Professional Documents
Culture Documents
Presentación
En otras palabras tenemos que escribir para que otros lean lo que nos fue dicho, lo que hemos
escuchado y lo que pensamos y quisimos expresar.
El cuerpo de este trabajo esta formado por apartados, no sistemáticamente ordenados. Muchas veces
redundantes, pero necesitamos publicarlo así, porque así fue escrito y pensado.
Escribir sobre la cárcel no es sólo escribir. Necesariamente es dejarse atravesar por ella, por sus
lógicas y encerronas. Es un esfuerzo necesario para no detenerse.
Los apartados tienen distintos tiempos de producción, distintos estados de ánimo, distintas
urgencias y preguntas.
Salud mental y Derechos Humanos; Encierro y práctica profesional de la psicología.
Por Eduardo Fabián Cossi.
La perspectiva de “Derechos”
Aclaramos desde el comienzo de este trabajo que, lo que se llama perspectiva de derechos es algo
que afirmamos merece discusión, sino aclaración.
Para iniciar este recorrido empezamos por establecer que respecto de una perspectiva de Derechos
(Derechos Humanos), supone que es el Estado el principal violador de derechos humanos, y
técnicamente, puede considerarse y pensarse como el único.
La indistinción entre justicia y castigo, vulnera en todos los niveles el derecho a la Salud y la
dignidad humana.
Las prácticas en salud deben analizarse desde allí, no pudiendo desconocer la amplitud y
profundidad del daño que la cárcel acciona ilegítima, pero sistemática y organizadamente, sobre la
salud.
Este trabajo intentará bocetar la amplitud de ese daño, y el modo en que este daño involucra a las
prácticas e instituciones de salud y de rehabilitación del sistema carcelario.
Este entonces es un trabajo también sobre las prácticas de salud en el sistema carcelario. Pero,
principalmente es un trabajo sobre la responsabilidad del Estado sobre la vulneración de la Salud
Mental, como principal vulnerador. Se plantea entonces, la tensión entre las prácticas y el Estado.
Se trata del sufrimiento humano, de la vulneración de la dignidad humana, de la violación de
derechos y del estado como su principal actor.
¿Cuál es el tema?
Por lo dicho hasta acá, se analizan dos temas: la Vulneración del Derecho a la Salud Mental en este
contexto, y las prácticas profesional de salud mental que se realizan allí: sus posibilidades, alcances
y límites relativos.
En síntesis fuimos a la cárcel para pensar la violencia hacia las mujeres. Bajo la convicción de que
el sistema de protección, que incluye el corpus de debates sobre la perspectiva de género,
instituciones y marcos normativos específicos y los estudios específicos, presenta muchas
dificultades para poder afrontar eficazmente el problema.
La opacidad misma del tema, desdibuja permanentemente sus fronteras. Merece un apartado
especial la relación existente entre la violencia hacia las mujeres, en general, y la situación de esté
grupo poblacional al interior del contexto de encierro carcelario.
También este trabajo es un ensayo sobre la paradójica relación que existe entre protección y
vulneración y cómo en esta tensión se aloja la misma practica profesional.
La misma opacidad del tema reflejada en los discursos y la paradójica complicidad del sistema de
protección, legitiman directa o indirectamente la violencia. La revictimización, la violencia
institucional, la sobre exposición jurídica, la culpabilización, denunciadas sistemáticamente, parece
de la misma manera acrecentarse cada vez más.
Reiteradamente vamos a decir aquí que todo trabajo sobre derechos humanos y su vulneración es
un trabajo sobre el estado en todas sus formas y su responsabilidades y obligaciones.
En el extremo de la paradoja, nos interpela en otro de estos encuentros, un testimonio cuya vos
resuena todavía en estas páginas: “yo viene acá hoy, a decir, que en los institutos de menores se
vulneran derechos”. Abajo desarrollaremos ciertos detalles de esta situación.
1
El trabajo forma parte de la investigación “Salud Mental y Derechos Humanos en contextos de
Lo que nos lleva a plantear, la doble condición de encierro: el encierro de la palabra del alojado
interno y el del profesional que tampoco encuentra lugares de salud, donde decir lo que necesita
decir y testimoniar.
Siempre es bueno recordar la relación estrecha que hay entre quien cuida y quien necesita cuidados,
y la necesidad de espacio de salud para ambos.
Aquí hay tres elementos: La violencia, la muerte; y la violación de derechos emanada del sistema
mismo de protección, de sus instituciones y la particular manera en que estas condiciones recaen en
grupos poblacionales específicos.
En este último caso, los adolescentes y jóvenes en conflicto con la ley penal.
Dedicaremos un capítulo al tema de los institutos de menores.
En esos años (2014) el Programa PRISMA, de la Unidad Penitenciaria Federal de Ezeiza, estaba en
sus primeros años de experiencia, como el primer programa de Salud mental en cárceles, como
psicólogos que no pertenecían al ex Sistema Penitenciario Federal, sino al ministerio de Justicia y
Derechos Humanos y al Ministerio de Salud de la Nación.
Esta sola particularidad es ya un tema de interés para un comienzo de indagación. ¿Cómo incidiría
en lo concreto esta particularidad?
En esos años el equipo de docencia e investigación estaban realizando una investigación acción
sobre el análisis de la violencia en el contexto carcelario, a su interior. El trabajo incluía a los
mismos internos, como investigadores y el análisis de entrevistas testimonios y grupos focales sobre
la manera en que la cárcel le afectaba a cada cuál en su vida.
Era notable la percepción de los propios agentes penitenciarios sobre la diferencia respecto de la
violencia acostumbrada y naturalizada que se observaba en los otros pabellones y las relaciones y
vínculos desarrollados en PRISMA.
Desde los cambios que notamos en este dispositivo respecto de la situaciones de violencia al
interior del espacio institucional, surgió la idea de un trabajo conjunto entre el Observatorio de
Derechos Humanos y el equipo de docencia e investigación de PR.I.S.M.A.
Interesaba mucho pensar las condiciones de la violencia en las cárceles con la menor ingenuidad
posible, y pensar desde allí las condiciones de la violencia en general. Esto estaba sucediendo e
investigándose en PR.I.S.M.A.
El resto se deriva lógicamente. Teníamos que pensar la violencia desde la vulneración de derechos
de las personas que transitaban estos contextos de encierros y principalmente sus lógicas.
PR.I.S.M.A llevaba en su nombre la clave para nuestro propósito.
En esto hallábamos una coincidencia. Se podía pensar la Salud Mental interministerialmente dentro
del contexto carcelario. Entonces también se podía pensar la violencia en general, y la violencia
hacía las mujeres.
Demás esta plantear que el modelo encierra una paradoja insalvable que hereda parcialmente
PRISMA de su origen en la Unidad penitenciaria Numero 20.
Los alojados de la Unidad 20 eran por definición inimputables, pero estaban privados de su libertad
en un sistema carcelario.
Recordemos que PRISMA nace de la disolución y desmantelamiento de la vieja Unidad 20 del SPF
(el ex Sistema Penitenciario Federal) que se ubicaba al interior del Hospital Jose T. Borda, luego de
2
PR.I.S.M.A y la PPN formaron parte de las mesas de intercambio durante el 2016 y el 2017. Este
trabajo se basa en sus contribuciones.
que en la madrugada del 31 de mayo de 2011 se produjo el incendio del sector de aislamiento de la
ex Unidad Nº 20, que concluyó con el fallecimiento de dos jóvenes de 19 y 23 años, en el
psiquiátrico penitenciario federal.
La Procuración Penitenciaria Nacional, reclamó el inicio del juicio a los funcionarios responsables.
La Unidad Nº 20 se encontraba emplazada dentro del Hospital José T. Borda, en un sector cedido
cuatro décadas antes al Servicio Penitenciario , que era el responsable de su administración y
gestión, de la guarda y custodia de las personas allí alojadas.
El CELS plantea que la segregación propia de las “condiciones del encierro” (ejemplo la
manicomialización), vulnera estructuralmente derechos vinculados a la intimidad, la privacidad, las
relaciones vinculares y los derechos sexuales y reproductivos, entre muchos otros3. También afirma
que las personas con discapacidad psicosocial requieren de acciones positivas y articuladas de
distintos actores para viabilizar su inclusión en la sociedad en igualdad de condiciones, “sobre todo
de las personas que han estado institucionalizadas por mucho tiempo”, y que precisan cuidados y
apoyos específicos por períodos prolongados.
Respecto a la noción de cuidado, el informe resalta con maestría que la misma abre una vía para
problematizar la tensión constante y permanente que supone entre autonomía y “protección”.
3
Centro de Estudios Legales y Sociales. Cruzar el muro: desafíos y propuestas para la externación
del manicomio. 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Centro de Estudios Legales y Sociales
CELS, 2015.
Para el CELS el cuidado, lejos de ser una práctica estandarizada y genérica, tiene una profunda
raigambre en la concepción del sujeto que recibe el cuidado, de quién lo brinda y de la relación que
se tiende entre ellos. Cuando el cuidado es provisto por el sector público, se ponen en tensión
lógicas contrapuestas: las personas como sujetos de derecho o como objetos de políticas
filantrópicas y tutelares.
Al reconocer el cuidado como un derecho, el tipo de relación que se establece entre quienes
requieren y quienes aportan los cuidados no es jerárquico ni asimétrico, en el que alguien ayuda a
otro en situación de dependencia.
La “lógica del cuidado” implica distribuir las cargas de esa atención en distintas esferas, como la
provisión pública, el mercado, el hogar y la comunidad4.
El derecho a recibir cuidado de algunos tiene su contrapartida en la obligación de cuidar de otros.
Los vínculos son un aspecto fundamental de las prácticas de cuidado. Generalmente se trata
de situaciones de interacción personal cercana y de gran importancia en la cotidianidad de las
personas implicadas. La disposición de los cuidadores debe ser hacia un lazo, desde el respeto y la
promoción de la autonomía, con aquellos a quienes se les brinda cuidado.
Una dimensión frecuentemente ausente es la conciencia de que las personas con discapacidad
psicosocial son sujetos de derecho a quienes también el sector público debe facilitar apoyos
orientados a su autonomía, que comprenden condiciones materiales y económicas, conocimientos
técnicos y tiempo.
Si el cuidado es entendido como un derecho, el acceso y la calidad del mismo no puede librarse
a la buena voluntad o a las características subjetivas y discrecionales de cada caso.
El cuidado, es una práctica multidimensional y compleja.
Siguiendo a Pautassi y Ziabecchi “El derecho a cuidar, a ser cuidado y a cuidarse tiene su correlato
en la obligación de cuidar. Esto es, implica un conjunto de obligaciones negativas, características
de los derechos económicos, sociales y culturales (…); pero principalmente incluye obligaciones
positivas, que se enrolan en proveer los medios para poder cuidar, en garantizar que el cuidado se
lleve adelante en condiciones de igualdad y sin discriminación (…) y que sean garantizados a todos
los ciudadanos”. (Las fronteras del cuidado, Biblos, Buenos Aires, 2013)
Lo que planteamos entonces es que el derecho a la salud en sistemas carcelarios debe abandonar
tanto la lógica del castigo punitivo, como la del paternalismo, y asumirse desde las obligaciones
del cuidado y de la salud como derecho.
4
Todo este apartado sigue casi literalmente al informe del CELS y por tanto queda en deuda con
éste.
Tomamos por base de nuestras consideraciones respecto al abordaje de la salud mental en contextos
carcelarios, la posición del informe del CELS respecto al cuidado y los vínculos.
La noción de “beneficio” es un eufemismo que encubre la gran dificultad de asumir los derechos
(Salud mental entre otros) y las obligaciones derivadas de ellos.
Retomando, sostenemos que en todo fenómeno de violencia hay vulneración del derecho a la Salud
mental y, que el padecimiento mental, es una forma de violencia en sus diferentes ámbitos y tipos.
La violencia hacia las mujeres es una vulneración grave de derechos y libertades, que expresa
muchos de los indicadores de la dependencia, y viceversa, la dependencia expresa indicadores
claros presentes en las victimas de violencia. El encierro cohabita con ambas circunstancias la
violencia y la dependencia.
Era de esperar que en nuestra indagación encontráramos estas relaciones. Por un lado, la relación
naturalizada, entre encierro, violencia y vulneración a la salud mental, y por otro una distribución de
estas múltiples vulneraciones, según grupos poblacionales específicos. Es decir, que como afuera
del sistema carcelario, la vulneración mayor recaería en los grupos poblacionales de mujeres, de
niños y de adolescentes.
Una primer aclaración. El escrito pretende solamente comentar el trabajo y el recorrido realizado
en estos dos años y el modo en que se nos presentaron evidentes algunas relaciones. No es nuestra
intención la denuncia, aunque se incluye necesariamente en el relato. Hacemos visible lo que ya es
visible, pero no podríamos equipararnos a las innumerables cantidad de trabajos y equipos que
realizan esta tarea. Nuestro trabajo insistimos, aunque la supone no se enmarca en la denuncia sino
en el testimonio.
La naturaleza de la tarea, principalmente realizada sobre el intercambio de experiencias entre
equipos técnicos y profesionales que trabajan en el sistema carcelario o en instituciones de encierro
total como los institutos de menores y los propios internos de estas instituciones, obligan a una
confidencialidad incomoda sobre fuentes y referencias. No obstante, ninguna de las situaciones
mencionada carece de publicidad, divulgación y conocimiento. Lo que intentamos nosotros es
sumarle una reflexión que surja de las mismas prácticas y testimonios, y que sustituya a la mera
articulación teórico conceptual.
Entonces es así que el eje de nuestra indagación es la vulneración del derecho a la Salud Mental en
contextos de encierro carcelario, y su relación con la violencia institucional. Este último interesa
visibilizarlo, como factor determinante para pensar la violencia contra las mujeres: La violencia
estatal y sus múltiples formas de ejercicio (entre ellas, la ejercida por sus agentes, pero también por
la lógica misma y estructura de sus instituciones).
Dicho esto, resta decir que la psicología misma como práctica profesional, en particular, en
contextos de encierros, constituye el otro eje de nuestro trabajo, ya que, como veremos luego,
consideramos que así como la buena práctica profesional protege derechos, libera de la opresión, la
mala praxis, vulnera y oprime directa o indirectamente, por acción y omisión.
Por lo tanto, el profesional de psicología desde una perspectiva de Derechos tiene una
responsabilidad ética compleja. Por un lado, proteger al titular, de las vulneraciones a su derecho a
la salud. Por otro lado, estas vulneraciones (la cárcel es un ejemplo entre otros, como veremos)
provienen, más a menudo de lo que parece, del estado (violencia institucional) para el cual trabaja
y/o al que debe responder directa o indirectamente el agente.
El mismo código y lógica del sistema carcelario y del poder judicial que opera como límite para el
profesional de la salud, puede ser usado para el pleno desarrollo de su tarea como promotor de
derechos.
Aquí hay dos cosas, conocimiento de elementos jurídicos y posición ética. Esta última presupone el
interés por la primera, necesariamente, e implica una trasformación en la manera de concebir la
práctica psicológica en el contexto de las problemáticas contemporáneas.
Presupone este trabajo, que el encierro, es por sí mismo una vulneración grave a la Salud Mental,
sin desconocer que la condición carcelaria, por definición presupone la “privación de la libertad”.
Lo que interesa, no obstante es no confundir ésta condición, con las condiciones en las que debe
transitarse esta etapa, sin eufemismos, según las obligaciones contraídas por nuestro estado en
Tratados y convenciones internacionales en nuestra Constitución Nacional:
Artículo 18: “...las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo
(…) y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos (…) hará responsable al
juez que la autorice...”
Junto a ello es preciso considerar los estándares internacionales que el Estado se obliga a cumplir.
Para citar entre muchos pactos y compromisos internacionales, uno de los más recientes, hacemos
referencia a las llamadas las “Reglas Mandela” (Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el
Tratamiento de los Reclusos, del Consejo económico Social de Naciones Unidas – Viena 2015)
En lo que respecta a los estándares mínimos en el Derecho Penal Juvenil consideramos: las Reglas
Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de la Justicia de Menores (Reglas de
Beijing), las Reglas de las Naciones Unidas para la Protección de los Menores Privados de Libertad,
las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las Medidas no Privativas de la Libertad (Reglas
de Tokio) y las Directrices de las Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil
(Directrices de Riad).
En este marco cabe reflexionar también sobre el concepto de Salud mental, que consideramos en
juego. Para ello, tomaremos con referencia de este trabajo el marco normativo actual que se
delimita en la Ley 26657 (Ley Nacional de Salud mental) y las Documentos internacionales de los
que ella deriva:
Art. 2: Se consideran parte integrante de la presente ley los Principios de Naciones Unidas para la
Protección de los Enfermos Mentales y para el Mejoramiento de la Atención de Salud Mental,
adoptado por la Asamblea General (...). Asimismo, la Declaración de Caracas de la Organización
Panamericana de la Salud y de la Organización Mundial de la Salud, para la Reestructuración de
la Atención Psiquiátrica dentro de los Sistemas Locales de Salud, del (…) y los Principios de
Brasilia Rectores para el Desarrollo de la Atención en Salud Mental en las Américas, del (...), se
consideran instrumentos de orientación para la planificación de políticas públicas.
