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escogidas
de santafé
y bogotá
JOSÉ
MARÍA
CORDOVEZ
MOURE
reminiscencias
escogidas
de santafé y
bogotá
José María
Cordovez Moure
ISBN 978-958-8827-69-8
1. Usos y costumbres - Colecciones de escritos 2. Bogotá - Vida social y cos-
tumbres - Siglo XIX I. Otero, Ana María, aui. II. Título III. Serie
Consuelo Gaitán
directora de la biblioteca nacional
Presentación y compilación:
© Ana María Otero-Cleves
índice Bailes15
§§
Los colegios y los estudiantes 41
§§
Espectáculos públicos
§§ 63
Fiestas religiosas
§§ 93
Asalto
§§ al convento
de San Agustín por la
compañía de Russi 113
Saqueo de la casa de la
§§
señora doña María Josefa
Fuenmayor de Licht 121
El terror de 1850 a 1851
§§ 131
Juicio y ejecución de José
§§
Raimundo Russi
y sus compañeros 149
En Los Alisos
§§ 195
El hogar doméstico
§§ 233
Corrida de gallos
§§ 291
Las
§§ fiestas de toros 299
De 1851 a 1853
§§ 331
Luisa Armero
§§ 377
Miguel
§§ Perdomo Neira 393
Artes, ciencias y oficios
§§ 427
Beneficencia y cárceles
§§ 457
Anécdotas501
§§
Portada de las Reminiscencias Pot pourri
§§ 527
editadas por la Librería Americana,
Bogotá, 1899
§§ Presentación
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Presentación
1
José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, «Historia de
este libro». Vol. 10. Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana. 1946.
2
Para conocer más sobre la vida de José María Cordovez Moure, ver:
Elisa Mújica, «Bogotá y su cronista Cordovez Moure», en: Manual de
literatura colombiana. Bogotá, Procultura-Planeta, 1988, tomo i.
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Presentación
3
José Manuel Marroquín, «Prólogo» a la primera edición, publicado en José
María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, «Historia de
este libro». Vol. 10. Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana. 1946.
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Presentación
4
Rafael Pombo, «Prólogo» a la primera edición, publicado en José María
Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, «Historia de este
libro». Vol. 10. Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana. 1946.
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Presentación
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Presentación
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Presentación
§§ Referencias bibliográficas
§§ Ediciones revisadas de
Reminiscencias de Santafé y Bogotá:
Cordovez Moure, José María. Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Bogotá.
Imprenta El Telegrama, 1893.
_____. Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Bogotá. Librería Americana,
1900-1912.
_____. Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Bogotá. Biblioteca Popular de la
Cultura Colombiana, 1943.
_____. Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Bogotá. Colcultura, 1978.
§§ Libros y artículos:
Acosta Peñaloza, Carmen Elisa. 1993. Invocación del lector bogotano de finales
del siglo xix: lectura de Reminiscencias de Santafé y Bogotá de José María Cordo-
vez Moure. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
Deas, Malcolm D. 1993. Del poder y la gramática, y otros ensayos sobre historia,
política y literatura colombianas. Bogotá, Colombia: Tercer Mundo Editores.
Iriarte, Alfredo. 1999. Ojos sobre Bogotá. Bogotá: Sociedad de Mejoras y
Ornato de Bogotá, Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Martínez, Frederick. 2001. El nacionalismo cosmopolita: la referencia europea en la
construcción nacional en Colombia, 1845-1900. Bogotá: Banco de la República.
Mújica, Elisa. 1988. «Bogotá y su cronista Cordovez Moure». En: Manual
de literatura colombiana. Bogotá, Procultura-Planeta, 1988, Tomo i.
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Presentación
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§§ Bailes
§§ i
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José María Cordovez Moure
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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José María Cordovez Moure
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ ii
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
§§ iii
Los caballeros Cándido e Ignacio de la Torre, Simón de Herrera,
Isidoro Laverde, Francisco E. Álvarez, Zoilo y Cecilio Cárde-
nas, Antonio Duque, Carlos Bonitto y algunos otros, que por
desgracia no recordamos, obsequiaron a la sociedad bogotana,
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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José María Cordovez Moure
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ Los colegios
y los estudiantes
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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José María Cordovez Moure
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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En la ciudad de Santafé,
en la República de la Nueva Granada.
Pío P. P. ix
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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José María Cordovez Moure
Pío P. P. ix».
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ Espectáculos públicos
§§ i
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ ii
Los diversos espectáculos que se daban en el Coliseo o en otros
lugares de Santafé, tales como la maroma, los caballitos y otras
variedades, llamaban mucho la atención. Procederemos en orden.
