), Rolfing o integración estructural (manipulación de teji-
dos profundos como las aponeurosis), acupresión (presión digital
en los puntos de los meridianos acupunturales), medicina tibetana,
tai chi (danza china), imposición de manos, movimientos trager
(masaje suave con movimientos pasivos suaves), yoga, medicina
unani (medicina persa).
Otros tipos de medicina alternativa y complementaria están aso-
ciadas a las artes y la cultura en general, como la musicoterapia (la
música como antiestrés tiene tres variantes: sonoroterapia o poder
fisiológico de la vibración; ritmoterapia o estimulación con el ritmo
y la meloterapia o poder afectivo de la melodía), la danzaterapia o
el baile como ejercicio físico, la arteroterapia (uso de las diferentes
artes plásticas como expresión emocional), la cuentoterapia (narra-
ción de historias), fototerapia (uso de fotos propias o ajenas), la tea-

RNC 52
troterapia o dramaterapia, risoterapia y más de 120 modalidades
terapéuticas no convencionales descritas por Ann Hill en su libro
Guia de las medicinas paralelas (Primer Congreso Internacional de
Alternativas Terapéuticas, Caracas,1991).
Se sabe que escribir y leer tienen efecto terapéutico. La catarsis
producida por estas dos actividades puede ser provechosa para la
salud. En el presente trabajo nos centramos específicamente en
una de las formas literarias más antiguas como lo es la poesía, tra-
tada en calidad de una de las tantas variantes de la medicina alter-
nativa y complementaria. En efecto estamos hablando de un nuevo
concepto en el ámbito de las terapias alternativas: La versoterapia.
La versoterapia es el uso de la escritura y lectura de la poesía con
fines terapéuticos. Los especialistas clasifican las prácticas de la
MAC en cinco grupos: 1.Basadas en principios biológicos (homeo-
patía, dietas). 2.Manipulativas y fundadas en el cuerpo (masaje,
quiropráctica). 3.Técnicas psicosomáticas (meditación, hipnosis).
4. Medicina energética (acupuntura, uso de imanes). 5. Sistemas
alternativos (combinación de todos los métodos anteriores).
De lo expuesto anteriormente se desprende que la versoterapia
está ubicada en el terreno de las técnicas psicosomáticas, porque
busca el bienestar del cuerpo a través de la mente.
El uso de la poesía como terapia alternativa podemos funda-
mentarlo en los siguientes aspectos que incluyen sus variantes,
manifestaciones y mecanismos de acción:
1. Su empleo, complementario de la terapia convencional
principal, es absolutamente inocuo y, por el contrario, sólo puede
inducir cambios positivos en la evolución de la enfermedad.
Aunque existen muchas teorías para explicar el mecanismo de
acción de las terapias alternativas, no hay ninguna científica-
mente comprobada (precisamente esa es una de las característi-
cas de las MAC); no obstante, la siguiente leyenda de la medicina
hindú es muy elocuente y nos ilustra sobre cómo puede benefi-
ciar la poesía:
Un hombre fue herido por una flecha envenenada. Dime lo
que habría pasado si el hombre hubiera dicho: No permitiré que

RNC 53
me limpien la herida sin conocer el nombre del hombre que me hirió,
sin saber si es noble o brahmán, un vaisya o un sudra. No permitiré
que me curen antes de que me digan a qué familia pertenece, si era
grande o pequeño o de talla mediana, ¿de qué madera estaba hecho el
arco que disparó la flecha que me alcanzó? El hombre moriría de su
herida. Buda dice: Ocurre lo mismo con la medicina que cura ¿Qué
importa lo que sea o de dónde provenga con tal que pueda curar?
Si el paciente acepta la poesía, la lee, la escribe y le ayuda a sobre-
llevar y superar sus males, entonces su uso se justifica plenamente.
2. La acción positiva de la versoterapia puede ser explicada por
el efecto placebo. El fenómeno anterior se define como la sensa-
ción de mejoría que experimenta un paciente con un tratamiento
falso. Su efecto es positivo sólo si el paciente supone su valor cura-
tivo. Volvemos al punto número uno: Si el paciente acepta la poe-
sía como lector o como hacedor de versos, y esas actividades sir-
ven para paliar su enfermedad, entonces su uso es recomendable.
Placebo proviene del verbo latino placere, que significa com-
placer. En la Edad Media la palabra se refería al lamento de las
plañideras profesionales en los funerales de alguna persona. En el
siglo XVIII ya significaba algo que simulaba un medicamento. La
Historia de la Medicina es la historia de los placebos. En China
de 2.000 medicamentos, sólo la efedrina fue comprobada como
efectiva contra la tos en 1920, y específicamente contra la del
asma. La medicina de Mesopotamia usó 265 remedios. En el
Papiro de Ebers se nombran 842 prescripciones y 700 remedios.
En la India se emplearon 600 remedios. El Corpus Hipocrático
menciona 400 drogas. Galeno habla de 820. En la Antigüedad se
usaron aproximadamente 4.785 drogas y 17.000 prescripciones,
todas placebos, de cuyos efectos positivos no hay duda.
Esas fueron las armas terapéuticas de los médicos del pasado.
Por otro lado, 30% de los norteamericanos recurre a las terapias
alternativas y el 90% de las mismas se fundamenta en el efecto
placebo. Si la enfermedad mejora con el placebo, entonces el sus-
trato de la misma es el cerebro, el alma, el espíritu, y la poesía es

RNC 54
nuestra única tarea espiritual, según Mallarmé. Para un mal espi-
ritual, un remedio espiritual: la poesía.
Antes de recetar la versoterapia es necesario precisar la existen-
cia del efecto nocebo: ocurre cuando un paciente niega las expec-
tativas deseadas. No sólo la gente con alguna inclinación hacia la
lectura o escritura de los versos puede obtener los efectos positi-
vos de la lírica, sino también los pacientes que aceptan la autori-
dad de quien la prescribe: Santa Hildegard curó a una mujer que
sufría de flujo sanguíneo recomendándole colocar en su cuerpo
unos versos donde se instaba a la sangre a detenerse.
3. La psiconeuroendocrinoinmunología puede explicar los
efectos benéficos de la poesía. El término fue acuñado en la
Universidad de Rochester en 1980 por Robert Adler, para descri-
bir la interacción entre el cerebro, el sistema endocrino y el siste-
ma inmunológico. Esta ciencia estudia la influencia que podemos
ejercer con nuestros pensamientos sobre el cuerpo en busca de
salud. Las emociones actúan sobre nuestro organismo para bien
o para mal. El aspecto psicológico está unido al físico. Una idea
puede crear cambios biológicos en el organismo. Las ideas posi-
tivas fortalecen la capacidad de lucha contra las enfermedades,
las negativas debilitan el sistema inmunológico. La tristeza y la
depresión disminuyen las células naturales killer (que luchan
contra los virus y tumores), el optimismo produce efecto contra-
rio (Gil Adí, 2001). Neruda repudió las tristezas en sus versos y
elogió la alegría. Los poemas médicos de Alma Fuerte, verbigra-
cia, pueden infundir ánimo en los pacientes.
4. La poesía es arte y éste es un factor que puede servir para
humanizar la relación médico-paciente. Para André Malraux el
arte es un modo que tiene el hombre de rescatar su propia gran-
deza oculta. Por lo que también forma parte del arsenal terapéu-
tico del médico y en el consultorio puede ser recomendado a los
pacientes. Por supuesto que el médico debe estar lo suficiente-
mente preparado para sugerir un tratamiento de naturaleza cul-
tural. Así vemos que el médico británico Simón Opher empezó a

RNC 55
utilizar un innovador programa para tratar ciertas dolencias con
poesía, arte y cerámica. Estas dolencias van desde el estrés, pro-
blemas de relaciones y el abuso de las drogas. La consulta médi-
ca se redujo hasta en 75%. Opher dice: Pienso que mucha gente
viene a ver a un doctor, pero sus problemas no son siempre médicos,
algunas veces son sociales o espirituales. Ese tipo de consejos médi-
cos incentiva a la gente para que cambien sus vidas y conozcan a
otras personas. La cultura, como método terapéutico, relaja, da
seguridad y aumenta la autoestima. La propia creatividad de la
gente les ayuda para curarse más rápido.
5. La composición de versos tiene efectos terapéuticos porque
es un diálogo, además de íntimo, con los demás. Como con toda
escritura en general, al hacer poesía se hace terapia de relajación,
de reflexión y de meditación. Hanif Kureishi, escritor británico
afirmó: Si queremos una cultura, si la cultura tiene algún sentido, tiene
que actuar como una terapia: en el sentido de que esto es lo que somos;
no somos especiales, somos como todos los demás. Cuando hice terapia
trataba de curarme, cuando escribo un libro trato de curar a otros.
Ernesto Cardenal (2006) realizó un taller de poesía para niños
con leucemia en el Hospital La Mascota de Managua. El proyec-
to se lo sugirió el célebre pediatra italiano Dr. Giuseppe Masera,
diciéndole que con esta enfermedad los niños desarrollan una gran
capacidad expresiva y que, además, esto podía ser de gran valor tera-
péutico para ellos. Como resultado, los niños escribieron hermosos
poemas que muestran el amor por lo que los rodea y sus ansias
de vivir. He aquí un ejemplo:

MI ENFERMEDAD

Tenía un tumor en el pecho


o como dicen, en el tórax,
y vine cuando tenía 5 años.
En clase me daba sueño
y eso me daba risa.

RNC 56
Cuando comenzó mi enfermedad
todo lo que comía lo vomitaba.
Ya no gustaba comer.
Mi mita Elvira me llevó a todos los hospitales.
Mi papá vive en San Isidro
y tenía en Estela una amiga doctora
que sólo me daba jarabe.
Mi mamá Nubia me vio el pecho hinchado.
Después me llevaron al hospital de Estela
y de allí al Hospital La Mascota con un dreno.
Soy paciente de Oncología 1, pero
a veces me quedo en Oncología 2, pero
no me quedo en hematología porque
eso es un problema de sangre.
Tengo una amiga que se llama Catherine
que está en hematología.
Dice mi doctor que ya estoy bueno
y el anda de vacaciones fuera del país.
(Tony José González, 6 años, Río Blanco, Matagalpa)

Nos preguntamos si ante enfermedades tan terribles piensan


estos niños en la muerte. Probablemente no; a esa edad no se
tiene conciencia sobre el final de la existencia. La naturaleza sólo
se ha mostrado generosa para con aquellos a los que ha eximido de la
posibilidad de pensar en la muerte. A los otros los ha entregado al
miedo más antiguo y corrosivo sin ofrecerles ni sugerirles los medios
para superarlo (Cioran, 1993:123).
Por eso la naturaleza nos regaló una edad especial: la niñez. No
obstante, cabe la posibilidad de que ante tanto sufrimiento, estos
niños desarrollen una madurez prematura y la idea de la muerte
no les sea ajena, lo que facilita sus destrezas poéticas. La última
palabra no la tendrá la muerte, sino su poesía.
6. Risoterapia. La poesía asociada al humor nos lleva necesa-
riamente a la risoterapia o método para equilibrar la salud a través
de los pensamientos divertidos, la sonrisa, la risa y la carcajada.

RNC 57
La risoterapia sirve para afrontar mejor la vida porque cambia
nuestra manera de pensar, de negativa a positiva. La percepción
de las cosas y las situaciones se hace a través del optimismo, la
alegría y el humor. Los mecanismos de acción de la risa se efec-
túan en los niveles bioquímicos, fisiológicos y psicológicos. El Dr.
Rubistein dijo que la risa es un verdadero desintoxicante moral
capaz de curar o por lo menos atenuar la mayoría de nuestros
males; y además, agrega, no hay ningún peligro si se supera la
dosis. (www.ecojoven.com).
La risoterapia también se define como una puerta para lograr
la relajación y abrir nuestra capacidad de sentir, de amar, de lle-
gar al éxtasis y la creatividad. El buen humor libera las tensiones
del cuerpo, rejuvenece, elimina el estrés, la ansiedad, la depre-
sión; sirve para adelgazar, elimina dolores, mejora la respiración
y nos da alegría, aceptación de la realidad, comprensión de los
demás; relaja los sentidos y cambia las pautas mentales. Cuando
reímos liberamos endorfinas, responsables de la sensación de
bienestar y reducimos los niveles de la hormona del estrés y el
cortisol en la sangre. (www.alegríadevivir.com). En algunas cultu-
ras ancestrales existía el doctor payaso o payaso sagrado, para curar
con la risa a los guerreros enfermos. En China y la India se cons-
truyeron templos especiales para reír y poder mantener la salud.
En los años treinta del siglo XX en EEUU se estudiaron los efectos
del humor sobre el cuerpo; y desde 1979 se empezó a difundir la
idea de la risa como terapia.
El Dr. Norman Cousins, editor de un semanario, enfermó de
espondilitis anquilosante, una forma de artritis muy dolorosa y
limitante. El pronóstico era muy negativo, pero decidió recurrir al
humor con películas de los hermanos Marx y Chaplin. En ocho
días mejoró notablemente. Luego escribió sobre su experiencia en
el libro Anatomía de una enfermedad. La risa libera las energías
negativas, afirmó Freud. La ciencia confirma la suposición anterior
al comprobarse que un segundo después de iniciada la risa el cór-
tex cerebral libera impulsos eléctricos negativos. La risa elimina

RNC 58
bloqueos emocionales, físicos, mentales y sexuales. Produce amor,
ternura, alegría, energía, vitalidad; relaja la musculatura esqueléti-
ca de brazos y piernas, aumenta la frecuencia cardiaca y libera los
sentimientos negativos como la ira y la frustración. El Dr. Patch
Adams, sobre quien se hizo una película muy famosa, recurrió al
humor para tratar las enfermedades con resultados positivos.
La risoterapia a través de la poesía nos lleva a versorisoterapia:
poemas, versos o simplemente cuartetos que socavan la aspereza
de la realidad cotidiana para alegrar nuestro espíritu, lograr una
sonrisa y hasta hacernos estremecer de una carcajada.

RNC 59
Ilustración Iris Villamizar
Tulio Monsalve

DESDE LA IGLESIA
DE MIRAFLORES
HASTA NOTRE DAME

LOS PERSONAJES DE Vargas Llosa siempre sufren de amor o por


amor. Varguitas —Tía Julia y el escribidor, Seix Barral, 1971— le
confiesa a su tutor Pedro Camacho: Tengo una pena de amor, amigo
Camacho, —le confesé a boca de jarro, sorprendiéndome a mí mismo
por la fórmula radio teatral; pero sentí que hablándole así, me distan-
ciaba de mi propia historia y al mismo tiempo conseguía desahogar-
me—. La mujer que quiero me engaña con otro hombre. Pedro
Camacho, analiza la situación y sesudamente considera sobre el
tema varias opciones: El duelo, en estos países aplebeyados se paga
con cárcel... En cuanto al suicidio ya nadie aprecia el gesto… no gene-
ra sentimientos sino burlas. Camacho prefería contra esa clase de
mujeres que se le escribiera una carta, dura, hiriente, lapidaria que la
haga sentirse una lagartija, sin entrañas, una hiena inmunda. ¿Por
que él, habría de quedarse aletargado mientras le crecen los cuernos?,
¿por qué permitirle a los adúlteros que se solacen fornicando? Hay que
estropearles el amor, golpearlos donde les duele, llenarlos de
dudas. Ilustrado consejo.
Varguitas tiene una forma especial de ver y sentir el amor
sobre todo cuando para alejarse de sus muecas y patrañas acude al

RNC 61
humor. Sabia decisión. Alejarse y hacer burla de los afectos. Esta
novela refleja un momento muy específico de Vargas Llosa y es
como una expresión de su educación sentimental; aprendizajes de
vida y andanzas en ese período, en el cual buscaba su camino y
maneras como escritor. Ahora veamos, ¿qué puede haberle pasado
al escritor y su alter ego Varguitas, de La tía Julia y el escribidor, de
1971, hasta llegar a Arturito de las Travesuras de la niña mala,
2006? Este reencuentro, con sus aventuras amorosas nos decepcio-
na, vuelve a sufrir de amores adúlteros. Torna a padecer de las mis-
mas dolencias. Reitera y sufre. Sufre en su pasiva reiteración.
¡Oh… amores infames!
La novela se inicia al ritmo de mambo, con el debut de Pérez
Prado en Perú y bajo el orden de una estructura lineal cuenta la
vida de Arturito. Lo ubica en Lima desde el espacio de sus referen-
cias juveniles en el plácido y aburguesado barrio de Miraflores.
Recibe el título de abogado, el destino o su voluntad lo impul-
san a París. Pero ya viaja como portador de ese padecimiento con-
traído al rozarse con el infeccioso amor de su niña mala.
Es, ¿quién lo duda?, una novela de amor, ¿Pero qué tipo de
amor? El de los sufridos, pues el padecimiento y placeres que con-
creta al contacto con la niña mala lo marcan, lo atan hasta el fin
de la vida, en un tempo romanticón de siglo pasado. Creando ese
complicado morbo del amor, en el que están presentes de un lado
la pasión, y del otro los atávicos principios que lo condenan a su
origen miraflorino. Cree en el amor puro.
En esencia es un sentimental que estima que los afectos lo pue-
den todo. Inclusive, hasta cambiar, ¡oh iluso!, la ruta hacia el
poder y todo lo que otorga el dinero. Emblemático y único fin
que se ha trazado la niña mala.
Ella es una preclara muestra de lo que es un escalador social.
Toda su corporeidad está dispuesta, diríamos bien dispuesta, para
acompañar su morbosidad y despropósitos para buscar el éxito.
Ricardito, mas convencional, mas burgués gentilhombre, lo único
que desea es vivir, con cierto y regular encanto, las bondades de
París, pas mal du tout (no está mal del todo). Dejar la buhardilla

RNC 62
del Hotel du Senat, cerca de Saint Germain y ubicarse en otro
lugar más charmant, más del 16. Al paso, lograr consolidar su
imagen de éxito ante sus lejanos amigos de Lima.
Más nada o nada más. El plan vital hacia el éxito que se ha tra-
zado la niña mala es claro. Indiscutible. Invariable. Los caminos
que debe seguir serán infinitos, se inician con su llegada hasta
Cuba de la mano de los espíritus que a nombre de la revolución
latinoamericana llevaban mucha gente a La Habana. Para ella, era
la única llave que el destino puso a mano para huir del Perú.
Regreso exitoso, pero, hacia Paris, casada con diplomático francés.
Reencuentro feliz con Ricardito, alumno aventajado y fiel a la
hora de cumplir sus mandatos carnales, amor y más amor, siem-
pre hasta llegar al triángulo oscuro de su perdición (ruta del sexo
que sigue por mandato preciso de la voz de la niña mala). En su
peregrinaje salta a Londres y a New Market, mundo sofisticado
de los criadores de caballos. Nuevo y desfachatado desplante a su
enamorado; revive en el Japón bajo la protección de un podero-
so yacuza, traficante, entre otras cosas, de afrodisíacos. Huida y
nuevo encuentro con Arturito. Quien aún no sabe realmente ni
siquiera el verdadero nombre de la niña mala. Su ciclo se va a
cerrar en Francia, con drama y muerte incluida.
El amor que presenta la obra viene a consolidar la canónica
tesis sobre el consorcio matrimonial como institución poco pro-
picia para la pasión, según el canon literario tanto del S. XVIII, el
XIX, actualizada en XX y quizás vigente para el XXI. Esta escalada
para ahorcar la pasión con el matrimonio tiene antecedentes
famosísimo. Una de ellos, Madame Bovary (1857), quien tiene en
mente y como una tarea acabar con las sentimentales novelas de
amor que leyera en su colegio de religiosas. Maltrata y cornea al
bueno de Charles Bovary, tal como lo hace la niña mala con su
pretendiente.
Luego aparece otro portento de los cuernos y la violencia
sexual —siempre fuera del matrimonio— que es Ana Karenina,
(1868, de León Tolstoi) que al encontrarse con Wronsky, resuel-
ven unir sus fuerza sexuales, con tan terrible y telúrica tenacidad

RNC 63
que la misma sociedad de San Petesburgo se afecta y termina por
liquidarlo, este desborde lúbrico.
Imposible olvidar en este recuento de adúlteras célebres a Ifi
de Briest (1895) de Theodor Fontane, quien, no satisfecha con la
práctica y eficacia de su marido, Instetten, lo sustituye por el
Mayor Crampas. El marido conociendo el mal de los cuernos lo
reta a duelo, mata a Crampas y en castigo lapida a su mujer Ifi.
Son todas mujeres que arrebatan, apasionan y castigan impúdica-
mente a quien se pretenda su marido, es la misma negación que
expresa la niña mala, sobre la opción de hacer pareja (que lo diga
su ex marido Monsieur Arnoux, a quien no solo engaña, sino
birla los ahorros de su honorable vida).
La niña mala, igual que algunas de estas mujeres, ve su vida
pasional como un recurso para el ascenso social. Terminando
como ellas: destruyendo su posible y utópica pareja y la conse-
cuente idea del matrimonio. Otro personaje bien logrado de la
novela es París. Ricardito se mueve, desarrolla y cada vez que sufre
un nuevo desprecio de la niña, termina su círculo de desgracias en
lugares del Barrio Latino. Sus coordenadas topográficas se mueven
entre la Petite Source, en el carrefour Odeon, Les Deux Magots,
el Café Dantón, la Rhumerie en Saint Germain, La Closerie de
Lilas, la avenida del Observatoire hasta llegar a La Coupole, y otros
sitios; muy singulares son las reseñas que hace de los lugares de
su preferencia.
Estos espacios acomodan su personaje, le dan marco y parti-
cularizan su carácter. Otros escritores latinos también han toma-
do a París como plano para hacer vivir a sus protagonistas, por
ejemplo las señas que ilustran los caminos del Barrio Latino que
destaca Julio Cortazar en Rayuela, son bien diferentes. Así le
cuenta a Rocamadour: este París: …vivimos en piezas oscuras que
huelen a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después
fríe huevos y pone discos de Vivaldi… todo lo que hacemos es el amor,
parados, acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando
cantando, y afuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso
empieza con un gorrión o una gotera, llueve muchísimo aquí…

RNC 64
Notoriamente son dos formas de ver y sentir la ciudad, cada una
restringida por la sensibilidad, ánimo y origen de quien escribe.
¿Cuál mejor? No es el punto, sencillamente son formas de perci-
bir. Ricardo Somocurcio nunca logra descifrar a la siempre huidi-
za niña mala. Nunca llega a conocer a la persona amada tan bien
como pretende. La relativa, intermitente e imprecisa intimidad
entre Arturo y la niña se establece únicamente a través del con-
tacto sexual. Lo cual solo deriva en más separación con el otro.
Paradójicamente y en contra de las teorías de Erich Fromm, que
suponía que la unión física significa superar la indiferencia. La
niña mala no leyó a Fromm, y si lo leyó no le paró ninguna bola.
No existe entre Ricardito y la niña ningún interés común frente al
mundo. No tienen nada que compartir. Solo profesan una atrac-
ción pervertida en la cama o cuando dan rienda suelta a su odio
y a su rabia recíprocos. (E. Fromm).
En esta pareja los deseos sexuales sólo se estimulan por la angus-
tia de sus soledades del hoy o futuras. Se unen por la vanidad o el
egoísmo. Por el deseo de herir y aun de destruir, como recurso para
sobrevivir a sus individualidades. Son dos seres que casi se identi-
fican el uno con el otro. Resuelven el problema de la separatidad
convirtiendo a cada individuo aislado en paradoja. No pueden ver
el amor como un acto de la voluntad y un compromiso. En esen-
cia no importa demasiado quiénes son las dos personas.
Para él y para ella, el amor a sí mismos —narcisismo— termi-
na volviendo la libido un factor de aislamiento.
Freud sostiene que el amor es una manifestación de la libido,
y que ésta puede dirigirse hacia los demás o hacia uno mismo. En
Ricardito el amor viene como cura a su soledad, vive en París,
pero sueña con Lima. La niña odia al Perú, lo quiere erradicar de
sus antecedentes. No acepta la situación que se plantea con su
pretendiente; contradicción, ese pobretón peruano es la única
referencia vital que posee. Por eso lo odia en el fondo.
Ninguno logra entender que el amor a los demás y el amor a
ellos mismos debe ser una realidad alternativa que los conecta en
caminos que van, pero también tienen venida. No entienden que

RNC 65
siendo capaces de amar a los demás se encontrarán una actitud de
amor a sí mismos. El amor narrado en el personaje de Ricardito
Somocurcio, se parece bastante al del personaje Vargas Llosa ciu-
dadano del Perú. Ambos aman en forma narcisista. Uno y otro
sufre el desprecio de esa niña mala que tanto anhelan. Uno a la
mujer y el otro a la masa o pueblo. No hay que olvidar que la niña
por mucho que compre y vista Versache, siempre será hija de una
india y un cholo medio brujo, encantador de mareas.
Porque la niña mala del Perú no le da el sí, no lo escoge. Lo
desprecia, humilla y prefiere, oh colmo de colmos, a un japonés.
En la novela la niña mala opta por un mister Fukuda, (desdeña a
Vargas). Este despreciable —mafioso— caballero, capaz de sodo-
mizar y violentar a la niña mala de diversas terribles maneras, es
su escogido.
¿Cómo superan ambos personajes su soledad (Vargas Llosa y
Ricardito)? En primer término, aceptando la estricta rutina del
trabajo burocratizado y mecánico, Ricardito como traductor en la
UNESCO y Vargas de vuelta a la literatura. Tal como lo dice la
niña mala al termino de la novela: siempre has querido ser escritor
y no te atrevías (…) aprovecha ahora que, con mis desprecios, te he
dado motivos para una novela. Preferimos que siga sufriendo por
sus amores no correspondidos. Así ganamos todos, tenemos un
buen escritor y no un mal candidato presidencial.
Referencia anecdótica: Ricardito Somocurcio, en uno de sus
arranques de desconsuelo, decide suicidarse, escoge para su acto
dramático el escenario del mil veces nombrado Pont Mirabeau.
Desde allí ha de volar al infinito, en el camino decide recordar los
primeros versos del Poema de Apollinaire:

Sous le Pont Mirabeau


Coule le Seine
Faut-il qu´il m´en souvienne
De nos amours
Ou après la joie
Venait toujors la peine.

RNC 66
El personaje está organizando su manera de morir. Asunto por
demás serio. Por tal se explica que haya omitido (con el acuerdo
del escritor y sus correctores) un verso del poema cuya letra ori-
ginal es:

Sous le pont Mirabeau


Coule la Seine?
Et nos amours?
Faut-il qu’il m’en souvienne?
La joie venait toujours après la peine.

Imagino que en las circunstancias en que el personaje se


encuentra (camino al suicidio) ha debido estar muy atareado
como para ocuparse de Apollinaire y sus versos sobre el amor.

RNC 67
Ilustración Ivan Estrada
Rodolfo Porras

EL ARTE DE LOS SENDEROS


QUE SE BIFURCAN

NOS INTERESA VISUALIZAR cómo se abren y se encuentran los cami-


nos, a partir de la expresión escrita y la expresión de la puesta en
escena. Tomando en cuenta que el teatro se formula a través de
géneros y sub géneros, tales como la tragedia, la comedia, el
drama, la pantomima, etc., y que para cada uno de éstos se han
escrito miles de obras y que para cada obra ha habido por lo
menos un montaje, pero casi siempre más. Tomando en cuenta,
también, que hay dramaturgos, directores, actores, escenógrafos,
músicos. Lo que significa que si miramos el conjunto estamos
sobre un laberinto infinito, que a su vez contiene en su seno otros
laberintos con ramales y aperturas a sistemas de universos, tam-
bién infinitos. Esto sin olvidar que la dicotomía última, la rela-
ción que le da sentido a todo, es la relación con lo que alguien
llamó el monstruo de las mil cabezas. En donde cada individuo
de ese público es un universo complejo que establece su relación
particular con cada espectáculo.
El arte teatral, en el sentido que le estamos dando en este tra-
bajo, manifiesta una primera bifurcación, dada su capacidad de
expresarse como literatura y como puesta en escena. Aunque en
sus orígenes sólo existía lo escénico, la historia se encargó de

RNC 69
modificar esa realidad. Tanto que mucha gente confunde el tea-
tro con la dramaturgia. Esta falsa percepción se profundiza cuan-
do muchos libros de historia del arte, e incluso específicamente
de historia del teatro, construyen su andamiaje a partir de la
escritura. Dando la impresión de que el arte teatral es el arte del
dramaturgo. Y aquí, para explicar esta percepción, surge otra
bifurcación: lo efímero y lo permanente. La naturaleza del arte
escénico es efímera, la historia recoge la visión del cronista, para
dejar constancia de una puesta en escena. Sin embargo, la pieza
escrita es, en sí misma. un documento histórico. Por ello y no
porque sea más importante que la puesta en escena, es que se
genera esa preponderancia histórica.
Desde el punto de vista del hacedor, los mecanismos para la
puesta en escena y para escribir la obra, son muy similares y se ali-
mentan de las mismas fuentes, entre otras cosas, pero de manera
fundamental, se nutren de la memoria y se convierten en alimen-
to de ésta. Entendemos la memoria como un proceso distinto a lo
histórico. La memoria es dinámica, no es ni pretende ser objetiva,
más bien es selectiva y se sirve más del sentimiento y del signifi-
cado de los hechos que del registro de los mismos, por ello todo
texto teatral genuino, está pensado para la puesta en escena, para
lo efímero. Quien pretenda hacer literatura con la estructura tea-
tral, lo logra, pero no escribe teatro aunque sea un texto dialoga-
do y dividido en escenas. Como ejemplo de esto, tenemos las
extraordinarias parodias de Aquiles Nazoa; La torta que puso Adán
y Los martirios de Colón que, aun siendo llevadas a escena innume-
rables veces en escuelas y actos culturales, es evidente que no son
textos teatrales propiamente dichos. La intención del autor era la
de divertir a partir de su lectura. De hecho estas obras se inscriben
en un grupo de poemas que él llama Teatro para leer marcando la
diferencia con el texto teatral al servicio de la escenificación.
Cuando hablamos de literatura y de puesta en escena evoca-
mos otra partición en el camino. Esta nueva bifurcación com-
puesta por el dramaturgo y el director nos topa con dos creado-
res con misiones muy similares pero, al mismo tiempo, con oficios

RNC 70
muy distintos. Ambos tienen el cometido de encarar la historia
con una visión global de la misma, sin perder por ello ni el más
mínimo detalle. Ambos son creadores en la medida que descubren
los grandes y pequeños hilos que tejen la trama, el motor que hace
avanzar la historia. Uno escribe sobre papel y el otro sobre el esce-
nario. El dramaturgo interpreta una historia de su memoria, el
otro interpreta la que el primero ha escrito. No importa para nada
que en un montaje determinado sean la misma persona. El que
escribe actúa de una manera y el que pone en escena de otra.
Siempre el escritor le pondrá escollos al que pone en escena, y
siempre el director traicionará en algo al dramaturgo.
Después de concebida una historia, después de maquetear
unos personajes, el escritor tiene (seguimos con las bifurcaciones)
dos caminos que para nada son excluyentes. Sigue el hilo que va
dictando la realidad que está planteada en la historia. Y así los
personajes aparecerán cada vez más vivos e independientes y al
mismo tiempo, esto que sucede va reflejando el mundo interior,
muchas veces inexplorado de quien escribe. Escuchar ambas ins-
tancias es internarse en un laberinto con sus consabidas trampas,
sus consabidos callejones sin salidas. Y es por ello el ejercicio de
reescritura, es por ello la necesidad de suprimir escenas que en sí
mismas son brillantes pero no conducen a ninguna parte.
El escritor hila y desgrana su historia y el conflicto que la sos-
tiene en personajes, acontecimientos y acciones. Estos elementos
conforman un universo único, con leyes propias, con tiempo y
espacio únicos. El director desteje para descubrir todo eso, e inter-
preta y pone en escena lo que resultó de ese destejido. El drama-
turgo trabaja con personajes muy vivos pero que no son de carne,
ni tienen voz; el director le pone esa carne y esa voz a través de los
actores. Le da una condición física a un espacio etéreo y le confie-
re un valor concreto al tiempo inaprensible del texto literario.
El director consigue, con repetidas lecturas de la pieza, con el
aporte de los actores, con cada ensayo, imágenes y recursos con
los que va componiendo la puesta en escena. Aquí las divisiones
del sendero son múltiples, como múltiples las trampas. Una

RNC 71
intervención espectacular de un actor, pero que no es un hallazgo
hacia la puesta en escena, un camino que se abre para seducir de
manera facilona al público, un vínculo entre dos personajes que
no sale, un acto vanidoso de la puesta que puede ensuciar de vir-
tuosismo una escena, una acotación del autor, una frase dicha lim-
piamente, un reto que se asume en equipo, descubrir cuánta ter-
nura hay dentro de sí para sacar a relucir la ternura que demanda
un pedazo del montaje, todos son caminos que se van haciendo,
que nos ponen en riesgo, que provocan la alegría y la tristeza del
acto creador. Es estar en el laberinto.
Quedamos, pues, parados sobre ese otro fraccionamiento que
es el espacio dramático y el espacio escénico. Evidentemente son
cosas muy distintas. Mientras uno está hecho de imágenes abs-
tractas, que sostienen personajes incorpóreos y deja transcurrir
un tiempo que más que sucesión de minutos, es ritmo y atmós-
fera, el otro tiene propiedades físicas, sostiene a gente con peso y
paso sobre el escenario. El tiempo se sucede inclemente. Y sin
embargo, el espacio escénico, sobre el espacio dramático, es el
más irreal. El castillo de Macbeth, en el papel es de piedra, el cas-
tillo de Macbeth en el escenario es de cartón. La escenografía se
hará real, sustentada en la proposición estética y en la capacidad
de servir al actor. El espacio dramático se hará real en la medida
que albergue a sus personajes con naturalidad.
Nos tropezamos así con un elemento cardinal del hecho tea-
tral, que es el personaje. El personaje es el alma colectiva que
habita a un individuo incorpóreo. A través del personaje el públi-
co puede reírse o compadecerse de sí mismo y, paradójicamente,
reírse o compadecerse al mismo tiempo de su prójimo. Es un ente
terrible que comienza a reflejar la vida de su creador. Es el escri-
tor quien primero se mira en ese espejo. De su memoria y de la
memoria a la que pertenece, el autor comenzará a descubrir un
ente que lo rebasa, que no siempre comparte sus opiniones y que
a veces hasta le es antagónico.
El personaje se confronta con dos realidades. La del lector soli-
tario, que lo valora, le tiende puentes de identidad, lo odia, lo

RNC 72
ama o lo compadece. Este lector, sin embargo, se relaciona de
manera incompleta, ya que el personaje demanda un cuerpo y
una voz concretos. Y se confronta con el artista que lleva a esce-
na la obra. El director trabaja para descubrir al personaje, ponien-
do su vida como parámetro, es decir, también el director es crea-
dor y víctima de la implacable existencia del personaje.
Pero es sobre todo su alter ego quien le insufla la vida, que
hasta ese momento expresa pero no contiene, es el actor quien le
otorga la corporeidad imprescindible. Es el actor quien más lo
sufrirá, más lo disfrutará y más tendrá que hurgar en sí mismo
para encontrar dentro lo que le demanda el personaje. Esa dupla
entrañable es de nuevo otra bifurcación. En algún momento, des-
pués de ser uno, cada quien irá a su vera, uno a buscar un actor
que le otorgue una nueva vida, totalmente diferente, y el otro, el
actor, irá tras otro personaje, que le permita adentrarse en el labe-
rinto de su propia vida para mostrarle al público la espesura de
su personaje, y que el público a su vez se adentre en la suya.
Quien más se expone en un montaje teatral es el actor. Porque
además de que sus recursos técnicos están en la picota, que su
imagen puede cargar con las culpas de otros compañeros de
actuación o las del director y quién sabe si hasta las del mismo
escritor. Además de eso, el proceso de construcción de un perso-
naje, bien sea según la proposición actoral de Stanislavski, de
Brecht, de Grotowski, Barba, o de cualquier otro, requiere de un
ejercicio de introspección y de exposición de lo hallado, que
coloca al actor en una especie de desamparo que puede llegar a
ser doloroso. Si el actor no trabaja con imágenes, si no explora
dentro de sí, en el escenario no pasa nada.
Ahora bien, hasta en un monólogo, el personaje nunca es un
ente unitario, siempre es en referencia a otro personaje, y cada
personaje en el escenario, o en la lectura solitaria, reproduce el
entramado de relaciones que hemos venido describiendo.
Todo personaje teatral va hacia algún lado. Cuando las fuerzas
contrarias lo mueven en una dirección distinta a la que éste se
propone, lo que está pasando es que el camino hacia su objetivo

RNC 73
se hace más largo o pedregoso, o es la señal para que éste descu-
bra cuál es el resultado final de su esfuerzo voluntario, y cuál es
su verdadero objetivo. La famosa imagen del Zen de lanzar una
flecha y luego marcar la diana en donde ésta cae, podría servir
para visualizar el teleos de los personajes teatrales. Edipo o Hamlet
son ejemplos perfectos de ello. Edipo nació con un destino que,
sin saberlo, se empeñó en cumplir al pie de la letra. Hamlet duda
pero ya su ruta está marcada y él hace lo necesario para que se
cumpla. En ambos es su carácter, su ethos, lo que los impulsa a
llegar hacia donde su propia voluntad lo había marcado. El des-
tino, entonces, no es más que la consecuencia del choque de
voluntades. Y el azar termina siendo el motor oculto que no per-
mite escapatoria para este choque.
El personaje siempre tiene un opositor. El carácter de este opo-
sitor contiene un mundo similar, lo que pasa es que va en un
camino contrario. Lo que se enfrenta son dos concepciones del
mundo, dos fuerzas que luchan por un mismo objeto del deseo,
dos voluntades que representan el bien y el mal. Es alguien que
quiere cumplir con su camino y otro alguien que quiere impedír-
selo. Este conflicto siempre encierra una proposición ética. Lo
que implica la apertura a nuevos caminos que a su vez se irán
bifurcando, para poner al pie del personaje, del actor y del públi-
co, un laberinto infinito, del que tenemos certezas y oscuridades
que nunca, a ninguna de las dos, vamos a poder ni siquiera rozar.
El juego es vincularnos con algunas y vivificarnos en ellas. El reto
queda para otra oportunidad.
Esta otra oportunidad es para todos, para el autor, para el
director, para el escenógrafo, el iluminador, el utilero, el actor y
por supuesto, el público. Sin embargo, esta otra oportunidad es
posible si podemos desentrañar el laberinto. Cada quien en el
papel que juega en este tinglado. En principio, y a riesgo de pare-
cer tautológicos, hay que afirmar que para poder salir del laberin-
to es condición sine qua non, estar dentro. Dedicarse a escribir
una obra, leerla y llevarla a escena, aprenderse los parlamentos de
un personaje, matizar con propiedad los diálogos, comprar una

RNC 74
entrada, sentarse en una butaca, no significa estar dentro. Entrar
es mucho más rico, mucho más comprometedor, significa poner
parte de uno en ello y eso, aunque cuesta, le da sentido al hecho
de intentarlo. Por ello después que entras es tan difícil salir.
A diferencia de la sala de cine, en el teatro es un disparate comer
cotufas, refresco o cualquier otra chuchería. El teatro requiere
otra actitud, otra atención. En el espectáculo teatral el público es
parte del rito. Su silencio se siente y se valora. Su inamovilidad
puede significar compenetración, susto, alegría contenida, expec-
tativa por lo que va a pasar o apatía, desencanto de la pieza, abu-
rrimiento. El espectador puede ir a verse en un espejo del que no
puede escapar sino hasta después de los aplausos, es decir, dema-
siado tarde. En el teatro las atmósferas son de vital importancia,
y el mejor hacedor de atmósferas es el público. Siempre es un
ente activo, cómplice, que crea situaciones desde su asiento. Su
risa o su aliento contenido son parte del discurso. Sólo así entra
en la urdimbre, así como entraron en su momento el autor, el
director y el actor.
¿Por qué comenzar a escribir una pieza o llevarla a escena?
¿Cómo es que el personaje se va imbuyendo en el actor? ¿Para qué
comprar una entrada? Son preguntas que aluden al inicio del labe-
rinto y que enraman las respuestas para salir de él. No se trata de
abandonar la relación con lo teatral. Se trata de llegar al centro. Es
vincularse a otra experiencia. Y he allí el magín: Cuando voy al
teatro en calidad de público o de hacedor estoy buscando algo.
Eso que estoy buscando me va a modificar. Hay un miedo o una
culpa que ya no estará más, hay una identidad que voy a descu-
brir, una alegría que tengo que celebrar… Si accedo a eso ya no
soy el mismo. Salir del laberinto es reconocerme en eso nuevo. De
lo contrario es como si nunca hubiese estado allí.

RNC 75
Pedro León Castro • Objetos sobre un paisaje • Óleo s/tela •1973
Natividad Barroso García

CONTRADICCIONES
INSULARES Y LA BÚSQUEDA
DEL PARAÍSO
EN DOS NOVELAS
DE RENATO RODRÍGUEZ

Y es que poco después de haber vuelto, tras años de ausencia,


a mi lar nativo, sentí unas fuertes ganas de irme de nuevo y nunca volver.

(ÍNSULAS, 1996:12)

…queriéndome ir hacia bien lejos, pero a ninguna parte;


habiendo perdido mi paraíso, que yo había creído eterno,…

(AL SUR DEL EQUANIL, 1972:18)

LOS RESPECTIVOS PERSONAJES protagonistas de Al sur del Equanil y de


Ínsulas nos atrapan con su frescura, naturalidad y humor desde el
comienzo de estas novelas. Nos identificamos con ellos y quisié-
ramos acompañarlos y compartir las variadas peripecias de su
eterno vagar por el planeta, especialmente al de Ínsulas, que seña-
la hacia un final más positivo y esperanzado. Sin embargo, al
mismo tiempo, percibimos un tono profundo de búsqueda, de
pérdida, de soledad y de contradicción.