El artículo, más citado que reflexionado, nos orienta en la importancia de examinar las políticas
públicas, según estos estándares y no a una mera compulsa teórico conjetural.
En la citada ley, la Salud Mental es definida como un Derecho Social, definido desde la perspectiva
de los Derecho Humanos, en particular respecto a la integralidad e indivisibilidad de derechos y su
protección que presupone esta perspectiva particular del Derecho Internacional.
En esta concepción se expresa una historia de avances y retrocesos que en América latina y, sobre
todo, en Argentina, existieron hasta conformarse la perspectiva actual de la Salud mental como
Derecho Social (determinado histórica, social, cultural y económicamente), y su crítica y denuncia a
la relación entre padecimiento mental y exclusión, solidaria del encierro y la violencia institucional
ejercida sobre los titulares de derechos vulnerados.
Así considerado el Sujeto de Derecho es Titular de Derecho Internacional, según obligaciones que
voluntariamente los estados nacionales asumieron, conformándose entre el estado y sus
obligaciones de garantía, protección y respeto, y el individuo titular de los mismos, un ámbito de
terceridad y de apelación que se vuelve por sí, relevante y saludable. De este modo corresponde
entender lo que se llama perspectiva de derechos desde el ordenamiento jurídico local que emerge
de estos pactos, y no como mera intención moral o de respecto por la dignidad de la persona.
Aunque surge de la dignidad de la persona humana como valor supremo, se expresa en un
ordenamiento que permita la exigibilidad de las obligaciones comprometidas.
Este es el nivel que corresponde analizar y observar el cumplimiento de obligaciones que garantizan
la dignidad de la persona.
Por otra parte, la Ley de Salud Mental, se enmarca en lo que podemos denominar leyes de
protección integral de derechos para grupos poblacionales específicos en situación de
vulnerabilidad. Es decir, presupone la perspectiva de Derechos Humanos, su evolución, integralidad
e indivisibilidad. Por lo que, derechos civiles como la identidad, el acceso a la justicia, la garantía
de procedimientos, la información y la confidencialidad, la no discriminación y el trato digno, la
integridad, no pueden desligarse del derecho al trabajo, a la educación, para referirnos a la salud
mental y la salud en general.
Por caso, uno de los claros efectos del paso por el sistema carcelario es la afectación de la salud en
general. Una de las muertes menos visibles que causa la violación de derechos en las cárceles es la
muerte por enfermedad médica. La cárcel mata de esta forma entre muchas otras, pero es claro que
entre las funciones conocidas y no reconocidas de la cárcel esta la de matar. A esto nos referimos
cuando hablamos de encierro y su relación con la vulneración de la salud : “la privación de la
libertad en sentido fuerte”, derivadas de las condiciones reales y objetivas del encierro. Privación de
la que resulta la muerte, la enfermedad o la sobrevivencia.
Cuando hablamos de la ley nacional de salud mental, hablamos del horizonte normativo que
presupone. Obligaciones adoptadas voluntariamente por el estado nacional en función de tratados y
pactos internacionales (ONU) y regionales (OEA).
En el caso de la Ley Nacional de Salud Mental, el grupo poblacional especifico son las personas
con padecimiento mental. La integralidad como concepto de la protección del derecho a la salud
mental se expresa en diferentes lugares de la ley.
Para esclarecer el carácter integral de la protección y las perspectiva de Derechos Humanos que
compromete la ley de salud mental, corresponde citar aunque incomode al lector algunos pasajes de
la ley 26657. Ello por una razón, ésta y otras investigaciones que realizamos en los últimos años
nos previene del riesgo que implica la interpretación de los derechos humanos como una actitud
ética más que jurídica. Comúnmente observamos una defensa meramente superficial de la ley que
termina contradiciendo sus propósitos y un desconocimiento importante, a veces de su cuerpo, y
otras, de las consecuencias e implicancias reales de su letra.
CAPITULO I. Derechos y Garantías.
Articulo 1ro: “...asegurar el pleno goce a la salud mental a todas las personas (…) y el pleno goce
de los Derechos Humanos de aquellas con padecimiento mental (…) reconocidos en los
instrumentos internacionales de Derechos Humanos, con jerarquía constitucional”
ARTÍCULO 1º. “Entiéndese por padecimiento mental a todo tipo de sufrimiento psíquico de las
personas y/o grupos humanos..:”
ARTÍCULO 4°. “Las políticas públicas en la materia tendrán como objetivo favorecer el acceso a
la atención de las personas desde una perspectiva de salud integral...”
Aunque extensa, creemos que esta referencia alcanza para enmarcar con claridad, cuando hablemos
luego de derechos, su protección y vulneraciones, y el rol que en ellas juega la practica profesional,
el horizonte directriz que corresponde alcanzar y con el cuál puede medirse un estado de situación
real.
Comenzando por preguntar si los profesionales de la salud tienen la formación suficiente en
derechos humanos y su relación con la salud mental, para no omitir la debida diligencia en sus
acciones, y extender esta pregunta al sistema institucional y su organización hasta llegar a las
políticas públicas correspondientes.
Repasando los puntos que resaltamos, podemos seguir el desarrollo de nuestras reflexiones sobre la
vulneración al derechos a al salud mental en los sistemas carcelarios.
Todo ello, evidencia, por ejemplo, que al hablar de Salud, estamos hablando también de trabajo,
educación, salud integral, vivienda, etc. Pero también de acceso a la justicia, de garantías civiles
respecto a confidencialidad, seguridad integral, dignidad…
En este sentido amplio y legítimo lo consideraremos en este trabajo. Es decir, respecto a los
derechos y su vulneración, cabe definir para el Estado dos tipos inseparables de responsabilidades.
Las responsabilidades negativas, es decir, el deber respetar el derecho a la salud mental, de no
vulnerar, interviniendo, y las positivas que refieren a las acciones positivas que corresponde,
progresivamente al estado garantizar para proteger la salud mental. Esto incluye políticas públicas
integrales y precisas.
En ese sentido integral nosotros analizaremos la vulneración de la salud mental en los contextos de
encierro, y si bien, como dijimos, no la privación de libertad en sí misma, sino a las condiciones en
las que se transita, como factor vulnerante “perse” de la salud mental y por tanto, contrario a las
obligaciones contraídas.
No corresponde aquí volver a discutir si esto es, implícitamente, una de las funciones de un estado
de control, en vez de un desvío de sus originales intenciones. Corresponde denunciar y exigir su
modificación y contribuir con herramientas a facilitar esta trasformación.
Como hipótesis general, plantemos que desde el punto de vista de la Ley 26.657, la salud mental
reconocida como derechos social y como “un proceso determinado por componentes históricos,
socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos”, implica la trasformación de las prácticas
institucionales relacionadas con su atención, de sus conceptos y lógicas correspondientes.
Para ello es necesario, realizar una revisión crítica de las mismas, sin la cual, el ejercicio de las
mismas (las prácticas asistenciales), corre el riesgo de vulnerar los derechos en cuestión, en vez de
proteger los mejores intereses de sus titulares.
Como hipótesis auxiliar, este trabajo considera que el “encierro”, en particular, las condiciones en
las que se lo transita, como componente relacional e institucional, es un factor predominantemente
vulnerante del derecho a la salud. Sostenemos además que esta relación entre encierro y
vulneración del derecho a la salud se expresa, entre otras formas, en términos de violencia
institucional.
Como dijimos, creemos que esta modalidad de tránsito, por y en los contextos de encierro, no es
necesaria, y su mantenimiento o trasformación es lo que debe ponerse en debate y revisión. Siendo
además que las condiciones de encierro se presentan muy por debajo de los mínimos estándares de
garantías y protección de derecho con los que el Estado se comprometió.
Por ello, es de doble interés la crítica, pero también junto a ella, la transformación de prácticas que
en la actualidad de presentan en múltiples aspectos violatorios de derechos humanos. Muchas de
ellas, resta decir, definidas como prácticas asistenciales de salud.
5
La intención era además que la mesa de intercambio representara una contribución verdadera al
trabajo de cada cual en su organización y/o institución.
En otras palabras, puede pensarse que el “encierro” desde sus lógicas y prácticas actuales, diverge
de las normas establecidas o se instala en hiatos normativos, resultando en formas de
sistematización de la violencia institucional en tanto vulneración de derechos y libertades
fundamentales y en particular como vulneración del derechos a la salud mental y su protección y
garantía.
Planteamos así, una hipótesis acerca de que las lógicas de violencia institucional (como la
vulneración del derecho a la salud), expresan también ellas, determinaciones y componentes
históricos, políticos, socioeconómicos, y culturales, y que, al analizarlas, se abre luz sobre
mecanismos, componentes y procesos sociales relacionados a la violencia en general y sus
consecuencias, que redimensionan la delimitación adentro/afuera, que supone el “encierro” y
sus instituciones.
Este último planteo, proporciona un material que contribuye a la consideración de los problemas
relacionados a grupos poblacionales en situación de vulnerabilidad. Entre ellos la temática de la
violencia contra las mujeres, la niñez y la adolescencia. Al mismo tiempo, permite entender las
determinaciones que conforman el lazo naturalizado entre padecimiento mental, violencia y
“encierro”, y a partir de allí, repensar las concepciones de salud y enfermedad que son correlativas
de esta relación y la necesidad y formas de su cuestionamiento y modificación, a través de su
revisión crítica.
La inclusión de variables como género, niñez y adolescencia, permitirá vislumbrar el modo en que
estas lógicas están socialmente atravesadas.
Creemos finalmente, que la relación entre violencia, “encierro” y tratamiento del padecimiento
mental, arraiga, entre otros factores, en la relación histórica y cultural establecida entre castigo y
culpabilidad, articulada a su vez a la relación “situación de vulnerabilidad” y culpabilidad. Razón
por la cual las formas de castigo histórica y culturalmente institucionalizadas recaen sobre grupos
poblacionales en situación de vulnerabilidad, a partir de la culpabilización de la victima de
vulneración, sobre la que recae luego, el castigo como proceso de revictimización.
Acordando con ello, de nuestra indagación pudimos inferir que grupos poblacionales como
“mujeres, niños, niñas y adolescentes”, sufren doblemente estas lógicas. La lógica carcelaria.
La lógica que relaciona castigo, encierro, culpabilización, vulneración del derecho a la salud, y
violencia, recae con mayor fuerza en los grupos supuestamente más protegidos dentro del sistema
institucional de encierro. Los niños jóvenes y mujeres.
Como dijimos ya, esta misma relación se evidencia en la problemática de la violencia contra las
mujeres, como la vulneración que provoca la estructura y lógica institucional de protección del
derecho a la mujer a una vida libre de violencia.
En el caso de los niños también abundan los trabajos sobre el sistema de protección integral de
derechos y las situaciones de vulneración y violación de derechos que esta acarrea. Una de las más
criticadas es la que deriva de las medidas de protección ordinarias y extraordinarias de las oficinas
locales en nuestro país, donde muchas veces las medidas mismas conducen a los fenómenos de
revictimización ya mencionados.
Para sintetizar, es conocido que el estado, participa directa o indirectamente, a través de sus
instituciones en formas de judicialización, culpabilización y revictimización de la victima que
protege. Lo que mostraremos en nuestro trabajo son algunas formas características que sume en el
sistema carcelario.
En este trabajo vamos a ocuparnos de los temas básicos. Por un lado la relación entre las prácticas
de salud mental en contextos de encierro (sus límites alcances y posibilidades), y su relación con la
protección y o vulneración de derechos.
Por otro lado, la situación de vulneración particular en la que se encuentran los grupos
poblacionales mencionados (niños, jóvenes y mujeres) en contextos de encierro, y en función de la
lógica de las prácticas de protección de derechos.
Interesa en particular plantear la relación entre las prácticas psicológicas profesionales, los
contextos de encierro carcelarios y el poder Judicial.
Es decir, de los testimonios, recogidos se desprende, por un lado, que existe un desconocimiento y
desorientación muy significativos respecto a que decisión tomar frente a cuestiones que la práctica
de la psicoterapia o psicología clínica en los contextos carcelario prevé casi cotidianamente.
Como síntesis apretada, entre los ejes específicos que se trabajaron se puede mencionar
Como dijimos, considerando que las buenas prácticas de profesionales de la Salud son desde una
perspectiva de Derechos, garantía protección de los mismos y las falencias en ellas por
consiguiente, representan vulneraciones al Derechos a la Salud y a la Salud mental en particular.
Luego, cabe reflexionar sobre el estatuto de estas deformaciones.
En el marco de la investigación se organizó una mesa de intercambio institucional, donde según los
momentos del año y temas participaron diferentes equipos institucionales todos ellos ligados o a
prácticas psicológicas profesionales, o al ámbito jurídico y ONG representantes de los titulares de
Derechos. Entre algunas de las instituciones que participaron se encontraban integrantes del equipo
de docencia e Investigación de PR.I.S.M.A. Programa Interministerial de Salud Mental Argentino,
dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación; integrantes del equipo
interdisciplinario de Salud Mental de la Dirección General de DDHH de la Procuración
Penitenciaria Nacional. E integrantes de Colectivos y organizaciones Sociales (ej. “Yo no Fui”)
De esta manera creemos corresponde pensar y revisar las prácticas profesionales y sus instituciones.
Como síntesis apretada, entre los ejes específicos que se trabajaron se puede mencionar
En esta tarea, hay que decirlo, se expresa según el posicionamiento ético del profesionales, la
mencionada tensión existente entre servir a las funciones de agente del estado, y servir a la
protección de garantías de ejercicios de las personas alojadas.
Esta tensión, hace que en algunas circunstancias, el profesional especule en la confección del
informe, en función de los intereses de protección que considera justos, y/o debidos.
Es decir, frente a la conciencia del impacto relativo que el informe puede tener en las circunstancias
de encierro de la persona, intenta incidir en estas circunstancias desde la confección del informe.
Esta circunstancia en sí misma implica, como se ve, aceptar el desvío de la legítima y única función
de un informe psicoterapéutico, y los hunde, como dijimos, por el desconocimiento, por el hábito o
la costumbre , en la lógica penitenciaria y carcelaria, en el límite de la pericia forense. Dicho sea de
paso, aceptando la falacia de la lógica de beneficios, que hiere de muerte a la perspectiva de
Derechos.
Todo el problema, fácil de divisar, radica en que al hacerlo traspasa los límites de su práctica
competencia e incumbencia, y desde el punto de su profesión incurre de inmediato en la figura de la
imprudencia como componente de la negligencia o responsabilidad culposa. Es decir, hace en
función de lo que quiere que suceda y no sigue estrictamente el desarrollo de la buena técnica a la
que debe responder.
Esta última actitud es la que debiera conducir, como lo hacía el equipo de docencia e investigación
de PRISMA, a la revisión crítica de la perspectiva y las modalidades de confección de informes y
no a meros actos aislados (paternalistas), que desde múltiples niveles de desconocimiento, se
convierte en acciones no propositivas y igualmente discrecionales. Es fácil ver como esta
discrecionalidad, en el límite de la legalidad profesional y el paternalismo, reproduce y termina
cómplice del sistema y la lógica que pretende transformar y denunciar. Una de las características
que se destaca del sistema carcelario es que el mantenimiento de las prácticas en la informalidad, o
los hiatos de la formalidad establecida, funcionan a veces como movimientos de trasformación y
muchas otras como canales paralelos de perpetuación del poder y la opresión que vulnera y viola
derechos de los alojados.
Un ejemplo de esto lo representa las múltiples formas en que la seguridad de un penal y/o un
instituto de menores se maneja en colaboración con los alojados, pero al margen de la formalidad.
De la misma manera, la contención psicológica aparece ligada a espacios, figuras y prácticas que
lindan en lo perverso, ya que por dependencia recaen en figuras que cumplen al mismo tiempo la
función del castigo (por ejemplo el auxiliar de requisa, o el operador en el instituto de menores)
Como planteamos aquí, se trata de trasformar las prácticas a partir del análisis de los hiatos
normativos, donde se presentan movimientos progresivos y regresivos, pero en el horizonte de una
organización y sistematización de las mismas que permita su función de contribución respecto de
los derechos involucrados.
Respecto del papel del alojado detenido, se produce una situación que el Doctor Fernando Ulloa
llamaba “encerrona Trágica” característica del Síndrome de violentación institucional. La
característica fundamental es la imposibilidad de apelar a una terceridad frente a una situación de
vulneración, definida como mortificante. Es la institución, sus lógicas y sus prácticas, lo que
mortifica en vez de curar o sanar. La encerrona se expresa en la perversa fórmula que define muy
bien lo que sucede al interior de las cárceles y al interior de toda relación de violencia.
La víctima está obligada a aceptar aquello mismo que rechaza.
En la cárcel, por su lógica, sus condiciones materiales y vinculares, el paciente, y titular del derecho
a la salud, para con el cuál el estado se comprometió internacionalmente, queda convertido en la
figura de victima de esta violencia y en manos de su agresor.