Para las funciones de maroma se arreglaba el teatro de
manera que en el proscenio se colocaba la cuerda tesa, y pen-
diente del cielo raso, sobre la platea, el columpio; para los caba-
llitos se formaba el circo en platea, y el proscenio lo ocupaba
el público. Entonces no habían recibido aún los saltimbanquis el
título de artistas.
Los maromeros se vestían como los antiguos ángeles que se
sacaban a lucir en las octavas de barrio. Hubo uno, llamado el Gran
Pájaro, que producía mal de nervios en quienes le veían arro-
jarse de uno a otro columpio sobre los espectadores del patio.
Del proscenio saltaba a la mitad de la platea por encima de
veinticinco soldados que, con los fusiles armados de bayonetas
y puestos en pabellones, disparaban cuando pasaba por el aire.
Pero ninguno como el famoso don Florentino Izáziga, natu-
ral de Piura, hombre fornido, de talla mediana, caratoso y feo
como el mismo Lucifer. Hizo su debut, como hoy se dice, en la
Plaza de Bolívar, en el año de 1847, con una función sin igual
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§§ iii
Como dijimos anteriormente, la compañía de Rosina fue la pri-
mera que nos hizo comprender el mérito de la ópera italiana.
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§§ Fiestas religiosas
§§ i
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
§§ ii
Don Juan Antonio de Velasco, natural de Popayán, sentó plaza
de soldado en las filas republicanas que al mando del general
Nariño fueron derrotadas y hechas prisioneras en el Ejido de
Pasto, en el año de 1814. Cayó prisionero y por lo pronto lo
condenaron a ser pasado por las armas; pero habiendo sabido
el jefe español que Velasco era músico, resolvió destinarlo al
ejército realista, y al efecto lo envió amarrado hasta Quito, de
donde lo empuntaron para el Perú en calidad de soldado raso.
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§§ iii
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§§ iv
Luego venían las octavas de los barrios, empezando por el de
Las Nieves que es la parroquia más antigua de Santafé. Baste
a nuestro propósito la descripción de lo que pasaba en aquel
entonces tenebroso arrabal para dar idea a la actual generación
de los sucesos que constituían antaño el ramo de diversiones
más apetecidas y populares.
Al aproximarse la fiesta se advertía movimiento desusado
en aquellas regiones, producido por el resane y blanqueamiento
de las casas, en que se notaba que los artífices no pecaban por
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§§ v
Las festividades de la Semana Santa se han considerado como
de las más importantes de las que se celebran, diferenciándose
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ Asalto al convento de
San Agustín por la
compañía de Russi
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ Saqueo de la casa de la
señora doña María Josefa
Fuenmayor de Licht
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ El terror de 1850 a 1851
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
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§§ Juicio y ejecución de
José Raimundo Russi
y sus compañeros
Hacia mediados del mes de junio del año a que nos referimos
se instaló el jurado en el entonces espacioso salón de la Cámara
de Representantes, situado en el centro de la casa consistorial;
el público se mostraba ávido de conocer a los corifeos de aque-
lla serie de crímenes y escándalos.
A las once de la mañana se llevó al local del jurado a los
procesados en medio de numerosa escolta, en donde eran ya
esperados por un público impaciente y curioso. Solo y altivo,
marchaba delante Russi, con su conocido vestido de capa espa-
ñola y sombrero de copa gris; detrás iban los otros enjuiciados,
vestidos con buenas ropas y ruanas, más o menos preocupa-
dos con la situación en que se hallaban, todos en el vigor de la
edad, robustos y, en lo general, bien parecidos. Rodríguez era de
mediana estatura, color amarfilado, pelo negro y sedoso en una
cabeza correctamente modelada, mostachos negros y crespos,
bien cultivados; pie pequeño, calzado con borceguí de charol;
en todo tenía el aspecto del pirata griego descrito por Byron.
A mediados del año 1850 salió de Bogotá, con dirección
a la ciudad de Cali, el doctor Francisco Eustaquio Álvarez,
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lo vieron bajar entre las siete y las ocho; los que estaban en la
botica del doctor Roel declaran que entró allí a las siete y media
de la noche, poco más; Russi dijo en su declaración instructiva
que había salido de su casa a las siete y media; luego mintió; y
no pudo mentir sin interés alguno, que no pudo ser otro que el
de no estar en su casa al tiempo del asesinato; luego es asesino.
«6.º Cuando la criada de Manuel Ferro entró en la botica
pidiendo auxilio para su amo, que había sido herido en el por-
tón de la casa de Russi, este no se movió, y Eusebio Acevedo
observo en él la marca del delito; luego es delincuente.