RNC 77
Es un discurso narrativo que brota desde la isla de Margarita y
en el que encontramos la diversidad, complejidad y contradiccio-
nes que caracterizan el Caribe insular y sus relaciones con las cos-
tas de su cuenca o Tierra firme y con las metrópolis.
La presencia del mar y la correspondiente atracción por ir más
allá del horizonte, estimulada por los barcos que atracaban regu-
larmente a los puertos de la infancia de los narradores, y que tra-
ían una gran cantidad de las cosas que usaban en la vida diaria y
que, a la vez, llevaban a los nativos a lugares lejanos y traían a
personas y modos de diversas culturas, crean un eje de contradic-
ciones características de la insularidad y que atraviesa las dos
novelas: entre un cosmopolitismo y un aislamiento producido
por diferentes estados de cultura, aun dentro de una misma
nación, aunados a una ansia de permanencia en un lugar de rela-
ción directa con la naturaleza. Todo relacionado con el aspecto de
las facilidades de educación o de salud para lo cual sólo los
pudientes podían desplazarse a los lejanos centros urbanos desde
esa periferia insular o costera; y, al mismo tiempo, con el deseo
individual de ir a conocer lugares lejanos imaginados y el de que-
darse en el lugar paradisíaco en que se ha nacido.
Las dos novelas tienen como lugar de enunciación a París.
Desde allí, un narrador en primera persona regresa, una y otra
vez, por medio de una memoria viva, a lugares y hechos que lo
han marcado profundamente durante un deambular continuo
que ha terminado por convertírsele en un modo de vida. Sin
embargo, y paradójicamente, el lugar que ha originado esa erran-
cia es un lar nativo al cual siempre se ha querido regresar y que-
darse allí, en un recoveco tranquilo y solitario.
Ínsulas está dividido en seis capítulos titulados Pasar la mar,
Guadeloupe, París, Nápoles, Regresar y Hamburgo. Todos estos
capítulos empiezan con el narrador en París y, desde todos y cada
uno de ellos, viaja en forma retrospectiva a la isla de Margarita.
Los viajes que realiza desde París serán solamente a Nápoles (con
regreso a París) y a Hamburgo; lugares a los que fue (al igual que

RNC 78
a París) porque así lo había deseado desde la propia isla de
Margarita, estimulado por sensaciones o vivencias desde allí. En
los últimos dos capítulos, se da plena cuenta de que ya ha ido a
todos los lugares que había anhelado desde su lar nativo y, al
plantearse volver allá, reconoce que ya desde cuando había hecho
su primer regreso, la isla estaba tan cambiada que ya no se reco-
nocía en ella. Por eso, el final queda abierto porque el narrador
no sabe adónde dirigirse desde Hamburgo. No obstante, final-
mente se decide por el rumbo al sur, en búsqueda de una isla
luminosa, de aguas azul turquesa, parecida a las de su infancia y
de su juventud:

Vivir en Paraguachoa no es ya posible para mí, me dije, tam-


poco en Los Testigos. Pero hay otras islas. Tal vez en alguna de
ellas la noche y la mar decidan devolverme mis propias sirenas.
Y tomé rumbo al Sur. (1996:154)

Al sur del Equanil está dividido en tres partes. La Primera parte


está subdividida en ocho capítulos identificados sólo con números
romanos, excepto el VI que lleva además el subtítulo de un cuento
escrito por el narrador, en su búsqueda como escritor: El violín de
Tacho y el VIII que tiene un subtítulo repetido dos veces y corres-
pondiente a otro ejercicio de escribir un cuento: La muerte de un
vergante (o de un bergante). La Segunda parte tiene cinco capítulos
identificados con números romanos. La Tercera parte tiene diez
capítulos identificados igualmente con números romanos y el VIII
tiene otro cuento con el subtítulo de Sin título ninguno ¿para qué?.
En esta novela, la primera parte comienza con el narrador que
habla desde París, la segunda con el narrador que habla desde
Caracas y la tercera que habla desde Chile. Sin embargo, no se ha
movido de París, todos los viajes han sido en forma retrospecti-
va, por medio de recuerdos desde la capital francesa. Al final, el
narrador se encuentra bastante destruido, evadido de la realidad
con ayudas artificiales, más al norte de lo que lo ha obsesionado

RNC 79
siempre (la música de su padre con que intentaba dominarlo en
su primera infancia, pero a la vez exclama: ¡Qué ganas me dan a
veces de que alguien tocara en la guitarra In a little Spanish town!),
al norte de un montón de cosas, sin embargo y, a la vez, su posi-
ción auténtica, después de haber escrito, está cada vez más, al Sur
del Equanil; con la doble simbología de pérdida de su lugar de ori-
gen (al Norte del Ecuador) y de toda posibilidad de alivio, consue-
lo o recuperación.
El narrador de Al sur del Equanil claramente reconoce su pér-
dida irreparable al decir:

…queriéndome ir hacia bien lejos, pero a ninguna parte;


habiendo perdido mi paraíso, que yo había creído eterno, como
debe ser todo paraíso que se respete, sin tener ya donde ir, por-
que siempre había creído que podría irme allá cuando tuviera
deseos de irme de todas partes y siempre había estado preparán-
dome para, alguna vez, irme allá definitivamente. (1972:18)

Ahora, no es asunto de ir a un lugar, sino irse de todos los luga-


res, pero ya no tiene ese allá, ese lar nativo que creía le pertene-
cería para siempre y donde podría refugiarse.
Tanto el narrador de Ínsulas como el de Al sur del Equanil sien-
ten que han perdido la posibilidad de vivir en aquel lugar privi-
legiado de su infancia, del cual fueron obligados a salir, por el ais-
lamiento en que se encontraba dicho lugar, al ser una periferia
insular o costera respecto a unos centros ubicados en la Tierra
firme, en un determinado momento de sus vidas para buscar la
continuidad de una educación formal que luego no culminarían,
debido a su malestar, inconformidad y rebeldía por haber sido
arrastrados a un exilio sin sentido, en una edad crucial, sin haber-
los consultado, Sin que nadie indagara mis deseos fui llevado lejos.
Nadie me preguntó si quería irme ni a dónde habría querido ir. No
quería que me llevaran (1996:54). Sufrieron el desarraigo sin
haber tenido la posibilidad de desarrollar sus posibilidades crea-

RNC 80
tivas o el propio conocerse a sí mismos y a su medio ambiente
natural, abandonándolo a otros que lo transformarían a tal punto
que nunca volverían a sentirlo suyo. En el narrador de Ínsulas
comprobamos dicho proceso:

Y es que poco después de haber vuelto, tras años de ausencia,


a mi lar nativo, sentí unas fuertes ganas de irme de nuevo y
nunca volver. Pero eso sí, a algún lugar que quizás me ofrecie-
ra algo permanente, donde el tiempo pareciera como estático,
una especie de Shangri-La que no pudiera ser destruido por cir-
cunstancias casuales o por lo fortuito del sentido en que el pro-
greso avanzara. (1996:12)

Finalmente, quedaría inmerso en un mundo de evasión, un


tanto absurdo, también a la deriva; pero, en este caso ha encon-
trado en el trabajo (al final, inclusive físico, manual) y en el ali-
mento recibido por innumerables lecturas hechas a lo largo de
toda su vida, por las películas vistas, por el arte percibido y dis-
frutado, por el tesoro de sus memorias de una infancia soleada,
libre, transparente y, en especial, por las canciones y música que
lo acompañan desde entonces (desde la Victrola Ortofónica de su
abuela), una forma de evadir sus obsesiones y decepciones; y de
aceptar, dentro de un tono y modo humorísticos —a veces iróni-
co (pues llegó a umbrales de locura quijotesca, incluyendo hasta
la actuación de magos enemigos, las máquinas; y a experiencias y
obsesivas visiones como las del suicidio extraordinario del amigo
músico que flota en el aire con su violín en la mano a punto de caer
lentamente frente a un tren que llegaba y le destrozaría (1996:151),
pero también más optimista, a aceptar su soledad y vagar en bús-
queda de una isla luminosa, de aguas azul turquesa, parecida a
las de su infancia caribeña.
En Ínsulas, el lar nativo queda claramente señalado como la isla
de Margarita, la Paraguachoa guaiquerí. En Al sur del Equanil no hay
indicaciones precisas, pero el adverbio allá aparece continuamente

RNC 81
en la primera parte, casi veinte veces, con la connotación clara de
que es ese lar nativo tan añorado, del mar de su infancia, de plena
relación con la naturaleza y ya imposible para él:

…tenía ganas de marcharme, no se me ocurría hacia dónde


hacerlo, la única posibilidad permanente que había tenido, ya
no existía y entretanto seguía allí echado y ni siquiera era por
pereza ¿Allá? Imposible ¿A qué? Lo único que quedaba era la
playa, aquella sabrosa playa donde me bañaba desnudo y
donde, como era el único que iba, me sentía como un millona-
rio con playa particular y todo. (1972:22)

Hay una mención a que se había embarcado en Carúpano para


viajar hasta Le Havre:

…me voy, tomo mi barco, es el Colombie. Algunos de mis sue-


ños se van cumpliendo, cuando era niño lo veía llegar al puer-
to y me daban unos deseos inmensos de hacer un largo viaje por
mar en aquel barco hermoso, todo blanco y era el Colombie
justamente el que me llevaba a Francia. Aquello era en
Carúpano. (1972:43)

Barco que también había sido el sueño del narrador de Ínsulas,


el gran anhelo de un largo viaje por mar en el vapor Colombie de
la Compagnie Generale Trasatlantique Française que veía siempre
desde el puerto de Porlamar y quien para hacer realidad ese
sueño había tenido que hacer un largo recorrido por Venezuela
(Maracaibo, Mérida) hasta Cúcuta y Barranquilla en Colombia y
desde allí a la isla de Curazao, luego a la isla de Saint Martin/San
Marteen y finalmente hasta la isla de Guadeloupe, para lograr
embarcar en el puerto de Pointe a Pitre, en el Colombie que hacía
mucho que no pasaba por Venezuela y además porque ese sería su
último viaje antes de ser desmantelado por viejo (1996:95).
Observamos que esa primera contradicción trae como conse-
cuencias, por un lado, el deseo de ir a lugares imaginados e ideali-

RNC 82
zados, a una inquietud y a un vacío o necesidad de hacer algo; y
por otro lado, posteriormente, a un constante irse de lugares en
los cuales no se encuentra bien, a desengaños de personas, a un
malestar y crítica, a una errancia como modo de vida, a una rebel-
día, a un salirse del sistema establecido, a la elección de un siste-
ma paralelo que puede llegar hasta la ilegalidad, que luego se
convertirá en una evasión artificial en Al sur del Equanil y en un
permanente vagar desenfadado en Ínsulas.
El narrador de Ínsulas se refiere a un conocido margariteño
como a:

…uno de esos seres de leyenda que habían logrado realizar ese


sueño acariciado por tantos insulares de «correr mundo», de
trasponer la barrera de la mar que es como una reja que, como
toda reja, desafía a ser traspuesta. (1996:30)

Y, en cierto modo, se crea un tipo de vacío difícil de llenar:

…algo me faltaba, ese no sé que aspiro a realizar sin saber lo


que es (…). Algo me faltaba, sentía un vacío y no sabía con qué
podía ser colmado. (1996:150).

Y el de Al sur del Equanil:

Y después de un rato, vuelta a comenzar otra vez la misma cosa


y entre cosa y cosa, aquel enorme vacío, que antes de mi viaje
allá había con que medio rellenar al menos (1972:23)

El malestar, la crítica al modo de vida del sistema central:

…a mí que me divertía más ordeñar las vacas y andar por los


montes en un buen caballo haciéndome la cuenta de que nunca
había estado en esa aplastante ciudad de Caracas, ni en esa
Universidad del coño, de aire opresivamente repleto de sexo y
política. (1972:26).

RNC 83
Junto con la obsesión por lo opresivo del padre en Al sur del
Equanil:

Un día, harto de que sobre mi cabeza estuviera colgando siem-


pre un violín, una guitarra o un piano o de estar expuesto a ser
aplastado por el enorme zapato de algún furibundo profesor,
por mi poco amor a las cloacas y a los tanque Imhoff, decidí
irme de esa loca ciudad de Caracas, pensando que lejos, en
Bogotá, estaría bien, donde no oyera el agudo chillido del violín
Der Kafkas Vater o donde no pudieran caerme sobre la cabeza,
ni el piano, ni la guitarra si se reventaba la cuerda de la cual
pendían. (1997:53).

Pero, al mismo tiempo, propicia la internalización de una


mirada infantil, que siempre añorará y llevará dentro de sí aquel
allá que se repetirá casi veinte veces en la primera parte de Al sur
del Equanil y en aquella isla de mar azul turquesa transparente
que acompañará hasta el final al narrador de Ínsulas y que hará que
tome conciencia de que su verdadera profesión es la de soñador
(1996:87), porque:

…nos fuimos pero en mi memoria quedaron grabados para


siempre el color azul cobalto de la mar, su esmeralda y su tur-
quesa [de las islas de Los Testigos], que jamás he visto supe-
rados, y rara vez igualados… (1996:62).

Ese fundamental eje de contradicciones trae también muchos


cambios y, especialmente el mayor: la llegada del turismo con un
excesivo progreso tecnológico. En Ínsulas, jocosamente, un per-
sonaje popular contaba la historia de Colón como la del primer
turista:

—El primer turista fue Cristóbal Colón cuando el 12 de octu-


bre de 1492 puso los pies en la isla de Guanahaní, bautizada

RNC 84
por él San Salvador y hoy llamada Watling— decía Joche…
(1996:20)
y por promover el turismo se envainaron ellos mismos [los
indios de Guanahaní y Anacaona] (23)

El narrador de Al sur del Equanil transcurre toda la novela pre-


guntándose cuáles son las causas de la cosa, de la gran cosa, mi
cosa (17), mi maledetta cosa (23) que lo atormenta y se da un sin-
fín de respuestas:
—el excesivo dominio de Mein Vater y de las canciones que
tocaba para ello
—el tío que golpea a Ismael
—Teresa la loca por las calles (19)
—la presencia de multitudes en las playas, la imposibilidad de
la playa única del único (22)
—el que su padre se hubiera fugado de su casa (17)
—el regreso, después de diez años de un viaje (140), a donde
todo había cambiado tanto: la abuela medio muerta en vida, la
indiferencia ante la muerte del loro, el desaliento, abandono y
negligencia de todos, ya no se arreglaba nada, como el agua-
manil que no se reparó más nunca (18-21). …algo más se había
muerto, como yo (…) un trasto sin vísceras, ni esqueleto (21) y
que le hace darse cuenta de que la única posibilidad permanente
que había tenido ya no existía (22)
—la imposibilidad del amor con Patricia, las cosas que yo pude
haberle dicho, hace tiempo (143)
—cuando Eduardo le dijo que se pusiera a escribir porque era
un escritor (23)
—el asunto de Cirilo (83); y algunas otras.

El narrador de Ínsulas igualmente se pasa toda la novela pre-


guntándose cuáles son las causas, la necesidad de los cambios y
qué trajeron consigo; y se da un sinfín de respuestas:
—la lectura de La isla de Robinson
—la llegada del circo

RNC 85
—cuando Ismael [el indio guarao traído de Los Caños del
Delta Amacuro] dejó de estar alli (13)
—por haber ido a ver los turistas (23) y por su presencia
Me sentía muy incómodo comprobar la presencia de un grupo
numeroso de forasteros allí establecidos (…) mi mundo se des-
moronaba sin remedio. (12)

Y los cambios subsiguientes como el cambio de cada botiquín


por una nueva Soda Fountain (19)
—los nativos cambian, por ejemplo, las camisas por anteojos
Ray Ban, por la Kodak (19); los pantalones de guayacán ahora
se llaman blue jeans (19)
—la muerte de Pío Tequiche o la del loco Cirilo o la de la loca
Antonia o la de Teodora la peorra (seres populares anteriormen-
te aceptados solidariamente como parte de la comunidad) (25)
—la llegada del avión
—la subsiguiente mirada de los turistas que produce vergüenza
de su ingenuidad o transparencia, que lo hace sentir desnudo
real y absolutamente desnudo por primera vez en mi vida (40), y
le produce un posterior sentido de inferioridad y sensación de
burla y falta de respeto por su modo de ser, por su cultura, ya que

Al estar cerca repararon en mi presencia; me miraron, unos con


sorpresa y otros, sin el menor pudor, echaron a reír y el que tal
vez fuera el más desvergonzado y de peores modales se atrevió
a señalarme con el dedo y a soltar ruidosas carcajadas de lo más
vulgares, haciendo gala de la peor educación, de una supina
ignorancia de las más elementales normas de urbanidad. (39)

—la llegada del teatro… esos cambios que tanto me herían (49)
—la muerte de la maestra, del maestro y de Ismael; y algu-
nas más.
En las dos novelas hay una crítica o denuncia social indirecta
por medio de personajes que se encuentra, por ejemplo en Al sur
del Equanil, en la referencia a los que habían maltratado a los

RNC 86
indígenas (p5-96), el trabajo de los peones (74) o, en Insulas, la
situación de los indígenas guaraos (15), el genocidio y la esclavi-
tud de los indígenas, de los 500 llevados para España (23), el
exterminio de los braceros haitianos (23), el olvido y falta de
reconocimiento de la generosidad propia de los pobres (65), de las
muestras de un tan exarcebado racismo del gerente del hotel en
Saint Martin, olvidando algunas glorias de Francia que habían teni-
do en su cuerpo unos cuantos centilitros de sangre negra (77), lo raro
del gusto de Gómez y usos de castigos de su régimen despótico
de una verga o miembro viril desecado de toro para azotar a los pri-
sioneros políticos y precisamente en las nalgas desnudas (115) y de
los empalamientos de Drácula y de Diego de Losada (115-116);
de la recluta (118-119), de la prisión del Castillo de Puerto
Cabello (141-142).
Al olvido o desprecio hacia los provincianos o porque se es
margariteño se refiere varias veces el narrador de Ínsulas:
…por ser yo un triste margariteño más… (39).
…se llegó al extremo de considerar ser de la isla algo así como un
delito (30)
Relata lo sucedido con la idea de expulsar a los hijuerdiablos del
Zulia (31), por parte del gobernador (o Presidente de estado de la
época), y que inspirado por la Chinita ante el apogeo de la Virgen
del Diablo, finalmente expulsó a todos los que llevaran un mapire
colgando del hombro, por la imposibilidad de diferenciar entre
margariteños, nativos del Zulia y los margaricuchos (margarite-
ños nacidos allí) (31)
Da listas de algunos nombres que hicieron buenas e importantes
cosas en diversos campos de la cultura y de las ciencias y que se les
olvida por ser nativos del Estado Libre Asociado de Margarita (30)
La presencia de lo indígena es muy frecuente en Ínsulas:
—Ismael, personaje fundamental en esta novela, es un indio
guarao. Habla de Ismael y sus costumbres (52)
—Se refiere a los guaraos y a su curiara en el Delta Amacuro,
había podido ver en la región deltana a los indios, guaraos como
Ismael, en su hábitat natural… (116) e inclusive al posible

RNC 87
endorracismo de Ismael producido por haberlo llevado a
Margarita (18-19).
—la India Teodora Castro (18)
—Anacaona y sus tribeños compañeros, Anacaona y sus jíbaros (21)
—la brujería de los piaches (22)
—el merengue de los indígenas (22)
—el genocidio (23)
—la esclavitud (23)
—a como lo consideraban los turistas: … a mí, a un nativo, un
guaiquerí, un indio al fin, si bien no puro por estar mezclado con
razas inferiores. (39)
—¡Los indios no se enfermaban… ni morían… los mataban! (53)
—las razones de la codicia por las perlas del Guaiquerí (145)
Igualmente, es muy abundante en esta novela la presencia de
los negros y la especial atracción que siente el protagonista por las
mujeres de esa raza y etnia:
—Beltrán, el Negro (38)
—Ponciana, importante personaje, su primer amor: una negra
alta, fuerte y hermosa (44)
—aquella mujer negra de Haití (58)
—una joven negra de graciosos movimientos (73)
—la población [la de Saint Martin] en su inmensa mayoría perte-
nece a la raza negra, no parece haber mucha mezcla aunque apa-
rentemente la discriminación no es conocida (75)
—El gerente del hotel de Saint Martin dice que en la isla en
que nació, en San Bartolomé, «casi no hay negros» (77), le pre-
ocupa que su hijo fuera a meterse con una negra (78) y excla-
ma «Si no fuera por este sancocho de negros que hay aquí [en
Saint Martin] no me importaría quedarme para siempre» (78)
—Se quedó en …un hospedaje ocupado principalmente por gente
negra (79)
—una hermosa negra, llena de encantos (79)
—Todo el mundo era negro, pero negro de verdad, no como aque-
llos negros, en su mayoría desteñidos por el mestizaje, que estaba

RNC 88
acostumbrado a ver. Había negros retintos por todos lados cami-
nando, casi bailando, al compás de la música que brotaba de los
altoparlantes… (80)
También encontramos la presencia de los hebreos en Ínsulas por
la llegada a la Ínsula Margarita y a Cubagua de Simón Maharbal,
ascendiente de los israelitas Rosenthal (el que trajo y donó la esta-
tua de la Sirena a Porlamar) y Modiano, desde el siglo XVI, los
pormenores de la evolución de los apellidos Mahar Bal y Mahar
Ai a Marval que se remontan hasta los cartagineses y la historia
de su posterior descendencia, hasta llegar a las Marval, de quie-
nes se declara orgullosamente descendiente a través de su abuelo
y bisabuelos Apolinar y Salomé (144-151).
A pesar de las grandes diferencias entre los itinerarios y los
finales del destino de los narradores y de los viajes recordados
(que completan la historia) o realizados en el transcurso narrado
(el relato en sí), por Sur América en Al sur del Equanil y por las
islas del Caribe y Europa en Ínsulas, las dos novelas tienen mucho
en común.
Además del lugar de la enunciación, hay tres personajes que
aparecen en las dos: la abuela y el abuelo del narrador e Ismael.
La importancia del abuelo es substituida por el personaje del
padre en Al sur del Equanil, por el Main Vater, con su imagen de
padre dominante, Der Kafka´s Vater, porque, además de la obse-
sión por la forma como su padre músico lo pretendió obligar a
dormir y a una determinada profesión, señala que nació en la
misma fecha que Kafka. El personaje Eduardo (que lo recibe en
París y que lo ha estimulado a escribir y a viajar a París y que
luego lo decepciona terriblemente y a quien mata en los cuentos
como escritor) de Al sur del Equanil, se desdobla en dos en Ínsu-
las: en Jean Marc (a quien casi siempre encuentra en forma mági-
ca al igual que al Eduardo de la otra novela y quien lo escucha,
ayuda, aconseja racionalmente y que nunca lo decepciona) y en
Ernesto (que lo estimula en su trabajo creativo como fotógrafo,
pero quien en realidad lo envidia y que procurará su mal). Hay

RNC 89
otros personajes equivalentes en ambas novelas, como Antoine,
el pintor de Ínsulas y Andrés, el pintor de Al sur del Equanil.
Asimismo hay un uso común de lar nativo en ambas novelas.
La novela Al sur del Equanil es una narración en primera per-
sona, a modo de diario, pero como al mismo tiempo va dando a
conocer el proceso de alguien a quien le han dicho que es escri-
tor, incluye los intentos por escribir de ese escritor e ilustra sus
ejercicios de escritura por medio de relatos insertados (con fecha
de escritura, inclusive), en los cuales, en gran parte, aparece una
confusión del yo y del él del personaje protagonista de sus rela-
tos, inclusive en una oración o párrafo. Es una interesante mues-
tra del proceso de transición del yo de un autor que intenta narrar
experiencias vividas pero en forma impersonal, poniendo distan-
cia por medio del uso de la tercera persona. También hay gran
confusión con el nombre que les da a los personajes y el nombre
del propio narrador de toda la novela, lo cual demuestra la con-
fusión psicológica de dicho personaje. Aparece Cirilo, una perso-
nificación del yo narrador, pero en un momento dice entre parén-
tesis: (No, él no sabe que soy Cirilo también detesto las autobiogra-
fías). No obstante, cuando observamos el currículo del autor de
las dos novelas reales en estudio, encontramos mucha similitud
en los itinerarios y peripecias del autor y de los narradores y
datos precisos que coinciden con los del autor, por ejemplo,
cuando da la fecha de nacimiento en el día 3 de julio (1972:16)
y que ratifica varias veces (118), diciendo inclusive que es la
misma de Kafka. ¿Serán los intentos de verosimilitud de la mayoría
de los narradores?
En Ínsulas también encontramos cuentos o relatos dentro de la
novela pero, con la excepción del relato oral de Colón que apare-
ce impreso con un tipo distinto de letra, aparecen intercalados
dentro de su narración global sin diferenciación en la impresión
como, por ejemplo, los de Ismael, el guarao; los de Claude, el
francés de Los Testigos; el de Carlos Gardel y un margariteño; los
de los amigos o conocidos, como el italiano Sandro M. que cono-
ció en la carretera hacia Barquisimeto; el de Noirette, la negra de

RNC 90
Guadeloupe de quien se enamora; el trágico-cómico de unas
muchachas francesas y los suicidios; los de la bicicleta y motoci-
cleta; el de Ponciana, su gran primer amor; el naufragio del barco
del abuelo y muerte de un tío; los del tío Manuel y los del primo
Gustav de Hamburgo; la del señor Salim Abu Hammad y la idea
de llevar un grupo de insulares expertos en la recolección de per-
las al Mar Rojo y la del descendiente de uno de ellos que termina
con una casa de comidas margariteñas en Hamburgo y las histo-
rias de los Maharbal.
El relato de Al sur del Equanil empieza en París pero salta conti-
nuamente en forma retrospectiva al lar nativo y a otros lugares,
pero en la historia realmente no se mueve nunca de París. El rela-
to de Ínsulas también empieza en París, salta de inmediato a la isla
y sigue allí toda una larga historia desde cuando era niño, su viaje
por las islas del Caribe, camino a Le Havre que abarca tres capítu-
los. En el cuarto capítulo es cuando empezará la continuación de
la historia en sí, con los viajes a Nápoles y a Hamburgo.
Hamburgo es todo un capítulo en Ínsulas y aparece en Al sur
del Equanil como una meta de la vida del narrador

…cuando todos en casa pensaban y yo también, que un día me


iría a Hamburgo a hacerme ingeniero naval y Hamburgo se
había convertido en una especie de meta de mi vida, de tanto
oírlo nombrar…(1972:65),

meta que parece realizar en forma parcial el narrador de Ínsulas.


En las dos novelas se embarca en el Colombie.
Encontré tres estilos en el discurso de estas novelas: Uno iróni-
co, humorístico (con alusiones cervantinas), otro normal o corrien-
te y un tercero que podría llamar tierno y de sentido profundo,
como el usado para describir la luminosa presencia de las islas y del
color del mar Caribe, a las aves, los animales en general, las trave-
suras y primeras experiencias eróticas ingenuas de los muchachos
de la isla en su infancia como la fabricación de mujeres de arena
frente a la Sirena de Porlamar, o la manera de su descubrimiento

RNC 91
infantil de los artistas de carne y hueso, de cómo viven y desvi-
ven, de la miseria, de la falta de comprensión de su idiosincrasia,
de la soledad y abandono que los llevan a la bebida y a las drogas.
La presencia deslumbrante, luminosa, inolvidable del mar
(mayormente en forma femenina, la mar) y de sus tareas en Ínsu-
las se constata por la innumerable cantidad de veces que lo nom-
bra y la importancia que le da:

…tuve la certeza de que en tanto que en la ciudad consumía,


desperdiciaba, energías, manteniéndome frente a la mar, en sus
cercanías las adquiría. (…) …me veía obligado a admitir que
la mar para quien aprende a mirarla tiene mucho más interés
y variedad; ni uno solo de sus aspectos puede repetirse en exac-
tamente la misma forma. (90)
…aquella atmósfera me hacía presentir la existencia de formas
diferentes de vida que ansié conocer algún día (94)

y en la gran variedad de denominaciones para los barcos de todos


los tipos que aparecen a lo largo de sus páginas: cayucos o curia-
ras (18), buques de alto bordo, peñeros, balleneros (19), vapores
de bandera extranjera (20), aquel majestuoso barco blando de la
Compagnie Generale Transatlantique Française (20), una triste yola
(21), botecito, carabelas, navíos (21), frágiles embarcaciones,
naves, barcos (25), goletas, trespuños, balandras a pura vela, lan-
cha motora (39), trespuños llamados ‘bombotes’ (49), chalupa (62),
chalana (117), carguero (142), y los nombres de todos los barcos
de la Compañía Venezolana de Navegación.
Asimismo es evidente la presencia de las otras islas del Caribe al
mencionarlas el narrador de Ínsulas, describiéndolas con gran admi-
ración y deslumbramiento. La que lo impactó más: Los Testigos
que, comparará con la Guadeloupe del Eloges de Saint John-Perse,
(así como el movimiento de los barcos en Porlamar le habían
recordado los de sus Navires) (También menciona a otros auto-
res caribeños como Aimé Cesaire (Soleil, Cou Coupe) (87 y 77),
Franz Fanon (77)). Luego aparece una larga lista: Watling

RNC 92
(Guanahaní=San Salvador) (20), Kiskeya (Hispaniola=Santo
Domingo) (21), La Sola, La Blanquilla, Paraguachoa (61),
Trinidad (Port of Spain) (116), Curazao (50), Haití (58), isla
Caribe, islote Lobos, Chacopata, Los Frailes, Guayamuri (58),
isla de La Tórtola (60), Cubagua, Las Granadinas, Martinique,
Margarita (59), Saint Martin/Marteen, Curazao (71), la isla de
Saba (que lo deslumbra por su misterio) (72) y el Martinique
Rhum (84 y muchas otras).
Asimismo, se refiere muchas veces a las continuas relaciones
de comercio entre las islas, a los itinerarios de los barcos entre
ellas, a los traslados laborales, como a 42 margariteños que esta-
ban en un hotel de Curazao porque habían ido a trabajar en la
refinería. Se percibe y casi se vive el continuo contacto que hay
establecido entre las islas y costas del Caribe.
Cuando comparamos estas novelas con los relatos y poemas de
otros autores caribeños y analizamos los trabajos escritos publi-
cados por los estudiosos del Caribe, comprobamos que la isla de
Margarita por su historia, por su ubicación geográfica y por el
continuo intercambio comercial, social, cultural (en especial la
oral) y, por encima de todo, por el intercambio más allá de las
fronteras físicas entre sus artistas y escritores, es verdaderamente
pleno y verdadero CARIBE.

BIBLIOGRAFÍA

RODRÍGUEZ, RENATO. 1972. Al sur del Equanil. Caracas. Monte Ávila.


________________. 1996. Ínsulas. Caracas. Fundarte.

RNC 93
Manuel Quintana Castillo • La noche de Heráclito • Mixta s/tela •1995
José Iraides Belandria

FÍSICA DEL CAOS,


PINTURA Y LITERATURA

LOS ANTECEDENTES DE la ciencia del caos se remontan a principios


del siglo XX, cuando el matemático Henry Poincare advierte la pre-
sencia del caos en la interacción dinámica de tres cuerpos celes-
tes, insinuando la imposibilidad de predecir sus órbitas estelares.
Posteriormente, a mediados del mismo siglo, Ilya Prigogine conti-
núa la exploración de los sistemas caóticos centrando sus estudios
en las bifurcaciones de tales procesos y en la generación de orden
durante las transiciones irreversibles. Sus investigaciones conduje-
ron a una nueva concepción termodinámica de la naturaleza y al
estudio de eventos evolucionando fuera del reino del equilibrio.
Sin embargo, el auge de los estudios del caos y anticaos em-
pieza en la década del sesenta, cuando un artículo de Edward
Lorenz sobre el comportamiento del clima atrajo la atención de
investigadores de diferentes campos del conocimiento. Su artículo,
un modelo matemático del clima representado por tres ecuacio-
nes diferenciales no lineales, sugería la imposibilidad de prede-
cir el tiempo atmosférico como consecuencia del inexorable caos
de la naturaleza.

RNC 95
En esa época empezó una avalancha de tratados sobre el caos
que condujo a la llamada física del caos, la cual se dedicó a inves-
tigar la dinámica de los procesos caóticos como el clima, los movi-
mientos turbulentos de los fluidos, las olas del mar, los fenómenos
estelares, reacciones oscilantes, los procesos biológicos, la evolu-
ción y dinámica de las poblaciones, las mutaciones y alteraciones
genéticas, los huracanes y tormentas planetarias, los catalizadores,
cristales, la mancha roja de Júpiter, las epidemias, el ritmo del
corazón y las ondas cerebrales, la esquizofrenia, la economía,
sucesos históricos, revoluciones y crisis sociales, pestes, hambru-
nas, el crecimiento de polímeros, el transporte urbano, circuitos
neuronales, los sismos, extracción de petróleo, reacciones múlti-
ples, y otros sistemas complejos.
Las evidencias resultantes de estas investigaciones revelan cómo
los sistemas caóticos son extremadamente sensibles a la variación
de las condiciones iniciales, de tal manera que pequeñas alteracio-
nes pueden causar efectos tremendos al ocurrir el proceso, lo que
conduce al llamado efecto mariposa, según el cual, un suave remo-
lino de aire en un sitio puede generar un huracán en otro lugar.
También, durante el desarrollo de las interacciones de los pro-
cesos caóticos ocurren puntos de bifurcación donde aparecen
nuevas rutas evolutivas, emergiendo la posibilidad de múltiples
historias o caminos paralelos que engendran nuevas formas
ordenadas distintas al patrón original, indicando cómo los siste-
mas caóticos esconden un orden diferente que se muestra duran-
te su evolución.
Para detectar el orden escondido dentro del caos, los físicos
inventaron una nueva geometría, la fractal, desarrollada por Benoit
Mandelbrot, en la década del setenta. Al penetrar en el interior del
caos, Mandelbrot encontró que existía un patrón dimensional,
una pauta geométrica, que se reproduce exactamente a través de
las escalas del proceso. De tal manera, que el caos podía describirse
por una estructura geométrica, un fractal, el cual podía generarse
mediante un algoritmo iterativo, que repetía el patrón original en
forma sucesiva, hasta abarcar todo el contorno dimensional del

RNC 96
sistema. Su concepción estaba basada en el principio de la auto-
semejanza, según la cual cada porción del fractal reproduce exac-
tamente una porción más grande del mismo. Como analogía de
un fractal, podemos imaginar a un árbol cualquiera y sus trozos,
o la estructura interna de un cristal y sus fragmentos, o a la red
de vasos sanguíneos y los capilares del cuerpo humano. Así, la
geometría de una ramita de un pino es parecida a una rama más
grande, y ésta se parece a otra de mayor tamaño, y así, sucesiva-
mente, a través de las escalas, cualquier trozo luce análogo al
árbol de pino completo. Los fractales son invariantes respecto a
la escala, presentando la misma configuración a medida que se
aumentan o se reducen sus proporciones. Cada parte es una reve-
lación del todo y viceversa. Es decir, su estructuración geométri-
ca es independiente del tamaño, como el caso del árbol de pino
mencionado, o un brócoli y sus trozos, o la imagen de una pirámi-
de pequeña contenida dentro de una más grande, y ésta, conteni-
da dentro de otra más grande, y ésta, dentro de otra más grande, y
así, progresivamente hasta el infinito.
Otra propiedad de los fractales es su dimensionalidad, la cual
no está definida por 1, 2 ó 3 dimensiones como la euclidiana,
sino que es intermedia entre estas posibilidades. En otras pala-
bras, las dimensiones fractales no son enteras sino fraccionarias.
Por ejemplo, la línea costera del mar, descrita fractalmente por la
curva de Koch, tiene una dimensión de aproximadamente 1.26,
una descripción imposible e inconcebible desde el punto de vista
euclidiano. Tal dimensionalidad pondera el grado de irregulari-
dad del objeto.
Los fractales caracterizan las quebraduras, rupturas, lo resbala-
dizo, vértigos, marañas, fisuras, irregularidades, los ruidos, las
interconexiones, lo transitorio, las interrupciones, lo imprevisto
y lo inconcluso de los procesos caóticos. En definitiva, los fracta-
les revelan el orden escondido detrás del caos, muestran la diná-
mica de la entropía y antientropía, describen las figuraciones de
los atractores extraños e insinúan la inquietante geometría de lo
imprevisible, irregular, discontinuo, fragmentario y escabroso.

RNC 97
Las imágenes fractales resultan de la manipulación de ecuacio-
nes no lineales, las cuales al someterse a secuencias iterativas, par-
tiendo de una cierta condición inicial, originan un conjunto de
puntos cuyo trazado define la forma del fractal. La visualización
del fractal requiere un número considerable de iteraciones, nece-
sitándose un computador para lograr una representación acepta-
ble. Adicionalmente, con el auxilio de técnicas matemáticas, las
imágenes pueden trasladarse, rotarse, escalarse o visualizarse bajo
diferentes enfoques.
En términos matemáticos, el comportamiento de un proceso
caótico describe una curva infinitamente larga, la cual se pliega
sobre sí misma, ocupando un área finita, sin cruzarse, ni repetir su
trayectoria. El área finita donde se ubica el conjunto de puntos del
fractal constituye la llamada cuenca de atracción. La figura resul-
tante es una imagen sugestiva llamada atractor extraño, la cual
ejerce cierta inquietud y fascinación. El atractor extraño represen-
ta en su esencia, una versión del arte cibernético, lograda con téc-
nicas matemáticas y el computador. Un atractor ampliamente
conocido es la mariposa de Lorenz, el cual, como su nombre lo
indica, parece una mariposa con las alas abiertas, desplegadas y
extendidas sobre una curva infinita que se pliega sobre sí misma.
Hermosas representaciones pictóricas surgidas del mundo
fractal son el conjunto de Mandelbrot, el conjunto de Julia, la
curva de Koch, el polvo de Cantor y otras. Según David Ruelle,
un físico del caos, Esos conjuntos de curvas y esas nubes de puntos
hacen pensar, ya en fuegos de artificio o galaxias, ya en proliferacio-
nes vegetales extrañas e inquietantes. Se esconden en ellos formas que
deben explorarse y armonías que esperan ser descubiertas.
Detrás del caos y el orden existe una dinámica oculta de pro-
cesos creadores y destructores de entropía que desafían o sugie-
ren una extensión de las leyes termodinámicas. Son transiciones
que conducen a la simetría y antisimetría de la entropía, a la
supereficiencia termodinámica, y a la inversión de la flecha del
tiempo. Los procesos creadores de entropía actúan como una
fuerza homogenizante y los destructores como una fuerza hetero-

RNC 98
genizante, cuyo antagonismo explica la vida y su multiplicidad, y
lo efímero y eterno de este mundo impermanente y probabilístico.
La creación y destrucción simultánea de entropía plantea la posi-
bilidad de un cosmos en permanente compensación entrópica que
no tiende necesariamente a la muerte térmica. Metafísicamente vis-
lumbra la vida y la muerte, el caos y el anticaos, milagros, transfor-
maciones alquímicas, transustanciación, resurrección, espíritus,
dioses, demonios y la eternidad.
Sorpresivamente, la visión del caos fue presentida a nivel de la
literatura por Borges, quien se adelantó a los físicos al concebir la
esencia del caos en los cuentos El jardín de senderos que se bifurcan
y Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, publicados en 1941. El jardín de sen-
deros que se bifurcan trata del caos y de la bifurcación de la reali-
dad en innumerables porvenires o historias, que a la vez se divi-
den y proliferan hacia otras historias y dimensiones. Esta es una
conjetura de Borges que concuerda con las observaciones realiza-
das por los físicos sobre la dinámica de los fenómenos caóticos.
En particular, describe el caos, anticaos y las bifurcaciones en un
nivel metafórico, similar al lenguaje de los científicos que han
observado estos acontecimientos en los procesos de la naturaleza
como la ramificación temporal y espacial de los eventos irreversi-
bles: Casi en el acto comprendí; el jardín de senderos que se bifurcan
era la novela caótica; la frase varios porvenires (no a todos) me sugi-
rió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio… Crea,
así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se
bifurcan... En la obra de Ts’ ui Pên, todos los desenlaces ocurren. Cada
uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los sen-
deros de ese laberinto convergen... El jardín de senderos que se bifur-
can es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo...
Creía en infinitas series de tiempos divergentes, convergentes y para-
lelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o
que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades... El tiem-
po se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros... Hablando
sobre el caos, el premio Nóbel de literatura Seamus Heaney pre-
guntó a Borges en 1995: En Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, usted dijo

RNC 99
que la eterna repetición del caos hace surgir o revela un patrón o un
orden metafísico ¿qué tenía usted en mente? Borges respondió:.. creo
que puede haber algo de verdad en la vieja idea de que, detrás del apa-
rente desorden del universo y de las palabras que usamos para hablar
de nuestro universo, podrá surgir un orden oculto... un orden de repe-
tición o coincidencia. Esta respuesta coincide esencialmente con
las indagaciones observadas al explorar el caos, y encontrar que
detrás del aparente desorden, existe un orden oculto.
Asimismo, Joyce en la novela Ulises, aunque no de manera
directa como Borges, anticipa, hacia 1922, ciertas relaciones que
parecen coincidir con la filosofía del caos. Esto se advierte en lo
fragmentario, lo discontinuo, lo escabroso, lo fragoso y lo impre-
visible del hilo narrativo de Ulises. Allí, las imágenes disímiles,
transversales, espiraladas y repentinas nutren la dinámica de los
múltiples personajes y contextos que viven en la impredecible
realidad de la entropía y antientropía. Es una novela multidimen-
sional, ramificada, sin límites, como la geometría de un atractor
extraño, que se mueve sin repetir jamás su trayectoria ni regresar
a su condición inicial. Describe vidas que pasan frente a nosotros
como pedazos de historias, o fractales cortados, cuyos trozos son
como una revelación del todo que surge de las paradojas del orden
y el desorden.
Otra connotación del caos puede apreciarse en la obra Cien
años de soledad de Gabriel García Márquez, donde es posible ima-
ginar que la destrucción de Macondo por un huracán devastador,
fue una consecuencia del impredecible efecto mariposa, genera-
do por los ingenieros de la compañía bananera que alteraron el
clima, los ciclos de las cosechas, desviaron los ríos y modificaron
la ecología de la ciénaga y los alrededores de Macondo. En las
expresiones de José Arcadio Segundo, García Márquez anticipa
algo de esta suposición, al comentar que los ingenieros con sus
prácticas depredadoras del ambiente habían provocado el diluvio
y el pavoroso huracán que destruyó a Macondo acabando con la
familia de los Buendía. Los científicos consideran que muchas

RNC 100
catástrofes ambientales que se producen en la realidad en los sis-
temas complejos y caóticos son consecuencia del efecto mariposa,
según el cual, el aleteo de una mariposa en el Amazonas puede
causar una tormenta en Japón. Alegóricamente, esto coincide con
lo ocurrido en el mítico Macondo.
En el contexto de la poesía, un poemario parecido estructural-
mente a un fractal o a un antifractal de palabras fue escrito recien-
temente por Luis Alberto Angulo, mereciendo el premio de la
bienal de poesía Lazo Martí 2003. El poemario cuyo nombre es
Fractal, revela un caos y un orden escondido con imágenes impre-
vistas, irregulares y abruptas. Los poemas se conectan como un
atractor extraño, como una curva infinita, a través de un flujo de
múltiples historias, ramificaciones, y figuraciones inquietantes y
originales que combinan los sentimientos e ideas del poeta. Una
secuencia de fragmentos de experiencias, de símbolos sin fin ni
contorno, se extiende desde el principio al final, se bifurca desde
las aristas hacia el centro, yendo y viniendo, sin repetirse, atados
por una cuenca de atracción que confiere unidad y coherencia al
azar y al orden. Desde la periferia se desvanece lo fractal, la his-
toria se dispersa, y la realidad se diluye en la memoria, la vida y
la muerte… / el aura en donde/ el zumo de la vida bebe de sí mismo
/ es el primer círculo humano / centra allí el contacto con el mundo /
que poco a poco se extiende……… / hasta regresar al módulo inicial
/ el ciclo de la lluvia y el verano /………/ miras hacia atrás o hacia
delante solo desde aquí / el pasado o el futuro puedes ver el presente
/………/ la vacua prodigalidad del espacio / comprendió que no hubo
recorrido alguno / porque siempre estuvo allí / sin otro tiempo ni otro
lugar /al que nuevamente le traía de vuelta / al mismo paraje que dejó
cuando partió / no obstante algo había cambiado sin cambiar en nada
/ surgía el mismo fulgor pero ahora en todas partes /……../ detrás de
ti no existe nada distinto de lo que hay enfrente / una línea quizás /
un instante apenas /……la mirada de adentro hacia fuera / y la de
afuera hacia adentro se ha extinguido /……/ repitiendo infinita-
mente/ el absoluto sin sentido /……/ el canto es el mismo / canto

RNC 101
del principio / pero yo soy otro / sin quererlo /……luego de los fractales
la selección de las formas…... después del comienzo total a 360 gra-
dos de ti /
Explorando nuevos caminos literarios, encontramos otros poe-
tas construyendo poesía fractal con instrumentos cibernéticos y
algoritmos matemáticos, capaces de generar secuencias de pala-
bras similares a las imágenes fractales. Uno de esos poetas es
Eduardo Kac, quien combina la holografía, los fractales y los
computadores generando una poesía cibernética irrepetible,
fugaz, discontinua e impredecible.
En relación a las artes plásticas, Escher ha creado representacio-
nes pictóricas, Cielo e Infierno, Más y Más Pequeño, Tres Mundos
y Serpientes, entre otras, que se acercan a la geometría fractal.
Históricamente, Escher realizó estas pinturas un poco antes que
Mandelbrot publicara los fundamentos matemáticos de esta geo-
metría. «Más y Más Pequeño», es un ejemplo donde se ve clara-
mente la autosemejanza o el perfil del caos. Bajo una mirada glo-
bal, la pintura tiene una apariencia caótica, pero cuando se analiza
detenidamente empieza a revelarse un patrón ordenado, encubier-
to detrás del aparente desorden. Allí, una figura parecida a un rep-
til es reducida progresivamente, hasta lo más pequeño posible, y
cada reptil, a diferentes escalas de tamaño, es semejante al patrón
original de mayor escala, como ocurre en la realidad de los siste-
mas caóticos.
A propósito del arte, James Gleick se pregunta en su libro Caos,
la creación de una ciencia —¿Por qué se declara bello un árbol desho-
jado y enarcado por la tempestad contra el cielo invernal, y no la silue-
ta correspondiente de un edificio universitario polivalente, a pesar de
los esfuerzos ímprobos del arquitecto? En relación a este asunto,
Gleick considera que la percepción de la belleza en los objetos
naturales, árboles, nubes, olas, playas, montañas, cristales o hele-
chos, se debe a la armoniosa disposición del orden y desorden, a
la carencia de una escala típica, a la distribución fractal, es decir
a la existencia de elementos de todas las escalas, a la presencia del

RNC 102
caos y anticaos. En cierto modo, la geometría euclidiana repre-
senta un mundo ideal de arquetipos y de formas, líneas, trián-
gulos, cuadrados, rectángulos, polígonos, círculos, pirámides,
cubos, esferas,… que no se presentan como tales en la naturaleza,
salvo excepciones. Las cadenas de montañas, las gotas de agua,
los rayos, las hojas, los ríos, el fuego, las nubes, las olas, las estre-
llas, el mar, los tejidos biológicos, las grietas subterráneas,… no
tienen un aspecto geométrico definido y preciso, sino más bien
son formas aproximadas, fragmentadas, cortadas, discontinuas,
quebradas, picadas, cuya verdadera belleza es inasible bajo la
perspectiva euclidiana. Sin embargo, la aproximación fractal se
acerca más a las verdaderas proporciones de la naturaleza y por
lo tanto a su verdadera hermosura. Bajo esta perspectiva, se puede
confrontar la visión clásica, euclidiana, de Cézanne y la interpre-
tación antieuclidiana sugerida por Mandelbrot, creador de la geo-
metría fractal. Así, mientras Cézanne, pintor impresionista, argu-
menta que Todo en la naturaleza puede ser visto en términos de
conos, cilindros y esferas, Mandelbrot, en contraste opina que Las
nubes no son esferas, las montañas no son conos, las líneas costeras
no son círculos, el pasto no es liso, ni la luz viaja en línea recta.