En esta encerrona lo que opera son mecanismos de sobrevivencia y no de salud.
Esta devendrá luego si sobrevive y repara el trauma que la institución imprime. Sobrevivir es tener
una relación con un hecho ó una situación donde otros no salen vivos, una conexión que le suma al
sobreviviente la condición de testigo, de testimoniante a la de víctima, y una relación con la muerte.
Una condición traumática que merece un tratamiento y abordaje especializado. Una situación que
principalmente interpela al otro, a que cuide de no revictimizar. Práctica que acostumbra y a la que
esta irremediablemente atada la violencia y por consiguiente la violencia institucional.
La lógica básica de la violencia, es la culpabilización de la víctima. Donde existe la violencia existe
la culpabilización de la victima. La revictimización en sus múltiples formas de destrato, está
íntimamente hermanada con la culpabilización de la victima.
Rápido se olvida que la libertad, en el encierro es el único derecho legítimamente restringido, toda
otra vulneración el ilegal y corresponde repararla. Su reparación debe ser además jurídicamente
exigible al Estado y sus agentes efectores.
Las condiciones carcelarias alimentan el silencio, el sepultamiento, la desconfianza y la inseguridad
experiencial del alojado, la mera supervivencia.
El testigo6 sobreviviente, no habla, no confía, y tiene la difícil tarea de tener que hablar –la
necesidad de decir- lo que en sí mismo es traumático, de decir, y de escuchar.
Traumático por aquello que revive, pero paradójicamente aquello que necesita ser dicho para
posibilitar la emergencia de un proceso reparador.
Las condiciones carcelarias donde se integran las ofertas de espacio de salud, por lo que
desarrollamos en este trabajo, anula casi por completo esta posibilidad.
Por el contrario, a la falta de la debida escucha, se impone la lógica de la interrogación, la
responsabilidad por todo lo que sea dicho y el silencio aparece como resguardo, como el último
bastión y como un derecho mal entendido.
En las cárceles por ley, incluso la resistencia pasiva justifica el accionar represivo de fuerzas de
seguridad. No parece haber salida y sin embargo lo callado urge ser dicho pese a todas las barreras
que sistemáticamente el sistema presenta y organiza.
6
Los párrafos siguientes son deudores del trabajo “Acompañamiento a testigos en los juicios contra
el terrorismo de Estado. Primeras experiencias”. Serie Normas y Acciones en un Estado de
Derecho. Colección Derechos Humanos para Todos. Buenos Aires. Secretaría de Derechos
Humanos. Ministerio de Justicia Seguridad y derechos Humanos. Presidencia de la Nación. 2009.
Para el programa de acompañamiento a ex detenidos, testigos, implementado en la país como
consecuencia de los Juicio por crímenes de “lesa humanidad”, “es preciso acompañar a quienes iban
a dar su testimonio, para que esa circunstancia largamente esperada tuviera el menor costo
emocional posible para quienes ya habían sufrido demasiado bajo circunstancias del terrorismo de
Estado” y “al mismo tiempo cuidar el testimonio como prueba”.
Este equipo describe un hecho crucial: “la falta de reconocimiento que tanto los funcionarios
responsables de asignar recursos, como los propios operadores de los ámbitos judiciales le daban a
la tarea “psi””. Contener o acompañar no eran vistas como funciones esenciales para la realización
de la justicia”.
Uno de los debates que surgió, y que menciona el trabajo citado es sobre el concepto
de “víctima”. Los equipos asistenciales de los organismos se resistieron siempre a utilizarlo,
hablando de “afectados” y sus consecuencias psicosociales o efectos psicológicos traumáticos,
justamente para no cristalizarlos en esa situación pasiva de “víctima” y para no psicopatologizarlos”
Para nosotros el término visibiliza la relación del titular de Derechos con el Estado.
El dar testimonio se confunde prima facie con revictimizar y coincidimos con el trabajo que
comentamos en que es una falacia.
Ser testigos o de dar testimonio, es un acto plenamente reparatorio después de tantas aberraciones y
de tanta impunidad.
El alojado es victima de vulneraciones que en el contexto donde estas se dan, son responsabilidades
del estado y requieren condena.
La escucha de la víctima del sistema carcelario, requiere pensar la denuncia, y el acompañamiento
del debido proceso, de acceso y plena vigencia de la justicia respecto de sus derechos, es una
condición básica de su salud mental, y un proceso inseparable en el camino de recuperación,
sanación y reparación.
Como en el terrorismo de estado, el la condición de encierro carcelario, es preciso entender que la
condena reparatoria del Estado se impone como acto clínico desde una perspectiva de Derecho, sin
la cual la salud, se vuelve un mero eufemismo cínico.
La condena de la violencia institucional, es la obligación reparatoria del Estado no sólo para ellos,
sino para la sociedad también. Con ella la salud mental como salud colectica y derecho social es un
hecho, sin ella una mera utopía. La cultura de la mortificación (Ulloa) es una con el Síndrome de
Violentación Institucional (SVI).
A veces en nombre de los mejores intereses del alojado y su proceso judicial, se pasa por encima
ésta fundamental dimensión, sin tener en cuenta que el objetivo que se pudiera alcanzar sin ella, sin
el abordaje de lo que clama ser dicho, “en su ausencia” , paga el costo de un sacrificio. El sacrificio
realizado sobre el relato de sus padecimientos, de aquellos que requieren revivir atrocidades
sufridas, incluso negadas para poder sobrevivir a sus efectos.
Un cuestionamiento que debe surgir de la revisión crítica de las practicas existentes, las
iatrogénicas, y las salutogénicas y desde allí, poner en cuestión “principios generales y específicos”
del abordaje de la salud mental en contextos de encierro desde una perspectiva de derechos
humanos, desde una postura ética pero también político y jurídica del tema.
En principio, poder lograr independencia del poder judicial y de la lógica carcelaria para la
realización de un proceso terapéutico que no puede no ser planteado, sin el debido respeto por los
derechos y libertades fundamentales, personalísimos e irrenunciables.
Un estado de situación que no puede desconocer la responsabilidad pública por las víctimas, por su
responsabilidad, como dijimos, positiva tanto como negativa. Es decir la falta de debida diligencia ,
en las acciones y omisiones del Estado. En las primeras, las vulneraciones mismas y sus efectos
sobre la salud. Todo el tiempo se trata de recordar este punto fundamental: el paso por la cárcel,
afecta injustificadamente aunque muy claramente, la salud de la persona. Es decir, acciones que
vulneran el respecto por los derechos de la persona, y las garantías que están obligadas a brindarles.
Entre las segundas: la omisión de acciones positivas de protección que requiere la situación, para
que el derechos a la salud mental sea un derecho vigente.
Creemos que en el testimonio del alojado y en la posibilidad de su escucha, compleja, existe una
relación con la verdad. Esta relación y su textura es lo que la hace compleja, por ser una verdad en
común por todos conocida y negada.
El mecanicismo jurídico y carcelario corre riesgo de fagocitar la posibilidad de la clínica
psicológica.
Se sustituye el criterio clínico del testimonio por el jurídico, pero no como testigo de una verdad
difícil de soportar, sino como sospechado, como inculpado. Lo que haríamos bien en definir como
“la presunción de culpabilidad” que bien conocemos fuera de la cárcel.
Por independencia de lo psicológico respecto del poder judicial, no queremos hacer referencia a
indiferencia. Hablamos de la independencia necesaria para debatirlo, en su espíritu y legalidad y
desde esa independencia transformarlo de brazo ejecutor del ojo punitivo del Estado, y su voluntad
vindicativa, al pleno reconocimiento garantía y protección de derechos.
Una independencia que posibilita reclamar justicia, dentro del poder judicial y carcelario para los
alojados en Unidades penitenciarias, institutos de menores, e incluso para quienes cumplen su
condena domiciliariamente.
Toda medida o acción que demore o dificulte, el proceso de sanación ignora la cantidad de tiempo
que el alojado lleva intentando hacer oír su voz, contar lo vivido, lo sufrido, frente a la ausencia de
un marco judicial adecuado. Un calvario que ocasiona una crisis emocional, con la que se debe
convivir cotidianamente, sin posibilidad de ayuda. Todo el tiempo sospechado, descreídos por
quienes escuchan de sus relatos. A veces por los agentes judiciales y/o de seguridad, otras por sus
propios defensores y terapeutas.
Se juegan dos cosas, por un lado el descrédito que representa estas circunstancias para la psicología
por parte del poder judicial y el carcelario, en el mejor de los casos su incomprensión. Sumado,
quizá al propio descrédito de los profesionales respecto de las posibilidades de su práctica, la que
les fuera enseñada, para estar a la altura de las circunstancias que analizamos: el contexto de
encierro y la perspectiva de derechos humanos.
Por otro lado, de un lado y del otro (en el poder judicial y carcelario y en la comunidad misma de
practicantes) el compromiso ideológico o complicidad más directa o indirecta, consciente o no, con
el estado impune violador de derechos fundamentales en una población específica, atravesada de
muchas condiciones de vulnerabilidad, como lo es la población carcelaria.
Se impone además entre todas estas consideraciones, la reflexión sobre la experiencia carcelaria. El
paso por la cárcel es traumático en sí, por sus condiciones, según dijimos. La cárcel cuando no
mata enferma. Es imprescindible comprender la textura de este sufrimiento para alojar el
padecimiento de un persona en contexto de encierro carcelario, privada de su libertad. No es
concebible un abordaje terapéutico que no contemple estas especiales condiciones. Cualquier otra
alternativa pasa por encima de la experiencia subjetiva misma del encierro. Cada experiencia es
única pero dicha afirmación no autoriza, a salta por encima de una reflexión acerca de la peculiar
experiencia carcelaria. Una reflexión colectiva que se alimenta de las experiencias institucionales y
los testimonios que quienes pasaron por ella.
Años atrás (2009) también la PPN publico un informe sobre la situación carcelaria cuyo título fue
“cuerpos castigados”7
7
Cuerpos castigados : malos tratos y tortura física en cárceles federales / compilado por Francisco Mugnolo. - 1a ed. 1a
reimp. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Puerto: Procuración Penitenciaria de la Nación, 2009. La publicación
nace de la constatación de que las cifras de denuncias penales no reflejan la realidad de la tortura y los malos tratos en la
Argentina, a partir de lo cuál se consideró necesaria la producción de información científica y rigurosa sobre el
particular. La investigación, involucró la realización de casi mil encuestas a personas detenidas sobre diversas
“La descomunal inflación punitiva de las sociedades occidentales se revela en toda su crudeza
cuando se atiende al último contenedor del sistema penal: la cárcel. Por ello, a nadie debe extrañar
que en el interior de esos lugares, allá donde los ojos de la sociedad no penetran y donde se verifica
la mayor de las abyecciones, corrupciones y obscenidades, la auténtica naturaleza corporal de la
pena emerja sin los maquillajes con que algunas operaciones reformistas han intentado ocultarla”
Para la Procuración la pena de prisión se define prima facie, en gran medida, como pena corporal,
“a través del despliegue de prácticas penitenciarias violentas y vejatorias sobre las personas
encarceladas”
“Acá siempre te hacen desnudar, si tenés que sacarte toda la ropa, a mí me da mucha vergüenza,
pero lo peor es que te hagan hacer flexiones y te miran allá abajo, las dos colas, es horrible”.
“Desnudarte cada vez que volvés a entrar al pabellón y cuando entra la requisa depende de cual te
toque ese día, te hacen desnudar y hacer varias flexiones para ver si se te cae algo de la vagina, no
“En la requisa te abren las nalgas y no les importan si estás indispuesta, hasta se manchan de sangre.
Si contestas o te resistís, te llevan a los tubos”.
“Todo el tiempo te tenés que poner en bolas, seguro cuando entra la requisa al pabellón, pero
también cuando volvés de un comparendo de tribunales o del hospital y de visita, siempre te hacen
desnudar”.
“Te hacen sacar la ropa y a veces la sacuden al lado tuyo y te la vuelven a tirar al piso, la pisotean
y te ordenan vestirte, dura unos segundos, pero es muy feo eso casi siempre lo hace la requisa de
pabellón”.
“Siempre tenés que sacarte la ropa, cuando volvés a tu pabellón o cuando entra la requisa, te miran
y te dicen barbaridades, a mí al principio me daba vergüenza, ahora estoy anestesiada”.
“Lo peor es cuando te cachean entre varios, no se entiende para qué lo hacen y, además, no tiene
lógica; a veces te lo hacen antes de una audiencia y salís de la audiencia y te lo hacen de vuelta”.
“Lo peor es cuando pasás por un control y hay varios penitenciarios y te hacen bajar los pantalones
y todos te miran, pero no miran para ver si tenés algo, te miran a la cara, es para humillarte”.
“La primera vez que me empezaron a palpar me quise negar y me tiraron al suelo y me pisaban y
entonces me decían: ‘¿Te gusta más así?’, ahora dejo que me toquen por todos lados, total ellos
hacen lo que quieren”.
“Siento mucha impotencia porque algunos oficiales soberbios te buscan la reacción y uno no puede
hacer nada, estoy haciendo conducta”.
“Podes reaccionar pero te va a ir peor, tenés que aguantar, lo peor es que te sentís sin salida, solo
soportar los golpes”.8
Es fácil entender, como el sistema carcelario es una maquina de matar, pero como dijimos ya, si lo
físico, el tormento físico tiene un objetivo, su principal meta es el derrumbe emocional y psíquico,
la integridad de la persona, la persona como persona.
El cuerpo es elemento a través del cuál se produce el tormento subjetivo.
A veces con rastros a veces sin ellos. Cicatrices de heridas, laceraciones, privaciones, son marcas
visibles. Pero es visible en el sufrimiento psíquico, el padecimiento mental las marcas indelebles
del paso por la cárcel , del cuerpo maltratado, vejado, violado, del prisionero.
El cuerpo del prisionero es el primer dominio que la cárcel tiene sobre la persona. Sobre su captura
y a partir de él es que se produce dolor, para alcanzar el dominio de la voluntad, tratando de
quebrarla en un tiempo sin tiempo, que es el tiempo de la cárcel. Todo el tiempo y el espacio
carcelario oprimen el cuerpo9.
Un cuerpo para extraer información, no para escucharlo, es un cuerpo oprimido. El proceso de
desintegración subjetivo y/o personal, esta regulado, pautado, estudiado y practicado en cada acto.
Uno de los elementos angustiosos calculados, sistemáticamente organizado, por su frecuencia, por
su conciencia, es la incomprensión del sistema en su totalidad. Bajo el velo de una experticia un
8
Todas las citas corresponden a testimonios citados en el informe de la PPN.
9
Estos párrafos siguen literalmente el informe citado de la PPN.
“Know How” tumbero, coexiste la incertidumbre y la confusión sobre la propia situación jurídica,
su real y objetiva condición. La situación se agrava mucho más en lo jóvenes, dónde en interjuego
institucional del sistema de protección complica mucho más las cosas en perjuicios de los menores.
La angustia surge frente a la imposibilidad de ajustar la conducta a la imprevisibilidad de la cultura
carcelaria. De este modo, se aferran muy a su pesar, a los códigos todos ellos perjudiciales en la
protección de sus derechos y algunos de los cuales se visibilizan como perversamente protectores.
La información que circula, los códigos, son paradojales, deliberadamente contradictorios y
conducen siempre a callejones sin salida.
La cárcel detiene de múltiples modos y formas. El movimiento es circular, pero de un circular que
detiene. Incluso la salida de la cárcel se vuelve un momento del movimiento circular.
A una situación de tortura le puede continuar un taller de reflexión, un momento de escucha, de
contención, de reflexión.
Cada alojado termina teniendo de uno u otro modo un dueño de su vida, alguien de quien depende
su vida, más directa o indirectamente. Esta es la experiencia carcelaria.
El alojado elije entre la actitud heroica que puede conducirlo a la muerte rápidamente, la resistencia
pasiva que lo destruye también, o la colaboracionista que conduce al mismo destino
La experiencia con sobrevivientes sobradamente demuestra qué ambientes y dispositivos son aptos
y calificados para transitar estas situaciones. Insistimos todos los derechos salvo el de la libertad
están vigentes y las condiciones de protección de la salud debe ser de la calidad óptima y
equiparable a la que cualquier persona merece con o sin contexto de encierro.
Primo Levi plantea que quienes se salvan en el encierro tienes condiciones que no les permitirán
sobrevivir afuera del encierro, y viceversa. Los que están preparados para la vida afuera, y allí
funcionaban no sobreviven las condiciones del encierro. La encerrona es completa.
El alojado no conoce la visón del campo, sino sólo la perspectiva acotada que le da el encierro, su
territorio.
En lo físico se observa con claridad. El detenido pierde la perspectiva del horizonte cuando sale en
libertad.
Esa perspectiva restringida le impide posicionarse adecuadamente y con realismo frente a los
hechos.
A la angustia producida se suma la vergüenza de la propia degradación física y emocional. La
angustia propia se alimenta del sufrimiento de los otros compañeros.
