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Breviario de Bioética Intramed 2010

Unidad II

UNIDAD II. El Principialismo

I. Los Principios prima facie


II. El Principio de No-maleficencia
III. El Principio de Beneficencia
IV. El Principio de Justicia distributiva
V. El Principio de Autonomía
VI. Un texto para continuar con la lectura

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Breviario de Bioética Intramed 2010
Unidad II

UNIDAD II. El Principialismo

I. Los Principios prima facie

Tomar decisiones morales es siempre una tarea difícil y agotadora. Las


discusiones abstractas sobre variados temas no logran a menudo reflejar los
sentimientos de falta de certeza y duda que son característicos cuando
debemos decidir o juzgar si alguien hizo lo correcto.

No existen procesos mecánicos ni algoritmos que puedan ser


aplicados a las situaciones de incertidumbre moral; y tampoco
existen (¡por suerte!!) programas de computación que nos
brinden la respuesta apropiada con sólo ingresarles la
información relevante.

Las teorías éticas examinadas hasta el momento, el Deontologismo y el


Utilitarismo, partían de principios únicos que deben ser respetados sí o sí, ya
sea el deber o el de mayor utilidad para el mayor número de seres.
Sin embargo, a menudo la toma de decisión, en un contexto dado, no puede
resolverse a partir de un único principio, sea éste obedecer la ley moral o bien
producir el mayor número de consecuencias positivas.

Un filósofo inglés de comienzos del siglo XX, David Ross, ideó la noción de
principios o deberes u obligaciones prima facie, y con esta expresión aludió a la
idea de que una norma (principios, deberes u obligaciones) ordena, en primera
instancia, prima facie, siempre y cuando no sea desplazada, en un contexto
dado, por otra norma.
La importancia de Ross y sus normas prima facie radica en que el abordaje más
reconocido de la Bioética, el Principialismo de Beauchamp y Childress, retomó
este tipo de normas no absolutas y las aplicó al campo de la atención sanitaria.

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Por supuesto, ante obligaciones en conflicto, se ha de establecer qué norma es
la más importante en un contexto dado.
Para decidir qué norma debe prevalecer, puede recurrirse al método que
mencionaremos a continuación.

El método del Equilibrio reflexivo

Este método propone que, toda vez que aparecen deberes y


obligaciones en conflicto, se deben "ponderar" las normas que fundan
esos deberes y obligaciones (o sea, los principios, las reglas y los derechos
en juego). Ponderar es un método o estrategia que consiste en deliberar y
calcular la importancia relativa de las normas en una determinada situación.
Las normas así ponderadas son prima facie.

Y una norma prima facie implica que la obligación debe cumplirse,


salvo si entra en conflicto con otra norma de igual o mayor magnitud. En
ese caso se ponderan ambas normas, se decide cuál de las normas en
conflicto tiene más peso de acuerdo con las circunstancias, esto es, cuál de
ellas desplaza a la otra.

Vamos a enunciar, a continuación, los cuatro principios de este abordaje


moral, el Principialismo (sus mismos autores niegan que sea una “teoría” moral)
que acompaña al nacimiento de la Bioética como disciplina. Esos principios
fueron recogidos y sistematizados por Tom Beauchamp y James Childress en su
célebre obra, Principios de ética biomédica.

El Principio de No-maleficencia
El Principio de Beneficencia
El Principio de Justicia distributiva
El Principio de Autonomía

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Adviértase, una vez más, que en el marco de este abordaje, los


deberes y las obligaciones no son absolutos, esto es, simples, unívocos, y
aplicables en todos los casos sin excepción. Si ese fuera el caso, no habría
dilemas morales. Pero que los hay, los hay: Si debo robar un medicamento
para salvar la vida de una persona gravemente enferma parecería ser que
debería ser liberado de toda culpa y cargo!!

Si bien en ciertos casos puede decirse que es evidente que deben realizarse
cierta clase de acciones, de modo que resultan obligatorias (en el ejemplo
citado, no robar), esto es así siempre y cuando no aparezcan obligaciones
contrarias (en el mismo ejemplo, salvar una vida).

No obstante, adviértase que los cuatro principios no tienen un orden


jerárquico preestablecido, en primera instancia, ninguno es más importante
que los otros. En un conflicto moral, cuando apelamos a principios para
saber qué decisión tomar, un principio seguramente va a desplazar a los
otros. Así pues, el orden ha de establecerse a partir de la situación dada.

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II. El Principio de No-maleficencia

“Primero que nada, no dañar” es quizás la más famosa y la más


citada máxima moral en medicina. Esta máxima moral captura de manera
sencilla y sintética lo que universalmente se considera un deber irrevocable de
quienes tienen que atender a pacientes a su cargo.

Cuando trata a un paciente, el profesional sanitario debe ser lo


suficientemente cuidadoso como para siempre evitar aquello que cause
un daño a su paciente.