«7.º Cuando Russi salió para donde Ferro, como a las nueve
de la noche, poco más o menos, en compañía del doctor Roel,
dijo a este que se fueran por las calles más públicas, es decir,
por la diagonal de la plaza a tomar la carrera de Bolivia para
arriba; aquellas calles, forman la línea más larga para llegar a
la casa de Ferro; luego Russi las escogía para no verse pronto
con Ferro, porque temía su presencia.
«8.º Que a la voz de los que oyeron de la boca de Ferro
que Russi era su asesino, se repitió lo mismo en todo el pueblo;
luego el dicho aquel es cierto.
«9.º Russi no contradijo con dureza a Ignacio Rodríguez
cuando aseguró no haber vivido en su casa; esto prueba rela-
ciones estrechas entre los dos; Rodríguez estaba interesado en
la muerte de Ferro; luego Russi era cómplice de Rodríguez.
«Este es, señores jueces, si no me equivoco, el cuadro fiel de
los materiales jurídicos con los que el señor fiscal acusador edi-
fica la grande obra de la ruina de mis dos existencias: la honra
y la vida material. La segunda la desprecio sin la primera, y es
por esta que vengo a la arena.
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Dies irae!
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José Raimu n do Ru s s i
natu ra l de San to Ecc e h o m o
Sufre la pena de muerte por el delito de asesinato
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§§ En Los Alisos
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
«Sofía:
«Ciertos miramientos de nuestra posición me impedían comu-
nicarle el asunto de esta carta; pero es este tan serio para mí,
y tan poderosa es la influencia de los sentimientos a que obe-
dezco ahora, que superan todo lo que sea ajeno de ellos, y me
han formado el deber de ser muy ingenuo y franco con usted.
«La adhesión que hacia usted tienen los que la tratan es
hoy en mí no solamente la simpatía, que tiene límites estre-
chos; es un sentimiento más intenso, que no tiene otros límites
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«Justiniano:
«La impresión que me ha causado la lectura de su cartica ha
sido bien triste. Y qué: ¿no me considera usted bastante des-
graciada para que me proporcione este desengaño? Porque
este es un desengaño para mí, Justiniano, por dos razones: en
primer lugar, yo había creído estar al abrigo de esta clase de
burlas, y no ha sido así; y, luego, tenía tan buena opinión de su
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puerta del cuartel, en la mañana del 21, para entrar sin despertar
sospechas acerca de las andanzas en que había pasado la noche.
García fue a dormir en la tienda que habitaba, al oriente
de la ciudad.
Aurelio Delgadillo fue a recogerse en la morada de su amiga
Natalia Vargas, joven de vida alegre.
Adelmo Delgadillo volvió a donde vivía, y Justiniano entró
a su casa de habitación sin que nadie lo sintiera, porque tenía
llave del portón.
En cuanto a Vicente Ramírez, el “Indio”, más práctico que
sus compañeros en asuntos criminales, comprendió que, des-
pués de las fechorías ejecutadas en Los Alisos, la única defensa
posible era poner tierra de por medio entre él y la justicia; en
consecuencia, huyó a donde nunca se volvió a tener noticias
de su personalidad.
El fragor de las detonaciones y los gritos de alarma de los
sirvientes de Los Alisos, en altas horas de la noche, alcanza-
ron a oírse en las viviendas cercanas al teatro del crimen; pero
sus moradores no se atrevieron a salir hasta que las sombras
de la noche se disiparon con la aurora del día siguiente. Tanto
dichos vecinos como los que transitaban en las primeras horas
de la mañana del día 21 por el frente de la casa asaltada oye-
ron lamentos dentro de la quinta, indicio evidente de que algo
grave había ocurrido en aquella morada, y, en consecuencia,
se resolvieron a entrar.
En efecto, lo primero que se les ofreció a la vista fueron los
rastros de los proyectiles en las paredes y puertas de la casa,
el desorden consiguiente a las escenas de vandalaje llevadas a
cabo en la noche anterior, y el cadáver de la infortunada doña
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§§ El hogar doméstico
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Reminiscencias (escogidas) de Santafé y Bogotá
más que hagamos notar dos hechos curiosos, que tal vez hayan
contribuido en mucho para la paz y concordia de las familias:
queremos hablar de las causas eficientes de discordia y tormento
de los casados, a saber: las suegras y las dueñas. De las últimas
habla el inmortal Cervantes, en términos tales, que las hace
poco diferentes de una legión de demonios, y de las primeras
hemos leído, también en muchos libros en prosa y verso, que son
basiliscos o abortos del infierno, a quienes Dios permite en el
mundo para que en vida paguen los malaventurados que tienen
la desgracia de llamarse yernos o entenados suyos, los pecados
de mayor cuantía que hayan cometido o llegaren a cometer. Y
aquí cabe bien, para que no se nos tache de exagerados, repe-
tir el conocido cuarteto que dice:
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los objetos que vendían, como pretexto que les diera entrada
franca a las casas donde iban a ejercer su caritativa misión.