El asilamiento en estas condiciones, crea “el efecto submarino” se naturaliza como realidad el
habitad artificialmente construido en el horror.
Bajo el dominio y control absoluto del opresor, se moldea la voluntad y las emociones del
oprimido.
Los opresores en el encierro empiezan a distinguirse entre buenos y malos, duros y blandos.
Un pequeño acto de mesura en la organización sistemática del horror, se presenta como un acto
humanitario, y genera por tanto la empatía automática del oprimido con el opresor.
Todo esta contamina el testimonio, y lo convierte en material sensible para la escucha. Una escucha
que debe ser especializada siempre, para no empeorar inevitablemente este estado de situación.
La escucha de estos relatos, destruye todo esquematismo y si puede escucharse es radicalmente
transformadora.
La experiencia carcelaria es la experiencia del detenido llevado todo el tiempo al límite de sus
posibilidades de resistencia.
No alcanza con todos y cada uno de los detalles materiales para trasmitir lo vivido.
No alcanza la suma de los dichos de todos los detenidos testimoniantes/sobrevivientes.
No puede representarse mentalmente, la dimensión, la magnitud de la sistematización y de la
organización institucional de las cotidianas violaciones de Derechos en la cárcel.
No hay investigación que pueda reflejar el dolor y el sufrimiento de los detenidos. No es posible
describirlo con palabras, ni las más precisas y exactas.
¿Cómo reproducir los llantos acallados en la madrugada, los gritos de dolor, las traiciones?
Si fuera dicho. ¿quién esta preparado para escucharlo?
“Cómo hacer, para lograr el oído atento para receptar aún en la insuficiencia de su relato de lo
sufrido, aquello que se torna insoportable de escuchar” , y retirarlo del lugar que lo coloca como
aquello que agrede la conciencia moral, la buena conciencia.
En la cárcel operó la inversión fundamental sobre la cuestión que nos ocupa, y de la que se aprende
mucho más de lo que a primera vista se imagina respecto a la perspectiva de derechos en los demás
campos dónde interese analizarla.
Los derechos no son reconocidos. Esta puede pensarse como la primer y más original violación o
vulneración. La lógica que lentamente se va constituyendo hasta naturalizarse y convertirse en
hegemónica es que los derechos son o no otorgados. Esto planeta ya una relación de captura de
propiedad de potestad invertida e ilegítima.
Se sabe que los grupos son los espacios más favorables para posibilitar un ámbito sanador y de
salud. Los sobrevivientes de holocausto relatan experiencias similares, algunos dicen “el que
murió, murió una vez ... el que se sobrevive muere miles de veces recordando lo que tuvo que hacer
para sobrevivir”. Los grupos albergan de una manera diferente la problemática subjetiva del
sobreviviente, en primer lugar siempre hay testigos, siempre hay otros, la situación de escucha no
padece los inconvenientes intimidatorios que le son objetados a la situación de entrevista individual,
como dispositivo terapéutico, cuyo riesgo de intimidación y culpabilización se redobla en las
condiciones, como desarrollamos en este trabajo, que organiza el sistema carcelario.
Lo sobrevivientes no hablan hasta dar con quienes “estuvieron allí” también, con quienes “pasaron
por ello”. Ahora bien, la práctica profesional, tal cual es presentada en sus modos tradicionales
aparece, por el contrario, como un lugar amenazante y peligroso. Yendo un paso más, la
identificación que radica en una alianza terapéutica se vuelve ominosa para quien debe escuchar,
compromete demasiado, y angustia.
El modelo de relato único, presente en este contexto, el de las víctimas de violencia intrafamiliar, o
de pareja, el de los abusos sexuales en la infancia, conforma una situación compleja: contra todas
las probabilidades y contra sí mismo, lo que urge decirse, impulsa a salir a la luz y encuentra
siempre en quien escucha la posición de rechazo directo o indirecto, consciente o no. Quien escucha
siempre sabiéndolo o no, siente que no es la persona indicada y que no es el momento oportuno.
Que nada puede hacer. Quién habla cuando “debería “ callar, a pesar de todo, duda, se siente él, o
ella, culpable, siente vergüenza, miedo, inseguridad, culpa.
En esta textura psíquica, las más de las veces la oportunidad “única”, “improbable”, se pierde, una y
otra vez. Nuevamente sepultada. Sin embargo, una y otra vez, cobra nuevo impulso, siempre débil
e improbable, lábil, en contextos grupales.
Principalmente aquellos cuyos encuadres y dispositivos, si bien existen y mantienen reglas a veces
más, a veces menos rígidas, son en algún aspecto informales. Hablamos acá de una informalidad
anómala que le da cierta posición marginal respecto de los dispositivos, o los elementos y lógicas de
aquellos, que están organizados para acallar. Muchas veces en ellos mismos, a pesar de ellos
mismos.
Los espacios son forzados a posibilitar la escucha. El carácter colectivo y ex- céntrico de algunos,
hacen que la posibilidad exista, a pesar de toda la cárcel.
En espacios colectivos operan otros procesos, se abren otras posibilidades.
En los testimonios de internos, ex detenidos, y los mismos equipos de trabajo, aparecen definidos
como espacios terapéuticos y de salud, por ejemplo el CUD (Centro Universitario de Devoto), la
Unidad penitenciaria que aloja el CUD es la de menor reincidencia del sistema argentino.
Las entrevistas con peritos forenses, las visitas de los equipo de la procuración. Los talleres de
ONG como “Yo no Fui”, talleres cuya especificidad no es clínica o psicoterapéutica, sino sus
efectos. Igual con las otras instancias y espacios mencionados. Coinciden todos en la autonomía
relativa que tienen (y por tanto independencia acrecentada , o dependencia aminorada, no absoluta -
aquí no hay absolutos-) respecto del poder judicial.
Por ejemplo el CUD, es un espacio de formación universitaria, pero es, al mismo tiempo, una gran
asesoría jurídica informal, y muy eficiente. Vemos como en los márgenes más que en la formalidad
de los dispositivos creados, la salud mental transita en términos más integrales. En el acceso a la
justicia, en la educación como derechos de todos, emerge la salud, junto con la dignidad de la
persona, y por tanto la persona misma como proyecto y posibilidad emerge también.
Peritajes forenses oficiales, vistas oficiales del ministerio público (la procuración), la Universidad
de Buenos Aires, las Organizaciones Sociales, comparten sabiéndolo o no, más directa, más
indirectamente, una posición ética, una postura respecto a la perspectiva de derechos, que es política
y es ideológica también, y trasciende, la especificidad formal de la práctica y el dispositivo.
Esta posición genera frente a la objetada “distancia óptima” de los espacios tradicionales de la
práctica “psi”, la cercanía necesaria que requiere la intimidad, el compromiso y la responsabilidad
de un proceso terapéutico en estas circunstancias. Entonces, independencia o autonomía relativa
por un lado, respecto del poder judicial y el carcelario, no necesariamente formal , sino ética.
Distancia saludable respecto de sus lógicas, pero también posicionamiento ético crítico frente a
ellas, y por otro lado compromiso ético con la persona. Cercanía. Posición política e ideológica y
comprensión de la verdadera dimensión que corresponde cuando se habla de salud y por tanto de
derechos humanos.
Para la práctica profesional es un desafío poder dar un corrimiento respecto de sus figuras y
tradicionales, pero también es un deber. Las prácticas deben transformarse para poder alcanzar los
estándares mínimos de prácticas ajustadas a la perspectivas de derechos.
No es posible sin esa trasformación concebir un abordaje sano. Casi todas las prácticas
asistenciales han sido objeto de críticas durante décadas, respecto de su capacidad de respetar y no
violar derechos fundamentales. No pueden coexistir viejas prácticas en nuevos contextos
normativos mas acordes con los derechos de las personas.
Las prácticas tienen que transformarse ellas y abrirse a estos espacios excéntricos de salud que
representa los grupos, como espacios auténticamente terapéuticos.
Aparecen, es cierto, toda vez que no esté efectivamente asumida como política de estado, como
política de Salud, la intersectorialidad y las prácticas basadas en la comunidad, como legítimos
lugares para la producción colectiva de salud, diferentes desventajas o riesgos junto a los beneficios
mencionados.
Es preciso, entonces pensar la cualidad de estos espacios y organizarlos sin sacrificar su eficacia.
Se impone una trasformación de carácter colectivo y no individual , que atraviese más sectores y
dimensiones que la mera figura del psicólogo y su paciente.
Los profesionales de la salud, quizá sean llamados también a pensar estas transformaciones que
implican las de la propia práctica, entre muchas otras. Esto es para nosotros pensar la salud desde la
perspectiva de derechos.
La “in-formalidad” de estos espacios genera una serie de desventajas respecto a los que se presenta
como obligación para con el que sufre.
Estas desventajas o riesgos desdibujan lo que venimos presentado, no obstante, como su virtud o
sus posibilidades.
Por eso pensamos que en el campo de los derechos los problemas están muchas veces hechos de
malas soluciones. No hay espacio para soluciones a medias en este campo. Este es un campo que
exige prácticas óptimas en vez de buenas, que cuando no se realizan “muy bien” , con los cuidados,
previsiones y análisis que merecen, termina - la historia es contundente al respecto- muy mal, antes
o después. Importa reconocer el círculo.
La responsabilidad del Estado de reconocer y las obligaciones consecuentes con ese reconocimiento
son indelegables, a quien se acusa o apela cuando se trata de vulneraciones es al Estado, no a las
ONG.
Estas organizaciones, no obstante, producen salud, sus condiciones son las que para la comunidad
clínica describía Ulloa: la pobreza de recursos. Esa salud es en muchos casos la de la sobrevivencia.
La sobrevivencia es compleja, pero se presenta como única opción por momentos en estos
contextos. Es un desafío construir una alternativa sana a la supervivencia y no naturalizarla, como
las instituciones nos acostumbran.
“La primera de estas características, es obvia: la solidaridad entre individuos que intentan unirse
para enfrentar en común sus sufrimientos o su carencia. La otra también suele ser casi siempre
obvia: la pobreza de recursos materiales, conceptuales y técnicos a partir de los cuales se pone en
marcha, en general, la experiencia. Pobreza de recursos y organización real o falsificada de la
solidaridad. Esta es otra historia o quizás la verdadera historia que ha de marcar las consecuencias o
al menos las respuestas inmediatas del entorno donde se gesta una comunidad terapéutica”10
10
COMUNIDAD CLINICA. Dr. Fernando Ulloa (1975) Este texto fue organizado por Fernando
Ulloa para su publicación en un número de la Revista LOS LIBROS unos meses antes del golpe de
En estos espacios, dice Ulloa, y hay que destacarlo: “el compromiso suele ser mayor” y “la sola
confrontación de la experiencia con las condiciones negativas del entorno, le confiere carácter de
denuncia”, y por ende, agrega: “adquiere un sentido político”.
Lo terapéutico en sentido fuerte, queda demasiado estrechamente ligado, a la “la carencia inicial de
recursos”, “las consecuencias de censura, autocensura y marginación” por un lado, y
“fundamentalmente a la solidaridad organizada de los recursos humanos disponibles”.
Siguiendo a Ulloa, “lo vivencial de un encuentro clínico -y Comunidad Clínica lo es- tiene una
calidad inefable que dificulta su captación para quién estuvo fuera de la situación”
La comunidad, promueve lo que el Estado resiste: “crear condiciones de seguridad psicológica”.
En las condiciones en que se dan estas “comunidades”, es “una tarea artesanal” para los integrantes
del colectivo, y un aprendizaje en común.
La metáfora de Ulloa es interesante dice: “algo así como ir curtiendo un cuero crudo hasta que
adquiera simultáneamente firmeza y suavidad”.
El encuentro implica una trasformación de la mirada: mirar y dejarse mirar. Es decir, salir de la
lógica carcelaria, transformar la mirada carcelaria, de guardias y en prisioneros, en una mirada
sanadora…en un miramiento tierno. Una tarea artesanal que se inicia cuando todos aceptan no sólo
mirar sino ser mirados, pero también, permitirse un mirar de otro modo.
En estas condiciones es lícito pensar si es posible ese miramiento, o además de los espacios
colectivos, se impone la necesidad de un trabajo reparador que habilite, que posibilite esta mirada
entre los cuerpos y las almas castigadas. Un trabajo de que resulte una mirada no reducida, ni
reductora, dónde surja el fundamento de la clínica psicológica. Una mirada dónde se gesta el
diálogo clínico como “diálogo integrador”.
Es difícil desprenderse de las metáforas ofrecidas generosamente por Ulloa, producidas desde su
trabajo y contacto con la textura de lo comunitario, el margen, la pobreza, el encierro.
“Hay una suerte de ejercicio o propuesta típica en el funcionamiento de una comunidad clínica que
podría sintetizarse así: Ponte de pie, mira en torno y di lo que tengas que decir (…y mira)”
Estos espacios construyen la textura de una solidaridad, que siembra y cultiva la posibilidad de la
seguridad psicológica y el germen de una reciprocidad posible, donde la dignidad recupera su pulso,
estado de 1976; como la revista fue cerrada por la dictadura. Ficha de Cátedra de Psicoterapia II en
la Facultad de Psicología de la UNLP, en el año 2005.
donde la persona puede resucitar, desde una situación que no se estructure finalmente en
dependencia. Una “situación sin dominadores”. Seguridad psicológica donde la habilidad y la
torpeza de unos y otros, van permitiendo poner “lo del otro, dentro de si”, para conocerlo. Un
grupo cuyos integrantes van adquiriendo esta capacidad crea condiciones de contención
“psicológicamente seguras” . Va “creando testigos calificados”, lo clínico, lo terapéutico, deja de
ser un trabajo en soledad. El testimonio del otro, requiere la compañía solidaria, es decir, que
quienes miran no sólo observen.
Las ONG son los dispositivos que están en mejores condiciones de establecer la cercanía, en vez de
la distancia óptima, y al mismo tiempo se impregnan de esta posibilidad por no pertenecer a la
esfera del estado.
Este es el desafío real en la protección de derechos: encontrar relaciones con el Estado para la
garantía de derechos, que no implique el sacrificio de una postura ético política de revisión y de
crítica del estado de situación en que se encuentra el sistema carcelario y sus lógicas.
Esta relación es de tensión, compleja. No puede perder la posición ética de la observancia del
conjunto de las acciones del estado, desde el punto de vista del titular de derechos, por lo que se
impone una fuerte autonomía “sostenible” en el tiempo. Para ello, los modelos comunitarios son un
horizonte de partida y no de llegada.
No alcanza con la necesidad y la respuesta a ella para justificar un abordaje. Uno de los riesgos del
paternalismo es la violencia que tramita y gestiona en su desarrollo. Lo mismo, las buenas
intenciones.
En este contexto nunca sobran los indicadores tempranos del riesgo de la violencia. Siempre es
prudente advertirlos y revisarlos.
Parafraseando a Kant podríamos decir que las organizaciones (intenciones) sin el sostenimiento del
Estado se tornan ciegas de algún modo, y el Estado, por su parte, sin estas organizaciones es vacío
formal. Ahora bien, ni la ceguera ni la pura forma son inocuas desde una perspectiva de derechos.
Dice el informe:
“a nuestro entender no se ajustan a lo que establece la Ley Nacional de Salud Mental, y que por
ende conllevarían una vulneración de derechos. Uno de los aspectos que se desprenden de los
relevamientos efectuados en lo referente a la circulación desregulada de psicofármacos en el
seno del SPF, es que el abordaje en salud mental es fundamentalmente psico-farmacológico,
observándose una desproporción preocupante respecto de la oferta de espacios que trabajen con
otros recursos (…) una práctica centrada en la medicalización del encierro -y el aburrimiento- la
cual otorga escaso lugar a la posibilidad de hablar de aquello que aqueja al sujeto con alguien que
escuche”
“La prescripción de psicofármacos, entonces, más bien cancela –(…) la escucha de los asuntos
personales (…) Se ha observado una clara tendencia a la renovación automática de las
prescripciones, las cuales (…) quedan a cargo de personal no idóneo. En otros casos, se le prescribe
al detenido un “arsenal” farmacológico”
Los informes mencionan además, prácticas aberrantes que han denominado traslados-sanción
temporales (Equipo de Género y Diversidad Sexual PPN).
“implican el cambio de alojamiento de las mujeres hacia el Módulo VI del Anexo Psiquiátrico del
Complejo Penitenciario Federal N ° IV por un tiempo aproximado que no supera los diez días. Las
detenidas son trasladadas e internadas en el “Pabellón A” de Emergencias Psiquiátricas ante un
cuadro de excitación psicomotriz, que suele encubrir una medida de castigo y habitualmente se
articula con una demanda desoída por parte de los funcionarios penitenciarios. Las mujeres allí
internadas permanecen en evaluación durante dos o tres días y son filmadas de modo constante.
Según las versiones de las detenidas los traslados no son voluntarios y se les suministra medicación
inyectable a la que no se pueden negar, modalidad nombrada como “la plancha”.