Esta máxima es una expresión de lo que en ética se conoce como el


principio de no-maleficencia. Este principio puede ser formulado de diversas
maneras, por ejemplo: debemos actuar de modo que nuestros actos no
causen a otros un daño innecesario.

Supongamos que un cirujano, durante una operación, daña intencionalmente


un músculo de un paciente a sabiendas de que, con su acto, provocará una
parálisis; el cirujano es culpable de maleficencia y es moralmente (y
legalmente) responsable de su acto.

El principio puede también ser violado incluso cuando no exista


malicia o intención de daño. Una enfermera que, por negligencia,
le suministra a un paciente el medicamento equivocado y causa
lesiones severas en dicho paciente, puede no haber tenido ninguna
intención de causarle un daño. Sin embargo, la enfermera fue
negligente en sus acciones y falló en proveer los cuidados necesarios
al paciente faltando a sus responsabilidades. Sus acciones resultaron en un
daño a su paciente que podría haber sido evitado.

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En contrapartida, el deber impuesto por el principio de no-maleficencia


no nos obliga a lograr lo imposible

♦ Somos conscientes de que no podemos esperar la perfección en la


práctica de la medicina.
♦ Sabemos que a menudo los resultados de algunos tratamientos son
inciertos y que a veces causan más daño que beneficio.
♦ Sabemos que el conocimiento que poseemos de las enfermedades es
sólo parcial y que las decisiones relacionadas con el diagnóstico y el tratamiento
a menudo requieren de nuestras decisiones, y no tenemos ninguna garantía de
que estamos eligiendo lo correcto.

Es notorio que no es posible hacer responsables a los profesionales de


la salud por cada muerte o daño que se producen entre sus pacientes.

Sin embargo, podemos esperar de los médicos y de otros profesionales


sanitarios –enfermeros, paramédicos, psicólogos, cuidadores formales y otros-
que se sujeten a estándares razonables de responsabilidad. Por su
profesión misma, podemos esperar que sean cautelosos, diligentes, pacientes y
reflexivos. Podemos esperar que presten atención a lo que hacen y que
deliberen acerca de si ciertos procedimientos deben o no deben ser llevados a
cabo.

Estos estándares de cuidado sanitario se conectan, en ciertos aspectos, con


temas fácticos como el estado actual de las profesiones
sanitarias y la formación y el entrenamiento de los
profesionales. Por ejemplo, en las décadas de 1920 y 1930, no
era inusual que un médico clínico llevara a cabo complejas

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cirugías, en particular si se desempeñaba en un área rural. De no prestar ese
servicio, sus pacientes habrían muerto. Y es claro que, al actuar de este modo,
no podía ser acusado de maleficente.

Sin embargo, la medicina ha cambiado significativamente desde ese


entonces, por lo cual lo que consideramos razonable y esperable se ha
modificado.

Hoy en día un médico clínico que no tiene entrenamiento especial ni


certificación para realizar una cirugía, pese a lo cual el médico opera a un
paciente, puede ser acusado de maleficencia.

Los estándares en cirugía son hoy en día más altos y más exactos de
lo que solían ser, por lo cual el médico clínico que decide operar somete a sus
pacientes a un riesgo innecesario. Es claro que los intereses de los pacientes
serían mejor atendidos si un cirujano realizara la operación. Estos cambios
prueban que el surgimiento y consideración de las cuestiones éticas dependen,
en cierta medida, del contexto.

Es importante señalar que el principio de no maleficencia no requiere


que los médicos eviten todo riesgo a sus pacientes. Virtualmente casi
toda forma de obtener un diagnóstico implica un riesgo mayor o menor para el
paciente y, para poder atenderlo, el médico debe someterlo algunas veces a
dicho riesgo.

Si un médico suministra antibióticos a un paciente enfermo y éste sufre


una reacción a la droga a la que no sabía que era alérgico, el médico no
puede ser considerado moralmente responsable.

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En efecto, el principio de no-maleficencia nos indica que debemos evitar
los riesgos innecesarios y, cuando el riesgo es necesario para el diagnóstico o
tratamiento, se debe intentar minimizar el riesgo tanto como sea posible. Un
médico que ordena una punción lumbar a un paciente que se queja de dolor de
cabeza no está actuando apropiadamente; por el contrario, el médico que
ordena una punción al paciente que se queja de dolores de
cabeza reiterados, fiebre, poca movilidad en el cuello y otros
signos clínicos, está actuando apropiadamente. El riesgo es el
mismo en ambos casos, pero sólo está justificado en el
segundo de ellos.

¡Vayamos, ahora, al segundo de los principios!!

