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Este quinto domingo de Cuaresma, nos hace caer

en la cuenta del camino recorrido. Estamos en el


umbral de la Semana santa, finalizando ya el
camino de preparación a la Pascua, fiesta que nos
posibilita vivir el encuentro con el Señor
Resucitado. Pero antes, necesitamos comprender y
asumir lo que Jesús quiere enseñarnos con la
imagen del grano de trigo, que sólo cuando es
sembrado en tierra y muere, llega dar fruto.

Sin embargo, todas y todos sabemos que el grano


de trigo cae en tierra y muere sin esfuerzo; por el
contrario, cada una y cada uno de nosotros
estamos llamados a morir a la mujer vieja, al
hombre viejo que llevamos dentro y que se oculta
detrás de infinitas máscaras, siendo la más sutil la
del egoísmo en todas su variantes.

El evangelio de Juan nos cuestiona seriamente con


esta llamada: “Si las semillas somos cada una y
cada uno de nosotros, ¿a qué debemos
morir?”
-Por la comunidad de Jesús, llamada a servir dando vida,
para que, en cada una y cada uno de nosotros, sea
portadora de esperanzas, en medio de tanta desesperanza.
OREMOS.

- Para que en este tiempo de cuaresma, y confiando en el


amor compasivo de Jesús, logremos discernir y poner
nombre a todas las cadenas que nos atan a una vida sin
sentido, cómoda y falta de compromiso. OREMOS.

- Por la paz en el mundo, por todas las personas que viven


experiencias de sufrimiento a causa de la enfermedad, la
injusticia, el hambre, la falta de trabajo, la violencia y la
soledad, para que Jesús se les haga misericordiosamente
cercano y les comunique fuerza y esperanza. OREMOS.

- Por nuestra sociedad, por los graves problemas que


estamos atravesando en nuestros países; por la clase
política, para que se dedique a gobernar con honradez en
favor de todas y de todos, especialmente en los sectores de
población más castigados por la economía. OREMOS.

Por nuestras familias, por nuestras ancianas y ancianos,


por los enfermos y por quienes necesitan de nuestra
compañía, para que nos encuentren cercanas y cercanos a
su necesidad. OREMOS.
Hoy me adhiero, Señor, al grupo quienes quieren verte

-saludarte, presentarse, escucharte, hablarte...-.

Como a aquellos griegos, curiosos e inquietos,

que acudieron a Felipe para conocerte,

también a mí me has tocado

abriéndome el horizonte con tu presencia,

con tu mirada, con tu mensaje.

Pero, ¿quién me acercará hasta ti?

¿Quién me llevará a tu presencia?

¿Quién me ayudará a superar las murallas

-culturales, religiosas, personales- que nos separan y me retienen?

¿Quién mediará para que se dé nuestro encuentro?

¿Quién se hará cargo de este deseo

que surge de lo más hondo de mi ser

y que me acompaña noche y día:

el deseo de querer conocerte, verte, mirarte…?

¿Quién será?

¿Instituciones religiosas, personas religiosas, leyes, normas,


discursos…?

Entre tus seguidoras y seguidores siempre hubo,


y sigue habiendo hoy, personas cercanas y humildes,

con los pies en la tierra y los ojos fijos en ti;

hermanas y hermanos sin ambiciones;

gente anónima que entrega silenciosamente la vida

a los empobrecidos, despojados hasta de su ser;

creyentes que se siembran sin miedo a al anonimato;

mujeres y hombres que gozan al estar junto a ti...

¡Ojalá tenga la suerte de toparme con ellas y ellos hoy,

donde sea y como sea: aquí o en casa,

en los caminos o en las plazas, ...o en la periferia de la historia,

tan olvidada y arrinconada, pero que tanto te preocupa a ti

y a quienes hoy siguen tus huellas!

¡Que llegue para mí esa esa hora para estar

en tu compañía, Jesús!

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