Hay que decirlo, estas observaciones y denuncias, son ejemplos entre muchos otros de lo que
constituye la sustancia carcelaria, la suma de sus prácticas aberrantes, es el contexto desde donde
hay que pensar las prácticas en salud mental, o mejor, pensar su posibilidad, concebirlas y exigirlas.
Estas cruentas prácticas que se enmarcan en un escenario de violencia explícita, conviven con otras
igual de cruentas, pero menos visibles, más sutiles. Unas y otras son aceptadas, instrumentadas, y
organizadas institucionalmente. No al margen de la lógica carcelaria, sino, como dijimos
conformando sus sustancia. Ingresamos en el campo que llamamos la perspectiva de Derechos.
Estas prácticas institucionales del estado son las que son revisadas, denunciadas y respecto de las
cuáles se exige que se ajuste al derecho internacional. De alguna manera esta perspectiva denuncia
la norma no la excepción. El margen es entonces donde obligadamente deberá alojarse la salud.
Mujeres que se transforman en “mujeres locas y conflictivas” por la respuesta que el sistema da a su
malestar o a su demanda. Mejor dicho, por el modo en que la institución “organiza” sus prácticas,
de “seguridad”
La psiquiatrización/medicalización de la vida cotidiana en la cárcel no es sino un modo de gobierno,
de opresión, de acallamiento.
Según la PPN, otro de los aspectos problemáticos tiene que ver con las derivaciones que se realizan
al dispositivo PR.I.S.M.A. La presencia de una lógica diferente a la carcelaria dentro del sistema
provocó resistencias en la lógica del castigo y la vigilancia. Según el informe de la PPN ante la
falta de respuesta del mencionado dispositivo a las demandas penitenciarias (las demandas de sus
lógicas), se le imponen desde lo judicial, modalidades de control y cercenamiento que dificultan el
cumplimiento de sus propios objetivos como dispositivo. Desde la evaluación, la admisión y la
internación o ingreso, se impone la lógica judicial a la sanitaria y se desdibuja el sentido del
programa, que poco a poco se posiciona en un lugar de alojamiento más, dentro de las otras
posibilidades de la unidad penitenciaria.
De este modo PRISMA sacrifica la ruptura institucional, lógica y política que representó y para la
cuál estaba destinado, desde su origen, en el cierre de la Unidad 20 instalada en el Hospital Borda,
como medida de protección y reparación de derechos violados y vulnerados.
Según el informe PR.I.S.M.A fue afrontando una serie de dificultades provenientes todas de
medidas decididas institucionalmente, que debilitaron sus posibilidades como dispositivo de salud.
Mencionamos sólo algunas de ellas cuando nos referimos al modo en que fue transformándose el
criterio de ingreso.
Personal no idóneo decide y dispone sobre la incorporación o no, de una persona al dispositivo,
alejándose así del espíritu que impulsaron las diversas reivindicaciones y reclamos de numerosos
actores sociales y que desembocaron en la ley nacional de salud mental y sus distintos movimientos
de reforma y transformación -con impacto relativo- en las prácticas y políticas públicas, referidas a
la salud mental y su protección. Es decir, a la necesidad imperiosa de pensar la salud mental como
un derecho.
En el último tiempo el dispositivo se vio fuertemente deteriorado por diferentes variables que en su
conjunto describen bien la violencia institucional expresada como medidas de vulneración
explícitas y sistemáticas
Entre las acciones claramente regresivas que violan principios de convencionalidad desde la
perspectiva de los Derechos Humanos mencionamos algunas señaladas por la PPN.
Desde octubre del 2015 según el informe de la PPN hubo una disminución en la dotación de
personales afectados que dificulta la conformación de los equipos tratantes con que deben contar
para la asistencia de cada paciente, según la Ley de Salud Mental, afectando principalmente las
actividades de talleres y los espacios grupales, entre otras actividades, que se ofertaban como parte
del tratamiento.
Existe una dificultad creciente para programar y cubrir guardias, por lo que las mismas quedan en
manos de personas no implicadas con la lógica del tratamiento, lo cual agrega vulneración al
derecho a la salud mental.
Va de suyo que si el personal se recorta junto con el presupuesto, todo el dispositivo queda dañado
severamente. Los tratamientos y vínculos se discontinúan, se desnaturaliza la alianza de trabajo, se
desdibujan los verdaderos objetivos del tratamiento y del programa (PR.I.S.M.A es un programa)
No obstante ello, además, en este escrito mencionamos en particular que son los espacios grupales,
colectivos y talleres los que ocupan el lugar de producción y protección de la salud mental y
emocional, según testimonio de los mismos alojados, a diferencia de las dificultades que
encuentran, como ya adelantamos, los dispositivos tradicionales. Es decir, son estos espacios,
menos tradicionales pero fuertemente arraigados a la historia de la salud colectiva en nuestro país,
los que más son reconocidos por los alojados, como los espacios terapéuticos y de salud
fundamentales. Son en estos lugares donde trascurre el proceso de salud y de recuperación de los
alojados.
Estos espacios de salud, entonces, son los primeros sacrificados, por las medidas y políticas
institucionales, independientemente de que los últimos (los dispositivos y prácticas más
formalmente reconocidos, e históricamente más críticamente revisados y éticamente observados) se
vean afectados también, más de lo que lo estaban y en algún sentido heridos de muerte.
Según la PPN, al deterioro del funcionamiento del dispositivo, se agregan condiciones edilicias y de
recursos materiales. Se observan consultorios en deplorables condiciones, que violan radicalmente
las obligaciones emanadas de nuestra propia Constitución referidas al transito y el alojamiento en
las cárceles.
De acuerdo con los monitoreos que se realizó la PPN en relación a la modalidad de las entrevistas
psicológicas, en algunas Unidades no se verifica el debido cuidado de la confidencialidad durante
las mismas, las cuales muchas veces se realizan en salas que carecen de puertas y ante la presencia
de personal de seguridad.
Los estándares internacionales son claros respecto a la relación entre el resguardo de la seguridad y
la salvaguarda del derecho personalísimo de la confidencialidad.
Durante los encuentros de intercambio y trabajo, buscamos referencias que nos ayuden, y ayuden en
general, a repensar esta situación. Tomamos como ayuda las recomendaciones para la entrevista con
un letrado o asesor legal, en contextos carcelarios. Si hubiere auxiliares de requisa u otra figura de
seguridad –justificada- este debería estar en última instancia a la vista pero no a la escucha de la
entrevista. Los documentos son claros y precisos en este sentido. El mismo criterio cabe aplicarlo a
la confidencialidad psicológica. Es difícil imaginar un argumento que justifique una excepción
hecha para la entrevista psicológica, con lo que conlleva ella de exposición y de intimidad, y con los
peligros que implica la información y su circulación en contextos de encierro como el carcelario.
Contextos de deberían llamarse por sus condiciones reales, de inseguridad.
Sostenemos que la desinformación al respecto, o duda, en profesionales idóneos o no, pero a cargo
de estas responsabilidades, no puede ser considerada desde el punto de vista, exclusivo de la
contingencia de la pericia del profesional en cuestión.
Por el contrario, creemos que corresponde aquí un criterio objetivo de responsabilidad, ya que por
definición, los profesionales en funciones terapéuticas en el sistema carcelario son agentes públicos.
La responsabilidad por falta de debida diligencia, descuidos en la precaución y prevención y por los
daños concretos que la vulneración produce, y los riesgos de una práctica como la terapéutica, es
del Estado, y en particular del sistema penitenciario.
La negligencia profesional es violencia institucional.
Ahora bien, la responsabilidad ética recae, entendemos en los practicantes como colectivo político,
en tanto y en cuanto, su práctica exige revisión crítica, permanente y continua, para salvaguardar los
derechos en vez de vulnerarlos.
Prácticas de ese tipo ciertamente entran en conflicto legal con el derecho básico en la asistencia de
la salud mental, como es el resguardo de la intimidad en los tratamientos que se brindan.
Sostenemos que no es como una mera puntuación y acumulación de ítems, la manera en la que hay
que entender y abordar una composición de situación sobre vulneraciones de derechos, sino, por el
contrario, creemos que ésta debiera realizarse desde un abordaje con plena conciencia de la
integralidad de los derechos.
El quiebre de la confidencialidad y cada una de las condiciones detalladas por el informa de PPN en
vez de proteger el derecho a la salud mental, lo derrumban.
Como dijimos antes, lo hieren de muerte.
No se trata solo de un listado de necesidades sino de una radical denuncia contra prácticas
devastadoras –sistemática e institucionalmente- de la subjetividad. La cárcel derrumba la identidad,
la personalidad y la integridad emocional y psíquica, con la sistematicidad de un dispositivo de
tortura, que emana del ojo punitivo del Estado.
Las entrevistas se realizan en algunos casos a puertas abiertas en un lugar donde toda la vida queda
bajo llaves y cerrojos. Independientemente del valor objetivo de los datos analizados, cabe
reflexionar, al lado de las paradojas mencionadas, sobre la carácter de estas prácticas, sobre esta
especie de cinismo institucional que tortura protegiendo.
En un contexto como el carcelario esta situación es por un lado una grave exposición para el titular
de derechos, para su vida en el aspecto más real y concreto imaginable, para su transitar el encierro
y por otro lado intensifica la indefensión experimentada por el alojado.
La respuesta institucional a la necesidad de ayuda, en vez de ser la obligación asumida por el
Estado, de un servicio óptimo en calidad, es la traición de la confianza fundamental. La traición a
un lastimado.
El relato de un paciente, siempre es único en condiciones y oportunidad. Malograr esta ocasión es
perderlo todo. Es sepultar la posibilidad de que aquello que requiere ser dicho salga a la luz. Es más
que no ser escuchado, es sepultarse hasta que una nueva oportunidad surja, en las peores
condiciones, con las probabilidades casi todas en contra.
El lector, no se asombrará si agregamos que en este estado de situación, en este orden de cosas, la
población más vulnerada es la más joven y desde el punto de vista del género la población femenina
y la población trans. La población con más necesidad de ser “escuchada” y protegida.
El informe de PPN con acierto destaca que no hay interés suficiente, ni de calidad, de escucha de
aquello que produce malestar, cuando responde menos a cuestiones de índole “psicopatológica”,
que a temas ligados al régimen penitenciario, como pueden ser el acceso al trabajo, a las visitas,
modalidades de resguardo de la integridad física que conllevan veintitrés horas de encierro, etc.
La situación, insistimos, no solo demuestra el desconocimiento sobre los que el derecho a la salud
mental implica, sino un desinterés injustificado y una práctica ilegal tanto como vulnerante.
Entendemos que los derechos sociales son y deben ser , tan exigibles como los civiles y políticos y
que unos y otros son inseparables.
No puede reducirse la intervención a aquello que puede transcurrir entre las paredes de un
consultorio psicológico, devastado y vulnerado, tanto como el profesional que lo habita.
Un eje mencionado y para nosotros fundamental para entender el desencuentro cronificado entre la
protección de la salud mental y el contexto de encierro carcelario, desde el punto de vista de las
prácticas profesionales, es lo que la PPN llama, la existencia de la paradoja, que supone la presencia
de la variable psicológica en lo que hace a la progresividad del régimen penitenciario.
Se produce una contradicción entre el rol del psicólogo terapeuta y el "evaluador" en su engarce,
con el régimen de progresión, dentro del que se incluye la “variable psicológica”.
La PPN señala el desacierto que resulta del hecho de que los psicólogos deban, entre sus demás
funciones, evaluar y calificar a los internos a quienes, a su vez, asisten desde el punto de vista de la
salud mental.
Para la PPN con quien acordamos, necesariamente la cuestión de las calificaciones obstaculiza la
labor “terapéutica”. Genera “roces y resquemores entre los detenidos y los profesionales que deben
asistirlos”, y esto en el mejor de los casos. Por lo menos en el nivel más superficial o primero de
análisis.
De base malogra la posibilidad misma de la práctica terapéutica por vulnerar sus condiciones de
posibilidad. No ya las condiciones materiales, sino la posibilidad misma del vínculo terapéutico, en
su textura emocional, psíquica y relacional.
Otras atrocidades sin embargo parecieran diluir la gravedad de lo mencionado hasta aquí.
No hay que olvidar que la naturaleza física de una tortura no es proporcional con la magnitud de la
violencia y crueldad de la misma. En general el tormento físico se pone en función del derrumbe
emocional.
Según el informe mencionado de la PPN, dichas medidas se mantienen con una duración que en
muchos casos excede el primer momento de la crisis de excitación, contraviniendo todos los
protocolos específicos para dicha sujeción, cuando se requiere como medida protectora ( si la
misma fuese justificada).
En algunos casos las medidas de sujeción son realizadas con cintas de cinturón de seguridad de
automóviles.
La PPN, afirma que de la lectura del protocolo propiamente dicho, no se desprenden que sea
necesario mantener sujetados durante toda la noche a los detenidos. Para la PPN la modalidad y el
modo de implementarla resulta en una humillación y violación innecesaria a la integridad física y
psíquica de las personas que son sometidas a tales medidas.
Otro de los puntos relevados en el informe es la discontinuidad de los abordajes en salud mental con
los traslados, ya sea de establecimiento o de módulo. Se trata de un punto ciertamente problemático,
y que consiste básicamente en la frecuencia de la interrupción de vínculos terapéuticos debido a un
cambio de lugar.
En esos casos la rigidez de la asignación del cuerpo de profesionales impide que exista la debida
continuidad que requiere cualquier vínculo terapéutico. Se genera de ese modo un continuo "volver
a empezar" que establece una suerte de "como si" en lo que hace posibilidad de establecer un
espacio terapéutico.
Por último el informe menciona una de las formas igualmente denunciadas en su uso, en la Ley
Nacional de Salud Mental, la medicalización del sufrimiento. El mal uso de la medicación por fuera
de lo estrictamente terapéutico. Articulo 12 ley 26657.
La medicación conjuga con el encierro , y este con la falta de espacios terapéuticos y de salud.
La población carcelaria con un importante índice de personas relacionadas al consumo
problemático, no tiene espacios necesarios y suficientes de abordaje especializado en trastornos de
dependencias, o abuso. Una excepción bastante problemática por la cantidad de objeciones que
presenta, la constituyen las comunidades terapéuticas en la cárcel. Las condiciones del tratamiento
en ellas han sido numerosamente observadas por la procuración.
Por su lado el control d e sustancias es permanentemente aludido entre los temas de la seguridad y
es habitualmente justificación también de malos tratos, degradantes y humillantes.
Las adicciones y los trastornos de dependencia no escapan a esta lógica, iatrogénica y negligente de
abordaje. Paradójicamente una de las problemáticas más presentes en la población, no quede más
que incrementarse, en las condiciones relatadas hasta aquí, de lo que sólo como un eufemismo,
vacío, se describe como “contexto de encierro” . Donde las recomendaciones de la OMS y OPS
recomiendan un entorno amigable, de confianza y seguro, la cárcel ofrece “un contexto letal”, para
la recuperación y el transito de un proceso terapéutico y de salud.
A la ya criticable oferta psicologizante y sus condiciones, le puede superar sólo esta nefasta
estrategia farmacológica –hecho como otros que no sólo se observa en las cárceles, sino que en ella
se agudiza por las particulares circunstancias del ámbito penitenciario-
Para ir finalizando. Debemos considerar que todo el tiempo que el poder Judicial, o el sistema
penitenciario, opere como “agente de salud”, la justicia se aleja como posibilidad de tratamiento,
entendido como garantía, protección y respeto por los derechos de la persona en primer lugar. El
lugar de estos no es la intromisión en la confidencialidad, la demanda de información, ni la
discrecionalidad en las derivaciones y traslados respecto a dispositivos de tratamientos. Vulnera
derechos y viola legislaciones existentes en el ordenamiento interno. Su lugar es garantizar positiva
y negativamente estos derechos, el derecho a la salud y al tratamiento. Entonces no invadir
incumbencias, y promover en cambio, positivamente todas las medidas que procuren las
condiciones -no mínimas- sino optimas de atención. Edilicias ambientales, vinculares,
emocionales, etc. También aquellas como mencionamos arriba que hacen a la integralidad de
derechos (salud en general, trabajo, accesibilidad a la Justicia, etc.) La referencia a la reincidencia
deja siempre a un costado la responsabilidad del Estado en el fracaso de las políticas de reinserción
que sobrepasa mucho el sistema de puntajes y profesión del tratamiento de rehabilitación.
En otro lugar trabajaremos la situación de mujeres con hijos menores de cuatro años. Según
testimonios del colectivo “Yo no fui”, algunas mujeres cuando se le otorga la prisión domiciliaria,
desde la ya criticada lógica de beneficios, manifiestan su deseo de volver al penal, víctimas del
hambre, la imposibilidad de trabajar, de estudiar, las dificultades económicas y de vivienda, para sí
y para sus hijos.
El deber de los profesionales de la salud es denunciar cualquier desvío de estas competencias y/o
responsabilidades por un lado, y por otro, entender la verdadera dimensión de su práctica definida
desde una perspectiva de derechos y la trasformación radical que ello implica a los modelos en que
la misma práctica se desarrolla en la actualidad.