¿Quién puede poner en duda que también hubo, hay y habrá
suegras en Santafé y Bogotá? Afortunadamente las de por acá
no son del mismo calibre de las de por allá, o mejor dicho, lo
corriente y usual en esta parte de América es que las madres de
los cónyuges vengan a ser en todo como una segunda madre que
les sirve y atiende en cuantos caprichos se ocurren a los pimpollos,
y, lo que aún es más extraordinario y alcanza las proporciones
del portento, las suegras de por acá inclinan la balanza, en todo
caso, ¡al lado del yerno porque dicen que la propia experiencia
así se lo enseñó…! De vez en cuando resulta algún suegrón o
vestiglo, que hace el tormento de propios y extraños, pero bien
se comprende que «una golondrina no hace verano» y para que
no se crea que somos parciales en el asunto que nos ocupa, ni
que se nos diga que «cada cual habla de la feria como le fue en
ella», añadimos que no sabemos si fue fortuna o desgracia que
no tuviéramos suegra, por lo que diremos como el filósofo: «¡En
la duda, abstente!».
Se comprende que las gratas impresiones recibidas por
los hijos en el hogar doméstico influyan poderosamente para
que, ya hechos hombres, dirijan sus miradas hacia la morada
en que vieron la primera luz, y que, al doblar la colina que les
hace perder de vista la casa paterna, los persiga el melancólico
recuerdo del bien perdido, y sólo anhelen por la pronta vuelta
a los sitios que fueron mudos, pero expresivos compañeros y
testigos de sus juegos y travesuras infantiles. Nada tiene, pues,
de raro que los que viven sus primeros años como envueltos en el
perfume misterioso y suave que aspiran en el seno de la familia,
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donde bien les parezca? Pues las tales no tienen dos dedos de
frente, y si después de muertas se les asierra el cráneo para hacer
estudios anatómicos, se lleva buen chasco quien haga la disec-
ción, porque de seguro no les hallará sesos para llenar la cabeza
de un chorlito. ¿Y qué diremos de gentes al parecer educadas,
pero que van a las iglesias a revolver el estómago a los que tie-
nen la desgracia de ponérseles cerca, con los salivazos de gran
calibre que lanzan con estrépito, probablemente para que los
asistentes tengan una lección objetiva de balística, que haría
honor a los más hábiles artilleros? En este asunto, ¡oh, dolor!,
Bogotá no se queda atrás de Santafé.
Despachados después del almuerzo los hombres de la
casa, empezaba la madre de familia las tareas consiguientes
al aprendizaje de las niñas en los ramos de costura, bordados,
flores de mano, guitarra y canto, porque el piano era mueble
propio sólo de los más favorecidos de la suerte; leían el Año
cristiano y recibían las visitas de las personas de calidad, quienes
se entretenían dando lecciones orales en diversas materias,
amenizadas con historias y anécdotas divertidas, lo que hacía
que esas horas de labor intelectual y material se consideraran
como la parte del tiempo mejor aprovechado. Rufino Cuervo,
José Ignacio de Márquez, José Eusebio Caro, Juan Antonio
Marroquín, Mariano Ospina, Luis Baralt, Alejandro Osorio,
Eusebio Canabal, Lino de Pombo, Ignacio Gutiérrez, Rafael
E. Santander, Mariano Calvo, Nicolás Tanco y muchos otros
distinguidos patricios contribuyeron en gran parte al cultivo
y desarrollo del frondosísimo árbol del hogar doméstico, que
dio los opimos frutos de las matronas cristianas que hoy pre-
senta Bogotá con legítimo orgullo, cuyas virtudes dan completa
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§§ Corrida de gallos
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§§ Las fiestas de toros
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corrida de toros al estilo español, en las que todo son reglas fijas
y posturas académicas, con cierta gravedad y compostura aun
en las suertes más arriesgadas; vestidos los toreros con los ele-
gantísimos trajes clásicos del oficio, sin tomar parte el público,
a no ser para aplaudir o censurar; pero sin comunicar al espec-
táculo la animación de nuestras antiguas fiestas de toros, que
ofrecían aspecto especialísimo de confusión y bullicio. Esta debió
de ser sin duda la causa de que las primeras corridas que dio
la compañía tuvieran mediano éxito. Posteriormente vinieron
toreros de cierta reputación y formaron otra compañía, com-
puesta de los espadas Tomás Parrondo (“Manchao”) y Serafín
Greco (“Salerito”), del picador “Salamanquino”, del banderi-
llero Vicente González (“Chamuparro”), y de los capeadores
Ramón García (“Chaval”) y Julio Ramírez (“Fortuna”) a los
cuales se les permitió matar el toro.
