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BAJO LAS ESTRELLAS

Adriana Cabrera

En la cima, bajo el pulso azul de las estrellas, la joven Malinalli apretaba al niño contra su
pecho. Su hermano era un pequeño bulto en reposo, ajeno a la masa resonante de su cora-
zón. Hubiera sido una buena noche para contemplar la ciudad desde arriba. Era hermosa,
como una dama arruinada. Luces moribundas bordeaban la colosal avenida principal, cru-
zada regularmente por los drones de vigilancia.
Malinalli se preguntó cómo las mujeres-sombra los evadían.
Había corrido rápida como conejo por los túneles, hasta los baldíos que circundaban la
antigua pirámide de gobierno, con la esperanza puesta en las enseñanzas que la chamana
le había repetido miles de veces junto a la hoguera: “Cerca del sol, Malinalli, cerca de la
luna. Las mujeres-sombra se destejen bajo su luz”. Ahora se lamentaba por haberse dis-
traído tontamente con las picadas de mosquito, con el hambre… Descubrió que recordaba
poco.
Repasó: las mujeres sombra necesitan beber sangre para tejer su cuerpo; se arrastran para
desplazarse; la luz las desteje…
Confunden la visión… y los recuerdos.
Sintió un tirón fofo. Y también sintió flojas las extremidades, casi placenteramente laxas.
El niño dormía blando. Flácido.
La mujer-sombra lo acunó y emitió un silbido apagado.
Las leyendas hablaban de monstruos. Esta mujer era hermosa.
Palpó suavemente con sus dedos de humo la cabeza del bebé. Allí, donde notó la blandura,
clavó delicadamente los colmillos.
Con amoroso tacto.

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