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III. El Principio de Beneficencia

“Frente a las enfermedades debe hacerse una de dos cosas:


ayudar o al menos no causar daño”.
Esta directiva de los escritos hipocráticos señala que el profesional
sanitario tiene dos deberes. El segundo (no dañar) lo analizamos anteriormente
en relación con el Principio de No-maleficencia. El primero de ellos (ayudar) lo
analizaremos ahora en relación con el Principio de Beneficencia.
Al igual que el principio anterior, el Principio de Beneficencia
puede ser formulado de diversos modos. Uno de ellos sostiene:
deberíamos actuar de modo de promover el bienestar de
otras personas. Esto es, deberíamos ayudar a otras personas
siempre que sea posible.

Sin embargo, por obvio que parezca este deseo prudencial, algunos
filósofos han expresado dudas acerca de si siempre y en todos los casos
tenemos el deber de ayudar a otros…

Ciertamente tenemos el deber de no causar daño a las personas, pero no


parece haber muchos argumentos para defender la idea de que debemos
promover a ultranza su bienestar.

Deberíamos ser felicitados si lo hacemos, pero no se nos puede culpar


si no lo hacemos. Desde esta perspectiva, ciertas acciones en nuestra vida
diaria suelen quedar fuera del espectro del deber y, de realizarse, pasan a ser
acciones heroicas.
Por ejemplo, si veo a alguien que se está ahogando, tengo el deber de
llamar a gritos al guardavida, pero no tengo el deber de arrojarme al mar a
salvar esa vida en peligro. Si lo hago, puedo ser calificado de héroe, pero no es
mi obligación hacerlo.

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Sin embargo, la naturaleza de la relación entre el


profesional sanitario y el paciente confiere un sentido distintivo al
Principio de Beneficencia.
Las acciones de beneficencia (entendida ésta no en su
sentido filantrópico, sino como principio ético propio del campo de
la salud) se encuentran entre las obligaciones que no pueden ser
omitidas por parte del profesional de la salud. En el marco de la relación
profesional sanitario-paciente, un profesional sanitario que no actúa en
beneficio de su paciente, no está actuando con profesionalidad.

¿Qué actos conformes al Principio de Beneficencia son propios del rol del
médico u otro profesional de la salud?
Éste es un tema delicado. En la práctica reconocemos que existen límites
aún para aquellos que han elegido una carrera que involucra ayudar a los otros.
No esperamos que los profesionales sanitarios se sacrifiquen altruistamente y
consagren su vida a su actividad, sacrificando sus intereses y su bienestar en
beneficio exclusivo de sus pacientes. No sostenemos que su
deber involucre una devoción total.

Al mismo tiempo, poco se puede alabar de un


profesional sanitario que antepone siempre su propio interés al
interés de sus pacientes, quien nunca realiza un sacrificio en
pos de los demás.

Parece haber, entonces, estándares de Beneficencia:

• Obviamente esperamos que los profesionales sanitarios


suministren tratamientos adecuados a sus pacientes.
• Esperamos que los profesionales sanitarios ayuden a sus
pacientes.

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• Esperamos que los profesionales sanitarios estén preparados para
realizar sacrificios razonables por el bien de sus pacientes.

Veamos un caso:
Si a un cirujano se le avisa que su paciente recién operado comenzó a sangrar,
esperamos que el cirujano cancele sus planes de salir a cenar o asistir a un
concierto. Hacerlo es un deber razonable que impone el Principio de
Beneficencia.

Es difícil señalar exactamente qué tareas son requeridas por el Principio


de Beneficencia. Aun si nos limitáramos al contexto clínico, hay demasiadas
maneras de promover el bienestar de una persona y demasiadas circunstancias
para considerar, lo que haría imposible detallar un catálogo de acciones
apropiadas. Sin embargo, el catálogo no es necesario. La mayoría de las
personas a menudo tiene idea de lo que es razonable y de lo que no.

Adviértase que los principios exceden la práctica profesional


en el nivel “micro” y alcanza a la Salud Pública. Los principios de No-
maleficencia y de Beneficencia imponen a la vez deberes
sociales. En términos generales, esperamos que la sociedad tome
medidas para promover la salud y la seguridad de sus ciudadanos.

Durante el siglo XIX se realizaron grandes avances en el campo de la salud


gracias a que las sociedades reconocieron la responsabilidad de
intentar evitar las enfermedades y contagios. Se crearon plantas de
tratamiento de aguas, programas de inmunización y restricciones de
cuarentena. Estos programas y otros han continuado y aumentado hasta el día
de hoy.

¡Examinemos, ahora, otro de los principios!!

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lV. El Principio de Justicia distributiva

Podemos esperar (y pedir) ser tratados de manera justa en nuestras


relaciones con personas e instituciones. Si nuestra obra social nos cubre 15 días
de internación, esperamos poder pasar ese tiempo internados, de ser
necesario.
Si llegamos a una guardia con una fractura, esperamos que se nos
atienda antes que a la persona que llegó 10 minutos más tarde
que nosotros, con el mismo brazo fracturado.
¡Pero no siempre ser tratados de manera justa nos juega a
favor!!
A pesar de que nos gustaría poder ahorrar todo el dinero
que ganamos, debemos pagar impuestos. Si estamos en la guardia con el brazo
fracturado e ingresa de urgencia una persona sangrando profusamente,
reconocemos que él necesita que lo atiendan antes que a nosotros.