El 16 de junio del año de 1892 hizo su estreno la mejor
cuadrilla de toreros españoles que hasta la fecha de estas cró-
nicas ha venido al país, compuesta de Leandro Sánchez de
León (“Cacheta”), primer espada, Benito Antón (el “Largo”),
sobresaliente espada, Saturnino Arancey (“Serranito”), San-
tiago Sánchez (el “Cerrajero”), Pablo Fuentes (el “Barbero”),
Federico Manso (el “Chato”) y Casto Díaz.
Puede decirse que en la actualidad ya hacen parte de
nuestras costumbres las verdaderas corridas de toros; pero
desearíamos que en ningún caso se permitieran las suertes
de los picadores, que presentan indefensos los infelices caba-
llos para que los bichos les saquen los intestinos o hagan pre-
senciar al público escenas de la laya no menos repugnantes
que crueles.
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¡Apuntarse a la cachimona!
¡A la roleta que da treinta y dos por uno!
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§§ De 1851 a 1853
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«Despedida
«Mi propiedad, mi familia y mi vida inmediatamente amena-
zadas en mi propia casa me obligaron a emplear la fuerza para
rechazar la agresión; corrió la sangre en esta fatal ocasión, sin
que pueda imputárseme la responsabilidad de esta desgracia, que
deploro y deploraré toda mi vida; lamentando la triste situación
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§§ ii
La facilidad con que el Gobierno venció la rebelión conserva-
dora en el año de 1851 produjo el fenómeno que se observa
siempre que un partido se halla en el poder sin contrapeso que
lo equilibre ni enemigo interior a quien temer: se atreve a todo,
e intenta y lleva a cabo hechos que, sin las circunstancias ano-
tadas, ciertamente no acometería.
Las reformas implantadas por el Partido Liberal unido, durante
la administración del general López, necesitaban afianzarse, o
mejor dicho, ser elevadas a la categoría de costumbres apoyadas
en las leyes: esta era al menos la opinión de los antiguos liberales;
pero la parte joven de esta agrupación política, inspirada en los
ideales de los girondinos, anhelaba con impaciencia por extremar
las libertades, hasta hacer innecesario el Gobierno. De manera
que los unos por detenerse y los otros por seguir adelante indefi-
nidamente, produjeron el cisma que separó al fin a los liberales
en dos bandos, que se denominaron draconianos y gólgotas.
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que el que no quiere oír: así el general José María Melo, que
era comandante general y tenía su despacho en las Galerías,
ignoraba que estuviesen amenazados de muerte los miembros
del Congreso por el extraviado y mal aconsejado pueblo.
Alentados lo corifeos de los amotinados con la inercia de los
encargados de velar por la seguridad del primer cuerpo de la
Nación, esperaron a que terminara la sesión para vengarse a su
modo de lo que ellos juzgaban como un desaire al pueblo soberano.
A las dos y media de la tarde se levantó la sesión; pero al
salir del recinto los Representantes, se vieron rodeados de nume-
roso concurso de gentes del pueblo, en el cual se distinguía a los
albañiles por el mandil de cuero que entonces usaban los del
gremio. Entre los primeros diputados que asomaron a los por-
tales se veía al doctor Antonio Mateus, quien recibió de mano
desconocida un golpe de manopla que le dividió en dos la ter-
nilla de la nariz y le cubrió de sangre la cara: el agredido sacó
un puñal, se abrió campo y se dio a conocer de sus amigos los
artesanos, ¡que así lo habían puesto por equivocación! Esta fue
la chispa que produjo el incendio.
El populacho se dividió en tres grupos: uno que se situó en
el centro de la plaza, y los otros dos en la inmediaciones de las
bocacalles occidentales de la misma. Los muchachos y muje-
res desempedraban con barras el pavimento para proporcio-
nal proyectiles a los asaltantes y los defensores del Congreso
nos acogimos a la galería, en la creencia de que nuestra acti-
tud pasiva haría entrar al pueblo en reflexión sobre el atentado
que cometía en pleno meridiano, a ciencia y paciencia de la
autoridad encargada de dar protección a los ciudadanos, para
lo cual se contaba con fuerzas más que suficientes.