RNC 103
Ilustración Luis Luksic 1983
Liduvina Carrera

OTROS VENDRÁN
DESPUÉS DE MÍ

LA NOVELA OTROS vendrán después de mí de Ítalo Tedesco (2001)


tiene como protagonista a Leonardo Infante, figura a la que se le
dedica más peso en el espacio narrativo y (...) proyecta la mayor carga
semántica (Bustillo, C. 1995: 28). Su construcción ficcional resul-
ta interesante, puesto que a partir de los setenta (postboom), la
novela histórica latinoamericana ha tenido gran auge (Madrid, A.
1991) y el autor elabora su ente ficcional sobre el telón de la gesta
heroica que acompañó al Coronel Leonardo Infante, uno de los
quince oficiales de más alto rango en el Ejército Libertador.
Es evidende la frecuencia con que los personajes históricos son
llevados a las novelas; por tal motivo, los rasgos prefijados suelen
ser parecidos a los de la persona real, sobre la cual el autor recrea
su personaje. En todo caso, al decir de Carmen Bustillo (1995):
el personaje de ficción no es un ser viviente sino una figura del discurso,
y como tal debe tratársele (21). Muchos lectores suelen comparar
al personaje textual con la persona real, porque existe una eviden-
te correspondencia con un marco de referencia (...) [y] (...) la imagen
que recibimos de ellos está determinada en gran medida por el enfren-
tamiento entre nuestro conocimiento previo y las esperanzas que éste

RNC 105
crea, por una parte, y la realización del personaje en la narración por
la otra (Bal, M. 1998: 91). Sin embargo, los seres novelescos que
pueblan los espacios ficcionales de las obras narrativas son cons-
tructos sobre la realidad, son ejercicios de la palabra en su capaci-
dad de mentir (Bustillo, C. 1995) y, por lo tanto, deben ser inter-
pretados por la crítica como cultivos del lenguaje.
Ítalo Tedesco, en su novela Otros vendrán después de mí, utiliza
diversos recursos ficcionales para dar vida a un personaje que se
va construyendo en el curso del relato. El referente histórico se va
diluyendo con el manejo verbal del novelista y va surgiendo la
figura inventada y recreada por el autor: el Coronel Leonardo
Infante. En las obras cuyos personajes tienen un referente histó-
rico, probablemento no haya necesidad (...) de corregir la historia,
de mostrar la verdad (Rodríguez, A. 1990. Enero, Junio: 83), por-
que se trata de una verdad novelada, inventada con las herra-
mientas literarias del autor, cuya finalidad es proporcionar placer
estético con su creación.
El ser de papel de esta novela se encuentra enmarcado en un
universo ficticio, y la elaboración de su figura textual se puede
abordar, según la propuesta de Mieke Bal (1998), con la ayuda de
repeticiones, relación con otros personajes, acumulaciones y transfor-
maciones. A sabiendas de que no es fácil, si siquiera posible, deter-
minar qué material debería incluirse en la descripción (Bal, 1988:
89), los elementos mencionados pueden ofrecer los rasgos distin-
tivos que en conjunto crean el efecto de un personaje (Bal, 1988: 87);
en este caso, de Leonardo Infante.
Cuando un personaje es presentado por su propio nombre,
queda determinado por su sexo, su posición social, origen geográ-
fico, y a veces más. (Bal, M. 1998:92). En la novela, se puede leer:
Leonardo Infante, de nacionalidad venezolana por haber nacido en
Chaguaramal, cantón de Maturín, el 28 de junio de 1798, 26 años de
edad, hijo de Juan de la Cruz Infante y de Sebastián Álvarez, de esta-
do civil soltero, de profesión militar, con el rango de Coronel de

RNC 106
Caballería (Tedesco, I. 2001: 157)1. El nombre garantiza la uni-
dad de las referencias que, a lo largo del discurso, elaboran al per-
sonaje y que lo sitúan como sujeto de acciones y de atributos; por
lo tanto, el lector debe construir las diferentes unidades persona-
jes por los signos de coherencia que el narrador va dando en
forma discontinua (Bobes Naves, M del C. 1993:77).
Aunque los factores determinantes no son del todo seguros, el
hecho de que se mencione la profesión, el sexo, algunos factores
externos o peculiaridades de la personalidad crea una expectati-
va, cuya respuesta puede encontrarse en la historia o quedarse sin
desarrollo (Bal, M. 1998:92). En el caso del personaje de Ítalo
Tedesco, la figura textual se va conformando durante el relato y,
por la visión de diferentes voces textuales, se va consolidando
una imagen más completa.
Las repeticiones conforman un recurso de construcción, para
crear la imagen de Leonardo Infante en la obra. En este caso, se
debe acotar que cuando un personaje aparece por primera vez
se desconoce todo acerca de su personalidad, porque las cualida-
des que se implican en la primera presentación no son captadas
completamente por el lector. En el curso de la narración las carac-
terísticas pertinentes se repiten con mucha frecuencia, pero de
diferentes formas; este hecho va conformando la figura en sus
diversos aspectos: física y espiritualmente. Desde las primeras
páginas, se ofrece una descripción física y, por medio de la repe-
tición de ideas; se dan a conocer los primeros matices del color
de la piel: Dicen que al negro no lo ven de noche (161); Te veías como
un negrazo en la neblina (203). Al mismo tiempo que el lector
reconoce lo negro de su tez, también puede darse cuenta de otros
rasgos que lo caracterizan, sobre todo el coraje y la arrogancia
delante de las personas que lo despreciaban: A un negro sin escuela,
pero con cojones a prueba de rajaduras y revientes, tenían que que-
brárselo a la primera oportunidad (21); Ya habrás visto la arrogancia

1 Todas las notas de la novela se refieren a la edición 2001. Otros vendrán después de mí. Caracas:
UCAB -AYOMAN Fondo Editorial.

RNC 107
con que se pasea ese negro delante de nosotras (23); Nadie mejor que
tú para saber que no veían bien a un negro subirse al grado de Coronel
a fuerza de bola (231).
El Grado de Coronel es llevado con orgullo y el color de la piel
no es problema, aunque algunos personajes lo ven con desagrado:
Cuando el negro se tiraba por el centro de la calle, por las tardes, ves-
tido de Coronel, en verde y oro, con sombrero galoneado, charreteras
de plata y con el sable al cinto (51); constituía la envidia de muchos
porque: en San Victorino decían que un Coronel negro que por las tar-
des paseaba de uniforme era cosa del demonio (261). Las repeticio-
nes insisten en presentar a un personaje lisiado por las acciones
de la guerra, en varias oportunidades aparecen palabras como las
siguientes: Cuando no pudo más con las piernas porque a fuerza de
metralla se las sacaron del estribo, cayó al suelo (...) Se curó de las
heridas del cuerpo. Pero quedó lisiado. Arrastraba una pierna al cami-
nar (17). De este modo, se percibe la forma cómo fue herido de
gravedad en una pierna, hecho que lo dejó lisiado: Antes de la
metralla hizo lo que le dio la gana con una de tus piernas. Te dejaron
cojo (...) para la renquera (39); a los 23 años era un inválido de guerra
(18). Este accidente lo marcará físicamente y se presenta como un
coronel a pie. Arrastrando una pierna, cayéndose de un lado (22). A
raíz de este defecto, heredado de su heroicidad ante los aconteci-
mientos bélicos, sufre incomodidades: la andadura le era difícil por
los dolores que lo martirizaban a la derecha, por la pierna herida
(51); Leonardo Infante cojeaba lentamente en dirección a su casa
(121); La cojera del Centauro lo llevaba a paso de morrocoy (143).
Con las siguientes reiteracionies, es posible apreciar su valen-
tía en la guerra: Siempre arriba del caballo. Uno solo él y el animal.
Como si éste adivinara lo que el jinete quería hacer (17); Tu aliento
de centauro olfateaba la dirección de la brisa (190). En la medida
que el lector organiza el entramado textual de Otros vendrán
detrás de mí, el personaje se va delineando. Con el uso de repeti-
ciones, es posible observar la correspondencia entre la cantidad
de información que se da y el valor funcional del personaje. En
Otros vendrán después de mí, la insistencia en los hechos narrados

RNC 108
conforma el entorno del protagonista; por lo tanto, se organiza
su personalidad con los elementos aportados por el desarrollo de
la narración.
En el mismo orden de ideas, los personajes complejos se defi-
nen con dificultad en el proceso de su historia, porque, si bien la
conducta es expresión del ser, no lo es en forma directa y por otra
parte, las causas de la conducta suelen ser complejas (Boves
Naves. 1993: 80). Por ese motivo, las relaciones con los demás per-
sonajes determinan la imagen de Leonardo Infante en la obra. La
conexión del personaje consigo mismo, en una fase anterior, per-
tenece también a esta categoría y son capaces de cambiar, según
los momentos y las transformaciones que se dan en la novela
(Boves Naves, M. Del C. 1993: 78).
Desde el comienzo, el texto tedesquiano construye un persona-
je signado por las cartas. Un adivino llamado Malfario ofrece las
claves de lectura que proporcionan la configuración de Leonardo
Infante: Morirás a causa de un pleito con un hombre visto como defen-
sor de la justicia, que vive en el disfraz como si todo el año fuera car-
naval. (...) La caída comenzará con la declaración de una mujer (...)
Otra vieja ruin y deslenguada te hundirá en la desgracia. Recibirá
dinero de un militar que obedece órdenes de arriba (12). Las cartas
continúan su revelación. De nada le sirven los bríos al centauro, si lo
cercan las espadas —dijo el Malfario, cuando leyó en las cartas la tra-
gedia del Coronel Leonardo Infante (12). De igual manera, se adelan-
tan otros acontecimientos como la gloria de sus andanzas heroicas:
Serás el héroe de Pantano de Vargas y de Boyacá (13), y el matrimo-
nio en la cárcel: Tendrás un matrimonio a destiempo (13). Inclusive,
se van mezclando en la narración ciertas informaciones que pre-
sentan al personaje por medio de sus acciones, y se pueden dedu-
cir algunas calificaciones implícitas en ellas: Leonardo Infante, de
nacionalidad venezolana, nacido en Chaguaramal, de estado civil
soltero, de profesión militar con el rango de Coronel, de 26 años de
edad (192).
Otro tipo de relación capaz de suministrar información acerca
de Leonardo infante, es la suministrada por los vecinos del barrio

RNC 109
San Victorino, en Colombia. Por medio de repeticiones, bien
logradas en el texto, es posible conocer algo más del personaje
como su deseo de hacer amistades: En San Victorino quisiste hacer
amigos. Ni les interesó tu propuesta de paz (213). La repetición de
estas frases se da en diferentes capítulos de la novela, y en cada
uno de ellas, se añade mayor número de comentarios que identi-
fican al ente principal de esta obra: El Coronel se residenció en San
Victorino. Los vecinos no lo recibieron con simpatía ni le mostraron
agradecimiento (19); Lo crucificaron. A su paso se cerraban las puer-
tas. Y se abría la murmuración de las señoras (22); San Victorino no
estimaba al Coronel. Había mucha beata rezandera con añoranzas
coloniales a quienes un negro vestido de militar les parecía cosa del
demonio (61); En San Victorino deseaban que el Coronel se fuera para
otro barrio (81); En San Victorino no estimaban a Leonardo Infante
(...) Le molestaba la naturalidad con que paseaba con su uniforme de
militar victorioso y censuraban lo que creían arrogancia, cuando en
verdad era su modo de ser (100); A los vecinos no les agradaba
Leonardo Infante. En San Victorino le fingían respeto y lo saludaban
entre dientes cuando lo veían pasar con su renquera (121); Al Coronel
no lo soportaban en San Victorino (127).
La relación con Santander, otro ente ficcional de la novela,
también es importante para conformar la figura de Leonardo
Infante, porque por este personaje influyente se organiza todo un
espectáculo que llevará al protagonista a la cárcel y al subsiguien-
te ajusticiamiento. Santander se sintió burlado por la valentía y
arrogancia de Infante, quien comenta: Le recordé sus cobardías. En
su gobierno yo no era el Coronel. Era un veneco. Pobre además. Y
negro. Es lo que decían. Le hice chanzas (...) jamás me escondí (241)
Por ese motivo, fue acusado; incluso después de su fusilamiento,
el cruel enemigo acude a desprestigiarlo: Leonardo Infante era
cadáver cuando Santander se presentó en la plaza (...) lo acusó de ale-
vosía, premeditación, ventaja y nocturnidad, lo que nunca se pudo
probar en el proceso (326).
La conexión con algunos héroes de la Independencia arroja
más detalles de la configuración de Leonardo Infante. Cuando

RNC 110
conoce al personaje Simón Bolívar: El Libertador. (...). el caraque-
ñito los vio, se bajó del caballo (45), se da una relación afectiva que
llega hasta la heroicidad. Leonarado Infante se muestra valiente al
salvarle la vida: El negro se acercó a El Libertador, lo conminó a mon-
tar, y lo salvó del peligro (50), aunque luego se decepcione desde
la prisión por el abandono que siente ante los comentarios: Te
dijeron que Bolívar te calificó de sanguinario (211). Páez le recono-
ce su valor en la mejor época de Infante, por lo tanto le confiere
reconocimientos: Leonardo Infante se encontró de nuevo con la glo-
ria. Páez lo nombró Teniente Coronel, con conocimiento de cuatro
años de antigüedad (54).
Su encuentro con las mujeres es variado en la obra; sobre todo,
y específicamente con una mujer que lo impacta, existe una aproxi-
mación hermosamente dibujada en la obra: Es Dolores Caicedo.
Tu esposa (46); para Infante fue un enriquecimiento personal: el
encuentro con María Dolores Caicedo, la mártir condenada a ser
viuda sin tiempo suficiente para haber sido esposa (206). Con el
amor de esta mujer: Se fortaleció en su ternura. Se alucinó con las
emanaciones de un cuerpo, un espíritu que le brindó la calidez y le
mostró tanta belleza (89). De otra mujer, recibió lo negativo de la
vida: Carmen Espejo, de quien se dice en la obra: Una mujer acusó
al Coronel de no haberle pagado completo el precio que le pidió por
una noche con la hija (...). Carmen Espejo, la mujer que te acusó en
el juicio (...) la buhonera de una sola mercancía: su propia hija (155).
Esta relación es adversa al personaje porque lo coloca en una situa-
ción peligrosa: Carmen Espejo me acusa por un acto de venganza
(209), y por esa acción innoble, Infante es llevado a la cárcel, juz-
gado falsamente y fusilado, luego, ante un paredón. Otras muje-
res con las que tiene contacto Leonardo Infante, le proporcionan
la oportundiad de demostrar su caballerosidad: En San Victorino
no reconocían a Leonardo Infante. Pero en la Casa de las Muñecas
descubrió la solidaridad de las mujeres que los señorones despreciaban
(184). Como el propio personaje se siente despreciado por el
resto de los habitantes de su barrio, se une solidariamente con las
mujeres de vida fácil y las defiende de intrusos en el local: En San

RNC 111
Victorino había un solo lugar donde añoraban a Leonardo Infante. En
la Casa de las Muñecas (...). Y se propuso limpiar el burdel de los
vagabundos de San Victorino (195).
Si el personaje de la novela se ha presentado al principio como
un nombre vacío, se ha ido conformando su personalidad por
medio de los recursos de la repetición y relación con otros persona-
jes. Ahora se acudirá a otro: el almacenamiento de datos que tam-
bién cumple su función en la construcción de una imagen; la acu-
mulación de características hace que los datos anteriores se unan y
complementen, y formen así un todo: la imagen de un personaje (Bal,
M. 1998: 93). La novela de Italo Tedesco abunda en el almacena-
miento de datos, que conforman un cúmulo de nuevas caracterís-
ticas o profundizan las ya conocidas: Con el cansancio multiplicado
en las arrugas prematuras de unos ojos que sólo saben de tragedia
(20); Infante era uno de los guerreros de confianza (65), El Coronel
Leonardo Infante, uno de los libertadores de Colombia (194).
La representación de los personajes de la novela no es posible
en simultaneidad, sino que, por el contrario, van apareciendo
sucesivamente y van anunciándose unos a otros, mirándose,
interpretándose mutuamente, lo que permite al lector conocerlos
en varias dimensiones, desde variada perspectivas (Boves Naves,
M del C. 1993: 78). De modo que se dan los acontecimientos
desde distintas direcciones y se continúa la configuración de
Leonardo Infante:

Se sentían superiores al venezolano, a quien veían como inva-


sor, lo trataban como extranjero, porque no los miraba con
sumisión, al contrario, caminaba, con el pecho al aire, firme la
mirada, orgulloso de su uniforme, y tratando de andar con paso
marcial, pese a que no lo abandonaban las laceraciones de su
pierna herida (61); Al año siguiente el Coronel recibió la terce-
ra condecoración. Era de oro (83); Viví entre cuarteles. O al
aire libre. En campamento de guerrilleros. El hogar para mí no
es ni siquiera una palabra (168).

RNC 112
El último recurso mencionado por Mieke Bal (Bal, M. 1998:94),
como constantes en la elaboración de personajes es la transforma-
ción. Los entes ficcionales pueden cambiar, y estos cambios alte-
ran, a veces, toda su configuración; de esto se desprende el hecho
de que, una vez seleccionados los rasgos más importantes de un per-
sonaje, será más fácil seguirles el rastro a las transformaciones para
describirlas con claridad (Barrera Linares, L. 1995). El personaje
sufre de angustia en la cárcel y lo expresa, porque se da cuenta de
que en su vida ha habido cambios en el tiempo: Fuiste de los cen-
tauros y poco te faltó para llegar al cielo. Te tumbaron de la cabalga-
dura y empezaste otra andanza, la de a pie, que resultó más tormen-
tosa (211). Él mismo está consciente de su transformación: Ayer
qué maravilla fui, y ahora ni sombra soy (292).
Este principio de transformación se da a raíz del desarrollo de
un conflicto, porque un personaje debe sufrir modificaciones que
justifiquen su participación en la historia narrada. Muy cercano
a su muerte, Leonardo Infante se queja: Aquí me veo, inocente y
americano y mi fecha de partida la pusieron los que ayudé a liberar.
¡qué vaina tan arrecha, ésa! (224). Es el producto del desarrollo de
los hechos que lo han llevado injustamente al borde de la muerte;
como Infante experimenta cambios durante el desarrollo de la
narración, se corresponde con un ser complejo, de características
eventualmente contradictorias, capaz siempre de sorprender al
lector de una manera convincente (Bustillo, C. 1995: 41).
Ahora bien, los cambios pueden ir desde el aspecto físico hasta
los procesos relacionados con el mundo interior, con la psicología.
En el caso de Leonardo Infante, evidentemente se menciona desde
que era joven hasta la plenitud de su juventud, cuando lo matan.
Para los momentos en que se realiza el juicio, al final del relato,
aparece casado con María Dolores Caicedo y así lo hace saber en
sus declaraciones: Declaro que soy casado in faciae ecclesiae con la
señora María Dolores Caicedo, la que se halla encinta, (...) sin que
haya tenido otro hijo legítimo ni natural, porque mi vida la he emple-
ado en los diferentes viajes de las campañas celebradas en beneficio de
esta República (265). Pero la verdadera transformación se da en el

RNC 113
aspecto espiritual y en el pensamiento del personaje. Ayer mara-
villa fui. Ahora ni sombra soy. El negro de antes ya está en la otredad
(...). Por el fusilamiento llegué al umbral de cruces con sauces y cipre-
ses (331). En las reflexiones, a la víspera de su fusilamiento, sufre
por la nueva etapa de su vida/muerte: Sólo por Dolores y por mi
hijo me duele morirme. Si no fuera por ellos más bien me alegraría.
Cambiaron los tiempos (170); Te asumes desafortunado (211). La
tristeza y la decepción lo invaden ante la creencia de que Bolívar
pudo haberlo ayudado y, sin embargo, lo abandonó en los mo-
mentos culminantes de su vida: ¿De dónde habrá sacado eso El
Libertador? (...) Cuando gané en el juego para ayudarlo en sus gastos
todo era fraternidad. (...) Moriré sin saber. Me iré con ese dolor
(225). La transformación es evidente en el cambio sufrido desde
que era un héroe hasta el presente: Ya no era un centauro. Un sagi-
tario sin arco (22).
Como se ha visto hasta ahora, la repetición, la acumulación, las
relaciones con otros y las transformaciones son cuatro principios dis-
tintos que operan conjuntamente para construir la imagen de un per-
sonaje (Bal, M. 1998: 94); sin embargo, existen otros elementos
que ayudan a conformar a los entes novelescos, cuyos cambios
suelen coincidir con ciertos acontecimientos en la fábula. En
Otros vendrán después de mí, el avance de la narración complemen-
ta la tipología de Leonardo Infante, entre ellas las siguientes: su
heroicidad en Pantano de Vargas y en Boyacá. Desde las Queseras
conocían de su coraje. En Quilcasé aumentó la leyenda (17); Si
alguien supo desde niño lo que era tener gobierno y trabajar fuiste tú,
y de allí salió la musculatura y la entereza, a ti que aprendiste a can-
tar en el ordeño (212).Los rasgos físicos continúan presentes a lo
largo de la narración: Estás en un calabozo de dimensiones reduci-
das, sólo a los torturadores se les pudo ocurrir que a un fortachón
como tú lo encerraran en una celda donde apenas podías estirar las
piernas (281).
Ya para finalizar, no se debe dejar fuera de estos comentarios
el hecho de que, en esta novela de Italo Tedesco, existe una varie-
dad de voces narrativas presentadoras de un Leonardo Infante

RNC 114
como tema principal; de manera que la vida de este personaje
ficcional se ve desarrollada por el uso de diferentes voces textua-
les. El uso de la segunda persona presenta sus recuerdos: Tenías
veintiún años. Te ascendieron a Coronel graduado. Uno de los quince
oficiales de mayor rango en el ejército (33); la tercera persona avan-
za en la presentación del personaje: El lisiado perdió movilidad
por intentar que Colombia fuera grande (22); y la primera asume
la descripción personal del héroe: Los recuerdos de mi juventud son
las matanzas (224). Todo esto da cuenta de que la novela tedes-
quiana posee coherencia interna y que su personaje principal,
Leonardo Infante, ha sido cuidadosamente perfilado en cada una
de sus páginas.

BIBLIOGRAFÍA

BAL, M. (1998). Teoría de la narrativa. (Una introducción a la narratología).


Madrid. Cátedra.
BARRERA LINARES, L. (1995). Discurso y literatura. Caracas. Ediciones de la
Casa de Bello.
BOBES NAVES, M. DEL C.(1993). Teoría general de la novela. Semiología de «La
Regenta”. Madrid. Editorial Gredos.
BUSTILLO, C. (1995). El ente de papel: Un estudio del personaje en la narrativa
latinoamericana. Caracas. Vadell Hermanos Editores.
MADRID, A. (1991). Novela nostra. (Visión sincrética de la novela
latinoamericana). Caracas: Fundarte. Alcaldía del Municipio Libertador.
RODRÍGUEZ, A. (1990, enero-junio). «La mutabilidad de la Historia: Lope de
Aguirre, príncipe de la Libertad». En: Escritura. Teoría y crítica literaria.
Caracas: (Año XV. N° 29).

RNC 115
Fotografías Aurismar Villamizar 2006
Recopilación y transcripción de Antonio Trujillo

ORALIDAD
EN LA ESCRITURA
DE JOSÉ LEÓN TAPIA

YO CREO QUE la literatura que yo he escrito, todo lo que he escri-


to hasta ahora, encaja perfectamente bien dentro de esa idea de la
oralidad. Porque yo permanecí silencioso escuchando hombres y
mujeres viejos de este pueblo, hasta que yo tenía más o menos 39
ó 40 años. Cuando se muere una hija de 16 años en un acciden-
te y quedo íngrimo y solo en la casa de la familia Pulido, la casa
de mi familia (donde está el Museo Arvelo Torrealba hoy día, en
Barinas), durante un mes, porque la otra muchacha estaba enfer-
ma, accidentada en Caracas y mi esposa estaba allá, y me quedé,
porque tenía que trabajar, casi un mes solo. Y mientras, el dolor
de la muerte de mi hija. Entonces, empecé a buscar de dónde
agarrarme. Y de allí en adelante empecé a recordar todo lo que yo
tenía por dentro guardado durante toda mi infancia; y aparte de
eso, en aquella casa, rememorando, donde han sucedido los epi-
sodios históricos más importantes de Barinas, parecía que me
encontrara con los fantasmas de ellos. Exactamente en las noches
como que me encontrara con todos ellos.
A esto agrégale tú que pertenezco a una familia, la familia Tapia,
que tiene en Barinas no menos de cinco generaciones, en línea
recta, porque sencillamente es una familia que no se ha ido de

RNC 119
Barinas, como se fueron los Baldó, los Pulido, los Pumar, los
Villafañe, que eran barineses y se fueron a Los Andes. Todas fami-
lia mía, todos familia mía.
Los Tapia nos quedamos con la Independencia. Nos quedamos
con la Federación. Nos quedamos con la miseria del paludismo,
la enfermedad. La miseria de Castro y de Gómez. Y todos los epi-
sodios, y aislados del mundo por seis ríos imposibles de cruzar,
que tú los cruzaste hoy en un rato, por la carretera, pero que eso
era un mes, prácticamente, que tú gastabas de aquí a Caracas.
Cuando yo tenía 12 años, 15 años, ibas de aquí a Guanare en el
mes de junio en tres días. Tenías que abordar los ríos con chala-
na para poder llegar al otro lado, y seguir carretera.
Bueno, entonces empecé a pensar en eso, en esa casa, y la pri-
mera persona que me da información a mí, cuando yo tenía, como
el nieto mío, 12 ó 13 años, era mi tío Jesús Tapia Baldó. Ese era
un anciano que nació en 1841 y murió justamente en 1941. Cien
años completitos. Entonces, de una familia como la mía, que era
una familia, vamos a llamarla así, tradicional, y mantuana, vamos
a llamarla así también, para utilizar los términos de aquella época.
Y entonces, él era como una especie de…, el único que tenía ideas
avanzadas, liberales, porque, sencillamente, en el año 1859, cuan-
do pasó el general Zamora por aquí, se lo llevó como edecán. Y fue
edecán a los 16 años, con Zamora, en la batalla de Santa Inés.
Entonces, ese señor, ese anciano, que tenía los ojitos azules —me
acuerdo tanto de él—, ahí en esa novela que te voy a regalar ahora,
en El embrujo de los Palacio, hay mucho de eso. Él llegaba y nos
enseñaba en el patio de la casa. Nos ponía a mostrarnos cómo era
la batalla de Santa Inés: y aquí estaba éste y estaba…, y nos hacía
un plano en el piso… aquí estaba el general Zamora y aquí estaba
yo. Se llamaba Jesús Tapia Baldó.
Entonces, ahí empecé a tener idea de todo ese mundo del
pasado, realmente, me impactó en una forma total.
Aparte de eso, tenía una abuela, Ester Encinoso de Tapia Baldó,
la madre de él, ¡perdóname! cuñada de él, esposa de mi abuelo
Misael Tapia Baldó. Esa abuela, era una abuela autodidacta, que

RNC 120
desde que yo era un niño yo la veía leyendo al Quijote, toda la lite-
ratura francesa de aquel tiempo, y después de eso la literatura
española. Tenía una biblioteca y a mí ella me hacía leer, y me daba
un centavito para comprar una tableta por cada libro que yo leía,
o me daba medio o una locha, y que lo comentara con ella. Y fue
estableciéndome conmigo el hábito de la lectura.
Fui creciendo en esa forma hasta que me voy a estudiar
Medicina; bachillerato primero en Barquisimeto, el colegio La
Salle y después en Caracas a estudiar Medicina. Por consiguien-
te, las obligaciones de estudio me fueron alejando de esto. Pero,
cada vez que yo venía a Barinas me encontraba todavía con ese
pasado y ese mundo. Sobre todo en esa casa mágica que es la
Casa Pulideña, donde quedaban todavía los muebles, las cosas
del general Pulido, el escaparate donde guardaba su ropa, los
recuerdos, cómo era el general Pulido, cómo era la noche en que
murió. En lo que se abría la puerta, un grupo de palomas blan-
cas que alimentaba todas las tardes, se posó sobre su féretro.
Todas esas leyendas que están en mi libro, que nutren mis libros.
El día que tú revises toda la obra —que ya la tiene Luis Alberto
Crespo y la tiene Edgar Colmenares del Valle—, entonces, ahí
consigues todo eso.
Cualquiera puede pensar que esas son cosas que yo inventé.
¡No, no señor! Esas son cosas que fueron reales, y que yo, con mi
poder creativo, fui transformando en literatura. Yo tenía quien me
contara cosas, permanentemente. Bueno, de esos recuerdos de mi
tío Jesús Tapia Baldó y de mi abuela —como te conté— salió Por
aquí pasó Zamora, y te lo digo sinceramente, Por aquí pasó Zamora
salió sin estar buscando en bibliografía; prácticamente salió del
recuerdo, de la oralidad. Por eso es que el libro es tan extraño,
que la gente no podía entender qué es esto. ¿Es novela? ¡Qué no
señor! Yo lo que hice fue contarle la historia de mi abuela; de mi
abuela y de mi tío-abuelo. Sencillamente, eso fue todo lo que
pasó ahí. Las tenía en la mente, las tenía en la mente; y cuando
me sentí solo en esa casa —como te conté— empecé a escribir y
encontrarme con esos fantasmas del recuerdo.

RNC 121
Bueno chico, ahí pasa un tiempo y el libro empieza a ocasio-
nar impacto. Salieron varias ediciones y mucha publicidad en la
prensa. Orlando Araujo, José Vicente Abreu, todos mis amigos,
empezaron a animarme. Bueno chico, entonces mi papá, cuando
tenía 15 años, había sido lo que llamaban antes dependiente de la
tienda de mí tía Ensinoso de Ripert, Rosaura Ensinoso de Ripert,
en ciudad de Nutrias, en Puerto de Nutrias; y, cuando mi papá
estaba de dependiente allí, junto con Don Pancho Betancourt Sosa
—me acuerdo tanto de eso…—, ellos presenciaron en el año
1914, cuando llegó el vapor Mazparro, forrado de… cubierto de
cueros secos, invadiendo la ciudad, y se desmontó de ese vapor,
por una escalerilla —me recuerdo tanto que ellos me describie-
ron eso; mi papá lo describía con una gran emoción— Pedro
Pérez Delgado ¡Maisanta!
En la serie de peleas del año 14, 1914. Bueno, tan es así, que
mi papá incluso tenía —él tocaba cuatro— un corrío que yo
nunca lo logré tararear, el corrío de Maisanta. No ése que hizo
famoso este último…El corrío auténtico de Maisanta lo tenía mi
papá, y la letra la tienes en la primera edición de Maisanta. La
letra del corrío de la pelea en Nutrias la conseguí yo con un can-
tador que se llamaba Miguel Tomás Cala, que me la dictó, me lo
dictó, el corrío que le hicieron. Tú sabes que el llanero todo lo
celebra con un corrío; esa es la historia. Los trovadores, los
romanceros, chico, los maestros de juglería.
Bueno, de ahí en adelante, empecé yo. Compré un jeep —recuer-
do tánto…, y entonces dije yo, todavía con el impacto de la muer-
te de mi hija, tú sabes que eso pasa por lo menos cinco años para
uno poder llegar a una regularización espiritual, además que era
la consentida mía. Yo me iba casi todos los sábados en ese jeep
por diferentes sitios de Barinas y de Apure, casi todos los sába-
dos, por lo menos una vez o dos veces al mes, y me buscaba de
compañero un anciano que se llamaba don Hilarión Larralde, que
había sido oficial de Arévalo Cedeño. Y oficial, íntimo amigo de
Pérez Delgado. Con el compromiso de que fuéramos a los sitios

RNC 123
de los compañeros de él que quedaban vivos —ya él tenía como
ochenta años, pero muy duro— para que me contara la historia.
Entonces me iba con él, yo llevaba, y lo recuerdo tánto, un
poquito de cerveza y de vez en cuando nos echábamos la cerve-
cita; y allá cuando íbamos a conseguir los amigos de él, que esta-
ban tan ancianos como él, les dábamos su cervecita. En Arauca,
en Colombia, en Guasdualito, en San Fernando, en Elorza, en
todos esos pueblos donde él tenía su nostalgia —digo yo—, lle-
gaba allá y conseguía. Cómo sería, que el sitio, un día que llega-
mos a Guasdualito, allí llegó derecho, aquel día que, no sé, lo vi
llorando. Me llevó a un sitio y me dijo: Aquí mataron a mi herma-
no Cincinato.
Cincinato Larralde, Aquí lo mataron, en esta esquina, el día de la
toma de Guasdualito, en el año 21 Bueno chico, de allí salió ese
libro de Maisanta, y nació de la oralidad, porque en ese sí es ver-
dad que no había bibliografía que buscar. Lo único que había
eran los telegramas de Gómez anunciando, los telegramas de los
jefes civiles anunciando que había pasado por allá Pérez Delgado,
o que el general Pérez Delgado anoche asaltó un pueblo. Cosas de
esos telegramas que le tenían que poner todos los días al general
Gómez los jefes civiles.
Me hiciste recordar ahorita, con un mazo de casettes, oír en esos
cassettes la voz de Larralde, de donde salió Maisanta, el que me
llevó a esa historia. Y mi padre, Luis Alfonso Tapia Ensinoso, que
me contaba con una emoción enorme. Mira, un muchacho con 15
años, de estos pueblos, ve tomando un pueblo a un hombre
valiente, y se le queda para toda la vida. De ahí sale Maisanta.
El libro causa impacto. Y no solamente eso, sino que de una
vez le hicieron ese trabajo que te digo, en la Revista Nacional de
Cultura; muy bueno, que lo hizo Pedro Francisco Lizardo.
Vinieron a entrevistarme varias personas y salió el libro; se hicie-
ron como cinco. De la primera edición, la hizo José Rivas Rivas y
después se la pasé a ese gran editor que se llama José Agustín
Catalá y entonces le pasé todo lo que yo había escrito. Porque el

RNC 124
Zamora primero salió en una edición local, de aquí de Barinas,
del Concejo Municipal.
Bueno, y entonces, empecé pues, a meterme en ese mundo de
los personajes. Pero, tenía otro contador de historias que se lla-
maba Avelino Moreno. Ese viejito vivía en Calderas de Barinas. Y
Orlando Araujo en íntimo un día me dijo que don Avelino era
mejor novelista que nosotros dos. Nos íbamos allá, a Calderas,
Orlando y yo. Cuando venía Orlando por ahí, en un jeep, cuan-
do llegábamos allá, a la casa de don Avelino y empezábamos a
echarnos tragos con don Avelino y él nos contaba historias.
Tenía un soberado en la casa, donde tenía libros y todo aquello
lleno de cosas, pero de ahí sacaba sus libros. Esa era su biblioteca;
más los de historias, historias de ríos que se enfurecían de golpe y
arrasaban con todo, como castigo de un dios; casas que andaban
corriendo por el río y que de golpe se detenían en otra parte. Era
un fantaseador extraordinario… Lagunas que truenan, que trona-
ban, cuando en Venezuela iba a haber un golpe de Estado o un
cambio de gobierno, y anunciaba; y él sabía qué iba a haber por-
que lo anunciaba la laguna,…por las piedras. El camino por donde
pasó Martí, el célebre obispo Mariano Martí. Todo eso lo recorría-
mos nosotros, Orlando y yo lo hicimos varias veces con él. Bueno,
hasta que un día, chico, al viejito se le mete en la cabeza que lo que
yo había hecho con Larralde, con Maisanta y con el tío que me con-
taba historias cuando era niño, que lo hiciera con él también.
Entonces me dice: Bueno, yo le puedo informar de un personaje
que no es llanero, pero un gran personaje, porque mi papá fue oficial
de él. Y me dice: Vamos a hacer lo siguiente, yo le voy a empezar a
contar sobre ese personaje.
Y empieza a contarme y a contarme sobre el personaje… ¡se me
va animando! Un día me saca un folleto, así chiquitico, que tenía
en el soberado: Mire, esto lo escribió el doctor Fabricio Gabaldón, que
fue compañero de Montilla en todas sus campañas. Esto le sirve a usted.
Yo me leí el folleto de Gabaldón y, efectivamente, el Gabaldón
que cuenta grandes cosas, y don Avelino coincidía con él en una

RNC 125
serie de cosas. Le dije: Bueno, don Avelino, vamos juntos para los
Andes. Y nos metimos en el jeep y le echamos hacia Campo Elías, en
Trujillo. De ahí cogimos una carretera difícil, así, hacia el cerro de
Las Rosas. Llegamos entonces al pueblo de Guaitó, un caserío
que está sobre una sierra donde tú divisas hacia acá, Lara, y hacia
abajo las llanuras de Portuguesa; y arriba está, como un nido de
águilas, el pueblecito de Guaitó.
Bueno chico, te estoy hablando… eso fue por ahí por los años
70, por allí sería eso. Tú ves los libros y ahí tienes la fecha.
Don Avelino me fue presentando gente que eran amigos de su
padre, y me consigo con una joya, ¡chico!, que es una anciana
contadora de historias, Débora Acevedo, que presenció, ¡chico!,
el ataque al pueblo por el general Lago contra Montilla.
Lago, que era un general de Cipriano Castro, contra Montilla,
que estaba alzado, Rafael Montilla, petaquero, que estaba alzado
—tal como lo cuento en el libro— y me lleva para un cuarto de su
casa y me dice ella: Acá tengo el recuerdo, y me muestra en la pared
un letrero escrito con sangre, donde decía: Aquí murió Rivas, un
oficial barinés, Rafael Rivas: Aquí murió Rivas quiero que… y se le
termina la cosa porque se murió, pues, no pudo seguir escribien-
do, porque escribía con la sangre de la herida.
Total que me vengo muy impresionado. Entonces seguimos.
Esa noche nos quedamos allá, y nos llegamos a un sitio donde
vivía Antolino Hernández, que era el guitarrero de Montilla; ahi-
jado de Montilla y era el guitarrista. Y es el que cantaba el célebre
corrío: ¡Ahí viene Montilla a dar la pelea!… me lo canta y yo lo
grabo y me lo traigo. Esto se lo entregué yo a Lilia Vera, una vez
a través de alguien, para que ella lo cantara. En Lara también exis-
tía gente que conocía la letra, pero resulta que yo tenía la graba-
ción del cantador de Montilla. ¡El propio! Bueno, chico, enton-
ces me pongo y escribo el libro.
Sí, sí, don Avelino venía siempre por ahí, muy emocionado,
emocionado, y entonces Orlando me decía: ¿Ese libro te lo dictó a
ti don Avelino?, le dije: ¡Claro que es así!. Ese libro, yo le puse la sal,

RNC 126
pero resulta que quien lo cocinó fue don Avelino. Una historia que yo
escuché y escribí con mucha pasión.
Don Avelino venía aquí con frecuencia y almorzaba con nos-
otros y conversaba mucho, murió en Calderas. Me traía siempre
diferentes cosas de El Limón, cacahuetes, cosas de los Andes; muy
contento con ese libro. Y el día que bautizamos el libro, don
Avelino participó también… El venía y me traía libros para que yo
se los dedicara a los amigos de él, campesinos de allá, de Guaitó.
Después me hizo hacer un viaje con él para repartirles libros a
todos esos campesinos trujillanos, por ahí por Guaitó. Tuvimos
que volver a Guaitó para repartir libros.
De allí en adelante me di cuenta que yo estaba escribiendo
sobre personajes que venían de la oralidad, venían del recuerdo
de amigos míos, de ancianos. Pero que yo tenía también un baga-
je, un mundo por dentro, de recuerdos que tenía que darle sali-
da. Y me quedé pensando, pensando en eso. Yo tenía mucho tra-
bajo como cirujano, porque estuve 30 años creando la cirugía
moderna en Barinas, porque vine de un curso de postgrado de
cuatro años en Caracas; después estuve en Londres, y tenía que
transformar la cirugía y la medicina en Barinas Y así lo hice, con
el apoyo del doctor José Ignacio Baldó, que tenía un viejo nexo
familiar con nosotros. Gran personaje, un señor, un hombre tan
culto, fundador de El Algodonal, que acabó con la tuberculosis
en Venezuela ¡Ese es un héroe nacional, chico! El y Gabaldón son
dos héroes nacionales. Uno acabó con el paludismo, y este otro
acabó con la tuberculosis, que mataba a la mitad de la población
venezolana.
Entonces, mi tía tenía el Hato Espinito —estábamos recién
casados— yo me iba para aislarme cuando estaba libre del hospi-
tal, porque allá tenía que operar casi todos los días; me iba 3 ó 4
días para allá y cuando cogía vacaciones me pasaba todo el tiem-
po en el campo, en la sabana. Entonces allá aprovechaba para
concentrarme, recordando lo que yo tenía por dentro. Entonces
empecé a recordar todas las historias que me contaban unas vie-

RNC 128
jas que vivían en mi casa, Polonia Palacios y Dionisia, que me
iban contando cosas; lo que me contaba mi tío, lo que me conta-
ba mi abuelo.
Bueno, entonces, empiezo a coger todas esas cosas. Mi padre
fue una persona que nunca quiso tener tierras, él venía y tenía su
ganado en tierras ejidales, del Ejido, del municipio. Y me puse a
escribir y escribir, a recordar las cosas del Marqués de Boconó. El
Marqués de Boconó tenía un nexo familiar con nosotros, porque
una hija de él casó con un Pulido, y eran los Pulido-Pumar y el
orgullo de la familia de que ese Marqués había tenido un nexo
familiar con nosotros. ¡Tú sabes cómo eran las cosas en esos tiem-
pos! Y yo dije: No, yo voy a escribir algo, y me pongo a escribir,
chico, y empieza a salirme cosas de adentro, recuerdos de cosas
que me habían contado durante muchos años, desde que yo era
un niño. Y sale ese libro que tú tienes aquí, Tierra de marqueses.
Como mi padre vivía también en Barinas, y lo vas a conseguir en
ese libro que te voy a regalar ahorita, y le hicieron un robo, por-
que él era comerciante, y decidió meterse a llanero, a hacer un
fundo aquí cerca, llamado Banco Alegre. Allá en Banco Alegre
pasé yo gran parte de mi infancia, con cuentos de los caporales y
cuentos de los peones y cuentos de estos sesentejos, Pablo Flores,
Clemente Ruiz, gente, pues, que me contaba historias.
Entonces me pongo a escribir cuando mi padre muere, en pri-
mera persona, como si estuviera hablando con él, ese libro que
se llama La música de las Charnelas, que Orlando Araujo dijo que es
una obra maestra. Tú sabes cómo era Orlando de exagerado,
escandaloso con sus afectos, con lo auténtico.