Los agentes del poder judicial y/o de seguridad actuando lejos de sus incumbencias no hacen sino
profundizar el movimiento tendiente a socavar la especificidad y desdibujar el sentido de un
abordaje en salud.
Los recortes presupuestarios y de personal, socava el derecho a la debida asistencia en salud mental
de los pacientes internados.
Dicha situación duplica la vulnerabilidad subjetiva que ya de por sí conllevó la internación de una
persona en el mencionado dispositivo y en el contexto particular de encierro.
En el Plan Estratégico de Salud Integral del Servicio Penitenciario Federal -que comprende el
período 2012-2015- se estableció un Protocolo de Prevención, Diagnóstico, Asistencia y
Tratamiento en materia de Salud Mental, en el que se menciona que “Deberá garantizarse el proceso
de atención en un ambiente apto que asegure el resguardo de la intimidad del/la interno/a y en
donde sea respetada la libertad de comunicar aspectos confidenciales relativos a su vida privada”
Es claro que se debe exigir en principio su plena implementación y en segundo lugar denunciar
como ilegítimo cualquier movimiento que respecto de este documento resulte regresivo.
El otro elemento que resalta el informe de la PPN y con el coincidimos, es la situación que resulta
de todas las dificultades, carencias, y omisiones indebidas, señaladas.
Se observa que en gran medida aspectos fundamentales de la necesidad de contención emocional,
queda en manos de personal de seguridad y no de profesionales idóneos, con el claro riesgo que
implica la múltiple función de escuchar, vigilar y castigar, para quien esta indefenso, esclavo de sus
necesidades de ser escuchado en un contexto de castigo y de control.
Es decir, por necesidad más que por elección, el alojado deposita si intimidad y su confianza en
quien no confía y de quien se protege. Así se construye y constituye una figura del profesional de la
salud y del agente de seguridad que se nutren recíprocamente. Así como el agente de seguridad
amenazante para el alojado es una figura, por necesidad, de contención, por las condiciones del
contexto de encierro; así el agente de salud, por el mismo contexto y sus condiciones, es una figura
que no alcanza a tramitar la seguridad y la confianza necesaria que todo contrato y/o alianza
terapéutica requiere.
Coincidimos con la PPN en que resulta preocupante que la Salud Mental esté subsumida de ese
modo en las coordenadas de la seguridad y el control y que las prácticas de salud no se lleven a
cabo en un ámbito adecuado, mientras que los espacios y recursos formalmente reconocidos para
tales temas, carecen de competencias y condiciones adecuadas.
La demanda asistencial no puede estar intervenida por el poder judicial y/o penitenciario so pretexto
de atender a cuestiones ligadas a la seguridad, o la justicia.
El Estado debe garantizar a las personas con padecimiento mental el “derecho a recibir un
tratamiento personalizado en un ambiente apto con resguardo de su intimidad, siendo reconocido
siempre como sujeto de derecho, con el pleno respeto de su vida privada y libertad de
comunicación”.
En la Regla Mandela N° 32 se estipula que, en contextos de encierro, “la relación entre el médico u
otros profesionales de la salud y los reclusos estará determinada por las mismas normas éticas y
profesionales que se apliquen a los pacientes en la comunidad exterior, en particular (…) la
confidencialidad de la información médica, a menos que mantenerla pueda dar lugar a una situación
de peligro real e inminente para el paciente o para terceros”. Nosotros consideramos que no debiera
ser atribuible sino al Estado la seguridad en el contexto carcelario, y que esta garantía debe
realizarse sin sacrificio de otros derechos igualmente legítimos personales de los alojados, como es
el de su salud. La paradoja es que el paciente recluso y su salud termina siendo la variable de ajuste
del control de la seguridad que es un deber del estado para con los mismos alojados allí.
Coincidimos con la PPN en que si considerando que las modalidades de la vida cotidiana que se
establecen en la cárcel, es crucial el cuidado de variables como, el trato, la cualidad de los espacios
de alojamiento, sus condiciones materiales, la oferta de educación, trabajo, actividad física y
recreativa, y el respeto y promoción de los vínculos sociales de calidad, para pensar una concepción
de la salud mental integral, que va más a allá de los abordajes “psicologizantes”.
Frente a ello el encierro y el aburrimiento tanto como la impotencia que suscitan las respuestas
arbitrarias por parte de los representantes de la agencia penitenciaria desembocan, en muchas
oportunidades, en dolor y sufrimiento psíquico.
En cuanto al rol del psicólogo evaluador, como dijimos, ningún tratamiento en salud mental resulta
viable si se impone con fines evaluativos y regido por la lógica de objetivos dentro del tratamiento a
cumplir, ajenos a los del derechos a la salud.
El Servicio de Psicología, no logra desligarse de las demandas evaluativas provenientes de los
Juzgados y desde la misma institución carcelaria, aun cuando registran diariamente cómo ello va a
detrimento de su función principal, que debería ser atender al malestar psicológico.
Según la PPN se ofertan abordajes etiquetados según las diferentes temáticas que van surgiendo:
Adicciones, Violencia de Género y Delitos contra la Integridad Sexual, pero no se brindan las
condiciones necesarias para que se implementen de un modo que resulte verdaderamente eficaz, ni
se capacita a los profesionales para que su implementación sea la adecuada.
Como planteamos más arriba, existen prácticas definidas como protección que conducen a formas
sistemáticas de vulneración. Un paradigma de protección integral de derechos es la Ley 26061 de
protección integral de derechos de niños, niñas y adolescentes, y su referencia a la Convención
sobre derechos del niño.
Derivada de la ley y las políticas publicas respectivas analizaremos brevemente una situación muy
significativa que surgió de nuestros encuentros interinstitucionales. La situación de los llamados
institutos de menores, o institutos socioeducativos.
En este apartado analizaremos la situación presentada por la procuración penitenciaria nacional,
respecto a los Institutos de menores dependientes de la Secretaria de Niñez, Adolescencia y Familia.
La cárcel de menores, es un indicador crucial en nuestro tema. Negada en el lenguaje y existente en
los hechos. Negada en las leyes, y denegada en los procesos judiciales, existen como institutos
socioeducativos. Un eufemismo letal y perverso. Es demostrado que en los institutos, cárceles de
menores, se tortura, se trata cruel y degradantemente, pero no existen.
Se pierden incluso derechos que los adultos en las cárceles, tienen por estar en la cárcel y por ser
adultos (los pocos que no se pierden). Es decir, por ser menor de edad, por estar protegido por el
sistema de protección (valga la redundancia) se encuentran cuasi ilegítimamente detenidos, no
reconocidos, en su real situación. La situación es doblemente vulnerante, porque es el sistema, otra
vez, el que niega y deniega la existencia real de la situación de los menores en conflicto con la ley
panel. Es un claro ejemplo de cómo es el Estado el violador principal de derechos. Lo hace de
manera integral, desde su legislación, sus instituciones, sus sistemas y el accionar (las acciones y
decisiones) consciente e intencionado de sus agentes. No hay donde apelar.
Presentamos un ejemplo de como el sistema de protección opera vulnerando y cuan finos y
organizados son sus mecanismos y los modos de su accionar.
Sin embargo el sistema no es cerrado, si bien invita a callar y dejar hacer en cada eslabón, razón por
la cuál funciona, no deja de adolecer de fisuras por donde la política de derechos puede con
dificultad, tiempo y esfuerzo, accionar también, denunciar y cambiar a veces más y a veces menos,
el estado de situación.
Todo el tiempo existe con riesgos grandes movimientos de resistencia en ambos lados, la resistencia
a la opresión estatal y la resistencia a la plena vigencia de derechos.
La perspectiva de derechos demuestra así que no alcanza con la letra escrita, muerta, en las leyes,
sino con la continuidad de las luchas de las que emergen los ordenamientos jurídicos
internacionales e internos, para que la vigencia y el único sentido y razón de ser de ellos sea posible.
Nos extenderemos en este ejemplo que demuestra bien los mecanismos que operan en la
vulneración de un derecho, y los que deben accionarse para evitar la misma.
En la Recomendación 856 del 16 de febrero del 2017, la Procuración dice tomar conocimiento que
en los establecimientos de régimen cerrado donde se alojan niños, niñas y adolescentes privados de
libertad en el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se llevan adelante registros con
prácticas invasivas, humillantes y degradantes que implican graves vulneraciones de derechos,
tanto para detenidos o visitantes (Asociación Civil de Familiares de Detenidos en Cárceles
Federales ACIFaD) y que por ello es “imperioso” reglamentar y adecuar los procedimientos de
registro a los estándares internacionales en la materia.
Sobre el tema de los registros y requisas, la Procuración, siguiendo sus funciones y facultades, entre
las que se encuentran, las de “proponer medidas, realizar advertencias, recomendaciones e
investigaciones y sugerir reformas para hacer más efectiva la vigencia de los derechos humanos de
los que son sus titulares (art. 20 Ley procuración penitenciaria 28875), tiene y tenía a la fecha de
esta situación, realizadas ya varías recomendaciones.
Las recomendaciones sobre el particular van desde el tema de la requisa de objetos (373/PPN/94);
requisa corporal y vegatorias a visitantes ( 373/PPN/97 y 654/PPN/06); inspección vaginal
(22/PPN/00 y 638/PPN/06); desnudo total (88/PPN/01); agravios a familiares (436/PPN/03); la
puesta en conocimiento los criterios sentados por el Comité contra la Tortura respecto a requisa
denigrantes (606/PPN/06).
Esta de más aclarar que la existencia de situaciones como estas son francas violaciones de Derechos
Humanos, y colocan al Estado Nacional frente a responsabilidad internacional por incumplimiento
de sus obligaciones aceptadas en la ratificación de pactos y convenciones de derechos humanos,
algunos de los cuales además fueron incorporados con jerarquía constitucional en la reforma de
1994. Impresiona la sistematicidad de la perseverancia del Estado en su omisión de tomar las
medidas que sean necesarias, para garantizar la plena vigencia de los derechos y libertades que
siguen en la actualidad violados.
Entre las acciones la PPN solicitó en varias oportunidades formalmente la derogación de la guía de
procedimientos de la función de requisa, y la conformación de una mesa de Diálogo entre diversos
actores que trabajan en la temática carcelaria, con el objeto de establecer una normativa nueva,
sobre el registro de visitantes y personas detenidas que se ajuste a los parámetros internacionales
que incluya la utilización de aparatos tecnológicos.
Repasemos los antecedentes, uno entre muchos, de las denuncias y señalamientos de la PPN sobre
el tema. No olvidemos que la situación es más agraviante, en tanto surge en el contexto de Institutos
de menores, al amparo del sistema de protección integral de Derechos de niños, niñas y
adolescentes.
Ya en el 2007 la PPN realizó la primer inspección sobre malos tratos y torturas en cárceles
federales, publicada en el 2009 “Cuerpos Castigados”, citado en otros párrafos de este trabajo.
Cuerpos Castigados, fue un trabajo pionero en visibilización de la situación en la que se encuentra
una persona privada de su libertad.
Hay personas que han manifestado, que ellas mismas, estando en institutos de menores alojadas,
pidieron a sus familiares, mayoritariamente las madres y hermanos menores, que dejen de visitarlos,
para evitar pasar por esa situación. Más abajo detallaremos cuales son las condiciones de
asilamiento e incomunicación en la que trascurren los días, los menores en conflicto con la ley
penal, en estas instituciones.
Para sintetizar, en el 2016 la PPN elevó al poder legislativo, una propuesta de modificación de los
artículos 70 y 163 de la ley de ejecución penal 24660, donde sostuvo que los registros personales de
personas detenidas y de sus familiares como la requisa de instalaciones constituyen prácticas que
provocan vulneración de derechos.
En particular “Las Reglas Mínimas para el tratamiento de Reclusos” (ONU) han sido reconocidas
por la Corte Suprema como contenido operativo de manda constitucional de “cárceles sanas y
limpias”
Regla 50: Las leyes y reglamentos que regulen los registros de reclusos y celdas serán acordes con
las obligaciones derivadas del derecho internacional y tomarán en consideración las reglas y
normas internacionales, teniendo en cuenta la necesidad de garantizar la seguridad en el
establecimiento penitenciario. Los registros se realizarán de un modo que respete la dignidad
intrínseca del ser humano y la intimidad de las personas, así como los principios de
proporcionalidad, legalidad y necesidad.
Regla 51: Los registros no se utilizarán para acosar ni intimidar al recluso ni para inmiscuirse
innecesariamente en su intimidad. A efectos de rendir cuentas, la administración penitenciaria
dejará debida constancia de los registros que se lleven a cabo, en particular de los registros
personales sin ropa, los registros de los orificios corporales y los registros de las celdas, así como
de los motivos de esos registros, la identidad de quienes los llevaron a cabo y los resultados
obtenidos.
Regla 52: Los registros invasivos, como los registros personales sin ropa y los registros de los
orificios corporales, solo se efectuarán cuando sean absolutamente necesarios. Se alentará a las
administraciones penitenciarias a idear y poner en práctica alternativas adecuadas a los registros
invasivos. Los registros invasivos se harán en privado y por personal calificado del
mismo sexo que el recluso.
Los registros de los orificios corporales solo los podrán hacer profesionales médicos calificados que
no sean los principales responsables de la atención del recluso o, como mínimo, miembros del
personal que hayan sido adecuadamente capacitados por profesionales médicos en cuanto a las
normas de higiene, salud y seguridad.
De las reglas Bangkok referida al trato de mujeres podemos mencionar las Reglas 19, 20 y 21.
Regla 19: Se adoptarán medidas efectivas para resguardar la dignidad y asegurar el respeto de las
reclusas durante los registros personales, que serán realizados únicamente por personal femenino
que haya recibido capacitación adecuada sobre los métodos apropiados de registro personal y con
arreglo a procedimientos establecidos.
Regla 20: Se deberán preparar otros métodos de inspección, por ejemplo de escaneo, para sustituir
los registros sin ropa y los registros corporales invasivos, a fin de evitar las consecuencias
psicológicas dañinas y la posible repercusión física de esas inspecciones corporales invasivas.
Regla 21: Al inspeccionar a los niños que se hallen en prisión con sus madres y a los niños que
visiten a las reclusas, el personal penitenciario deberá proceder de manera competente,
profesional y respetuosa de su dignidad.
Finalmente, el principio XXI de los “Principios y Buenas Prácticas sobre la Protección de las
Personas Privadas de Libertad en las Américas” COMISIÓN INTERAMERICANA DE
DERECHOS HUMANOS. RESOLUCIÓN 1/08, en el mismo sentido, dice:
Por supuesto sobre el punto mencionado hasta acá, ya se ha pronunciado, el Comité contra la
Tortura de la Organización de Naciones Unidas, creado por la Convención contra la tortura y otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o degradantes, y la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, en contra de tal estado de situación y recomendado a la Argentina se tomen las medidas
que garanticen la no vulneración de Derechos y su plena protección.
En el informe de la CIDH refiere al caso de la Señora Arena y su hija de 13 años de edad que
alegaron que el Estado Nacional –especialmente las autoridades del servicio penitenciario Nacional,
habían practicado en forma reiterada revisiones vaginales de las mujeres que visitaban la Unidad N1
del servicio penitenciario nacional (ex Unidad de Caseros). La comisión informó que se trató de
“una condición ilegal, que viola los derechos consagrados en los artículos 5, 11 y 17, de la
Convención americana de Derechos Humanos y el articulo 19, además en el caso de la hija.
En resumen, se viola el Derecho a “la integridad personal”; “la honra y la dignidad” y “la
protección de la familia” y “ del niño/a”
Para sintetizar:
Del Artículo 5:
“…. Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y moral…”
“…Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Toda
persona privada de libertad será tratada con el respeto debido a la dignidad inherente al ser
humano...”
Por el momento dejamos en esta variable las recomendaciones de la PPN para los institutos cárceles
de menores. Resta decir que hay otra variables igualmente graves que trataremos en otro documento
y acá sólo mencionaremos: las condiciones infraestructurales y materiales, los aislamientos, dentro
del instituto y la incomunicación con el afuera (algunos pocos minutos por semana) y controlados
por personal se seguridad de tal modo que la intimidad se torné imposible.
Estas son las condiciones que provee el Estado para la salud mental y emocional de un menor de
edad en conflicto con la ley penal y privado de su libertad.
En estas condiciones la práctica profesional debe debatirse éticamente si trabajar para favorecer un
estado de derecho protector, o para profundizar la irracionalidad demostrada del estado policial
punitivo que provee venganza en vez de justicia.
Para finalizar analicemos la vida al interior de estos institutos de la mano de uno de sus operadores.
Nos referimos al trabajo de Estaban Luis Fresco11, en el trabajo citado, se muestra con claridad las
relaciones de poder, al interior de las relaciones sociales del instituto de sistema cerrado.