La Justicia distributiva regula los problemas de distribución social de


beneficios y cargas, tales como son los servicios médicos, los seguros de
desempleo, los impuestos, etc.

En la ética de las profesiones sanitarias, la


distribución de recursos, siempre escasos, es un
tema actual de debate. En muchas sociedades
todavía se discute
◊ ¿Tienen derecho todos en la sociedad a recibir tratamiento
independientemente de si pueden pagarlo o no?
Si fuera así el caso
◊ ¿tienen derecho todos los miembros de la sociedad a recibir la misma
cantidad y/o calidad en el tratamiento?

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Las teorías filosóficas de justicia intentan resolver cuestiones de


justicia distributiva proveyendo un listado de rasgos de
individuos y sociedades que justificarían que hagamos ciertas
distinciones en el modo de distribuir cargas y beneficios,
fundando esas distinciones en una base racional y moral.
Esperamos que las teorías de justicia nos brinden dicha base.

Como hemos visto, las teorías de justicia difieren significativamente entre


sí, pero en la base de las teorías yace un principio general que sostiene que
“casos similares deben ser tratados de modo similar”. Este principio
expresa la noción de que la justicia involucra un trato justo.

Por ejemplo, es injusto poner una calificación diferente a dos estudiantes que
respondieron correctamente a la misma cantidad de preguntas de un
cuestionario de respuestas múltiples. Si dos casos son iguales es arbitrario o
irracional tratarlos de modo diferente.

Este principio general de justicia es llamado el principio formal de


justicia porque, de manera semejante a una oración con espacios en blanco,
debe ser llenado con información. En especial, debemos
determinar qué factores o rasgos deben considerarse
relevantes al decidir si dos casos son similares.

Pero además de contemplar este principio formal, las


teorías de justicia distributiva presentan principios materiales de justicia.
Ofrecen argumentos para mostrar por qué ciertos rasgos deberían ser
considerados relevantes al decidir si dos casos son similares.

Los principios materiales nos sirven para determinar si determinadas


prácticas, leyes o políticas públicas pueden ser consideradas justas, además de

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emplearse como guías de acción o marcos de leyes o políticas y para desarrollar
una sociedad justa.

Los argumentos a favor de teorías particulares de justicia exceden


nuestra posibilidad de desarrollarlos. Sin embargo, es útil mencionar cuatro
principios sustantivos valiosos:

● el principio de igualdad (todas las cargas y beneficios deben ser


distribuidos de modo igual)
●el principio de necesidad (si los bienes son distribuidos según las
necesidades personales, aquellos que tengan mayores necesidades recibirán
mayores beneficios)
● el principio de contribución (cada uno debería recibir los bienes
acorde a su aporte productivo)
● el principio del esfuerzo (el grado de esfuerzo realizado por un
individuo debería determinar la porción de bienes recibidos).

Los principios dirigen la distribución tanto de las cargas (esto es,


impuestos, servicios públicos, etc.) como de los beneficios.
En gran medida, las diferencias entre estos cuatro
principios materiales de justicia ayudan a explicarnos los
desacuerdos presentes en nuestra sociedad acerca de cómo
deberían distribuirse los bienes sociales, tales como los ingresos,
la educación, la atención sanitaria.

El interrogante básico que responde cada principio es


¿Quién tiene derecho a qué proporción de los bienes sociales?

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Cada principio tiene sus fallas, pero esto no significa que no puedan ser
superadas. Una teoría completa de la justicia no necesita estar limitada en el
número de principios que acepta.

¡Vayamos, ahora, al cuarto y último de los Principios de la Bioética!!

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V. El Principio de Autonomía

El principio de autonomía puede ser formulado de la siguiente manera:


debería permitirse la autodeterminación a los individuos racionales. De acuerdo
con esta formulación, actuamos de modo autónomo cuando nuestras acciones
son el resultado de nuestras elecciones y decisiones.

La autonomía se encuentra asociada con el estatus que adscribimos a los


seres racionales como personas en un sentido moral. Estamos
comprometidos con la noción de que las personas están, por su propia
naturaleza, calificadas para decidir qué hace a sus mejores intereses. Esto es
porque, en palabras de Kant, son fines en sí mismos y no
medios para los fines de otros. Por lo tanto, poseen un valor
propio y es una obligación para los otros, respetar dicho valor y
evitar tratarlos como si fueran objetos del mundo.

Un reconocimiento de la autonomía es un reconocimiento de ese valor


inherente y una violación de la autonomía es una violación del concepto de
persona.