Barinas, 21 de enero de 2006

RNC 129
INTRODUCCIÓN

CON LA PUBLICACIÓN de Nat Brown, del guatemalteco Alfonso


Enrique Barrientos, damos inicio en la RNC a una nueva sección,
con la que pretendemos recuperar narraciones fundamentales y
maravillosas de todos los tiempos y de autores de cualquier país,
quizás en ocasiones menos favorecidos por la crítica y la repercu-
sión internacional. Lo central de la idea es volver a leer —para
algunos de nuestros lectores se tratará seguramente de una pri-
mera lectura— textos que nos han seducido para siempre debido
a su ocurrencia, ironía, sensibilidad, frescura creativa o cualquie-
ra de esas cualidades que hacen extraordinaria a la literatura y
felices a los lectores.
Narrador, dramaturgo y crítico literario, Alfonso Enrique
Barrientos forma parte de la generación guatemalteca de 1940, y
de él ninguna noticia nos reporta el Diccionario Enciclopédico de
las Letras de Latinoamérica (DELAL). El relato que hoy nos honra-
mos en presentar desprende una gran carga de ironía y mucha
gracia narrativa. A todas luces resulta ejemplar a la hora de
hablarnos de burocracia y miseria social con dureza y esplendor
en las palabras.

S.I.

RNC 133
Ilustración Ivan Estrada
Alfonso Enrique Barrientos

NAT BROWN

Su Majestad:

Me llamo Nathaniel Brown. Vivo en Orange Walk. Soy acaso el


más humilde siervo de la Corona. Pido perdón a Su Majestad por
los términos en que está escrita esta carta, pues es la primera y la
única vez que me dirijo a una reina, y el solo hecho de que Su
Majestad no me responda, me indicará que no tengo razón en lo
que pienso.
Hace cuarenta años que fui traído de Jamaica, junto con otros
noventa y ocho jamaiquinos, todos negros como yo. Cuando nos
tomaron prisioneros en la isla, antes de trasladarnos a Belice, nos
prometieron algunas cosas que juzgamos superiores a las de
Jamaica. Entre esas cosas, que el trabajo no iba a ser forzoso; que
con el tiempo nos darían, a cada hombre que formara familia, un
huerto; que al morir tendríamos derecho a un palmo de tierra
donde ser enterrados. Pero el tiempo pasó, Su Majestad, o mejor
dicho está pasando, han pasado ya ocho lustros, de los noventa
y nueve jóvenes negros de entonces, que sólo teníamos treinta
años de edad, murieron todos, menos uno, sólo yo quedé vivo en
el distrito de Orange WaIk. Debo explicar a Su Majestad que en
cierto modo yo me fui haciendo responsable, si ya no de ellos

RNC 135
mismos —pues su suerte no tenía remedio—, sí de sus descen-
dientes, de sus ancianas mujeres, de sus hijos que ya son hom-
bres de cuarenta años con hogar e hijos, los cuales no han here-
dado ni un solo fruto de aquel ilusorio huerto, pues el huerto
nunca fue cedido a ninguno de los noventa y nueve, quiero decir
que a mí tampoco se me ha regalado ese cumplimiento (tal vez
debería decir aquí: a mí tampoco se me ha cumplido ese regalo).
Los descendientes de los jamaiquinos de que hablo no se han
liberado, como sus padres tampoco, del trabajo forzoso, ni se les
dio la gracia del palmo de tierra para ser enterrados, pues debe
ser conocido de Su Majestad que al morir, sus cadáveres son arro-
jados al mar, si mueren en Belice, y al río, si en alguno de los
otros distritos de este inmenso territorio.
Al exponer todo esto a Su Majestad, no es que proteste en
modo alguno, pues soy, como dije anteriormente, el más humil-
de siervo de la Corona. Sólo me mueve el propósito de dar opor-
tunidad a las autoridades que hicieron aquel mandato, de cum-
plirlo siquiera en el único sobreviviente de los noventa y nueve
jamaiquinos, o sea en mí mismo, para no dejar en entredicho la
palabra empeñada y no romper con un simple e intrascendente
hecho, una norma que ha sido, desde la organización del impe-
rio, profundamente inquebrantable. La norma británica de decir
siempre la verdad. Además, Su Majetad, cuando nos hicieron pri-
sioneros en la isla, en nuestra lejana y añorada isla de Jamaica,
nosotros sabíamos de antemano que tal vez no se iban a poder
cumplir dos de los ofrecimientos: el del trabajo libre y el del
huerto, pero no así el del palmo de tierra. Ello porque con todo
y ser más, pero mucho más pequeña Jamaica que Belice, siempre
tuvimos en la isla un palmo dónde ser enterrados y a veces hasta
un cementerio. Y Su Majestad sabe bien que la presencia cercana
de nuestros muertos nos insufla vida y que vivimos mejor cuan-
do tenemos la oportunidad de organizar un bodú (o bou-doo),
confundiéndonos con el espíritu de los nuestros. Y ocurrió en
Belice, Su Majestad, que el gobernador creyendo que ésta es una
práctica insana, evitó enterrarlos y ordenó el lanzamiento de los

RNC 136
cadáveres al mar o al río, donde seguramente nadará el espíritu y
ya no se nos permite celebrar el rito.
En resumen, Su Majestad, no pido para mí, sino el cumpli-
miento del último de los ofrecimientos que se nos hicieran allá,
antes de traernos a Orange Walk, y no pido que se cumpla nada
en los descendientes de los otros noventa y ocho jamaiquinos,
por no saber si es de ley que lo que no se cumplió con los padres,
tampoco debe ser cumplido con los hijos o los nietos. Vuelvo a
pedir perdón, Su Majestad, por no ponerle fecha precisa a esta
carta, pues la estoy escribiendo hace un año, desde el momento
en que se dio a conocer oficialmente en la población de Orange
Walk, la visita de Su Majestad a Belice. Beso los pies de Su
Majestad, así como los pies del duque de Edimburgo, y los pie-
cecitos del príncipe heredero y de las princesas.
Orange Walk, enero de 19...

Nathaniel Brown

II

Nat Brown cerró cuidadosamente el sobre que contenía su


carta y salió renqueando del interior del bohío. Era alto y flaco,
tal vez excesivamente alto, también excesivamente flaco. Se cubría
la arrugada piel del pecho con una camiseta obscura y por bastón
usaba una labrada rama de guayacán. Desde luego que calzaba
zapatos, pero éstos tenían formas de alpargatas, sostenidos por
una gruesa hebilla de cobre. Hizo sonar levemente su calzado y
el bastón al salir del edificio de la Gobernación de Orange Walk,
en cuya estafeta postal depositó su carta, junto con un centenar
de cartas de otros súbditos de la Corona británica, movidos por el
interés de solicitar algo.
Se le humedecieron los ojos al despedir el sobre y percibió en
la oquedad del pecho, una lejana esperanza de que la reina Isabel
II le escuchara. Había oído hablar de la bondad de la soberana, de

RNC 137
su humanidad, del aire nuevo que había hecho penetrar al pala-
cio de Buckingham. Estaba enterado, de oídas, de que era una
reina buena, capaz de hacer felices a sus súbditos, aunque hicie-
ra un sacrificio para ello. Y en su particular caso, no haría ningu-
no. Sólo ordenar que se cumpliera con la promesa del ministro de
colonias y ni siquiera en los tres puntos de su ofrecimiento, sino
en sólo uno, en el último, en la petición de ir a morir a Jamaica y
ser enterrado en un palmo de tierra, en vez de que lanzaran su
cadáver a las olas del mar. Se secó con su pañuelo renegrido las
lágrimas de alegría provocadas por el pensamiento de que, al
menos, la Soberana leería su misiva...
Mas, quien la estaba leyendo en el momento de iniciarse este
cuento, no era la reina Isabel II, ni le daba lectura ningún secre-
tario privado en alguna silenciosa sala de la residencia invernal de
la Reina. Tampoco era el primer ministro, ni siquiera el ministro
de colonias, ni el gobernador de Belice, sino un sencillo emplea-
do de la receptoría de correspondencia de Orange Walk. El que
estaba encargado de darle el visto bueno a las cartas, antes de que
pasaran a ser examinadas por el prefecto de policía o antes de que
fueran enviadas al puerto de Belice. De ese modo la carta de Nat
Brown empezaba a caminar hacia las manos de S.M.B., aunque
no en la totalidad de sus conceptos, pues cada empleado y cada
funcionario tenía, con respecto a la correspondencia dirigida a la
Reina, una función específica, como era la de irla sintetizando,
irla depurando de literatura hasta que quedara —en dos líneas—
el extracto de la misiva, la petición concreta... Esto se compren-
de, ya que S.M.B. en su corta visita de unas horas, en que apenas
recorrería la calle principal del puerto, para abordar luego el yatch
en que viajaba, no tendría tiempo de leer cuanto hubiese escrito
la pluma de, por lo menos, dos mil súbditos que deseaban hacer-
se oír y en quienes la idea de escribirle una carta había sido reci-
bida con entusiasmo. Esa idea fue del ministro de colonias, ni
siquiera de la propia reina Isabel II...
De ese modo, lo primero que subrayó el prefecto de policía de
Orange Walk, en la carta, fueron los tres compromisos de las

RNC 138
autoridades que habían organizado el cupo de nativos de
Jamaica, y le dio el pase para que la misiva pasara al estafeta real
llegado de Londres, especialmente, y cuya oficina se instaló en la
propia gobernación del puerto de Belice. A estas alturas los plie-
gos de Nat Brown, sólo decían lo siguiente:

Nathaniel Brown (Orange Walk).


Representante 99 jamaiquinos,
pide trabajo libre, un huerto y
cementerio. Informa haber muerto
98 y ser único sobreviviente y
representante aquella isla.

Vº Bº (B. Policía). Vº Bº (Prefectura O.W). Vº Bº (Secretario G.


Belice). (Abundaban los sellos y las firmas).
Pero he aquí que la carta no llegaría aún a manos de S.M.B.
Tenía que pasar por el tamiz del gobernador de Belice y luego por
el del estafeta real, llegado especialmente de Londres, quien sobre
su escritorio tenía una montaña de cartas sintéticas, a las cuales
daba apresurada lectura, hacía una anotación marginal y las entre-
gaba a dos de sus secretarios, también venidos de Londres para
ayudarle en la agotadora tarea... Entre tanto, Nat Brown no comía
ni dormía, bajo la tensión nerviosa de la espera. Había enflaque-
cido notablemente en aquel mes anterior a la visita de S.M.B. Al
retornar diariamente de la plantación azucarera donde trabajaba,
todavía como cortador, se metía en su bohío y permanecía allí
hasta el día siguiente, masticando acaso un poco de papa cocida.
Pero cuando recordaba la posibilidad de que la Reina leyese la
carta, la alegría, tornándose en lágrimas, le afloraba a los ojos y le
aceleraba los latidos del corazón...

III

Llegó por fin el ansiado día de la visita. La población de Belice


presentaba un aspecto de feria aldeana. Los nativos habían llegado

RNC 139
de todas partes del territorio. Las autoridades del puerto, en com-
pañía del cuerpo consular acreditado, darían la bienvenida a la
Reina, saludándola con una profunda y prolongada reverencia,
desde el puente de desembarque, al asomar ella a cubierta. Un
bosque de banderas británicas ondeaba en todos los edificios de
madera y en la lejanía se veía flamear, batida por el viento de la
costa, la bandera de los jesuitas, sobre la torre del edificio del
Colegio de San Juan. Estaban barridas las calles de tierra y rega-
das con pino. Flecos de papel de china adornaban el frontispicio
de las casas de madera y a lo largo de las paredes había listones y
bandas de género pintadas con los colores azul y rojo de la ban-
dera británica. Nat Brown estaba entre la apretada muchedum-
bre, luchando por acercarse a la primera fila, a pesar de la resis-
tencia de la policía colonial que a botonazos retiraba a los nativos
y los reducía a la inmovilidad, cuando la masa amenazaba con
romper el cordón de la autoridad.
Acaso por lo prolongado de los saludos que tuvieron oportu-
nidad en el propio puente del barco, donde la reina Isabel II invi-
tó a las autoridades coloniales a saborear una copa de whisky
escocés (estaba prohibido en las colonias saborear el champaña,
para asegurar una corriente de mayor nacionalismo); acaso por lo
prolongado de la ceremonia total, S.M.B. ya no pudo descender
a tierra y se limitó a salir sólo a la barandilla del yatch y saludar
con la mano en alto, haciendo la señal de la V, que Winston
Churchill inventó para indicar la esperanza de la victoria durante
la Guerra Mundial II. Los nativos en aquel momento la vitorearon,
la saludaron, la encomendaron a Dios, imaginariamente le besa-
ron los pies. Hubo unos que daban saltos de alegría sin ser sal-
timbanquis, otros echaban al aire un prolongado aullido. Otros a
la par que gritaban, lanzaban hacia arriba una banderita británi-
ca o una serpentina. Las comparsas y el desfile que las autorida-
des habían preparado para aquel momento, se pusieron en movi-
miento y en marcha, respectivamente, todo a la vez, como en una
locura colectiva.

RNC 140
Acaso la prolongada emoción, los sentimientos reprimidos, la
esperanza de ser escuchado por primera vez y ser atendido, sobre
todo conseguir lo que por cuarenta años se habían propuesto sus
compañeros y él, todo aquello sumado, produjo en Nat Brown un
decaimiento físico que le obligó a retirarse un poco de la afanosa
muchedumbre. Con ayuda de su bastón fue renqueando hasta
apoyarse en uno de los postes de la administración de aduanas,
que era un edificio construido sobre un terraplén alto.
Entre tanto, el ayudante del segundo secretario de Su Majestad,
consultaba las prolongadas listas de correspondencia entregadas
por el estafeta real. Realizaba el trabajo en un silencioso compar-
timiento del yatch de la Reina y a una velocidad vertiginosa, pues
no contaba con el tiempo suficiente para detenerse ni siquiera en
el resumen de cada misiva. Con todo, y con la premura que le
imponía el trabajo, iba dando concisa respuesta a las cartas, ano-
tando al margen la disposición de S.M.B., dada se comprende, por
su conducto y sin que la Reina se molestase en lo más mínimo,
pues se trataba de ahorrarle trabajo. Generalmente el ayudante,
estampaba un sello con esta leyenda: Enterada. (Punto). Y al mar-
gen concisas disposiciones como éstas: Se estudiará el caso en
Londres, o bien: Diríjase al Gobernador, o bien: Se le dará oportuna
respuesta. Todas esas conclusiones eran estampadas mediante un
sello, para ahorrar tiempo y esfuerzo. Pero había algunas que por
su mayor importancia o singularidad, eran objeto de otro trata-
miento. A estas misivas se le colocaba otro sello en iniciales que
rezaba: P.O. de S.M.B. (Por orden de S.M.B) procédase así o asá.
En una de esas listas venía por fin el renglón que correspondía
a la quintaesencia, a la última síntesis de la carta de Nat Brown,
en estos términos:

N. Brown (O.W.) dio muerte 98 .


como gracia última pide se le entierre.

El segundo secretario que era londinense, se imaginó a Nat Brown


como a un monstruo que había dado muerte a 98 jamaiquinos y

RNC 141
que después de haber sido sentenciado a la horca, pedía como
última gracia que en vez de ser arrojado su cadáver al mar, se le
diera sepultura. El segundo secretario quedó un brevísimo ins-
tante indeciso ante aquel horrendo crimen; pensó por un momen-
to en no acceder, pero, luego recapacitó, ya que la presencia de la
reina Isabel II, en Belice, debería ser recordada por todos, como
una de las oportunidades en que los nativos recibieran más derra-
mada y abundante gracia. Puso apresuradamente el sello P.O. de
S.M.B. y luego de su puño y letra con tinta, al margen de aquella
orden: Ahórquese y désele sepultura en tierra. Respiró el segundo
secretario, percibiendo acaso la sensación del que hace un pro-
fundo bien. Y él lo había hecho. Evitaría la agonía de la espera en
aquel infeliz, que iba a ser ahorcado por haber dado muerte ¡dia-
blo! a 98 jamaiquinos. Y todavía más, se le concedía la gracia de
ser enterrado y no lanzado a la furia de las olas como un ahorca-
do común y corriente...

IV

Dos días más tarde de la visita de la reina Isabel II a Belice, los


vecinos del distrito de Orange Walk, vieron pasar a Nat Brown,
atado de las manos, a camino del puerto. Iba silencioso, ren-
queando, ayudándose con su labrada rama de guayacán, vistien-
do como siempre su camiseta obscura y renegrida. A pesar de su
serenidad aparente y de ignorar la sentencia que se iba a cumplir
en él, dándole muerte a garrote vil, algo se alteraba levemente en
su ánimo al comparar la bondad de los ojos azules de la Soberana
con el lujo de fuerza con que los policías de Belice ejecutaban sus
órdenes. Iba Nat Brown a depositar el abono de sus huesos en
aquella tierra regada por el sudor de su frente hacía tantos años...

RNC 142
INTRODUCCIÓN

LOS TALLERES LITERARIOS han sido una herramienta fundamental


en la formación de escritores en nuestro país. Actualmente son
numerosos los que se desarrollan en la capital y el interior del
país, en los cuales se familiarizan con el acto creativo tanto per-
sonas adultas que en su madurez han descubierto la vocación
literaria, como entusiastas jóvenes que arriban tempranamente al
universo de la escritura.
Hemos escogido textos de Néstor Rojas Mavares, integrante del
taller de narrativa del Centro Cultural Trasnocho, cuatro relatos
breves, de Beatriz Calcaño, Ramón Rengifo, Julieta Jiménez y
Blanca Rivero, y un fragmento de novela de Alison Outerbridge,
quienes formaran parte del primer taller de Escritura Creativa de
la Fundación Celarg.

RNC 145
José La Rosa • Variación Bouguero • acrílico/tela • 45x50 cm
Néstor Rojas Mavares

LA SANGRE DE AFRODITA

EN MI PRIMERA agonía fantaseaba con un desastre aéreo del que


sobrevivía. Mis alucinaciones alzaban vuelo soñando que iba al
lado de Nicole Kidman en la primera clase de un avión comercial
que se estrellaba en una isla desierta del Pacífico y todos morían,
excepto nosotros dos. Entonces, ahí me lucía en el arte de la
supervivencia en terreno hostil, buscando comida, defendiéndo-
la de animales salvajes, mientras que sus ropas se iban deshacien-
do por la inclemencia del tiempo y sus largas y firmes piernas
quedaban al descubierto.
Eso fue hace muchos años. Algún tiempo después, el accidente
ocurrió de verdad durante un viaje a Egipto en una labor de inves-
tigación. Por supuesto, no estaba Nicole, pero sí fue el comienzo
de una historia perversa que me hundió hasta las mismas puertas
del infierno. Una divinidad me volvió a la vida, sólo para sufrir la
sensación de una doble muerte.
Ahora, cuando estoy en mis últimas horas, maldigo la maldi-
ción que lanzó sobre mí Afrodita, la diosa griega de la belleza y el
amor. Terminé víctima de las mujeres por culpa de sus designios
pavorosos. En este momento, ella estará en el Olimpo disfrutan-
do de los favores de los dioses, jugando con el destino de otras

RNC 147
almas, mientras yo espero ser conducido al mundo subterráneo
donde apenas seré un ente solitario que desconocerá por los siglos
la bendición del amor.
Mi destino en aquel desastroso vuelo era la biblioteca de la
Universidad de El Cairo. En ese viaje intentaría reanudar el tra-
bajo inconcluso de mi tesis doctoral sobre la influencia helénica
en el Egipto en la era de Cleopatra. Mi beca estaba a punto de
expirar y mi tutor me presionaba para que finalizara la investiga-
ción. Por esos días, yo estaba entregado a la bohemia, a la vida
relajada y a una novia con quien pasaba una época sensacional.
Entonces, de mi tesis escribía una página por semana.
Desconecté los teléfonos y el timbre de mi puerta para evitar
contacto con mi fastidioso tutor. Me había otorgado unos meses
sabáticos, en los cuales mi única preocupación era complacer a
Bárbara, mi novia, una adorable mujer a quien le gustaba recitar
pasajes de El principito, visitar los centros comerciales de noche y
escuchar música.
El brillo de sus ojos cada vez que le satisfacía sus pequeños
gustos era para mí una recompensa. Bárbara era una rubia con
unos ojos café que cambiaban a aceituna con los reflejos del sol a
ciertas horas de la tarde. Era una mujer refinada, culta y tierna,
pero con un carácter explosivo cuando las cosas no salían como
quería. Yo estaba enamorado y me gustaba complacerle sus capri-
chos, hasta que el dinero comenzó a agotarse.
Un día en que salía del banco, luego de verificar el alarmante
estado de mi cuenta, me encontré frente a frente con mi tutor, un
viejo profesor de metodología. Me detuvo y como saludo me lanzó
una amenaza:
—No vengas a pedirme ayuda cuando estés en problemas. Te
he dejado mensajes por todos lados y nada. Tienes un mes para
presentar tu trabajo o despídete de tu beca —dijo.
No quise responder su advertencia para evitar regaños innece-
sarios o un distanciamiento abrupto con el profesor. Preferí
hacerle una promesa ambigua:

RNC 148
—Tranquilo profe. El marco metodológico está casi listo y de
ahí en adelante lo demás es coser y cantar. Estoy por hacer un
viaje a Egipto para terminar la investigación —le respondí.
—Más te vale —replicó, mientras se marchaba con cara de
desaprobación.
Después de ese encuentro tuve que enfrentar la realidad. Regresé
preocupado a mi apartamento y encontré a Bárbara haciendo café.
Me ofreció una taza, pero yo no respondí con palabras: sólo veía
sus ojos que experimentaban su metamorfosis cromática con el
reflejo del sol agonizante. En ese instante eran color aceituna, un
tono que donde estábamos podía durar 15 minutos, el tiempo que
tardaría el sol en ocultarse detrás del Ávila y apagar su luz.
En ese momento, con Bárbara observándome con sus ojos
temporalmente verdes y una taza de café humeante en la mano,
comprendí que tenía que poner fin a mi fantasía y aterrizar. Debía
reanudar la investigación para conservar la beca, que entonces
era mi único sostén.
Programé rápidamente un viaje a Egipto, a fin de sumergirme
en la biblioteca de El Cairo. Allá debía permanecer al menos tres
semanas para culminar mi estudio, cuyo principal problema en
ese punto era retomar el hilo de lo ya trabajado.
Mi especialidad era la mitología clásica. Estaba obsesionado por
los dioses griegos y la expansión de sus mitos en la cuenca del mar
Egeo, pero mi tesis doctoral me sacó del mundo helénico para
hundirme en lo que pasó en el sentimiento popular de Egipto con
las deidades griegas y las egipcias en una zona de influencia de las
conquistas de Alejandro Magno. Cleopatra había impulsado una
rebelión nacionalista que terminó en una derrota, al igual que su
aventura con César, lo que dejó esclavizados a los egipcios por las
legiones romanas.
Mi tesis consistía en determinar si tras esa derrota los mitos
romanos, apuntalados por las legiones, desplazaron definitiva-
mente a los egipcios y griegos, que en esa época libraban una
competencia en la aceptación popular en Egipto. Tenía que

RNC 149
seguirle los pasos en el Nilo a Jano, un dios de dos caras origina-
rio de Roma y uno de los pocos que no tiene equivalente entre las
deidades griegas.
Mi debilidad por el mundo helénico distraía mi concentración.
Hubiera preferido estudiar la cultura de la antigua Alejandría en
la época de su famosa biblioteca, pero un pendejo antropólogo se
me adelantó y propuso su tesis sobre lo que habría perdido la
humanidad con el incendio de aquella biblioteca.
Ese tema me parecía interesante, al igual que el Faro de
Alejandría, una de las siete maravillas del mundo, que supuesta-
mente se hundió en la costa egipcia. Ciertamente toda la mitolo-
gía clásica le daba una patada a esas historias, pero mis otras pro-
puestas sobre el Egeo fueron rechazadas, así que tuve que trasla-
dar a El Cairo mi objeto de estudio.
Mil veces hubiera preferido trabajar la historia de Afrodita, la
Venus romana. Estaba obsesionado con esa deidad por su capa-
cidad para amar y destruir, con la sorprendente trampa de reno-
var su virginidad bañándose en el mar de su santuario de Pafos,
en Chipre.
Aunque mi tesis se refería a las influencias helénicas en Egipto,
yo dedicaba mi tiempo sabático a leer sobre los mitos populares
relacionados con Afrodita. Consideraba que era una mezcla única
de belleza y astucia, lo cual demostró en el famoso juicio de Paris,
que provocó el rapto de Helena y la posterior guerra de Troya.
Adoraba especialmente un pasaje de la Ilíada en el que Homero
hablaba de una herida que sufrió Afrodita durante una poderosa
arremetida del aqueo Diomedes frente a los muros de Troya. Yo no
terminaba de entender cómo era posible que una diosa fuera heri-
da y sangrara, por más devastadora que fuera la acometida del
guerrero mortal. Así lo relataba Homero en su obra:

...el hijo del magnánimo Tideo, calando la afilada pica, rasgu-


ñó la tierna mano de la diosa... brotó la sangre divina, o por
mejor decir icor, que tal es lo que tienen los bienaventurados

RNC 150
dioses, pues no comen pan ni beben vino negro, y por eso care-
cen de sangre y son llamados inmortales.

Ese pasaje lo estudié mil veces, de pies a cabeza, cada palabra.


Consulté expertos en lenguaje y semiología, pero nunca pude
desentrañarlo, despejar mis dudas. La Iliada no daba otras pistas
sobre la aparente vulnerabilidad de los dioses inmortales.
Ya me había arrepentido varias veces de haber presentado esa
tesis respecto a que el triunfo de los romanos sobre el ejército de
Cleopatra significó la desaparición de la influencia helénica en
Egipto. Pero era la base de mi estudio y tenía que sacarlo adelan-
te, así que necesitaba desenterrar de El Cairo elementos para
desarrollarlo.
Debía ponerme al día si quería ver la investigación terminada.
Programé el viaje tan pronto como pude y compré un pasaje en
clase turista, apurando las gestiones porque estaba por terminar
la temporada baja en Europa y África.
Me dijeron que la conexión más próxima era a través de Italia.
Un lunes de madrugada salí rumbo a Egipto, comenzando un
viaje que sería una verdadera desgracia. En Europa hice el tras-
bordo sin problemas y el avión de Alitalia prometía ser de lujo
con la amabilidad sempiterna de los italianos.
Cuando el vuelo se acercaba a su destino por la costa, una tur-
bulencia sacudió la aeronave y la desvió de su ruta. El piloto hizo
lo que pudo para aterrizar en medio de la desesperación del pasa-
je, antes de que el jumbo jet se estrellara en un paraje selvático
en la frontera con Libia.
De los casi 100 ocupantes murió la mitad por el impacto.
Además, la lentitud de las brigadas de rescate provocó que al
menos 10 pasajeros llegaran sin vida a los centros de atención.
Yo fui uno de los afortunados que se salvaron. Por el desastre
tuve que soportar una serie de operaciones y un largo período
de recuperación; sin embargo, nunca volví a ser el mismo. Al
cabo de un año y medio de dedicación de los médicos, había per-
dido 28 kilos, tenía metales soldados en casi todo mi cuerpo y

RNC 151
un tremendo impacto psicológico. Los meses que estuve en tera-
pia intensiva los pasé solo, pensando en que nunca terminaría mi
tesis y en los ojos de Bárbara. Conté doctores en hospitales de El
Cairo y Roma, antes de regresar a Caracas en avión-ambulancia.
La línea aérea aceptó costear los gastos hasta un monto, así que
de tantas operaciones terminé en el Hospital Universitario.
Cuando me internaron era una calavera apenas rellena de piel. En
la cama, pasaba las noches solo y adolorido hasta que finalmente
apareció Bárbara. Aquella vez estaba medio dormido y vi esa figu-
ra conocida avanzando hacia mí. En la niebla provocada por los
sedantes se fue formando el rostro de mi novia. Yo debía estar
feliz, pero en ese momento sentí una profunda decepción porque
los ojos de Bárbara, aunque era mi hora favorita para verlos, no
tenían aquel tono verdoso que derribaba mis defensas. Ella me
veía con una profunda lástima, reteniendo las lágrimas.
No tuvo que decir una sola palabra. Entendí que no era el
único que había cambiado y que sería la última vez que la vería
porque ella no quería dedicar su vida a un enfermo moribundo.
Comprendí su decisión de alejarse de quien era prácticamente un
cadáver ambulante.
—Entiendo tu decisión. Ya he perdido casi todo, que te pierda
a ti no es ninguna sorpresa. No te odio, al contrario, espero que
seas feliz —le dije.
Ella se fue y poco después sufrí una recaída que me llevó direc-
to a la sala de cuidados intensivos. Después de tanto tiempo tira-
do en una cama, tratando de alcanzar una recuperación que
nunca llegaba, me sentía tranquilo. Finalmente dejaría de sufrir.
Terminarían las operaciones, las inyecciones, las terapias. Todo,
incluido yo, se iría al diablo.
Una noche, hundido en mi agonía, la vi de reojo. Era Afrodita.
Es decir, una Afrodita que aparentaba ser una mujer del siglo XXI.
En ese momento no era la diosa de belleza irresistible, no llevaba
su vestido de seda y sus sandalias doradas. Tenía puesto un uni-
forme de repartidora de correo. Desde donde la veía podía apre-
ciar sus formas, que me parecieron desabridas, sin curvas y sin

RNC 152
maquillaje. Era increíble que en mi estado, casi despidiéndome
de este mundo, notara esos detalles.
La visitante habló con el doctor en voz baja y yo apenas podía
seguirla con la mirada desde mi posición en la cama. La conver-
sación fue corta. No guardaba esperanzas de que su aporte alivia-
ra mi condición, pero muy pronto descubrí lo equivocado que
estaba.
—Vengo por la donación de sangre. Me pidieron que hablara con
usted —le dijo al doctor, quien le respondió algo en un susurro.
Le pidió que lo siguiera fuera de la sala. Al rato, el médico vol-
vió con una bolsa de sangre que inyectó a los tubos que yo tenía
conectados. Me dormí mientras veía el fluido rojo goteando y
entrando a mi cuerpo. Antes de dormirme recordé el pasaje de la
Iliada y me imaginé que esa sangre era el icor de los dioses que
derramó Afrodita en aquel choque con Diomedes. Soñé que con
esa sangre fluyendo en mi cuerpo volvía a ser el mismo investiga-
dor que derrochaba energía y lucidez tras los pasos de la cultura
griega en el Egipto de Cleopatra.
Entonces ocurrió algo extraordinario: Afrodita entró a mi
sueño. Tenía el uniforme de mensajera de correo. A medida que
se acercaba a mi cama iba tomando el color radiante de las dei-
dades del Olimpo. Traía en su mano una manzana de oro que
representaba su amor. Me habló con una voz que era un susurro
y que además competía en belleza con ella misma.
—Con mi sangre te salvarás, pero no serás inmortal. Vivirás
mientras ames a las mujeres. Si el odio se adueña de tu corazón
estarás perdido —dijo antes de desvanecerse.
Luego, una repentina neblina se esparció por el escenario de
mi sueño y lo cubrió de sombras. Un reposo profundo se adueñó
de mis sentidos y cuando pasaron las horas descubrí que había
tenido una sensible recuperación. La transfusión había sacudido
como un choque eléctrico hasta la última de mis células. Icor o
no icor, me volvió a la vida.
Durante la noche recuperé parte de mis músculos y la talla ante-
rior de mis pantalones. Por primera vez en mucho tiempo pude

RNC 153
levantarme de la cama sin ningún tipo de ayuda. Me incorporé con
una vitalidad desconocida hasta entonces. La energía me impul-
só a vestirme y, ante el asombro de los médicos, salir del hospital
dando pasos largos y resueltos.
Llevaba la energía de un gladiador. De pronto me sentí como
un horno que quemaba combustible. Pero ahí no terminó todo.
Al verme en el espejo descubrí que había rejuvenecido, me
encontré de nuevo en el punto en el que había tomado el avión
para continuar mi investigación. Casi tenía la estampa de un dios
griego, que al principio me provocó temor, pero luego fui acos-
tumbrándome a ella.
Estuve todo el día fuera del hospital redescubriendo la ciudad
y a mi regreso continué asombrando a los médicos. Mientras me
sometían a nuevos exámenes, le pedí a las enfermeras que me
dieran los datos de la mujer que había donado sangre la noche
anterior. Tenía que verla para agradecerle lo que hizo por mí.
Ellas hicieron lo posible por negarse, alegando que los datos eran
confidenciales. Sin embargo, yo me había convertido en un ser
irresistible, con un tono de voz tan convincente que mis pedidos
superaban toda resistencia.
Los doctores me enseñaron asombrados los resultados: todo
normal. Sólo atribuían la veloz recuperación a un milagro. Lo
único fuera de lo común eran unos cuerpos extraños que detecta-
ron en mi sangre, que en pequeñas cantidades no eran motivo de
preocupación.
Mis enfermeras me dieron los datos de la donante y la sonrisa
que les regalé como pago resultó más que suficiente para ellas. Salí
a buscar a mi salvadora, no sin antes pasar por una tienda para
comprar un traje digno de mi nueva presencia de dios griego.
La donante trabajaba en una franquicia de la firma de correo
MRW ubicada en Chacao. Mientras caminaba rumbo a mi destino
las mujeres me miraban sorprendidas por el aura magnética que
desprendía mi cuerpo. Yo respondía con una sonrisa, siguiendo el
consejo de Afrodita de que las amara a todas.

RNC 154
Llegué al lugar y pregunté por Flor, que así se llamaba la donan-
te. Me dijeron que estaba haciendo una entrega y que regresaría
pronto. Decidí esperarla en la oficina para no regresar a la calle.
Una hora después llegó Flor. Venía desesperada por el calor y
con un humor de mil demonios. Su gorra estaba empapada de
sudor. Cuando me presenté no me reconoció. No dio crédito a mi
relato y pensó que la estaba engañando.
—Es verdad. Me hicieron una transfusión con tu sangre. Yo te
vi anoche, llevabas ese uniforme y tu gorra. Fue un milagro, sólo
mírame. Vine a agradecerte que me salvaras —le dije, dando una
vuelta en redondo.
La mujer estaba impactada, no podía creer lo que veía y seguía
sin aceptar mi historia. Hizo un esfuerzo por recordar lo que
había pasado.
—Una cosa es cierta. Anoche estuve en el hospital donando
sangre, pero era para un viejo moribundo. No puedes ser tú,
imposible —respondió.
Le tomé la mano y la coloqué en mi pecho. Le rogué que sin-
tiera los latidos de mi corazón. Cuando lo hizo, casi se desmaya
de la emoción.
—Es la primera vez que ocurre. Mira, yo acostumbro donar
sangre, a cambio de un pago. Sólo es una forma de ganar dinero
extra, sobre todo después que los médicos descubrieron que
tengo elementos antioxidantes en mis plaquetas. Obtengo buen
dinero con mi sangre. Hasta donde sé, no sirve para resucitar a
los muertos, pero tu caso me pone a dudar —dijo.
Yo esperaba que Afrodita se desprendiera de su insignificante
disfraz y se revelara tal como es, con su irresistible belleza. Temía
que en cualquier momento apareciera una nube que transforma-
ra a la repartidora de correo en esa deidad que deseaba amar para
demostrarle mi gratitud. No ocurrió, Flor continuaba a mi lado
más desorientada que antes y sin poder hablar.
—Si no fue tu sangre, ¿qué me revivió? Tengo una energía de
adolescente y no entiendo cómo pasó. Anoche era un moribundo.

RNC 155
Decidí despedirme, no sin antes darle un beso a Flor. Le dije
que a ella le debía mi vida y que estaba dispuesto a hacer cual-
quier cosa que me pidiera. Cualquiera, incluso amarla.
Después de tanto tiempo alejado de las calles, encontré que la
ciudad había cambiado, la moda era distinta, al igual que las tien-
das. Caminaba, pero mis pensamientos estaban en Flor y en
Afrodita. Algo raro había pasado. ¿Fue un milagro de la diosa o la
sangre de Flor tiene propiedades curativas?
No quería esperar que el paso de los días me diera la respues-
ta. Deseaba aprovechar hasta el límite esa nueva oportunidad que
se me había otorgado. Además, tenía la orden de Afrodita de amar
a las mujeres.
En el curso de las horas conocí y amé a tres mujeres, una tras
otra. Mi recién adquirida vitalidad seguía intacta. Estaba conver-
tido en un verdadero portento, era como Zeus, que convertido en
toro, raptó a Europa y se la llevó a Creta.
La vida volvió a ser hermosa para mí. Mis tragedias al fin reci-
bieron una compensación. Aunque fuera algo temporal, mi felici-
dad no tenía límites. Y mi único deber, trazado por mi diosa favo-
rita, era amar.
Sin embargo, los problemas comenzaron al tercer día de mi
resurrección. Continuaba con una vitalidad sin límites, derro-
chando energía y amor por todos lados, hasta que recordé que
estaba sin dinero. Tenía que ir al banco para verificar mis fondos,
los cuales prácticamente había abandonado por la imposibilidad
de presentarme personalmente.
Me encontré con otra buena noticia, ya que la aseguradora de
Alitalia había depositado una compensación para descartar cual-
quier demanda civil de mi parte y cuyo compromiso había firma-
do meses antes.
Con dinero, vitalidad y rejuvenecido, me sentía poco menos
que un rey. A mis mujeres las complací en sus gustos y caprichos,
las invité a cenar en sitios de categoría y a comprar en los centros
comerciales. Estaba en las nubes, pero temía que mi felicidad
se esfumara.