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§§ iii
La mayoría del Congreso creyó que el complemento del triunfo
obtenido sobre los artesanos el 19 de mayo era sancionar la nueva
Constitución, hecho que tuvo lugar el 21 del mismo mes, con
beneplácito de los gólgotas y conservadores; pero con marcada
contrariedad por parte de los draconianos o liberales de la vieja
escuela, de los cuales era jefe reconocido el general Obando.
En cuanto a los artesanos y cachacos, continuaron mirándose
de mal ojo y dispuestos a buscarse camorra en cada ocasión
que se presentara propicia para irse a las manos; bien que los
últimos nos creíamos invencibles e invulnerables desde el día
en que, gracias a la falta de razón de los primeros, llevaron la
peor parte en el motín de mayo citado. Y esta persuasión influyó
en gran parte para que los que vestíamos levita nos creyéra-
mos autorizados a provocar y torear a los artesanos, quienes a
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§§ iv
Vae victis!, dijeron los antiguos romanos: nosotros, en el tiempo
a que nos referimos, pudimos apreciar la terrible realidad que
entrañan tan pocas palabras.
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supo qué suerte correrían los dos primeros. Es posible que aún
vivan los infelices hijos de Palacios.
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§§ Luisa Armero
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La vi en el puente; y te vi en ella
con dulce orgullo.
Busqué tus ojos. Esos, mi bella,
son sólo tuyos.
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Ponce para ello le hizo burla por lo que ella creía infundado
temor, y le dijo:
—¡Cómo! ¿Todo un gallardo militar no se atreve a tirar
al blanco?
—No, Luisa; no es temor, sino prudencia el sentimiento
que me anima. Además, en el Colegio nos adiestramos en la
esgrima.
—Tanto mejor; así tendré el gusto de dar a usted una lección.
Enseguida, Luisa abrió la caja que contenía las pistolas car-
gadas, entregó una a Ponce, tomó ella la otra y continuaron el
interrumpido diálogo.
—Mire usted, tío, son de pelo; pero yo no me he atrevido aún
a hacerlas maniobrar con el resorte que las hace más sensibles.
—No haga uso de él, porque es muy peligrosa el arma de
fuego que tiene esa condición.
—Voy a quitarle el recelo que le noto, obligándole a que
tire usted primero.
—Sea —contestó Ponce, visiblemente contrariado.
Y como por salir del compromiso tendió el brazo e hizo
fuego, sin dar en el blanco ni aun remotamente.
—Yo lo hago mejor, señor alumno del Colegio Militar.
Y con la arrogancia y desparpajo del consumado tirador,
Luisa disparó casi sin apuntar, e introdujo la bala en la mitad
de un pequeño grabado que le servía de mira, a más de veinte
metros de distancia.
Ponce se enjugó con el pañuelo el sudor que le inundaba
la frente, y suplico a la sobrina que volvieran a las habitacio-
nes, haciéndole presente que una de las dos pistolas tenía más
delicado el resorte que daba impulso al gatillo; la marcó para
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Con excepción del huracán, que barría las calles, todo estaba
tranquilo en el barrio, y no se percibía en las inmediaciones de
la casa adonde íbamos ningún indicio que confirmara lo que
nos había referido la sirvienta. Fue, pues, esta la impresión con
que llegamos a la puerta. No tuvimos necesidad de golpear
para que nos abrieran, porque el portón y trasportón estaban
apenas ajustados.
Al pasar del zaguán al corredorcito principal de la casa
oímos gritos y lamentos desgarradores. Era Mariano, que se
retorcía, desesperado, en brazos de dos amigos, que luchaban
por tenerle alejado del cadáver de su esposa.
Luisa yacía sobre el lecho nupcial, con los párpados cerrados;
la boca, apenas entreabierta, mostraba la magnífica y luciente
dentadura, con expresión de indefinible sonrisa, que la muerte
no tuvo tiempo de extinguir; los brazos y manos, desnudos y
extendidos, en actitud de generosa resignación; el níveo seno,
velado por la túnica de finísima batista, que dejaba entrever la
belleza incomparable de las formas; en el costado derecho tenía
una ligera mancha de sangre, que indicaba la herida que había
producido la alevosa bala para llegar al vértice de ese corazón
que sólo latió de amor por aquel que involuntariamente le oca-
sionó la muerte.
