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Frasco de luz

Zoe metió el último bichito de luz en el frasco y lo cerró. Le hizo unos agujeros

diminutos para que pudiesen respirar. Lo agitó despacio así movieran las colas y

de a poco fuesen haciendo dibujos de luz.

Con la figura reflejada del mar, Zoe le dio un mordisco a la luna. Cuando apareció

una ola, de esas rasposas con espuma, sorbió a la noche desde el pico de una

botella que traía un mensaje y quedó anclada entre dos piedras musgosas. Ya

cuando los bichitos de luz titilaban para iluminar otra imagen, Zoe se había

acomodado junto a un mejillón.

Pudo ver llegar al barco. Se veía cerca y lejos a la vez, apoyado en la línea en que

la noche se come al mar. Y viceversa.

Zoe guardó un pestañeo para despedirlo. Comenzó a respirar en frío mientras que

un vaivén de cuna la acercaba a su encuentro. El silencio seco en los oídos

traspasó ecos de profundidad. Tironeada, hundió el brillo verde que la acobijaba.

Dejó recuerdos en frascos, noches de luz y bichitos de cristal.

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