11
ESPACIO OCUPADO/ESPACIO HABITADO. VIOLENCIA INSTITUCIONAL Y POSIBILIDADES DE
SUBJETIVACIÓN EN CONDICIONES DE ENCIERRO. Por Luis Esteban Fresco. Revista de pensamiento
penal Abril 2016. http://www.pensamientopenal.com.ar/doctrina/43292-espacio-ocupadoespacio-
habitado-violencia-institucional-y-posibilidades-subjetivacion
El riesgo aquí es cargar contra los operadores que realizan las prácticas, sin la conciencia de las
variables que implican la transformación de las mismas.
No se deja de pensar las prácticas del sistema completo de niñez y adolescencia desde las lógicas
del Sistema penal. Se olvida el interés superior y los principios de mínima intervención y “última
ratio” en el encierro juvenil.
Acordamos con Fresco que si a la etapa de suspensión del conflicto (punitiva) no le sigue el
posterior trabajo de resolución del conflicto para restituir derechos efectivamente, es decir, si a esta
primera etapa del trabajo no le sigue la de resolución, si el Estado no brinda los recursos necesarios
simbólicos y materiales para avanzar en el fortalecimiento familiar y comunitario, todo el sistema se
reduce a lo punitivo: Más niños en hogares, más pibes en encierro.
La lógica del sistema penal, pide ante todo sumisión y silencio y pide el cuerpo como punto central
de sujeción a la intervención judicial sacrificial.
Las normas que se imponen en nombre de la seguridad y que organizan la vida en el encierro se
alimentan de la tragedia posible que dicen pretender evitar y prevenir: Así, incendios, accidentes,
peleas, motines y muertes se atajan eliminando objetos y contactos “peligrosos” con otros de dentro
y fuera del penal.
Según Fresco, paradójicamente cuando las normas de seguridad ceden, los conflictos disminuyen.
Acordamos con el autor cuando afirma que las intervenciones en el encierro son, para el campo de
la subjetividad, acciones de desmantelamiento subjetivo, o de mortificación y degradación.
Para Fresco las normas de seguridad, en los institutos, son al contrario de lo que persiguen, las
responsables de gran parte de la inseguridad y la violencia institucional.
Según el artículo la primer operación del sistema penal es la de retirar a un joven de su espacio
habitado familiar y comunitario, y establecer una marca “adentro/afuera” que atraviesa todo el
proceso y que se constituye en “una dialéctica de descuartizamiento”, que lejos de las estrategias
subjetivas que hacen abordable las categorías de separación, levanta una “barrera entre el interno y
el exterior”. Una barrera que establece una tensión entre el mundo habitual y las exigencias de la
Institución que se vuelve protagonista de la vida cotidiana.
La segunda operación es el desposeimiento de toda propiedad que pueda traer consigo el joven e
impedir su manejo, mientras que estas pertenencias construyen y sostienen la misma identidad y el
control de sus relaciones con los demás. Se lo despoja así de su acostumbrada apariencia y se le
quita el acceso a los elementos con que regula su aspecto en sus entornos sociales.
Se quiebra el sentimiento de seguridad y el manejo del espacio personal, el límite que el sujeto ha
trazado entre su ser y el medio ambiente.
“El joven ingresa a “su” celda y se hunde en los rincones ensayando un primer refugio. Así vemos
las marcas y palabras en la pared que sostienen lo que les queda de sí: sus nombres, sus barrios, las
frases de pibe chorro (¿qué otra identificación les deja el paisaje de rejas?) o más arriba en el techo,
amores que esperan. Con el pasar de los días las primeras visitas traen fotos y cartas, además de
elementos para hacer pequeñas artesanías. El trabajo institucional diario de entrega y retiro de esos
elementos rompe cualquier coágulo de habitabilidad, de choza armada con lo que hay. La breve
comodidad del sueño se interrumpe sin los colchones. El mayor porcentaje de incidentes de
violencia cotidiana está en relación a la manipulación de objetos: - ¿Tanto problema por una foto?,
y se replica en episodios por: un cigarrillo, el jabón que trajo la familia, la artesanía rota de la noche
a la mañana”
“Esos objetos se revelan ahora mucho más que objetos y sólo podemos entender la intensidad del
conflicto sobre el fondo de la mutilación subjetiva. Los contactos con las familias por vía telefónica
son el otro gran foco de problemas graves. En esos llamados también se sostiene lo que alimenta la
vida. Tienen 10 minutos semanales por toda posibilidad.
12
Todos estos párrafos sigue literalmente el trabajo de Luis Esteban Fresco.
Cuando las reglas ceden, no es a consecuencia de la reflexión, sino de la resistencia autoflagelante
de los chicos.
Las conclusiones de Fresco son las nuestras:
“El sistema de encierro es efectivo porque funciona desde su silencio, desde su materialidad misma.
No se deja atrapar por discursos ni Derechos. Elimina al sujeto, o lo intenta con una fuerza que
desconocemos en otros dispositivos. Reduce un cuerpo a su volumen, la vida a un cronograma y el
espacio al puro aplastamiento. Una celda parece vacía, pero ahoga. El Estado carcelario no se
presenta como representante posible de la ley. No hace lugar al otro más que para su exclusiva
descarga”
Nuestra función es intervenir como terceros de apelación en esa encrucijada, de modo urgente.
Desde la incomodidad, habitando los pasillos y los espacios descartados del discurso penal.
“Construir buenas prácticas implica atacar decididamente y en nombre de la vida la lógica de las
normas institucionales para que hagan lugar al sujeto y su verdad”
Puede resultar casi un lugar común denunciar que las mujeres somos víctimas de toda clase de
violencias. Estas violencias atraviesan ámbitos públicos y privados, se retroalimentan en ámbitos
variados: desde los enmascarados posicionamientos en el terreno afectivo tributario del modelo de
amor romántico, las organizaciones domésticas, las exigencias objetualizantes de la estética, la
división sexual del trabajo o el estrecho accionar judicial que involucra a operadores y a decisiones
judiciales moldeadas por el mismo orden. Puede resultar un lugar común, una protesta recurrente,
un enunciado remanido, y en esa posibilidad se esconde una operación invisibilizante de una
verdad: la supuesta igualdad entre mujeres y hombres, no existe.
A pesar de las luchas de los feminismos por reivindicar los derechos de las mujeres, todavía
estamos en un estado temprano del proceso por equiparar desigualdades estructurales. Las
desigualdades en el terreno laboral, la violencia en ámbitos domésticos, la violencia sexual,
violencia obstétrica, violencia psicológica hacia las mujeres apuntan a domesticar cuerpos para que
el avance de las reivindicaciones y los reclamos por igualdad y justicia no sean posibles. Y estos
términos exceden la lógica del patriarcado: no es posible la vida comunitaria si persiste la injusticia
social.
La ilusión de la supuesta “igualdad conquistada” no es más que una represa para desalentar
reclamos, para compeler sujetos a la normativa ya establecida.
El orden judicial no es una excepción a esta regla. Mientras que se generan leyes de abordaje de
situaciones de violencia contra las mujeres y protocolos institucionales para tratar y abordar casos
puntuales de violencia, no existe un tratamiento de género efectivo en la justicia, ni en sus
procedimientos, ni en la capacitación regulada de sus operadores, ni en las decisiones de las jueces
teñidas de valoraciones opresivas hacia las mujeres.
Esta desinteligencia o falta de voluntad política para el tratamiento de la problemática no arroja otro
resultado que el de mujeres sometidas, excluidas, golpeadas, violadas, encerradas, muertas: mujeres
desarticuladas.
La Asociación Civil La casa del Encuentro, ha realizado valiosos aportes en materia de género,
entre ellos, el de desnaturalizar al femicidio como “crimen pasional” y otorgarle la dimensión
política. Estadísticas actuales denuncian que una mujer muere cada 23 horas por cuestiones de
género.
El sistema penitenciario es un claro exponente de las opresiones hacia las mujeres. Las condiciones
de encierro potencian las violencias de género. Cuestiones de mayor vulnerabilidad en cuanto a la
situación sociocultural o la condición misma de restricción de algunos derechos produce mayor
vulneración.
La tarea de visibilización implica denunciar las desigualdades que atravesamos las mujeres de
cualquier estrato social o condición, teniendo en cuenta las exigencias, cada vez más crecientes a las
que nos vemos expuestas. Estas exigencias ya no solo están ligadas a cuestiones reproductivas y
domésticas, sino que también, la exigencia de ser el sostén de hogar, dentro del Servicio
Penitenciario.
Estas exigencias perpetradas en estereotipos de género traspasan, incluso, las rejas. Los hombres
que están detenidos reciben a sus esposas, a sus hermanas, a sus madres o a sus hijos. Las mujeres
que están afuera siguen manteniendo ‘la casa’. La mayoría de mujeres que quedan detenidas, siguen
siendo sostén de sus familias, de sus hijos, porque no están con sus anteriores parejas, o porque su
pareja también está detenida y no reciben visitas, porque los hombres de sus familias no las visitan.
También son muchas las mujeres que crían, sin casi ninguna garantía que facilite tal crianza, a sus
hijos tanto dentro de las cárceles, como en prisión domiciliaria. Ante un Estado endeble a la hora de
garantizar el “interés superior del niño”, son muchas las mujeres que portan el legado de
desempeñar su rol de madres, de cuidar y sostener a sus hijos en las peores condiciones
ambientales, de higiene, económicas y psicológicas.
También, en el caso de mujeres que cumplen arresto domiciliario con hijos menores de cinco años,
suele darse el caso en el que estas quedan “aisladas” sin posibilidad de sostener económicamente a
sus hijos, e incluso, muchas veces, en situaciones de violencia doméstica conviviendo con el
agresor, sin posibilidad de salir.
Las mujeres, tanto afuera como en el encierro, se ven también obligadas por las circunstancias, a
llevar a cabo roles vinculares con sus hijos, y de sostén de familia como si el encierro se los
permitiese.
En ese “como si” desdibuja el acceso al pleno ejercicio de derechos y, sobre todo, al ejercicio del
derecho a la salud mental como concepto integral.
Desde esta perspectiva, si bien las condiciones en las que se desarrollan las penas privativas de
libertad, ligadas a usos y prácticas institucionales, vulneran el derecho a la salud, situación que se
ve agravada para las mujeres en situación de cárcel, dados los roles estereotipados y de
sometimiento que ocupamos socialmente.
En este sentido, y teniendo en cuenta la relación entre las prácticas de los distintos profesionales de
la salud, profesionales del área del derecho y la justicia, operadores y otras personas intervinientes
en los contextos de encierro, puede entenderse que si bien el ejercicio práctico, limitado por las
falencias mismas del funcionamiento, a las faltas presupuestarias, a la falta de reglamentación
adecuada o el no respeto por los derechos humanos en ámbitos carcelarios, producen mayores
vulneraciones que impactan directamente en el ejercicio del derecho a la salud y a la salud mental.
Estas falencias mencionadas, esta desarticulación aparentemente funcional no deja de ser arbitraria,
no deja de responder a ordenamientos sociales y de poder.
Existen políticas detrás de la ausencia de legalidad como también detrás de las medidas de
protección.
Si bien los sectores de la población ligados a la pobreza son aquellos más padecientes de estas
políticas, dado su grado de vulneración, en el caso de las mujeres, la situación se agrava dado el
imperio del patriarcado como política de dominación.
En el caso específico de las mujeres, las medidas de protección suelen estar ligadas a la política de
control.
Si el sistema judicial y en el sistema de salud están ligados a una mirada androcéntrica, no podemos
pensar que las medidas provenientes de los mismos tengan en consideración miradas de género en
pos de un trato igualitario.
En estas dos últimas décadas, a través del compromiso y del trabajo de abogadas en el ámbito
nacional, promotoras de la generación de un feminismo jurídico, inspiradas en feminismos, tanto
estadounidense como latinoamericano, se han producido modificaciones tanto en la legislación
como en el ámbito de la justicia local.
Las críticas al carácter androcéntrico del derecho, dieron lugar a la creación de una
institucionalidad de género en la justicia, no sin que se deslice un carácter paradójico: las
mismas prácticas que recogen denuncias son aquellas que por sus modalidades, por la precaria o
ausente formación en temática de género de los operadores receptores de las denuncias y por
otras cuestiones relativas a los procedimientos procesarles, estas prácticas suelen devenir
violatorias de derechos, por lo tanto, desde lo institucional se vuelve a vulnerar a la víctima.
El derecho, y en particular, los criterios normativos que lo rigen implican la valoración objetiva y
subjetiva de una conducta, planteando un borde entre lo que es socialmente aceptado y lo que
excede esa aceptación. En función de ese umbral asigna responsabilidades y penas específicas de
acuerdo con un criterio de valoración plasmado en una legislación codificada, en el caso específico
del derecho argentino.
Desde una pretendida neutralidad quedan por fuera aspectos estructurales que afectan las
relaciones sociales y asignan a sujetas y sujetos distintos posicionamientos que hacen a una
desigualdad jurídica, entre otras desigualdades sociales.
Cuando hablamos de género, hablamos de una categoría social, de una construcción que supone
acuerdos explícitos o tácitos dentro de un grupo social y momento histórico determinado. Este
acuerdo está incrustado en la cultura de modo que atraviesa transversalmente a toda una sociedad,
estereotipando sus conductas. La perspectiva de género comprende el abordaje de estos fenómenos
sociales y ha desarrollado herramientas específicas tendientes a visibilizar, cuestionar, analizar, y
diseñar políticas públicas, para crear políticas públicas para lograr una paridad social.
El campo de la justicia no es la excepción y las lógicas sociales y culturales conforman un
parámetro con el que se estipulan conductas razonables, esperadas, conductas normalizadas. Las
decisiones de los magistrados, en cuanto a la conducta esperable y a considerar conductas
delictivas, por acción u omisión de aquello que era lo esperable, no tienen en cuenta, en muchas
oportunidades, aquello que escapa por estar invisibilizado, que es la desigualdad estructural
establecida por razones de género.
El derecho penal argentino, como cuerpo normativo inserto en un sistema de construcciones
sociales y culturales, no es ajeno a estereotipos que se generan en torno a un conjunto de creencias
sobre atributos de varones y mujeres, fundadas en funciones biológicas, sociales y culturales.
Ciertas prácticas amparadas en las mismas normas prescriptas o en ausencia de ellas reproducen
desigualdades, en cuanto a las diferencias fundadas en cuanto género.
La perspectiva de género en el ámbito de la justicia local ha ido atravesando modificaciones tanto
desde lo institucional como desde el campo legislativo, que son circunstancia de experiencias y
procesos de cambios transnacionales impulsados por movimientos de mujeres a nivel internacional.
Los feminismos, los movimientos por la diversidad sexual, los colectivos de mujeres y LGBTIQ
impulsaron e impulsan reformas tendientes a que se visualicen y se creen condiciones de paridad e
igualdad que contemplen la diversidad sexual y las distintas identidades de género, más allá de los
binarismos tradicionales.
Los nuevos marcos institucionales no se han instalado sin conflictos y tensiones, incluso teniendo
en cuenta una postura Estatal resistente a la conservación de un statu quo. Son actores sectoriales
especializados los que han logrado, a través de la negociación, el alojamiento y tratamiento de
intereses diversos.
A partir de la recuperación de la democracia, también comenzó a haber un marco más propicio para
la formulación de otros reclamos y la creación de espacios en pos de visibilizar y reclamar derechos
igualitarios.
Desde esta perspectiva, tanto el espacio público como el espacio privado fueron problematizados y
han sido intervenidos con leyes específicas basadas y reguladas por nuevas legislaciones
internacionales tendientes a erradicar la violencia de género y toda forma de discriminación: la
Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW)
(1) y su Protocolo facultativo (1979), Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y
Erradicar la Violencia contra la Mujer "Convención de Belem do Para” (2), que propone el
desarrollo de mecanismos de protección y defensa de los derechos de las mujeres como
fundamentales para luchar contra el fenómeno de la violencia contra su integridad física, sexual y
psicológica, tanto en el ámbito público como en el privado y su reivindicación dentro de la sociedad
y también legislación impulsada por movimientos de mujeres y feministas, y también, desde
los últimos años, colectivos LGBTI y colectivos por la diversidad sexual.
La finalidad de los marcos normativos internacionales y de sus programas específicos,
consiste en establecer un marco regulatorio y reparador de desigualdades provenientes de
políticas públicas que como estas son un reflejo directo de un orden establecido; y solucionar
injusticias producidas basadas en estas desigualdades.
En Argentina, en el año 2009, se sanciona la Ley 26.485, Ley de protección integral para
prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus
relaciones interpersonales. Esta Ley surge con el apoyo del Consejo Nacional de las Mujeres, y a
través de un proceso de participación y reflexión, involucrando sectores de la sociedad civil y de
áreas involucradas en esta Ley. Este trabajo se realizó para comprender la trascendencia de la
problemática de las violencias contra las mujeres.
Si bien es necesario articular políticas de protección integral asociadas al trabajo sobre la violencia
de género contra las mujeres; y de fortalecer las Áreas Mujer Provinciales en la atención y
asistencia a mujeres víctimas de violencias, si bien en el año 2010 se sancionó su Decreto
reglamentario N° 1011, el ejercicio de los derechos regulados, aún es precario dadas las prácticas
institucionales existentes hasta la actualidad y las políticas que preceden a esas prácticas.