Los recién casados, en plena luna de miel, fueron a oír misa,
siguiendo la costumbre de Luisa, en la iglesia de San Agustín;
Mariano se dirigió enseguida a la casa paterna, en la que con-
servaba el uso de su cuarto, donde tenía la pólvora que necesi-
taba para que su esposa se divirtiera con la peligrosa distracción
del tiro al blanco. Arregló lo concerniente a la localidad que
debían ocupar esa noche en el Coliseo, donde se exhibía, por
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§§ Miguel Perdomo Neira
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§§ Artes, ciencias y oficios
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que les alteraban la bilis, amén del dinero gastado y tiempo per-
dido. Consecuentes con tal creencia, decían que «hacer casa y
amasar potros, que lo hagan otros»; y cuando querían saborear
el placer de los dioses al estilo pagano, sin exponerse a ulterior
responsabilidad de tejas para abajo, se daban trazas de aconsejar
a su enemigo que hiciera casa; y si aún no quedaban satisfechos,
intrigaban para que pusiera hornilla de estufa.
Una de las principales razones en que se fundó la Santa
Sede para suprimir alguno de los muchos días festivos que se
guardaban en aquellos tiempos ya lejanos, eran los «juegos,
contiendas, embriagueces y liviandades a que se entregaba la
clase obrera».
Si antaño eran excepciones los buenos albañiles, ahora se
siente orgullosa Bogotá con los arquitectos e inteligentes obreros
nacionales que se han formado solos, a fuerza de consagración
y amor al arte, entre los cuales descuella en primer término
Julián Lombana, quien lleva gloriosas cicatrices ganadas en
la construcción de la hermosa iglesia de Nuestra Señora de
Lourdes en Chapinero; Francisco Olaya, Fidel Pinzón, Valen-
tín Perilla, los Munévar, Eugenio López, Alejandro Manrique,
Antonio Clopatofsky Villate, Mariano Santamaría y varios otros
que han contribuido con su talento y buen gusto al embelleci-
miento de la capital de Colombia.
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§§ Beneficencia y cárceles
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§§ ii
Ya hemos relatado los servicios de que disfrutan los bogota-
nos en lo que dice relación con la beneficencia: veamos ahora
el reverso de la medalla, y recordemos a la generación actual
la situación de los establecimientos de caridad que tuvieron
los santafereños.
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F ru t o Q u i ro g a
Sufre la pena de vergüenza pública, por ladrón
1845
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§§ Anécdotas
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Los rarísimos saraos que solían dar los fidalgos tenían el aspecto
de las audiencias en algún supremo Tribunal: las damas per-
manecían sentadas en el estrado tapizado de damasco rojo al
extremo del salón, secuestradas del trato con los hombres, y
custodiadas por dos alabarderos como si se tratase de preca-
verlas de un asalto, y en acatamiento al proverbio que dice:
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§§ Pot pourri
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El pueblo me lo contó
y yo al pueblo se lo cuento,
y pues la historia no invento,
responda el pueblo y no yo.
Y entremos en materia.
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Menú
Octubre 13 de 1893
Liqueurs:
Limón, Naranja, Mejorana, Sidra, Sidrón, Laches, Kopp,
Doppel-stout y Manizales, Lager bier, Fácora amantillada,
Virusilla, Hidromaíz y Vigorata.
Fruits:
Todas, menos la prohibida.
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—Estará cansado.
Muy distintos son nuestros caballos de regalo, que pueden
competir con los mejores del mundo. Desgraciadamente la cos-
tumbre de montar, especialmente del bello sexo, se hace cada
vez más rara: hoy van nuestras damas a un punto determinado
de la Sabana, encerradas en un coche del ferrocarril, osten-
tando ricos vestidos, y con la animación propia de la juventud;
pero no con la alegría y expansión que se notaba en los anti-
guos paseos al Salto de Tequendama o a Tunjuelo.
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Nos referimos, pues, a las criadas que llevan vida disipada, sin
freno moral ni religioso que las contenga, embrutecidas por vicios
groseros, escarnio de la humanidad y tormento de las familias
obligadas a servirse de ellas, porque «la necesidad tiene cara de
hereje», como alguien tradujo del latín la conocida frase.
La mezcla de razas produjo el tipo de nuestras sirvientas,
la mayor parte venidas de los pueblos circunvecinos de Bogotá,
en donde sucumben las pobrecillas.
Don Ricardo Carrasquilla las describe admirablemente en
esta original letrilla:
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le tributa adoración.
¡Lo que puede la edición!
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¡¡¡E l se ñ or T i mo t eo N. h a muert o ! ! !
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«En esta última partida están incluidos dos pesos que costó
forrar los sombreros en merino. El grado de sentimiento se
mide por lo que sube el merino en el sombrero, como se mide
el calor por lo que sube el mercurio en el termómetro.