Limitar o denegar a alguien su derecho a la Autonomía es tratarlo sin


considerar su categoría de persona

La autonomía es importante no sólo porque es condición de la


responsabilidad moral, sino porque es a través de ella que los individuos
construyen sus vidas. Muchas veces no estamos de acuerdo con el modo en
que otros conducen sus vidas. Observamos, por ejemplo,
muchísimas personas que desperdician sus talentos. Sin embargo,
como suele decirse, “es su vida”. Reconocemos que las personas

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tienen derecho a hacer de sus vidas lo que ellas quieren, y que sería incorrecto
de nuestra parte tratar de controlar sus vidas y manejar sus acciones, aun si
pudiéramos hacerlo.

Dicho simplemente, actuar autónomamente implica decidir por sí


mismo qué hacer. Por supuesto, las decisiones nunca se realizan fuera de
contexto y las personas y el mundo circundante muchas veces limitan el campo
de acción.

Autonomía y acciones

Consideremos estas situaciones:

♦ Un policía empuja a un manifestante durante una manifestación


♦ Un psiquiatra le advierte a un paciente que permanezca en la cama,
porque en caso de no hacerlo, deberá ser atado a ella
♦ Un guardiacárcel advierte a uno de los presos que, si rechaza donar
sangre, no recibirá alimento alguno por esa noche
♦ Una ley obliga a los empleados de una clínica a someterse a un test de
VIH

En cada una de estas situaciones, una fuerza coactiva real, o bien castigos
potenciales, son empleados para influir en las acciones de los individuos. Todas
involucran alguna forma de coerción utilizada para restringir la libertad de
los individuos a la hora de actuar.

Bajo tales circunstancias, el individuo deja de ser el agente que


realiza la acción como resultado de su elección. La intención
original es reemplazada por la intención de alguien más.

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La autonomía es violada en dichos casos incluso si el individuo deseaba
actuar en la forma en que se lo presiona a hacerlo. Quizás el preso hubiera
donado sangre y quizás algunos empleados hubieran aceptado hacerse el test
de VIH. Sin embargo, el uso de la coerción hace que los deseos y las
intenciones del sujeto sean parcial o totalmente irrelevantes para la concreción
del acto.

Autonomía y toma de decisiones

Autonomía implica ser libre de coerción al tomar decisiones. Para


ello deben existir posibilidades genuinas de elección, una opción forzada no es
una opción real y quien se encuentra obligado a tomar una decisión
determinada, no es libre al hacerlo.

Las decisiones a menudo involucran más que simplemente decir


si o no. Poseer la información relevante es una condición esencial
para poder tomar una decisión autónoma. Ejercitamos nuestra
autonomía sólo cuando tomamos decisiones informadas.

No tiene sentido contar con opciones si las desconocemos y no se puede


decir que estamos guiando nuestras vidas si tomamos decisiones sin conocer la
totalidad de los hechos. Es por eso que la mentira y el engaño limitan la
autonomía.

Si el médico no le comunica a su paciente que sufre de una enfermedad


mortal, éste no va a poder disponer de sus últimos momentos como desearía.
La falta de un dato crucial de la información -que se está muriendo- puede
llevarlo a tomar decisiones diferentes de las que tomaría si lo supiera.

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La información es la clave para preservar la autonomía en casi
todas las situaciones clínicas. A un paciente que no se informa acerca de las
formas alternativas de tratamiento o sus riesgos, se le niega la oportunidad de
decidir sobre su vida en base a sus propios deseos y valores.

Así también, un profesional sanitario que no ofrece a su paciente la


información que éste necesita está restringiendo la autonomía del paciente. El
principio de autonomía requiere del consentimiento informado.

Tomar decisiones por el “bien” de los otros (paternalismo), sin consultar


sus deseos, priva a las personas de su estatus de autónomas.
Por ejemplo, personas que se encuentran al final de sus vidas
pueden preferir que no se tomen medidas heroicas para
reanimarlas, mientras que otras personas pueden desear que
se haga todo lo médicamente posible para mantenerlos con
vida.
Si un profesional sanitario toma esta decisión en nombre del paciente, le
está negando el poder de ejercer la autodeterminación.

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¡Repasemos lo visto hasta el momento en esta unidad!!

 La noción de principio prima facie


 El equilibrio reflexivo
 El Principio de No-maleficencia
 El Principio de Beneficencia y los estándares de Beneficencia
 El Principio de Justicia distributiva y los principios materiales de
Justicia
 El Principio de Autonomía. La Autonomía y las acciones. La toma de
decisiones

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VI. Un texto para continuar con la lectura…

Para todos aquellos que deseen continuar con el concepto de


obligaciones o deberes prima facie, ofrecemos un extracto del texto de
Jonathan Dancy “Una ética de los deberes Prima Facie”, uno de los artículos
reunidos en Compendio de Ética por su compilador, Peter Singer. Dancy
examina la propuesta original de David Ross, retomada por Beauchamp y
Childress en el abordaje del Principialismo.
Es cierto que demanda un esfuerzo especial, pero su lectura nos introducirá
en ricas cuestiones…