Las mujeres ejercemos nuestros derechos en ámbitos determinados que aún no han sido atravesados
por estas nuevas regulaciones. Por lo tanto, el ejercicio efectivo de un derecho no solo depende de
los marcos legales sino también de las políticas públicas destinadas a sancionar la violación de los
mismos, y esas políticas aún hasta la actualidad, son deficientes.
El objetivo de esta legislación ha pretendido plasmarse en la creación de oficinas específicas
para la atención de reclamos de mujeres u oficinas de atención especializadas en diversidad
sexual; también se adoptaron medidas de afirmación positiva como la inclusión de mujeres en
cargos públicos; y también se generaron políticas y se diseñaron planes para la
transversalización del género en la institución estatal, políticas y medidas que aún están en su
fase inicial de desarrollo y que evidencian problemáticas propias de una etapa de evidencia
experimental. En este sentido, no hay criterios claros en el diseño de programas de
transversalización. En este sentido, se han realizado experiencias de cursos de perspectiva de
género en oficinas públicas y no hay acuerdo sobre si esos cursos deben ser obligatorios o no.
Las opiniones que avalan la opcionalidad de los mismos se fundan en la idea de que pueden
generar posiciones reactivas y efectos contraproducentes. Otras experiencias, han arrojado
efectos positivos ante la imposición de la realización de jornadas de perspectiva de género
obligatorias. Todavía no hay una estadística clara que permita investigar el impacto de este
tipo de políticas.
En el ámbito nacional, tanto en la Ciudad de Autónoma de Buenos Aires, como en el ámbito
de las provincias, se crearon oficinas para la atención de la violencia contra las mujeres y la
atención de necesidades específicas de mujeres en situación de pobreza. Con trayectoria más
incipiente, se crearon espacios de atención a personas trasn, gays y lesbianas, además de la
creación de programas vinculados a la diversidad sexual.
Si bien son variadas las posturas en lo relativo a las perspectivas de género, incluyendo
posicionamientos, particularmente en el área judicial, acerca de que la inclusión de marcos
normativos que incluyan categorías fijas en la legislación, son tendientes a promover de por sí
una diferenciación posiblemente promotora de desigualdades, otras posturas basadas en la
recepción de demandas, en el estudio de campo de realidades sociales atravesadas por la
desigualdad, la discriminación y la no inclusión, son portadoras de otra voz que pugna por la
creación de reformas legales e institucionales sensibles a demandas por la igualdad.
En este sentido Marcela Rodríguez, abogada y pionera argentina en el tratamiento e impulso
de políticas y legislaciones inclusivas de las problemáticas, en Reformas judiciales, acceso a la
justicia y género, expone con respectos a la reforma judicial que debe “…tener en
consideración el reconocimiento del trato diferencial que el sistema de administración de
justicia otorga a mujeres y a hombres, y a la importancia del reconocimiento de las
necesidades y demandas jurídicas específicas de las mujeres en todas las acciones que se
ejecutan. De tal modo que los resultados garanticen el respeto a sus derechos, las
oportunidades reales para su pleno desarrollo humano y la voluntad institucional de lograr un
verdadero acceso a la justicia.”
En este sentido, y si tenemos en cuenta el funcionamiento de la Oficina de Violencia
Doméstica, dependencia de la Corte Suprema de Justicia, que es el ámbito en el que se
decepcionan denuncias, mayoritariamente de mujeres por situaciones de violencia en ámbitos
privados, si consideramos los mecanismos desarticulados entre las asociaciones civiles que se
encargan de patrocinar a mujeres sin recursos y no realizan su labor de modo eficiente y
efectivo, si entendemos que los mismos operadores receptores de denuncias, en gran
proporción, no suelen desempeñar sus tareas con una perspectiva adecuada que les permita
abordar a las denunciantes con la contención adecuada para que puedan desarrollar su
denuncia, si, además, la mirada de los jueces que deben resolver sobre medidas provisorias y
poco efectivas como la de restricción de acercamiento por parte del denunciado a la
denunciante, entonces, podemos entender que estamos insertos en un sistema aún deficiente
que lejos de prevenir y erradicar la violencia de género tiende a generar espacios para que la
misma se produzca.
Por lo tanto, en este ámbito, las instituciones que deberían proteger a las mujeres para
establecer relaciones sociales igualitarias y libres de violencias como formas coactivas, vuelven
a vulnerarlas con el agravamiento de generar la fachada de espacios promotores de una
justicia que nunca llega.
Cada ejercicio de violencia por cuestiones de género constituye un mensaje disciplinador y un
restablecimiento del orden establecido, en el que los responsables del cumplimiento de
legislaciones internacionales y nacionales y del cumplimiento efectivo de derechos no son
menos que responsables.
Situación de cárcel
En este contexto, y dado que la cárcel reproduce e intensifica vulneraciones a los derechos, en el
caso de argentina, la experiencia de mujeres en situación de cárcel sigue siendo negativa, pese a
intentos de preservar determinados derechos, que, por poco exhaustivos, en cuanto a la comprensión
de las situaciones generales y particulares, se pierden en intencionalidades legislativas del orden de
lo declamativo.
Previo al desarrollo de la legislación desarrollada para la protección y promoción de derechos para
mujeres en situación de cárcel caben destacar dos cuestiones.
Más allá del género, la pena que se cumple en la cárcel solo restringe el derecho a la libertad, pero
el resto de los derechos no deberían verse afectados.
En la práctica, es notorio que casi todos los derechos de una persona son vulnerados en el ámbito
carcelario, por las prácticas, por las costumbres, por el desempeño de operadores que, incluso,
actúan por liberalidad en ausencia de un régimen más ajustado por reglamentos, e incluso, por falta
de presupuestos asignados a tales fines.
En la práctica podemos ver que un/a psicólogo/a está a cargo de quinientas personas internas o lo
mismo ocurre con respecto a un/a defensor/a oficial.
Por lo tanto, el ejercicio de los derechos se ve afectado también por las mismas deficiencias que se
producen al amparo de políticas de exclusión.
El otro punto a destacar tiene que ver con la definición de los temas que son de importancia en
relación a cárceles y mujeres. Si bien la problemática se hace extensiva a todo ámbito y a su
definición, es la concepción androcéntrica la que define y normaliza los temas de interés social. En
lo respectivo a cárceles y mujeres, y de acuerdo al estereotipo de mujer madre, los embarazos, los
partos y el cuidado y crianza de los niños son aquellos temas donde se ha legislado
La primera condena hacia una mujer es social, La mujer que se aleja de los estándares asignados por
estereotipos sociales y culturales es reprimida con una condena legal o ilegal, de un modo mucho
dura.
Cuando los jueces valoran los elementos constitutivos para la comisión de un delito y la imputada
es una mujer, no suelen tenerse en cuenta como situación atenuante, las condiciones de
sometimiento a la violencia machista, pero sí puede ser calificado como “emoción violenta” la
perpetración de un femicidio, valorando circunstancias que naturalizan violencias hacia las mujeres
como celos, apoderamientos y otras conductas propias de estereotipos de roles sociales.
No hay estadísticas actuales sobre mujeres en cárceles por defenderse del sistema patriarcal.
Además de la desigualdad propia en la mirada del mismo sistema judicial, para el presupuesto de la
situación de encierro dadas las circunstancias legisladas, hay una normativa que prevé situaciones
para mujeres embarazadas, mujeres con niños
Maternidad y cárceles
El protocolo de actuación para el caso de las reclusas tiene como primer referente a Reglas de las
Naciones Unidas para el tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las
mujeres delincuentes (Reglas de Bangkok), que surge de la voluntad de los Estados parte para que,
entre otras cosas, se tomaran medidas positivas para hacer frente a las causas estructurales de la
violencia contra la mujer y fortalecer la tarea de prevención y en la formulación de políticas contra
la violencia contra las mujeres recluidas en instituciones o detenidas.
Luego, a nivel nacional, hay leyes y protocolos. Muchos de los protocolos dependen de cada unidad
carcelaria, sobre todo los referidos a cuidados y controles médicos.
En la práctica también tenemos que considerar que los médicos asignados a los internos son más
que escasos y que un/a médico/a puede estar destinado a centenas de internos. Los mismos son
parte del sistema penitenciario, o sea que dependen de las jerarquías y reglamentaciones propias a
ese sistema, teniendo en cuenta que el sistema penitenciario es una fuerza de seguridad, que
depende de decisiones de hombre y que en ese contexto y en tanto esos valores, se aplica a mujeres.
Una situación problemática se presenta en torno a las mujeres con hijos, privadas de libertad. De
acuerdo con la Ley de Ejecución 24.660, las mujeres con hijos de hasta cuatro años, pueden vivir
juntos en la unidad penitenciaria, sin condiciones adecuadas para su alojamiento. Una ampliación
de este criterio fue introducida por la Ley 26.472, para que las mujeres con hijos de hasta cinco años
de edad puedan sustituir la pena de prisión por arresto domiciliario. En este sentido, los derechos
humanos, derechos de la niñez, en lo particular, quedan suspendidos ante el hiato legislativo y una
praxis que no los favorece.
La Ley de Ejecución 24.660, en su art. 195, permite que las mujeres encarceladas tengan con ellas a
sus hijos hasta los cuatro años. En su art. 195, prescribe que “La interna podrá retener consigo a
sus hijos menores de cuatro años.” Dice luego: “(…) Cuando se encuentre justificado se
organizará un jardín maternal a cargo de personal calificado”.
La misma ley, prevé, en su art. 32, que el Juez de Ejecución, podrá disponer de la medida de
detención domiciliaria, para el cumplimiento de penas de prisión o reclusión, para mujeres con hijos
menores de cinco años, o para mujeres con una persona con discapacidad a su cargo.
En este sentido, el derecho en juego, depende de la discrecionalidad del Juez de Ejecución, y
nuevamente damos con la problemática de la perspectiva desde la cuál va a tomar la decisión. En
esa potestad judicial, se pierde la posibilidad de que haya un protocolo de actuación y, en ese
sentido, no hay posibilidad de establecer una adecuada regularidad.
En muchos casos, la decisión de que una mujer esté cumpliendo detención domiciliaria puede
exponerla a mayores vulneraciones dado que sin recursos, sin trabajo, sin contar con medios para la
subsistencia, sin recurso alguno, no va a ser posible que esa medida de pretendida “protección”
tenga sentido tal sentido. Es aquí como la ausencia de políticas que acompañan a la legislación
produce que los derechos sean solo una enunciación desprovista de posibilidad de ejercicio efectivo.
En estos casos, claramente se vuelve a responsabilizar a las mujeres que son madres por
responsabilidades que las anteceden, como la responsabilidad estatal de garantizar el acceso
igualitario al ejercicio de derechos económicos, sociales y culturales. Nuevamente en la situación de
cárcel vemos como se responsabiliza a las mujeres por las responsabilidades propias que impone la
maternidad y no ocurre la misma condena social en hombres en situación de cárcel y deben hacerse
cargo de sus hijos. Las responsabilidades propias de la paternidad quedan nuevamente
invisibilizadas y la carga social queda depositada sobre las mujeres.
Es por ello que muchas madres solicitan cumplir su condena en ámbitos carcelarios que les
permitan trabajar, tener una guardería para sus hijos, disponer de bienes de consumo mínimos como
los alimentos.
En la Unidad Penitenciaria 31 de Ezeiza, existe un pabellón destinado a mujeres con hijos y cuenta
con Jardín de infantes y con Guardería. No ocurre esta situación en todas las cárceles de mujeres.
En muchas unidades penitenciarias suelen convivir internas sin hijos con internas y sus hijos. Esta
situación expone a más de un riesgo a los niños que viven en cárceles con sus madres, niños
expuestos a una condena obligada, criados en ámbitos donde la seguridad, incluso, queda a cargo de
sus madres desprovistas de posibilidades, ya que el sistema penitenciario y la unidad en sí, no
establecen regulación ni medidas efectivas para disminuir los riesgos propios de la convivencia
carcelaria para con sus hijos.
La Convención sobre los Derechos del Niño (1989), con rango constitucional desde el año 1994,
reconoce el “interés superior del niño, como valor primordial a considerarse en toda medida
institucional de bienestar social, pública o privada, tanto sea de orden administrativo, legislativo o
judicial; también establece que “(…) el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su
personalidad, debe crecer en el seno de la familia”. En este sentido, establece que los Estados deben
velar porque el niño no sea separado de sus padres contra la voluntad de estos (art. 9).
Nuevamente y, de acuerdo a la legislación vigente, teniendo en cuenta el art. 32 de la Ley de
Ejecución, en esa potencialidad que libra a la discrecionalidad del juez, la decisión sobre el lugar de
cumplimiento de la condena. Por lo tanto, un derecho que debería estar regulado para su
cumplimiento efectivo y al amparo del “interés superior” del niño, queda librado a la potestad de un
funcionario sin la posibilidad de regularizar su ejercicio.
Cabe preguntarse ¿en qué se fundamenta la norma? Existe una indisoluble vinculación de esta
modalidad de cumplimiento de pena con roles sociales establecidos por ordenamientos sociales
estereotipados. La mujer está ligada a su rol de madre y debe afrontar las responsabilidades y
reproches encubiertos propios de este rol, incluso en condiciones de imposibilidad manifiesta, en
las que ejercer este mandato, implica hasta un mayor riesgo para el niño que se cría en estas
condiciones, dejando bajo las condiciones sesgadas de la madre en prisión, incluso, la posibilidad
de su propia vida.
Tinta Revuelta es un colectivo editorial de mujeres que surge a partir del Taller de Periodismo y
Escritura de “YoNoFui”. Muchas de las mujeres que conforman el taller estuvieron privadas de
libertad. En el año 2014 lanzaron el primer número de la revista “YoSoy” con la intención de
reflexionar sobre temas vinculados a la cárcel, pensando la cárcel no como algo cerrado sobre sí,
sino como un continuo entre el adentro –la cárcel- y el barrio; y en particular la situación de las
mujeres.
En el primer número de la revista “Yo Soy” en la nota “Infancia suspendida” (3) cuentan internas
de la Unidad Penitenciaria 31 de Ezeiza, en el año 2012, como murió un bebé de apenas quince días
y que las causas de su fallecimiento no fueron esclarecidas aún a la fecha de esa publicación.
Resulta no menos que dudoso, el hecho de que no pueda esclarecerse una muerte en un ámbito
cerrado como lo es el de una cárcel.
Por lo tanto, dadas estas situaciones de hecho que distan tanto del espíritu normativo internacional
de derechos humanos ¿Cuál es el vínculo que se está favoreciendo? Es evidente que pueden
establecerse demasiados cuestionamientos a la premisa del favorecimiento del vínculo en un
entorno de encierro, dónde más allá de toda pretensión legislativa existe una realidad manifiesta
en la que prima la violencia y una praxis que suspende derechos y garantías de los que están tras
sus muros. En estas condiciones, los vínculos que puedan desarrollarse no pueden evitar verse
alienado por estas condiciones.
Si tomamos el fundamento de favorecer el vínculo madre-hijo, que como expusimos anteriormente
es de dudosa argumentación, cabe cuestionar en qué lugar queda el “interés superior del niño”,
estándar internacional en materia de derechos humanos que tiene en nuestro país rango
constitucional a partir de la reforma de 1994.
La Convención de los Derechos del Niño (4) (con jerarquía constitucional desde el año 1994)
reconoce en su Preámbulo que “el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad,
debe crecer en el seno de su familia”, así como también, es su art. 3 establece el principio rector la
consideración del interés superior del niño “en todas las medidas concernientes a los niños que
tomen las instituciones públicas o privadas de bienestar social, los tribunales, las autoridades
administrativas o los órganos legislativos”.
Los niños que nacen en prisión o que viven en prisión con sus madres, crecen en un espacio donde
la inseguridad, el riesgo y la violencia son parte de la cotidianidad, dónde no están dadas las
condiciones para su sano desarrollo y crecimiento, dónde las condiciones de higiene psicofísicas no
son la adecuadas, dónde hay hacinamiento, en definitiva, estos niños crecen con sus derechos
suspendidos.
¿Qué pasa luego de los cuatro años? Este niño tiene que ser separado de su madre con la que
desarrolló este vínculo sesgado y es puesto a vivir con algún familiar o en hogares de niños, a falta
de familiares, en definitiva, con extraños con los que no ha desarrollado vínculo alguno. La
brusquedad de tal medida vuelve a revitalizar los interrogantes acerca de qué vínculos se favorecen
y cómo afectan todas estas medidas en el desarrollo de ese niño.
Es evidente la vulneración que se realiza desde medidas de protección inacabadas que chocan con
una praxis que vulnera derechos, tanto a los niños que nacen y viven en estas condiciones como a
las madres de estos niños, en cumplimiento de leyes que no terminan de erradicar un sistema de
arbitrariedades.
Derecho a la salud
20 de Marzo 2018.