RNC 156
Y no me equivoqué.
Casi había olvidado a Bárbara y sus irresistibles ojos. Era tan
acelerada mi nueva vida que apenas recordaba los tiempos a su
lado. La catástrofe volvió a repetirse precisamente al reencontrar-
me con ella. Ocurrió una noche en un restaurante de lujo donde
cenaba con una de mis mujeres ocasionales.
Desde donde estaba, la vi sentada en una mesa parcialmente
oculta por una columna decorativa. Me dirigí al lugar para saludar-
la en lo que esperaba fuera un feliz reencuentro de dos amantes.
La emoción me desbordaba por ver de nuevo a mi anterior novia.
Avancé por entre las mesas esperando darle una gran sorpresa,
pero llegué justo en el momento en que se besaba con su acom-
pañante, a quien no había visto desde mi lugar debido a la
columna.
Allí estaba yo parado frente a una pareja que se besaba cariño-
samente. Intenté retirarme en el preciso instante en que Bárbara,
percibiendo mi presencia, abrió los ojos y me vio. Al principio no
me reconoció y me lanzó una pregunta, sin reflejar molestia por
la interrupción.
—¿Deseaba algo? –preguntó seductoramente.
Su aparente normalidad molestó mi ego, incluso más que el
hecho de que no me reconociera. De inmediato volvió a su tarea
con su acompañante, ignorándome olímpicamente.
–¿No me reconoces, Bárbara? –dije a punto de estallar.
Ella alzó de nuevo la mirada. Puso más atención y poco a poco
empezó a encontrar en mí rasgos familiares. La veía desorientada,
luchando consigo misma, tratando de convencerse de lo que veía.
—No. No puede ser. Conocí a alguien parecido a ti, pero está
enfermo y tengo tiempo sin verlo –señaló no muy convencida.
—Ese enfermo soy yo. Sólo quería saludarte y agradecer tu
atención –dije poniendo un tono sarcástico a cada palabra, mien-
tras comenzaba a formarse en mí algo más que un enfado por lo
que veía, por su actitud.
Su sorpresa fue tremenda. No encontraba explicación de por
qué yo estaba tan saludable, cuando la última vez que me vio era

RNC 157
casi un cadáver. Se levantó de la silla e intentó abrazarme emo-
cionada, pero yo la rechacé. Comenzaba a aborrecerla por haber-
me dejado para ir a refugiarse en los brazos de otro.
—Caramba, ahora sé por qué no me visitaste más en el hospi-
tal. Tú eras quien prometió amarme por siempre. Parece que te
duró muy poco el amor –le dije, mientras sentía crecer una rabia
loca. Luego lancé la palabrota que sería mi perdición:
—Te odio.
Al pronunciar esa maldición sufrí un sacudimiento. De repen-
te sentí que las fuerzas me abandonaban, me faltaba el aire y esta-
ba apunto de perder el sentido.
Tras el insulto, el acompañante de Bárbara salió en su defensa.
Me dio un empujón que me vapuleó, aunque por alguna causa
me mantuve en pie. Intenté lanzarle un golpe, pero había perdi-
do mis fuerzas. El golpe de derecha apenas acarició su cara y él
aprovechó mi propio movimiento para lanzarme contra la pared.
Reboté y caí pesadamente en el piso, desde donde veía a la
gente en cámara lenta tratando de socorrerme, preguntando
cómo me sentía. Bárbara se mantenía a distancia, desconcertada
por lo que estaba ocurriendo.
En ese momento recordé las palabras de Afrodita en mi sueño:
si el odio de apodera de tu corazón estarás perdido.
Sentí que mi cuerpo se desinflaba como una pelota que pierde
el aire por un hueco. Bárbara reaccionó y acudió en mi auxilio.
Colocó mi cabeza en su regazo y me habló con una voz dulce y
comprensiva:
—¿Qué te está pasando? ¡No te mueras!
Yo estaba nuevamente al borde del abismo. Vi que llegó una
ambulancia, en la que me introdujeron sin mucha dificultad por
mi peso, que perdía de forma acelerada. El vehículo atravesó las
calles a toda velocidad haciendo un ruido endemoniado. Llegué
al hospital, donde mis médicos me recibieron con la misma incre-
dulidad con la que me despidieron días antes. Pusieron manos a
la obra. Me enviaron directo a la sala terapia intensiva y de inme-
diato la neblina volvió a cegar mis ojos.

RNC 158
No sé cuánto tiempo estuve en la oscuridad, hasta que la sen-
sación del perfume favorito de Bárbara me devolvió la concien-
cia. En un momento se dispersó la neblina y como por arte de
magia regresé al momento de la transfusión. Descubrí que siem-
pre estuve en cama, moribundo y que la sangre continuaba gote-
ando a través de mis tubos.
Mientras me encomendaba a Dios, comprendí la profundidad
de la maldición de la que fui objeto por creer en deidades paga-
nas. Supe que sólo en sueños podía haber disfrutado una segun-
da vida de lujos y excesos, en la cual yo era el amante perfecto y
tenía las bendiciones de Afrodita.

Abril 2004

RNC 159
Ilustración Olga López
Beatriz Calcaño

EL BULTO

CUANDO SENTÍ EL bulto en mi seno izquierdo por primera vez, la


sangre se me congeló. Creo que todo el mundo guarda el temor
oculto de que le aparezca en su cuerpo alguna vez un visitante
inesperado. Al principio no se lo conté a nadie, de repente se
apoderó de mí la extraña e infantil teoría de que el bicho, así tam-
bién lo llamo, pudiera desaparecer por sí solo. A veces me para-
ba a media noche sudando y temblando como si estuviera des-
pertando de una pesadilla y trataba de recordar qué sueño había
tenido, sólo para darme cuenta de que lo que me angustiaba
seguía allí. Luego, al ver que no se iba, la presión comenzó a ser
insoportable y lloraba disimuladamente por los rincones del
apartamento y de la oficina, hecho que todos atribuían a que esta-
ba deprimida o tal vez quería un poquito de atención. Entonces
llegó la tercera etapa, la de enfrentar la verdad, la de compartir la
existencia de este visitante inesperado.
Le conté a mi esposo y nos fundimos en un abrazo que nos dolió.
La cita era para las cinco de la tarde. Era una clínica, no tan
lejos de la casa, que había visto tiempos mejores. Llegamos tem-
prano, le dije a Raúl que si no me gustaba el médico nos íbamos
enseguida de allí.

RNC 161
—Pero Gabriela, amor, ¿qué significa para ti que te guste un
médico o no?
—Significa que si es el tipo de médico que mientras tú le estás
hablando está recibiendo como cinco llamadas o si ni siquiera
mantiene contacto visual conmigo, significa que nos vamos. ¿Te
parece? –le respondí impacientemente.
—No te pongas así, tú sabes que yo te apoyo, tranquila.
—Raúl, ¿y la plata?
—Bueno Gaby, tenemos el seguro, no pienses en eso ahora,
vamos a esperar.
La espera era horrible. Sólo podía ver los rostros impenetrables
de las otras mujeres. Siempre me inquietaron las esperas en las
consultas médicas, a veces todos callan; otras, todos hablan.
Por fin entramos. Luego de la revisión pasamos a una oficina
cómoda y acogedora, llena de libros, diplomas y una repisa con
fotos familiares. Quién diría que allí pudiesen darse veredictos
tan crueles. El doctor me miró fijamente, con humanidad pero
sin lástima, eso me gustó. Entonces me dijo:
—Gabriela, la cosa no se ve muy bien, tendrás que hacerte más
exámenes, pero te adelanto que probablemente tendrás que ope-
rarte y recibir quimioterapia y radiación.
Fue allí donde todo comenzó a darme vueltas... Así fue como
esta extraña y desigual guerra que yo nunca quise librar, comenzó;
la mía contra el bulto, ya él me la había declarado a mí primero.
Comenzó el papeleo, las decisiones, hablar con la familia,
decírselo a los niños, porque a mí me gustan las cosas de frente,
la verdad siempre por delante, aunque a veces no sé para qué
sirve eso.
Realmente la vida no cambia cuando se tiene un bulto. La ruti-
na es la misma. Tienes que hacer las mismas cosas, despertarte, ir
a trabajar, hablar, amar, comer. Lo que cambia es cómo uno se
siente, es una realidad paralela, estás allí pero no estás. Uno ve las
cosas de una manera diferente. Consigues en las cosas caracterís-
ticas inesperadas, incluso los olores son más intensos, los colores
tienen matices nuevos. Si vas en el metro notas los brincos de los

RNC 162
rieles de estación en estación, casi te los aprendes de memoria;
puedes hasta descubrir los ingredientes secretos de una salsa que
te dan a probar. El otro día, por ejemplo, me aprendí los nombres
de todos los edificios que van desde la estación del metro hasta
mi casa. Los voy recitando: San Jorge, El Olimpo, Venus, Neverí,
La Hondonada, ¡tántos años pasando por ese mismo sitio y nunca
me había fijado en eso!
Ahora parecía haberme convertido en una simple historia
médica en donde me preguntaban mis datos personales, edad,
estado civil, antecedentes familiares, la razón de mi consulta
médica, si tenía seguro, una breve descripción de mi problema y
el posible tratamiento a seguir
Está bien, entiendo que hay que saber esas cosas, pero, ¿soy
sólo eso? ¿Un papel lleno con datos prácticamente impersonales?
Palabras huecas, duras, sin verbos ni adverbios, interjecciones ni
exclamaciones. ¿No pudiera esa fría historia médica venir acom-
pañada de mis verdades, de lo que soy?, ¿o es que acaso el cuerpo
es una entidad separada de la mente? Soy más que esos caracte-
res gráficos impresos en un informe. Podría decirles por ejemplo:
Me llamo Gabriela Cecilia Rodríguez, caraqueña de nacimien-
to, a mucha honra. Estoy casada, soy la orgullosa mamá de dos
hijos: Simón y Natasha. Publicista de profesión. Mi signo es Libra
y por lo tanto regida por Venus, razón por lo cual odio la injusti-
cia y defiendo hasta lo indefendible, incluso hasta al ruidoso loro
del apartamento 4-B. Fanática de Mafalda, los Picapiedra y los
sandwichs de diablito. Un color: el verde, un poeta: Neruda. Una
manía: me como las uñas cuando estoy nerviosa. Un hábito: leer
antes de acostarme. Amo la música de los Beatles y detesto las
rancheras. Me gustan los sábados, pero a veces me invade la
melancolía los domingos en la tarde.
No sé, pero deberían conocerme, más si están a punto de
explorar y mutilar mi cuerpo, pensé.
Ya empecé el tratamiento. No tenía idea que algo que se supo-
ne te cure pueda actuar al mismo tiempo como un veneno.
Cuando regreso a mi casa tan sólo me queda irme al baño y abrir

RNC 163
la ventana, esa es la única parte desde donde se puede ver el
Avila; me quedo viéndolo por un rato, viendo cómo cambia sus
colores, sólo así puedo recuperar las fuerzas. O tal vez, si esas
mismas fuerzas me acompañan, me voy a la placita cerca de la
casa y allí, en un banquito, disfruto al máximo observando a toda
persona que pasa cerca de mí. Yo, la que tiene el bulto, soy la que
disfruto de verlos. Ellos llevan demasiada prisa. Pero la persona a
quien más me gusta observar es a una linda niñita de enormes
ojos esmeralda, cuyo placer máximo consiste en pisar las hojas
secas que suelta un enorme árbol de apamate que baña de som-
bra al lugar. Allí va ella con su crash, crash, crash, me mira con
sus ojotes, sabe que la observo. Un día, estaba ella en lo suyo,
pisa que pisa las hojitas, hasta que de pronto una muy, muy gran-
de, cayó del árbol justo en frente de mí. Nos vimos, ella dudaba
si pisarla o no. Podía sentir su indecisión. De pronto, saltó enci-
ma de la hoja y fue un enorme crash, el más grande de todos.
Fuimos cómplices las dos. Otros días nos vamos todos al Parque
del Este, nos ponemos a correr descalzos por la grama y abraza-
mos los árboles. Más de uno pensará que estamos locos. Qué
curioso, mientras más temes perder la vida, más la disfrutas.
Justo cuando Natasha cerraba el diario de su mamá, llegó el
camión de la mudanza. Natasha se puso a recoger lo que faltaba.
Cuando el carro pasó por la placita, notó que muchas hojas caían
del apamate.

Enero 2004

RNC 164
Ramón Anselmo Rengifo

CAMBIO

OBSERVO CON DETENIMIENTO el comportamiento patán del engreído


Rubén. Primero grita a su mujer, la ofende, le manotea la cara
cacheteándola, y finalmente la empuja. La chica, ante la agresión
física y verbal, responde con gritos. Trata de devolver el empujón
con otro empujón, pero es manifiesta su inferioridad física.
El buen Rubén, el excelente prototipo del machismo, le propi-
na un golpe de derecha en la cara, lo suficientemente fuerte para
que Andreína tambalée en un primer momento, y luego, caiga al
piso de rodillas.
El golpe fue tan fuerte que lo sentí en mi cara, y no me lo
habían propinado a mí. Además, sentí en mí el crujir de sus hue-
sos y dientes.
Noté en los ojos de Andreína, mujer de Rubén hasta ese
momento, rabia, dolor y fundamentalmente terror, quizás algo
de impotencia.
De la otrora hermosa boca de Andreína, sale a borbotones un
líquido rojo mezclado con dientes; al principio abundante, y
luego más lento el fluir, ya que el líquido se va poniendo espeso.

RNC 165
Andreína, de rodillas, lleva las manos a su cara para tocar la
parte afectada por el golpe, y consigue sangre y más sangre,
acompañada de trozos de dientes.
Un grito lastimero e indescriptible surge de lo más profundo
de su ser. Un grito que toca la fibra sentimental de cualquier
ser humano.
Me solidarizo con Andreína, le grito que se levante y lo golpée,
que no permita esa agresión. Mi grito no es escuchado, de eso
estoy seguro, pero mi parte humana estalla del más puro senti-
miento rechazando la agresión.
La incito a que no se deje, a que siga combatiendo, que siga
luchando. Pero Rubén continúa gritándole insultos acompañados
de puntapiés, y Andreína lo que hace es rodar por el piso.
Andreína difícilmente podrá levantarse sin ayuda; de su menu-
da boca salen gritos y quejidos de dolor acompañados de sangre.
Golpes, patadas, risas de un energúmeno; llanto, dolor, terror
son las palabras descriptivas de este ambiente decorado con
buena cantidad de sangre, lágrimas, escupitajos y dientes rotos.
La puerta cerrada evita que llegue cualquier tipo de ayuda para
nuestra Andreína. Se oyen golpes y patadas en la puerta, gritos de
los vecinos exigiendo que deje tranquila a nuestra chica. Rubén
observa con desdén, y con una sonrisa maliciosa hacia la puerta,
les dice en un tono de voz alto que se retiren, no es su problema.
La lluvia de improperios y puntapiés continúa. Andreína logra
dar la vuelta a su cuerpo, hace un gran esfuerzo apoyándose en
los brazos. Medio se levanta, y en ese momento el galán de Rubén
le propina una patada en la región abdominal. Emite un grito que
más bien es un aullido, y vemos gestos lastimeros de dolor en
medio de convulsiones. Pierde el conocimiento, y nuevas convul-
siones la sacuden fuertemente.
Patadas, gritos, terror, dolor, un grito de victoria, y las manos
de Rubén en alto.
Quién detendrá este bochornoso espectáculo que tiene dos
personas, una, destrozada, humillada, y la otra, no sé dónde ubi-
carla en el género humano.

RNC 166
Los ojos medio abiertos de Andreína reflejan pánico, su rostro
es ahora un guiñapo de moretones. Su graciosa movilidad se ha
transformado en un cuerpo paralizado. Sus dedos se deforman.
Las convulsiones son más seguidas y me hacen pensar que puede
ocurrir lo peor. La sangre está por todos lados. Sus manos tiem-
blan. Me parece que es de terror.
El verbo del ambiente es gemidos y lamentos bañados de san-
gre, acompañados de la prepotencia del increíble y hermoso
Rubén.
La puerta principal resiste el acoso de los vecinos, que la gol-
pean con todo tipo de objetos para tumbarla. Pero la puerta
aguanta la embestida.
Andreína no tiene conocimiento de lo que pasa a su alrededor.
Veo con estupor la risa que recorre la cara de ese animal; ya lo
ubiqué, es un animal y de la peor estirpe, y es llamado Rubén, el
buen Rubén, como lo llama su madre. Aunque no lo crea, lo
parió una mujer, por lo tanto tiene madre. Una mujer igual y con
los mismos derechos que la maltratada Andreína.
Rubén voltea hacia los lados buscando a los invisibles testigos.
Solicita de ellos un abrazo para celebrar el triunfo sobre la gene-
rosa y hermosa Andreína. Sus gritos de victoria, aunados a sus
improperios, se hacen inaguantables. Mi ser siente latir su sangre,
ante semejante atropello, al estar presenciando una injusticia, sin
igual. Una canallada.
No tengo más alternativa.
Me cansé del canal 12. Sintonizaré el 23.

RNC 167
Ilustración Olga López
Julieta Jiménez

DESDE MI VENTANA

ÉL ES UN BUEN CHICO, no como los otros. Él siempre ayuda a la


señora después del colegio, yo lo veo todos los días desde mi ven-
tana, con su uniforme escolar desgastado.
Han pasado tántos por esa casa... Me acuerdo del gordito de
pelo negro que corría por todos lados persiguiendo cuanto ani-
malito se atrevía a cruzar la calle. También estaba la pecosita, que
se instalaba cada tarde en la puerta de la casa a jugar con la tie-
rra, le echaba agua y construía enormes castillos con princesas y
dragones.
Claro, en ese entonces la señora Olga era joven y fuerte, por
eso la dejaban cuidar a varios al mismo tiempo. Cuando yo era
pequeña envidiaba esa casa llena de niños y risas, tan diferente a
la mía. Algunos me hacían señas para que bajara de mi cuarto a
unirme a sus juegos ¡Me hubiera gustado tanto hacerlo..! Siempre
salía la señora Olga y los regañaba, metiéndolos en la casa.
Nunca supe qué pasó con ellos. Mi mamá se limitaba a enco-
ger los hombros al leer la pregunta en mis ojos. Después de algún
tiempo ya no los volvía a ver. Pasaron tantas caritas por esas ven-
tanas como arrugas se fueron formando en el rostro de la señora
Olga y de mi madre.

RNC 169
Pero este chico es diferente, no molesta a los animales, ni pier-
de su tiempo jugando en las tardes. Saca la basura, barre el patio,
sacude las alfombras, va al mercado y regresa con sus bolsas
repletas de papas y granos. A veces se detiene en la puerta de su
casa y se me queda viendo por largo rato, con esa expresión de
curiosidad como la que ponen los perros ladeando la cabeza,
queriendo preguntar algo. De pronto despierta del trance y vuel-
ve a lo que esta haciendo.
Hoy pasó algo extraño. Lo vi salir corriendo de su casa en
dirección a la mía, escuché como golpeaba la puerta con deses-
peración y gritaba. Pero mi madre no estaba. En un instante vol-
vió la calma y pensé que todo había terminado, hasta que descu-
brí sus leves sollozos colándose hasta mi cuarto.
Me dolía el corazón, quería hacer algo por él pero no podía.
Decidí ignorarlo. Concentré mi vista en cualquier cosa en el
camino y me perdí en mis sueños lejos de mi cuarto y de mi vida.
Debí haber dormido toda la noche. La luz de la mañana rega-
ñó mis ojos obligándome a abrirlos. Entonces entendí que lo que
me encandilaba no provenía del cielo, que era el chico de enfren-
te que usaba un pequeño espejo para llamar mi atención. Al ver
que me había despertado empezó a hacerme señas y a decirme
cosas, luego agarró unas piedritas del suelo y las lanzó hacia mi
ventana. Tic, tic… una a una se fueron estrellando en el vidrio.
Volvió a gritar, pero yo seguía sin entenderlo. Me dio rabia con
mi mamá por tardar tanto y dejar todo cerrado. Tenía mucha ham-
bre y el calor sofocante convertía el habitual olor a orina y talco en
algo de verdad insoportable. Pero cuando mamá llegue, seguro me
dará un baño con ese jabón de jazmín que tanto me gusta.
El chico no parecía cansarse: gritaba, agitaba los brazos…
¿Acaso yo era la única que podía verlo? Era desesperante su acti-
tud, esto nunca había pasado antes.
Al fin salió la señora Olga, la vi regañarlo y señalar a mi ven-
tana. Él también la señalaba con insistencia y apretaba sus puños
con fuerza. Pero ella perdió la paciencia, lo agarró por una oreja
y lo llevó a tirones dentro de su casa.

RNC 170
Tengo tanto sueño, cuando mi mamá llegue me dará un largo
baño de burbujas y me cantará esa canción que tanto me gusta:
Estrellas y burbujas explotan a mi alrededor….

***

—¡Pedro, deja la gritería! ¿Qué te pasa?


—Es que la vecina no me hace caso.
—¿No ves que está enferma, muchacho gafo? ¡No se puede
mover!
—Por eso quiero decirle lo del accidente de su mamá, ella
debe estar esperándola…
—¡Déjala tranquila! Ya alguien se ocupará.
—¡Pero ya ha pasado un día y no ha venido nadie…!
—¡Ese no es nuestro problema! ¡Ven conmigo!
—¡Pero…!
—¡Nada de peros…! ¡Entra de una vez…!

RNC 171
Ilustración Olga López
Blanca Rivero

PAÑITO DE MOCOS

CUANDO ALGUIEN NO nos pertenece es necesario resguardarse de


uno mismo. Más aún si se sospecha que los vacíos pueden empe-
zar a llenarse de falsas ilusiones. La sensación de placer hoy ha
mutado, y siente que los deliciosos escalofríos de las caricias son
amargos recuerdos de la latente soledad. —¿Tú crees que me lle-
gues a amar? —No lo sé, deja que el tiempo lo decida, por los momen-
tos no me preocupa. —Eres insensible. —Para nada, sólo disfruto del
aquí y el ahora, contesta ella. Las preguntas brotan de la boca
como esperando la más dulce de las respuestas, sin embargo
debajo y a la izquierda existe un corazón ocupado, recientemen-
te lastimado, pero ocupado. Se niega a aprender a vivir solo; lo
malo es que con su necesidad de compañía puede mal acostum-
brar a un alma solitaria. —Yo sigo sintiendo que tú tienes el freno de
mano puesto. —¿Por qué te parece eso? —Te rehúsas a decirme lo que
sientes, acota él.
La vacuidad de los comentarios se convierte en la excusa per-
fecta para no abrir la caja de Pandora de un corazón que luchó
durante mucho tiempo para reconocerse libre y que aprendió
luego a vivir en soledad. Resulta peligroso que entre dos que
comienzan a acompañarse, el más preocupado por el sentimiento

RNC 173
futuro sea quien no ha tenido tiempo de vaciar su corazón, y
busca afanosamente llenar los espacios abandonados. Lo más difí-
cil será fijar los límites en los que cada uno se involucre o se per-
judique. La necesidad de espacio es muy importante. No abando-
nar la libertad puede ser la razón perfecta, para escudarse ante la
apabullante embestida de solicitudes de entrega. —¿Piensas en
ella? —Sí. —¿Y por qué no la llamas? —Porque nos haríamos más
daño. —¿O te parece que renunciar, es no darles la oportunidad de vol-
ver a intentar?
Las relaciones suelen ser complejas y únicas. Evadir los senti-
mientos, alejarnos de lo que queremos, excusados en que es una
relación que tiene problemas de fondo, no es una solución. La res-
puesta no la posee nadie, es un asunto de dos, que debe resolver-
se entre dos. Los terceros sobran. En los momentos de ausencia,
abandono o renuncia, se padece de una dolencia física; el estóma-
go parece achicarse y el corazón presenta arritmia; los recuerdos
agobian nublando el entendimiento; cancelando los puede ser y
obligándose a un no va a ser. —Deja que mi camino siga solo, no
deseo que yo te sienta compañía y tú me sientas consuelo, piensa ella.
Llevar un luto con la cabeza en alto, superarlo luego de un mere-
cido y largo duelo de amor, es una necesidad para comenzar nuevas
historias. Salió de la casa, dejándolo acompañado de sus recuer-
dos, sus vacíos, de una casa repleta de objetos que no le pertene-
cían y de una breve, pero concisa, carta de despedida.
Mis hombros estarán para apoyarte y mis oídos para escucharte,
pero mi corazón y mi cuerpo no están aptos para sufrir decepciones de
amor. No soy roca, fría y seca, soy un alma sola, pero viva, que siente,
deseosa de calidad de compañía, en la búsqueda de eso que no sabe si
existe, pero que ha deseado. Algo cambió después de esa conversación,
el confesarte pensante y extrañando nubló la primavera de mi corazón
y apresuró un otoño cargado de melancolía. Siento cómo se me rasga el
pecho. Falsamente ilusionada, sí, pero creo estar en el momento de com-
prar curitas en la bodega y no de ir con un infarto al servicio de emer-
gencia. Toma tu tiempo y dame el mío. Gracias por esos momentos de
compañía y placenteras sesiones de piel. Muchos besos. M.

RNC 174
Alison Outerbridge

EL HOMBRE COLGADO (Fragmento)

ERA UN MARTES de abril de 1996, en ciudad de Panamá. El 23, para


ser más precisos. Un día como cualquier otro para muchos, pero
para mí el día en que vería la recompensa de un arduo trabajo.
Era la noche de inauguración de Rotakolor y como Gerente
Comercial me había ocupado desde el inicio de operaciones de
visitar a nuestros más importantes clientes potenciales —hoy
invitados de honor— y crear una estrategia para la comercializa-
ción de servicios de la nueva empresa. Me sentía orgullosa del tra-
bajo efectuado y, como quien espera el justo reconocimiento, me
había preparado para ser una excelente anfitriona.
Los zapatos, blancos con azul de corte clásico, combinaban
a la perfección con el traje sastre de diseñador que llevaba.
Asimismo, los accesorios cuidadosamente escogidos y el cabello
castaño al hombro, impecablemente peinado, reforzaban mi ima-
gen ejecutiva. Llegué temprano a la empresa, para revisar que
todos los preparativos estuviesen en orden. Acogía a los primeros
invitados y representantes de los medios de comunicación, cuan-
do Felipe, mi jefe, me pidió el favor.

RNC 175
—María Alejandra, ¿podrías hacerme el favor de pasar a reco-
ger a mi novia? Acaba de llegar de Bogotá y no puedo salir, por-
que debo resolver un problema en Producción.
—No te preocupes. Me tardo unos diez minutos.
Felipe vivía muy cerca de la oficina y no debería de haber mucho
tráfico a esta hora, pensé. Además, estos eventos nunca comienzan
a tiempo.
Una vez en el apartamento, Adriana se midió tres vestidos dife-
rentes, en busca de mi aprobación. No sabía cómo apresurarla en
su inseguridad y el tiempo transcurría rápidamente. Finalmente
optó por un sencillo vestido negro y alcanzamos a llegar a tiem-
po para el discurso de Felipe, quien, para mi desconcierto, me
había omitido en su lista de agradecimientos a sus colaboradores
y de las fotografías oficiales.
Ya invisible y ausente de la celebración, subí las escaleras que
conducían a la planta administrativa, y me dispuse a organizar
algunos documentos en mi escritorio, sin darle mayor importan-
cia a lo ocurrido.
Minutos más tarde, escuché unos pasos que se avecinaban. Para
mi sorpresa, se trataba de Vittorio Duchéski, quien se acomodó
con familiaridad en el puesto de visitantes, delante de mi escritorio.
—No debería decirte esto, como socio de la compañía, pero tú
serías una mamá muy hermosa.
Las marcas de nacimiento en el ojo izquierdo y la particular
suavidad de su voz, acentuaban su intriga al encontrarme sola.
—¿Tienes hijos?
Continuaba fija la mirada, en lo que intuí era un intento de
penetrar en los códigos secretos de mi alma.
—No. Todavía estoy joven, hay tiempo para eso.
Mi semblante seguramente contrastaba con el mobiliario gris.
Mis dedos jugaban con el llamativo brillante de mi mano izquierda.
Las voces provenientes de la planta baja perdían importancia
ante las anécdotas de mis logros profesionales, y una vez termi-
nadas las formalidades, Ramón Pérez, pionero de la compañía, se
nos acercó.

RNC 176
¡Vengan chinos, vamos a cenar! El tono autoritario del jefe bogo-
tano no admitía posibilidad de contradicción y, después de saludar
a los pocos invitados que permanecían en la sala de producción,
optamos por continuar la celebración en un restaurante japonés.
—Sé cómo te sientes, me susurró Vittorio al oído, una vez en el
restaurante, acariciando tímidamente mi brazo por debajo del man-
tel, mientras el gerente brindaba por su triunfo. Ensimismado en
su ambición y egocentrismo, el joven bogotano de 25 años se
había adjudicado todos los méritos.
Estaba molesta con la actitud de Felipe. ¡El mérito del trabajo
comercial era mío! Además, si no fuese por mí, no estaría disfru-
tando del éxito de esta noche. ¿Y Luis Eduardo? ¿Dónde está Luis
Eduardo? También hubiera preferido estar acompañada con quien
había elegido compartir mi vida, pero en momentos como éste
siempre estaba sola.
Me mantuve un poco ausente y pensativa. Por más que inten-
tase disfrazar mis verdaderos sentimientos, no podía esconderme
de Vittorio, quien intuía cada uno de mis pensamientos y quizás
se hacía las mismas preguntas que yo. Además, el contraste de su
ondulado pelo castaño atado en una cola impecable, con su ves-
tido gris de Armani, aumentaba mi atracción e intriga por conocer
mejor a este joven tres años menor que yo. Pronto compartíamos
el sake, el sushi y el sashimi, pero, más que los exóticos alimentos,
la soledad, acompañados.
Terminada la cena y las despedidas, Mercedes, mi colega en el
área administrativa, y yo, ofrecimos llevar a Vittorio y a otro de
los invitados hasta el hotel. Una vez en el estacionamiento, el her-
mano de Ramón Pérez, entre risas y jolgorio, me quitó sorpresi-
vamente las llaves del carro.
—¡No pueden irse sin bailar una pieza conmigo!
—De verdad, muchas gracias, pero es tarde y es hora de vol-
ver a casa. Me giré para mirar al hombre sentado a mi derecha,
evitando el forcejeo.

RNC 177
—Una pieza solamente… Su mano sujetando la mía sobre el
volante, al tiempo que Mercedes y yo cruzamos las miradas, en
busca de mutua aprobación.
—Bueno, está bien. Pero un ratito solamente, asintió, y acce-
dimos a entrar a la discoteca del Caesar Park.
Pocas veces había visto bailar a una persona como Mercedes.
Su sonrisa fucsia iluminaba su rostro, mientras las cuatro décadas
de su figura se reducían a la mitad con el vaivén de sus caderas,
en perfecta sincronía con el cortejo experimentado de su compa-
ñero. El espectáculo era fascinante y nos deleitábamos, desde
nuestra butaca, observando a la colorida pareja imponerse sobre
la pista de baile, al ritmo sensual de la salsa. Sin embargo, para
nosotros el diálogo era más importante que el baile.
—El verano pasado viajé a Alemania para conocer a mi padre
natural…
—¿Cómo así? –pregunté intrigada, girando el torso para mirar-
lo directamente a los ojos.
—Esa es una historia un poco complicada. Mis padres se cono-
cieron hace unos 30 años, en Barrancabermeja, y se enamoraron.
Luego, ella viajó con él a Europa y, a pesar de ser hija de un
importante ejecutivo petrolero y de tener un apellido prestante,
fue discriminada por la familia política. Al volver estaba embara-
zada de mí y su primo, Antonio Duchéski, se casó con ella para
proteger su reputación.
—Debió estar muy enamorado de ella.
—Sí, realmente hacen una muy linda pareja.
—¿Y cómo te sentiste con tu verdadero padre?
—Ah, ¡ésa es la pregunta importante!
Hizo una pausa, para pensar su respuesta y sonreí.
—Fue un poco difícil. No fue el reencuentro que uno ve en las
películas. El se casó con una mujer muy atractiva y tiene dos
hijos. Es curioso cuando me llaman uncle Víctor.
—Te entiendo. Mis padres son divorciados y en diciembre
viajé a los Estados Unidos, para conocer a mi papá. Dejé de verlo
a los nueve años. A pesar de que siempre nos habíamos escrito

RNC 178
para Navidad, Pascua y todas las fechas importantes, nunca nos
volvimos a comunicar de otra manera. Creo que tampoco lo hubie-
ra hecho si no hubiese sido por la insistencia de mi esposo.
—¿Cómo fue ese encuentro? —preguntó Vittorio con sumo
interés.
—Al principio fue como una cita con un desconocido. Luego,
fuimos conversando y, después de unos días, me di cuenta de que
era una persona muy agradable, pero muy distinta de mi madre. El
está casado también, con una americana, pero no tuvo más hijos.
—Bueno, ya es hora de irnos –nos interrumpió Mercedes, con
una pícara sonrisa y asentí con un gesto afirmativo.
—Dejen que las acompañe —insistió Vittorio—, y salimos
hacia el estacionamiento en compañía de ambos caballeros. A lo
largo del camino, me despedí de Octavio, quien agradeció la vela-
da y continuó caminando al lado de Mercedes.
Una vez en la puerta del carro, Vittorio y yo sostuvimos la
mirada en silencio mientras la abría lentamente, y nos despedi-
mos con un beso en la mejilla. Me acomodé en el asiento del con-
ductor, y bajé la ventana, prolongando la inevitable partida,
mientras ambos nos vigilaban al salir.
Pareciera que los destellos de colores que se entrelazaban sobre
la pista de baile pocos minutos atrás, me hubiesen hipnotizado,
nublando mi percepción del tiempo, pues podrían ser alrededor
de las dos de la madrugada cuando regresé a casa. Apoyé suave-
mente las llaves sobre la consola de la entrada, descalcé mis pies y
de puntillas entré a la recámara en donde dormía plácidamente mi
marido, levantando las cobijas con el cuidado de una adolescente
para que no descubran su hora de llegada. No lo entendería.
No pude dormir con tranquilidad. Reflexionaba sobre tantas
cosas que nos distanciaban, sobre todo lo que no podía compar-
tir con Luis Eduardo. Él nunca entendería mi satisfacción por el
éxito conseguido, pues todo lo había obtenido muy fácilmente en
la vida. ¿Qué podría compartir con él, cuando acompañar a su
bote nuevo era más importante que acompañarme en la celebra-
ción del logro de una meta? ¡Qué diferentes somos!, pensé.

RNC 179
*****

Amaneció, y los socios viajaron a Isla Contadora, para pasar el


día, por invitación de Ronderos, el socio mayoritario panameño,
mientras yo cumplía con unos compromisos en la Zona Libre de
Colón. Conducía de regreso a ciudad de Panamá por la carretera
Interamericana, con Martín, el Jefe de Producción, mientras dis-
cutíamos la propuesta que le había hecho al nuevo cliente.
Muchas veces perdí el hilo de la conversación, pues mis pensa-
mientos no me dejaban. El matrimonio está por encima de todo
y jamás podría serle infiel a mi esposo. Nos habíamos distancia-
do emocionalmente y debía ser capaz de crear con él la intimidad
que había sentido con Vittorio. Seguida por estas reflexiones,
pasé de sorpresa por el hangar, que estaba en la ruta, para cono-
cer la nueva adquisición.
Era impresionante: de 25 pies, con una cabina interior. Abracé
a Luis Eduardo y lo felicité. Era un sueño hecho realidad y que-
ría compartirlo con él. Al poco tiempo me hizo saber que lo bau-
tizaría con el nombre de su madre. Me molesté pues, como siem-
pre, sentí que no era importante en su vida. Sin embargo, le ocul-
té mis verdaderos sentimientos para no arruinar el momento.
Subí tras él, para conocer el interior del barco, mientras Martín
nos fotografiaba abrazados y sonrientes. Eran ya como las
7:00pm, hora de continuar el camino de regreso, y me despedí
con un beso, mientras él celebraba en compañía de sus amigos.
Una vez en la oficina para dejar a Martín, entré para verificar
si había algún mensaje para mí. El teléfono sonó.
—Hola.
Tomé el teléfono en la recepción. El tono apacible de Vittorio
era inconfundible.
—¿Vittorio? –confirmé mi intuición.
—¿Maria Alejandra? Perdí el vuelo y no quería molestar a Felipe.
—No te preocupes. Yo te recojo –le ofrecí sin titubear. No tenía
ánimos para estar sola en casa.
—Si gustas, te invito a cenar.

RNC 180
—Paso por ti enseguida, pero dejemos la cena para otra opor-
tunidad.
Martín escuchó la conversación y se ofreció a acompañarme.
Enseguida reconocí a Vittorio, sentado sobre el borde de la acera
al frente de la salida de los vuelos internacionales, morral en
mano, vistiendo un pantalón dockers beige y franela con cuello
polo, de manga larga, color rojo bordeaux con rayas blancas. El
cabello, atado en una cola descuidada, con un ejemplar de La pro-
fecía celestina en las manos. Al igual que Redfield, estoy conven-
cida de que no existen casualidades sino coincidencias.
Conducía de vuelta a la ciudad, esquivando el tránsito, cuan-
do me sorprendió el timbre de mi buscapersonas: ALEJANDRA Y
VITTORIO… ¿DÓNDE ESTAN…??? El mensaje de Felipe no
dejaba de pasar y, una vez en la ciudad, nos acercamos a la ofici-
na para devolverle la llamada. Después de su reclamo por no
haberle avisado que Vittorio había perdido el vuelo, insistió en
encontrarlo en un restaurante, en donde se encontraba reunido
con Adriana y unos amigos.
Esta vez agradecí la invitación a Friday’s, pues eran alrededor
de las 10 de la noche y no había cenado. Una vez allí, llamé a
casa, pero Luis Eduardo aún no había vuelto y dejé el mensaje en
el contestador.
Vittorio y yo encontramos espacio uno al lado del otro, mien-
tras compartíamos una mesa redonda de ocho con Felipe y sus
amigos. Allí estábamos cerca, apartados del gentío e inmunes al
volumen de la música americana. Aunque las circunstancias
imposibilitaban cualquier tipo de relación, mi piel disfrutaba sus
caricias del momento, esta vez no tan disimuladas. Luego de revi-
sar la variada oferta de la carta, acordamos compartir una orden
de nachos. Embebidos en nuestras miradas, parecía que la ener-
gía que emanábamos podía sentirse en toda la mesa, mientras
que, para nosotros, alrededor todo dejaba de existir.
—Hola Maria Alejandra. ¿Dónde está mi hermano? ¿Sogando
bote? Era inconfundible la voz de mi cuñada, quien se acercó
sorpresivamente.

RNC 181
—Prefirió quedarse con el bote en lugar de estar conmigo,
—le respondí, al tiempo que daba la vuelta para mirarla de fren-
te, y presentarle a los demás integrantes de la mesa. Luego de un
saludo cortés con el grupo, la atractiva rubia se retiró indignada,
de regreso a su mesa.
Durante la sobremesa, los mesoneros apagaban las luces y se
organizaban para cerrar el local. Mi carro estaba estacionado al
frente de la compañía y debía recogerlo. Hasta allí fuimos en uno
alquilado, que ahora conducía Martín, mientras Vittorio hallaba
la manera de acariciar mi brazo a través del pequeño espacio
entre el asiento delantero y la puerta.
Me estremecí al ver la inconfundible camioneta Toyota azul de
Luis Eduardo aparcada frente a mi carro, en la entrada de
Rotakolor, aún con las luces encendidas. Presentí que debía estar
furioso y tuve miedo de enfrentarlo. Me acerqué primero a la ven-
tana, para tratar de darle una explicación, pero no escuchaba.
—¡¿Qué estás haciendo en la calle a ésta hora?!!, me gritó
cuando me acerqué lo suficiente a la ventana de la camioneta.
—Te dejé un mensaje en la grabadora para que nos encontra-
ras en Friday’s… —le expliqué.
—¡You and your colombianitos…! —interrumpió enfurecido-
¡Mira la hora que es! Estaba preocupado por ti. Hubo un acciden-
te debajo del edificio. Algo te hubiera podido pasar. Cambió el
idioma y tono de su reclamo para disimular la ira, al ver que
Felipe se avecinaba.
Afortunadamente para mí, Felipe nos había seguido en su auto
y se aproximó para apoyarme, interrumpiendo los reclamos inco-
herentes en inglés que hacía un marido enfurecido y cegado por
los celos.
—No debes preocuparte. Cuando Maria Alejandra sale con
nosotros, la acompañamos hasta la puerta de su casa. —Escuché
en silencio y me alejé unos pasos hacia atrás para darle paso a
Felipe, mientras mi mano temblorosa buscaba apoyo en el hom-
bro de Vittorio, a mi derecha.

RNC 182
Minutos después, Felipe nos invitaba a tomar unos tragos en
su apartamento para menguar la tirantez de la situación, pero no
me pareció conveniente.
Una vez calmados los ánimos, me acerqué a Martín, quien pre-
firió mantenerse en el auto, para saludarlo y les di un fuerte abra-
zo de despedida a Felipe y a Vittorio. Dejé mi carro en el estacio-
namiento de Rotakolor y subí a la camioneta con Luis Eduardo,
consciente de la discusión que nos esperaba camino a casa.

*****

—¡La próxima vez que los socios de la compañía las inviten a


cenar, llamen a sus maridos! ¡Si no pueden acompañarlas, se
levantan y se van!, ordenó Felipe el sábado por la mañana, firme
y agresivo, mientras Mercedes y yo escuchábamos atónitas, sen-
tadas delante de su escritorio.
—Maria Alejandra, ¿qué hubiera pasado si yo no los hubiese
seguido?, continuaron los gritos furibundos, que podían escuchar-
se en toda la oficina, a través de las frágiles divisiones de gypsum.
—¡Absolutamente nada! –grité de vuelta, enojada por su intro-
misión, mientras Mercedes intentó retirarse.
—¡Se hubieran ido para un hotel! ¡Mercedes, quédese aquí,
que también va con usted!
—¡Pues no me conoces, Felipe! Soy una mujer casada y jamás le
hubiese sido infiel a mi marido. Fue sólo atracción. No pasó nada.
—No pasó nada y sí pasó mucho, aseveró en su enojo.
¡Mierda! Yo soy amigo de Luis Eduardo. Yo quiero a Luis Eduardo
como a un hermano.
—Yo aprecio a Vittorio.
—¡No sigas!, me interrumpió como un hombre cegado por
los celos.
—Entre él y yo hay un cariño muy especial. Es un entendi-
miento como del alma. No es físico, traté de explicarle, pero no
quiso entender.

RNC 183
—¿Amigo de Luis Eduardo? ¿Desde cuándo? ¡Hipócrita! Guardé
mis pensamientos para mí, y me retiré de la oficina.

*****

Qué fácil es decir te quiero cuando estamos solos,


lo difícil es hacerlo cuando escuchan todos.

Si tú me miras, si tú me miras
te enseñaré a decir te quiero sin hablar
mientras tengamos un secreto que ocultar.