«La cuenta de los gastos ocasionados por el entierro pone
de manifiesto que lo que se hizo en provecho del difunto, es
decir, por el descanso de su alma, no alcanzó a costar la cuarta
parte de la suma total, y que la función fue hecha en sus tres
cuartas partes por miramientos al “sería muy feo” o, lo que es
lo mismo, por satisfacer la vanidad de los sobrevivientes.
«El desenfado con que yo gastaba antes de arruinarme,
y aquel con que gastó mi sobrino Eduardo cuando su matri-
monio, tienen en parte por excusa que él y yo hicimos muchas
erogaciones para adquirir objetos que tenían valor y utilidad
real, y que debían quedar en poder nuestro. Los dispendios
hechos para el entierro de mi compadre (salvo lo empleado
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ha podido por más de tres años conducir con éxito los desti-
nos de la Patria».
Apenas volvió a ocupar su asiento el general Obando des-
pués de su invectiva al general Borrero, pidió este la palabra,
se puso de pie, meneó la abultada cabeza cubierta de encres-
pados cabellos negros, como hace el león al sacudir la melena
antes de entrar en combate con el rival que le disputa la hem-
bra, y estalló en furibunda peroración encarándosele al gene-
ral Santander: «Réstame, señor presidente —dijo al terminar
su discurso—, hablar de mí mismo, y no es sino con mucha
repugnancia que lo hago para contestar la inculpación de dos
hechos que me ha atribuido el honorable diputado que acaba
de hablar, de los cuales el uno es absolutamente falso, y el otro
está muy equivocado en las circunstancias. Con motivo de la
reunión que se formó en Cali para proclamar de hecho al gene-
ral Bolívar, dictador en 1830, siendo yo comandante militar de
aquel cantón, el general López publicó un decreto de indulto,
fijando cierto término para la presentación de los comprome-
tidos con sus armas, e imponiendo la pena de muerte a los que
pasado aquel término no lo verificasen. Fueron aprehendidos
tres y, en virtud de aquel decreto, y como un acto de energía que
yo creía necesario, fueron juzgados y fusilados públicamente.
Un ciudadano de Popayán, cuyos sentimientos filantrópicos son
bien conocidos, denunció este hecho en un impreso que tenía
por título, no Horrendo atentado, como le ha sugerido al honora-
ble diputado la fragilidad de su memoria, sino otro más mode-
rado: Caso grave. Pero yo no tuve la perfidia de mandar asesinos
a la casa de estos desgraciados para que los matasen fingién-
dose de su partido, como se hizo aquí en 1834; yo no di orden
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S a n ta n der
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El sábado 1.º de julio de 1843, a las doce del día en viaje a las
tierras calientes, según lo dijimos en otro lugar, murió al llegar
a Puente Aranda el general Domingo Caicedo.
Conducido el cadáver a Bogotá, fue embalsamado y expuesto
al público en rico ataúd de madera de rosa y adornos de bronce,
en la casa situada al frente de la puerta de la Catedral, en la
calle 11 (la misma que perteneció al canónigo doctor Manuel
Fernández Saavedra), vestido de uniforme de general con espada
al cinto sobre la cual posaba la mano izquierda, y con la dere-
cha, sobre el pecho, empuñaba el bastón de carey.
En la iglesia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del
Rosario, del cual era hijo, se le hicieron funerales. Al efecto,
adornaron la iglesia con tal profusión de luces que contribuye-
ron a la descomposición del cadáver, sobre el cual chorreaba
la cera derretida.
Con extraordinaria pompa se celebraron las espléndidas
exequias, en las que ofició el arzobispo acompañado del capí-
tulo metropolitano, con asistencia del clero secular y regular y
de todo el elemento oficial, civil y militar disponible. La bene-
volencia, que fue distintivo del finado, y sus extensas relaciones
de familia, contribuyeron en mucho a solemnizar los últimos
honores tributados al que desempeñó, a satisfacción de todos,
el delicado puesto de vicepresidente de Colombia la gloriosa
y de Nueva Granada.
En la tribuna del cementerio se pronunciaron elocuentes
discursos en que se hacía la apología del difunto; pero de aquí
surgió un penoso incidente.
El distinguido joven José María Rivas Mejía vestido con
el uniforme de colegial de Nuestra Señora del Rosario, ocupó
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Su madre.
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E p i ta f i o
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Este libro no se terminó de imprimir
en 2015. Se publicó en tres formatos
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y hace parte del interés del
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Biblioteca Nacional de Colombia
—como coordinadora de la
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