Según la concepción clásica, una teoría moral debería


incluir una lista de principios morales básicos, una justificación de cada
elemento de la lista y alguna explicación de cómo deducir más principios
ordinarios de los inicialmente enunciados. El ejemplo obvio es el Utilitarismo
clásico, que nos ofrece un único principio básico, nos dice algo acerca de
por qué debemos aceptar este principio […] y muestra a continuación cómo
deducir de él principios como «no mientas» y «cuida a tus padres» (un
ejemplo que utilizo cada vez más). Si nuestra teoría ofrece más de un
principio básico, también tiene que mostrar cómo aquellos que ofrece
encajan entre sí en conjunto. Esto puede hacerse de diversas maneras.
Podríamos decir directamente que no debería aceptarse ninguno de ellos a
menos que se aceptasen los restantes o, de manera más indirecta, que en
conjunto constituyen una concepción coherente y atractiva de un agente
moral -y por supuesto hay también otras formas.

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La teoría de los deberes prima facie no se parece mucho a esto. En primer


lugar, no supone que unos principios morales sean más básicos que los
demás. En segundo lugar, no sugiere que exista coherencia alguna en la
lista de principios que ofrece. Sin duda es una aportación a la filosofía
moral, pero no es una teoría moral en sentido clásico; afirma que en ética
todo está bastante confuso y no hay mucho lugar para una teoría de ese
tipo. Esto es más bien como sostener que podemos afirmar algo sobre la
naturaleza física del mundo pero que lo que podemos decir no equivale al
tipo de teoría que esperan los físicos. Podemos no encontrar esto muy
excitante y no obstante ser el único tipo de teoría que vamos a obtener,
pues el mundo (moral o físico) no encaja con los deseos de los teóricos.

Para comprender por qué podría ser esto así tenemos que considerar cómo
la defendió W. D. Ross, el creador de la teoría de los deberes prima facie
[…] Ross, que realizó su trabajo principal en la Universidad de Oxford en los
años veinte y treinta, partió de la tesis de que todas las formas de monismo
(la concepción según la cual sólo existe un único principio moral básico) son
falsas. Sólo conocía dos formas de monismo: el kantismo y el Utilitarismo;
así pues, las abordó por turno. Su argumento contra Kant era que el
principio básico de que parte es incoherente. El principio de Kant dice algo
así: «sólo son correctos los actos motivados por el deber». Ross pensó que
esto equivalía a decir que podemos obrar a partir de un motivo
determinado. Pero afirmaba que las únicas cosas que uno puede decir que
debemos hacer son cosas que está en nuestra mano hacer o no hacer. No
podemos elegir los motivos a partir de los cuales vamos a obrar; nuestros
motivos no son cosa nuestra. Podemos elegir lo que haremos pero no por
qué lo haremos. Así, no se nos puede exigir obrar por un motivo particular.
Kant nos exige esto, y por ello debe rechazarse su teoría.
En «La ética kantiana», Onora O'Neill niega que Kant suscriba la tesis que le
atribuye Ross.

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El Utilitarismo fue rechazado por razones algo diferentes. Ross sabía que el
Utilitarismo era sólo una versión de un enfoque más general llamado
consecuencialismo. No suponía que todas las formas de consecuencialismo
debían ser monistas, pues sabía que el Utilitarismo ideal de G. E. Moore era
pluralista (Moore afirmaba que la acción correcta es aquella que maximiza el
bien, pero también afirmaba que existen diferentes tipos de cosas buenas,
como el conocimiento y la experiencia estética). Pero arguyó contra el
consecuencialismo sabiendo que si triunfaba aquí también habría refutado al
Utilitarismo. La argumentación parte de una tesis sencilla, avalada por un
ejemplo. La tesis es que las «personas comunes» piensan que deben hacer
lo que han prometido hacer, no en razón de las (probables) consecuencias
de incumplir sus promesas, sino simplemente porque han prometido. Pero al
pensar de este modo, en modo alguno están considerando sus deberes
morales en términos de consecuencias. Las consecuencias de sus acciones
están en el futuro, pero la gente piensa más acerca del pasado (acerca de
las promesas hechas). El ejemplo es el siguiente: supongamos que usted ha
prometido realizar una tarea sencilla –el coche de su vecino se descompuso
y usted le ha prometido acompañarle a comprar esta mañana un repuesto.
Pero de pronto le surge la oportunidad de hacer algo un poco más valioso
-quizás llevar a otros dos vecinos, que están en un similar apuro, a recibir a
su hija al aeropuerto. Ross sugiere que considerando la cuestión
únicamente en términos de las consecuencias, usted tendría que convenir
en que lo que debía hacer era incumplir su promesa, pues la decepción del
vecino número uno por ser plantado por usted se vería compensada por el
placer de los vecinos dos y tres de no tener que hacer tres transbordos de
autobús para llegar al aeropuerto. Pero con todo, afirma, hay que
contraponer a este equilibrio de consecuencias el hecho de que usted
prometió, y en un caso como éste, este hecho podría invalidar a los demás.
Usted puede pensar que, a pesar del beneficio potencial relativo a las
consecuencias, lo que usted debe hacer es mantener su promesa original.
Por supuesto, no opinaría esto en el caso en que el beneficio obtenido por