La locura de quererte como un fugitivo


me ha llevado a la distancia donde me he escondido.

Si tú me miras, si tú me miras
cuanto más crezca la injusticia, ya verás
que son más grandes nuestras ganas de luchar…

No había palabras más ciertas y profundas para mí que aque-


llas de aquel tema de Alejandro Sanz, que aprendí a recitar al
revés y al derecho, como si cuanto más fuerte las pronunciase,
más probabilidades hubiese de que se cumpliera mi deseo de
estar con él. Felipe me había regalado la cinta hacía algunas sema-
nas, pero nunca le había prestado tanta atención a la letra. Mi
matrimonio se deterioraba cada vez más y, poco a poco, me ais-
laba en las fantasías con el amante imaginario, mientras el tema
se convertía en mi himno. Nadie sospechaba la angustia que
albergaba en mi interior.
Enfoqué mis metas profesionales, olvidándome de la profunda
sed de mi alma. Nada debía reemplazar el orgullo y la satisfacción
que generaban los logros alcanzados por mis propios esfuerzos.
Intenté compartir mi sentir con nuestros amigos, mientras celebrá-

RNC 184
bamos el cumpleaños de Mario, el sábado por la noche. Cuando
noté que Luís Eduardo permanecía silencioso y distante, intuí
que algo le molestaba, así que dejé que los demás hablaran.
—¡Sólo sabes hablar de tu trabajo! —me reprochó al igual que
tantas otras veces, cuando subimos a la camioneta para volver a
casa. —¿Por qué no puedes ser como las demás? —refiriéndose a
las esposas de sus amigos.
—¡Yo no soy como las demás!
—¡Pues sólo te hace falta tener un pipi para ser hombre! —gol-
peó fuerte el timón.
—¡Deja de ofenderme! —Mantuve silencio el resto del cami-
no, mientras continuaba con sus disparates.
—¡Contéstame, que estoy hablando contigo! ¿Por qué siempre
te quedas callada cuando todo el mundo está hablando?
—No tengo nada que decir… No tengo nada en común con
tus amigas. ¡Qué me importa si el Cartier de Estela tiene dos o tres
bandas de oro! Tampoco me interesan los chismes sobre gente
que ni siquiera conozco…
—¡Es que tú no eres sociable!
—¡Pues a lo mejor debiste casarte con otra persona! —las
lagrimas bañaban mis mejillas, pero él no podía notarlas.
Sin darme cuenta, mis cualidades se convirtieron en defectos:
la comida que preparaba era muy grasienta; no picaba las cebo-
llas con el cuchillo correcto; me vestía mejor para ir al trabajo que
para salir. De repente, me volví muy complicada. ¿Por qué no
puedes ser más práctica?, —le escuché muchas veces, criticando
mi manera de atender a nuestros invitados, cuando hacíamos
reuniones en casa.
Mis amigas no eran de nuestro nivel social, —en su opinión-, y
esto a él también le molestaba. ¿Qué haces con esa clase de gente?,
—no vas a llegar a ninguna parte. Reclamaba con frecuencia.
En mi inseguridad, poco a poco dejé mi mundo y me perdí.

*****

RNC 185
Con seis meses de operaciones y treinta y seis colaboradores,
Rotakolor adquirió una excelente reputación por su calidad en
artes gráficas y servicio fiable. Las ventas despegaron y superamos
considerablemente las metas presupuestadas, haciendo imperan-
te el servicio 24 horas. Estaba orgullosa de mis logros y me sen-
tía realizada profesionalmente.
No volví a ver a Vittorio desde que partió de regreso a Colombia,
al día siguiente de nuestra despedida delante de Rotakolor, pero
jamás olvidé su sensibilidad. Encontraba consuelo al recordar su
voz serena y su mirada compasiva cada vez que discutía con Luis
Eduardo. Nos unía un invisible lazo espiritual y su admiración
hacia mí me motivaba a ser mejor persona; me hacía crecer, aun-
que no estuviera conmigo. Esperaba ansiosa sus felicitaciones
cuando superaba las metas de ventas.
—¿Cómo estás? —indudablemente era Vittorio quien llama-
ba desde Medellín, para felicitarme por los resultados del pri-
mer semestre.
—Muy bien. Estuve el fin de semana pasado en Bahía Piñas. Te
hubiera encantado.
—¿Dónde queda?
—En el Darién, cerca de la frontera con Colombia. Es un hot
spot de pesca, muy exclusivo y reconocido internacionalmente
por los récords mundiales de pez vela y merlín. Estoy segura de
que te hubiera gustado. Anclamos, después de casi ocho horas de
viaje, en un sitio espectacular, en medio de la nada, entre colinas
y la densa vegetación de la selva virgen. Al final de la jornada,
cuando todos los pescadores dormían, podía sentirse una energía
muy especial. El cielo estrellado, el aroma de sal, la bruma húme-
da y la marea suave que nos mecía, se conjugaban, delante del
intenso escenario verde, para evocar una gran paz.
—Suena muy paradisíaco…
—¡Y eso que me quedo corta con la descripción! De verdad fue
un reto para mí estar cuatro días en alta mar y ver cómo se pesca
un merlín. ¡Fue increíble! El nuestro pesó trescientos cincuenta y

RNC 186
tres libras y todo el equipo tuvo que turnarse para pelearlo, hasta
que finalmente, después de seis horas, pudieron subirlo al bote.
La próxima vez que vengas, te enseño fotos.
—¡Me encantaría verlas!
—Casi voy para Medellín la semana pasada, —cambié súbita-
mente de tema— se dañó la fotocomponedora y teníamos que
entregar unas películas con urgencia, pero Felipe logró repararla.
—¡Ay… pero qué es este complot! —respondió efusivamente
a mi coqueteo.

*****

RNC 187
Armando Reverón • India (Hija del sol) • Óleo s/coleto • s/f
Jesús Enrique Guédez

LEVE, SUTIL DELEITE

LA BOA DORMÍA estirada sobre la viga central del techo de dos aguas
del almacén. Se aprovechaban los murciélagos para colgarse en
las esquinas en penumbra. La humedad untuosa de la sal arruma-
da en sacos se mezclaba con el olor dulzón de papelones envuel-
tos en hojas secas apilados por el suelo. De horcón a horcón col-
gaba la hamaca con el cuerpo de don Severio, a su lado el plato
de cobre lleno de arena manchada con escupitajos de chimó. El
sordo ronquido del sueño de mediodía apenas hacía temblar las
cabuyeras. De vez en cuando porfiados moscardones azules ceba-
dos en las carroñas de la sabana planeaban sobre la pierna ulce-
rada cubierta con un paño blanco. Las manchas de sangre y pus
atraían a las moscas; pero cuando se iban a posar sobre el paño,
Melgar, que cuidaba soñoliento al enfermo, levantaba la vara con
hojas de palma y abanicaba la pierna mientras don Severio se
hundía en sus somnolencias, la boa se removía amoldando su
cuerpo a las ondulaciones de la madera y los murciélagos colga-
ban del techo como gotas negras.
En la casa de familia, diagonal al almacén, doña Sara, gorda
pero no rolliza, ágil en su camisón estampado caminaba firme
balanceando en sus orejas zarcillos acorazonados de diamantes.

RNC 189
Recogía su cabellera plateada en moño con peineta de marfil
auténtico. Venía por el patio y antes de acercarse a la mesa del
comedor cercado de celosías y enredaderas, se detuvo a silbar a
los canarios enjaulados. Cuando los pájaros le respondieron con
gorjeos sostenidos, caminó hacia la mesa sentándose a un lado e
inmediatamente lo hizo Rosaura al frente. Doña Sara batió la
campanilla de plata y entró la mujer de servicio con la comida.
Los extremos de la mesa estaban vacíos, pero con los platos vol-
teados. Un lugar era para don Severio, que no comía con la fami-
lia desde el día de la contrariedad, y el otro para doña Sara.
Afuera se vivía otro mundo donde reinaba a sus anchas Gil con
su cohorte de putas realengas. Las calles del confin del pueblo,
más allá de las galerías de las casas de familia, eran las únicas per-
mitidas a las mujeres execradas, que no se dejaban ver, pero
todos sabían de ellas, conocidas por apodos de doble sentido y en
secreto regustaban las fábulaciones eróticas de Gil, celebrado por
su juventud espléndida y su soltería codiciada. Qué sería de este
pueblo sin Gil, se preguntaban, donde ya se olvidaron las histo-
rias de guerreros de hombría y mujeres esquivas conquistadas.
Gil, ídolo viviente para las invocaciones de amores perdidos res-
plandecía desde sus dientes orificados, aunque el marfil natural
era sólido, con su risa pretensiosa. Oro en la cadena y el reloj que
hacían arcos relucientes con sus gesticulaciones de hablador, oro
en la hebilla de la correa resaltando en la raya de la botonadura
de carey de la blusa de lino, oro en los zapatos chispeando bra-
sas en su caminar petulante, Muñeco de oro, así lo llamaban en
los burdeles, empolvado y oloroso a perfumes vaporosos. Entre el
halo áureo y los elixires de rosas, Gil era el hombre de oro en
aquella población provinciana, de su leontina de oro que cruzaba
la cintura hasta el bolsillo de atrás del pantalón, pendía un cofre-
cito de oro con broche de diamantes donde, decían, guardaba
polvos embriagadores.
Esa tarde Gil se enteró que Rosaura había llegado del Colegio
de Monjas de Barquisimeto, La Niña Rosaura, que cambiaba cada
año el claustro del internado por el encierro en su propia casa,

RNC 190
invisible para todos los del pueblo, sólo podían imaginársela y
sabían de ella cuando preguntaban a doña Sara ¿cómo está La
Niña?, y ella respondía secamente Bien, muy bien. Después se vol-
vía a saber de Rosaura cuando cruzaba la calle de su casa al
barranco del río para tomar el vapor que la llevaría una vez más
al colegio. Doña Sara y don Severio querían para su única hija,
que veían crecer bella e inocente hacia su plenitud de mujer, una
vida diferente a la que ellos sobrevivían. Aunque se encierre en un
convento y no la veamos más, decían, es mejor que este infierno
a fuego lento.
Don Severio no era de allí. Ahora que está viejo y llagado a
nadie le preocupa su origen. Antes arreó hatajos de mulas carga-
das de mercancías secas desde el centro hasta los hatos de Apure,
navegó por caños y ríos del llano surtiendo el comercio de los
puertos, compró y vendió ganado, nunca adquirió tierras porque
no estaba en su pensamiento abandonar sus negocios ambulan-
tes. Hasta que se asentó en este lugar por culpa de una mujer,
Sara, que hermoseaba las fiestas con su edad para el amor, y don
Severio dejó los viajes y se estableció en el antiguo local de los
almacenes para cumplir la palabra que le diera a Sara una noche
de baile. Con el tiempo el pueblo dejó de desconfiar del forastero,
no había venido huyendo, no era prófugo ni tenía crímenes enci-
ma. Así como abrió las puertas de su tienda abrió su corazón.
Sólo se le conocían doña Sara, Rosaura, su hija, y Melgar, un
muchacho pobre criado desde niño como doméstico de la fami-
lia, y tres almacenes ruinosos de la época de esplendor comercial;
el más alejado del pueblo lo dividió en cuartos para alquilárselos
a las putas. Aquello de la llaga fue como una maldición, un male-
ficio tatuado en la espinilla de la pierna izquierda, estigma puru-
lento. Al principio aparecieron punticos rojos que se fueron
uniendo hasta dibujar una mancha violácea, los vasos capilares
afloraron vivos debajo de la piel, se veía palpitar la presión de la
sangre y de tanto empujar en los finos conductos, se tornaban
reflejos encarnados. Después sobrevino la picazón que no se cal-
maba con unguentos ni hojas; a veces tenía que arañarse hasta

RNC 191
producir sangramientos cristalinos que le aliviaban por instantes.
La alteración de esa zona de la pierna no volvió a ser normal. La
molestia urticante que a ratos le provocaba distracción, se adue-
ñó de la piel, de la carne, de las venas, hasta del hueso, decía don
Severio. Cuando ya no pudo cubrirla con el pantalón ni disimu-
larla con los vendajes, aquella mancha sangrante se llamó en todo
el pueblo La llaga de don Severio, y decían que era la viva maldi-
ción de un pecado inconfesable. Un día que almorzaba en su casa
con doña Sara y Rosaura, apenas con cinco años, la llaga le comen-
zó a supurar y se regó sobre la mesa una exhalación pestilente.
Rosaura corrió a vomitar y doña Sara deglutía la sopa resistiendo
a duras penas las revulsiones estomacales; don Severio dobló la
servilleta, cruzó el cubierto, se levantó de la mesa y nunca más
volvió a sentarse en el comedor, Perdón, dijo, y salió de la casa
para siempre arrastrando solemne su pierna enferma. Ese mismo
día se mudó para un rincón del almacén de mercancías que que-
daba al voltear la esquina, frente al local del comercio al detal y a
una cuadra del río.
El pasto se pica a las bestias a últimas horas de la tarde, cuan-
do regresan fatigadas con sombras de sudor en los ijares y lomos
despellejados. En el pesebre los animales meten los hocicos en la
canoa, muerden y se les rebosan los belfos de espumarajos, sus
ancas brillan opacas al contraluz del ocaso. La mula resabiada se
amusga contra el que se acerque a sus yerbas, los caballos baten
las colas, se mueven inquietos y sacuden las crines, los burros se
apretujan y estiran sus pescuezos para arrancar a Melgar la paja
antes de que pueda cortarla, el buey, solitaro, se aisla rumiando
apático. El pesebre oloroso a bosta y paja recién cortada está al
fondo del patio, debajo de la mediagua de palma que a su vez está
a la sombra de un mamón frondoso y un apamate floreado que
riega flores amarillas sobre el techo. El pesebrero Melgar, catorce
años, musculoso recorre la canoa cortando pasto a lo largo de la
borda y silba retazos de tonadas entre gritos para aplacar la impa-
ciencia de las bestias. Se abre la puerta de una sola hoja que

RNC 192
comunica el jardín de la casa con el pesebre, Melgar oye el ruido
lento y chirrión de madera seca, voltea y Rosaura llena el marco
de la puerta con su espigada figura de niña de doce años, sonríe,
se estira el trajecito ajustado y la tela sobre los senos nacientes
resalta los pezones en retoño. Las bestias forrean y sacuden los
pescuezos, el olor de paja tierna, a sudor de caballo, a bosta de
buey se evapora a ratos en los golpes de viento ardiente que viene
de la laguna. Melgar tira el machete con más fuerza, cortando el
haz de paja que sacude sobre la borda de la canoa. Rosaura cie-
rra la puerta tras de sí lentamente sin dejar de ver a Melgar y
camina hacia el pesebre temblorosa.
Una leve mancha de sangre, apenas una gota rojiza desteñida
en la pantaleta de Rosaura. Fue la vieja lavandera quien descubrió
la mancha cuando recogía la ropa de La Niña. La pieza íntima que
se ajusta a la cintura con un cordón y se ciñe a media pierna con
ligueros, presentaba la mancha sutil muy cerca de la doble costu-
ra que protege el asiento mullido del sexo. Pero no era solamen-
te la mancha, sino que también la tela estaba desgarrada y presen-
taba tallones verdes de paja tierna. Esto fue lo que hizo que la
lavandera le mostrara la pantaleta a doña Sara, quien la recibió y
examinó la mancha restregando la tela entre sus dedos. Quiso
creer y se lo dijo para vencer vacilaciones que Debe ser que mi
Niña se está haciendo mujer antes de tiempo, y con la tela sobre su
pecho, como si abrigara un pájaro herido, entró al cuarto y guar-
dó la pantaleta en el fondo del arcón de la familia.
La creciente en las cabeceras arrastra tierra parda de los barran-
cos. En esta época nadie va a pescar. El cielo oscuro, las aguas
revueltas y los truenos que amenazan lluvia ahuyenta los peces,
por eso los pescadores se quedan en sus casas, pero Melgar des-
colgó su anzuelo y se fue esa noche al río, llegó en su canoa al
paso de ganado donde están cebados los caribes y abundan peces
grandes y se acomodó debajo de un árbol que sombrea el reman-
so. Su cuerpo todavía olía a sudores de caballo y retoños de paja.
Cuando terminó de alimentar a las bestias, se vino directamente

RNC 193
al río. Sus pocas palabras no alcanzaban para explicarse lo suce-
dido con La Niña Rosaura que Fue que se metió entre las bestias
desafiando el peligro... no me hizo caso..., era lo más que alcanzaba a
entender. Ella había saltado entre las patas de los caballos burlán-
dose, Melgar le había hecho señas de que no se riera ni hablara
porque podía espantarlos, pero Rosaura saltaba acariciando los
caballos, por fin pudo agarrarla, y cuando quiso sacarla del pese-
bre Rosaura se tiró en los haces de paja arrastrándolo consigo.
Después los caballos se tranquilizaron. Sólo se oía el chasquido
del masticar de la paja tierna, Melgar no recuerda más, sintió en
sus manos el tirón del cordel del anzuelo, quizás en el centro del
río le había agilado un pez grande, lejos brillaban en la corriente
parpadeantes luceros.
El sol de las cuatro trazaba las lineas de sombra del alero del
almacén. Ya refrescaba el rincón donde don Severio despabilaba
la siesta. Melgar abanicaba la pierna llagada. La boa deslizaba a flor
de piel la corriente que la infla; para salir del sueño don Severio
comenzó a silbar en susurro y la boa entreabrió la boca, sacó la
lengua y la encogió violentamente, retractil, el viejo se restregó
los ojos acuosos, sonó la hoja pesada del portón que da a la calle,
abriéndose lentamente para cerrarse detrás de Rosaura, que apa-
recía pequeña y tímida, se acercó a don Severio sin que la hubie-
ra percibido y se le echó encima de golpe abrazándolo, la boa
infló otra onda que se extendió en su piel, levantó la cabeza y
lanzó tres vagidos roncos entre silbidos agudos. Rosaura se des-
pegó de su padre, lo vio distante y triste y no se atrevió a despe-
dirse, las moscas revoleteaban sobre la pierna enferma, Rosaura
desvió la mirada hacia la boa que le sacaba la lengua; haciéndole
mofa con el cuello estirado aprisonado en el rígido bordado, miró
a Melgar conservando su cara burlona como para hacerle reír,
pero Melgar rehuyó la mirada tímido o confundido.
Aparecieron al final de la tarde los frescores cálidos de las vís-
peras del verano. Detrás del jardín y más allá del pesebre se abría
la sabana pero entre la casa y la explanada del horizonte espejeaba
la laguna, agua que deja la creciente alfombrada de bora y lirios,

RNC 194
espejo verdusco para el azul limpio del cielo, mundo privado de
patos y gallitos de laguna que revoletean a ras de agua sobre sus
pichones sumergidos que apenas asoman el pico para respirar.
Doña Sara se abanicaba en la mecedora del salón de madera,
desde donde veía plácida la calle sombreada de bambúes. Rosaura
hojeaba grandes libros ilustrados acostada en el piso de tablas.
Doña Sara dejó de abanicarse, llamó a la criada de adentro (la
única que tenía acceso a las habitaciones) y le indicó que accio-
nara la caja de música. La criada seleccionó el cilindro y comenzó
a girar la manivela, el tintineo de arpegios invadió el silencio del
salón. Rosaura seguía sobre los libros sin sentir la música. Afuera
el frescor se tranformó en brisa que arrastró las boras hacia el
centro de la laguna y trajo aroma de lirios. Doña Sara se echó
hacia atrás en la mecedora, entrecerró los ojos rebosados de som-
bras de bambú, impulsó el mueble con el pie y descansó el aba-
nico entre las piernas. Oyó de muy lejos las notas salpicadas de
la caja de música. Después se levantó y cruzó el salón lentamen-
te al ritmo de un adagio de juguete. Se detuvo cerca de Rosaura
para recordarle que no olvidara sus libros porque mañana volvía
al colegio.
A don Severio le cortaron la pierna llagada por debajo de la
rodilla. Le quedó colgando un muñón que puede mover hacia
adelante y hacia atrás en pendular mecánico. Ahora anda con
muletas, sin embargo el doctor le dijo que le dejó el muñón para
que cuando se haya fortalecido la piel pueda usar una pierna de
palo. Ya se tomaron las medidas al muñón y el carpintero está
buscando en la montaña la rama de roble apropiada para comple-
tarle la pierna. Un día tomó la decisión inaplazable, mandó lla-
mar al doctor que jugaba a los dados en el patio del bar, no se
pudo posponer la operación pese a que el doctor había estado
bebiendo y jugando todo el día, porque don Severio insistía que
debía hacerse ese día y en ese mismo lugar del almacén. Silbó a
la boa para que abriera los ojos como testigo atento y estiró la
pierna sobre el banco para que se la cortaran, sin calmante, sola-
mente con un baño de aguardiante claro sobre la llaga y unas

RNC 195
inhalaciones de éter que a duras penas le impuso el doctor.
Durante la amputación don Severio cayó en un sueño profundo,
como si hubiera sido anestesiado. Sólo los ronquidos estremece-
dores y el baño de sudor incontenible revelaban que estaba vivo.
El doctor cogió la ponchera rebosada de sangre oscura y pus y la
esparció en la tierra seca del patio. Melgar, único testigo, envol-
vió la pierna amputada en un periódico viejo (don Severio reci-
bía la prensa atrasada dos veces al año) y la metió dentro de un
saco que cargó al hombro, se fue para el barranco del río y echó
la pierna a los caribes como le había ordenado don Severio.
De las tejas del alero caían hilos de agua que se escurrían entre
los ladrillos lavados del corredor. El débil sol de la tarde entre las
sombras desvaídas del jardín se expandía sin reflejos, Rosaura
miraba embelesada las flores lánguidas por el peso de la hume-
dad cuando chirrió la puerta del pesebre. Melgar apareció borra-
do en el contraluz penumbroso con el machete filoso con que
corta el pasto a las bestias y un cabo de soga enrollado cruzándo-
le el pecho. Rosaura no lo reconoció en el primer momento, pero
cuando sintió que Melgar la veía asombrado escondiendo sus
ojos en la cara curtida por la intemperie, recordó repentinamen-
te la tarde que se atrevió a llegar hasta el pesebre, cuando jugue-
teó entre los caballos y se tendió sobre la paja tierna y atrajo sobre
sí a ese pequeño hombre que camina descalzo por el barro del
patio huyendo de su mirada. Rosaura quiso llamarlo para definir
las imágenes del evasivo recuerdo, pero ya Melgar salía de prisa
por el zaguán del servicio; además doña Sara venía de su habita-
ción, pesada, abatida por las interminables oraciones en el altar
del cuarto. Rosaura se apartó de sus recuerdos y continuó hacia
la sala de baño de mosaicos azules. Derramaba el agua en su cue-
llo tenso con los ojos entrecerrados y la boca abierta que dejaba
ver su lengua resbalando el paladar. Desnuda se empinaba, como
no podía hacerlo en el aseo corporal del colegio de monjas, y sen-
tía en su cuerpo escurrir el agua. Sin secarse se envolvió en el
paño de algodón, caminaba a saltitos descalza, trémula, dejando
huellas mojadas en los ladrillos tibios; sintió el placer de la frota-

RNC 196
ción de sus senos en el tejido áspero del paño. El cuerpo sin suje-
ciones le hacía aparecer contra el fondo del jardín como bailari-
na ingrávida, además, por un instante Rosaura vio imágenes
repentinas de Las mil y una noches que leyera a escondidas con sus
compañeras de colegio. En su cuarto se tendió desnuda sobre la
cama, por los altos postigos se filtraban dos rayos de luz tamiza-
da por celosías que apenas dejaban ver desdibujadas ramas de
bambúes y destellos de torditos estridentes. Rosaura despertó de
aquella breve ensoñación; tanteando buscó debajo de la almoha-
da las cartas furtivas de Gil, veía absorta en el papel tantas veces
leído la realidad sensitiva de lo que fuera vuelos de su imaginación,
quizás el amor... o el pecado de un sueño.
Un puente de tablas transversales de metro y medio une la
galería del antiguo almacén con la garita de la letrina suspendida
sobre la orilla del río. Lugar para las necesidades naturales de las
putas que ocupan lo que fuera locales para el comercio. Estaba en
cuclillas La nevera, lechosa y gorda, que además tenía fama de
fría con los hombres, orinaba a la corriente del río y veía sus ori-
nes que salpicaban el agua turbia. Entró La hojilla, delgada e
inquieta, siempre con un vestido rojo de seda ajustado a la cintu-
ra de caderas alborotadas. Se nos va Muñeco, dijo La hojilla y La
neve le respondió secamente Como si fuera el primero. Pero para
La hojilla no era uno más, y soltó de corrido El fue el primero que
probó mi miel, estaba en mi flor y me enseñó todo lo que sé, después
encaró frente a frente a su amiga y habló con fervores de jura-
mento viendo hacía el río turbio y apacible Por mi madre, Neve, a
ese pingo lo voy a poner a comer de mi materia, mansito, y le mostró
su mano empapada de orines y sangre menstrual.
Gil mandó a fundir dos morocotas para los anillos relucientes
de oro imperial que ahora tenía en sus manos doña Sara, mirán-
dolos consternada mientras podaba rosas, malabares y azucenas
para distraerse y ahuyentar los recuerdos de la vieja contrariedad
de la mancha de sangre en la pantaleta de Rosaura. La tarde esta-
ba cálida, con nubes pesadas y lentas que deslizaban sombras
pasajeras. Los gritos de los arrieros que se iban del negocio de la

RNC 197
esquina para sus vegas, después de haberle vendido la carga a
don Severio, se oían lejanos. Un bonguero voceaba desde la proa
su arribo al atracadero del samán. Más allá retumbaban golpes de
hacha. Doña Sara espantaba las preocupaciones podando las flo-
res, pero la contrariedad volvía insistente, ahora cuando creía que
todo estaba resuelto porque Rosaura iba a ser monja. Pero se
interpuso el ciego amor cuando menos se lo esperaba el día acia-
go que llegó Gil y le dijo que quería casarse con su hija, justa-
mente en las visperas del retiro espiritual de Rosaura. Doña Sara
comprendió desilusionada hilvanando presagios que no había
nada que hacer, y se dispuso a afrontar con resignación la volun-
tad de Dios, como ella decía para consolarse.
Las tías de Gil, Rome y Tere, no se daban abasto con el ajetreo
del matrimonio; iban de un lado a otro con las camisas blancas
armadas con almidón, sacaban de los escaparates los casimires y
la ropa interior para liberar los olores de naftalina, caminaban
presurosas, hormiguitas diligentes, equipando el baúl de Gil. El
hombre de la casa se iba de viaje por primera vez. Mientras tanto
Gil dormía a pierna suelta en la gran cama que fuera de sus
padres, en el muelle colchón de plumas donde nació se abando-
naba a sus profundos sueños vacíos, pues nunca tuvo preocupa-
ciones que turbaran aquella placidez. El padre murió en un lance
de dados y dejó a su madre embarazada. Ella rindió su vida la
noche del alumbramiento. Pero el signo adverso de Gil sería su
felicidad. Lo acogieron en brazos dos tías solteronas y ricas que
se entregaron a colmar su soledad criando al hombre a que habían
renunciado. Gil creció sin conocer envidias ni desengaños, pues
sus deseos se cumplían apenas los pensaba, además era el princi-
pe soñado por las jovencitas casaderas, moreno limpio agraciado
para ornarse con prendas de oro.
Afuera se asomaba tímidamente el sol de la mañana y la tía
Rome entró de puntillas al cuarto de Gil a entrejuntar el postigo
de la ventana para que no lo despertara la claridad, salía cuando
vio que Tere se asomaba a la puerta a curiosear. Rome se llevó las
manos a la boca, siseó ordenando silencio y arrastró consigo a

RNC 198
Tere. Cada una se fue por su lado a continuar el arreglo del equi-
paje, cruzaban el corredor con los trajes sobre los brazos exten-
didos caminando mudas y compungidas hacia el baúl de viajes.
Don Severio venía por el corredor del almacén; caminaba con
cierta rigidez apoyándose en la pierna de palo, pero seguro, con
porte noble y altivo. El desprendimiento de la pierna llagosa le
había devuelto su semblante de hombre de viajes y negocios por
llanuras y ríos. Quien lo viera ahora podría suponer que estaba
esperando que cargaran los bongos o el hatajo de mulas para vol-
ver a sus trabajos del comercio ambulante. Fue hasta la hamaca,
llamó a Melgar. Miró hacia las vigas del techo y vio a la boa que
lo miraba inflándose con vagidos lastimero. Llegó Melgar con una
jaula de alambre llena de pollos pichones. Don Severio silbó a la
boa que abrió desorbitados sus ojos, a la vez que sacaba y metía
su fina lengua como si se relamiera, comenzó a descender por el
horcón y al llegar al suelo se acercó a la hamaca de don Severio,
levantó la cabeza y parte del cuerpo, parecía una persona sumisa
que implora alimentos.
La boa se movía golosa ante el pichón que don Severio le mos-
traba colgándolo por las patas; se enfurecía y descubría sus agu-
dos dientes. Cuando don Severio sintió que ya la había molesta-
do bastante soltó el pichón al suelo y la boa se distendió mansa,
se le nublaron los ojos de deseo y un hilo azulenco de vaho mor-
tecino salió de su boca en dirección al pichón que con las prime-
ras inhalaciones le temblaron las patas y cayó con convulsiones
sin fuerza. La boa se fue acercando ciega por el deseo detrás del
hilo de humo que sorbia con fruición como fakir a la espada, aca-
rició al pichón lamiéndolo, lo mordió por la cabeza y comenzó a
ovillarse sobre sí misma en masa circular, se contrajo impercepti-
ble ahogando a intervalos cada inspiración del pichón, hasta que
se quedó sin aire y exhaló un quejido espichado. Después don
Severio fue sacando pichones y los tiraba a distintos lugares del
corredor, en ese momento entró Rosaura y se le paró a un lado de
la hamaca, iba a hablar pero don Severio la contuvo y entonces
Rosaura se le echó encima, levantó en sus manos la cabeza de su

RNC 199
padre, le vio asomos de lágrimas en sus ojos y lo cubrió de besos
rápidos y sonoros. Rosaura sintió por primera vez en su vida un
leve signo de felicidad en el rostro siempre adusto de su padre.
Aquella noche todo fue para el matrimonio de Gil, mejor
conocido por las inquilinas del almacen de putas como Muñeco
de oro, con Rosaura, a la que en chismorreos de burdel ya llama-
ban La monjita. Don Severio entró a la casa por el zaguán princi-
pal como cualquier invitado, los golpes rotundos de la pata de
palo y los deslizados de su pie calzado, marcaban su caminar por
el piso de tablas lustrosas. En el patio comenzó la música de una
orquesta de trompeta, violín y cuatro. Los invitados subieron la voz
a tono con los brindis y don Severio desapareció entre el bullicio
hacia el patio, se sentó apartado a ver de lejos el espectáculo. A los
ventanales con cortinas de encajes se asomaban agolpados mur-
murando los pobres y las putas del almacén. Durante el festejo en
ningún momento estuvieron juntos don Severio y doña Sara; sólo
cuando él ya se iba por la oscuridad buscando la puerta del pese-
bre, sin voltear a verla y sin detenerse, le dijo Cuando termine todo
esto que cierren bien la casa, cruzó la puerta, pasó entre las bestias
inquietas y salió por el corredor que da a la calle de atrás para
dirigirse a su habitación en el almacén.
Amaneció y nadie había dormido en el pueblo. Todos estaban
en la boda. Antes del alba, cuando todavía no había reflejos en el
río, se oyó un trote alegre y se detuvo frente a la casa de doña Sara
la carroza de los novios. Un caballo blanco, la mejor monta de
Gil, cabeceaba retozón estremeciendo la carroza adornada de flo-
res. Aparecieron los novios, Rosaura esplendorosa en su traje de
virgen y Gil encandilando con sus dientes orificados. Detrás les
seguían los invitados y la orquesta que no cesaba de tocar.
Subieron a la carroza. Rosaura se ocultó en la parte cubierta
mientras Gil se quitaba el paltó, lo tiraba hacia atrás y se abría la
camisa ostentando su medallón de oro, subió al pescante y resta-
lló las riendas sobre las ancas de su caballo preferido que saltó al
pasitrote. Los invitados y los mirones corrieron vitoreando detrás
de la carroza, pero a poco trecho se quedaron envueltos en la pol-

RNC 200
vareda. La orquesta siguió tocando para los pobladores que bai-
laban en plena calle. Alguien miró hacia la casa de doña Sara que
se borraba en la penumbra porque ya estaban apagando las luces
de carburo y vio cómo dos peones cargaban un pesado arcón diri-
giéndose al vapor atracado en el embarcadero del río.
Melgar recogió los anzuelos, el machete, las boyas y se fue a
pescar. Enrumbó su canoa aguas abajo hacia los caños distantes
donde están cebadas las palometas. Amanececía y nadie bogaba
en el río. Melgar dejó la orilla para navegar por el centro del cauce
desbordado, soltó las boyas y dejó que la canoa bajara con las
aguas lentas de la creciente, de ninguna de las orillas podía distin-
guirse; además se contrajo en la proa orientando la canoa detrás
de las boyas y apenas era un bulto indefinido en el descampado
del río, revolvió el saco de las carnadas y anzuelos, palpó el cuer-
po liso de una botella de ron, tomó un trago mirando las últimas
estrellas del amanecer; después silbó una tonada que le trajo
recuerdos confusos, buscó las boyas que se le perdían en la bruma
de la corriente y comenzó a impulsar la conoa para acercársele.
Entonces, Melgar, por primera vez, sintió que despertaba de un
sueño impreciso como un recuerdo de infancia. Se había dormi-
do sin dormir porque iba en la canoa, pero se vio en el pesebre,
La Niña Rosaura, los caballos molestos, el jugueteo entre la paja...
por eso se iba a pescar bien lejos.
Esa otra noche todos se preparaban para acostarse sin temores
de las inundaciones del invierno, una brisa de agua, suave como
anuncio de lluvia, batía los postigos de las ventanas. En la galería
del almacén de las putas apagaron las lámparas. Pero inesperada-
mente el silencio se interrumpió, porque de la entrada del pueblo
venía el escándalo de una carreta desbocada. La gente salió de sus
casas y llenó las galerías. La carreta que se acercaba saliendo de la
oscuridad era la carroza nupcial de Gil y Rosaura, que se dirigió
directamente a la casa de doña Sara. Gil bajó de un salto de la
carroza y con la empuñadura de oro de las riendas golpeó furio-
so la puerta. Nadie salía a abrirle. Los pobladores veían desde
lejos lo que sucedía. Gil se volteó a verlos, pero no se atrevían a

RNC 201
acercársele, Gil amarró las riendas a la ventana, vio hacia la carro-
za, después a la casa cerrada y gritó para que lo oyeran todos
Aquí les dejo su puta y se fue sacudiéndose el polvo de su traje
de casimir.
La noche sin luna es una extensión sin fronteras en las aguas y
los barrancos del río. Melgar remontaba esquivando las corrien-
tes. El esfuerzo para impulsar la canoa a pura palanca lo hacía
cimbrarse en la proa; cuando se acercaba al pueblo vio que todas
las casas estaban iluminadas, pasó de largo frente al atracadero
enrumbándose al almacén de las putas. No se atrevió a preguntar
nada enmudecido por un presentimiento nebuloso, siguió para el
pesebre donde colgaba su hamaca cerca de los caballos, pero vio
luces y oyó música en el botiquín El hijo de la noche y sintió que
necesitaba tomarse un trago antes de dormir. Un grupo cercaba a
Gil que borracho gesticulaba y gritaba mientras los demás le oían
callados, algo se le entendió como que Estamos rodeados de putas,
pero nadie le respondía. Melgar pidió un ron y se colocó retirado
del grupo, puso el machete y los anzuelos a un lado. Gil en sus
aspavientos vio a Melgar, a quien no le hacían ninguna gracia sus
gritos, se abrió paso a empujones entre el grupo que lo rodeaba
y Gil se acercó amanazante a Melgar que no participaba en el
alboroto. Por qué ese arrebato contra Melgar, todavía se pregun-
tan en el pueblo… Quizás porque era el único que quedaba pró-
ximo a la imagen enigmática de Rosaura, dedujo muchos años
después un poeta sentimental, por supuesto. Gil le tiró un golpe,
Melgar lo miraba fijo a los ojos mientras buscaba a tientas el cen-
telleo apagado del machete filoso. En ese momento entraban
corriendo La Neve y La hojilla que venían a avisarle a Gil que
Rosaura había tomado las riendas del caballo y salía del pueblo
espantada como una loca, Por más que le rogamos no quiso que-
darse, qué lastima, estaba bella pero muy triste, como una virgen,
comentaron La Neve y La hojilla. Los músicos cobijados por las
tenues sombras de luna de un frondoso samán, subieron el tono
de la melodía para acompañar el frenesí de la escena, La Neve
se interpuso abrazada a Gil y La Hojilla se colgó de los hombres

RNC 202
de Melgar, Gil envistió furioso y en el forcejeo Melgar sostuvo
firme el machete que penetró su punta filosa en los testiculos de
Muñeco de oro.
Las tías no habían dormido toda la noche. Dos parpadeos de
luz de velas se fundían en las puertas de madera de los dormito-
rios con la opacidad de la luna y el sol que se anunciaba. Tere
amaneció rezando y en su entrega devota oyó muy lejos como en
sueño, desapercibida en la música y los gritos del botiquín, la lle-
gada de una carroza. Rome, en su cuarto al extremo del corredor
despabilaba postrada en su somnolencia la vela escurrida en un
pozo de esperma, abrigadas las dos hermanas inseparables por la
atmósfera pesada de los sofocos del incendio de la sabana y los
regresos intermitentes de la brisa fresca del río. De repente emer-
gió la música del botiquín mezclandose con voces y gritos distan-
tes. En una estación del rezo a Tere le pareció oir la voz de Gil
desubicada como zumbidos molestos que la cubría de temblores
nerviosos, elevó la salmodia para ahuyentar los malos presenti-
mientos, tanto alzó la voz sostenida que parecía un gemido y
Rome vino del otro cuarto a ver qué le pasaba y la llamó con voz
baja para que no se despertara asustada. Tere se volteó y la miró
sin verla aferrada a las cuentas del rosario y con el mismo tono de
angustia volvió a cerrar los ojos. Resignada, presintiendo una des-
gracia como las que siempre se anuncia en noches de insomnio
como ésta, Rome cruzó los brazos sobre sus pechos extenuados y
se alejó por el corredor todavía nublado por el crepúsculo del
amanecer y el tamiz de las sombras de las trinitrias del alero. El
canto de los gallos, los primeros aleteos ruidosos de los pájaros
sacudiéndose el rocío, la brisa cálida de los incendios de la saba-
na refrescada por los vapores del río, el sol inmenso de oro opaco
y la luna de plata radiante extendieron sobre el pueblo la atmós-
fera transparente, intangible, de un nuevo día.

RNC 203
Ilustración Olga López
Selección y traducción del inglés por Miguel James

13 POETISAS CARIBEÑAS

CÁNTICO A LA MADRE TIERRA

Al morar en tu rostro,
Vieja Madre Tierra,
mi alma debe cruzar
un desierto vasto
y desolado
sola.

Ni siquiera oso
calmar mi herida
en el confort
de un sueño
o una promesa
en el viento.

RNC 207
Y con todo
bajo mi cabeza cansada
para besar
tu fatigado útero
porque
yo soy una madre, también.

Si en este acto
de reverencia
tú detectas
sobre mi rostro
una lágrima errante,
sabes que es para Ti,
Amada Madre Tierra,
mi ofrenda
de gratitud
porque hoy
mi hijo ha entonado
una canción para Mí.

Nydia Ecury

RNC 208
2

LA GITANA A SU HIJA

Para Phina

Oh flor de mi carne,
Cuya eclosión
Me trajo salvaje dolor y aún más salvaje alegría
Inmortal delicia cosa niña
Menos que un ángel, más grande que un juguete:
Fuera de la oscuridad de mi cuerpo rudamente desgarrado
Para navegar el océano del mundo
Para que los hombres puedan presumir —otro bebé ha nacido,
Otra bandera desafiante es desplegada!
¿Cómo andarás, adónde, quién puede saberlo?
Todo lo que te doy es una herencia
De osada aventura y hermosura,
De contento y sabiduría iluminada;
Todas estas pocas armas en tus manos delicadas
Y sal adelante para encontrar un sino agachado
Bendice con tu dulce presencia muchas tierras:
Bendice con tu amor la verdad íntima de tu corazón.

Phyllis Allfrey

RNC 209
3

CANCIÓN DE ALABANZA A MI MADRE

Tú fuiste
agua para mí
honda y audaz y abismal
Tú fuiste
el ojo de la luna para mí
jalón y veta y manto

Tú fuiste
salida del sol para mí
subida y calor y arroyo

Tú fuiste
las agallas rojas del pescado para mí
la sombra del árbol de fuego para mí
la pierna del cangrejo/ el olor del plátano frito
enriqueciendo enriquecido
Anda a tus vastos futuros, tú dijiste.

Grace Nichols

RNC 210
4

ELLA ES

Ella es…
Ella es…
Una cobija —que ahoga y arropa— una cobija cuya
seguridad
Yo amo y odio —una cobija que me abriga demasiado-
muy cálida.
Ella es...
Ella es…
Un tornado haciendo pedazos mis fundamentos
y estrellándome en minúsculos átomos de vergüenza…
pero después del
tornado llega la lluvia de sus lágrimas, mis lágrimas…
mezclándose hasta que
olvidamos nuestro llanto y reímos
otra vez.
Ella es…
Ella es…
un gato. Una pantera negra, pulida y hermosa
Una tigresa…aguardando su presa…
Una cachorra jugando con una pelota de lana…
Una leona, majestuosa y solitaria.
Ella es…
una guardiana, una amiga, una confidente
una enemiga, una amada con un amor tan fuerte como
su propio albedrío.
Ella es buena y también mala… negra y blanca…alegre
pero triste…
un caleidoscopio de emociones y maneras.
Ella es…
Mi madre.
Leone Ross

RNC 211
5

NIÑA-INFANTA, INFANTA-AMOR

¿Crees tú porque fuiste hecha fácilmente


que yo no te amo?
¿Crees tú porque tu padre y yo caímos
lánguidamente una en brazos del otro ese domingo lluvioso
cuando Nat King Cole cantaba y la gata insolente
Pollyana sentada en la ventana revoloteando su cola
y mirando a través de ojos orientales de pretendida
desaprobación y velada curiosidad, crees tú que te aborrecemos?
Mejor entiéndeme muchacha que yo sí te amo
y no permitiré que tú te pierdas tú
harías mejor en escucharme muchacha que yo sí te amo,
fieramente te amo.

