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Cuando Diego despertó, supo que no tenía ganas de ir a la escuela. Había tenido el peor
sueño de su vida: entraba al aula en calzoncillos y Analía se moría de la risa. Al llegar con
los ojos semi pegados de sueño, despeinado y encima sin el guardapolvo, sus compañeros
Así que Diego esa mañana no quería ir a la escuela. Pero como sabía que su mamá no lo
dejaría faltar, se aseguró de lavarse la cara y despegarse los ojos, peinarse el flequillo, y
abrocharse el pantalón. Ahora sí estaba seguro de que nadie se reiría de él. Mucho menos
Analía.
Cuando pasó la hora de biología, se alivió. Ya se había olvidado del mal sueño. Mientras
sonaba el timbre del recreo, se puso a pensar en lo que decía su mamá. “Ese susto fue por
haber comido el alfajor a escondidas”. Ella le decía que iba a tener pesadillas, porque
Diego había salido tan distraído al recreo que no se dio cuenta de que la puerta del aula
estaba cerrada. ¡Pum! Todos los chicos que venían detrás lo vieron chocarse. Y caerse de
cola al piso.
Las cabezas de sus compañeros daban vueltas a su alrededor como pajaritos de dibujo
animado. Era la misma vergüenza que en su sueño. Los cachetes le hervían y por cada risa,
le daba un mareo. Se armó tanto alboroto, que se acercaron los otros chicos. Entre ellos,
Analía.
Diego sintió que era mejor desmayarse… En cámara lenta se acercaban las trenzas de
Pero esa cara redonda y llena de pecas, con olorcito a chicle de uva, se le acercó y le estiró
la mano. A Diego ya no se le ocurría otra vergüenza peor que esa; así que extendió entre
Pero Analía lo levantó de un salto y lo acompañó hasta el baño para que se pusiera agua
fría. Fue cuando salió que ella le sostuvo la pera, suspiró inflando sus cachetes y con ese
Pola