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incumplir su promesa fuese mucho mayor, pero eso no prueba que en este
caso el curso de acción correcto sea incumplir su promesa.
Lo que esto muestra es que aunque importan las consecuencias de nuestras
acciones, otras cosas pueden importar también. El consecuencialismo
sencillamente deja de abarcar toda la cuestión. La concepción general de
Ross es que hay tipos de cosas que importan, por lo que no puede
realizarse una lista muy precisa de rasgos significativos desde el punto de
vista moral. Entre las cosas que importan están que uno debe hacer el bien
(ayudar a los demás cuando pueda), que debe fomentar sus talentos, y que
debe tratar justamente a los demás. Quizás todas estas cosas tengan una
importancia que puede entenderse en términos de la diferencia que obrar
de ese modo puede suponer para el mundo (es decir, en términos de las
consecuencias). Pero lo que uno debe hacer puede estar influido también
por otras cosas, por ejemplo por acciones anteriores de diverso orden
(como, en nuestro ejemplo, por su promesa anterior) o por anteriores
acciones de terceras personas, como cuando usted tiene una deuda de
agradecimiento para con alguien por un acto anterior de amabilidad.
Ross expresa esta posición utilizando la idea de deber prima facie. Afirma
que tenemos un deber prima facie de ayudar a los demás, otro de mantener
nuestras promesas, otro de devolver los actos de amabilidad previos y otro
de no defraudar a las personas que confían en nosotros. Lo que quiere decir
con esto es simplemente que estas cosas importan desde el punto de vista
moral; son relevantes respecto a lo que debemos hacer y a si obramos
correctamente al hacer lo que hicimos. Si decidimos mantener una promesa,
nuestra acción es correcta -en tanto en cuanto es correcta- en la medida en
que es un cumplimiento de promesa. Esto es lo que quiere decir Ross
cuando afirma que nuestra acción es un deber prima facie en virtud de ser
un acto de cumplimiento de promesa. Por supuesto, el que sea o no un
cumplimiento de promesa no es la única consideración relevante. Como
hemos visto también importan otras cosas; expresamos esto diciendo que
tenemos también otros deberes prima facie, por ejemplo el deber prima

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facie de aumentar el bienestar de los demás (el deber prima facie de hacer
el bien). Y estos otros deberes prima facie pueden importar más en el caso
en cuestión. De antemano no podemos determinar qué deber prima facie
relevante importará más en la situación a que nos enfrentamos. Todo lo que
podemos hacer es considerar las circunstancias e intentar decidir si es aquí
más importante mantener nuestra promesa o llevar a los vecinos dos y tres
al aeropuerto. Ninguna norma o conjunto de normas puede ayudarnos en
esto.
Así pues, una determinada acción puede ser un deber prima facie en virtud
de un rasgo (quizás el cumplimiento de una promesa), un deber prima facie
en virtud de otro (será una gran ayuda para el vecino número uno) y algo
incorrecto prima facie en virtud de un tercer rasgo (significa que los vecinos
dos y tres van a tener dificultades para llegar al aeropuerto). Expresado de
manera sencilla esto simplemente quiere decir que algunos rasgos de la
acción van en su favor y otros en su contra. Tan pronto hayamos
determinado qué rasgos van en cada dirección, intentamos decidir donde
está el equilibrio. Según Ross esta es inevitablemente una cuestión de
juicio, y la teoría no puede ayudar nada. La teoría sólo podría ayudar si
pudiéramos disponer nuestros diferentes deberes prima facie por orden de
importancia, de forma que conociésemos de antemano que, por ejemplo,
siempre es más importante ayudar a los demás que mantener nuestras
promesas. Pero ninguna ordenación semejante se corresponde con los
hechos. Lo que está claro es que, en ocasiones, uno debe mantener sus
promesas incluso a costa de terceros, y en ocasiones el coste de mantener
nuestras promesas significa que aquí sería mejor incumplirías, siquiera una
vez. Ross diría que semejante cosa es sólo un rasgo de nuestra condición
moral. Sin duda sería bello que el mundo fuese nítido y ordenado, de forma
que pudiésemos clasificar, de una vez por todas, nuestros diferentes
deberes prima facie. Pero «es más importante que nuestra teoría encaje en
los hechos que sea simple». No existe una ordenación general de los
diferentes tipos de deberes prima facie, y como diferentes principios