Audrey Ingram-Roberts

RNC 212
6

AMANTES

Llora, por la muerte en algo de nosotros


Digamos que la inocencia,
Cuando nos amamos sin conocimiento
El uno del otro.
Çuando uno al otro
Nos mostramos
Las partes escondidas de nuestros seres,
Ambos nos echamos hacia atrás
En horror e incredulidad.

Mailing Jin

RNC 213
7

POEMA II

mi amor hacia ti
es como un fuego de aceite
que una vez en llamas
sigue ardiendo
sometido a una irresistible
severidad por el viento
y la lluvia
pequeño pero aún ardiendo

Arnoldine M. BurgosIs

RNC 214
8

POEMA

tú te bañabas
junto al pozo
nuestros ojos

el olor
del establo
cerrado
el golpear
de los cascos

estrellas
que se escurrían
por los huecos
de las planchas de zinc

entonces
tu jadeo
cuando tú
terminaste
conmigo.

Asha Radjkoemar

RNC 215
9

NEGADA

Este amor fue hecho


para horadar el cielo
no para ser pisoteado
y destinado a morir

Fue hecho para rodear


el firme arco de
tu boca
y almacenar su néctar
en tus brazos
no para ser ofrecido al pasado
como limosna

Y aún se levanta
solitariamente hambriento es verdad
pero floreciendo
sólo para ti

Lavado divinamente en tus


ojos inocentes
no puede morir

Y yo

Yo no lloraré.

Peggy Carr

RNC 216
10

CODA

Pobre mujer, la verdad del hombre


es una vasija vacía para ti
En vano tratas de llenarla
con un turbulento, movedizo
líquido que te pertenece.

Dónde podemos encontrarnos mi hermano,


mi amante, mi amigo
para hacer algo nuevo juntos

Yo te encontraré en el camino
ya que he dejado de esperar.
Yo te ayudaré con tu carga
y apreciaré tu saludo.
Yo te encontraré en el camino
ya que he diseñado mi viaje.

Christine Craig

RNC 217
11

INVITACION AL VIAJE

Para Anja

Ven
Cierra mis ojos
Déjate ir suavemente
Sigue mi dirección en este bote
un cuerpo a la deriva

Ven
Dame tu mano
Déjate ir suavemente
Déjate llevar
Por los rudos mares
de mis brazos

Ven
Sígueme
Déjate ir suavemente
Déjate acunar
Por las vueltas
de los muchos pliegues de mi falda

Ven
Ven
Déjate ir suavemente
Déjate envolver
Por el arcoiris
de mis ojos

Yo te llevaré
Sobre los mástiles

RNC 218
Caña de azúcar
Dulce ebriedad

O te diré
Las historias de nuestros
matadores de casta
De los sicarios
Amazona-guerrera
Y la reina Iguana
echada en el sol

Yo revelaré
los secretos de nuestros peinados
los rumores de mi Tierra
su acogedor corazón

Yo desvelaré
un océano de turquesa
la esmeralda del trópico
una plenitud de ser

Cierra tus ojos


Dame tu mano
Sígueme
Suavemente, suavemente
Ven
Ven…

Anielli J. Camrhal

RNC 219
12

NOSOTROS NEGROS DEL NUEVO MUNDO

El timbre
en nuestras voces
nos delata
no importa cuán lejos
hemos estado

sin importar la lengua


que hablemos
el viejo fantasma
se reafirma
en ecos vespertinos
como trazas
de madera a la deriva

y a pesar de nosotros mismos


conocemos el camino
que lleva a la piedra del río

el espíritu
ligeramente decadente
del cordón umbilical
ocultándose en nuestro jardín

Grace Nichols

RNC 220
15

PUENTE

Restáurame, Adéwoulé 1
Llévame a brebajes mezclados
con susurros que apenas recuerdo.
Llévame a ríos cuyos nombres
me cuesta pronunciar
Recuérdame rituales cuya magia
yace sepultada en 300 años
de olvido prudente
y funerales forzados,
e impuestas mitologías.
Tú no sabes
Tú no sabes lo que es la separación
Tú que conquistas el océano en aviones jet
y compras tus propios boletos.
El costo para nosotros fue duro.
Ahora devuélveme a ríos y montañas
Y reinos e historia.
Restáurame antiguas humanidades.
Fortifica memorias ancestrales para cuidarme de este futuro.

Margaret D. Gill

1 Adéwoulé es un nombre africano que significa la corona ha vuelto a esta casa.


16

DESEE EL EXILIO

Yo no vivo
en la ciudad.
Ciudades y urbes
son sólo prisiones
Donde espero
mi liberación,
Donde espero
hasta que soy libre de nuevo
Para vivir
en el monte
en mi floresta
en mi selva.
Amado Creador
Natura-Madre,
Yo canto alabanzas
agradecida!
Tan salvaje y dulce
tú me recibes
Nuevamente en tu corazón,
siempre.
Algún día me quedaré.

Ushanda Elima

RNC 222
Françoise Migeot

LENTITUD DEL VINO

A Judith
lento relámpago

Oh viñedo, en vano red tenue lanzada al


presente Sobre el tallo cosechado no queda del
verano ni una palabra Tras el grito de la luz el
cielo borra lentamente las sombras Los días tan
largos los colores usados hasta la trama todo el
aire respirado todo el calor

De pronto un día no se sabe cuándo cierra la


puerta gris del invierno al umbral del horizonte
El día ayuna mañana y noche La colina pierde
la cabeza en las nieblas Sólo la ladera queda
enclavada al texto desierto de los viñedos

La sangre demora al final de las manos La


sombra anudada a la noche retardada el paisaje
en el andén esperando la partida

RNC 223
Cepas suspendidas el silencio el frío inútil orar
Los últimos disparos dispersaron los bosques
Sólo la ladera queda enclavada al texto desierto
de los viñedos

El día cae en pleno vuelo con anchas rayas de


cuervos Amordazados por las nubes los pájaros
pierden su grito De rodillas en el polvo sólo la
ladera queda enclavada al texto desierto de los
viñedos

Ni una palabra ya más entre los labios del día y


de la noche Nadie entra nadie sale los caminos
vacilan suspendidos a la sordina casi inmóviles
en la frase que arrastran la tierra les lleva cada
vez menos hacia la salida ausente

La luz trepa en las paredes no tiene más asidero


deja el entorno abandona las plazas a la neblina
sin gestos entonces el lugar se agarra a las
cocinas a la llama del gas a las bombillas
desnudas que velan en las ventanas

El frío sella las puertas El estrave de los techos


mojados a la cumbre del aguacero Sólo la
ladera queda enclavada al texto desierto de los
viñedos

La calle perdió la voz ella quema sus últimos


pasos el cielo la toca con su ojo blanco que gira
en torno a los campanarios vacíos La tierra está
sorda la campana inútil nadie cuida el
horizonte Sólo la ladera queda enclavada al
texto desierto de los viñedos

RNC 224
Uno avanza a tientas uno gasta su cuerpo en las
aceras Es vano atar las palabras a nuestra caída
Y por qué escribir su alma si el cielo no lee

Pero el ojo pasa sin cuencas Sólo la ladera queda


enclavada al texto desierto de los viñedos
enclavada a la pausa de las cepas donde el soplo
se detiene a los nudos del silencio donde
comienza el lento rayo de los vinos

Sólo queda la madera de los toneles al final de


nuestras cenizas La oración de los toneles
sobrevive a la carne deshecha Y el tiempo se
aleja al extremo de los miembros al final de la
mirada en los pliegues de la tierra él pasa la
mano a la salida de las líneas de nuestro pedazo
de tiempo

Hay que dejar los viñedos al infinitivo del


momento dejar a otros conjugar la primavera
Desprenderse y dejar al vino pensar más allá de
nuestros cuerpos El vino el vino que sólo sabe
envejecer

Traducción Judith Migeot-Alvarado

RNC 225
Esteban Emilio Mosonyi (Selección, presentación y traducción)

S EIS POEMAS
DE LUIS ALBERTO CRESPO
EN IDIOMA WARAO
(Luis Alberto Crespo
a Rokotu Mojomatana Jisaka Warao a Ribuya)

PRESENTACION
Nuestro idioma, el warao, es excelente para cantar poesía. El
sabio criollo Luis Alberto Crespo escribe en su propio idioma
excelentes poemas, que yo he querido verter al warao. De esta
manera redacté este librito para presentar estas hermosas obras
en un idioma warao depurado para que también lo disfrutemos
nosotros los indígenas

EMIKOINA TANE
Ka ribu, warao a ribu, yakerawitu dokotu warakitane. Tai jotarao
naminatu, a wai Luis Alberto Crespo, wite a ribuya, jotarao a ribu aisia
a rokotu yakeraja waraya. Ine seke warao a ribuya abakitane obonoae.
Taitane tamaja barata sanuka ine nonae tai jotarao a ributume siborori
emikitane, wraowitu a ribuya rakate jotarao a rokotutuma oko warao
nokomiaroi.

RNC 226
1

POR la hojarasca
—la muda de los árboles
pero sin ningún ramaje

Por el eco
—la plena conciencia de ser otro
pero sin uno

Por el aire
—la lámpara encendida con tu último respiro
pero sin la llama

DAUTUMA a rokoina
—a namoniha jaja
dan a jara omi tiaja

Dibu a jebu
daisa jakitane a obonoroko
a ribuju isia, ka obonona omi tiaja

Ajakaya abeje erokuyanine


Ji fajina awajukatu isia
Jekuni a buara omi tiaja

RNC 227
2

YO VIVÍA
con una casa de cal
al dormirme
la encendía
para seguir iluminado

entonces era más que ser


era su blancura
vivía profundo.

JOBOTO Joao a janoko autuya


ubayaja nine

ubyakore
tai erokunaime
muramurakitiame

tai seke jakitane kuarika


jokowitu jakitane taubuae
unida ubayaja nine

RNC 228
3

VEN PRONTO
He visto en mis ojos
pocas hojas

el viento no cesa
Apúrate

Unos pájaros pelean por una rama


detrás de mis párpados

Ya se van
No tardes

DUBUJIDA NAO
ma mu isia dau a roko
sanuka mibuya

ajaka taeraá
kuarika jakanu

Domutuma orikubaya dau a jaraya bajemiaro


Ma mu a joro nokabuka

Narubuae diaá
Waka omi dubujida tau.

RNC 229
4

LA VI en el reflejo del pozo


y me dejaba

Revolví el agua
tomó un rumbo que la oscurecía
iba con un brillo de follaje negro

El pozo se calmó de nuevo


Eres tú que regresas
le dije

Era otra vez la misma hoja


la misma pérdida

JOIBI ma teribu a sita sinajarae


mikore ma iabanae

Ine jo ebiae
Imana tai narune simarae
Dan a roko anera muramurae

Joibi atae daitanae


Iji yaroya kotai
dibunae ine

Takore dau a rokowitu jatanae


ji omi dijanae.

RNC 230
5

ME EXTRAÑA que la carretera se alargue


en mi pensamiento
sin detenerse
sin ponerse a saber
por dónde voy

Me extraña que no se adentre


todavía

BITU KUARE narunoko kotai kawajaraji


ma obonobu eku

dutakana tane
naminaturu tane ana
kasaba ine narutera

Ma mianare narunoko kotai


Mate yarune nabakanaja.

RNC 231
6

REENCUENTRO
lo que nunca
conoceré

Me quedo
quieto
cuando avanzo

Estoy calmo
en medio de lo estremecido

Piso tierra firme


en la fisura

No sé de qué hablarte
callarme es mi súplica

Cómo grita.

INE NARUBUYA
naminaná takitiaja
sabasabaya

Ine muarera
jawanera kawanaya
sibisibiarone

Bitu isi jisiko dijibute naminanaine


Inaré takitane ajeraá

Kuana dokojotaya

RNC 232
Antonio Urdaneta

LA DANZA DE LAS TURAS

Para Gilberto Antolinez

A las cosas no entramos


por cuenta propia,
sin un acuerdo.

Siempre florece la teurgia

en el camino,

y nos tienden la manos


los misterios.

Hay antesalas,

vísperas

y en esta danza alrededor de un árbol

en donde corretea

RNC 233
el venado filósofo,

se presienten envueltos

en un solo manto,

mujeres y hombres,
pájaros y églogas,

días y trasnoches,

muertos y principios.

Así lo fue una noche,

antes de llegar a Moroturo,

una alta parrilla de arcilla incandescente,

labrada, en sueño, con relieves,

sobre el campo,

y una voz despertándonos en la estera,

diciéndonos sin razón conocida

de cúbito dorsal,

al amanecer.

RNC 234
II

Debíamos saborear
lo incomprensible,

Despertar un día,
por lo menos,

admirados de soñar.

Ya todo no es igual
y pasajero,

danza hay en todo,


hay Turas.

III

He aquí el Reino

y la Reina.

Una puerta por donde salir

del mundo olvidadizo,

y otra para entrar bailando

al firmamento.

RNC 235
IV

Choto es el capitán

del patio cósmico,

y como poco sucede


en este juego,

su hermana es la Gran Madre,

la Luna, la Tierra,

Anastasia,

Reina de las Turas

Capitana de los cazadores

en el misterio.

La campánula azul

enredando por todo el continente americano

se dirige a lo alto

y entrelaza

a la rama de caraotas

floreadas de violeta

RNC 236
y va a lo bajo,

mundo y trasmundo

en la corona de Anastasia.

VI

Mazorcas en persogo

cuelgan de la Reina.

Trae hasta el árbol

la totuma territorial,

marítima, celeste, lunar,

colmada de la santa chicha fuerte,

sobrenadándola

la canoa más pequeña

para el brindis sideral

si entramos al Reino
de la Vida.

RNC 237
Edgar González Abreu

POEMAS

MI ABUELO

Mi Abuelo no comió cotufas en el cine,

se hizo

la eternidad a los atardeceres,

estuvo limando piedras

sacándole lágrimas a los gallos

cavilando sobre mi Bisabuela.

no lo conocieron las nacientes calles,

esta mano y la suya

esquivaron las sombras

con estas manos hicimos lluvia de maíz.

RNC 238
Mi Abuelo tenía guerreros en el solar

el viento le sembraba la melancolía


en el sombrero.

Éramos la mancha de agosto

el inclemente refugio del recuerdo.

A él le nacían ríos y palabras

estuvimos rodeándonos de noche

en una crónica de resplandores

Sorteándonos en la constelación de la pobreza

Mi abuelo nació de un puñal

de una quebrada nocturna

Nosotros nos hicimos un sitio en la muerte,

sobre un patio difuso

abierto por la garganta de un canaguey

y violado por una remota carretera Andina

RNC 239
ESTOY

La esfera,

El acertijo de mapas,

el truco, y el agua,

toda una tierra,

espesa, en granos,

mil rocas, y más mares

un collar de horizontes,

la espuma, los soles

la carne en juego,

mármol, cuadros

una ciudad, una calle,

y este rincón intrínseco,

y este punto secreto,

intentando la soledad,

intentando sostener

algún final,

y no veo espacio,

y me toca el tiempo.

Caracas, Venezuela, marzo 29

RNC 240
PERMISO A SU VOLUNTAD

Tejer en cada centímetro un rostro, una fuga,


Rociar el saturado atardecer
El blanco de cielo, de quietud.
Capturar en su insuperable vuelo
la secuencia de momentos,
retener en su libertad tu esencia renovadora,
tocar una parte íntima y sin forma,
resolver el misterio de las hojas pasajeras,
observar el camino del ocaso.
Sucumbir en la llanura que esta frase me crea,
ir a la otra vida, llena de secretos, de mapas,
sentir la mancha de la línea,
volver al mundo sobre un grano de arena,
todo esto, el vacío recluso,
el círculo inexistente,
las palabras que faltan,
las que no han de nacer,
todo se remueve,
está bajo mi poder ahora,
desde que la máquina entreteje
hasta aquí,
donde el poema muere

27 de febrero de 2006

RNC 241
FUERA DE VIENTRE

Vivirte no era

sortear la estación negra

ni verte de ala

y vapor

sin sembrar cadenas

desde tus mejillas,

no era decirte: (Detén el horizonte, olvídalo).

intuía erguirte de rojo,

hacerte de monte

como la luciérnaga rebelde,

o cruz de fuego.

Entiende, más carne austral

más espina del Sur,

vivirte no era verte ciega

goteando marcas

y frases en otro idioma.

Era hacernos un camino de tierra

RNC 242
morirnos

con el grito y la bandera

Vivirte no era verlo todo

con estos ojos que se nos van.

RNC 243
TEMPRANAS VISPERAS

Pequeño himno,

lleno de tierra oscura,

traspasada en gotas

incalculable culto

desnudante de nuestra errancia,

celeste se desdibuja, cada colmena

los seguimos,

se inyectan venas furtivas,

lento se yergue el himno,

dilapida el vaivén del mundo,

fusila cada apariencia plástica,

cada hueso lujoso,

paso a paso

me salva de la banalidad.

Me da las costas, los oídos,

el rito y la sanación,

en un cuerpo el himno conquista carne

RNC 244
se hace pulso,

se hace corazón

desteje el artificio,

va tomando sustancias lejanas,

va soñando un niño, se hace y no sé de dónde,

el himno va palpando, delineando silencios,

no hace falta el estruendo, el grito,

sólo la cercanía

de un coro sembrando

su rostro,

sólo la nota ida,

hecha sangre, hecha voz,

fluyendo desde lo perdurable.

Basta el ombligo de una palabra

Expuesta al devenir y a la tentación.

Caracas, día 25 de 2006

RNC 245
Manuel Bolívar Graterol

PLEGARIA

Estas manos me cuestan más que una vida y un amor perdido,


entregado a mi selva de palabras,
donde te escondo para salvarte del mundo,
abandonado en mis torres de papel
refugio de tu virginidad ancestral
que cantaban los gallos a cuestas

Mi bohío se incendió en tu memoria,


entre espejos alucinados
que marcaban ilusiones en la sombra.
Nadie vio tus algas
–trozos de pan y melaza–
que juntabas para un mapa de gaviotas.

A mí tu marea no me dejó sin aliento


y esa tristeza nocturna
ancestral como tus pañuelos
arrastró mis playas imaginarias

RNC 246
cuando jugábamos a la luna
en un país desierto de cotufas y besos,

Vine a importunar tu cielo de almendras y calabazas,


con mi ejército de duendes y serpientes,
que leían libros de Shakespeare
para detener la plaga de los cultivos
contando hojas de tabaco
que calentábamos en la fogata del río

Los árboles envejecieron más que nuestros sueños


en medio de los huevos revueltos
y la lupa del abuelo,
que sacaba los años de las puertas,
y que cargaron en viejas carretas
escapando de un sol misericordioso,
–tierno y angustiado–
como un cuaderno de anotaciones,
donde crecen las cigarras,

Estas calles guardan tu aroma,


rastro de tus blusas almidonadas
y tus zapatos de princesa
que rozaban el aire complaciente,
no hubo más lágrimas en tu aposento
para madurar limones tristes
a la orilla de tu almohada,

Mil sueños corren en tu corazón,


como esperando señales de la tierra
que se acumulaba en tus cabellos
y mordías el grano,
grabado con metáforas del cielo
escritas en un dialecto remoto
–como mis besos olvidados–

RNC 247
ajustados en la piedra
rasgada por la mano inocente,
de borrachos y desahuciados
que no ofrecían resistencia a la muerte

Un día vendrás con ellos


para realizar la autopsia a mis libros de poemas,
y sólo encontrarás mis manos,
sudorosas y gastadas,
palpitando como los primeros versos de los poetas,
que solo cansan las estrellas,
cuando duermen y el grillo reclama su alcurnia vegetal

Vendrás con ellos,


para mirar las cenizas
de hojas y tinta,
de un adiós seco en primavera,
esperaré,
a que muestres tus senos arrogantes
y tus labios calienten las palabras,
y así estar juntos,
el uno al otro,
como un destino sin dueño,
las llaves de tu reino serán devueltas por las aguas del tiempo

13 marzo de 2006

RNC 248
Christian Díaz Yepes

De cauces perdidos y hambre sobre esta lluvia


una cercana frontera en la piel casi cava

Una voz que es espanto y suena a poesía

Lluvia que me vas a matar


Lluvia que la huida calla y arropa
Sol que tiembla y enumera

A veces / la verdad de a veces y a veces es que por años suele no


llover
y esta persistencia se llama coraje y
sudor de tiempo

y se llama quedarse solo con los brazos extendidos

RNC 249
Camino entre tus caídas
soy traspasando tu cuerpo de piel que me baña
sé por fin que el agua hundida es casi espejo
nuestra sed no se calma
pero el juego es de agua y la tomamos
lluvia que no fue hecha para los hombres ni peces
sino para los ojos
lluvia que comienzas a hablar sólo mojando

RNC 250
Arte Poética

Que no se abra en rosa


sino cual surco en la tierra

Canta himnos de naciones sin cercos


ni mapas
exhorta la vida
y también la muerte
pues el dios lo cubre todo

Si es espejo
guárdalo
si es muro de vidrio
usa tus manos aunque giman con sangre
pues lo que buscas no está en cárceles relucientes
ni en papeles ensalivados

Cava en la tierra hasta el fondo


como una mina
limpiando siempre los escombros
Al final el tesoro es poco
y nunca brilla por sí solo

RNC 251
De aves

Como una verdad desnuda en el claro de la noche


la realidad que se cierna sobre su propia luz
y no sea día sino certeza
Que corra como el agua
que sea de aves y de espantos
como las viejas noches de cine
Que sea la realidad una lámpara
Que se abra entre la sombra como fuego

La realidad no es del hombre


es de los árboles
por eso se alza contra los vientos
y no tiene edad
y alberga personas y recuerdos en su sombra
y extiende sus ramas
y se aferra al tiempo en raíces
y es verde

La realidad no es eterna
es un ave
por eso aletea y vuelve
y cae en picada sobre las olas
Por eso es el vuelo y el aire

y no saca cuentas
y abofetea

La realidad es un río
donde te bañas dos y hasta cien veces
Es un libro gastado
un cúmulo de franquezas
como los sueños
por eso se cierne sobre su propia luz
como una verdad desnuda en el fondo de lo oscuro

RNC 252
Has entrado en el sol

El naufragio calla toda agitación


ya no intentas salvar tu vida

Pierdes la barca, no buscas pesca alguna


nadie espera por ti en la orilla

Solo
entras en lo profundo

Atrás quedaron las ansias de amanecer


no pones rumbo al viento

En torno a ti se enciende la noche


las olas borran los pasos caminados

No trates de entender lo que ocurre

RNC 253
No es preciso encender antorchas

Cada detalle en la noche


es océano que brilla

Tomas las piedras, el sudor del camino,


y a tu paso se iluminan

A ti se acercan los pequeños soles


con sus horas y calores medidos

No te detienes en ellos
y avanzas sobre cada uno

Hasta llegar al único centro que arde


no dejas de cavar

Vamos adentro, en lo profundo

RNC 254
Noche cargada de sol es la que abrazas

Estás frente al tiempo, las formas, los nombres


que apenas son tiempo, formas, nombres

Los dejas dormir bajo tus manos


que han soltado cada red del navegar

Sobre tu silencio vibra cada pieza


tu callar apaga su voz

Los soles giran


cada ola se acerca a la orilla

Pronto se hará la luz y no la esperas


Absorto en tu propio calor, enciendes

Vives entre dos fuegos

RNC 255
Y ahora que vemos lo que me dejé arrancar sin poner peros
las moradas que invadieron sin que opusiera resistencia
ni pidiera ayuda a nadie
Ahora que encuentro tu voz
y mi voz
en el hondo desnudo

No queremos dejarnos así

Porque la noche de amor


es fecunda en caricias de vida
Porque la luz del fondo debe brillar en los arenales
no queremos dejarnos así
ni olvidarnos del cielo y las lluvias sobre el arenal y los ojos caídos
de a quienes todo le han invadido

Me devuelves a tierra con tu rumor entre párpados


con el cuerpo desnudo
y la sed que ha encontrado el torrente

RNC 256
Y es así cómo
no hallo otra senda para el encuentro
que no pase por el naufragio en que gritas

Sólo al oír la voz de lo profundo


que se abre pecho sobre el pecho
hasta un solo pecho

Amo la voz que pierde su fuerza para amar mi lamento

Puesto en pie como nunca abrazo tu cuerpo extendido


y mi grito hecho tuyo es todo Dios
y es un canto que asciende en cada pesca
en cada viaje de redes y velas
que han dado vida al mar
y amanecer en la nueva orilla

RNC 257
El sol ama la tierra desde dentro
y le marca el paso
Cada cosa está llena de su luz
y por eso se encuentran

Sin borde entre ellas


sin manos
son todas una sola pulsión

Amas esta certeza y ella te lanza


a hacer tuyo el mar
y la pesca de cada navegante

Las aves bajan a la orilla


y te dicen que el día levanta

Tú llegas al puerto esperado


con una multitud de barcas hechas uno

Del libro Una Barca, 1999

RNC 258
Se trata de no ver el universo con los propios ojos.
Esta mirada fue hecha para encenderse,
como se encienden las velas en el viento,
la expectante semilla.

Como se enciende la tarde cuando se inicia el silencio.

Se trata del silencio.


Haz silencio tu mirar, no dejes nada.
No ver con tus ojos, de eso se trata.
Déjalos perderse como se pierde de vista un ave en la llanura.
Sobre las cumbres deja tus ojos volar.
En lo profundo de las cosas entren en su soplo.
En lo hondo del silencio escuchen
el canto original.
Perciban tus ojos de silencio
cada cosa enamorada de la otra, entrega.
Salude reverente tu mirada
el primordial destello.
Suenes también tú
dentro del himno universal, canto de gloria y de fuego,
de la vida palpitante, la creación enamorada,
torrentes armoniosos latentes en secreto.

RNC 259
Plenitud
se hizo el humillarte.
Fecunda
la tierra en brotes sorpresivos.
A tus hijos
el torrente baña desde dentro
y el pan
a tu mesa es algazara.
Ganancia
se hizo la entrega.
Encuentro, la espera
El canto
toma el puesto del silencio,
el abrazo
cubre la otrora distancia

RNC 260
El sol se hizo semilla,
llamea
como antorcha en la tierra.
Lámparas son sus pasos,
cuerdas sonoras,
anuncian la mañana.

¿Dónde un surco abierto para esparcir el sol?

Vigilante
se lanza el sembrador a puños llenos.
Su palabra, como nave,
se adentra sin temor
en la secreta hondonada.
En el cristal destella el renuevo,
semilla de sol, piedra de mar.

RNC 261
El vuelo de la alondra va tan alto, tan alto
es su anhelo por tocar
el rumor de las lámparas del cenit. Los abismos
dejan de ser sombra, aletean más que el horizonte.
¿Qué encuentra la alondra en este vuelo? ¿Hasta dónde
la conduce el viento como aliento?
¿Se alzará más allá del valle si aquel soplo
la levanta más adentro?
Un trinar hace vuelo y se sumerge
con placer de océano hasta las costas lejanas.
Descubre
un surco abierto por el río que apacienta
su correr hasta el mar eterno, mar adentro.
Como jugo de granada para amar
el caudal trae piedras, hojas
y trae la semilla como carbón para la hoguera.
El fruto de plata y fuego y oro para brillar,
cristal para mostrar
y para morder marfil.
Fruto insospechado,
anhelado,
inesperable fruto hijo del viento sol
y de la tierra expectante, virgen y madre,
como la amapola que del verde estalla
en escarlata para el vino y exulta
borbotea
el fruto contenido
en los ramos que se abrazan
y se pierden en el negro, verde, escarlata y alondra
a lo alto, arriba sopla el viento.

RNC 262
Ir a la semilla.
Aparente simplicidad alberga ciudades.
Desplegar como una lanza
esa pulsión escondida
y encontrarte, reino que te gestas.
La luz se abre paso,
llamea el misterio y nos vamos
hasta adentro, a la semilla

Despiertas la aurora con tu canto. De promesa


se hace el sol y sus caballos
le arrastran sigilosos hasta donde
se dilata la mirada como cenit.
Amanecen las aves, de colores
se puebla la tierra, generosa
corre la mañana y promete
a la semilla ser portento cuando el sol
corone con su canto. Nos bañamos
en lo hondo misterioso de la tierra.

RNC 263
Sembrador esparcido
tú mismo
buscas germinar.
Tierra abierta
anhelas
como el sol incesante entre el viento.
Inabarcable se hace el mundo
para las raíces que aún no tienes.
Entras hasta el fondo,
te haces
como la tierra que penetras,
la vuelves
arcilla de promesa, renuevas
el memorial.
El verbo se ha hecho barro,
el barro se ha hecho sol.

RNC 264
Distancia hecha palabra al oído
la noche se hace luz, el mar se acerca.
Tú vienes lámpara, centellea
tu fragor entre las rocas.
La llanura se hace ave, gira el viento
hasta la cima.
Como el pez se va a lo hondo
confía este mundo misterioso,
se entrega resplandor, se abre hoguera.
Verbo que te has dicho, sol que aquí amaneces,
te haces encontrar.
Los rebaños de costumbre se recogen sin preguntas,
antorchas a encenderse, quizá una noche más.
Pero dentro de las olas una palabra se dice,
el sol ha henchido las grietas,
las fosas reciben el soplar. Se levanta
el canto en el silencio ¿lo escuchamos?
Vuelve el sol,
los rebaños alzan vuelo, las espinas
se abren en raíces, tallos se elevan.
La mañana ya es perpetua ¿la sentimos?
Aquí el sol y es un cordero,
camina,
como hijo en el rebaño.
Se dice,
él mismo es su palabra,
su mesa, el navegar.
Ventura se hace el río, mar se vuelve
¿Quién escucha el corderito? ¿quién su canto?
Renueva la llama a quien se abrase, ama el sol
desde dentro cada cosa y el rebaño
no le entiende, ¿se va? costumbre, casi se pierde.
Se va el sol, se va, se va muy alto,
no le vemos, ¿dónde está?
El cordero qué se hizo,
Del libro Canto de gloria, 2006

RNC 265
Daniel Torres

A dónde

Te lo veo en la cara
Quieres correr
antes que te caiga la ciudad encima
Crees apurar el paso
pero eres tú
quién se ata a la plaza
te enredas el cerro en las trenzas
y sabes que te faltan fuerzas
para cargar con todo esto
fuera de casa.
¿A dónde crees que vas a volver?
¿En dónde crees que te esperan?
Rechazarse no es irse
y viceversa
¿Cuánto te cabe de la ciudad en los bolsillos?
Sólo se sale de la ciudad
atravesándola
y tanto transitar te nubló

RNC 266
las ganas…
Ahora vuelves
lento
abatido
y ciertamente te agotas

Sentado
donde siempre
te haces la pregunta:
¿A dónde crees que has regresado?

RNC 267
Aquí todos cruzan
y se pierden
La mirada
sólo puede seguirnos
hasta donde rompe la calle
Queda el trazo de una vida
que pasa caminando
el calor de una pisada
que aparta la calle
de su rumbo
Mas
todo se pierde al doblar.

RNC 268
Ciertamente me afecta el vacío

La imagen de una
calle sedienta
dejó en mí una ladera
de difícil acceso

Cuelga en mis manos el garfio de una interrogación


que nos alcanza
y censura.

RNC 269
La partida del barco fantasma

A Elí Galindo.

Entre el otoño y el invierno


son pocos los días:
El último ganso eleva el vuelo.

RNC 270
Tempestad

Levantarse con una nube en la cabeza


es un mal presagio

No debes salir
mientras la niebla
te oculta
y vicia tu entrada

Ampara la esperanza de que no llueva adentro

difícil es ponerse
con las entrañas al sol

cuero seco somos


y cómo nos arruina el moho

RNC 271
RNC 272
Luis Alberto Crespo

TIEMPO Y DESTIEMPO
DE LOS ESTUDIOS
GRECOLATINOS
DE ELISIO JIMÉNEZ SIERRA
Caracas: Ediciones Imaginaria, 2005

DE AQUELLA ALDEA hirsuta de Atarigua, que morara entre secas


serranías y tunales, no queda, a la vera de la carretera Lara-Zulia,
sino el nombre garabateado en un cartel de fortuna. Las aguas de
un bebedero municipal ahogaron hace no pocos años el poblado
del aledaño caroreño. Antes de que la represa anulara la iglesia,
la plaza y las casas, cierta autoridad consintió que sus nativos de-
senterraran los huesos de sus familiares, arriaran sus animales y
cargaran con sus enseres.
Otra Atarigua surgiría unas leguas más allá, hecha de bloques
de cemento y casas viposa, en nada semejante a la que había per-
durado varios siglos sostenida por los horcones de vera y curarí,
el bahareque, el adobe y las techumbres de teja y jacho. Pero el
turpial y la chuchuba siguen siendo los mismos; y el cují y el
yabo, ese fantasma vegetal parado en medio del gran yermo.
Un poeta tuvo. Fue, como sus granujas montaraces, cazador
de tórtolas y nadador de los charcos y los pozos que inventaban
las mezquinas lluvias. Se llamó Elisio Jiménez Sierra. Aprendió a
leer y a escribir entre silbos de turpiales y balidos de chivos. En
Carora ennoblecería esa enseñanza de intemperie. Más tarde, en
Barquisimeto, sufriría el bachillerato. Después, la vida se encargó

RNC 275
de graduarlo de autodidacta, bohemio, servidor público y de
doctorarlo en sabiduría literaria.
Mi padre me habló de su ilimitado saber. Era —me parece
oírlo— una biblioteca viva. Leía hasta más allá de la sensatez,
escribía como si escarbara la tierra con las uñas y endulzaba sus
desamores pulsando una bandolina que siempre le juró fidelidad,
aun en su vejez y hasta el último aliento.
Caminó por Caracas, por la orilla de Caraballeda; finalmente
se detuvo en San Felipe donde fundó su familia y reunió su vas-
tísima biblioteca. Se dio a escribir y a leer con más ahínco: cono-
ció a los latinos en su lengua, tradujo a los poetas italianos del
Renacimiento y a los contemporáneos de su estima, los del dolce
stil novo. Recorrió minuciosamente las culturas griegas y romanas;
consultó a los parnasianos, los simbolistas, los románticos france-
ses, los prerrafaelistas ingleses, los viejos poetas niños de la China
y acercó su corazón a Quevedo y Garcilaso, a Verlaine y a Darío,
a Hugo y a Heredia. De éste último haría una versión en español
cuyas excelencias celebrara Octavio Paz.
Amó sobremanera a Petrarca, a Giovanni Pascoli, a Leopardi.
Celebró la poesía de la ebriedad en Lao Tsé y en Francois Villon. La
tierra real le sería insuficiente y buscó el camino estelar de los libros
de Lovecraft y la insólita naturaleza del surrealista Max Ernst cuyos
desiertos acaso le recordaron a los de su paisaje nativo.
Durante sus errancias de empedernido bibliófilo escribió incon-
tables libros de poesía, de ensayos y traducciones. La poesía con-
temporánea le debe la alta voz de los Puertos de mi última bohemia
y del Archipiélago doliente y el ensayo los ineludibles De la horca a
la taberna y Exploración de la selva oscura, entre los escasos títulos
que diera a conocer en vida, mientras ocultaba una multitud de
manuscritos que hoy comienzan a ser conocidos y festejados.
Después de emprender sus viajes de lector indesmayable, como
aquel que lo condujera hasta su amado siglo XIII —al que conside-
rara el más dulce, el más profundo, el de los juglares y trovado-
res— o aquel otro que lo acercara al Renacimiento —al que llamó

RNC 276
tiempo de refinadadas normas, inobservadas por el hombre con-
temporáneo— volvíase a su aldea sumergida y a su bohemia caro-
reña, donde lo esperaba el recuerdo del poeta baudeleriano Marco
Aurelio Rojas, ebrio de cocuy y serenata nocturna.
Sí, era una biblioteca viva, como lo motejara mi padre. Lo
prueba esta apretada colección de crónicas, estudios, traducciones
y notas que nutren las páginas de Estudios grecolatinos y otros ensa-
yos literarios, editados por Ediciones Imaginaria y la Fundación
Elisio Jiménez Sierra, los cuales integran las obras completas del
escritor de Atarigua y del mundo.
Con justeza señala en el prólogo su hijo, el escritor Gabriel
Jiménez Emán, que Elisio Jiménez Sierra vivió la pasión por la
letra, por el idioma y por las lenguas, la literatura y el pensamiento.
Es que supo humanizar esa pasión, esto es, particularizarla y darle
una intimidad desusada, como de utilidad doméstica, didáctica a
Grecia y a sus dioses, a Roma y a los poetas latinos, a los trova-
dores y a los juglares, a los adoradores de la belleza marmórea y de
la belleza humana, a los sentimentales y a los reflexivos (Nerval y
Mallarmé), a los antiguos y a los modernos, al color renacentista
y al color regional, al país de los chubascos y al país de los oto-
ños, a la noche del cuervo y a la noche del murciélago, al albatros
baudeleriano y a la torcaza caroreña, al grillo del romanticismo y
a la cigarra del clasicismo, al satanás de Milton y de Homero, al
ardimiento dantesco y el del trópico, a las cabras de Atarigua y las
cabras de Séneca, a los argonautas de Ulises y los de Colón, a la
vida maldita de Villon y de Vargas Vila, a los campos de Virgilio
y de Lazo Martí, al Jesucristo de Renán y de Cecilio Zubillaga
Perera, a las hierbas entumecidas de Atarigua y las del invierno
de Mallarmé, a la patria ruda según Pascoli y según Rufino Blanco
Fombona, las alondras en D’Annunzio y las aves en la poesía
venezolana, a la noche en Nerval y en Roberto Montesinos, a la flor
amarilla de Pérez Bonalde y al ciprés gris de Hugo, a la mujer como
elíxir y acíbar en Petrarca y en los poetas etílicos venezolanos.
Y a la nostalgia de nuevo y una vez más, como la que lastimara a

RNC 277
Andrés Bello, desde el frío y remoto Chile, al dirigir su última mira-
da a Caracas —nos invita a recordar Jiménez Sierra— desde el
camino de La Guaira, sin presentir que sería la del más nunca.
Pero no se agota esta frondosa y deliciosa lectura de adentra-
dos saberes literarios humanísticos a la vuelta de sus 467 páginas:
Su goce es múltiple, el que depara su prosa y su hondura, su eru-
dita sencillez y su disfrute sensual, amoroso de la literatura, como
que todo amor —le oímos decir a Leonardo da Vinci en las pos-
trimerías del libro— es hijo de un gran conocimiento.

RNC 278
Cósimo Mandrillo

EL PETRÓLEO
COMO TEMA NARRABLE
Toro Ramírez, Miguel. El señor Rasvel.
Anzoátegui: Fondo editorial del Caribe, 2005
Uribe Piedrahita, César. Mancha de aceite.
Maracaibo: Universidad del Zulia-Universidad
Cecilio Acosta, Col. Ediciones del Rectorado, 2006.
Cabrera, Gustavo Luis. La novela del petróleo.
Universidad de Los Andes, 2005.

DEBEMOS AL PERSEVERANTE interés de Miguel Ángel Campos en la


narrativa de tema petrolero la aparición de tres textos que vienen
sin duda a completar la visión que hasta ahora teníamos sobre el
asunto. Dos de ellos son novelas desconocidas casi de manera
absoluta hasta hoy; se trata de Mancha de aceite del colombiano
César Uribe Piedrahita y El señor Rasvel de Miguel Toro Ramírez.
El Tercer texto corresponde a la reedición de La novela del petró-
leo de Gustavo Luís Carrera, libro que da inicio a la revisión crí-
tica del tema y su reflejo en la literatura nacional.
El señor Rasvel es una novela de extraordinario interés rescatada
de la sección de libros raros de la Biblioteca Nacional gracias al
empeño de Sael Ibáñez y el propio Miguel Ángel Campos. Tiene la
particularidad, en cuanto novela del petróleo, de no ubicar su
acción en un campo petrolero, escenario que parecía natural para
la mayoría, si no todos, los intentos narrativos sobre el tema.
Además, y esto es lo más interesante, El señor Rasvel escapa de la
tendencia, comprensible y natural de otro lado, de demonizar a

RNC 279
los representantes extranjeros de la compañías petroleras, con-
centrándose en cambio en personajes que encarnan la viveza y la
corrupción nacional.
Aunque no es fácil congraciarse con la figura de un represen-
tante de esas compañías caracterizado por una bonhomía rayana
en la ingenuidad y el infantilismo, el personaje le sirve al autor
para desarrollar paralelamente la figura de un gerente venezola-
no, el señor Rasvel, capaz de los más sorprendentes gestos de
inteligencia y astucia; eso sí, encaminados todos ellos a las más
deshonestas triquiñuelas para su beneficio económico y el de la
sociedad de cómplices constituida por un buen número de otros
trabajadores autóctonos. El señor Rasvel es un texto de una curio-
sa fluidez narrativa que la hace amena y de fácil lectura, con el
añadido de que sus tipos humanos, a pesar de la rapidez con la
que el narrador pasa sobre ellos, son perfectamente creíbles.
Por su parte Mancha de aceite, del colombiano César Uribe
Piedrahita, describe las peripecias de un médico que al tiempo
que trabaja con las compañías petroleras, alimenta una concien-
cia política adversa a las mismas. Esta conciencia se radicaliza a
lo largo de la novela y como resultado el personaje es asesinado
por los esbirros de la empresa que intentan impedir cualquier
forma de organización de sus trabajadores. El personaje de Uribe
se constituye en un testigo de excepción no sólo de la vida en los
campos petroleros sino de todo el país, regido por la mano férrea
de Juan Vicente Gómez.
Si bien Mancha de aceite es fundamentalmente una novela que
denuncia la vida miserable de los campos petroleros, la degrada-
ción del trabajador nacional, la connivencia entre el poder de las
empresas extranjeras y el poder político local, no deja por eso de
ocuparse de describir una cierta vida íntima del personaje princi-
pal, ligada, como era previsible, a la infidelidad entusiasta de la
esposa de uno de los jerarcas extranjeros. Mancha de aceite posee
el encanto de lo testimonial, de una realidad vivida directamente
por el autor quien se proyecta, al menos en parte, en este doctor
Etchegorri que protagoniza la novela. Caracterizada por una cier-

RNC 280
ta fragmentariedad y por el deseo del escritor de trasmitir una
gran panorámica de la vida asociada a la explotación petrolera,
lejos de perder coherencia, la novela gana en agilidad con la
inclusión de lo que parecen ser anexos —documentos, procla-
mas, cartas— dotados de un halo de autenticidad y verosimilitud.
La reedición de esta novela patrocinada conjuntamente por la
Universidad del Zulia y la Universidad Católica Cecilio Acosta,
pone en las manos de los lectores la que ha sido catalogada en
puridad como la primera novela del petróleo en Venezuela, por
cuanto tema, ubicación geográfica, personajes y peripecias corres-
ponden en su totalidad a la primera fase del desarrollo en nuestro
país de la industria extractora del oro negro. Se subsana así una
larga omisión de las editoriales nacionales con un texto funda-
mental que había sido dejado de lado a causa, aparentemente, de
la nacionalidad de su autor, hecho que dio pie a que no se le con-
siderara una novela venezolana.
Por su parte, La novela del petróleo de Gustavo Luís Carrera,
llegó a ser un libro casi mítico entre los estudiantes de letras e
investigadores de la literatura en general. Fue, durante largo
tiempo, un texto al que muchos hacían referencia aunque muy
pocos lo hubiesen leído, dada la casi absoluta imposibilidad de
localizar algún ejemplar de la edición original de 1972. La novela
del petróleo sigue siendo el único intento que se ha hecho en
Venezuela por estudiar orgánicamente, y en un solo libro, la narra-
tiva nacional asociada con nuestra principal riqueza minera. Hay
que reconocer en este trabajo antes que nada el valor documen-
tal que significa la ubicación no sólo de obras en las cuales se
muestra desde la cubierta el tema con el que se asocia su conte-
nido, sino de otras en las que hay apenas referencias al petróleo
o se le aborda tangencialmente.
Más allá de eso, el libro intenta establecer y analizar los temas
centrales en los cuales se apoya la narrativa de tema petrolero, con
el propósito posterior de mostrar al lector cómo se estructura el
relato alrededor de esos grandes temas. Con agudeza, La novela
del petróleo abrió hace ya más de treinta años un camino que no

RNC 281
hemos terminado de transitar hacia la divulgación y el análisis de
textos que, al asociarse al fenómeno social, histórico y económi-
co más importante de nuestra modernidad, se constituyen en
verdaderos escritos fundacionales de nuestra esencia como nación.
La reedición de estos tres libros insoslayables para la revisión de
nuestra historia reciente sigue, a no dudarlo, esa ruta abierta hace
ya luengos años.

BIBLIOGRAFÍA

TORO RAMÍREZ, MIGUEL. El señor Rasvel, Anzoátegui, Fondo Editorial


del Caribe, 2005.
URIBE PIEDRAHITA, CÉSAR. Mancha de aceite, Maracaibo, Universidad del Zulia-
Universidad Cecilio Acosta, Col. Ediciones del Rectorado, 2006.
CARRERA, GUSTAVO LUIS. La novela del petróleo, Universidad de Los Andes, 2005.

RNC 282
Sael Ibáñez

CUENTOS
DE AMOR Y TERROR
Cordido, Nelson. Caracas: Comala, 2006.

A MI ENTENDER, en este país un número grande de escritores que


han logrado notoriedad y renombre han pasado por talleres lite-
rarios. Sin embargo, hay que tener claro que los talleres literarios
no hacen escritores. Permiten, eso sí, que personas con vocación de
escritor vean aflorar esa vocación allí en esos espacios de creación.
Nelson Cordido frecuenta uno de los talleres literarios que se
dictan en el Centro Cultural Trasnocho. Pero también sé muy bien
que cuando Nelson llegó al taller ya había escrito varios cuentos,
ya estaba familiarizado con la escritura, y el taller donde participa
sólo le ha permitido reafirmar su vocación de escritor y afinar su
pulso literario.
Ahora Nelson publica su primer libro de relatos, titulado Cuentos
de amor y terror, lo cual lleva a pensar un poco en Horacio Quiroga;
una buena referencia que hablaría, en todo caso, a favor de Nelson
por cobijarse con esta esplendente sombra.
De entrada puedo decir que se trata de un libro proteico, híbri-
do tanto formal como temáticamente. Vale decir, se impone en
él un tipo de escritura ganada por la amplitud, lo variado, que el
oficio irá convirtiendo en estilo, el estilo propio de Nelson.

RNC 283
También debemos decir que el ambiente de estos relatos está
deslastrado de color local: su acción puede ocurrir en cualquier
parte. Esta consideración habla de alguien que escribe con la
mente abierta, con conocimiento de mundo, diría yo.
Nelson narra historias redondas, bien contadas, donde priva la
fuerza de la anécdota. Sus descripciones son vívidas y usa un len-
guaje comedido, sobrio, con frecuencia de frases cortas, lo cual
logra el efecto de fijar la atención del lector que vendrá.
En gran medida la eficacia de la escritura de Nelson radica pre-
cisamente en ese saber contar historias cortas, redondas e impac-
tantes. Aquellos que durante años hemos vivido en medio de
modas literarias experimentales, de experimentalismos verbales y
formales, sabemos que una buena historia bien contada siempre
se agradece.
En uno de sus relatos Nelson (o el narrador, que también es
Nelson) deja caer una confesión personal en relación con su
forma de escribir. Dice textualmente: Escribo narraciones cortas de
todo tipo. En este libro si bien tiene peso el tema amoroso y sobre
todo el tema terrorífico, tal cual está anunciado en su título,
podría decirse igualmente que en él, en el libro, hay historias de
todo tipo.
Terror, muerte, suspenso, miedo, ironía, abyección, enajena-
miento, amor cruel y amor inocente, misterio, realismo revulsi-
vo, soledad, humor negro: todos estos temas recorren el libro
de Nelson.
Me gustaría pasearme, de forma resumida, por las anécdotas
de los relatos de este libro para que tenga usted, amigo lector, una
idea aproximada de una de sus virtudes fundamentales, cual es la
elección de un buen tema narrativo. En esta revisión, empezaré
por nombrar el título de cada cuento aparecido en el libro:
En Cruel soledad una mujer sola nunca se siente sola, hasta que
el rostro de un amor no correspondido la hace sentir el ser más
solo de este mundo.
Juego fatal es un relato donde una broma se convierte en
broma asesina.

RNC 284
Letrina y Orgasmo habla de una mujer que llega a tener un solo
orgasmo durante su larga existencia, pero se trata de un orgasmo
fundamental en su vida.
La invitación recoge un relato donde un viajero, huésped de un
lujoso hotel citadino, comienza a ver todo con terror... hasta el
punto de que su corazón es paralizado por ese terror más imagi-
nario que real.
Funeral riesgoso nos muestra a alguien que escapa de una cár-
cel especialmente inhóspita, pero no sabe que hacia donde está
huyendo es hacia la muerte.
Sacrificio habla de un sacerdote tratando de convencer a una
joven prostituta para que se entregue sexualmente a un grupo de
alevosos asaltantes, en vista de que así tanto él como otro grupo
de personas moralistas pueden evitar la muerte.
Un encuentro en el Metro nos ofrece la historia de una chica
habitada por una profunda tristeza que despierta la ternura en los
hombres, ternura y tristeza que mezcladas conducen con frecuen-
cia al acto sexual... sólo que la tristeza profunda de la muchacha
se debe a que tiene sida y a veces sus tiernos condolientes no
usan condón.
No pierdas la pensión habla de una madre regañona que acaba
de morir. El hijo, guiado por el absurdo, para no perder la pen-
sión embalsama y coloca a su madre dentro de una nevera. El hijo
le habla al cadáver como si estuviera vivo, hasta descubrir algo
altamente nuevo: por primera vez comienza a llevarse bien con
su madre.
Amor instantáneo desarrolla la historia de un encuentro acciden-
tado y casual de un hombre y una mujer, quienes apenas en horas
sucumben a una intimidad total. Se deciden, también en horas,
a abandonar a sus respectivas parejas matrimoniales, y dedicarse a
forjar un amor sin barreras. Era como decir que la pareja se
encontraba en el cielo, pero igualmente en horas algo falló y de
pronto se encontraron en el infierno.
Una noche con Néstor nos informa sobre un hombre sensible,
un escritor aislado del mundo en una cabaña montañosa. Todo

RNC 285
en el ambiente propicia que puedan visitarlo fuerzas de ultratum-
ba. Y eso no deja de suceder.
En El tío Andrés un ex presidiario se acostumbró tanto a la vida
de prisión que cuando volvió a la libertad y a la normalidad se
comportaba como si aún permaneciera en prisión.
Reflexiones en el ascensor muestra a cualquier ascensor, solitario o
lleno de gente, como un escenario teatral, como una obra de teatro.

RNC 286
Alí E. Rondón

LA FIESTA DEL CHIVO


Vargas Llosa, Mario. Bogotá: Alfaguara, 2000. 518 pp.

EN TRES PLANOS narrativos, temporalmente distintos, el autor rela-


ta el ocaso de la llamada Era de Trujillo, Padre de la Patria Nueva,
que durante treinta y un años de opresión redujo a la República
Dominicana a una vida de oprobio y vergüenza. En dicha histo-
ria está comprometido el pasado dictatorial de gran parte del con-
tinente (Perón, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez, Fidel Castro) en su
periplo sangriento hacia la democracia.
La historia de Urania Cabral, con la cual inicia el autor la revi-
sión del régimen, constituye la ira de un recuerdo devastador que
deambula por la isla treinta y cinco años después, en busca de la
paz perdida. Dicho recuerdo marcó cada minuto de su existencia
acabando para siempre con la inocencia, el amor y el perdón. Un
llanto contenido la ha acompañado durante toda su vida exitosa
en el exilio, transitando entre Michigan, Harvard y Manhattan,
donde se destacó por su inteligencia, profesionalismo y frialdad.
Urania vuelve a su tierra natal acudiendo a una cita pendien-
te con el resentimiento, en un intento por librarse de él, de lavar
su alma. Sus pasos la llevan a la casa paterna, donde la fluidez de
sus palabras, descarnadas de piedad, golpean al anciano Agustín

RNC 287
Cabral, ya un desecho humano, removiéndole las penas e inmun-
dicias de su pasado glorioso como Presidente del Senado, a quien,
luego de treinta años de lealtad perruna al Jefe, le fueron cancela-
dos sus servicios con la humillación de ser retirado del cargo sin
explicación alguna, siendo vejado, castigado y vencido por la
indiferencia caprichosa del Dictador.
La segunda trama encierra el último día en la vida de Rafael
Leonidas Trujillo Molina. La figura del mítico dictador de mirada
penetrante y voz chillona, impecable e implacable, que no suda,
salta de las páginas del libro torva, con la crueldad del victimario
que degusta el aniquilamiento de su presa, siendo el responsable
directo e indirecto del destino de tres millones de personas en la
diminuta isla caribeña. Dicha figura se asemeja a la de aquellos
titanes que Zeus confinara alguna vez al inframundo. A su lado,
quienes conforman el séquito de colaboradores del gobierno, se
mueven como títeres manipulados por la voluntad de hierro de
esa personalidad avasalladora, obsecada y delirante con el poder.
Es así como personalidades del mundo político y militar,
Balaguer, Abbes García, Henry Chirinos, Agustín Cabral, Manuel
Alfonso y demás, alimenta a la Bestia con sus adulaciones y sumi-
sión incondicional, resolviendo asuntos de Estado, Seguridad y
Administración de los bienes propios (mayores que los de la
Nación), más allá de los límites que tolera la dignidad. De ellos
sólo Balaguer, el poeta estadista, y Abbes García, el asesino, mere-
cen su consideración y casi respeto. Los conflictos internaciona-
les con la OEA, USA, Haití, Venezuela, y los internos con la
Iglesia y los movimientos subversivos, son resueltos fundamen-
talmente por las ágiles mentes y manos de ambos.
Paralelamente a estas historias se desarrolla el atentado contra el
Chivo. En un carro Chevrolet estacionado frente al malecón, cua-
tro hombres urgan en su memoria los motivos personales que tie-
nen para matar al dictador. Se mantienen en ansiosa espera del
automóvil azul mientras sus pensamientos divagan teñidos de
amargura, vergüenza, desesperanza y dolor. Llegado el momento,

RNC 288
muy en el estilo de un coro griego, las voces disonantes de los
conspiradores recrean para nosotros el dramatismo del momento.
Indudablemente una obra magistral del autor, que entreteje
con gran habilidad el ayer con el ahora, develando los vericuetos
de la historia a través del monólogo interior de los personajes y
de situaciones donde describe y narra cuidadosamente la natura-
leza humana y acontecimientos que ahí se juegan. Sus imágenes
son conmovedoras y brutales, generando, por la intensidad de
sus contenidos, un interés y asombro cada vez mayor a medida
que se pasan las páginas del libro. En su prosa arden a fuego lento
las artimañas del poder y el odio, hasta quedar finalmente purga-
das en el recuerdo de Urania Cabral, que parte hacia un encuen-
tro diferente consigo misma.

RNC 289
Gabriel Jiménez Emán

FERNANDO VALLEJO Y SUS


TRATOS CON LA MUERTE
El desbarrancadero. Bogotá: Alfaguara, 2001.
Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2004

CONFIESO QUE ÚLTIMAMENTE he dejado al azar mis encuentros con


obras recientes. La publicidad o las recomendaciones poco me
sirven en el momento de elegir algún libro o autor, tan dispar y
variada es la oferta de libros en el mercado, aun aceptando que tal
especie exista cuando hablamos de arte literario. Las presencias
personales no se miden por el tamaño de las campañas; simple-
mente existen las obras y un azar que las congrega en nuestras
manos, acaso cuando estamos menos despabilados, cuando no
andamos en busca de una sorpresa o de uno de esos autores tan
abombados por las promociones que de entrada nos parecen sos-
pechosos. Aun así, el azar sorprende de cuando en cuando nuestra
sensibilidad y nos depara, por vías del asombro, una que otra obra.
Por esta vía cae en mis manos la novela El desbarrancadero de
Fernando Vallejo, un escritor de quien nunca había oído hablar.
Se nos informa en la solapa de esta edición que es autor de cinco
novelas autobiográficas, escritas todas en México, donde reside,
reunidas bajo el título de El río del tiempo, y es, además, cineasta
y biólogo.
De entrada, la novela en sus detalles, en demasiadas anécdo-
tas, es un tropel de información en crudo, apabullante, como si

RNC 291
tuviésemos que penetrar en un mundo preestablecido sin ningún
preámbulo y aceptarlo sin más ni más. Se le admite o no, se sigue
en su sintonía o se le abandona: esa es su apuesta y su riesgo. En
un primer momento no me atrapó, pero en el segundo lo abrí y
me dejé llevar por sus leyes narrativas, nada suaves, nada recon-
fortantes. Por lo contrario, se trata de un mundo sórdido, domi-
nado por el humor cruel, por la escatología, las enfermedades, las
drogas, el odio o la locura, pero también poblado de una peculiar
sinceridad, expresada a través de un lenguaje cáustico, despelle-
jado, que va entrando en el ámbito de una casa colombiana de
Medellín, la familia Rendón, y va como buscando en los intersti-
cios de ésta las claves de una serie de taras sentimentales, sociales
y culturales para exponerlas en una red de situaciones fuertes que
van urdiendo la trama del libro, sin ambages, de modo implaca-
ble, sin retóricas ni dobleces.
Vallejo narra de modo frontal, descarga las anécdotas desde
el principio con toda la bilis del caso. El personaje narrador,
Fernando Rendón, está ya muerto, pero igual habita en esa caso-
na de Medellín donde acaba de morir de sida su hermano Darío
(que vive como un incendio), y se vale del recuerdo de ese querido
hermano, vividor, fumador de marihuana, homosexual como él.
Son víctimas directas de su madre, a quien Fernando llama La
Loca, y del odio de otro de sus hermanos, a quien llama el Gran
Guevón, para ir presentándolos en un cuadro bastante corrosivo
donde la crueldad cotidiana, los vicios y la desidia, van recompo-
niendo el universo de la novela.
No tiene empacho Vallejo en ir describiéndonos la mandone-
ría de la Loca, de su obsesión de entregarse a las enfermedades y
los médicos, y en describirnos su hijoeputez y la de otros, esto es,
la maldad de un demonio que sólo existe en Colombia, puesto que sólo
en Colombia hemos sido capaces de nombrarlo. También nos descri-
be sus raptos de psicosis y su vocación de caos, traducción de un
matriarcado ejercido en medio de un enjambre de existencias
atribuladas, que sería difícil calificar siquiera de familia. El com-
ponente básico de todos ellos es la desilusión, ese fatum de la des-

RNC 292
preocupación y la desesperanza que les lanza por el desbarranca-
dero: de la droga, de la evasión, los placeres fáciles y los paraísos
artificiales. Todo esto ha permitido presentar a esta novela como
una metáfora de la muerte, pero también en una experiencia deso-
lada y conmovedora.
Es obvio que Vallejo ha explorado buena parte de la riqueza
sentimental y humana de estos personajes, nos ha brindado un
fresco bastante rico de situaciones y de estados de ánimo que son
como pesadillas íntimas: todo ello inyectado de un humor impla-
cable, herramienta que usa para sacar a flote todo tipo de detalles
escabrosos, mezclando los afectos dulces a los amargos, la ternu-
ra juvenil a los estados depresivos, y a conjugar y complejizar los
contextos políticos a los tejidos sociales.
La nota editorial nos dice que Vallejo rompe aquí con el punto
de vista tradicional del narrador omnisciente, del que todo lo ve
y sabe, y asume en cambio su voz propia, su Yo con todo lo que
éste implica. Se nos habla de su carácter autobiográfico, no obs-
tante, si hemos de tomar a esta novela como una crónica donde
apenas varían algunos nombres y algunas situaciones, estaríamos
corriendo el peligro de identificar la prosa artística con la prosa
testimonial o periodística, o acaso con algún viso cinematográfico
con ciertas chaturas y obviedades del cine realista. Pero no, habría
que admitir que Vallejo logra encantarnos con este fresco del mal,
aun en medio de un lenguaje prolijo, donde algunas anécdotas
lucen demás y ciertas situaciones son prescindibles o prosaicas.
La muerte de Darío, principal acicate de la narración, va abrien-
do vías en la historia y develando en medio de la agonía de éste las
señas de un destino trágico, o mejor dicho, de los destinos fatídi-
cos que suelen moverse en tierra colombiana, merced a los diver-
sos registros de la vida interiorana, poblada de presencias atávicas
y de tratos cotidianos con espectros, donde los fantasmas de la psi-
que acechan a cada personaje y lo lanzan al ruedo de una azarosa
existencia, aunque casi siempre tales existencias se hallen bien
metidas en sus moldes primitivos, y desde esa misma elementa-
lidad vayan construyendo sus mundos mágicos y reveladores,

RNC 293
gracias a su humor, a sus aspectos cómicos e hilarantes, sin los cua-
les la lectura de esta obra resultaría poco menos que una pesadilla.
La primera acción novelesca la marcan las enfermedades, el sida
de Darío, la sífilis, la adicción a la marihuana, al alcohol, al bazu-
co, o al paraíso de la comida. Apenas se nos habla de Silvio, el
hermano suicida, o de Carlos, que atenúa la temperatura mórbi-
da del ambiente. Hay un fragmento genial, donde cielo e infier-
no están descritos desde una óptica de placer degustativo: El cielo
me lo imagino como unos chicharrones de manteca de cerdo, fritos en
sí mismos, crepitando de rabia y cargados de colesterol que me forme
un trombo que me obstruya las arterias y me paralice el corazón.
Del mismo modo, se puede mostrar la mecánica del poder
político en Colombia, que podría resumirse en estas palabras:
Masturba al pueblo, adula a los poderosos, llora con los damnificados,
y a todos promételes, promételes, y una vez elegido proclama a los cua-
tro vientos tu amor a tu país, pero si te lo compran véndelo, y si no hipo-
técalo que las generaciones venideras pagan: el futuro es de los jóvenes.
Son apenas dos ejemplos al azar de páginas donde se respira la
anti hipocresía y el estallido de las convenciones: el sacrilegio tra-
ducido en la constante burla al Papa, a los curas católicos, a Dios,
o la mofa hecha de la institución médica, o la práctica del racis-
mo con los negros o la crítica de la fe. Se abunda en escatologías
y se hace énfasis en la fatalidad de los seres y en la pérdida de ilu-
siones y esperanzas. Por contraparte, se impone la existenciali-
dad, el vivir por el vivir, el goce del instante mientras se pueda.
Lo demás es una visión apocalíptica del existir, del propio país,
del destino. Tanto así que Fernando Rendón, el narrador, ya está
muerto cuando inicia la historia, y no hace sino reconstruir, desde
su propia muerte, el absurdo de la vigilia. Sin más, nos dice el
narrador que el hombre nace malo y la sociedad lo empeora. Por
amor a la naturaleza, por equilibrio ecológico, para salvar los vastos
mares hay que acabar con esa plaga.
Lentamente se va acercando al momento de explicar el defini-
tivo declive familiar. Un crescendo trágico empieza desde la pági-
na 164 y ya es imposible detenerlo; como un remolino, la muer-

RNC 294
te se va tragando todo. El hombre no es allí sino una mísera trama
de recuerdos. Así se dice que es en la lobreguez viscosa del útero ciego
donde se registran todas las desdichas humanas, pugnando por salir, o
se nos habla de la pobre vida, que es nuestra forma optimista de lla-
mar a la muerte.
Tenemos, pues, a un libro que no está hecho para paladares sua-
ves o delicados. Es una obra que hay que leer con el estómago bien
puesto y con la mueca de cierto ánimo risueño como exorcismo, si
no queremos sucumbir al desánimo o la depresión. La novela no
tiene capítulos ni acápites, ni separaciones espaciadas. Sería una
novela-río de no ser por los párrafos dictados por los puntos y
aparte. Hay en ella un diestro manejo de los diálogos y los regis-
tros orales y de localismos colombianos, bien insertos en el discur-
so central. Pese a su cercanía con la crónica y con ciertos giros cha-
tos del periodismo, la novela alcanza buenos momentos expresi-
vos. Hasta se da el lujo Vallejo de usar la jerga farmacológica y
médica y hasta ciertos giros en latín, para lograr efectos ridículos,
para burlarse de la novela intelectual y de ciertas formas bellas de
narrar. Sería interesante asistir a la visión de Vallejo sobre Nueva
York o México, cotejadas con su escenario colombiano.
De haber sido una novela más extensa, quizás habría sido as-
fixiante para el lector, con su abalorio de dramas escatológicos y
tragedias a la orden del día. Salió en cambio una obra breve, que
no alcanza las doscientas páginas. Ello le pareció suficiente a
Vallejo para llevar a cabo esta terrible relación de hechos, sucesos
o historia —las cuales preferimos ficcionadas que comproba-
das— de una familia colombiana de Medellín, en el ocaso aciago
del segundo milenio.

RNC 295
David Gutiérrez Caro

PAPELES PARA UN ADIÓS


Eleazar León. Caracas: Monte Ávila Editores, 2005.

ESTOS CINCUENTA Y TRES poemas en prosa del escritor Eleazar León


introducen al lector en un viaje al interior de sí mismo, sin límites
y sin fin, al universo de una experiencia viva, de una aventura
existencial expresada, irónica y desesperadamente, en prosa
expresionista, barroca americana. Poemas de multiplicidad psí-
quica donde se avanza reflexivamente escudriñando en el fino
tejido de la existencia. Donde el imperativo del azar, el silencio y
el grito modelan la materia viva, la materia poética. Mi acto con-
siste (dice el poeta) en un salto profundo (…) Daré un salto mortal,
el triple salto que me conduce a ninguna parte y en dirección de nadie.
Multiplicidad temática, porque abarca en su periplo, en su
viaje de desconocimiento, la experiencia y los sentimientos más
profundos del transitar humano. Ya yo estaré tendido, en paz con
mis contiendas, victorioso de no querer triunfar contra nada.
Éxtasis y agonía acompañan su saga, su búsqueda, en un legíti-
mo esfuerzo para no perder nada de la complejidad de una emoción que
se esfuerza por crear un lenguaje exclusivamente poético, en el que cada
palabra, cargada del máximo sentido, revele sus valores escondidos, del
mismo modo que, bajo determinadas luces, se revelan las fosforescen-
cias de las piedras. Y con esta cita creo resumir con amplitud el

RNC 297
esfuerzo creador que destilan las páginas de esta obra singular
donde el poeta habla de sí mismo, siempre perdido en esa fina tela
de la existencia. Te dispones entonces para el grito (…) ensanchas las
costillas, abres la boja, dejas huir el aire y no pasa nada.
La poesía de Eleazar León se construye lenta y densamente a
partir de una particular herencia de recuerdos que conforman
finalmente una escritura sinfónica de compleja instrumentación,
a veces allegro ma non tropo y siempre maestrosa. Su resonancia
conduce de lo austero a lo profuso, de una amplia base hacia el
punto de fuga, como en una lucha de pirámides enfrentadas en
el vórtice nace la imagen-metáfora, siempre empujándonos hacia
la reflexión, que en ninguna medida asfixia la escritura. Las pala-
bras fluyen y debe el lector detenerse, como un iniciado, y respe-
tar las pausas que nos imponen una idea o concepto en particu-
lar que no termina por expresarse, que se contiene a sí mismo.
Tensiones sustentadas en silencios deliberadamente oportunos,
propios de un creador que conoce y maneja su materia plástica.
Nada más tendría que aportar a la lectura de este libro que no
sea una recomendación extrema, una invitación a penetrar en el
mundo de un poeta singular. Una poesía llena de imágenes que,
como las cosas, no se dejan aprisionar por las palabras, vida flu-
yendo ante los ojos del asombro. Una poesía de resonancias que
viaja en el brillo de estrellas furtivas. Y no queda otra cosa que
pedir un deseo: Muerde la luna, bébete las aguas, posee lo imposible./
Igual el arcoiris nacerá de tus manos./ Las piedras te dirán su secre-
to./ Los árboles silbarán músicas ignoradas de la más honda tierra./
Cabalga, cabalga, cabalga./ Los cielos todavía no terminan.

RNC 298
Alí E. Rondón

DE APURE, ACHAGUAS
Y OTRAS ETIMOLOGÍAS
Colmenares del V., Edgar. Caracas: Casa Nacional de las
Letras Andrés Bello, 2002.

En alguna oportunidad leí de José Ingenieros que no todos se exta-


sían… ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o se cim-
bran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con
Moliere, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer
ante el David, La última cena o El partenón. Es de pocos esa inquie-
tud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos,
artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones
del ser y la eternidad.
Afortunadamente Edgar Colmenares del Valle sí pertenece a
ese clan de iluminados. Lo demuestra en una sencilla reflexión
suya elaborada con goce estético titulada De Apure, Achaguas y
otras etimologías (2002). En ella, el profesor Colmenares define su
propia emoción partiendo de un argumento semiótico que nos
lleva a los lectores de su admirable rastreo bibliográfico (Juan
Ernesto Montenegro, Adolfo Salazar Quijada, Argenis Méndez
Echenique, Renato Agagliste y Bartolomé Tavera Acosta) a la eti-
mología misma de las voces indígenas Apure –olivo silvestre, brazo
del río y región sin cerros- y Achaguas –la tierra más lejos que más

RNC 299
nunca. Y, como acota el académico Manuel Bermúdez al comienzo:
Todo ese mundo icónico e indicial sobre el río, la región y sus gentes,
desemboca en el símbolo lingüístico. (p. 15).
El tema del libro es de importancia para Colmenares como lla-
nero, pero además se nota en la jerga del filólogo y lingüista una
clara voluntad de estilo strictu sensu. Nótese, por ejemplo, la
depurada forma sintáctica de las palabras en la que largos perío-
dos de exposición no oscurecen las conclusiones.

Como ciencia, la etimología es única y reiteradamente comple-


ja. Una complejidad que, en casos como el de la América hispa-
na, se acentúa cuando el etimólogo contemporáneo se enfrenta,
en primera instancia, al estudio y reconstrucción de voces pro-
cedentes de comunidades ágrafas cuyas lenguas y dialectos fue-
ron castellanizados, como ya señalamos, mediante un proceso
de interpretación fonética por parte de individuos portadores, a
su vez, de diferentes matices dialectales fundamentalmente ibé-
ricos y, en segunda instancia, se enfrente al proceso de decultu-
ración y de forjamiento imperativo de una nueva identidad que
se dio en las comunidades indígenas a partir de 1492 (p. 48).

Al final, Colmenares argue que Apure y Achaguas son testimo-


nios de la nueva teogonía, de la nueva cosmología, de la nueva
cosmovisión… de las nuevas relaciones de poder entre la Corona
española y las naciones indígenas (p. 82); ambas voces proceden
de étimos indígenas y más que el enigma de un origen específico
portan la historia transcurrida entre el paleoindio venezolano y el
presente. Todo está en ellas: Dios y Hombre. Individuo y Sociedad.
Mito y Verdad. Memoria y Olvido.
Por todas estas razones, y por lo documentada de su investiga-
ción, nos pareció digna la tarea de reseñar hoy el libro De Apure,
Achaguas y otras etimologías como diminuta enciclopedia de ideas,
un discurso científico de contundente carga poética, donde la
memoria de encendidos atardeceres o aguaceros de semanas

RNC 300
enteras, acaban enlutando la llanura venezolana y ponen a suspi-
rar a cualquiera. A un Juan Primito que tal vez repita de memo-
ria aquel fragmento de la Silva criolla:

Y, náufrago en la noche sin ribera,


mi espíritu me abstrae
pensando que de un mar desconocido
el llano es una ola, que no ha caído,
el cielo es una ola, que no cae.

¡Quién sabe si hasta traiga aires de nostalgia a Florentino…el


que cantó con el diablo!

RNC 301
ALFONSO ENRIQUE BARRIENTOS
Escritor, dramaturgo y crítico literario guatemalteco (1921) perte-
neciente a la generación literaria de 1940. Autor de una extensa
obra literaria, no siempre con la merecida difusión. Entre otros,
ha publicado Cuento de amor y de mentiras, El negro (1952); El
señor embajador (primer premio en los Jueglos Florales de
Quetzaltenango, 1967); El molino de gracia (Teatro, segundo pre-
mio en los Jueglos Florales Centroamericanos, 1968); Cuentos de
Belice, La huella del maniquí (narrativa), Poesía guatemalteca, Ancora
en la arena (novela) (1972); Enrique Gómez Carrillo (1973); El tepeu
(primer premio de los Juegos Florales de Coatepeque, cuento,
1985); Máscara II (Novela, 1986); Rafael Aréalo Martínez y Andrés
Bello (Biografías mínimas, 1986 y 1989); El desertor y Justo Rufino
Barrios, el reformador de Guatemala (Primer premio en los Juegos
Florales de Cobán, 1984. Ha recibido el Jaguar de Oro, La
Democracia, Escuintla (1985); el Premio Miguel Ángel Asturias
(1995 y Medalla Estrella Bolivariana (1996).

MANUEL BOLIVAR GRATEROL


Poeta, guionista y productor de radio falconiano (1959), ha publi-
cado los poemarios Examen del alma, Poemas taurinos (2000) y
Destinatario (2003).

BEATRIZ CALCAÑO
Traductora y psicopedagoga caraqueña, cursó estudios en Estados
Unidos. Ha participado en diversos talleres de creación literaria
en el Celarg, entre ellos narrativa, periodismo literario y escritura
creativa. A veces me atrapa la ficción –dice–, otras la realidad.

LIDUVINA CARRERA
Doctora en Letras; Magister en Letras: Mención Literatura
Venezolana (UCV, 1999) y en Literatura Latinoamericana (UPEL,

RNC 304
1991). Se desempeña como investigadora en el Centro de
Investigaciones Lingüísticas y Literarias de la Escuela de Letras, de
la Universidad Católica Andrés Bello. Entre sus publicaciones se
encuentran: Reflexiones de lozanía (1999), Literatura de mujer
(1995), De narradores y poetas (2000), Latín: gramática y ejercicios
(dos ediciones: 1998-2000), Técnicas de Redacción e Investigación
Documental (Co-autoría, 1999), La narrativa de Gustavo Luis
Carrera en cinco panoramas (2000) y La obra poética de Rufino
Blanco-Fombona (2002).

LUIS ALBERTO CRESPO


Destacado poeta caroreño (1941), ha compartido su obra litera-
ria con el ejercicio del periodismo, la crítica, la crónica y el guión.
Autor de una poesía de profundo acento telúrico en la que des-
tacan títulos como Resolana, Si el verano es dilatado, Costumbre de
sequía o Entreabierto. Fue director del Papel Literario del diario El
Nacional. Actual presidente de la Casa Nacional de las Letras
Andrés Bello, ha recibido el Premio Municipal de Literatura,
Nacional de Periodismo Cultural y el I Premio Miosotis, en
Nápoles, Italia, por su más reciente libro, Tórtola de más arriba.

CHRISTIAN DÍAZ YEPES


Poeta caraqueño, nacido en 1980. Ganó los concursos Nacionales
de Poesía Juvenil de la Casa de la Poesía y el Ateneo de Caracas
en 1996 y del Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila
Editores con el libro Las ruedas, en 1999. Bajo el sello editorial
Casa Nacional de las Letras Andrés Bello publicó el poemario
Una barca (2004). En 1999 ingresó al Seminario Arquidiocesano
de Caracas, en donde acaba de culminar su preparación para el
sacerdocio.

RNC 305
EDGAR GONZÁLEZ ABREU
Joven poeta y pintor trujillano (1987), cursa estudios en el Liceo
Cristóbal Rojas y forma parte del Circuito Liceísta de las Letras,
del Ministerio de la Cultura. Ha participado en recitales regionales
en Maracaibo, Portuguesa y Táchira; en el I Encuentro Nacional
de Poetas Liceístas y en el III Festival Mundial de poesía. Forma
parte de la primera antología liceísta Nuevas voces en la mirada
del mañana.

JUAN JOSÉ GUERRERO PÉREZ


Médico urólogo guatemalteco (1954), cursó estudios en la
Universidad de San Carlos de Guatemala y en la Pontificia
Universidad Católica de Río de Janeiro, Brasil. Al ejercicio de la
Medicina, la docencia y la investigación científica, suma una
intensa actividad literaria, en la que destacan títulos como La
fenomenología religiosa en la obra El Señor Presidente de Miguel
Ángel Asturias; Qué es ser latinoamericano. Una aproximación a tra-
vés de la conciencia social de los pueblos; Los tentáculos de Santa
Gertrudis (novela histórica); Pócimas y Sacramentos. Cosas de
curas, médicos y otros cuentos y Poemas de Teología que son también
de protesta, entre otros, que le han merecido el reconocimiento
nacional e internacional, entre ellos el Premio Internacional de
Ensayo Mariano Picón Salas, otorgado a su libro La Canción
Protesta Latinoamericana y la Teología de la Liberación. Estudio de
género musical y análisis de vínculo sociopolítico y religioso, del cual
ofrecemos aquí un fragmento.

ANTONIO ISEA
Ensayista y crítico literario, nació en Maracaibo en 1964. Tiene
Maestría y Doctorado en la Florida State University (Tallase, USA).
En la actualidad es profesor de Literatura Latinoamericana en la
Western Michigan University.

RNC 306
MIGUEL JAMES
Poeta, narrador y artista plástico nacido en Trinidad en 1953,
reside en Venezuela desde los seis años. Ha publicado, entre
otros, los poemarios Mi novia Itala come flores (1988), Albanela,
Tuttiffruti, Blanca y las otras (1990), La casa caramelo de la bruja
(1993); Nena, quiero ser tu hombre y otras confesiones (1996), Para
ella es mi canción (2000); Oda a Naomi (2003) y Kentakes (2003).
Recibió mención en el premio de poesía Rafael Bolívar Coronado
de la Bienal de la Casa de la Cultura de Maracay en 1994.

JULIETA JIMÉNEZ
Psicopedagoga y narradora nacida Caracas en 1975, ha participa-
do en talleres literarios del Icrea, Monte Ávila Editores y Fundación
Celarg.

FRANÇOIS MIGEOT
Poeta y traductor francés, actualmente ejerce como docente
investigador en la Universidad de Franche-Comté, después de
haber ocupado un puesto similar por varios años en Japón.
Especializado en didáctica de la literatura y análisis del texto lite-
rario, su obra ha obtenido los premios Ilarie Voronca (ville de
Rodez, 1993) y Grand Prix universitaire de la Nouvelle (Academia
de Bourgogne 2000). Traductor de poesía, sobre todo latinoame-
ricana, fue cofundador del Correo del Orinoco, asociación para el
estudio de los horizontes culturales y las disciplinas artísticas.

EDGARDO MALASPINA
Doctorado en Medicina en Moscú, nació en Las Mercedes del Llano
(Edo. Guárico) en 1948. Crítico de arte, poeta y articulista, ha
publicado estudios, monografías y ensayos entre los que destacan
Del socialismo a la Perestroika (1992), Retazos breves: semblanzas de

RNC 307
Las Mercedes del Llano (1995), Literatura y Medicina (1998), La ética
en el arte y otros ensayos (1998) y La estética en el arte (1999).

TULIO MONSALVE
Consultor gerencial, profesor e investigador. Cursó estudios de
Psicología Industrial en la UCV, en Harvard University y la
Sorbona de París. Ha ejercido cargos gerenciales en diversas ins-
tituciones nacionales e internacionales. Actualmente es Director
General de la Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos.

ESTEBAN EMILIO MOSONYI


Ensayista, Antropólogo venezolano nacido en Hungría, Budapest,
en 1939. Master en Lingüística, Doctor en Ciencias Sociales, pro-
fesor titular de la UCV, Asesor de la Coordinación Intercultural
de Salud con Pueblos Indígenas (Cispi) del Ministerio de Salud
y Desarrollo Social. Entre sus numerosos libros publicados, figu-
ran Morfología del verbo yaruro (1966); El habla de Caracas
(1971); El indígena venezolano en pos de su liberación definitiva
(1975); Identidad nacional y culturas populares (1982); Población
indígena actual de Venezuela (1986) y Nuestros idiomas merecen vivir
(1997). Miembro fundador del Grupo Barbados de Lucha contra
el Genocidio y Etnocidio, ha recibido el Premio Nacional de
Humanidades Conac (2000) y la Orden Andrés Bello en su
Primera Clase (2001).

ALISON OUTERBRIDGE
Periodista nacida en Estados Unidos en 1967 y formada en
Panamá. En 1990 produce El Panameñito, el único periódico de
niños para niños. En 2002 contrae matrimonio con Cesare Arno
Fascio y se radica en Venezuela, donde nacen sus dos hijos.

RNC 308
Forma parte del taller de Escritura Creativa del Celarg 2005-
2006. Actualmente está radicada en República Dominicana,
donde finaliza su primera novela El hombre colgado.

RAMON ANSELMO RENGIFO AVENDAÑO


Especialista en Sistemas de Información en el área bancaria. Ha
realizado actividades como fotógrafo y colaborador en periódicos
y radios comunitarias. En el Taller de Escritura Creativa del
Celarg exploró otras regiones del suspenso narrativo mediante la
incorporación de referentes y técnicas extratextuales.

IVONNE RIVAS
Investigadora, docente y gerente cultural en el campo de la lite-
ratura, tradición oral, artes visuales, animación socio-cultural.
Realizó estudios de postgrado en Literatura Latinoamericana y
especialización en Tradición Oral y Gerencia Cultural. Durante
cuatro años registró in situ, investigó e interpretó diversas expre-
siones de las culturas orales amerindias del territorio venezolano.
Resultado de ese trabajo son las publicaciones El dueño de la luz,
(versión mito warao, Ed. Ekaré, Caracas, 1997) y Cómo surgió
el día y la noche versión mito Yukpa (Alfadil Ediciones y
Comala.Com, Caracas, 2005), entre otros. Dirigió en 1997, la
Cátedra de Estudios Latinoamericanos Andrés Bello en The
University of West Indies, Barbados.

REYNA RIVAS
Poeta y cuentista nacida en Falcón en 1922. Egresada del
Instituto Pedagógico de Caracas, cursó además estudios de
Música en la Escuela Superior de Caracas, Filosofía e Idiomas en
la Universidad de la Sorbona y Arte Moderno en la Escuela del
Louvre, en París. Autora de una extensa obra poética y narrativa,

RNC 309
en la que destacan títulos como Huéspedes de la memoria, A la ori-
lla del tiempo e Infinitos verbales (2002). Es reconocida estudiosa de
la obra de la filósofa y poeta española María Zambrano.

NÉSTOR ROJAS MAVARES


Periodista y narrador, ha ejercido como corresponsal en la Agencia
Alemana de Prensa (DPA) y United Press International (UPI).
Recibió el Premio de Autores Inéditos de Monte Avila Editores
2006, en la mención Narrativa.

DANIEL TORRES
Egresado en Letras en la UCV, nació en Caracas en 1981. Ha par-
ticipado en diversos talleres literarios. Trabaja en el Servicio de
Atención al Público de la Biblioteca Isaac J. Pardo del Celarg.

ANTONIO TRUJILLO
Artesano y poeta, cronista de San Antonio de los Altos, estado
Miranda, donde nació en 1954. Director de la revista literaria
Trapos y Helechos, ha publicado los poemarios De cuando vivían los
pájaros, Vientre de árboles, Taller de cedro, Alto de las yeguas
(Premio Municipal de Literatura Mención Poesía. Alcaldía
Libertador 2002), Blanco de orilla y Unos árboles después (Premio
Bienal de Poesía Ramón Palomares y 2º premio concurso
Centenario de Emeterio Gutiérrez Arvelo en Tenerife, Islas
Canarias, 2005). También es autor de un cuaderno de Historia
regional, publicado por la Dirección de Cultura del Estado
Miranda (1992) y de Testimonios de la niebla, voces de los altos
mirandinos (Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2000).

RNC 310
ANTONIO URDANETA
Poeta, ensayista, crítico literario, nació en Barquisimeto, estado
Lara, 1947, donde fue cofundador de la revista Job y formó parte
del grupo Tonel. Ha sido colaborador permanente del Papel
Literario de El Nacional e investigador del Museo de Barquisimeto
y la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello de Caracas.

MARISA VANNINI
Nació en Florencia, Italia, en 1928 y reside en Venezuela desde
1948. Doctora en Filología Moderna por la Universidad de
Bologna (1963), ensayista, poeta, crítico literario y traductora. Es
autora de una extensa obra en la que destacan títulos como La
Ifigenia de Teresa de la Parra y la influencia francesa (1963), Italia y
los italianos en la historia y la cultura de Venezuela (1966, 1980),
Poesía venezolana en italiano (1965), Castillos de arena (novela
para adolescentes) (1979) y El mundo mágico de los yukpa (2001),
entre otros. Ha recibido los premios Municipal de Literatura men-
ción Investigación Social (1983) y Nacional de Literatura Infantil
Miguel Vicente Pata Caliente.

RNC 311
Diseño gráfico
Clementina Cortés
Portada
John Moore
Diagramación
Ana Beatriz Martínez
Impresión
Ediciones Anauco
Esta revista se terminó de imprimir
en el mes de diciembre de 2006
en los talleres de Ediciones Anauco,
Caracas, Venezuela. En su diseño se utilizaron
las familias tipográficas Futura y Berkeley.
En su impresión se usó papel Saima Ivore de 60 gramos.
La edición consta de 5.000 ejemplares.

You might also like