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morales expresan diferentes deberes prima facie, no existe una ordenación
general de los principios morales. Sólo hay una lista amorfa de deberes, que
no es más que una lista de cosas relevantes desde el punto de vista moral,
relevantes respecto a lo que debemos hacer.
¿Qué nos dicen estos diferentes principios morales? Una información obvia
es que el principio «no robar» nos dice que todas las acciones de robo son
realmente malas. Si esto es lo que nos dice el principio, sólo que haya un
único acto de robo que de hecho no sea malo el principio será falso. Según
esto, un contraejemplo de un supuesto principio moral consistiría sólo en
una acción correcta que el principio prohíbe, o una mala acción que el
principio exige. Pero en este caso probablemente todos los principios
morales son falsos. Sospecho que para cada principio que se mencione será
posible imaginar una situación en la que uno debería incumplirlo. Por
ejemplo, no se debe robar, quizás, pero alguien cuya única forma de
alimentar a su familia sea robar, «debe» robar, especialmente si va a robar
a personas acaudaladas que viven con gran lujo. Sería indebido que no lo
hiciese; difícilmente aprobaría ver morir de desnutrición a su familia
diciéndose a sí mismo «podría alimentarles robando, pero robar es malo».
De forma similar, de acuerdo con esta formulación de lo que nos dicen los
principios morales ningún par de principios podría sobrevivir al conflicto. Si
creo que sólo los peces respiran en el agua y que ningún pez tiene patas, y
acto seguido tropiezo con un ser que respira en el agua y tiene patas, he de
desechar uno de mis «principios». Del mismo modo, supongamos que creo
que se debe decir la verdad y se debe ayudar a las personas necesitadas.
¿Qué hacer cuando tras dar cobijo a un esclavo huido en el Sur profundo,
viene el propietario y me pregunta si sé dónde se encuentra su
«propiedad»? Un caso como este mostraría que tengo que rechazar uno de
mis principios. Pero sin duda esto es incorrecto. Los principios pueden
sobrevivir a conflictos como este, aun cuando uno de ellos tenga que ceder
(aquí no es correcto decir la verdad). Ross, con su noción de deber prima
facie, puede dar una explicación de lo que nos dicen los principios que

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muestra por qué esto es así. Nuestros dos principios afirman que tenemos
un deber prima facie de decir la verdad y un deber prima facie de ayudar a
las personas necesitadas. Cierto es que aquí tengo que elegir entre decir la
verdad y ayudar al necesitado. Pero esto no vale para mostrar que debamos
abandonar uno de los dos principios. De hecho, sólo muestra que debemos
mantener ambos, pues la existencia misma de un conflicto es la prueba de
que importa el que uno diga la verdad (es decir, que tenemos un deber
prima facie de hacerlo) y que importa que ayudemos a los necesitados
cuando podamos hacerlo (es decir, tenemos un deber prima facie de hacer
esto también). El conflicto es un conflicto entre dos cosas que importan, y
no se resuelve abandonando uno de los principios sino sólo llegando a
tomar una decisión sobre qué es lo que más importa en esta situación.
Esto ofrece una imagen diferente del aspecto que tendría un contraejemplo
a un principio moral. En vez de ser un ejemplo en el que el principio nos
dice que hagamos una cosa y nosotros pensamos que debemos hacer lo
contrario («no robar»), sería un ejemplo en el que, aunque el principio nos
dice que algún rasgo cuenta en favor de cualquier acción que lo posea,
pensamos que o es irrelevante aquí o bien que es relevante, pero en la
dirección contraria. Por poner un ejemplo de cada caso: durante las
vacaciones del año pasado mi hija pisó un erizo de mar, y le causamos un
gran dolor (no totalmente con su consentimiento) al sacarle las espinas del
talón. ¿Es éste un contraejemplo del pretendido principio de «no causes
dolor a los demás»? Su respuesta dependerá de si piensa que nuestros
actos fueron en términos morales peores en la medida en que le causaron
dolor, o bien si piensa que el dolor que le causamos es irrelevante desde el
punto de vista moral o que no había una razón moral para no hacer lo que
hicimos. Un ejemplo de un rasgo que cuenta en la dirección contraria podría
ser la idea de que en general realmente es una razón en favor de una
acción el que cause placer tanto al agente como a los observadores. Pero en
ocasiones es una razón en contra; consideremos la idea de que tendremos
más razón para realizar ejecuciones públicas de violadores convictos si este

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hecho proporcionase placer tanto al verdugo como a las multitudes que sin
duda asistirían a contemplarlo. Si rechazamos esa idea, tenemos aquí un
contraejemplo del pretendido principio de «es correcto actuar en orden a
causar placer a uno mismo y a los demás».

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Bibliografía

Beauchamp T., Childress J. (eds.), Principios de ética biomédica, Barcelona,


Masson, 2002.

Singer Peter, Compendio de Ética, Alianza, Madrid 1995.

Dancy Jonathan, “Una ética de los deberes Prima Facie”, en Singer Peter,
Compendio de Ética, Alianza, Madrid 1995.

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